LA VIRGEN
DEL
CARMEN
(Las
mismas y Felicia)
(Teresa
y Felicia)
Personajes:
Teresa
Doña Carmela
Felicia
Tulita
Jacinto
Don Ramiro
González
ACTO
PRIMERO
(Sala sin muebles. En la
pared del fondo, en alto, un retrato grande de hombre.- Puertas laterales y al
foro.- Mañana, entre las once y media y las doce).
Escena Primera
(Teresa
entra, por la derecha. Tras ella, a poco, Doña Carmela)
TERESA.-
Dios mío, ¡cómo dejaron la sala!
DOÑA
CARMELA.- ¿Se fueron ya?
TERESA.-
No tenían nada más que llevarse. Sí, han podido llevarse también el retrato de
papá. Hay que agradecerles que lo hayan dejado.
DOÑA
CARMELA.- ¿Qué iban a hacer con él?
TERESA.-
Si en el otro mundo se enteran de lo que pasa en éste, ¡cómo estará sufriendo
papá!... Sus muebles, los muebles que él tanto quería.
DOÑA
CARMELA.- Con razón, los muebles de nuestro matrimonio.
TERESA.-
¿Te acuerdas de cómo se ponía de furioso cuando tío Ramiro le decía que los
cambiara porque ya no estaban a la moda?... Y ya viste con qué facilidad se los
llevaron hoy.
DOÑA
CARMELA.- Después de todo, no sé qué irán a hacer con ellos.
TERESA.-
No faltará quien los compre. Son muebles de otra época, de los que no se
fabrican hoy; además, están bien conservados. Y suceder esto precisamente el
día de mi santo… ¿Cómo recibir a nadie?... ¿Cuándo iba yo a suponer que Dios
iba a darme esta cuelga?
DOÑA
CARMELA.- No digas disparates. Dios no se mete en estas cosas. No hay que
desalentarse. Ya verás cómo a Virgen del Carmen nos saca del paso, como nos ha
sacado siempre.
TERESA.-
Y pensar que aún nos falta lo principal. Cuando llegue Jacinto y se entere de
esto, ¡cómo se va a poner de furioso! Es capaz de salir en busca de ese hombre
para insultarlo. Tal vez intervenga la policía, porque es hombre influyente, y
hasta perderá el empleo. Lo más discreto es cerrar la puerta de la sala para ir
preparándolo poco a poco. (Cierra la puerta del foro).
DOÑA
CARMELA.- Lo que no comprendo yo es por qué ha sucedido esto.
TERESA.-
Yo sí. Debemos. No hemos podido pagar en los últimos cuatro meses siquiera los
intereses. Se cansó de esperar. Tal vez supo que Jacinto ya estaba empleado y
como no ha empezado a pagarle…
DOÑA
CARMELA.- Era lo primero que pensaba él hacer al concluir de pagar el traje que
compró, porque lo necesitaba con urgencia. Recuerdo que él no quería hacer
todavía ese gasto.
TERESA.-
Yo fui la primera en aconsejarle que lo hiciera. No era un gasto inútil. ¡Cómo
iba a presentarse mal trajeado en esa oficina, entre tanta gente distinguida,
entre tanta señorita de lo mejor de nuestra sociedad!
DOÑA
CARMELA.- Y la suerte que tuvo.
TERESA.-
Verdaderamente. A los tres días de haber empezado a salir el aviso en que
ofrecía sus servicios ya viste cómo lo llamaron.
DOÑA
CARMELA.- Lo que te he dicho siempre. La Virgen del Carmen siempre
favoreciéndonos.
(Entra
Felicia, por la derecha. Trae un florero, en un platón)
Escena
Segunda
TERESA.-
¿Eso qué es, Felicia?
FELICIA.-
Un regalo de la niña Elvirita.
DOÑA
CARMELA.- ¡Qué lindo!... Japonés.
TERESA.-
Esto sí que hay que agradecerlo. El último día de su santo no pude enviarle
nada y ven ustedes, ¡cómo se acuerda!
FELICIA.-
¿Qué cómo está pasando su día?
TERESA.-
Dile lo primero que se te ocurra y que muchas gracias. Dale un bolívar a la
persona que lo trajo. (Sale Felicia y vuelve, a poco). Que ¿cómo estoy pasando
mi día?... Si ella supiera cómo está mi alma. (A Felicia) ¿Qué le dijiste?
FELICIA.-
Pues que está pasando su día muy bien.
TERESA.-
A todo el que venga le dices lo mismo. ¿Para qué imponer a nadie de nuestras
angustias?
FELICIA.-
Le mandó a decir que esta noche vendría a saludarla.
TERESA.-
Esto sí que es grave. ¿Cómo vamos a recibirla?
DOÑA
CARMELA.- ¡Qué calamidad! (Sale triste, desalentada, por la derecha)
TERESA.-
Ya se me ocurrió lo que debemos hacer. Después que venga Jacinto, como él no
tiene a qué salir esta tarde porque es sábado, cerramos la puerta de la calle.
¿No te parece?
FELICIA.-
Será lo mejor?
Escena
Tercera
TERESA.-
Felizmente, nadie como que se impuso en la cuadra de lo de los muebles.
FELICIA.-
La única, seguramente, la señora que vive en la esquina, al lado de la Botica.
La ventana está siempre abierta. Se conoce que no tiene nada que hacer.
TERESA.-
Y hasta ahora no hemos logrado saber quién vive en esa casa. La verdad es que
no nos hemos propuesto. Como no nos interesa.
FELICIA.-
Lo único que he logrado averiguar fue lo que le dije, lo que me dijo el
boticario. Una mujer que vive con un extranjero. Él no sabe cómo es la mujer.
Una de tantas, de seguro.
TERESA.-
Con tal no se vaya a dar los escándalos que daba la que estuvo viviendo ahí
anteriormente. ¿Te acuerdas?
FELICIA.-
Ésta como que no es así. Por lo menos es más discreta. La otra abría la ventana
de par en par. Ésta se oculta detrás de la celosía.
TERESA.-
¡Qué suerte tan negra la de esa casa!... No se muda ahí ninguna persona que
merezca la pena, ninguna mujer, por lo menos. La verdad es que, después de
todo, nosotros no tenemos el derecho de criticar a nadie. Es muy fea la mancha
que tenemos en la familia.
FELICIA.-
Ese recuerdo, ¿a qué viene?
TERESA.-
¿Sabes por qué me he acordado, de pronto, de Carmen? Porque ahora desearía
estar como ella.
FELICIA.-
No diga disparates, niña.
TERESA.-
A pesar de los desastres de su vida, mi hermana es más feliz que yo. Por lo
menos, está libre de las angustias que hoy estamos pasando.
FELICIA.-
Pero tiene otras mortificaciones, de seguro.
TERESA.-
Apostaría cualquier cosa a que no tiene ninguna. Su carácter fue siempre tan
distinto del mío. Nunca se preocupó por nada. Se casó con un hombre frívolo,
sólo porque era un buen mozo y viste cómo la engañó.
FELICIA.-
Pero no debió hacer lo que hizo. Irse con el primer hombre que encontró. Ha
debido volver para acá.
TERESA.-
Le dio pena, después de la oposición tan enérgica que le hizo papá a su
matrimonio. Temió que no la recibieran.
FELICIA.-
Una verdadera loca.
TERESA.-
¿No has vuelto a verla?
FELICIA.-
No quisiera volver a verla. Como la conocí desde chiquita. Pero como le dije, a
pesar de los malos ratos que, de seguro, ha pasado, está todavía muy bonita.
TERESA.-
Pero lo que yo te decía de su carácter despreocupado. No tuvo escrúpulo en
acercarse a ti.
FELICIA.-
Si fui yo quien me acerqué a ella. Ella, al verme, se ocultó en un zaguán. No
quiso decirme dónde vivía. Sólo me dijo que el hombre con quien está ahora la
trata como a una reina.
TERESA.-
¿Y no tuvo escrúpulo en hablarte de eso?... ¿No ves que es una falta de
pudor?... Felizmente tuvo el talento de quitarse el apellido tan decoroso que
nos dio papá… Pero, ¿a qué empeñarnos en recordar esas cosas tan desagradables
en presencia de él? (Por el retrato). Tal vez nos oye. (Se oye una voz
adentro). ¿Quién está ahí? Como que es el tío.
FELICIA.-
Es su voz. Y como que viene acompañado.
TERESA.-
Ahora sí podemos decir que nos embromamos. Ahora sí va a saber todo el mundo lo
que nos sucede. Vente. Lo mejor es dejarlo solo.
(Salen
ambas, por la derecha)
Escena
Cuarta
(Don
Ramiro entra por la puerta del foro. Tras él González)
DON
RAMIRO.- (Dando golpes en la puerta con un bastón y gritando) Carmela… Teresa…
Felicia… Como que no hay nadie aquí… Se roban la casa… Pasa.
GONZÁLEZ.-
No creía que la casa fuera tan grande.
DON
RAMIRO.- Y así, como la sala, son todos los cuartos. Ya los verás.
GONZÁLEZ.-
Es una sala como para dar una fiesta.
DON
RAMIRO.- Y hasta para un velorio. Aquí cabe perfectamente bien una urna… una
urna de tu tamaño.
GONZÁLEZ.-
Siempre con tus ideas fúnebres.
DON
RAMIRO.- Luego, la calle no puede ser más céntrica. Todo está cerca. A media
cuadra, un botiquín muy bien surtido.
GONZÁLEZ.-
Que nunca visitaré.
DON
RAMIRO.- No seas hipócrita. Te tomas tus traguitos de vez en cuando. ¿Para qué
negarlo?... No soy espía… Si te enfermas, pues tienes cerca una farmacia y
varios médicos. Si te agravas y quieres prepararte a bien morir, pues en la
esquina de más abajo tienes una Capilla. Y si te mueres, pues a la vuelta
tienes una Agencia Funeraria.
GONZÁLEZ.-
Si vas a seguir en ese tono me voy.
DON
RAMIRO.- Pero, ¿qué sucede en esta casa?... No hay nadie quien atienda…
Carmela… Teresa… Felicia…
(Entra
Doña Carmela, por la derecha)
Escena
Quinta
(Los
mismos y Doña Carmela)
DOÑA
CARMELA.- Buenos días.
DON
RAMIRO.- Un amigo… Mi cuñada.
GONZÁLEZ.-
Perdóneme que haya venido a molestarla. Acaba de llamarme mi mujer a la oficina
para decirme que estaban desocupando la casa y me valí de mi amigo Ramiro para
venir a verla.
DON
RAMIRO.- Mejor no la encuentras. El corral, sobre todo, es algo fantástico.
Matas de mango, matas de naranja. Hay sitio hasta para criar un marranito. Yo
sé que a tu mujer le gusta… No te preocupes. Por mí no se sabrá nada. Luego, la
circunstancia de que con un pequeño esfuerzo puedes lograr que te la dejen en cien
bolívares.
DOÑA
CARMELA.- Lo único lamentable es que aún no hemos pensado en mudarnos.
DON
RAMIRO.- Sin embargo, su mujer le dijo que había visto sacando los muebles. Y
la prueba de que es verdad es que no están aquí.
DOÑA
CARMELA.- Los muebles se los llevaron porque Jacinto resolvió comprar otros.
DON
RAMIRO.- Eso es inconcebible. Si en vida de mi hermano nunca se atrevieron a
hacer eso porque sabían lo encariñado que estaba él con sus muebles, los
muebles de su matrimonio, ahora, después de muerto, cuando su voluntad merece
mayor respeto…
GONZÁLEZ.-
(Interrumpiendo a Don Ramiro, avergonzado de su impertinencia) Señora, una vez
más le digo… mejor le ruego que me perdone que haya venido a molestarla.
DOÑA
CARMELA.- Al contrario. He tenido el placer de conocerlo.
(Entra
Tulita, por el foro)
Escena
Sexta
(Los
mismos y Tulita)
TULITA.-
Buenos días. Perdóneme que me meta así, sin hacerme anunciar.
DOÑA
CARMELA.- Ya sabe usted que está en su casa.
DON
RAMIRO.- Hacía tiempo que no tenía el gusto de verla. ¿Qué se hace usted? No
tenía el gusto de charlar con usted desde la última fiesta de caridad.
TULITA.-
Ah, no quisiera acordarme de eso. Aquellos dos señores, en plena fiesta,
dándose mojicones. Y uno de ellos diplomático.
DON
RAMIRO.- Sí, aquello fue verdaderamente desagradable.
TULITA.-
Después de eso he comprendido por qué las reseñas de las fiestas sociales
terminan siempre con esta coletilla: “El acto discurrió en medio de la mayor
cordialidad”. Porque no todos discurren así.
DON
RAMIRO.- La misma Tulita de siempre, la ingenuidad misma. Pero, ¿no se conocen
ustedes? Eduardo González.
GONZÁLEZ.-
Tanto gusto.
TULITA.-
Pues yo sí. Hace de eso más de un año. La última vez que nos visitó la viruela.
DOÑA
CARMELA.- Sí, justamente, hace más de un año.
GONZÁLEZ.-
Pues, francamente, no recuerdo.
TULITA.-
¿Cómo no se va a acordar? Nos encontramos en el tren de Los Teques. Me pidió el
policía mi certificado de vacuna y como no lo llevaba le arrebaté el suyo, para
salir del paso.
GONZÁLEZ.-
Ahora recuerdo.
DON
RAMIRO.- Eso son los favores que hay que agradecer. Se hacen y le cuesta a uno
trabajo acordarse de ellos.
DOÑA
CARMELA.- Si la hubieran descubierto, ¡qué chasco tan serio!
TULITA.-
Nada me hubiera sucedido. A las mujeres, en la antigüedad nos trataban como
esclavas; en la Edad Media, llegaron hasta a divinizarnos, y en los tiempos
modernos nos tienen miedo.
GONZÁLEZ.-
Tiene gracia eso.
(Asomase
Felicia, por la derecha)
DOÑA
CARMELA.- Con el permiso. Ya vengo. Voy a ver qué quiere Felicia.
(Sale
y vuelve, a poco)
DON
RAMIRO.- ¿Y la pintura cómo está, Tulita? (A González) Si vieras las maravillas
que hace.
GONZÁLEZ.-
¡Cómo me gustaría verlas!
TULITA.-
No quisiera hablar de eso. Estoy tan desalentada.
DON
RAMIRO.- ¿Por qué?... Cuando se nace con genio.
TULITA.-
Es usted demasiado galante, Don Ramiro.
DON
RAMIRO.- No. Es la verdad. No exagero.
GONZÁLEZ.-
¿Por qué ese desaliento, entonces?
TULITA.-
Lo que más me gusta es el desnudo. Y como no se consiguen modelos, he tenido
que resignarme a pintar animales.
DON
RAMIRO.- La verdad es que los animales no tienen pena de que los vean desnudos.
TULITA.-
Este Don Ramiro, siempre con sus cosas.
(Entra
Doña Carmela)
DOÑA
CARMELA.- Por lo visto, va a ser necesario poner un aviso en los periódicos o
un cartel en la puerta de la calle.
DON
RAMIRO.- ¿Qué sucede?
DOÑA
CARMELA.- Una señora empeñada en ver la casa porque quiere alquilarla.
TULITA.-
Al que venga, sea quien sea, que ya está comprometida. Mamá salió a hablar con
la Agencia.
DOÑA
CARMELA.- Pues perderá su tiempo. Todavía no hemos pensado en mudarnos.
DON
RAMIRO.- El amigo González vino a lo mismo.
TULITA.-
La muchachita de casa nos dijo que había visto sacar los muebles. Y no están
aquí.
DOÑA
CARMELA.- Se los llevaron porque hemos resuelto comprar otros.
TULITA.-
Una feliz idea. Nunca quise decirle nada a Teresa porque no me gusta mortificar
a nadie. Pero ya estaban muy fuera de moda. Hay que vivir al ritmo del tiempo, ¿verdad,
Don Ramiro?
DON
RAMIRO.- Cuando usted lo dice.
DOÑA
CARMELA.- ¿Y ustedes piensan mudarse? Creía que en la casa donde viven estaban
muy cómodas.
TULITA.-
Hasta hace poco sí. Pero de algunos días para acá nos estamos sintiendo tan
mal. Se mudó al lado una familia tan vulgar. En el día no dan nada que sentir.
Hay que hacerles justicia. Pero en la noche, ¡qué cosa tan horrible! Pleitos,
gritos, hasta malas palabras.
GONZÁLEZ.-
Es algo verdaderamente desagradable.
TULITA.-
Por la criadita pudimos saber lo que sucede. La mujer tiene la mala costumbre
de roncar.
DON
RAMIRO.- No creo yo que con roncar se cometa ningún delito.
TULITA.-
Pero el marido, que es un salvaje, la ha amenazado con estrangularla si la
sorprende roncando.
DON
RAMIRO.- ¡Qué bestia!
DOÑA
CARMELA.- ¡Pobre mujer! La considero.
TULITA.-
Y a nosotros también debe considerarnos. Las noches que pasamos no pueden ser
peores. La pobre mujer gimiendo y llorando y nosotras pendientes del grito
desgarrador de la estrangulación.
GONZÁLEZ.-
Bueno, Ramiro, yo me marcho.
TULITA.-
Yo me voy también. Saludos a Teresa.
DON
RAMIRO.- No los acompaño. Hacia bastante tiempo que no venía por aquí.
TULITA.-
(A González) Nos vamos juntos entonces.
(Sale
Doña Carmela, por la puerta del foro, a acompañar a Tulita y a González.
Vuelve, a poco).
Escena
Séptima
(Don
Ramiro y Doña Carmela)
DON
RAMIRO.- Por fin, ¿qué es eso de los muebles?... No me satisface eso de que se
los hayan llevado para cambiarlos.
DOÑA
CARMELA.- No era posible decir la verdad ante personas extrañas. Se los llevó
en Tribunal.
DON
RAMIRO.- ¿El Tribunal?... No entiendo una jota.
DOÑA
CARMELA.- Se los llevaron a causa de un embargo.
DON
RAMIRO.- Tribunal. Embargo. Es la primera vez que oigo esas palabras en nuestra
familia, en la familia Esparragosa.
DOÑA
CARMELA.- ¿Qué quiere usted? La necesidad obliga a hacer cosas que uno no
quiere hacer. Hubo que contraer una
deuda. Últimamente, no hemos podido pagar ni siquiera los intereses. Jacinto,
el pobre, ahora fue cuando pudo conseguir trabajo.
DON
RAMIRO.- Pero su hermano Pancho tiene. ¿O es que se ha desentendido de ustedes?
DOÑA
CARMELA.- ¡Qué va a tener Pancho! Con cinco hijos.
DON
RAMIRO.- Cinco hijos en cuatro años. No sé
a dónde va a llegar con tanta prisa.
DOÑA
CARMELA.- La culpa no es suya.
DON
RAMIRO.- En gran parte sí. Se conoce que está fallo en aritmética. Lo primero
que debe hacer un hombre cuando se casa es calcular el número de criaturas que
puede traer al mundo. Pero dejando a un lado esas consideraciones, ¿cuál es el
origen de esa deuda?
DOÑA
CARMELA.- La enfermedad de mi marido, una enfermedad larga, como usted sabe.
Luego los gastos del entierro…
DON
RAMIRO.- Que fue algo verdaderamente solemne, según vi en los periódicos. No
fueron pocas las cartas de pésame que recibí. Y eso fue lo único que me consoló
de no estar aquí, al lado suyo. Pero se me ocurre en este momento que estoy
perdiendo el tiempo. El apellido Esparragosa está figurando en un expediente
por cobro en bolívares. Tal vez salga mañana en la crónica de tribunales. Pero
no. Hay que evitar eso a todo trance. No hay tiempo que perder. Los muebles
pueden recobrarse. Pero, ¿cómo se repone uno del descrédito que acarrea siempre
un embargo?... Volveré luego. Por el momento lo que hay que evitar es esa cosa
verdaderamente horrible: que el público sepa que un Esparragosa ha sido
embargado. (Sale, presuroso, por el foro).
Escena
Octava
(Doña
Carmela y Teresa, que entra por la derecha. Luego Felicia)
TERESA.-
Se fue ya, felizmente. No sé cómo he podido contenerme.
DOÑA
CARMELA.- ¿A dónde fuiste?
TERESA.-
A buscar a Jacinto, al Banco, temiendo que al enterarse del embargo fuera a
cometer una indiscreción.
DOÑA
CARMELA.- ¿Está ahí?
TERESA.-
Se quedó más arriba, conversando con un señor que lo llamó, un extranjero.
DOÑA
CARMELA.- ¿Le contaste lo sucedido?
TERESA.-
Ya lo sabía. Alguien le avisó por teléfono. Él no sabe quién. El recado se lo
dejaron con la señorita que atiende el teléfono.
DOÑA
CARMELA.- ¿Furioso, por supuesto?
TERESA.-
Su primer impulso fue salir inmediatamente a insultar a ese hombre, pero
comprendió luego que no le faltaba razón. Ha esperado mucho. Ni siquiera una
cartica de excusa. Y quedamos convenidos de que saldríamos ahora él y yo a
contratar unos muebles, a plazo. Como ya tiene con qué responder. Parece que el
habilitado del Banco lo aprecia y no pondrá reparo en salir de fiador.
DOÑA
CARMELA.- Lo que te dije. La Virgen del Carmen no podía dejarnos desamparados.
Hay que decírselo a Felicia. (Llamando) Felicia…
TERESA.-
¿No está aquí?... ¿Para dónde habrá salido?... Ojalá no se aleje, porque
tenemos que almorzar temprano.
DOÑA
CARMELA.- (Llamando) Felicia… Felicia…
(Entra
Felicia, por el foro)
FELICIA.-
Les manda a decir el niño Jacinto que no lo esperen a almorzar y que no se
preocupen. Se fue con un señor. Parece extranjero.
DOÑA
CARMELA.- ¿Para dónde fue? ¿No te dijo?
FELICIA.-
Sólo me dijo eso. Al asomarme a la puerta me llamó.
TERESA.-
Que no nos preocupemos. Como si eso fuera tan fácil, conociendo su carácter…
Que no nos preocupemos. Tal vez va a buscar a ese hombre para pelear con él.
DOÑA
CARMELA.- Ya extrañaba yo que hubiera quedado tan tranquilo.
TERESA.-
Ah, hombres. Todos iguales.
DOÑA
CARMELA.- ¡Qué calamidad!
(Se
oye que tocan)
TERESA.-
(A Felicia, que sale por el foro y vuelve, a poco) Si es algún extraño, que no
estamos aquí. Y lo mejor como que es cerrar la puerta de la calle.
FELICIA.-
Asómese, niña, para que vea qué lindo.
DOÑA
CARMELA.- (Asomándose, junto con Teresa) Un ramo, ¿de quién?
TERESA.-
(Saliendo y volviendo, a poco) ¿De quién va a ser?... Del Doctor Vargas. Le he
dicho que no, que no piense en mí, se lo he dicho claramente. Y no desiste.
DOÑA
CARMELA.- El pobre. Se conoce que está verdaderamente enamorado.
TERESA.-
(A Felicia) Dale un bolívar al que lo trajo. Y que muchas gracias.
DOÑA
CARMELA.- Es una preciosidad. ¡Qué rosas tan lindas!
TERESA.-
(A Felicia) No, no lo traigas para acá. Déjalo en el corredor. Aquí, en la
sala, haría muy mal papel.
FELICIA.-
Que vendrá esta noche a saludarla. (Sale, por el foro)
TERESA.-
Era lo que faltaba. Él no se figura cómo estamos de miserables, sin tener una
silla donde recibirlo.
DOÑA
CARMELA.- No te preocupes, hija. Ya verás cómo la Virgen del Carmen nos saca
del paso.
Telón
Lento
ACTO
SEGUNDO
(Comedor
de casa humilde. Puertas laterales y al foro. Las tres de la tarde)
Escena
Primera
(Doña
Carmela, Jacinto y Felicia)
FELICIA.-
(A Jacinto) ¿Otra tacita de café?
JACINTO.-
Gracias, Felicia. ¡Qué diferencia! El café que sirvieron en el restorán no
podía ser peor. La verdad es que después de haber tomado el tuyo…
DOÑA
CARMELA.- ¿Teresa?
FELICIA.-
Terminando de hacer la torta.
JACINTO.-
Hay que comprar una botella de vino. Hay que obsequiar al Doctor Vargas, porque
seguramente viene.
FELICIA.-
Si quiere, voy yo misma a buscarla.
JACINTO.-
Sí, es lo mejor. A ti no te engañan. Oporto, del mejor.
DOÑA
CARMELA.- Y unos dulces, caramelos, almendras. Los muchachos de Pancho no
tardan en presentarse. Es raro que no hayan venido todavía.
FELICIA.-
Más vale así. Se habrían impuesto de lo de los muebles, y a los muchachos hay
que tenerles miedo.
JACINTO.-
Tienes razón. A los muchachos hay que verlos desde lejos, como a los cuadros.
(Dándole un billete de Banco) Supongo que con esto te alcanza.
FELICIA.-
Y sobra. Veinte bolívares.
JACINTO.-
Procura que el Oporto sea del mejor. Y lo que sobre para ti. Hace tiempo que no
te hago un buen regalo.
FELICIA.-
Con la intención basta, niño.
Escena
Segunda
(Doña
Carmela y Jacinto)
DOÑA
CARMELA.- Lo que menos pensabas. Almorzar en la calle.
JACINTO.-
Sobre todo, que me invitara quien me invitó. Porque hay que saber la fama de
malcriado que tiene Míster William entre caso todos los empleados del Banco.
DOÑA
CARMELA.- Recuerdo que a ti también te causó mala impresión al principio.
JACINTO.-
No había tenido ocasión de tratarlo. Un hombre serio, reservado, poco amigo de
intimar con nadie. Pero, en el fondo, un perfecto caballero. Además, es el
hombre de confianza de Míster Turner.
DOÑA
CARMELA.- Lo que son las cosas. Si no hubiera sido por el embargo…
JACINTO.-
Ah, si ese canalla supiera todo el bien que me ha hecho con su procedimiento
tan brutal.
DOÑA
CARMELA.- No hay mal que por bien no venga.
JACINTO.-
Ahora sí podemos decir que vamos a vivir tranquilos. Porque deberle al Banco es
como no deber. El anticipo que me han hecho tengo la ventaja de poder pagarlo
con toda comodidad. Con la circunstancia de que, según me dijo Míster William,
cuando no pueda no abone nada.
DOÑA
CARMELA.- Pero debemos procurar hacerlo siempre.
JACINTO.-
Es mi deber. Primero, para salir lo más pronto posible de ese compromiso;
luego, por tratarse de un favor que no esperaba, que nunca me hubiera atrevido
a solicitar. Lo que sí desearía yo saber es cómo llegó a noticia a Míster
Turner lo que me sucedía. Eso me tiene intrigado.
DOÑA
CARMELA.- Es bien raro, verdaderamente, que se haya impuesto sin haberle dicho
tú nada.
JACINTO.-
Te repito que nunca lo hubiera intentado, no habría podido hacerlo. Cuestión de
carácter. Luego, lo difícil que es hablar con él. Figúrate que, a veces, entra
por la puerta del servicio para que no lo vean. Es un hombre muy raro.
DOÑA
CARMELA.- Es bien extraño eso.
JACINTO.-
Aunque ya supongo lo que sucedió. Al darme la noticia por teléfono. ¿Quién? No
sé. La señorita no ha podido decirme.
DOÑA
CARMELA.- ¿Quién sería?
JACINTO.-
Algún desocupado. Para dar malas noticias siempre hay gente dispuesta. Lo
cierto es que al saber yo lo del embargo, pensando cómo estarían ustedes de
alarmadas, mi primer impulso fue dejar lo que estaba haciendo y salir a buscar
a ese canalla, para insultarlo.
DOÑA
CARMELA.- Bonita cosa hubieras hecho.
JACINTO.-
Le pedí prestado un revólver a Ramírez.
DOÑA
CARMELA.- ¡Qué horror!
JACINTO.-
Ramírez es uno de los compañeros con quien tengo más confianza. Le dije lo que
me sucedía. Por él, a pesar de su carácter tan belicoso, amigo de arreglarlo
todo a los puñetazos, me aconsejó que me dejara de eso. Iba a provocar un
escándalo. Y los escándalos por cuestiones de dinero son siempre feos. Luego me
di cuenta de que, al fin y al cabo, a ese hombre no le faltaba razón. Ha
esperado demasiado.
DOÑA
CARMELA.- Pero no ha debido proceder así.
JACINTO.-
Ya me había amenazado con hacerlo. Nada había querido decirles por no
alarmarlas. Seguramente Ramírez fue quien le contó la cosa a Míster William y
éste a Míster Turner. Al llegar el lunes le pregunto.
(Entra
Teresa, por la derecha)
Escena
Tercera
(Los
mismos y Teresa, por la derecha)
TERESA.-
La torta quedó estupenda.
JACINTO.-
¿De qué es?
TERESA.-
No te digo. Es una sorpresa. Te advierto que es la primera vez que la hago.
JACINTO.-
¿Un improntu?
TERESA.-
No. Me he valido de una receta de cocina que me regaló el Doctor Vargas.
JACINTO.-
¿Conque te regaló un libro de cocina?... Nada me habías dicho.
DOÑA
CARMELA.- Averiguó, de seguro, que a Teresa le gusta cocinar.
JACINTO.-
Y que lo hace a las mil maravillas. Lo lamentable es que no conozca aún tus
habilidades. Hay que invitarlo a comer un día de estos.
DOÑA
CARMELA.- Cuando podamos comprar una vajilla nueva.
JACINTO.-
Primeramente Dios, pronto podremos comprar cuanto nos hace falta.
DOÑA
CARMELA.- ¿Qué hora es?
TERESA.-
Mamá está inquieta, nerviosa.
JACINTO.-
Es natural. Es lo que me ha molestado más de ese canalla. Haber venido a
molestarlas a ustedes, a importunarlas, a mamá, sobre todo, que está tan
delicada.
DOÑA
CARMELA.- Ya me parece que no llega la hora de volver a ver nuestros muebles.
JACINTO.-
Pues no hay que tener ningún temor. El depositario está citado para las tres y
media. A esa hora irá Míster William al Tribunal a entregar el dinero.
TERESA.-
Otro favor que te han hecho. Librarte de tener que verla la cara a ese hombre.
JACINTO.-
Lo agradezco, sí. No hubiera podido contenerme.
TERESA.-
(A Doña Carmela, que está cabeceando) ¿Por qué no te acuestas, mamá?... Hoy no
has dormido tu siesta de costumbre.
JACINTO.-
Sí, acuéstate un ratico siquiera. Al llegar los muebles te avisamos.
DOÑA
CARMELA.- Sí, voy a costarme un ratico. Pero por si ustedes se descuidan, voy a
encargarle a Felicia que me despierte. (Llamando) Felicia… Felicia… (Sale por
la derecha, y vuelve a poco).
JACINTO.-
No la he visto entrar. Se ha tardado.
TERESA.-
¿A dónde fue?
JACINTO.-
A comprar una botella de vino Oporto, para obsequiar al Doctor Vargas. Ese ramo
tan lindo bien lo merece.
TERESA.-
Ojalá que no viniera.
JACINTO.-
¿Por qué?... Es un hombre que merece la pena.
TERESA.-
Después de lo que le sucedió a Carmen…
JACINTO.-
Ni tú eres como Carmen ni el Doctor Vargas es como el otro. A la legua se
conoce que es un hombre serio. Basta un detalle para saber cómo piensa. Otros
novios regalan novelas, libros de versos. Él te regaló un libro de cocina.
TERESA.-
Si vas a tomarlo a broma.
JACINTO.-
No, no es broma. Es la pura verdad. Lo primero que debe saber una esposa modelo
es cocinar.
(Doña
Carmela entra, por el foro)
DOÑA
CARMELA.- ¿Qué le habrá sucedido a Felicia? Se ha tardado.
JACINTO.-
Hay mucha gente, de seguro. Sin embargo, voy a acercarme al botiquín.
DOÑA
CARMELA.- Ah, ya está aquí. Cuidado como se olvidan de despertarme.
(Sale,
por la derecha)
Escena
Cuarta
(Jacinto
y Teresa)
JACINTO.-
¡La pobre vieja!... Cada día la noto más flaca.
TERESA.-
Lo peor del caso es que no quiere que la vea ningún médico.
JACINTO.-
La dolencia de ella no es del cuerpo sino del alma. Madre, al fin, no se
resigna al desastre de nuestra hermana. Saber que existe y que no se acuerda de
ella para nada. Ni siquiera una cartica, una frase de cariño. Y pensar que era
la hija que más quería. Lo de Carmen no tiene perdón.
TERESA.-
Pero ese empeño tuyo de recordar cosas tan tristes. Sobre todo en estos
momentos.
JACINTO.-
Tienes razón. Después de todo, ¿qué se gana con eso? (Se oye una voz de hombre)
¿Cómo que es el tío?
TERESA.-
¿Qué vendrá a buscar?... A molestar, otra vez, de seguro, con sus
impertinencias.
JACINTO.-
Nos embromamos. Ahora sí va a saber todo el mundo lo del embargo.
TERESA.-
Si ya vino esta mañana. ¿No te dijo mamá?
JACINTO.-
Como ella sabe que me disgusta que venga a esta casa.
TERESA.-
Lo que más le preocupa es que el público se entere, por la crónica judicial, de
que a un Esparragosa lo han embargado.
JACINTO.-
Ridículo. Otras cosas debían preocuparlo más. Si pregunta por mí, que no estoy.
(Sale, por la derecha)
Escena
Quinta
(Teresa
y Don Ramiro)
DON
RAMIRO.- ¿Jacinto?
TERESA.-
Salió.
DON
RAMIRO.- Supongo que no sería para el Banco. Hoy es sábado inglés.
TERESA.-
Si salió era porque algo tenía que hacer.
DON
RAMIRO.- No es esa la manera de contestarle a un tío.
TERESA.-
¿Qué otra cosa quiere usted que le diga?
DON
RAMIRO.- Hubiera deseado encontrarlo. Se trata de algo que, tal vez le
interese. Porque no creo que esa sala vaya a quedar así eternamente. Una sala
sin muebles es algo que inspira miedo y lástima, al mismo tiempo.
TERESA.-
Pues con no volver.
DON
RAMIRO.- Eso desearía yo. No volver por aquí. Yo sé que en esta casa no soy
persona grata.
TERESA.-
No veo el motivo.
DON
RAMIRO.- Sí, no soy persona grata. Pero no puedo dejar de venir. Me une a
ustedes el recuerdo de mi hermano, que tampoco me quiso mucho.
TERESA.-
Si usted se empeña en que nadie lo quiere…
DON
RAMIRO.- En fin, ¿qué se hace? Lo que quería decirle a Jacinto es que he sabido
de una persona que vende unos muebles, baratísimos y mucho mejores que los que
ustedes tenían. Yo podría servirles de fiador.
TERESA.-
Por mi parte, le agradezco su deseo de servirnos, tío. Pero debo decirle que si
Jacinto resolviera comprar otros muebles ya tiene fiador. El Gerente del Banco
se le ha ofrecido espontáneamente para ayudarlo en todo lo que necesite.
DON
RAMIRO.- Ya sabía yo que Míster Turner es un perfecto caballero.
TERESA.-
Por lo menos, un hombre que sabe apreciar bien al que se porta bien.
DON
RAMIRO.- Desearía toparme con él algún día para darle las gracias por las
atenciones que dispensa a mi sobrino.
TERESA.-
No creo que tenga usted nada que agradecerle. Ni Jacinto tampoco mucho. Hay que
tener su poquito de orgullo. Al fin y al cabo son atenciones a que él se ha
hecho acreedor por su conducta, por su contracción en el trabajo. Él es el
primero en reconocerlo.
DON
RAMIRO.- Sin embargo, estoy seguro de que Míster Turner le complacería ese
gesto de cortesía de mi parte.
TERESA.-
A Míster Turner tal vez. Pero a Jacinto no. Mejor que nadie, usted conoce su
carácter. No le gusta que se metan en sus asuntos privados.
(Felicia
se asoma, por la derecha)
FELICIA.-
Niña, asómese para que vea.
TERESA.-
Con el permiso. (Sale y vuelve, a poco)
DON
RAMIRO.- De todos modos, algo tienen que agradecerme hoy. He logrado que no
salga mañana, en la crónica judicial, la noticia del embargo. Tengo en la
prensa influencias muy valiosas.
TERESA.-
No era preciso que usted se molestara. La noticia no habría salido de ningún
modo.
DON
RAMIRO.- ¿No habría salido?... ¿Por qué?
TERESA.-
Asómese. Los muebles están aquí de nuevo.
DON
RAMIRO.- (Asomándose por el foro) ¿Y cómo pudieron lograr eso?
TERESA.-
Cosas de la Virgen del Carmen, como dice mamá.
DON
RAMIRO.- La Virgen del Carmen. Es una de las cosas que me han alejado siempre
de esta casa. Las beaterías de aquí.
TERESA.-
Felicia, avísale a Jacinto.
DON
RAMIRO.- Me dijiste que no estaba.
TERESA.-
¿Le dije eso?... Pues no recuerdo.
DON
RAMIRO.- Lo que he dicho. En esta casa no soy persona grata. No volveré. (Sale
furioso, por el foro)
Escena
Sexta
(Teresa
y Felicia)
TERESA.-
Hay que despertar a mamá. ¡Cómo se va a poner de contenta!
FELICIA.-
Todavía no. Como dice el niño Jacinto, lo mejor es esperar que lo coloquen en
su sitio, para que los encuentre como los ha visto siempre.
TERESA.-
Tiene razón Jacinto. ¿Qué te parece, Felicia?... Tan bien como se ha arreglado
todo. Lo que dice mamá: la Virgen del Carmen siempre protegiéndonos.
(Asomándose por el foro) Si habrán roto algo.
FELICIA.-
Lo mejor es examinarlos.
TERESA.-
Encárgate tú de eso.
FELICIA.-
Antes tengo que decirle una cosa, niña. Quisiera no decírsela, pero no podría
guardar el secreto.
TERESA.-
¿Qué te pasa?
FELICIA.-
Que no me oiga el niño Jacinto. Se pondría furioso, y con razón.
TERESA.-
Habla de una vez. Me tienes alarmada.
FELICIA.-
Ya sé quién es la mujer que vive en la esquina, al lado de la Botica. La que
usted menos supone. La niña Carmen, su hermana.
TERESA.-
¿Carmen?... Eso no es posible.
FELICIA.-
Como lo está usted oyendo.
TERESA.-
¿Cómo lo averiguaste?
FELICIA.-
Por ella misma. Ahora, cuando salí a buscar el vino. Por eso me tardé. Al pasar
me llamó.
TERESA.-
Es el colmo de la impudicia. Atreverse a venir a vivir frente a nosotros.
Expuesta a que Jacinto la vea.
FELICIA.-
Está ahí pasando unos días, mientras le arreglan la quinta que tiene en lo alto
de La Pastora, en la Puerta de Caracas.
TERESA.-
¿Y no te había dicho el Boticario que era un extranjero que allí vivía?
FELICIA.-
El hombre con quien ella vive ahora.
TERESA.-
¡Si Jacinto llega a verla!
FELICIA.-
No se deja ver con nadie. Me rogó que no les digiera nada a ustedes. Pero no
hubiera podido guardar el secreto.
TERESA.-
¡Dios mío!... ¡Qué hermanita tan loca!
(Entra
Jacinto, por el foro)
Escena
Séptima
(Teresa,
Felicia y Jacinto)
JACINTO.-
Otra cuelga, Teresa. No puedes quejarte.
TERESA.-
¡Para cuelgas está mi espíritu! (sale por el foro, y vuelve a poco)
JACINTO.-
No creo en esta casa haya motivo hoy sino para satisfacciones. ¿No te parece,
Felicia?
FELICIA.-
No hay nada completo, niño.
JACINTO.-
Supongo a qué te refieres. Pero prohibido, en absoluto, recordar cosas
desagradables. El día de hoy hay que marcarlo con piedra blanca.
(Entra
Teresa, trae una polvera)
FELICIA.-
¡Qué linda!
JACINTO.-
Una polvera. ¿Quién te la mandó?
TERESA.-
Las Martínez. Ponla en la cama, Felicia.
(Sale
Felicia y vuelve, a poco)
JACINTO.-
Mi cuelga no tardará en venir. Pero no podrás colocarla en la cama. Es algo que
te hace falta. Un juego de muebles para tu habitación.
TERESA.-
Después que compremos lo más urgente.
JACINTO.-
¿Las Martínez vienen, de seguro?
TERESA.-
Amalita, por lo menos. Es la más cumplida.
JACINTO.-
Me gustaría que viniera también Trina.
TERESA.-
¿Te interesa?
JACINTO.-
Si supieras que me está gustando.
TERESA.-
Si quieres que le diga algo, que te prepare el terreno.
JACINTO.-
No. No es cosa resuelta. Pero me interesa a pesar de lo que me han dicho de
ella. Parece que tiene un carácter terrible.
TERESA.-
¿No lo sabías?... En el Internado se agarraba, a veces, con las compañeras.
Pero, a pesar de todo, amable, hasta cariñosa.
JACINTO.-
Es el tipo de mujer que me gusta. Cariñosa, pero que saque, a veces, a lucir
las uñas. Prefiero la mujer gato a la mujer perro.
TERESA.-
Pues mejor partido que Trina creo que no encuentras… ¡Conque esas tenemos!...
¡Conque estamos pensando en matrimonio!
JACINTO.-
Pero no hay por qué preocuparse. Mientras viva mamá y tú no te cases toda mi
vida será para ustedes.
(Entra
Felicia, por el foro)
FELICIA.-
¿No les parece que ha llegado el momento de llamar a la señora?
JACINTO.-
Todavía no. Falta el piano, lo principal. Voy a la puerta a echar un vistazo.
(Sale y vuelve, a poco)
TERESA.-
¡Qué calamidad!... Tan bien como se había arreglado todo y venir la hermanita a
turbar la fiesta.
FELICIA.-
Pero no hay de qué preocuparse, niña. Como le dije, sólo estará en esa casa por
pocos días.
TERESA.-
Pero serán días de angustia, Felicia. Serán días de constante zozobra. Con el
temor constante de que Jacinto la vea o, por lo menos, se entere. Porque como
indiscreta nadie le gana.
(Entra
Jacinto)
JACINTO.-
Ja… ja… ja… (Riéndose, con verdadera satisfacción)
TERESA.-
Estás muy contento. ¿De qué te ríes?
JACINTO.-
Es algo verdaderamente gracioso lo que acabo de ver. Acabo de descubrir un
secreto que muchos quisieran conocer. Se lo diré a ustedes, que son personas
discretas y, además, capaces de comprenderlo y perdonarlo todo. Pero que no
oiga mamá. Se alarmaría. A ti, sobre todo, Felicia, que tenías tanta curiosidad
por saber quién vive en la casa de la esquina, al lado de la Botica. Ya sé
quién es.
TERESA
y FELICIA.- (Alarmadas) ¿Quién?
JACINTO.-
No hay por qué alarmarse. La cosa no ha podido menos que causarme gracia.
Porque es él. No me queda ninguna duda. Se bajó del auto a toda prisa, como
para que no lo conocieran. Pero pude identificarlo.
TERESA.-
¿Quién es el hombre?
JACINTO.-
Míster Turner.
TERESA.-
¿El Gerente del Banco donde tú trabajas?
JACINTO.-
Él mismo. No me queda ninguna duda. Ahora, al asomarme a la puerta, lo vi
entrar. El mismo catire alto y gordo, con su vientre enorme y el eterno tabaco.
TERESA.-
¿Conque Míster Turner vive ahí?... ¿Qué te parece, Felicia?
FELICIA.-
Lo creo porque el niño lo dice.
JACINTO.-
Si no lo conoceré yo bien. Lo que menos pensaba yo que fuera él quien viviera
ahí. En el banco saben que vive con una mujer. Pero nadie sabe quién es ni cómo
es. El único que la conoce, de seguro, es Míster William. Pero que mamá no sepa
nada de esto. Ella, con sus ideas de otra época, no puede comprender que haya
hombres que practiquen el amor libre. A mí, el descubrimiento lo que me ha
causado es gracia. Si en el banco supieran que estoy en posesión de un secreto
que ellos jamás poseerán… Y cómo, según dicen, la tentación seduce, para no
verme tentado a averiguar quién es la mujer ni siquiera voy a ver para adentro,
me abstendré de pasar por la acera de enfrente.
FELICIA.-
Niño, como que lo llaman.
JACINTO.-
Los parihueleros. Les ofrecí regalarles algo si no rompían nada. Hoy me siento
como nunca, de contento, de satisfecho; sobre todo por el descubrimiento que
acabo de hacer… Ja, ja, ja…
(Sale
por el foro)
Escena
Octava
(Teresa
y Felicia)
TERESA.-
¿Qué te parece, Felicia?... De modo que el Gerente del Banco es el amante de
Carmen…
FELICIA.-
¿Quién iba a creerlo?
TERESA.-
Es algo horrible, verdaderamente horrible. Ahora sí puedo decir que se acabó
para siempre la tranquilidad de mi espíritu.
FELICIA.-
La considero, niña.
TERESA.-
Debes considerarme, sí. A mí, sobre todo, que sé lo que no saben mamá ni
Jacinto. Ojalá nunca lleguen a saberlo. Se morirían de vergüenza, Jacinto,
sobre todo… de modo que ella, el bochorno de la casa, la vergüenza de la
familia es la que está protegiéndonos. ¡Date cuenta de nuestra situación!...
¿Te has dado cuenta?
FELICIA.-
Es verdaderamente triste.
TERESA.-
Hay que pensar en que lo que nos sucede es algo muy serio, como para desalentar
al más sereno. De modo que fue por ella únicamente, que éste míster llamó a
Jacinto para colocarlo en el Banco, a poco de haber empezado a salir el aviso
en que ofrecía sus servicios. Y fue por ella únicamente, por quien le hizo el
anticipo para que saliera de compromisos. Y todos los favores que seguirá
haciéndole serán por ella únicamente. Figúrate qué papel tan triste está
haciendo Jacinto ante sus compañeros de oficina.
FELICIA.-
Pero, según dijo él ahora poco, los compañeros no saben quién es la mujer.
TERESA.-
Pero Míster William sí. De modo que ante Míster William está pasando Jacinto
por un sinvergüenza, por un hombre que está viviendo y prosperando a costa de
la honra de su hermana.
FELICIA.-
Es verdaderamente horrible.
TERESA.-
Y él, el pobre, creyendo que todas esas atenciones que le dispensa el Gerente
del Banco no son sino consecuencia de su buen comportamiento… Lo que sucede
muchas veces, casi siempre: los que menos saben de nuestras vidas somos
nosotros mismos.
Escena
Novena y última
(Teresa
y Felicia.- Entra Jacinto, por el foro.- Luego Doña Carmela, por la derecha)
JACINTO.-
Ahora sí creo que podemos llamar a mamá.
DOÑA
CARMELA.- No es preciso. Hacía tiempo que estaba despierta. Estaba dándole
gracias a la Virgen del Carmen, por todo el bien que nos ha hecho, que seguirá
haciéndonos.
TERESA.-
La Virgen del Carmen… ¿Qué te parece, Felicia?
FELICIA.-
La Virgen del Carmen.
Telón
Lento