ESE NECIO DOCTOR FAUSTO
COMEDIA EN UN ACTO
ESCENA
I:
LABORATORIO
DEL DOCTOR FAUSTO. AL FONDO, ARRIMADA A UNA PARED GIRATORIA, MESA CON DIVERSOS
APARATOS, TUBOS DE ENSAYO, ETC., DE LOS UTILIZADOS POR LOS INVESTIGADORES
QUÍMICOS DE LA ÉPOCA. UNA SILLA Y UNA BUTACA DE PRINCIPIOS DEL OCHOCIENTOS
COMPLETAN EL DECORADO.
AL
LEVANTARSE EL TELÓN, FAUSTO, CON UN HUMEANTE VASO EN UNA MANO Y UN ANTIGUO
LIBRO EN LA OTRA, RECITA CON TONO DECLAMATORIO LOS VERSOS QUE LEE. TIENE EN
ESTA ESCENA SESENTA Y CINCO AÑOS.
FAUSTO: ¡Que se abrase a la Salamandra!
retuérzase la Ondina,
desvanézcase el Silfo,
afánese el Gnomo.
Desaparece en llamas, Salamandra,
derrítete murmurante Ondina,
luce con belleza de meteoro, Silfo,
aporta ayuda doméstica, Incubo, Incubo,
aparece y haz el remate.
(PAUSA.
ESPERA LOS RESULTADOS PERO NO ACONTECE NADA DE PARTICULAR).
¡Uf! Creo que he fallado de
nuevo. Veamos… (LEVANTA SOBRE SU CABEZA EL VASO CON EL LÍQUIDO).
¡Que se abrase la Salamandra!
retuérzase la Ondina,
desvanézcase el…
(GRAN
ESTRUENDO. LA HABITACIÓN SE LLENA DE HUMO Y APARECE MEFISTÓFELES EN ELEGANTE
BATA DE CASA, PANTALONES DE PIJAMA Y ZAPATILLAS DE ESTAR EN LA INTIMIDAD).
MEFIS: ¡Maldita sea! ¿Quién me importuna a estas
horas de la tarde?
FAUSTO:
(ASUSTADO.
LUEGO DE UNA PAUSITA SE DISCULPA APENADO) No sé quién es usted, por lo tanto no
puedo decirle si lo importuné voluntariamente… a estas horas de la tarde cuando
supongo, por las ropas que lleva, acostumbra dormir la siesta. Yo con quién
quería comunicarme era con…
MEFIS:
(CORTANTE)
Si querías comunicarte con Mefistófeles lo has conseguido. Yo soy el Rey de los
Infiernos; pero si intentabas entrar en contacto con algún familiar o amigo
fallecido, te equivocaste de fórmula y de conjuro.
FAUSTO:
Le
llamaba a usted, señor Mefistófeles. No sabe la alegría que me causa haber
acertado en esta oportunidad. Le diré que tengo casi un año intentándolo…
MEFIS:
¡Vamos,
señor, al grano! No estoy de humor ni tengo tiempo para dedicarlo a…
FAUSTO:
Disculpe
usted… le entiendo… me imagino que sus múltiples ocupaciones…
MEFIS:
O va
usted directamente al asunto o me marcho. ¿Qué es lo que quiere de mí?
FAUSTO:
Se
trata de… cerrar un trato.
MEFIS:
Pues
se equivocó de horario. No tengo por costumbre cerrar tratos a estas horas.
FAUSTO:
Pues
no lo sabía. Sin embargo si usted me escuchara…
MEFIS:
Estas
son mis horas de descanso, señor…
FAUSTO:
Fausto…
doctor Fausto.
MEFIS:
…
Señor o doctor Fausto. Además, en el Averno se está llevando a cabo un
inventario de almas y estamos demasiado atareados para ocuparnos de tratos o
contratos. Ha sido un placer, doctor.
FAUSTO:
Bien,
si tiene tanta prisa en marcharse lo mejor que podemos hacer es olvidar lo que
iba a proponerle, pero le advierto que…
MEFIS:
No
se descorazone, doctor, yo no he dicho que no me interese el asunto; sólo
aclaré que a estas horas no acostumbro tratar asuntos comerciales. Si le parece
bien podríamos fijar una cita para el viernes a las doce de la noche… si no le
parece muy tarde.
FAUSTO:
Pues
tendrá que ser hoy, señor Mefistófeles, y no el viernes ni otro día.
MEFIS:
¡¿Pero
quién se ha creído usted que es, para darme órdenes?!
FAUSTO:
Soy
simplemente un doctor que quiere cerrar un trato con usted.
MEFIS:
Acaso
no ha entendido que…
FAUSTO:
Le
entendí muy bien, señor. Ahora me permito preguntarle… ¿Se ha dado cuenta que
no podrá abandonar esta habitación si yo no lo permito? Mire… fíjese en las
puertas y ventanas y verá que he colocado ciertos signos, amuletos y dibujos
que le impedirán salir de este aposento.
MEFIS:
¡Bah!
¡Paparruchas!
FAUSTO:
¿Por
qué no se convence por sus propios medios?
MEFIS:
No
sea ridículo, doctor, no se olvide que soy el Rey de los Infiernos. Mire como
me cago en su necia magia… (HACE EL GESTO DE QUERER ALZAR VUELO PERO NO PUEDE.
SE DIRIGE A UNA DE LAS PUERTAS PERO UN PODER INVISIBLE LE IMPIDE ACERCARSE.
INTENTA CON UNA SUPUESTA VENTANA PERO LE OCURRE LO MISMO) ¡Carajo! ¡Pero si es
verdad lo que dice! (HACE UN NUEVO INTENTO PARA DESAPARECER PERO TODO RESULTA EN
VANO) ¡No, esto no puede ser!
FAUSTO:
Pues
lo es. (PAUSITA) ¿Ahora podemos sentarnos y hablar?
MEFIS:
¡Me
has jodido, pero estas me las pagas! (SE SIENTA MOLESTO) ¿Qué es lo que quieres
de mí?
FAUSTO:
Firmar
un pacto.
MEFIS:
¿Si
firmamos quitarás todas esas porquerías de las puertas y ventanas y me dejaras
salir?
FAUSTO:
Lo
prometo.
MEFIS:
Entonces
habla, soy todo oídos. Te concederé lo que me pidas, pero estarás obligado a
dejarme salir, de no ser así el pacto no se hará vigente… además… ¿No has
pensado en lo aburrido que será el mundo sin mí? Piénsalo.
FAUSTO:
Se
convertiría en un paraíso terrenal, no lo dude.
MEFIS:
No
lo crea. Tenga la seguridad de que sin mi existencia todos ustedes se
aburrirían de lo lindo. Sin mi influencia, doctor, no existirían el bien y el
mal.
FAUSTO:
Filosofía
barata.
MEFIS:
Pero
en el fondo muy cierta. (PAUSITA) Doctor… ¿Le puedo hacer una pregunta?
FAUSTO:
Claro,
diga usted.
MEFIS:
¿De
dónde sacó esos versitos tan abominable que utilizó como conjuro para hacerme
venir?
FAUSTO:
Los
copié de un libro muy antiguo.
MEFIS:
¡Hum!
¿La magia negra de Paul Rowland?
FAUSTO:
No.
MEFIS:
¿“Cábala
y brujería”, de la señorita Listrong?
FAUSTO:
Tampoco.
MEFIS:
¿Entonces
de dónde? Creo haberla oído en alguna otra ocasión.
FAUSTO:
La
tomé de una obra de un alemán de apellido Goethe.
MEFIS:
¡Puaf!
Considero una humillación que se haya valido de un texto tan insulso para
hacerme subir de mis aposentos. ¡Qué versito! es lo más cursi y falta de
imaginación que he oído en materia de invocaciones. Pero abreviemos, doctor,
aun no me ha dicho lo que desea de mí.
FAUSTO:
Lo
mismo que el protagonista de la novela escrita por Goethe. Tener veinte años de
nuevo y el amor de la mujer más bella del universo.
MEFIS:
¡La
historia se repite pero en esta ocasión en la realidad!
FAUSTO: Y quisiera que eso se convirtiera en realidad y
ahora mismo.
MEFIS:
Espere
un momento, doctor, espere un momento. ¿Es que no le basta con los sesenta y
cinco años que ha vivido en un mundo tan atribulado como este, que ahora quiere
echarse encima unos cuantos más? ¿Por qué no lo piensa? Yo puedo concederle la
mujer más bella del planeta, si así es su deseo. ¿Pero para qué quitarle
cuarenta y cinco años de los ya vividos?
FAUSTO:
Porque
sin esos cuarenta y cinco años no podré satisfacer a esa mujer que tanto he
soñado.
MEFIS:
(LO
PIENSA) Sí… pensándolo bien usted tiene toda la razón. Pero porque…
FAUSTO:
No
insista señor Mefistófeles, pues no pienso retroceder el camino ya andado. Además,
aunque usted no lo crea, yo amo la vida, la amo como usted no se puede
imaginar… a pesar de los pros y los contras que pueda alegar.
MEFIS:
Bien,
vamos a lo nuestro. ¿Sabe usted que en casos como el que usted me acaba de
solicitar, se acostumbra a firmar un pacto con sangre y?…
FAUSTO:
...dar
el alma a cambio, bien lo sé.
MEFIS:
Perfecto…
me alegra que esté al tanto de los procedimientos pues así no perderemos más
tiempo.
FAUSTO:
(NOSTÁLGICO)
¡Entregar el alma a cambio! (POR TEMOR A ARREPENTIRSE DECIDE NO PENSARLO MAS)
¡Bien, manos a la obra!
MEFIS:
O a
las sobras, porque en el estado en que se encuentra usted no voy a llevarme
otra cosa que un montón de desperdicios. Andiamo.
FAUSTO:
Andemos…
(SALEN).
ESCENA
II
JARDINCILLO
CON FUENTE CENTRAL Y DOS BANCOS, UNO DE CADA LADO. ÁRBOLES Y MACETAS DE CARTÓN
ADORNAN EL AMBIENTE.
ENTRAN
MARTA, MUJER DE UNOS CINCUENTA AÑOS PERO AÚN HERMOSA, Y MARGARITA, MUCAHCHA DE
BELLEZA DESLUMBRANTE. PESTAÑAS LARGUISIMAS, SENOS ERGUIDOS, CINTURA DE AVISPA,
Y CARA DE MUÑECA DE PORCELANA, PELUCA ABUNDANTE EN BUCLES Y ADEMANES DE REINA.
UNA MUJER CASI IRREAL.
MARGA:
¿Quién
será ese joven tan apuesto que se cruzó con nosotras? ¡Qué porte! ¡Qué
gallardía! ¿Quién será Marta? ¿De dónde vendrá? ¿Te fijaste en sus ojos? ¿De
que color eran? ¿Negros? ¿Pardos? ¿Azules? ¡Y su cabello! ¡Qué cabellos! ¡Dios
mío, nunca había visto uno igual de negro! (CAMBIANDO EL TONO EMOCIONADA) Lo
único que no me gustó fue la ropa que vestía; le quedaba grande y parecía ropa
de viejo.
MARTA:
Reconozco
que es un hombre hermoso, pero olvídalo. Pasó de largo… de largo al igual que
pasan los años de nuestra vida… y tal vez no volvamos a saber de él. No ha sido
más que un espejismo, Margarita.
MARGA:
El
espejismo más hermoso que he visto… hermoso… más que hermoso. Marta… ¿Te
fijaste en el hombre que le acompañaba? Tenía una cara de Diablo que no la
podría disimular ni con una careta. En cambio el…
MARTA:
¡¿Oh,
Margarita, pero qué te sucede?! Nunca te habías mostrado tan interesada en
alguien de esa forma tan exagerada. Cierto que el joven es apuesto, no lo
niego, pero no tanto como para hacerte perder el sentido.
MARGA:
Es
que al mirarle sentí algo raro en mi interior; como si una fuerza diabólica me
ordenara desde adentro… ¡Debes amarle!... ¡Debes amarle!... ¡Debes ser suya!...
y esa voz que aún martillea en mis oídos tenía un acento de autoridad,… de mando, que está, Marta, manifestándose de
nuevo y domina mi voluntad. ¡Ay, Marta, casi no reprimo las ganas de volverme y
de correr en su busca, de correr tras él y gritarle lo que me pide el corazón!
¡Decirle que le amo! ¡Qué le amo desde el preciso instante en que le vi!
MARTA:
¡Pero
esto parece obra del demonio! ¡Enamorarte de un hombre que solo has visto una
vez y de refilón! Margarita, dime que bromeas.
MARGA:
No,
Marta, no bromeo, te hablo muy en serio. Su imagen no se borra de mi
pensamiento y a medida que transcurren los minutos se torna más precisa.
¡Fíjate, Marta, que casi no le pude detallar bien cuando nos tropezamos con él,
pero ahora puedo decirte que hasta tiene un lunar en la mejilla izquierda!…
¡Si, que cosa tan extraña, puedo describirlo de pies a cabeza!
MARTA:
Pues
no te equivocas… tenía un lunar en el lugar que dices; eso si te lo puedo
garantizar porque me llamó poderosamente la atención. Un lunar… ¡Pero que
lunar! ¡El más lindo que he visto en mi vida!
MARGA:
¡Me
habrá embrujado al pasar!
MARTA:
No
digas tonterías; si ni siquiera se fijó en ti.
MARGA:
Tal
vez la fortuna le cruzó en mi camino, tal vez el destino me lo ha de deparar.
MARTA:
Con
tal de que…
MARGA:
¡Cállate
Marta! ¡Cállate! No perturbes la visión que aflora en este instante ante mí.
Marta… le veo en una habitación semi-oscura… una especie de laboratorio, y está
acompañado del hombre con cara satánica con que le vimos pasar… ahora abre una
caja que se encuentra sobre una silla y saca un traje elegantísimo. (PAUSA)
¡Oh, Marta, va a cambiarse esas ropas horribles que luce! (EMBELESADA) ¡Si
vieras su pecho, querida amiga!… ¡Qué pecho!
MARTA:
¡Tú
estás loca! ¡Loca, pero de remate!
MARGA:
¡Qué
brazos! musculosos pero tersos, al igual que sus muslos. ¡Y su espalda, Marta!
MARTA:
(CONTAGIADA)
¡Déjamelo ver, Margarita, déjamelo ver!
MARGA:
¡Aparta!
¡Dios mío esto es increíble!
MARTA: (ABOFETEA A MARGARITA) ¡Tú estás embrujada,
Margarita, estás embrujada!
MARGA:
¿Qué
has hecho, Marta? ¡Por tu culpa se ha desvanecido mi visión! Has destruido mi
sueño. (LLORA).
MARTA: (ASUSTADA) ¡Vamos inmediatamente a casa, tú
debes estar enferma! Vamos para que te acuestes que yo mientras tanto llamaré
al médico.
MARGA:
¿Pero
por qué crees que estoy enferma?
MARTA:
No
es que yo lo crea, es que lo estás. Yo sabía que esos frijoles con chorizo
españoles te iban a indigestar. Andando, niña, andando.
MARGA:
Sí…
muy a mi pesar, andemos.
(SALEN.
INMEDIATAMENTE, POR EL OTRO EXTREMO ENTRAN MEFISTÓFELES Y FAUSTO, ESTE ÚLTIMO
CONVERTIDO EN UN EFEBO DE VEINTE AÑOS HERMOSO EN TODO SENTIDO. VISTE ROPA
ÚLTIMA MODA DE LA ÉPOCA Y LUCE UN ESPLÉNDIDO LUNAR EN LA MEJILLA IZQUIERDA).
FAUSTO:
¿Y
si se cruzó en nuestro camino, por qué no me la mostraste? ¡Cómo me hubiera
gustado verla, para haber escalado desde ese instante a las divinidades de la
gloria!
MEFIS:
Con
la ropa que llevabas y el olor a azufre que despedías la hubieras decepcionado
insofacto.
FAUSTO:
Sí, es
verdad; las mujeres se decepcionan ante cualquier detalle que no les agrade de
un hombre… bueno eso creo yo.
MEFIS:
Qué
problema con usted, doctor, con la transformación se ha olvidado hasta de esos
pequeños detalles.
FAUSTO:
Sí…
aunque de repente reviven en mi pasajes de mi vida anterior.
MEFIS:
Su
dama y su amiga íntima acostumbran a dar paseítos todas las tardes por este bello jardín; si
nos sentamos en estos bancos las veremos pasar muy cerca. Así que siéntese,
doctor, y démosle tiempo al tiempo.
FAUSTO:
Yo
no quiero sentarme, Mefis, prefiero mantenerme de pie. No estoy cansado,
créamelo.
MEFIS:
Tú,
con tu nueva juventud te puedes dar el gusto de permanecer de pie todo el
tiempo que quieras, pero yo a mis años lo que necesito es acostarme y no
levantarme jamás. (SE SIENTA)
(PAUSITA)
FAUSTO:
¿Continuamos
el paseo?
MEFIS:
¡Doctor,
pero si acabo de sentarme! (MIRANDO HACIA UNO DE LOS EXTREMOS) ¡Hey! Si mis
ojos no me engañan hay se acercan nuestras damas.
(ENTRAN
MARTA Y MARGARITA)
MARGA:
¡¿Ves
lo que ven mis ojos?! (CASI A PUNTO DE UN DESMAYO) ¡Oh, Marta, estoy perdida!
allí está. Mi corazón me dice que le amo y un grave temblor inunda mi cuerpo.
MARTA:
(QUE
MIRA RAPIDAMENTE A FAUSTO Y A MEFISTÓLES) Lo del temblor achácaselo a la fiebre
y no a la presencia del joven ese; y el amor que dices que te domina, quizás se
deba al exceso de lectura de novelitas rosas, eso a lo largo influye
perniciosamente en nuestro comportamiento.
MARGA:
No
digas tonterías, Marta. Aunque no lo creas, me siento como poseída.
MARTA:
Quien
no te conozca y te oiga expresarte de ese modo no haría otra cosa que reírse a
carcajadas.
MEFIS:
(A
FAUSTO) ¿Qué le parece la moza?
FAUSTO:
(ADMIRADO)
Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.
MEFIS:
Como
verá le he cumplido, doctor, y al pie de la letra. Espero lo mismo de usted al
concluir el contrato.
FAUSTO:
No
hay motivo a preocupaciones, Mefis, soy hombre de palabra y de ley. ¿Y ahora
qué hacemos?
MEFIS:
Pues
acercarnos.
FAUSTO:
¿Y
no lo tomarán como una impertinencia de nuestra parte?
MEFIS:
Ocurría
así cuando fuiste joven hace muchos años, pero ahora los tiempos han cambiado.
Si no nos acercamos a ellas y les hacemos la corte nos considerarán un par de
imbéciles. (SE LEVANTAN. MEFISTÓFELES VA HACIA
LAS MUJERES).
MARGA:
¡Marta,
el más viejo viene hacia nosotras!
MARTA:
¿Y
de qué te asombras? Acaso no nos sucede eso día a día.
FAUSTO:
Mefis…
¿Qué debo hacer?
MEFIS:
Seguirme…
pero como te encuentras fuera de trening, ya que tenías muchos años sin
intentar una conquista y has olvidado además parte de tu pasado, déjame a mí
tomar la iniciativa y sigue la corriente del río, que las aguas te conducirán
hasta donde quieras atracar.
(LLEGAN
ANTE MARTA Y MARGARITA. MEFISTÓFELES SE INCLINA CABALLEROSO, FAUSTO LE IMITA
CON LA MENOR GRACIA).
MARTA:
Caballeros…
MEFIS:
¡Mi
querida señora Marta!
MARTA:
(EXTRAÑADA)
¿Nos conocemos, señor? Señor…
MEFIS: Mefis… Mefis es mi nombre… ¡Claro que nos
conocemos! Pero permítame que le aclare la situación. Fui un gran amigo de su
señor padre.
MARTA: ¡¿Si?! ¡Oh, qué alegría me causa saberlo!
(PAUSITA) ¿Se enteró usted de su muerte?
MEFIS:
Claro
que sí, yo me lo llevé.
(MARGARITA
Y MARTA LE MIRAN EXTRAÑADAS. MEFISTÓFELES SE DA CUENTA DE SU METIDA DE PATA Y
LE SONRÍE A FAUSTO QUE LE RESPONDE INCÓMODO)
MARTA:
Quise
decir, que fui uno de los que le “llevó” en hombros a la fosa oscura y fría.
(FAUSTO
Y MARGARITA SE MIRAN INTENSAMENTE. MARTA LO NOTA)
MARTA:
¿Y
no va a presentarnos el joven que lo acompaña?
MEFIS: ¡Oh, sí, claro, perdóneme! El doctor
Fausto, un entrañable amigo hijo de un entrañable amigo de mi infancia.
FAUSTO:
(BESANDO
LA MANO DE MARTA) Mucho gusto, señora. (BESA AHORA LA MANO DE MARGARITA)
Encantado de conocerla, señorita…
MARGA:
Margarita,
doctor. El gusto es de nosotras.
MEFIS:
(BESANDO
LA MANO DE MARGARITA) Mucho gusto, Margarita. En verdad que su belleza hace
palidecer a todas las flores que habitan en este jardín.
MARGA:
Su
galantería me abruma, señor Mefis.
MARTA:
(A
FAUSTO) ¿Es usted recién graduado, doctor?
FAUSTO:
(EXTRAÑADO)
¿Recién graduado? ¿Por qué me hace esa pregunta?
MARTA:
Es
que es usted tan joven.
FAUSTO:
Yo
obtuve mi doctorado en el año 1855, aunque usted no lo crea.
MARTA:
(RIENDO
DIVERTIDA) ¡Además de joven y apuesto, tiene además un gran sentido del humor!
FAUSTO:
(SIN
ENTENDER) ¿Sentido del humor?
MEFIS:
(RAPIDAMENTE)
¡Oh, sí, el doctor goza de ese atributo! Tiene sentido del humor, muy mala
memoria, es re-cién gra-dua-do, apuesto, soltero y sin compromiso.
MARTA:
Buen
partido… ¿No lo crees, Margarita?
MARGA:
(APENADA)
¡Marta, por favor!
MARTA:
Pero
miren ustedes cómo ha cambiado esta niña de la noche a la mañana…
MEFIS:
¿Qué
les parece si damos un paseíto por este jardín tan hermoso?
MARTA:
(SE
LEVANTA Y SE PRENDE DEL BRAZO DE MEFISTÓFELES) Me parece una excelente idea. ¿Y
a ti Margarita?
MARGA: No sé si…
MARTA:
(ALEJÁNDOSE
CON MEFIS) ¡Los jóvenes con los jóvenes,
y los menos jóvenes con los menos jóvenes!
(SALE
DE ESCENA CON MEFISTÓFELES Y DESAPARECEN EN EL EXTREMO OPUESTO)
MARTA:
Yo
por un hombre como usted, apuesto, galante y con tan amplios conocimientos,
sería capaz de dejarme llevar hasta al mismísimo infierno.
MEFIS:
Cuídese
de que los ángeles no digan “amen”, querida Marta.
MARTA:
Usted
dice haber sido amigo de mi padre, pero se ve tan joven, tan conservado.
(SALEN
Y ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA POR EL OTRO EXTREMO)
MARGA: Bien, comprendo que el señor quiera ser atento
y se humille hasta llegar a confundirme. Tan obligado está un viajero a
sentirse complacido por deber con lo que encuentra. Pero yo sé que mi pobre
conversación no puede alagar a un hombre tan instruido.
FAUSTO:
Una
mirada suya, una palabra, me elevan más que toda la sabiduría de este mundo.
(LE BESA LA MANO)
MARGA:
¡Oh,
como puede siquiera besarme la mano! ¡Es tan fea y tan ruda! ¡Qué no he tenido
que hacer yo!
(MIENTRAS
SALEN, MEFISTÓFELES Y MARTA ENTRAN POR EL EXTREMO CONTRARIO)
MARTA:
¿Viaja
usted mucho, señor Mefis?
MEFIS: ¡Oh, sí, mucho! La profesión y el deber a
ello me obligan. A veces me encariño con un sitio y me quedo por mucho tiempo,
pero siempre una llamada urgente me hace abandonarle prestamente. Soy un hombre
“internacional”, aunque ya empiezo a sentirme cansado.
MARTA:
Si
se es joven resulta grato viajar, pero cuando se llega a cierta edad y se está
soltero, no creo que resulte nada halagador.
MEFIS:
No
crea eso, Marta, no crea eso.
(SALEN.
ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA TOMADOS DE LA MANO)
MARGA:
Usted
ha conocido tantas mujeres que no dudo que la mayoría han resultado mejores que
yo.
FAUSTO:
¡Oh,
amor mío, no lo creas así! En muchas ocasiones he comprobado que lo que se
llama talento no es más que inteligencia limitada.
MARGA:
Tus
elogios me hacen ruborizar, aunque en muchos de ellos no hay ni un ápice de
verdad. (SALEN FAUSTO Y MARGARITA)
(ENTRAN
MARTA Y MEFISTÓFELES)
MARTA:
Para
nosotras las mujeres un solterón es un problema difícil de resolver. Todos son
una verdadera calamidad.
MEFIS:
¿En
que se ha basado para llegar a esa conclusión?
MARTA:
Porque
siempre juegan al amor sin tomarlo verdaderamente en serio, y de seres así
jamás sabemos que podemos esperar. Gustan de la soledad y solo nos buscan para
pasar el rato.
MEFIS:
Pero
de una mujer como usted, Marta, yo sería capaz hasta de enamorarme; llevármela
y vivir eternamente hasta en el mismísimo infierno. (SALEN)
(EL
MISMO JARDÍN DÍAS DESPÚES. ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA TRAJEADOS CON ROPAS MUY
ELEGANTES)
FAUSTO:
Me
reconociste al entrar al jardín, ¿no es así?
MARGA:
¿No
lo notaste? Bajé mis pestañas.
FAUSTO:
Espero
me perdones el atrevimiento del día cuando nos presentaron. Te besé apenas
acabándote de conocer.
MARGA:
No
te preocupes; yo solo me enojé conmigo misma al no poder enojarme contigo.
FAUSTO:
¡Amor
mío!
MARGA:
Permíteme.
(TOMA UNA DE LAS MARGARITAS DE UN JARRÓN Y COMIENZA ARRANCARLE LOS PÉTALOS).
FAUSTO:
¿Qué
haces?
MARGA:
Es
un juego.
FAUSTO:
¿Un
juego?
MARGA:
Sí,
un juego… pero no te rías de mí.
FAUSTO:
Enséñamelo.
MARGA:
(DESOJANDO
LA MARGARITA) Me ama… no me ama… me ama… no me ama…
FAUSTO:
¡Ah,
ahora comprendo!
MARGA:
(ARRANCANDO
EL ÚLTIMO PETALO A LA FLOR) ¡Me ama!
FAUSTO:
Lo
que buscabas que te dijera tu oráculo podría habértelo dicho yo mismo,
Margarita… ¡Te amo!
MARGA: Sí, sé que me amas. Ven amor, ven… sígueme.
FAUSTO:
Te
sigo.
(SALEN.
ENTRAN POR EL EXTREMO CONTRARIO MEFISTÓFELES Y MARTA)
MARTA:
Está
oscureciendo, Mefis. Será mejor que nos marchemos.
MEFIS:
Tiene
usted razón, es mejor que regresemos a nuestras casas.
MARTA:
Este
parque no es muy seguro de noche; a estas horas comienza a ser frecuentado por
bandidos, ladrones y gente rara… y usted y el doctor Fausto, vestidos con tanta
elegancia corren peligro a ser asaltados.
MEFIS:
No
me cuide tanto a mí, Marta, que yo no le tengo miedo al mal ni a la muerte. A
quienes hay que cuidar es a usted y a Margarita, cuyas bellezas puede causar la
envidia y el encono de la Diosa de la Noche, que al verse opacada puede incitar
a la desgracia a solazarse en ustedes.
MARTA:
¡Oh,
Mefis, usted siempre tan galante!
MEFIS:
¿Y
Fausto y Margarita que se habrán hecho?
MARTA:
Olvídese
de ellos, tal vez disfrutan de las delicias del amor. (ENTRA FAUSTO MUY
MOLESTO)
FAUSTO:
¡¿Dónde
estás, Mefis, gran farsante del mundo?! ¡¿Dónde estás oculto, mal amigo?!
¡Déjate ver rufián! (DESCUBRE A MEFISTÓFELES Y A MARTA) ¡Ah, estás aquí!
MEFIS:
¿Ocurre
algo malo, querido amigo?
FAUSTO:
¡Al
carajo eso de querido amigo! Necesito hablar contigo, pero lo que se dice ya.
MEFIS:
Le
aconsejo que se marche, amiga Marta. El doctor Fausto, por lo que veo, está de
mal humor hoy, y cuando se pone furibundo no logra controlar su lengua y
profiere toda clase de insultos sin respetar si hay damas presentes. Nos
veremos mañana si no le importa.
FAUSTO:
Mefis,
estoy esperando por ti.
MARTA:
No
se preocupe usted, doctor Fausto. Les dejaré solos para que puedan hablar.
Hasta mañana, Mefis. (SALE MARTA APRESURADAMENTE)
FAUSTO:
¡Eres
el embaucador más grande del mundo, pero a mí no me vas a jugar sucio! ¡Falso!
¡Atracador!
MEFIS:
La
verdad es que no le entiendo… a que vienen esos insultos y… (ENTRA MARTA DE
NUEVO)
MARTA:
Doctor…
me olvidé preguntarle por Margarita. ¿Se marchó a casa o aún permanece en el
parque?
FAUSTO:
¡No
me joda, Marta, yo no sé ni me interesa donde se encuentra su curruña!
MARTA:
Disculpe
usted, yo solo quería…
FAUSTO:
¡Márchese
de una vez por todas, Marta, yo necesito hablar con Mefis, pero tiene que ser a
solas!
MARTA:
Está
bien, ya me marcho. (SALIENDO) ¡Qué difícil es entender a los jóvenes! ¡Hace
apenas dos horas besos y abrazos y ahora gritos e insultos sin ton ni son!
(SALE MARTA)
MEFIS:
¿Qué
te sucede, Fausto? ¿A qué se debe ese mal humor y ese trato tan rudo para con
una dama?
FAUSTO:
¿Dama?
(RIE BURLONAMENTE) ¿Dama dices? ¡Pero si no son más que unas putas y tú lo
sabías de antemano!
MEFIS:
¿De
qué habla usted, mi querido amigo? La verdad es que no le entiendo.
FAUSTO:
¡No
seas hipócrita! ¡Tú estabas al tanto de que Margarita y Marta eran putas
profesionales! ¿Lo sabías o no?
MEFIS:
¡Oh,
se trata de eso! (PALMEÁNDOLE EL HOMBRO A FAUSTO) ¡Amigo mío! ¡Amigo mío! Usted
me pidió la mujer más hermosa de todas las mujeres, pero en ningún momento se
me exigió que fuera también la más casta.
FAUSTO:
Sí…
eso es cierto, lo reconozco… pero al menos pudiste conseguirme una menos
vil.
MEFIS:
¡Pero
si la más hermosa es ella! ¿Qué podía hacer en ese caso? Y aclaro de nuevo; en
ningún momento se tocó el punto de las cualidades morales de la pretendida
dama; el contrato es una prueba de ello. Además, doctor, cualquier hombre culto
sabe que la virtud es un patrimonio de las mujeres feas, las cuales se ven
obligadas a conservarla muy a su pesar. Pero encontrar una mujer hermosa y a la
vez virtuosa es más difícil que mirar con los ojos cerrados.
MEFIS:
¡Es
una vil prostituta que cobra por todo! ¡Cobra hasta por percibir su aliento,
contemplar sus ojos, acariciar sus pestañas, oír su voz y recibir una de sus
miradas! Todo en ella cuesta un filón de oro y poseerla toda una rica fortuna.
MEFIS:
Entonces
la muchacha no es tan vil. Porque si es de las que cobra una fortuna por solo
ponerle un dedo encima, entonces muy pocos hombres la habrán poseído.
FAUSTO:
Mefis,
no me saques de mis casillas con tan absurdas justificaciones. Me timaste y eso
es lo que reclamo.
MEFIS:
No
me justifico, doctor. Es cierto lo que digo. Yo no creo que muchos hombres
estén dispuestos a quedarse en la ruina por el hecho tonto de poseer a una
mujer.
FAUSTO:
¡¿Y
qué hombre no daría una fortuna por una mujer como ella?!
MEFIS:
¿Tú
la darías?
FAUSTO:
¿Yo?
Pues… (TITUBEANDO)… pues… bueno… (RECAPACITA) ¡No, no daría una fortuna por
ella! ¡Yo la creía buena!
MEFIS:
Lo
que sucede es que la querías de gratis.
FAUSTO:
No
se trata de eso. Solo quería que se me entregara por amor. Además, en el trato
se especificaba que sería mía, no que se me vendería.
MEFIS:
¡Pero,
doctor, eso ya no se estila! Cuando Goethe escribió su librito las mujeres
carecían del instinto comercial. Ahora es distinto; ahora se vende y se compra
todo. Si un beso, una caricia, una mirada enternecida, cuesta un dineral;
imagínese usted lo que valdrán aquellas cosas que por pudor no me atrevo a
mencionar. Las mujeres han aprendido a resaltar y ha valorar sus encantos… y
Margarita es poseedora de miles de ellos.
FAUSTO:
¡Mefis,
no me provoques o te vas a arrepentir!
MEFIS:
(SE
PASEA SIN HACERLE EL MENOR CASO) ¿Entonces por qué no valerse de sus atributos
para enriquecerse durante su juventud, y poder vivir una vejez tranquila sin
ningún tipo de angustias y zozobras?
FAUSTO:
Hablas
como un vulgar comerciante judío.
MEFIS:
(SE
SIENTA AL LADO DE FAUSTO) Como discípula mía apruebo los métodos y
procederes utilizados por Margarita.
Almas como la suya son las que nos hacen falta en el Averno.
FAUSTO:
¡Eres
un bribón, un farsante, un timador, un negrero, un traidor, un… un… un!…
MEFIS:
Abrevia
los insultos pues ya utilizaste todos los sinónimos existentes. Ahora cálmate y
rebobinemos. (PAUSITA) Me permito recordarte que nuestro trato consistía en
procurarte la mujer más hermosa del planeta y quitarte cuarenta y cinco años de
encima. Ambas cosas te concedí. Tienes el amor de Margarita y disfrutas de una
juventud plena y radiante. ¿Es o no es así?
FAUSTO:
En
lo que concierne a mi físico no tengo de que quejarme, pero sigo estando
inconforme con la honestidad de Margarita.
MEFIS:
¿Pero
qué te importa su anterior deshonestidad si de ahora en adelante va a ser tuya
para siempre?
FAUSTO:
(SE
LEVANTA MOLESTO) ¡¿Mía para siempre?! ¡Tonterías! ¡Margarita no se me entrega
por amor ni por las mil artimañas del demonio! (MEFISTÓFELES LE MIRA MOLESTO)
¡Oh, perdona!
MEFIS:
No
hay de qué.
FAUSTO:
Ella
dice que no será mía si no le cancelo tres mil monedas de oro de las
grandes constantes y sonantes.
MEFIS:
(SE
LEVANTA ALARMADO) ¿Así es la cosa? (PARA SI) ¡Caramba, caramba, la niña como
que se las trae! (A FAUSTO) Si es así, debo admitir que incurrí en un grave
error. Margarita debe entregársete al instante, sin chistar y también sin
cobrar. (SE PASEA REFLEXIONANDO) El contrato decía “entregar” la mujer más
bella y por amor… si… tienes razón. Debe ser de gratis y por amor.
FAUSTO:
¿Te convences
al fin? (CONFIDENCIAL A MEFISTÓFELES) Mefis… lo más extraño de todo es que ella
dice amarme.
MEFIS:
De
que te ama dalo por seguro… pero… pero su alma mercantilista ha contrapuesto el
amor a los negocios y todo se ha ido al traste. Metí la pata, lo reconozco.
Pero no te preocupes, se te entregará.
FAUSTO:
¿Y
su castidad?
MEFIS:
¡Amigo
Fausto! ¡Yo puedo conseguir que te amé, que se te entregue y también que no te
cobre; pero volverla virgen de nuevo es más difícil que devolver la corriente
de un río!
FAUSTO: ¡¿Cómo que no puedes?! Si a mí me quitaste
cuarenta y cinco años de encima de un solo tirón.
MEFIS: Es que lo que quieres no es fácil para mí,
Fausto.
FAUSTO:
(CAMINANDO
AGITADAMENTE) ¡Meras excusas! ¡El diablo todo lo puede!
MEFIS:
Sí,
eso es cierto. Pero si resto 15 años de pecados en la hoja de vida de
Margarita, quedará convertida en santa y la perderé como futura inquilina del
infierno. ¿Y cómo puedo yo ser tan imbécil para perder tan aventajada alumna en
el arte de pecar y lograr que otros pequen también?
FAUSTO:
(SE
DESPLAZA MOLESTO, MEFISTÓFELES LE SIGUE) ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No quiero seguir
escuchándote!
MEFIS:
(LE
SIGUE POR TODA LA ESCENA) Son muchas la almas que debido a su influencia se han
ganado para el mundo de las tinieblas.
(FAUSTO SE TAPA LOS OIDOS) Hombres que han robado para poder gozar de sus
favores, otros que han matado a aquel que les disputaba su amor; así como
aquellos que han difamado, burlado, ofendido, odiado y mentido por ella.
FAUSTO:
¡Basta!
¡Basta ya, Mefis! (AVANZA RAPIDAMENTE CON MEFISTÓFELES PISÁNDOLE LOS TALONES)
MEFIS:
También
los suicidas y aquellos que han abandonado a sus familias para poder estar a su
lado. ¿Y quieres que por un simple caprichito tuyo y un insignificante virgo
pierda semejante portento?
FAUSTO:
¡Pues
entonces no la acepto!
MEFIS:
(SIGUIÉNDOLE)
Peor para ti, porque de todos modos el pacto culminará tal como habíamos
acordado. Aquí no hay viaje de regreso ni se aceptan arrepentimientos de última
hora. Si rechazas la mercancía por considerar que no es de tu agrado, de todas
formas tendrás que pagar el precio y el flete.
FAUSTO:
(GRITÁNDOLE)
¡Pues no será como dices!
MEFIS:
(GLACIAL)
Hace días que la habías visto y aprobado y un cambio de opinión a posteriori no
es culpa del proveedor.
FAUSTO:
¡Te
defiendes como la peor de las víboras!
MEFIS:
No
son pocos los años de experiencia que cuento desde la inauguración del Paraíso
Terrenal hasta nuestros días, doctor. Mi evolución laboral ha sido
extraordinaria. De simple culebrita que se dedicaba a tentar a los enamorados
del Edén, incitándoles a comer manzanas, pasado a ocupar el cargo de
administrador general; cargo que desempeño sin muchos esfuerzos, porque los
hombres alardean de ser buenos pecadores, y en realidad no lo hacen del todo
mal.
FAUSTO:
(SE DESPLAZA)
¡Calla! ¡Calla! ¡A mí me importa un bledo tu currículum vitae profesional! Lo
único que quiero ahora es finiquitar este enojoso asunto.
MEFIS:
(MOLESTO)
¡Váyase al diablo, doctor! (SE DA CUENTA DE LO QUE HA DICHO) ¿Ves cómo me has
hecho perder la cordura?
FAUSTO:
(DIRIGIÉNDOSE
A LA SALIDA DEL JARDÍN) ¡Iré donde mi abogado, recurriré a la justicia, ya lo
veras!
MEFIS:
(SONRIENTE)
Eso me parece muy bien… ¿Quieres que te acompañe?
FAUSTO:
(SE
DETIENE, LUEGO DERROTADO) Claro, te aprovechas de mi situación porque sabes que
no puedo hacer ningún tipo de denuncias. (PATALEANDO) ¡Maldito sea el día en
que te invoqué! ¡Maldita la hora en que me metí en este embrollo! ¡Malditas mis ganas de querer ser
joven de nuevo!
MEFIS:
Fausto,
yo no puedo continuar perdiendo el tiempo contigo. ¿Por qué no haces un alto en
tus imprecaciones y me dices si la tomas o la dejas?
FAUSTO:
¡La
dejo! ¡Para putas prefiero las de burdel!
MEFIS:
(HORRORIZADO)
¡Señor mío, que vocabulario! Me sorprende en un hombre culto y esclarecido como
tú…
FAUSTO:
A mí
me importa un carajo lo que pienses de mí, Mefis. (PAUSITA) ¿Cuándo vendrás por mí?
MEFIS:
Espera,
vayamos poco a poco. Yo no he dicho en ningún momento que vamos a emprender
viaje en este instante, de acuerdo a lo convenido, es dentro de cuarenta y
cinco años cuando vendré de nuevo por ti.
FAUSTO:
No,
Mefis, no será así, yo he tomado la determinación de no seguir viviendo. Con
Margarita a mi lado hubiera soportado vivir una eternidad en este mundo
corrupto, cruel, abominable, lleno de envidias, rencores y maldad. Pero sin
ella… ¿Acaso vale la pena?
MEFIS:
Como
ha cambiado tu modo de pesar desde el día en que te conocí. En esa oportunidad
me manifestaste tu amor por la vida, y de allí tu deseo de ser joven. ¿Qué te
sucede ahora? No seas pesimista, hombre. Arriésgate una vez más y vive la
experiencia de enfrentarte nuevamente a lo desconocido.
FAUSTO:
No,
no me seduce la idea de ver el fin de esta civilización en una guerra
espantosa, porque sé que tarde o temprano será así. Claro que al lado del ser
amado cualquier hecatombe, todos los dolores y males que el destino me depara
me resultarían un dulce tormento. Pero sin ella… ¿Acaso vale la pena intentar
vivir otra vida?
MEFIS:
¡Por
favor, Fausto, deja ya esa letanía, te estas poniendo fastidioso! Además… ¡Hay
tantas Margaritas en los jardines de la vida!
FAUSTO:
No
se trata solamente de mi decepción… es que también me siento confundido y no sé
qué hacer. Antes mis conocimientos, cultura, inteligencia y proceder se
correspondían con mi edad; pero ahora todo me resulta un verdadero lío. Tengo
un físico de galancete pero pienso como un viejo; apenas tengo barba para
afeitarme y me agobian los achaques de hombre senil; me expreso como un joven
alocado y de repente como un venerable abuelo. Duermo de noche con gorro para
no resfriarme y a la mañana siguiente me asomo desnudo al balcón para disfrutar
de la brisa mañanera. Asisto a la clase de esgrima para mantenerme ágil y
fresco y por las noches tomo tecesitos de tilo y romero para calmar los nervios
y los dolores artríticos. (LLORIQUIANDO) ¡Me embaucaste, Mefis, me embaucaste!
Me proporcionaste un cuerpo nuevo, pero me dejaste viejo por dentro.
MEFIS:
¿Y
qué querías? ¿Qué te lanzara al ruedo sin un pasado que te sirviera de apoyo?
FAUSTO:
Sí,
tienes razón, pero me resulta todo tan embrollado. ¡Y esos recuerdos, Mefis, me
hacen conciente de que violé una ley divina, ley según la cual venimos al mundo
para cumplir una misión, vivir, envejecer y morir, para luego volver a
reencarnar y reanudar este viaje sin final que es nuestra existencia!
MEFIS:
¡Hermoso
discurso! ¡Bravo! ¡Bravísimo! (PAUSITA) ¿Sabes cuál es tu problema? Qué
confundiste el amor con una ilusión, y ahora como las cosas no resultaron como
tú esperabas, reniegas de la vida como si toda ella no proporcionara otra cosa
que tristezas, desgracias y dolores. No te ciegues, Fausto, existen el amor, la
belleza, la música, el mar, la juventud, la bondad, los colores y muchas cosas
más; dones que están frente a ti y que no puedes ignorar.
FAUSTO:
Nada
de eso tiene valor para mí si Margarita no está a mi lado.
MEFIS:
¿Valen
si Margarita está a tu lado y si es pura, no es así? Porque tal como es no la
aceptarías, ¿Verdad? Anhelabas una mujer ideal y Margarita es amargamente real,
con virtudes y defectos, tal vez más de lo segundo que de lo primero. Pero tu
alma materialista, tu formación moralista, tu radicalismo y egoísmo no te
permitirán aceptarla si no reúne el requisito de la virginidad. ¿Y sabes por
qué? Porque tú nunca en tu vida has amado a nadie verdaderamente.
FAUSTO:
Puedes
pensar lo que te venga en ganas, estás en tu derecho.
MEFIS:
¿Entonces
qué hacemos?
FAUSTO:
Quiero
que me vuelvas a mi anterior estado y que lleguemos al final de todo esto.
MEFIS:
¿Y
para qué quieres volver a tu viejo cuerpo? Quédate con esa facha de cadete
porque de igual forma te vas a chamuscar en el infierno.
FAUSTO:
(PATALEANDO)
¡No quiero discutir, Mefis, haz lo que te digo!
MEFIS:
Será
como dices, hijito.
FAUSTO:
(INFANTIL)
¡No me llames hijito!
MEFIS:
¡Quién
entiende a los seres humanos! Vamos, andemos. ¡Maldita sea! ¡Y precisamente hoy
que me puse mí mejor traje!
SALEN.
ENSEGUIDA ENTRAN MARTA Y MARGARITA
MARTA:
¿Sabes
lo que eso significará para el negocio? Eres la preferida de los hombres
adinerados y la que cobra el triple de lo que cobran las otras.
MARGA:
¿Y
cómo quieres que siga en esta vida si le amo profundamente?
MARTA: ¿Pero tú estás segura de que él te ama a ti?
MARGA:
Sí,
estoy segura. El me lo dijo con las palabras más dulces que he oído de hombre
alguno, me lo afirmó la margarita que deshoje y susurró en las noches la luna
de agosto. Me ama, Marta me ama. Por eso le dolió tanto cuando le pedí dinero
para probarlo.
MARTA:
Quizá
se ofendió porque pensaba que iba a obtenerte de gratis. Bien sabes por
experiencia como son los hombres de aprovechadores.
MARGA:
Él
no es de esos, Marta. ¿Qué hombre se ha resistido a pagar mi precio? Ninguno,
bien lo sabes. Hasta los más avaros se han postrado a mis pies con la bolsa
abierta y llena de oro reluciente. En cambio Fausto.
MARTA:
Tal
vez no sea tan rico como dice ser.
MARGA:
Cuando
pronuncié las palabras malditas de las que ahora me arrepiento, su rostro se
cubrió de una pálida tristeza y sentí como su alma se alejaba a una distancia
inalcanzable de la mía. Entonces me lanzo a la cara todo el dinero que llevaba
encima, y salió apresuradamente de la habitación, como si le hubiesen robado lo
más precioso de su vida. Marta, con el dinero que me lanzo a la cara, pudo
haberme comprado cien veces si hubiese querido. Por eso asevero que me ama.
(PAUSITA) Marta… ¿Te has enamorado alguna vez?
MARTA:
Una
sola vez y me pesó a los nueve meses. Después de eso solo he procurado hacer
bien mi trabajo sin mirarle la cara a quien cabalga sobre mí; así me evito
complicaciones. Cupido es traicionero, y si nos descuidamos logra flecharnos
hasta en el trasero.
MARGA:
¿Y
qué sentiste cuando te enamoraste?
MARTA:
Lo
que puedo decirte es lo que sentí cuando parí a mi primer y único hijo, porque
quien olvida semejantes dolores… pero expresar el estado emocional, lo que
sentía al enamorarme por vez primera es complicado… me sentí ilusionada,
arrobada, extasiada… tan extasiada que me dejé llevar a la orilla del río y no
dije ni “pío”. Lo malo fue que me quedó el gusto y aquí me tienes. Si hubiese
“pillado”, a lo mejor la vida que llevo sería distinta.
MARGA:
¿Y
lo amaste?
MARTA:
Al
principio si… luego… bueno… lo que verdaderamente me gustaba era lo otro.
MARGA:
Es
tan maravilloso estar enamorada.
MARTA:
¿Nunca
te había sucedido?
MARGA:
No,
es la primera vez. A mí me enseñaron desde pequeña a desplumar a los hombres
sin ningún tipo de contemplaciones; debía considerarlos como a un enemigo al
cual debía dejar con la cartera vacía, y en muchos casos hasta quedarme con la
mismísima cartera… hasta que conocí a Fausto y todo cambió.
MARTA:
¿Entonces
tu decisión es irrevocable?
MARGA:
Sí…
voy a buscarle y me le entregaré.
MARTA:
Mala
cosa cuando las putas nos enamoramos. Margarita… ¿No será falso ese dinero?
MARGA:
No.
al principio se me vino a la cabeza esa idea, pero lo revise bien y es de buena
ley.
MARTA:
¡Cuidado!
Allí se acerca Mefis con un anciano. Hablaremos del asunto después.
(ENTRA
MEFIS CON FAUSTO EL CUAL VIENE MAS VIEJO QUE CUANDO SE INICIA EN LA PIEZA)
MARGA:
Que
parecido tan extraordinario con Fausto tiene ese señor.
MEFIS:
(QUE
SE PERCATA DE LA PRESENCIA DE MARTA Y MARGARITA) ¿Ves lo que ven mis ojos,
Fausto? El sol de tus días y la luna de mis noches.
FAUSTO:
¡Qué
mala fortuna! ¡¿Por qué el destino me castiga poniéndola de nuevo en mi
camino?! (HACE UN GESTO COMO SI SINTIERA ESCALOFRÍOS) ¡Oh, Mefis, siento mil
escalofríos que suben y bajan a través de mi cuerpo!
MEFIS:
No
te preocupes, ese es uno de los síntomas que produce el brebaje que te he dado.
Sus efectos duran de una a dos horas; así que no se los achaques al amor.
(SE
ACERCAN MARTA Y MARGARITA)
MARTA:
¡Señor,
Mefis, qué gusto el verle de nuevo!
MEFIS:
(A
FAUSTO) Espero que te comportes como es debido y no metas la pata. ¡Estimada
amiga! ¿Cómo están ustedes?
MARGA:
Muy
bien, señor Mefis ¿Y usted?
MEFIS: Bien, muy bien, y mucho mejor ahora que
estoy al lado de ustedes, quienes quitan el sueño a cualquier hombre que se precie
de tal.
MARTA:
(A
PUNTO DE DERRETIRSE) ¡Ay, gracias por el cumplido; usted siempre tan galante
con nosotras! (MIRANDO A MARGARITA QUE PEMANECE CABIZBAJA) Precisamente estaba
diciéndole a Margarita que teníamos días sin verle… a usted… y al doctor Fausto.
Margarita se encuentra muy afligida debido a la ausencia del joven. Se había
encariñado tanto con el que dice no poder vivir si no le tiene a su lado.
FAUSTO:
(A
MEFISTÓFELES) ¿Quedaría insatisfecha con la cantidad de dinero que le lancé a
la cara?
MEFIS:
¡Chiiiis!
MARTA:
¿Decía
algo el señor?
FAUSTO:
Si.
Preguntaba a Mefis quienes eran tan bellas damas.
MEFIS:
¡Oh,
pero que descuidado soy, me olvidé de presentarles al doctor! Señora Marta,
Margarita, les presento al doctor Fausto, abuelo del también doctor Fausto.
MARTA:
¡Oh,
mucho gusto, señor, son ustedes tan… tan!…
FAUSTO:
¿Parecidos?
MARGA:
Marta
quiere decir que tienen un aire familiar.
MEFIS:
Andamos
precisamente en busca de Fausto. Su abuelo ha venido a visitarle y no le encontramos
en ninguno de los sitios a los que solíamos asistir. Entonces pensé que quizá
se encontraba en casa de ustedes y hacia allí nos dirigíamos.
MARTA:
La
fortuna hizo que nos encontráramos y se evitarán el viaje. El doctor
desapareció desde hace diez días y no
hemos vuelto a verle.
FAUSTO:
Antes
dijo usted que la señorita estaba muy afligida por su ausencia… ¿No es así?
MARTA:
Afligida
es poco; se encuentra desolada… no come... no duerme. Cometió el error de
ponerle una prueba para saber si era correspondida en su pasión, y las cosas no
le salieron como ella esperaba.
FAUSTO:
¡Dichoso
mi nieto que goza del amor de una mujer tan hermosa!
MARGA:
Usted
no se imagina cuanto sufro. Estoy tan arrepentida por el error que cometí. Por
eso ando en procura de Fausto, para pedirle me perdone y hacerle saber que por
el abandonaré la vida que llevo para consagrarme por entero a hacerle feliz.
FAUSTO:
¡Maldita
sea mi suerte!
MARGA:
¿Decía
usted?
FAUSTO:
Que
bendita la suerte de mi nieto.
MARTA:
Señor,
Mefis… ¿Desde cuándo no ha visto usted al doctor?
MEFIS:
Precisamente
desde hace diez días. Le acompañe a comprar un boleto para viajar a Alemania.
Me dijo estar muy decepcionado y que por tal motivo regresaría a la ciudad
donde vivía antes de radicarse aquí. Lo extraño de todo esto es que el no
pensaba viajar enseguida… a menos que después cambiara de opinión. Digo esto
porque fuimos a la casa donde vive y la encontramos deshabitada. Por eso pensé
que tal vez…
MARTA:
¿Qué
tal vez se había mudado con Margarita, no es así?
MEFIS:
Pues
sí.
MARGA:
¡Ay,
Marta, estoy a punto de desmayarme! ¡Que sofocación!
MARTA:
¡Niña,
cálmate! (A MARGARITA EN VOZ BAJA) Yo también estoy sofocada. Debe ser el olor
que despide el abuelo de Fausto; ya no soporto tenerle cerca. Parece que
cargara encima todo el azufre del infierno.
MARGA:
¡Ay,
Mefis, ayúdame usted o voy a rodar por el piso!
MEFIS:
(SOLÍCITO
LA TOMA POR LA CINTURA Y LA LLEVA A UNO DE LOS BANCOS) ¡Cálmese, los nervios la
están matando!
FAUSTO:
(A
MARTA, MIENTRAS SIGUEN A MARGARITA Y A MEFISTÓFELES) ¡Qué amor tan sublime
profesa su amiga a mi nieto! (PARA SI) ¡Qué imbécil he sido, que imbécil!
MARTA:
Y
eso que usted no sabe lo peor.
MEFIS:
(QUE
ABANICA A MARGARITA CON SU SOMBRERO) ¿Lo peor?
MARTA:
Sí,
señor Mefis. Esta niña se ha empeñado en decir que si no aparece Fausto se
recluirá en un convento.
MEFIS:
(ALARMADO)
¿Dice eso? (PARA SI) ¡Carajo, tronco de vaina! (A MARTA) ¡Hay que quitarle esa
idea de la mente sea como sea! Eso no es nada justo. Una joven tan hermosa,
inteligente, empezando apenas la vida y meterse a monja. No, eso no puede ser.
FAUSTO:
(IRÓNICO)
¿Y qué es lo que le preocupa tanto, Mefis, el hecho de que ingrese al convento
y pase allí su juventud, o perder a “tan aventajada alumna”?
MEFIS:
¡Cállate!
Si quieres vete a casa que luego pasaré por ti.
FAUSTO:
¿Marcharme?
(LO TOMA DEL BRAZO Y LO ALEJA DE MARTA Y MARGARITA) No, ahora no voy a
marcharme, ahora voy a quedarme porque sé que ella me ama profundamente. ¡Oh,
que estupidez había cometido!
MEFIS:
Algunos
no oyen consejos y llegan a viejos.
MARGA:
(SE
LEVANTA TAMBALEANTE DEL BANCO) Ya que parece que es una realidad que Fausto se
ha marchado del país, haré lo que tengo pensado.
MARTA:
Margarita,
aparta esa idea de tu cabeza. Piensa en tu juventud… piensa en el negocio.
MEFIS:
Marta
tiene razón. Olvídese de Fausto. Usted tiene una vida por delante y debe
vivirla pero fuera de los claustros de un convento… y… y… “y hay tantos hombres
en la viña del señor”.
MARGA:
No,
no puedo retroceder. Yo le prometí a la virgen del Pilar que si Fausto no
aparecía me convertiría en una de sus hijas, y debo cumplir mi promesa. Lo
único que me haría retroceder sería la aparición de Fausto… y eso sé que no
ocurrirá.
MEFIS:
La
verdad es que hoy no estoy de suerte.
MARTA:
¿Por
qué dice eso, Mefis?
MEFIS:
Usted
no me entendería, Marta, pero el abuelo de Fausto sí.
MARGA:
Vamos,
Marta, tengo que arreglar mis cosas antes de recluirme. Adiós señor Mefis…
encantada de haberle conocido, doctor Fausto… y si por casualidad ve a su nieto
a su regreso a Alemania dígale que… no, mejor no le diga nada.
(SALE
RAPIDAMENTE)
MARTA:
¡Espérame,
Margarita! ¡Buena broma nos echó el doctorcito este! Mefis, ya usted sabe dónde
encontrarme, espero que uno de estos días me visite. Adiós señor.
(SALE)
MEFIS:
Esa
vieja me está tentando y me la voy a tener que llevar para el infierno. (A
FAUSTO QUE PERMANECE CABIZBAJO) ¡Ah, yo pensé que se había marchado a casa!
FAUSTO:
¡Qué
hacer! (SE PASEA NERVIOSO. MEFIS LO MIRA CON MALICIA) ¡Mefis, debemos impedir
que Margarita entre a ese convento!
MEFIS:
¿Y
qué sugiere usted que hagamos?
FAUSTO:
Pues
arrancar de cero.
MEFIS:
No
le entiendo.
FAUSTO:
Seré
joven de nuevo e iré en busca de mi amada; en busca de esa mujer que ha
decidido olvidarse de las veleidades del mundo y tomar los hábitos al no poder
tenerme a su lado.
MEFIS:
¿Y
de qué medios piensas valerte para recuperar tu rechazada juventud?
FAUSTO:
De
ti… ¿De quién más? Cuento con tu ayuda, Mefis.
MEFIS:
(MOLESTO)
¿Con mi ayuda? ¡¿Pero qué te has creído?! Lo siento, querido, pero yo no soy
una tintorería para estar planchando y desplanchado arrugas a capricho. Lo
hecho, hecho está y así se queda. Si Margarita se ganó el cielo iluminada por
el amor, tú te ganaste un lugar en el infierno, debido a tu egoísmo y para mí
será un placer contarte entre los nuestros. ¡Adiós, Fausto, te dejo!
FAUSTO:
¿Me
dejas?
MEFIS:
Sí,
te dejo… pero antes quisiera hacerte conocer una cruda verdad… Margarita nunca
existió, solo fue una bella ilusión de tu mente senil… yo tampoco existo, pues
solo vivo en la mente de aquellos que no creen en Dios.
FAUSTO:
¡No
dices la verdad, mientes!
MEFIS:
No,
no te miento. (COMIENZA A ALEJARSE DE FAUSTO) Allí te dejo, consumiéndote en el
infierno… lugar que tampoco existe como espacio tangible, pero que es una
realidad dentro de cada uno de ustedes. (ARRANCA UNA FLOR Y COMIENZA A
ARRANCARLE LOS PÉTALOS)… Cada uno de ustedes construye su Averno particular y
se consume en él, y solo logrará escalar al ansiado Paraíso, cuando consiga
apagar las llamas que alimentan ese fuego. ¿Y sabes cuál es el combustible que
da vida a ese fuego devorador? Sus oídos, calumnias, mentiras, maldades,
lujuria, crímenes, soberbia y pasiones. Despierta de tu sueño, Fausto, estás viejo
pero aun tienes una oportunidad.
FAUSTO:
¡¿Qué
debo hacer, Mefis?!
MEFIS:
Allí
te dejo, en una encrucijada en la que hay solo dos caminos inevitables; uno que
conduce a mi morada, y otro que te llevará, dependiendo de tu grandeza de
corazón y del amor que seas capaz de brindar sin ningún tipo de restricciones,
al dominio de la verdad de la luz. ¡Adiós!
(SALE
MEFISTÓFELES)
FAUSTO:
(FAUSTO
VA A LA FUENTE, TOMA AGUA EN EL CUENCO DE LAS MANOS Y LA DEJA CAER MIENTRAS
EXCLAMA) ¡Tendré tiempo para elegir! ¡¿Tendré tiempo?!
APAGÓN…
Y FIN
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