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Especialista en Teatro Venezolano

jueves, 5 de marzo de 2015

Thais Erminy


                        Whisky & Cocaína 
                                La tercera mujer
                           En un desván olvidado
                                La cárcel

     

Dramaturga, docente teatral, diseñadora y fotógrafa.
Entre sus obras de teatro se encuentran:
La cárcel (Premio Dramaturgia de El Nuevo Grupo 1981), La tercera mujer (1982), Whisky y cocaína (Premio VIII Bienal Literaria “José Antonio Ramos Sucre”), En un desván olvidado (Premio Dramaturgia Fundarte 1991), Chismes nocturnos de señoras decentes (1996), La decisión  (s/f.), Ildi… yo te amo (s/f.), entre otras.



LA TERCERA MUJER

Personajes:

DIANA                28 años. Porte ejecutivo, elegante. Abogado.
BETY                  26 años. Lindo cuerpo. Cara muy atractiva. Muy sexy.
ANDRÉS            28 años. Porte bohemio, distraído. Pintor.   

Un apartamento tipo estudio, muy acogedor y con muchos libros. Se prenden las luces al mismo tiempo que suena el timbre del teléfono y se escucha a alguien abriendo las cerraduras de la puerta principal. Entra Diana apresurada a contestar. Viene con un vestido, tapado, en gancho, colgándole al dedo. También  trae una bolsa. Viste pantalón y blusa holgados, elegantes;  color beige.
DIANA.- ¡Andrés! (Pausa) Perdona Leo. Es que dijo que llamaría y pensé… (Transición) Espérate un momentico Leo, ya va. (Va, cierra la puerta y deja el traje. Toma el auricular nuevamente) Bueno y dime, ¿cómo se prepara ese cumpleañero para esta noche? (Pausa) Vengo de buscarlo; quedó precioso; te va a fascinar cuando lo veas. (Pausa) No, él no lo vio porque la costurera, ahora, fue que me lo entregó. (Pausa) Seguro que ese viene por allí. (Pausa) (Transición) ¿Te han regalado muchas cosas? (Pausa) No, no he almorzado, pero es temprano, a ver… son apenas las cuatro, ¡las cuatro! Me tengo que arreglar el pelo, bañarme, comer algo, maquillarme… (Pausa) No, nerviosa, no. Es que no me di cuenta cómo pasó el tiempo… (Transición) ¿A qué hora vienes a buscarme? (Pausa) llámame a las ocho. Salimos a las nueve mejor… Así me das más tiempo. (Pausa) ¡Me llamas antes de salir! (Pausa) Okey, chao. (Pausa) Hasta la noche y… feliz cumpleaños de nuevo. (Pausa) Chao.   

(Empieza a cambiarse de ropa y se pone algo cómodo –color beige- Cuando está a punto de terminarse de vestir suena el timbre de la puerta, Diana abre).
DIANA.- Bety, hola, pasa, la reja está abierta.
BETY.- (Entrando, viene vestida, caseramente, pero muy sexy) (Con voz grave) Tengo todo el día buscándote.
DIANA.- Salí a las siete y ahora es cuando regreso.
BETY.- Te he estado llamando cada diez minutos.
DIANA.- (Le enseña la bolsa que trajo) Mira, el regalo para Leo.
BETY.- Qué bueno…
DIANA.- ¿No lo vas a ver?
BETY.- Luego, Diana. Ahora necesito hablarte.
DIANA.- ¿Qué te pasa, Bety? ¿Ya comiste?
BETY.- No… No tengo hambre.
DIANA.- Yo tengo el estómago estragado, o preparo algo o desfallezco.
BETY.- Diana, siéntate, necesito hablarte.
DIANA.- Espera mujer, busco unas cositas para ir picando y conversamos. (Sale y va a la cocina)
BETY.- (Da una vuelta, nota la presencia del vestido) ¿Este es el vestido…?
DIANA.- (Desde la cocina) ¡Creí que no te ibas a dar cuenta!
BETY.- Con la cantaleta  en que nos has tenido estas tres semanas…
DIANA.- (Entrando con algo de comida) ¿Qué te parece?
BETY.- Bonito.
DIANA.- (En broma) ¡Qué parca! Debes estarte muriendo.
BETY.- Amiga estoy mal. Muy mal, de veras me siento mal.
DIANA.- (Por primera vez le pone atención) Me asustas, ¿qué pasa? (Silencio) Habla, Bety… tenemos suficiente confianza; anda…
BETY.- Es que… lo he hablado solamente… una vez, con un médico.
DIANA.- (Alarmada) ¿Qué tienes? (Pausa) ¡¿Qué cosa es por Dios?!
BETY.- ¡No me es fácil! Me siento atrapada. Veo hacia atrás y… hay cosas que me duelen tanto…
DIANA.- ¿Tu familia? ¿Luís que reapareció?
BETY.- No; sí. Ah, no sé, Diana, para mí es terrible confesar esto.
DIANA.- ¿Te ayudo?
BETY.- ¡No…! (Pausa) Aunque me veo, así… sexy, desinhibida, libre; (Se acobarda) este… esta… yo nunca he logrado… (Pausa) llegar… (Pausa) ¿tú entiendes?
DIANA.-…Sí y no; no estoy segura.
BETY.- Llegar…
DIANA.- ¿A dónde, a qué?
BETY.- ¡¿Tengo que decirlo con todas las palabras?!
DIANA.- Cálmate.
BETY.- ¡No quiero resignarme a ser una mujer frígida!
DIANA.- ¡Coño, Bety! nada más lejos de ti que esa palabra.
BETY.- No lo esperabas y menos de mí, ¿verdad?
DIANA.- Me sorprende, es cierto, aunque algo sospechaba.
BETY.- ¡Cómo…! Yo nunca te hablé de eso.
DIANA.- Me has contado mil cosas de Luís y de tus otras conquistas pero de “eso” nunca.
BETY.- Jamás me preguntaste.  
DIANA.- Preferí esperar a que te saliera contármelo libremente.
BETY.- No podía, chica.
DIANA.- ¿Y por qué te hace crisis, hoy?
BETY.- Hoy tengo que salir de este bloqueo; ¡hoy es muy importante! Hoy tengo que entender, hoy no es un día común y corriente.
DIANA.- Sí, no es un día cualquiera.
BETY.- No es por tu fiesta, o por tu Leo, ni por tu vestido; es por mí… por… (Se calla)
DIANA.- Por qué te trabas, continúa…
BETY.- Se me agolpan las imágenes, los recuerdos me producen dolor, ¡pero tengo que ser realista!
DIANA.- Tienes razón; sé realista. ¿Qué has hecho para combatir el problema?
BETY.- Luchar como una fiera.
DIANA.- Pero déjate las manos, te las vas a acabar.
BETY.- Me siento muy tensa.
DIANA.- ¿Quieres tomar algo?
BETY.- Un café bien negro.
DIANA.- Eso te pondrá más nerviosa.
BETY.- Eso es cuento, mentira; tan falso como el que yo sea una mujer realizada, eso es lo que todo el mundo cree. Tengo diez años luchando como una tigra enjaulada; no venzo;  me corroe por dentro la depre, la tristeza, siento angustia y total, para nada porque al final siempre salgo con la máscara de la alegría y la satisfacción; ¡viva Bety! Una mujer resuelta. ¡Mentira! ¡Cochina y falsa mentira! Estoy harta de salir irrefrenablemente; de ir de un sitio a otro, de andar con gente ¡que me ladilla! ¡No quiero fingir más!
DIANA.- Me alegro, de verdad, que quieras terminar con esa vida alocada. Yo estaba segura que existía ésta Bety; ésta que estoy conociendo ahora.
BETY.- Tampoco así Diana. Yo soy un ser pensante, no a tu estilo, pero lo soy.
DIANA.- Está bien. Me contaste el problema, ahora ahondemos en la causa. La solución no es esa explosión de salidera, o encerrarte en un apartamento sin siquiera contestar el teléfono. ¿Qué has ganado con eso?, solamente hacer que el fantasma de la situación crezca y te ahogue.
BETY.- Me estás haciendo sentir cobarde.
DIANA.- Tú te empeñas en mostrarte superficial.
BETY.- No sé… quiero lograr esa llave…
DIANA.- No lo empieces a enfocar así o también estarás perdida. La llave de Shangrillá no está en el orgasmo. Hay que unir emoción y cerebro para que florezca un hermoso ser.
BETY.- (Reflexiona) ¡El vestido!
DIANA.- ¿Qué? ¿Qué pasa con el vestido?
BETY.- ¡La tercera mujer! ¿No te das cuenta? ¡Eso fue lo que quiso simbolizar Andrés, al diseñar el vestido. (Lo destapa) Míralo… es sensual, moderno y al mismo tiempo no pierde su línea clásica.
DIANA.- El vestido no es real. Real somos nosotras. Es muy fácil inventar, fantasear, pero la realidad es esta carne, estos huesos… seres con pasado rodeados de un medio inconsistente. La gente, los códigos, los patrones, los valores, no tienen nada que ver entre sí. Vivimos como en planetas dispersos, dispuestos a comernos los unos a los otros.
BETY.- ¡No me enrrolles! Hablas cosas que no… que no…
DIANA.- Que no quieres enfrentar… Pero si no lo haces, ¿cómo vas a encontrarte? Para eso tienes que saber dónde estás, quién eres, a dónde quieres ir; y no sólo la pintura y la moda, no… hay más, mucho más y tú lo sabes, al menos lo intuyes, estoy segura.
BETY.- (Con agotamiento) Me mareas…
DIANA.- Mucha gente te quiere pero te encuentra epidérmica (Conminándola) Por qué te empeñas en mostrarte así.
BETY.- Es una forma de protegerme. ¡Me da terror que la gente sepa lo que me pasa!
DIANA.- ¡La gente…! ¡Qué optimista! Hoy en día todo el mundo se hace el loco con tal de no tener que ayudar a nadie.
BETY.- Trato de sentirlo y me frustro una y otra vez. Nada me ayuda a salir de esto que me asfixia.
DIANA.- ¿Dijiste que habías hablado con un médico, no? (Transición) ¿Qué te dijo?
BETY.- Nada; que estaba perfecta, que todo el problema andaba por mi cabeza.
DIANA.- Entonces, tendrás que ir a un sicólogo.
BETY.- ¡Qué…! ¡No!
DIANA.- ¿Por qué, qué tiene?
BETY.- No me gustan, no les creo.
DIANA.- ¿A cuántos has ido?
BETY.- A ninguno. Se les achaca cada cosa…
DIANA.- Pero, se les reconocen otras tantas…
BETY.- No chica, no voy a ir a tenderme en un diván y contarle toda mi vida a un fulano que no sé, siquiera, si me va a entender. Además, contarle todo… todo… ¿tú crees?
DIANA.- Sí. ¿Y…?
BETY.- No; hay ciertas cosas que son muy de una…
DIANA.- Exacto; hablemos de ellas, atrévete.
BETY.- ¿Por dónde empiezo?
DIANA.- Por el principio.
BETY.- ¿Luís?
DIANA.- (Algo sorprendida) ¡Luís! ¿Él fue el origen de tu problema?
BETY.- Esto nunca se lo he dicho a nadie. (Pausa) No te imaginas lo que es hacer el amor con un hombre a quien adoras y que no se preocupa por ti para nada. Se acuesta contigo. Se desahoga. Reposa un rato y… a levantarse porque es tarde… ¡Qué horrible, Diana! Sí, estar con un hombre, sentir que te posee y que no te atreves a gritar, a decirle que no estás sintiendo nada, que por favor pare, que no siga, sentir que vas a enloquecer, que aquello no va a terminar nunca… y callar, ¿ves? Te callas y no dices nada, las palabras se te atragantan, no salen y tu único desahogo es llorar (Se quiebra más) en silencio, mientras él acaba. (Pausa) Increíble, han pasado años y el lastre que me dejó va conmigo a todas partes. El no sentirme plena como mujer me ha hecho caer en el vacío. ¡Lo odio, Diana! ¡Lo odio con toda mi alma!, y lo peor es que él ni cuenta se dio del daño tan grande que me hizo.
DIANA.- ¿Nunca le hablaste?
BETY.- Pero… qué le iba a decir si yo era un bebé. No me atrevo a ser sincera ahora, imagínate tú en aquella época.
DIANA.- Bueno, pero esa fue aquella muchachita insegura que se entregó a su primera ilusión. Ahora es distinto, tienes que enfrentar el problema con madurez. Iniciar un proceso de revisión interior que te ayude a rectificar el modelo masculino que te has fijado. No desmayes chica, tú puedes superarlo.
BETY.- A veces creo que no quiero salir del problema. Diana, ¿por qué sola puedo y con un hombre no?
DIANA.- Ajá, te das cuenta que no eres nada frígida.
BETY.- No sé. Tal vez.
DIANA.- ¡Deja ese pesimismo! ¿No decías que hoy era muy importante?
BETY.- Claro que es muy importante; en este día tengo puestas todas mis esperanzas.
DIANA.- Bueno, pero… ¿por qué precisamente hoy?
BETY.- Hoy es mi gran oportunidad.
DIANA.- ¿Cómo es eso?
BETY.- Roberto…
DIANA.- ¿Qué pasa con Roberto?
BETY.- Hemos estado saliendo, tú lo sabes…
DIANA.- Sí… ¿Y?
BETY.- Se venía haciendo el difícil, y anoche se abrió… ¡Anoche!
DIANA.- ¿Cómo es eso de que se abrió?
BETY.- Como un hombre cálido, sensual e intenso.
DIANA.- ¡UAO…!
BETY.- No te burles, es verdad. Él, tan distante, de pronto ayer, cambió.
DIANA.- Así… ¿por arte de magia?
BETY.- No. Lo mismo me pregunté yo, y no. Fue paulatinamente, sin darme cuenta. Ayer me tomó en sus brazos, y yo sentí que el mundo comenzó a darme vueltas. Con los otros, por el contrario, últimamente me pongo de mal humor, ¡como si tuvieran la culpa!
DIANA.- ¿Y tú sientes que no la tienen…?
BETY.- No, no la tienen. El problema ahora es mío, no de ellos.
DIANA.- Eso es, ¡ellos!  Creo que te estás diluyendo en una cantidad de relaciones que no fortalecen a nadie, al contrario, lo que contribuyen es a hacerte sentir más insegura.
BETY.- Tal vez tengas razón. No sé.
DIANA.- Por eso sigo creyendo que no lo vas a superar sola, y vuelvo a mi punto del sicólogo. Además de tener un hombre como Roberto. Él te puede ayudar, pero, si pierdes el temor a un nuevo compromiso.
BETY.- ¡Yo siento que lo quiero! Lo que me está pasando con él, ¡jamás me había sucedido con otro! Lo quiero y no quiero perderlo por nada. Necesito entregarle mi verdad… ¡pero me da terror!
DIANA.- No seas tonta, confíate a él.
BETY.- Me da mucho miedo… (Transición) ¡Anoche hicimos el amor!, no el sexo. (Pausa) No puedo explicarte cómo fue… estaba dentro de mí y es la mayor felicidad que he tenido. (Pausa) Claro… él llegó, yo no pude. (Retoma su alegría) ¡Pero no le fingí!, me arriesgué a que me lanzara preguntas, sintiéndose herido en su comprobación de gran amante. Pero no, sólo me abrazó; me acurrucó en su pecho y yo lloré, lloré como cuando era niña…luego me besó en la boca, lenta, profunda y ardientemente; lo deseé con furia. Empecé a quererme fundir en él, ¡sentí deseo y amor al mismo tiempo!
DIANA.- Coño… cómo te entiendo… (Transición) Pero, ¿tú estás segura de que esto no es una ensoñación, más, tuya?
BETY.- ¡Segurísima!
DIANA.- Y si fue tan prometedor, ¿qué es lo que te tiene tan abatida?
BETY.- Que lo puedo perder cuando sepa que no respondo sexualmente como todas esas carajas que andan por el mundo.
DIANA.- ¡Qué equivocada estás! Esas carajas, como tú las llamas, la mayoría están viviendo tu misma situación… Deberías oírlas cuando van al bufete… (Pausa) Háblale a Roberto como lo has hecho conmigo… Dile toda la verdad; ¡sin melodramatismo!, eso sí le da terror a los hombres. Cuéntale de Luís y lo que te pasó.
BETY.- (Preocupada) ¿Y sobre los demás?
DIANA.- Él no te va a pedir cuenta de tu vida sexual… ¡ni le des pie para eso! Esta es una relación nueva, fresca, nada tiene que ver con el pasado.
BETY.- ¿Crees que resultará?
DIANA.- Si actúas como tú y Andrés pregonan, por supuesto que sí. Cuando estés con él libera tu mente, déjate ir. (Transición) Despierta tu piel, tus poros, tu sexo.
BETY.- (Asombrada)… ¡loca!, me estás excitando.
DIANA.- ¡Eso es, Bety! Eso es sentir. Piensa… “Aquí estoy, soy tuya. Mi sangre, mis huesos, mi cuerpo en este momento te pertenecen. No tengo voluntad, no la quiero, tómame”. 
BETY.- ¡Amiga…! Le va a aprender fuego al apartamento.
DIANA.- Así debe ser, tienes que tener las ansias de palparlo, de sentirlo. Llevarlo a un sitio donde solo manden las sensaciones, donde no existan cuerpos. Solamente olores, tacto…
BETY.- ¡No joda…! Párate, ¡no sigas! Me tienes de verdad agitada, ¿tú qué crees? (Sonríe) Ya estoy a millón, ¡me acaloraste y todo! (Ríe con frescura) ¡Coño…!
DIANA.- Ya se nota que estás mejor… ¡por fin te veo los dientes! (El teléfono suena una vez, Diana dirigiéndose hacia él) ¡Andrés!

(El teléfono deja de sonar, Diana se detiene)

BETY.- (Extrañadísima) ¿Y esa emoción?
DIANA.- (Camina hacia el vestido) ¿Verdad que quedó soñado?
BETY.- ¡Bellísimo!, préstamelo un segundo. (Lo agarra, se lo pone encima, luego se lo pone encima a Diana) Te hace lucir… provocativa y romántica. Nadie diría que eres ¡tan cerebral!
DIANA.- ¡Qué poco me conocen!
BETY.- Es cierto. Hasta hace un momento nunca lo hubiera imaginado.
DIANA.- No exageres. Siempre ha sido así. (Toma el vestido y lo cuelga de nuevo mientras dice) Dejemos la habladera y ayúdame a arreglarme el pelo.
BETY.- ¿Qué te le vas a hacer?
DIANA.- No sé. Ya me puse nerviosa.
BETY.- Pero si hay tiempo.
DIANA.- No te creas.
BETY.- Tómatelo con calma o no llegarás a la noche. (Suena el teléfono. Diana brinca)
DIANA.- ¡Esta vez sí es él!
BETY.- A vaina… ¡pero tú estás loca!
DIANA.- ¡Aló! (Pausa) (Tierna) Andrés… (Pausa) (Bety se extraña muchísimo) Bien y tú, ¿cómo te sientes? (Pausa) No, con Bety que ya se iba. (Bety empieza a payasear, extrañada de que ella no se va) ¿Ella?, regular; o mejor dicho ya está bien.
BETY.- (Bajito) No le digas lo que me pasa.
DIANA.- (Le hace seña de que se calle) Está en la cocina. (Pausa) No era nadie, te lo aseguro. (Pausa) ¡Sí…! lo tengo aquí, ni a Bety se lo he dejado ver. (Bety se ríe. Diana le hace señas de que se calle) (Pausa) (Rememorativa) Tampoco me explico qué nos pasó… (Pausa) ¿A qué hora vendrás? (Pausa) Sí, a las seis está bien. (Pausa) Te espero. (Pausa) Chao. (Cuelga y se voltea apuradísima) No tengo tiempo de nada, Bety, ¡quiero darme un baño y cambiarme!  
BETY.- ¡Qué es…! ¿Por qué tanto apuro? Espera a que te peine.
DIANA.- (Abre el armario) No, yo me arreglo el pelo, ayúdame a ver qué me pongo.
BETY.- ¡Nada! Quédate así; estás cómoda.
DIANA.- No chica. (Saca la ropa del armario, está muy nerviosa) tú no entiendes nada de la vida; no lo puedo recibir así…
BETY.- Pero y ¿quién es el que viene?
DIANA.- ¡Andrés!
BETY.- (Burlona) NI que fuera el mismo José Luís Rodríguez (o cualquier personaje atractivo)
DIANA.- Sigues sin entender.
BETY.- Bueno, sí, ya, explícame. Es muy obvio que me he perdido de algo sustancial.
DIANA.- Ay, ayúdame, no ves que el tiempo vuela.
BETY.- ¡Espérate un momentico! ¿Qué ha pasado? Ahora soy yo la que no entiende nada.
DIANA.- Te cuento luego, Beticita.
BETY.- Coño ¡no!, dime algo, me muero de curiosidad.
DIANA.- Esta mañana… (Se pone algo por arriba) ¿Qué te parece?
BETY.- No, es muy cerrado. (Transición) Esta mañana qué…
DIANA.- Me pasó lo que a ti anoche con Roberto.
BETY.- ¡Se acostaron!
DIANA.- No, coño. Lo descubrí, nos descubrimos.
BETY.- ¿Dónde, cómo, cuándo?
DIANA.- En el café.
BETY.- Allí lo ves casi todos los días.
DIANA.- Al despedirnos me dio un beso en los labios.
BETY.- A mí también me los dá.
DIANA.- ¡Fue de hombre, no de amigos!
BETY.- ¡Qué rico…!
DIANA.- En serio, amiga, ¡me sonaron las campanitas!
BETY.- ¡Hoy! Tenía que ser precisamente hoy. Pero bueno, Diana, ¡qué vas a hacer con Leo? 
DIANA.- ¿Qué pasa con Leo? (Guarda la bolsa con el regalo)
BETY.- (Aguda) Piensa tu vaina…
DIANA.- Deja la broma, chica.
BETY.- Ten cuidado con Andrés, síguelo teniendo como tu mejor amigo… Ese carajo es muy mujeriego… Con su carita de bohemio elevado…
DIANA.- Yo no he pensado nada, sólo siento, como si estuviera besándome todavía.
BETY.- ¡Me lavo las manos! ¡Que les dure bastante!
DIANA.- Durará lo que tenga que durar.
BETY.- Y… ¿cómo vas a hacer con los dos?
DIANA.- Nada. Con Andrés voy a tomar un café… verá el vestido y se irá.
BETY.- (La interrumpe) ¡Por aquí! Te hubieras visto la cara que tenías cuando le hablabas por teléfono. ¿Tomarse un café…? Ahora entiendo por qué, casi, le prendiste fuego al apartamento.
DIANA.- No inventes. Se tomará un café… no dos, ni tres, ¡uno!, y se irá. Luego me terminaré de arreglar, me estrenaré el vestido, Leo me llamará, vendrá por mí y ya está. Mañana será otro día y veremos qué pasará. Hoy no, estás loca.
(Se acerca a Bety y hala por el brazo)
BETY.- ¿A dónde me llevas?
DIANA.- (Con una sonrisa) Afuera… me estás quitando mucho tiempo.
BETY.- (Se deja llevar) Está bien, pero… después que se vaya Andrés, me llamas. No me dejes en ascuas. Además, quiero ver cómo te queda el vestido. No se te olvide, tenemos tiempo. Yo voy a salir con Roberto a las nueve.
DIANA.- está bien, pero no me des más conversación.
BETY.- Bueno, me voy a dormir un rato. (En la puerta) Si no me llamas, cuando yo regrese me presento aquí, y a mí no me importa con cuál de los dos estés, porque espero que te quedes con alguno y dejes la mojigatería intelectual.
DIANA.- (Empujándola suavemente) Vete ya, Bety.
BETY.- (Saliendo, cierra la reja, se cuelga a ella muy reída) Goza, eso es lo importante en la vida, ¡gozar!
DIANA.- Lo importante es ser, ¡cuándo lo aprenderás! (Va a cerrar)
BETY.- (Se lo impide, metiendo el brazo por la reja) No se te olvide… no te voy a durar toda la vida… (Se va)
DIANA.- (Sonríe. Le habla de lejos) Mal pensada carajita. Azuzadora…
(Diana se dirige al baño, se oye la ducha y el secador de mano. Al mismo tiempo canta. A los pocos momentos sale del baño. Se arregla la cara. Comienza a vestirse. Usará un sencillo pero muy lindo traje –beige-) (Ha ido oscureciendo) Suena el intercomunicador. Diana se apresura en terminar de acicalarse. Luego se dirige al aparato, prende las luces, contesta sin preguntar quién es).
DIANA.- ¡Sube!
(Regresa al espejo para terminar de darse los últimos toques de embellecimiento. Suena el timbre de la puerta. Nerviosa, frente al espejo, se alisa la ropa, se retoca el pelo. Camina hacia la puerta, toma aire con fuerza y abre)
DIANA- Hola…
(Él sin contestar, abre la reja. Entra tranquilo, seguro. Trae un block de dibujo bajo el brazo y una flor en la mano. Mira a Diana. Le toma la barbilla y le da un corto y suave beso en los labios. Se separa, Le pone la florecilla en el pelo. Voltea, mira el traje y se dirige hacia él. Diana cierra la puerta y lo sigue sin decir palabra. Él, se detiene frente al vestido, lo observa unos instantes)
DIANA.- (Ansiosa) ¿Qué te parece? Estoy esperando tu veredicto.
ANDRÉS.- Genial.
DIANA.- Qué modesto.
ANDRÉS.- Certeza, querida.
DIANA.- ¿Se asemeja a lo que tú querías lograr?
ANDRÉS.- Inmejorablemente. Si cierro los ojos te veo en él… imagino tu piel…
DIANA.- (Impaciente) ¿Qué más…?
ANDRÉS.- Espera… déjame disfrutar, no me apresures. (Pausadamente) Así debería ser una mujer…
DIANA.- ¿Me lo pongo?
ANDRÉS.- No. (Transición) Ojalá cada hombre pudiera diseñar una mujer.
DIANA.- ¡Tú y tus fantasías!
ANDRÉS.- (Sonreído) ¡Prosaica!
DIANA.- Realista, que no es lo mismo. (Transición) ¿Quieres tu jugo?
ANDRÉS.- Bueno. (Viendo alrededor) ¿Has hecho algunos cambios?
DIANA.- ¿Dónde?
ANDRÉS.- Al apartamento.
DIANA.- No… ¿Por qué?
ANDRÉS.- Lo veo distinto.
DIANA.- Es el mismo de siempre.
ANDRÉS.- Lo encuentro más cálido, más acogedor…
DIANA.- (Dulce) Debes ser por los ojos con que lo estás viendo.
ANDRÉS.- (Transición) ¿Y qué cuenta Bety?
DIANA.- Cosas íntimas.
ANDRÉS.- Seguramente, algún nuevo rollo con otro par de pantalones.
DIANA.- ¡Mira quién habla… tú vives de falda en falda!
ANDRÉS.- ¡Sabemos vivir, Diana!
DIANA.- Eso es lo que ustedes dicen. Yo entiendo las relaciones en forma más sólida. Durante un segundo o una vida pero más…
ANDRÉS.- Trascendentales. ¿Ya lo sabemos!
DIANA.- Creen ustedes.
ANDRÉS.- (Dulce) ¡Lánzate por la vida a ver qué pasa! Tienes que soltarte, ya te lo dije esta mañana…
DIANA.- Ves cómo piensas igual a Bety.
ANDRÉS.- Bueno, me vas a contar lo que hablaron ¿o no?
DIANA.- Yo no puedo, pregúntaselo a Bety si quieres.
ANDRÉS.- ¿Para qué? ya me lo contará.
DIANA.- Si no se dice cuatro verdades, se le va a hacer demasiado grande su fantasma.
ANDRÉS.- Yo encuentro que la vida de Bety, es muy congruente con su manera de actuar. Uno recoge lo que siembra.
DIANA.- Algún día se dará cuenta que “eso” no es la única clave para la felicidad. “Eso” por sí solo, es irrelevante.
ANDRÉS.- Con el ahínco que lo dices no lo pareciera.
DIANA.- Y tú, ¿qué sabes a qué me refiero?
(Él se le acerca, ella se le va)
¿Pongo música?
ANDRÉS.- ¿Comercial?
DIANA.- (Sonríe) ¿Prefieres seguir oyendo a Beethoven?
ANDRÉS.- Déjalo que practique, se le oye bien.
DIANA.- Me cansa oírlo las 24 horas al día.
ANDRÉS.- Ha mejorado bastante, ya no se equivoca tanto.
DIANA.- Está bien, no pongo nada… (Transición) ¿En qué quedaste con el dueño de la galería, al fin?
ANDRÉS.- Lo veré a las nueve para fijar la fecha.
DIANA.- No lo olvides, mira que tú eres muy despistado.
ANDRÉS.- Después de tener tres semanas persiguiéndolo, cómo lo voy a olvidar.
DIANA.- ¿Cuántos cuadros vas a exponer?
ANDRÉS.- Veinte o veinte y cinco.
DIANA.- Ah, perfecto.
ANDRÉS.- ¿Sabes qué hice después que te llamé?, fui a ver un apartamento en Bello Monte. Tiene tres habitaciones y teléfono. Justo lo que queremos Cecilia, Eduardo y yo.
DIANA.- ¿Y de verdad Cecilia se mudará con ustedes?
ANDRÉS.- ¿Qué tiene de particular? Es la única manera que podremos disfrutar de un apartamento completo, tener cada uno su territorio y encima nos sale más barato.
DIANA.- ¿Tú no crees que a Cecilia eso le repercuta en su trabajo?
ANDRÉS.- Estás más puritana que tu hermana… Por cierto, ¿cómo sigue su matrimonio?
DIANA.- Invariable. El marido haciéndole la vida insoportable y la tonta de Mercedes que se lo aguanta. ¡Ah!, y ahora es peor, como a Mercedes la ascendieron de cargo y gana más que él… ¡coño! está como una fiera, no le puede ni hablar.
ANDRÉS.- ¡Ese carajo es un marginal mental!
DIANA.- Y ni forma de que cambie. Ahora para colmo, el señor no la deja hacer nada fuera del horario de oficina. ¡Ja!, pero él entra y sale de la casa cuando le da la gana. Y lo más irónico es que delante de la gente hacen el teatro de que les va ¡de maravilla!
ANDRÉS.- Típico… ¡Apariencias! Y el sentido de la propiedad.
DIANA.- Eso se tiene que acabar. Hasta cuando nos vamos a regir por los convencionalismos. La moral social y la posición de la mujer, han evolucionado de tal forma, que hay que seguir haciéndole revisión a la pareja.
ANDRÉS.- Eso dices tú, pero… ¿cuántas mujeres piensan así? La mayoría quieren ser: la señora de tal, salir preñadas, llenarse de resabios caseros y volverse fastidiosas.
DIANA.- Andrés, ¿qué esperarías tú de tu pareja?
ANDRÉS.- Si te acercas… te lo digo.
DIANA.- (Suave) Aquí estoy bien.
ANDRÉS.- Acércate que no te voy a hacer nada.
DIANA.- (Se acerca, discretamente mira su reloj. Sirve más jugo) ¿Y…? Tú crees que una compañera debe ser como la describiste.
ANDRÉS.- Estás equivocada, yo respeto profundamente a la mujer, creo que en el mundo (se burla) sería un caos sin ustedes.
DIANA.- Si vas a payasear me lo dices, yo estoy hablando en serio. ¡Comprométete, dime tu verdad!
ANDRÉS.- (Pausa) (Va al vestido, llega y se le queda viendo al traje) Debe ser una compañera… sensible, emprendedora, alegre, comprensiva, aguda, buena conversadora ¡y silenciosa a la vez! Que pueda ser madre sin dejar de ser amante. Las mujeres tienen los hijos y hacen a un lado, eso que siempre busca el hombre, “la aventura”. Yo oigo a mis amigos protestar de que las esposas los chantajean con el sexo. En definitiva ustedes convierten la cama en una obligación.
DIANA.- Ah… entonces no has oído a las mujeres; están hartas de que a sus maridos se les haya olvidado la conquista, la gentileza, los besos ardorosos, la ternura, y convierten la cama en un… “ábrete piernas que ahí voy”.
ANDRÉS.- Por favor, dejemos ese tema, ¿quieres? (Transición) Si así como discutes las cosas, lograras descubrir tus emociones, serías una mujer extraordinaria. (Se acuerda de pronto) ¡Hablando de emociones embarqué a Cristina!
DIANA.- ¡¿Y ahora es cuando te acuerdas?!
ANDRÉS.- Es que me puse a dibujar y me olvidé del mundo… (La llama) ¿Por qué estás tan lejos? ¡Ven acá…!
DIANA.- (Se hace la disimulada ante su petitorio) ¿No tienes hambre?
ANDRÉS.- Ven acá…
(Ella se acerca y se le sienta al lado. Él le toma las manos. Ella se va a parar…)
Pero, ¿qué es Diana? (La sienta)
Tienes las manos frías. ¿Otra vez nerviosa?
DIANA.- (Se suelta. Se para. Con disimulo, vuelve a ver el reloj) ¿Yo…? No. Me estabas hablando de Cristina, ¿cuándo la verás?, ¿qué ha pasado?
ANDRÉS.- Nada… Esa se aparece mañana por el taller; seguro. ¡Ustedes no entienden en que hay momentos en que una relación se tiene que terminar!
DIANA.- ¿Aún te gusta ella?
ANDRÉS.- Ven acá, acércate. (Ella no se mueve) Acércate mujer, que no te voy a comer…
DIANA.- Contéstame primero. ¿Todavía estás enamorado de Cristina? (Silencio) ¿Por qué te quedas en silencio?
ANDRÉS.- Me estoy preguntando varias cosas…
DIANA.- ¿Y…?
ANDRÉS.- (La acerca hacia sí) No, lo de Cristina no pudo ser. (Transición) ¿Complacida?

(Ella, gatunamente, se suelta. Andrés va hacia el block que trajo, lo abre y se lo enseña)
DIANA.- ¡Andrés, soy yo…!
ANDRÉS.- Eso pretendí… (Le extiende el dibujo)
DIANA.- ¡Qué hermoso! ¿Cuándo lo hiciste?
ANDRÉS.- Estuve todo el día trabajándolo.
DIANA.- ¿Así me ves de linda?
ANDRÉS.- (Se le acerca, le hace una caricia) Tú eres así y más.
DIANA.- (Se le vuelve a escurrir) ¿Por qué con los ojos cerrados?
ANDRÉS.- Deseaba que tú también soñaras. Hoy cuando lo terminé, cerré los ojos y recordé los contornos de tu ser y sobre todo, la sensación que me produce tu piel… Desde esta mañana no se me va, la tengo grabada, aquí, en mis manos. Si tuviera que pintarla no sabría cómo plasmarla en un lienzo. (Se le va acercando, ella lo mira…) (Suena el teléfono) (Diana pega un brinco. Se miran hasta que deja de sonar)
ANDRÉS.- ¿Estás angustiada?
DIANA.- No pensé que iba a sonar tan pronto.
ANDRÉS.- ¿Era Leo? (Pausa) ¿Quieres que me vaya?
DIANA.- (Reacciona con temor y duda, teniendo que decidir) Por favor, Andrés, no me pongas más nerviosa.
ANDRÉS.- ¿Nos olvidamos del tiempo y de la hora por un rato? (Se quita su reloj y se dirige al de ella. Diana se lo deja quitar. Él guarda ambos. Ella camina nerviosa. Él abre la portezuela de un mueble y saca unos pasapalos. Los abre y los pone sobre la mesa. Ella se acerca y cuando está cogiendo uno, él le toma la mano. Sonríe)
DIANA.- ¿De qué te ríes?
ANDRÉS.- Acordándome del día en que conocí a Bety…
DIANA.- ¿¡Y por qué te acuerdas de eso ahora!?
ANDRÉS.- Ella también quiso que muriera como el pez…
DIANA.- ¿Qué quieres decir?
ANDRÉS.- Por la boca…
DIANA.- (Pícara) Ah.
ANDRÉS.- Ella venía saliendo de un banco, nos tropezamos, nos vimos y como si nada me invitó a almorzar.
DIANA.- Yo jamás hubiera hecho una cosa así.
ANDRÉS.- Lo sé; a ti tuve que invitarte yo.
DIANA.- Tampoco fue así… ya habíamos conversado un buen rato.
ANDRÉS.- Pues Bety es distinta, no pierde tiempo. (Transición) Te lo confieso, me sorprendió… ¡Una burguesita tan natural y tan espontánea que no está especulando con lo que va a recibir a cambio…!
DIANA.- Tú siempre apuntándole a los de arriba.
ANDRÉS.- Menos mal que tú no vienes de allá.
DIANA.- Ni que eso fuera pecado.
ANDRÉS.- ¿Tú crees que de haber sido tú una de ellas, yo podría tener tan gratos recuerdos de este sofacito?
DIANA.- Si te oyera alguien creería que…
ANDRÉS.- (La interrumpe) No tendría razón. Tú nunca me diste una oportunidad, (sonríe) aunque varias veces he dormido en el sofá. Me acuerdo especialmente de aquella noche en que estabas redactando una demanda de divorcio y me pediste que te ayudara a revisarla, ¡terminamos peleando como si fuéramos los implicados en el libelo!, ¿no es así como se llama? , y al final como cualquier marido regañado, ¡al sofá!
DIANA.- Era muy tarde, ¿en qué te ibas a ir?
ANDRÉS.- Diana…
DIANA.- ¿Qué…?
ANDRÉS.- Prometo no hacerte nada. Quiero hablar contigo íntimamente, distinto a las otras veces, ven…
DIANA.- (Ella se acerca) Aquí estoy, ¿y…?
ANDRÉS.- ¡Disténsate!, déjame darte un pequeño masaje en el cuello. (Comienza a distensarla)
DIANA.- Qué rico…
ANDRÉS.- Lo tienes muy tenso. ¡Suéltate! (Pausa) Así está bien… así, relájate… ¿Te sientes mejor?
DIANA.- Ujum…
ANDRÉS.- ¿Puedo preguntarte algo?
DIANA.- Ujum.
ANDRÉS.- ¿Algo fuera de lo común en nuestras conversaciones?
DIANA.- (Muy relajada y lentamente) ¿Qué quieres saber?
ANDRÉS.- Siempre hay secretos que uno jamás comparte con nadie…
DIANA.- Es cierto.
ANDRÉS.- Sobre eso te quiero preguntar. (Ella se tensa) ¡No te empieces a tensar!
DIANA.- Es que no sé por dónde vienes.
ANDRÉS.- Tranquila, entrégate… Me gustaría saber algo muy tuyo.
DIANA.- Depende… ¿A dónde quieres llegar?
ANDRÉS.- (Íntimo) A ser cómplices.
DIANA.- ¿De qué manera? (Lo mira) Estás poniendo una expresión diabólica. (Sonríe)
ANDRÉS.- Te advierto que no venía con nada pensado; es algo que se me está ocurriendo ahora.
DIANA.- ¿Qué nueva locura se te ha ocurrido ahora, Andrés?
ANDRÉS.- Cuéntame una de tus fantasías sexuales.
DIANA.- ¡Coño…! Me da pena vale.
ANDRÉS.- Relájate, ponte cómoda. Déjala pasar como una película por tu mente y me la vas contando.
DIANA.- (Se acomoda, cierra los ojos y empieza a contar) Es una mujer que no conozco, la tienen atada al suelo  en un desierto, a pleno sol. La mujer… (se corta) ¡Ay, Andrés, no me gusta este juego!
ANDRÉS.- ¿Pena conmigo…?
DIANA.- ¡Si te es tan fácil, cuéntame una tuya!
ANDRÉS.- No te preocupes, yo te contaré algo, aún, más difícil que una fantasía.
DIANA.- ¿Sí…?
ANDRÉS.- ¿Sigue, quieres? Veías a una mujer desconocida en un desierto. ¿Qué más?
DIANA.- (Hace un esfuerzo, vuelve a relajarse y a cerrar los ojos) La mujer está desnuda y hay tres hombres a su alrededor. Está atada… veo que la van a violar. El primero se dispone a hacerlo, los otros se excitan con el sufrimiento de ella. La mujer lucha, forcejea pero como está atada es inútil. Trata de gritar y entonces le meten por la boca un pañuelo inmundo; esto los hace disfrutar más. La ven totalmente desprotegida. Uno se desnuda completamente y el otro se baja el pantalón; les veo unos órganos inmensos… (Pausa) Y así… pasa lo que tiene que pasar. (Abre los ojos)
ANDRÉS.- ¿Cuál es el momento para ti más excitante?
DIANA.- En el que forcejeaba. (Aclara rápidamente) Hacía unos años que había olvidado esa fantasía.
ANDRÉS.- ¿Sí…? ¿Y cuál tienes ahora?
DIANA.- Otras. En la medida que uno evoluciona, cambian también las imágenes.
ANDRÉS.- Cuéntame otra más reciente.
DIANA.- No seas tramposo, es tu turno.
ANDRÉS.- Te prometo que después de ésta te cuento algo muy mío que deseo compartir contigo, te lo aseguro.
DIANA.- Dímelo pues.
ANDRÉS.- Luego, primero tú.
DIANA.- Tú tienes unas vainas tan raras, Andrés.
ANDRÉS.- Déjame con mis vainas, sígueme la corriente.
DIANA.- Bueno, mira…
(Se calla)
ANDRÉS.- ¡No pienses tanto!
DIANA.- ¡Chico!, estoy nerviosa… ¿Te crees que yo hablo de esto todos los días?
ANDRÉS.- Okey, está bien; tómate tu tiempo.
DIANA.- (Se sienta igual que antes y vuelve a cerrar los ojos) Bueno… Mira… me veo… Es un bar. Está lleno de hombres, todos de pie, no hay mesas ni sillas. Es un sitio reducido y cubierto por el humo de cigarrillos, hay un pequeño escenario, yo estoy arriba, sentada a caballo, en una silla. No sé si yo voy a hacer un show o qué. Lo cierto es que empiezo a sentir el deseo de los hombres, no por usarme, sino por poseerme, por hacerme cosas y darme placer. Dicen cosas sucias, las gritan, cada uno propone, me voy excitando, los veo más y más hambrientos, eso me gusta, camino, me exhibo, los hago sufrir y después que están ya todos desesperados… yo escojo con cuáles voy a acostarme. Lo hago con preponderancia, los demás tienen que callar. Siento que domino la situación. Al ser escogido los benefactores, me acuesto al borde del escenario, los tres se acercan, y yo me entrego. (Abre los ojos y lo mira) ¿Contento?
ANDRÉS.- (Entre excitado y desconcertado) Tres… qué extraño, ¿por qué aquí también son tres?
DIANA.- (Hace un ruido gutural) ¡Jum…! No me había dado cuenta. (Vuelve a comer, piensa unos momentos; luego se voltea) ¡Ahora sí es tu turno!, te toca a ti.
ANDRÉS.- Está bien, ¿empiezo ya?
DIANA.- ¡Claro!, ¿qué esperas…?
ANDRÉS.- Fue hace unos… (Saca la cuenta) 10 años, yo tenía diez y siete; había una fiestecita en la casa por el cumpleaños de papá; toda la familia se reunió; mamá había preparado la torta y los pasapalos, todo el mundo comía y bebía. Se pusieron a bailar; yo estaba aburridísimo pero por papá aguanté hasta la una de la mañana; a esa hora decidí escurrirme. Empecé a subir las escaleras como un ladroncito… cuando de pronto siento que me tocan por el hombro; pego un salto y volteo. ¡Matilde!... Alta, atractiva, pelo negro largo y abundante, un cuerpo… (Lo recuerda) Me dijo… “¿bailamos?”. Te confieso Diana, que me dio un vuelco el corazón, me aceleré.
(Transición) No contesté nada, sólo bajé el escalón que había subido y nos fuimos a bailar. Reíamos, hablamos de la parentela, de nosotros, de todo… Volvimos a bailar, comimos… Sin darnos cuenta, empezó a amanecer y ya todos se iban. Ella también se tendría que ir. Sentí angustia, ¡todo estaba a punto de terminar como en un sueño! Sorpresivamente ella me haló por un brazo y a escondidas, arriesgándose a dar un escándalo de marca mayor en Puerto La Cruz; y hasta en París si hubiéramos estado; me besó y yo, por supuesto, le correspondí. Al abrazarnos entregamos nuestras expectativas, y sobre todo, nuestros miedos. Inmediatamente, en un susurro de voz, me citó para que nos viéramos en su casa al día siguiente. 
DIANA.- ¡Oye…! ¿Por qué tanto miedo? ¿Quién era Matilde?
ANDRÉS.- ¡La hermana menor de papá!
DIANA.- ¡Coño…!
ANDRÉS.- ¡Mi tía! Respetable señora. Casada y con dos hijos.
DIANA.- ¡Madre mía!, y entonces, ¿qué pasó al día siguiente?
ANDRÉS.- Ese día y al otro y al otro nos vimos. No pudimos evitarlo. Nos veíamos a escondidas del marido y del mundo.
DIANA.- ¿El marido nunca se enteró?
ANDRÉS.- No. (Reflexiona) Aunque yo hubiera querido. (Sonríe irónico) Al tiempo, ella se divorció de él; buscaba otra cosa… Eso, sin darnos cuenta se dio entre nosotros. (Adolorido) Pero que va… Su miedo al escándalo y a la diferencia de edades pudieron más y todo terminó.
DIANA.- ¿Qué edad tenía ella?
ANDRÉS.- 12 años más que yo.
DIANA.- ¿Y… pasó todo?
(Él asiente con la cabeza)
¿Fue tu primera experiencia?
ANDRÉS.- Sí.
DIANA.- ¿Y no sentiste escrúpulos por ser ella tu tía?
ANDRÉS.- (Niega con la cabeza) Fue sublime.
DIANA.- ¿Habías hablado de esto con alguien?
ANDRÉS.- (Reservado y nostálgico) Nunca.
DIANA.- ¿Qué sucede ahora cuando se ven?
ANDRÉS.- Nada. Y mucho… Cuando coincidimos en algún sitio, siento que persiste una lucha entre acercarnos y mantenernos separados. Es… un temor a vernos, a rememorar sensaciones, quizás a flaquear… a…
DIANA.- (Lo interrumpe) ¡Ya no me cuentes más! Siento a Matilde, aquí, sentada entre nosotros.
ANDRÉS.- (Sonríe) Eso ya pasó… (Piensa) Supongo que lo que queda es una atracción  y el recuerdo de algo… ¿prohibido? (La acaricia, la separa, la mira) Ahora sólo existes tú. (La atrae hacia él, y por primera vez la besa intensamente en la boca. En el momento que la está besando… ¡suena el intercomunicador! Dos toques cortos y uno largo. Se paralizan. Voltean hacia el aparato, éste vuelve a sonar. Siempre con dos toques cortos y uno largo. Ellos se ven. Diana se para y va hacia el aparato; se detiene a mitad de camino. A estas alturas el intercomunicador suena insistentemente, sin parar. Diana tiene angustia en el rostro, Andrés temor. Ella da un paso hacia el aparato)
ANDRÉS.- (La retiene con la palabra. Trata de que reaccione) Diana.
(Ella se da vuelta y lo mira. Se miran)
No contestes.
(El intercomunicador no ha cesado de sonar, con los dos toques cortos y uno largo. Diana, ante sus palabras, mira a Andrés y mira el aparato. Se abraza con sus brazos, no se mueve. Por fin el intercomunicador se calla. No suena más. Hay un descanso. Un alivio en la escena. Sin moverse cada uno de su sitio, se relajan, vuelven a estar solos. Hay un silencio cuestionante en el ambiente)
Eres libre para escoger.
DIANA.- ¿Y la fidelidad?
ANDRÉS.- (Confundido) ¿Qué? (Reacciona) Nada.
DIANA.- ¡Cómo que nada!, ¿y lo que acabo de hacer?
ANDRÉS.- Tú no eres su esposa, ni su amante.
DIANA.- No; pero Leo y yo hemos estado saliendo. (Pausa) (Lo acusa) Yo no soy infiel, en cambio tú sí. Tú te acuestas hoy con una y mañana con otra…
ANDRÉS.- (Más sorprendido) ¿Por qué discutes si yo no te estoy acusando de nada…? ¿Quieres olvidarlo?... 
DIANA.- (Se va acercando. Más calmada…) Andrés… (Con miedo) ¿ y tú… y yo…?
ANDRÉS.- (Seguro) ¡Estamos aquí, solos! ¡Sentimos, vivimos, nos deseamos!
DIANA.- Siento una fuerza desconocida que me domina. No entiendo nada. Trato de ordenarme, de preguntarme qué pasa y no puedo contestarme nada. Miles de pensamientos, sensaciones y miedos se cruzan dentro de mí.
ANDRÉS.- ¿Y tú crees que yo no le tengo terror a esto que nos está ocurriendo?
DIANA.- Las relaciones no son objetos que se cambian según la necesidad del momento.
ANDRÉS.- No es lo que yo pretendo.
DIANA.- He dicho siempre que hay que vivir intensa pero responsablemente, ¿lo estoy haciendo?
ANDRÉS.- Deja de analizar.
DIANA.- ¿Qué quieres de mí, Andrés?
ANDRÉS.- El amor…
DIANA.- Eso es muy grande, pero etéreo.
ANDRÉS.- Amo tu piel.
DIANA.- Yo soy más que piel.
ANDRÉS.- Tu piel es el principio de todo lo que te envuelve.
DIANA.- (Temerosa) ¿Me querrías conocer tan profundamente?
ANDRÉS.- Tanto que quisiera que el tiempo se detuviera  en este instante.
DIANA.- Cada minuto es la promesa del siguiente.
ANDRÉS.- Quiero que todo esto dure para siempre.
DIANA.- Para siempre no existe.
ANDRÉS.- (Pausa) ¡Yo te amo!
DIANA.- (Impresionada, incrédula, tierna) ¿Tú oíste lo que acabas de decirme?
ANDRÉS.- Sí… así de sencillo. Te amo. Desde cuándo, no sé. ¿Por qué?, tampoco. Sólo sé que te amo. Te amo en el suspenso de un segundo. Te amo… porque aún estando conmigo me haces falta…

(Ella se le acerca, lo abraza y lo besa intensamente en la boca. Por primera vez es ella quien toma la iniciativa. Lo suelta despacio, se separa y camina directo sin apuro hacia el swiche de la luz, llega y la baja; pone luz tenue. Voltea y regresa despacio. Se detiene en frente de él. Con mucha delicadeza y ternura se quita el vestido y el sostén. Él, la mira atónito. Ella camina hacia la cama, se acuesta boca abajo. Viendo que él no reacciona, le dice…)

DIANA.- ¿No vas a venir?

(Andrés sorprendido con lo que está pasando, se desviste totalmente y camina hacia la cama, se sienta al borde de ésta. Diana se voltea y lo mira. Se quita las pantaletas. Andrés le mira el cuerpo de arriba abajo lentamente, luego la mira a los ojos. Se acerca, se besan. Él se acuesta arriba de ella; ella le acaricia la espalda, se besan, dan vueltas.
De pronto, Andrés, se sienta al borde de la cama. Ante esto, ella se incorpora un poco y pregunta…)

DIANA.- ¿Qué pasó?
(Silencio por parte de él)
¿Qué pasa, Andrés?
(Silencio)
(Él se para, se pone los interiores y el pantalón. Luego se sienta en una silla. Ante esta reacción de él, ella se tapa –con algo beige- y se le queda mirando abismada. Espera a que él reaccione y le dé alguna explicación. Como él no le habla, ella se para y desde allí le dice…)
¿No me vas a decir nada? ¿Te vas a quedar ahí, tieso?

ANDRÉS.- (Parsimonioso pero angustiado) Espera. Estoy tratando de ordenar mis ideas. Me encuentro confundido.
DIANA.- ¿Me puedo acercar? (Sin esperar respuesta se acerca) ¿No querías que hiciéramos el amor…?
ANDRÉS.- No, no es eso Diana.
DIANA.- Entonces… ¿por qué te levantaste?, ¿por qué te vestiste?
ANDRÉS.- Sé que debo decir algo. Sé que te debo una explicación; pero no sé qué decir…
DIANA.- Trata de hablar, trata de exteriorizar lo que sientes. A lo mejor así indagamos qué fue lo que pasó… si fue algo tuyo o si fue algo mío… Probablemente es una tontería y la superamos entre los dos.
ANDRÉS.- Esa eres tú que estás acostumbrada a resolverlo todo con palabras, y a veces, el silencio es el mejor aliado de estas situaciones.
DIANA.- Entonces, ¿qué se supone que deba hacer? ¿Que vaya y me acueste en silencio, que me sienta en esa silla en silencio, que me tire en el suelo en silencio? ¿Qué hago? (Él se para. Siente la presión que ella le está haciendo para que hable. Camina. Ella toma su asiento. A él se le ve mal, aprisionado, se peina con los dedos de las manos, cruza y descruza los brazos. Diana no le quita la vista de encima. Él camina hacia la puerta de la calle, soba el pomo de la misma. A Diana se le ve haciendo un gran esfuerzo por no hablar, por esperar; él regresa, sigue caminando por el salón. Ella se mueve en la silla, se tapa, se da vuelta, se para, se acomoda, se vuelve a sentar, está al borde de estallar. A él se le ve cada vez más necesitado de hablar, está luchando consigo mismo; al fin vence y con gran esfuerzo)
ANDRÉS.- ¡Por qué tenías que empezar a desvestirte!
DIANA.- (Se sorprende) ¡¿Qué?!
ANDRÉS.- ¿No podías esperar a que fuera yo el que te empezara a desvestir?
DIANA.- ¿Y qué importa si fui yo o fuiste tú?
ANDRÉS.- ¡Claro que importa!
DIANA.- Será a ti que te importa.
ANDRÉS.- ¡A mí y a cualquier hombre!
DIANA.- Pero bueno, ¿cuál es el problema? ¿Querías o no querías que hiciéramos el amor?
ANDRÉS.- ¡Claro que quería! Es cierto que te dije que te entregaras y nos dejáramos llevar, eso es lo delicioso. ¿Y qué hiciste en vez de eso?, fuiste, bajaste la luz, te acercaste, y como una “fanfatal”  empezaste a hacer un streeptease.
DIANA.- (Sorprendida) ¿Tú estás oyendo lo que me estás diciendo…? (Disgustada) ¡Qué vaina es!
ANDRÉS.- ¡Reconócelo! ¡Lo hiciste!  Desde ese momento, dejó de ser algo entre los dos.
DIANA.- ¡Lo hice para ti! ¡Por nosotros!
ANDRÉS.- ¡Falso! ¿Acaso la mujer ha cambiado tanto que hasta en la cama quiere timonear la situación? ¿O es que acaso ustedes creen que han comprado el derecho exclusivo a fantasear? El hombre es y seguirá siendo soñador a pesar de ustedes. (Pausa) Eres tú, Diana; soy yo, Andrés; no es cualquier putica de la esquina. ¡Tú y yo!, entonces el asunto no podía ser tan sencillo, tenías que ir poco a poco; nos estábamos jugando una verdadera amistad; estábamos poniendo en peligro esta vaina de quedarme a dormir en el sofá, sin ningún rollo.
DIANA.- Eres el prototipo del macho actual. Toda la inmensa amplitud teórica que pavoneas, se te desvanece cuando tienes que ponerla en práctica.
ANDRÉS.- Yo venía por esa calle lleno de ilusiones, y con cantidad de imágenes.
DIANA.- ¡Entonces, sí traías todo premeditado!
ANDRÉS.- Que estuviera dispuesto es otra cosa, pero al mismo tiempo temía… arriesgaba mucho. ¿Tú no te planteaste un posible fracaso?
DIANA.- De haberlo hecho habrías dicho que soy calculadora. Esta mañana, me diste un beso y las campanas sonaron… me dio toda esa mierda que le pasa a una cuando un hombre le llega. ¡Qué bríos los míos!, Leo ha llamado por teléfono, vino a buscarme y ¡no salí!
ANDRÉS.- ¡Yo quería que esto se iniciara y fuera para siempre!
DIANA.- ¡Acabas de pronunciar las palabras mágicas que lo destruyen todo! ¿Qué es para siempre, Andrés?, para siempre era ese instante, no un año, ni diez; ¿acaso tú sabes cuánto vas a vivir?
ANDRÉS.- Mi “para siempre” es ¡consistencia y solidez! Dejar de representar delante de una mujer el papel del gran macho viril, sin fracasos, que tiene que divertirla para levantarla.
DIANA.- ¡Ah! eso debe estar en el manual que señala, cómo obtiene los trofeos el gran macho.
ANDRÉS.- Del mismo autor de “Diana, La Feminista”.
DIANA.- Di el título completo, “Feminista Femenina”. (Transición) Mira, Andrés, entiende. Lo que yo quiero es libertad, pero no condicionada.
ANDRÉS.- Estas mintiéndote. Esa vaina trascendental que andas buscando se llama ma-tri-mo-nio. Eso es lo que tú quieres, al igual que todas las mujeres cuando uno les propone una relación.
DIANA.- Claro con esos conceptos que tienes, quieres que me sienta mal por tu fracaso. (Le reflexiona) Lo que tú necesitas es tener ante ti una mujer que se te niegue, que se dé golpes de pecho; que se haga la gran inocente; que cuando tú pretendas cogértela ella no acepte. Tú insistas y ella siga jugando al no. Hasta que, por fin, por tu hombría y potencia, ella se entrega. Quedas satisfecho y diciéndote, “ella no lo hace con todos”.
ANDRÉS.- ¡No seas necia! Me imaginé que eras diferente a esas “cretinitas”, que se andan regalando. 
DIANA.- Esas “cretinitas” como tú las llamas tienen sus motivos para hacerlo. No se trata de pertenecer a tal o cual grupo, se trata de que dejes de ver a la mujer como ciudadano de segunda; y en la pareja la aceptes a tu lado y no detrás de ti.
ANDRÉS.- ¿¡Cómo?!Pero si tú estás imposibilitada de ser hembra y compañera a la vez. Para eso tienes que querer ser mujer y no andar desesperada por tomar el rol del macho.
DIANA.- ¡Ese es tu esquema!, “este es el rol masculino y aquel el rol femenino”. Conseguir un hombre integral y buen amante a la vez es muy difícil, y tú fallas por ambos lados. ¡Ese es tu problema!
ANDRÉS.- Ahora sí comprendo tus fantasías sexuales, tú tienes que someter, tienes que castrar para poder excitarte. 
DIANA.- También yo te comprendo mejor… nunca existió nada entre tú y tu exhuberante tía, ni con Cristina, ni con ninguna otra.
ANDRÉS.- ¡No tienes la menor idea de cómo goza una mujer!
DIANA.- ¡Ah, y tú sí!
ANDRÉS.- ¡Qué necesidad había de apurarse!
DIANA.- ¿Vas a volver a lo mismo? ¿Qué quieres, que me sienta culpable, que agarre un látigo y me flagele?
ANDRÉS.- No ironices; estoy tratando de hacerte entender, ¿a ti no te encantan las palabras? Quiero decirte qué fue lo que pasó.
DIANA.- Yo soy quien te lo puede decir, ¿crees que no me di cuenta? Ahí en la cama, en el momento preciso no tuviste erección. ¡Impotente!
ANDRÉS.- Ay, Diana, no lo niego, eres inteligente. Pero con eso no me vas a joder. Porque un hombre no tenga una erección, no quiere decir que sea impotente.
DIANA.- Lo crítico de tu situación, es la razón por la que no la tuviste.
ANDRÉS.- Cada vez que tú haces el amor, ¿te coges al tipo?
DIANA.- (Amenazante) Si me vuelves a insultar, no respondo de mí.
ANDRÉS.- Lo único que te falta es ponerte pene, Diana, así serías el macho de la pareja.
DIANA.- Termínate de vestir, Andrés. Ponte tu camisa, agarra tu mierdero y lárgate. Lárgate y ojalá no te vea más nunca.
ANDRÉS.- Un momentico, que eso se dice muy fácil porque estamos en tu casa, pero de aquí no me voy hasta que no te plante cuatro.
DIANA.- ¡Me plantes cuatro qué, chico!, lo único que te falta es ponerme de alfombra y caminarme por arriba.
ANDRÉS.- Te va a dar una embolia…
DIANA.- No voy a permitir que me escupas y quedarme callada. ¡Qué bolas tienes tú!
ANDRÉS.- Se te van a reventar las venas y vas a explotar…
DIANA.- ¡Termínate de vestir, Andrés!
ANDRÉS.- Por supuesto que termino de vestirme, pero no porque me estés botando de tu casa, sino porque yo me quiero ir. El aire está viciado; aquí nada vale mierda.
DIANA.- Te estarás incluyendo, ya que todavía estás aquí dentro.
ANDRÉS.- Creo que la arrechera que tienes se te pasará masturbándote. Tú no necesitas a nadie.
DIANA.- (Camina hacia la puerta. La abre) Mira… vete. Ya no digas absolutamente nada, no te quiero oír, me repugna el verte, siento que tu carne, tu presencia, tu respiración pudren el oxígeno que me estás robando.

(Él se le queda mirando fijamente, ella también. Reto. Silencio. Tensión. Luego, él se dirige a la puerta con paso firme, seguro; abre la reja y sale –Por el impulso con que la abre, la reja misma se cierra- Allí se tropieza con Bety, quien le abre paso para que él siga su camino. Al mismo tiempo que se cierra la reja, suena el intercomunicador; dos toques cortos y uno largo –se mantendrán los toques de esa forma y pacientemente hasta que el último serpa sostenido y se callará junto con el apagón final-.
Bety queda del lado de afuera de la reja, viene vestida con traje negro, sexy. Se ve muy mal; el rimmel corrido, despeinada, pálida. Por un instante se nota su intención de abrir la reja, pero reflexiona ante la escena de la salida de Andrés y la actitud que está viendo en Diana. Agotada se aferra a la reja en señal de derrota.
Diana ha quedado estática. Se abraza con sus brazos al oír el intercomunicador, no lo atiende. Se ve muy frustrada. Poco a poco irá disminuyendo la intensidad de las luces e irá brillando una especialmente sobre el vestido, que quedará por unos segundos iluminado, y luego vendrá el apagón final.)


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