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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 11 de febrero de 2013

Paul Williams

ESE NECIO DOCTOR FAUSTO
COMEDIA EN UN ACTO



ESCENA I:

LABORATORIO DEL DOCTOR FAUSTO. AL FONDO, ARRIMADA A UNA PARED GIRATORIA, MESA CON DIVERSOS APARATOS, TUBOS DE ENSAYO, ETC., DE LOS UTILIZADOS POR LOS INVESTIGADORES QUÍMICOS DE LA ÉPOCA. UNA SILLA Y UNA BUTACA DE PRINCIPIOS DEL OCHOCIENTOS COMPLETAN EL DECORADO.

AL LEVANTARSE EL TELÓN, FAUSTO, CON UN HUMEANTE VASO EN UNA MANO Y UN ANTIGUO LIBRO EN LA OTRA, RECITA CON TONO DECLAMATORIO LOS VERSOS QUE LEE. TIENE EN ESTA ESCENA SESENTA Y CINCO AÑOS.

FAUSTO: ¡Que se abrase a la Salamandra!
retuérzase la Ondina,
desvanézcase el Silfo,
afánese el Gnomo.

Desaparece en llamas, Salamandra,
derrítete murmurante Ondina,
luce con belleza de meteoro, Silfo,
aporta ayuda doméstica, Incubo, Incubo,
aparece y haz el remate.

(PAUSA. ESPERA LOS RESULTADOS PERO NO ACONTECE NADA DE PARTICULAR).

                ¡Uf! Creo que he fallado de nuevo. Veamos… (LEVANTA SOBRE SU CABEZA EL VASO CON EL LÍQUIDO).

                ¡Que se abrase la Salamandra!
                retuérzase la Ondina,
                desvanézcase el…

(GRAN ESTRUENDO. LA HABITACIÓN SE LLENA DE HUMO Y APARECE MEFISTÓFELES EN ELEGANTE BATA DE CASA, PANTALONES DE PIJAMA Y ZAPATILLAS DE ESTAR EN LA INTIMIDAD).

MEFIS:    ¡Maldita sea! ¿Quién me importuna a estas horas de la tarde?

FAUSTO:
(ASUSTADO. LUEGO DE UNA PAUSITA SE DISCULPA APENADO) No sé quién es usted, por lo tanto no puedo decirle si lo importuné voluntariamente… a estas horas de la tarde cuando supongo, por las ropas que lleva, acostumbra dormir la siesta. Yo con quién quería comunicarme era con…

MEFIS:   
(CORTANTE) Si querías comunicarte con Mefistófeles lo has conseguido. Yo soy el Rey de los Infiernos; pero si intentabas entrar en contacto con algún familiar o amigo fallecido, te equivocaste de fórmula y de conjuro.

FAUSTO:
Le llamaba a usted, señor Mefistófeles. No sabe la alegría que me causa haber acertado en esta oportunidad. Le diré que tengo casi un año intentándolo…

MEFIS:   
¡Vamos, señor, al grano! No estoy de humor ni tengo tiempo para dedicarlo a…

FAUSTO:
Disculpe usted… le entiendo… me imagino que sus múltiples ocupaciones…

MEFIS:   
O va usted directamente al asunto o me marcho. ¿Qué es lo que quiere de mí?

FAUSTO:
Se trata de… cerrar un trato.

MEFIS:   
Pues se equivocó de horario. No tengo por costumbre cerrar tratos a estas horas.

FAUSTO:
Pues no lo sabía. Sin embargo si usted me escuchara…

MEFIS:   
Estas son mis horas de descanso, señor…

FAUSTO:
Fausto… doctor Fausto.

MEFIS:   
… Señor o doctor Fausto. Además, en el Averno se está llevando a cabo un inventario de almas y estamos demasiado atareados para ocuparnos de tratos o contratos. Ha sido un placer, doctor.

FAUSTO:
Bien, si tiene tanta prisa en marcharse lo mejor que podemos hacer es olvidar lo que iba a proponerle, pero le advierto que…

MEFIS:   
No se descorazone, doctor, yo no he dicho que no me interese el asunto; sólo aclaré que a estas horas no acostumbro tratar asuntos comerciales. Si le parece bien podríamos fijar una cita para el viernes a las doce de la noche… si no le parece muy tarde.

FAUSTO:
Pues tendrá que ser hoy, señor Mefistófeles, y no el viernes ni otro día.

MEFIS:   
¡¿Pero quién se ha creído usted que es, para darme órdenes?!

FAUSTO:
Soy simplemente un doctor que quiere cerrar un trato con usted.

MEFIS:   
Acaso no ha entendido que…

FAUSTO:
Le entendí muy bien, señor. Ahora me permito preguntarle… ¿Se ha dado cuenta que no podrá abandonar esta habitación si yo no lo permito? Mire… fíjese en las puertas y ventanas y verá que he colocado ciertos signos, amuletos y dibujos que le impedirán salir de este aposento.

MEFIS:   
¡Bah! ¡Paparruchas!

FAUSTO:
¿Por qué no se convence por sus propios medios?

MEFIS:   
No sea ridículo, doctor, no se olvide que soy el Rey de los Infiernos. Mire como me cago en su necia magia… (HACE EL GESTO DE QUERER ALZAR VUELO PERO NO PUEDE. SE DIRIGE A UNA DE LAS PUERTAS PERO UN PODER INVISIBLE LE IMPIDE ACERCARSE. INTENTA CON UNA SUPUESTA VENTANA PERO LE OCURRE LO MISMO) ¡Carajo! ¡Pero si es verdad lo que dice! (HACE UN NUEVO INTENTO PARA DESAPARECER PERO TODO RESULTA EN VANO) ¡No, esto no puede ser!

FAUSTO:
Pues lo es. (PAUSITA) ¿Ahora podemos sentarnos y hablar?

MEFIS:   
¡Me has jodido, pero estas me las pagas! (SE SIENTA MOLESTO) ¿Qué es lo que quieres de mí?

FAUSTO:
Firmar un pacto.

MEFIS:   
¿Si firmamos quitarás todas esas porquerías de las puertas y ventanas y me dejaras salir?

FAUSTO:
Lo prometo.

MEFIS:   
Entonces habla, soy todo oídos. Te concederé lo que me pidas, pero estarás obligado a dejarme salir, de no ser así el pacto no se hará vigente… además… ¿No has pensado en lo aburrido que será el mundo sin mí? Piénsalo.

FAUSTO:
Se convertiría en un paraíso terrenal, no lo dude.

MEFIS:   
No lo crea. Tenga la seguridad de que sin mi existencia todos ustedes se aburrirían de lo lindo. Sin mi influencia, doctor, no existirían el bien y el mal.

FAUSTO:
Filosofía barata.

MEFIS:   
Pero en el fondo muy cierta. (PAUSITA) Doctor… ¿Le puedo hacer una pregunta?

FAUSTO:
Claro, diga usted.

MEFIS:   
¿De dónde sacó esos versitos tan abominable que utilizó como conjuro para hacerme venir?

FAUSTO:
Los copié de un libro muy antiguo.

MEFIS:   
¡Hum! ¿La magia negra de Paul Rowland?

FAUSTO:
No.

MEFIS:   
¿“Cábala y brujería”, de la señorita Listrong?

FAUSTO:
Tampoco.

MEFIS:   
¿Entonces de dónde? Creo haberla oído en alguna otra ocasión.

FAUSTO:
La tomé de una obra de un alemán de apellido Goethe.

MEFIS:   
¡Puaf! Considero una humillación que se haya valido de un texto tan insulso para hacerme subir de mis aposentos. ¡Qué versito! es lo más cursi y falta de imaginación que he oído en materia de invocaciones. Pero abreviemos, doctor, aun no me ha dicho lo que desea de mí.

FAUSTO:
Lo mismo que el protagonista de la novela escrita por Goethe. Tener veinte años de nuevo y el amor de la mujer más bella del universo.

MEFIS:   
¡La historia se repite pero en esta ocasión en la realidad!

FAUSTO: Y quisiera que eso se convirtiera en realidad y ahora mismo.

MEFIS:   
Espere un momento, doctor, espere un momento. ¿Es que no le basta con los sesenta y cinco años que ha vivido en un mundo tan atribulado como este, que ahora quiere echarse encima unos cuantos más? ¿Por qué no lo piensa? Yo puedo concederle la mujer más bella del planeta, si así es su deseo. ¿Pero para qué quitarle cuarenta y cinco años de los ya vividos?

FAUSTO:
Porque sin esos cuarenta y cinco años no podré satisfacer a esa mujer que tanto he soñado.

MEFIS:   
(LO PIENSA) Sí… pensándolo bien usted tiene toda la razón. Pero porque…

FAUSTO:
No insista señor Mefistófeles, pues no pienso retroceder el camino ya andado. Además, aunque usted no lo crea, yo amo la vida, la amo como usted no se puede imaginar… a pesar de los pros y los contras que pueda alegar.

MEFIS:   
Bien, vamos a lo nuestro. ¿Sabe usted que en casos como el que usted me acaba de solicitar, se acostumbra a firmar un pacto con sangre y?…

FAUSTO:
...dar el alma a cambio, bien lo sé.

MEFIS:   
Perfecto… me alegra que esté al tanto de los procedimientos pues así no perderemos más tiempo.

FAUSTO:
(NOSTÁLGICO) ¡Entregar el alma a cambio! (POR TEMOR A ARREPENTIRSE DECIDE NO PENSARLO MAS) ¡Bien, manos a la obra!

MEFIS:   
O a las sobras, porque en el estado en que se encuentra usted no voy a llevarme otra cosa que un montón de desperdicios. Andiamo.

FAUSTO:
Andemos… (SALEN).

ESCENA II

JARDINCILLO CON FUENTE CENTRAL Y DOS BANCOS, UNO DE CADA LADO. ÁRBOLES Y MACETAS DE CARTÓN ADORNAN EL AMBIENTE.

ENTRAN MARTA, MUJER DE UNOS CINCUENTA AÑOS PERO AÚN HERMOSA, Y MARGARITA, MUCAHCHA DE BELLEZA DESLUMBRANTE. PESTAÑAS LARGUISIMAS, SENOS ERGUIDOS, CINTURA DE AVISPA, Y CARA DE MUÑECA DE PORCELANA, PELUCA ABUNDANTE EN BUCLES Y ADEMANES DE REINA. UNA MUJER CASI  IRREAL.

MARGA: 
¿Quién será ese joven tan apuesto que se cruzó con nosotras? ¡Qué porte! ¡Qué gallardía! ¿Quién será Marta? ¿De dónde vendrá? ¿Te fijaste en sus ojos? ¿De que color eran? ¿Negros? ¿Pardos? ¿Azules? ¡Y su cabello! ¡Qué cabellos! ¡Dios mío, nunca había visto uno igual de negro! (CAMBIANDO EL TONO EMOCIONADA) Lo único que no me gustó fue la ropa que vestía; le quedaba grande y parecía ropa de viejo.

MARTA:  
Reconozco que es un hombre hermoso, pero olvídalo. Pasó de largo… de largo al igual que pasan los años de nuestra vida… y tal vez no volvamos a saber de él. No ha sido más que un espejismo, Margarita.

MARGA: 
El espejismo más hermoso que he visto… hermoso… más que hermoso. Marta… ¿Te fijaste en el hombre que le acompañaba? Tenía una cara de Diablo que no la podría disimular ni con una careta. En cambio el…

MARTA:  
¡¿Oh, Margarita, pero qué te sucede?! Nunca te habías mostrado tan interesada en alguien de esa forma tan exagerada. Cierto que el joven es apuesto, no lo niego, pero no tanto como para hacerte perder el sentido.

MARGA: 
Es que al mirarle sentí algo raro en mi interior; como si una fuerza diabólica me ordenara desde adentro… ¡Debes amarle!... ¡Debes amarle!... ¡Debes ser suya!... y esa voz que aún martillea en mis oídos tenía un acento de autoridad,…  de mando, que está, Marta, manifestándose de nuevo y domina mi voluntad. ¡Ay, Marta, casi no reprimo las ganas de volverme y de correr en su busca, de correr tras él y gritarle lo que me pide el corazón! ¡Decirle que le amo! ¡Qué le amo desde el preciso instante en que le vi!

MARTA:  
¡Pero esto parece obra del demonio! ¡Enamorarte de un hombre que solo has visto una vez y de refilón! Margarita, dime que bromeas.

MARGA: 
No, Marta, no bromeo, te hablo muy en serio. Su imagen no se borra de mi pensamiento y a medida que transcurren los minutos se torna más precisa. ¡Fíjate, Marta, que casi no le pude detallar bien cuando nos tropezamos con él, pero ahora puedo decirte que hasta tiene un lunar en la mejilla izquierda!… ¡Si, que cosa tan extraña, puedo describirlo de pies a cabeza!

MARTA:  
Pues no te equivocas… tenía un lunar en el lugar que dices; eso si te lo puedo garantizar porque me llamó poderosamente la atención. Un lunar… ¡Pero que lunar! ¡El más lindo que he visto en mi vida!

MARGA: 
¡Me habrá embrujado al pasar!

MARTA:  
No digas tonterías; si ni siquiera se fijó en ti.

MARGA: 
Tal vez la fortuna le cruzó en mi camino, tal vez el destino me lo ha de deparar.

MARTA:  
Con tal de que…

MARGA: 
¡Cállate Marta! ¡Cállate! No perturbes la visión que aflora en este instante ante mí. Marta… le veo en una habitación semi-oscura… una especie de laboratorio, y está acompañado del hombre con cara satánica con que le vimos pasar… ahora abre una caja que se encuentra sobre una silla y saca un traje elegantísimo. (PAUSA) ¡Oh, Marta, va a cambiarse esas ropas horribles que luce! (EMBELESADA) ¡Si vieras su pecho, querida amiga!… ¡Qué pecho!

MARTA:  
¡Tú estás loca! ¡Loca, pero de remate!

MARGA: 
¡Qué brazos! musculosos pero tersos, al igual que sus muslos. ¡Y su espalda, Marta!

MARTA:  
(CONTAGIADA) ¡Déjamelo ver, Margarita, déjamelo ver!

MARGA: 
¡Aparta! ¡Dios mío esto es increíble!

MARTA:   (ABOFETEA A MARGARITA) ¡Tú estás embrujada, Margarita, estás embrujada!

MARGA:
¿Qué has hecho, Marta? ¡Por tu culpa se ha desvanecido mi visión! Has destruido mi sueño. (LLORA).

MARTA:   (ASUSTADA) ¡Vamos inmediatamente a casa, tú debes estar enferma! Vamos para que te acuestes que yo mientras tanto llamaré al médico.

MARGA: 
¿Pero por qué crees que estoy enferma?

MARTA:  
No es que yo lo crea, es que lo estás. Yo sabía que esos frijoles con chorizo españoles te iban a indigestar. Andando, niña, andando.

MARGA: 
Sí… muy a mi pesar, andemos.

(SALEN. INMEDIATAMENTE, POR EL OTRO EXTREMO ENTRAN MEFISTÓFELES Y FAUSTO, ESTE ÚLTIMO CONVERTIDO EN UN EFEBO DE VEINTE AÑOS HERMOSO EN TODO SENTIDO. VISTE ROPA ÚLTIMA MODA DE LA ÉPOCA Y LUCE UN ESPLÉNDIDO LUNAR EN LA MEJILLA IZQUIERDA).

FAUSTO:
¿Y si se cruzó en nuestro camino, por qué no me la mostraste? ¡Cómo me hubiera gustado verla, para haber escalado desde ese instante a las divinidades de la gloria!

MEFIS:   
Con la ropa que llevabas y el olor a azufre que despedías la hubieras decepcionado insofacto.

FAUSTO:
Sí, es verdad; las mujeres se decepcionan ante cualquier detalle que no les agrade de un  hombre… bueno eso creo yo.

MEFIS:   
Qué problema con usted, doctor, con la transformación se ha olvidado hasta de esos pequeños detalles.

FAUSTO:
Sí… aunque de repente reviven en mi pasajes de mi vida anterior.

MEFIS:   
Su dama y su amiga íntima acostumbran a dar paseítos  todas las tardes por este bello jardín; si nos sentamos en estos bancos las veremos pasar muy cerca. Así que siéntese, doctor, y démosle tiempo al tiempo.

FAUSTO:
Yo no quiero sentarme, Mefis, prefiero mantenerme de pie. No estoy cansado, créamelo.

MEFIS:   
Tú, con tu nueva juventud te puedes dar el gusto de permanecer de pie todo el tiempo que quieras, pero yo a mis años lo que necesito es acostarme y no levantarme jamás. (SE SIENTA)

(PAUSITA)

FAUSTO:
¿Continuamos el paseo?

MEFIS:   
¡Doctor, pero si acabo de sentarme! (MIRANDO HACIA UNO DE LOS EXTREMOS) ¡Hey! Si mis ojos no me engañan hay se acercan nuestras damas.

(ENTRAN MARTA Y MARGARITA)

MARGA: 
¡¿Ves lo que ven mis ojos?! (CASI A PUNTO DE UN DESMAYO) ¡Oh, Marta, estoy perdida! allí está. Mi corazón me dice que le amo y un grave temblor inunda mi cuerpo.

MARTA:  
(QUE MIRA RAPIDAMENTE A FAUSTO Y A MEFISTÓLES) Lo del temblor achácaselo a la fiebre y no a la presencia del joven ese; y el amor que dices que te domina, quizás se deba al exceso de lectura de novelitas rosas, eso a lo largo influye perniciosamente en nuestro comportamiento.

MARGA: 
No digas tonterías, Marta. Aunque no lo creas, me siento como poseída.

MARTA:  
Quien no te conozca y te oiga expresarte de ese modo no haría otra cosa que reírse a carcajadas.

MEFIS:   
(A FAUSTO) ¿Qué le parece la moza?

FAUSTO:
(ADMIRADO) Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

MEFIS:   
Como verá le he cumplido, doctor, y al pie de la letra. Espero lo mismo de usted al concluir el contrato.

FAUSTO:
No hay motivo a preocupaciones, Mefis, soy hombre de palabra y de ley. ¿Y ahora qué hacemos?

MEFIS:   
Pues acercarnos.

FAUSTO:
¿Y no lo tomarán como una impertinencia de nuestra parte?

MEFIS:   
Ocurría así cuando fuiste joven hace muchos años, pero ahora los tiempos han cambiado. Si no nos acercamos a ellas y les hacemos la corte nos considerarán un par de imbéciles. (SE LEVANTAN. MEFISTÓFELES VA HACIA   LAS MUJERES).

MARGA: 
¡Marta, el más viejo viene hacia nosotras!

MARTA:  
¿Y de qué te asombras? Acaso no nos sucede eso día a día.

FAUSTO:
Mefis… ¿Qué debo hacer?

MEFIS:   
Seguirme… pero como te encuentras fuera de trening, ya que tenías muchos años sin intentar una conquista y has olvidado además parte de tu pasado, déjame a mí tomar la iniciativa y sigue la corriente del río, que las aguas te conducirán hasta donde quieras atracar.

(LLEGAN ANTE MARTA Y MARGARITA. MEFISTÓFELES SE INCLINA CABALLEROSO, FAUSTO LE IMITA CON LA MENOR GRACIA).

MARTA:  
Caballeros…

MEFIS:   
¡Mi querida señora Marta!

MARTA:  
(EXTRAÑADA) ¿Nos conocemos, señor? Señor…

MEFIS:    Mefis… Mefis es mi nombre… ¡Claro que nos conocemos! Pero permítame que le aclare la situación. Fui un gran amigo de su señor padre.

MARTA:   ¡¿Si?! ¡Oh, qué alegría me causa saberlo! (PAUSITA) ¿Se enteró usted de su muerte?

MEFIS:   
Claro que sí, yo me lo llevé.

(MARGARITA Y MARTA LE MIRAN EXTRAÑADAS. MEFISTÓFELES SE DA CUENTA DE SU METIDA DE PATA Y LE SONRÍE A FAUSTO QUE LE RESPONDE INCÓMODO)

MARTA:  
Quise decir, que fui uno de los que le “llevó” en hombros a la fosa oscura y fría.


(FAUSTO Y MARGARITA SE MIRAN INTENSAMENTE. MARTA LO NOTA)

MARTA:  
¿Y no va a presentarnos el joven que lo acompaña?

MEFIS:    ¡Oh, sí, claro, perdóneme! El doctor Fausto, un entrañable amigo hijo de un entrañable amigo de mi infancia.

FAUSTO:
(BESANDO LA MANO DE MARTA) Mucho gusto, señora. (BESA AHORA LA MANO DE MARGARITA) Encantado de conocerla, señorita…

MARGA: 
Margarita, doctor. El gusto es de nosotras.

MEFIS:   
(BESANDO LA MANO DE MARGARITA) Mucho gusto, Margarita. En verdad que su belleza hace palidecer a todas las flores que habitan en este jardín.

MARGA: 
Su galantería me abruma, señor Mefis.

MARTA:  
(A FAUSTO) ¿Es usted recién graduado, doctor?

FAUSTO:
(EXTRAÑADO) ¿Recién graduado? ¿Por qué me hace esa pregunta?

MARTA:  
Es que es usted tan joven.

FAUSTO:
Yo obtuve mi doctorado en el año 1855, aunque usted no lo crea.

MARTA:  
(RIENDO DIVERTIDA) ¡Además de joven y apuesto, tiene además un gran sentido del humor!

FAUSTO:
(SIN ENTENDER) ¿Sentido del humor?

MEFIS:   
(RAPIDAMENTE) ¡Oh, sí, el doctor goza de ese atributo! Tiene sentido del humor, muy mala memoria, es re-cién gra-dua-do, apuesto, soltero y sin compromiso.

MARTA:  
Buen partido… ¿No lo crees, Margarita?

MARGA: 
(APENADA) ¡Marta, por favor!

MARTA:  
Pero miren ustedes cómo ha cambiado esta niña de la noche a la mañana…

MEFIS:   
¿Qué les parece si damos un paseíto por este jardín tan hermoso?

MARTA:  
(SE LEVANTA Y SE PRENDE DEL BRAZO DE MEFISTÓFELES) Me parece una excelente idea. ¿Y a ti Margarita?

MARGA:  No sé si…

MARTA:  
(ALEJÁNDOSE CON MEFIS) ¡Los jóvenes con  los jóvenes, y los menos jóvenes con los menos jóvenes!

(SALE DE ESCENA CON MEFISTÓFELES Y DESAPARECEN EN EL EXTREMO OPUESTO)

MARTA:  
Yo por un hombre como usted, apuesto, galante y con tan amplios conocimientos, sería capaz de dejarme llevar hasta al mismísimo infierno.

MEFIS:   
Cuídese de que los ángeles no digan “amen”, querida Marta.

MARTA:  
Usted dice haber sido amigo de mi padre, pero se ve tan joven, tan conservado.

(SALEN Y ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA POR EL OTRO EXTREMO)

MARGA:  Bien, comprendo que el señor quiera ser atento y se humille hasta llegar a confundirme. Tan obligado está un viajero a sentirse complacido por deber con lo que encuentra. Pero yo sé que mi pobre conversación no puede alagar a un hombre tan instruido.

FAUSTO:
Una mirada suya, una palabra, me elevan más que toda la sabiduría de este mundo. (LE BESA LA MANO)

MARGA: 
¡Oh, como puede siquiera besarme la mano! ¡Es tan fea y tan ruda! ¡Qué no he tenido que hacer yo!

(MIENTRAS SALEN, MEFISTÓFELES Y MARTA ENTRAN POR EL EXTREMO CONTRARIO)

MARTA:  
¿Viaja usted mucho, señor Mefis?
MEFIS:    ¡Oh, sí, mucho! La profesión y el deber a ello me obligan. A veces me encariño con un sitio y me quedo por mucho tiempo, pero siempre una llamada urgente me hace abandonarle prestamente. Soy un hombre “internacional”, aunque ya empiezo a sentirme cansado.

MARTA:  
Si se es joven resulta grato viajar, pero cuando se llega a cierta edad y se está soltero, no creo que resulte nada halagador.

MEFIS:   
No crea eso, Marta, no crea eso.

(SALEN. ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA TOMADOS DE LA MANO)

MARGA: 
Usted ha conocido tantas mujeres que no dudo que la mayoría han resultado mejores que yo.

FAUSTO:
¡Oh, amor mío, no lo creas así! En muchas ocasiones he comprobado que lo que se llama talento no es más que inteligencia limitada.

MARGA: 
Tus elogios me hacen ruborizar, aunque en muchos de ellos no hay ni un ápice de verdad. (SALEN FAUSTO Y MARGARITA)

(ENTRAN MARTA Y MEFISTÓFELES)

MARTA:  
Para nosotras las mujeres un solterón es un problema difícil de resolver. Todos son una verdadera calamidad.

MEFIS:   
¿En que se ha basado para llegar a esa conclusión?

MARTA:  
Porque siempre juegan al amor sin tomarlo verdaderamente en serio, y de seres así jamás sabemos que podemos esperar. Gustan de la soledad y solo nos buscan para pasar el rato.

MEFIS:   
Pero de una mujer como usted, Marta, yo sería capaz hasta de enamorarme; llevármela y vivir eternamente hasta en el mismísimo infierno. (SALEN)


(EL MISMO JARDÍN DÍAS DESPÚES. ENTRAN FAUSTO Y MARGARITA TRAJEADOS CON ROPAS MUY ELEGANTES)

FAUSTO:
Me reconociste al entrar al jardín, ¿no es así?

MARGA: 
¿No lo notaste? Bajé mis pestañas.

FAUSTO:
Espero me perdones el atrevimiento del día cuando nos presentaron. Te besé apenas acabándote de conocer.

MARGA: 
No te preocupes; yo solo me enojé conmigo misma al no poder enojarme contigo.

FAUSTO:
¡Amor mío!

MARGA: 
Permíteme. (TOMA UNA DE LAS MARGARITAS DE UN JARRÓN Y COMIENZA ARRANCARLE LOS PÉTALOS).

FAUSTO:
¿Qué haces?

MARGA: 
Es un juego.

FAUSTO:
¿Un juego?

MARGA: 
Sí, un juego… pero no te rías de mí.

FAUSTO:
Enséñamelo.

MARGA: 
(DESOJANDO LA MARGARITA) Me ama… no me ama… me ama… no me ama…

FAUSTO:
¡Ah, ahora comprendo!

MARGA: 
(ARRANCANDO EL ÚLTIMO PETALO A LA FLOR) ¡Me ama!

FAUSTO:
Lo que buscabas que te dijera tu oráculo podría habértelo dicho yo mismo, Margarita… ¡Te amo!

MARGA:  Sí, sé que me amas. Ven amor, ven… sígueme.

FAUSTO:
Te sigo.

(SALEN. ENTRAN POR EL EXTREMO CONTRARIO MEFISTÓFELES Y MARTA)

MARTA:  
Está oscureciendo, Mefis. Será mejor que nos marchemos.

MEFIS:   
Tiene usted razón, es mejor que regresemos a nuestras casas.

MARTA:  
Este parque no es muy seguro de noche; a estas horas comienza a ser frecuentado por bandidos, ladrones y gente rara… y usted y el doctor Fausto, vestidos con tanta elegancia corren peligro a ser asaltados.

MEFIS:   
No me cuide tanto a mí, Marta, que yo no le tengo miedo al mal ni a la muerte. A quienes hay que cuidar es a usted y a Margarita, cuyas bellezas puede causar la envidia y el encono de la Diosa de la Noche, que al verse opacada puede incitar a la desgracia a solazarse en ustedes.

MARTA:  
¡Oh, Mefis, usted siempre tan galante!

MEFIS:   
¿Y Fausto y Margarita que se habrán hecho?

MARTA:  
Olvídese de ellos, tal vez disfrutan de las delicias del amor. (ENTRA FAUSTO MUY MOLESTO)

FAUSTO:
¡¿Dónde estás, Mefis, gran farsante del mundo?! ¡¿Dónde estás oculto, mal amigo?! ¡Déjate ver rufián! (DESCUBRE A MEFISTÓFELES Y A MARTA) ¡Ah, estás aquí!

MEFIS:   
¿Ocurre algo malo, querido amigo?

FAUSTO:
¡Al carajo eso de querido amigo! Necesito hablar contigo, pero lo que se dice ya.

MEFIS:   
Le aconsejo que se marche, amiga Marta. El doctor Fausto, por lo que veo, está de mal humor hoy, y cuando se pone furibundo no logra controlar su lengua y profiere toda clase de insultos sin respetar si hay damas presentes. Nos veremos mañana si no le importa.

FAUSTO:        
Mefis, estoy esperando por ti.

MARTA:  
No se preocupe usted, doctor Fausto. Les dejaré solos para que puedan hablar. Hasta mañana, Mefis. (SALE MARTA APRESURADAMENTE)

FAUSTO:
¡Eres el embaucador más grande del mundo, pero a mí no me vas a jugar sucio! ¡Falso! ¡Atracador!

MEFIS:   
La verdad es que no le entiendo… a que vienen esos insultos y… (ENTRA MARTA DE NUEVO)

MARTA:  
Doctor… me olvidé preguntarle por Margarita. ¿Se marchó a casa o aún permanece en el parque?

FAUSTO:
¡No me joda, Marta, yo no sé ni me interesa donde se encuentra su curruña!

MARTA:  
Disculpe usted, yo solo quería…

FAUSTO:
¡Márchese de una vez por todas, Marta, yo necesito hablar con Mefis, pero tiene que ser a solas!

MARTA:  
Está bien, ya me marcho. (SALIENDO) ¡Qué difícil es entender a los jóvenes! ¡Hace apenas dos horas besos y abrazos y ahora gritos e insultos sin ton ni son! (SALE MARTA)

MEFIS:   
¿Qué te sucede, Fausto? ¿A qué se debe ese mal humor y ese trato tan rudo para con una dama?

FAUSTO:
¿Dama? (RIE BURLONAMENTE) ¿Dama dices? ¡Pero si no son más que unas putas y tú lo sabías de antemano!

MEFIS:   
¿De qué habla usted, mi querido amigo? La verdad es que no le entiendo.

FAUSTO:
¡No seas hipócrita! ¡Tú estabas al tanto de que Margarita y Marta eran putas profesionales! ¿Lo sabías o no?

MEFIS:   
¡Oh, se trata de eso! (PALMEÁNDOLE EL HOMBRO A FAUSTO) ¡Amigo mío! ¡Amigo mío! Usted me pidió la mujer más hermosa de todas las mujeres, pero en ningún momento se me exigió que fuera también la más casta.

FAUSTO:
Sí… eso es cierto, lo reconozco… pero al menos pudiste conseguirme una menos vil. 

MEFIS:   
¡Pero si la más hermosa es ella! ¿Qué podía hacer en ese caso? Y aclaro de nuevo; en ningún momento se tocó el punto de las cualidades morales de la pretendida dama; el contrato es una prueba de ello. Además, doctor, cualquier hombre culto sabe que la virtud es un patrimonio de las mujeres feas, las cuales se ven obligadas a conservarla muy a su pesar. Pero encontrar una mujer hermosa y a la vez virtuosa es más difícil que mirar con los ojos cerrados.

MEFIS:   
¡Es una vil prostituta que cobra por todo! ¡Cobra hasta por percibir su aliento, contemplar sus ojos, acariciar sus pestañas, oír su voz y recibir una de sus miradas! Todo en ella cuesta un filón de oro y poseerla toda una rica fortuna.

MEFIS:   
Entonces la muchacha no es tan vil. Porque si es de las que cobra una fortuna por solo ponerle un dedo encima, entonces muy pocos hombres la habrán poseído.

FAUSTO:
Mefis, no me saques de mis casillas con tan absurdas justificaciones. Me timaste y eso es lo que reclamo.

MEFIS:   
No me justifico, doctor. Es cierto lo que digo. Yo no creo que muchos hombres estén dispuestos a quedarse en la ruina por el hecho tonto de poseer a una mujer.

FAUSTO:
¡¿Y qué hombre no daría una fortuna por una mujer como ella?!

MEFIS:   
¿Tú la darías?

FAUSTO:
¿Yo? Pues… (TITUBEANDO)… pues… bueno… (RECAPACITA) ¡No, no daría una fortuna por ella! ¡Yo la creía buena!

MEFIS:   
Lo que sucede es que la querías de gratis.

FAUSTO:
No se trata de eso. Solo quería que se me entregara por amor. Además, en el trato se especificaba que sería mía, no que se me vendería.

MEFIS:   
¡Pero, doctor, eso ya no se estila! Cuando Goethe escribió su librito las mujeres carecían del instinto comercial. Ahora es distinto; ahora se vende y se compra todo. Si un beso, una caricia, una mirada enternecida, cuesta un dineral; imagínese usted lo que valdrán aquellas cosas que por pudor no me atrevo a mencionar. Las mujeres han aprendido a resaltar y ha valorar sus encantos… y Margarita es poseedora de miles de ellos.

FAUSTO:
¡Mefis, no me provoques o te vas a arrepentir!

MEFIS:   
(SE PASEA SIN HACERLE EL MENOR CASO) ¿Entonces por qué no valerse de sus atributos para enriquecerse durante su juventud, y poder vivir una vejez tranquila sin ningún tipo de angustias y zozobras?

FAUSTO:
Hablas como un vulgar comerciante judío.

MEFIS:   
(SE SIENTA AL LADO DE FAUSTO) Como discípula mía apruebo los métodos y procederes  utilizados por Margarita. Almas como la suya son las que nos hacen falta en el Averno.

FAUSTO:
¡Eres un bribón, un farsante, un timador, un negrero, un traidor, un… un… un!…

MEFIS:   
Abrevia los insultos pues ya utilizaste todos los sinónimos existentes. Ahora cálmate y rebobinemos. (PAUSITA) Me permito recordarte que nuestro trato consistía en procurarte la mujer más hermosa del planeta y quitarte cuarenta y cinco años de encima. Ambas cosas te concedí. Tienes el amor de Margarita y disfrutas de una juventud plena y radiante. ¿Es o no es así?

FAUSTO:        
En lo que concierne a mi físico no tengo de que quejarme, pero sigo estando inconforme con la honestidad de Margarita.

MEFIS:   
¿Pero qué te importa su anterior deshonestidad si de ahora en adelante va a ser tuya para siempre?

FAUSTO:
(SE LEVANTA MOLESTO) ¡¿Mía para siempre?! ¡Tonterías! ¡Margarita no se me entrega por amor ni por las mil artimañas del demonio! (MEFISTÓFELES LE MIRA MOLESTO) ¡Oh, perdona!

MEFIS:   
No hay de qué.

FAUSTO:
Ella dice que no será mía si no le cancelo tres mil monedas de oro de las grandes  constantes y sonantes.

MEFIS:   
(SE LEVANTA ALARMADO) ¿Así es la cosa? (PARA SI) ¡Caramba, caramba, la niña como que se las trae! (A FAUSTO) Si es así, debo admitir que incurrí en un grave error. Margarita debe entregársete al instante, sin chistar y también sin cobrar. (SE PASEA REFLEXIONANDO) El contrato decía “entregar” la mujer más bella y por amor… si… tienes razón. Debe ser de gratis y por amor.

FAUSTO:
¿Te convences al fin? (CONFIDENCIAL A MEFISTÓFELES) Mefis… lo más extraño de todo es que ella dice amarme.

MEFIS:   
De que te ama dalo por seguro… pero… pero su alma mercantilista ha contrapuesto el amor a los negocios y todo se ha ido al traste. Metí la pata, lo reconozco. Pero no te preocupes, se te entregará.

FAUSTO:
¿Y su castidad?

MEFIS:   
¡Amigo Fausto! ¡Yo puedo conseguir que te amé, que se te entregue y también que no te cobre; pero volverla virgen de nuevo es más difícil que devolver la corriente de un río!

FAUSTO: ¡¿Cómo que no puedes?! Si a mí me quitaste cuarenta y cinco años de encima de un solo tirón.

MEFIS:    Es que lo que quieres no es fácil para mí, Fausto.

FAUSTO:
(CAMINANDO AGITADAMENTE) ¡Meras excusas! ¡El diablo todo lo puede!

MEFIS:   
Sí, eso es cierto. Pero si resto 15 años de pecados en la hoja de vida de Margarita, quedará convertida en santa y la perderé como futura inquilina del infierno. ¿Y cómo puedo yo ser tan imbécil para perder tan aventajada alumna en el arte de pecar y lograr que otros pequen también?

FAUSTO:
(SE DESPLAZA MOLESTO, MEFISTÓFELES LE SIGUE) ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No quiero seguir escuchándote!

MEFIS:   
(LE SIGUE POR TODA LA ESCENA) Son muchas la almas que debido a su influencia se han ganado para el mundo de las  tinieblas. (FAUSTO SE TAPA LOS OIDOS) Hombres que han robado para poder gozar de sus favores, otros que han matado a aquel que les disputaba su amor; así como aquellos que han difamado, burlado, ofendido, odiado y mentido por ella.

FAUSTO:
¡Basta! ¡Basta ya, Mefis! (AVANZA RAPIDAMENTE CON MEFISTÓFELES PISÁNDOLE LOS TALONES)

MEFIS:   
También los suicidas y aquellos que han abandonado a sus familias para poder estar a su lado. ¿Y quieres que por un simple caprichito tuyo y un insignificante virgo pierda semejante portento?

FAUSTO:
¡Pues entonces no la acepto!

MEFIS:   
(SIGUIÉNDOLE) Peor para ti, porque de todos modos el pacto culminará tal como habíamos acordado. Aquí no hay viaje de regreso ni se aceptan arrepentimientos de última hora. Si rechazas la mercancía por considerar que no es de tu agrado, de todas formas tendrás que pagar el precio y el flete.

FAUSTO:
(GRITÁNDOLE) ¡Pues no será como dices!

MEFIS:   
(GLACIAL) Hace días que la habías visto y aprobado y un cambio de opinión a posteriori no es culpa del proveedor.

FAUSTO:
¡Te defiendes como la peor de las víboras!

MEFIS:   
No son pocos los años de experiencia que cuento desde la inauguración del Paraíso Terrenal hasta nuestros días, doctor. Mi evolución laboral ha sido extraordinaria. De simple culebrita que se dedicaba a tentar a los enamorados del Edén, incitándoles a comer manzanas, pasado a ocupar el cargo de administrador general; cargo que desempeño sin muchos esfuerzos, porque los hombres alardean de ser buenos pecadores, y en realidad no lo hacen del todo mal.

FAUSTO:
(SE DESPLAZA) ¡Calla! ¡Calla! ¡A mí me importa un bledo tu currículum vitae profesional! Lo único que quiero ahora es finiquitar este enojoso asunto.

MEFIS:   
(MOLESTO) ¡Váyase al diablo, doctor! (SE DA CUENTA DE LO QUE HA DICHO) ¿Ves cómo me has hecho perder la cordura?

FAUSTO:
(DIRIGIÉNDOSE A LA SALIDA DEL JARDÍN) ¡Iré donde mi abogado, recurriré a la justicia, ya lo veras!

MEFIS:   
(SONRIENTE) Eso me parece muy bien… ¿Quieres que te acompañe?

FAUSTO:
(SE DETIENE, LUEGO DERROTADO) Claro, te aprovechas de mi situación porque sabes que no puedo hacer ningún tipo de denuncias. (PATALEANDO) ¡Maldito sea el día en que te invoqué! ¡Maldita la hora en que me metí en este  embrollo! ¡Malditas mis ganas de querer ser joven de nuevo!

MEFIS:   
Fausto, yo no puedo continuar perdiendo el tiempo contigo. ¿Por qué no haces un alto en tus imprecaciones y me dices si la tomas o la dejas?

FAUSTO:
¡La dejo! ¡Para putas prefiero las de burdel!

MEFIS:   
(HORRORIZADO) ¡Señor mío, que vocabulario! Me sorprende en un hombre culto y esclarecido como tú…

FAUSTO:
A mí me importa un carajo lo que pienses de mí, Mefis. (PAUSITA)  ¿Cuándo vendrás por mí?

MEFIS:   
Espera, vayamos poco a poco. Yo no he dicho en ningún momento que vamos a emprender viaje en este instante, de acuerdo a lo convenido, es dentro de cuarenta y cinco años cuando vendré de nuevo por ti.

FAUSTO:
No, Mefis, no será así, yo he tomado la determinación de no seguir viviendo. Con Margarita a mi lado hubiera soportado vivir una eternidad en este mundo corrupto, cruel, abominable, lleno de envidias, rencores y maldad. Pero sin ella… ¿Acaso vale la pena?

MEFIS:   
Como ha cambiado tu modo de pesar desde el día en que te conocí. En esa oportunidad me manifestaste tu amor por la vida, y de allí tu deseo de ser joven. ¿Qué te sucede ahora? No seas pesimista, hombre. Arriésgate una vez más y vive la experiencia de enfrentarte nuevamente a lo desconocido.

FAUSTO:
No, no me seduce la idea de ver el fin de esta civilización en una guerra espantosa, porque sé que tarde o temprano será así. Claro que al lado del ser amado cualquier hecatombe, todos los dolores y males que el destino me depara me resultarían un dulce tormento. Pero sin ella… ¿Acaso vale la pena intentar vivir otra vida?

MEFIS:   
¡Por favor, Fausto, deja ya esa letanía, te estas poniendo fastidioso! Además… ¡Hay tantas Margaritas en los jardines de la vida!

FAUSTO:
No se trata solamente de mi decepción… es que también me siento confundido y no sé qué hacer. Antes mis conocimientos, cultura, inteligencia y proceder se correspondían con mi edad; pero ahora todo me resulta un verdadero lío. Tengo un físico de galancete pero pienso como un viejo; apenas tengo barba para afeitarme y me agobian los achaques de hombre senil; me expreso como un joven alocado y de repente como un venerable abuelo. Duermo de noche con gorro para no resfriarme y a la mañana siguiente me asomo desnudo al balcón para disfrutar de la brisa mañanera. Asisto a la clase de esgrima para mantenerme ágil y fresco y por las noches tomo tecesitos de tilo y romero para calmar los nervios y los dolores artríticos. (LLORIQUIANDO) ¡Me embaucaste, Mefis, me embaucaste! Me proporcionaste un cuerpo nuevo, pero me dejaste viejo por dentro.

MEFIS:   
¿Y qué querías? ¿Qué te lanzara al ruedo sin un pasado que te sirviera de apoyo?

FAUSTO:
Sí, tienes razón, pero me resulta todo tan embrollado. ¡Y esos recuerdos, Mefis, me hacen conciente de que violé una ley divina, ley según la cual venimos al mundo para cumplir una misión, vivir, envejecer y morir, para luego volver a reencarnar y reanudar este viaje sin final que es nuestra existencia!

MEFIS:   
¡Hermoso discurso! ¡Bravo! ¡Bravísimo! (PAUSITA) ¿Sabes cuál es tu problema? Qué confundiste el amor con una ilusión, y ahora como las cosas no resultaron como tú esperabas, reniegas de la vida como si toda ella no proporcionara otra cosa que tristezas, desgracias y dolores. No te ciegues, Fausto, existen el amor, la belleza, la música, el mar, la juventud, la bondad, los colores y muchas cosas más; dones que están frente a ti y que no puedes ignorar.

FAUSTO:
Nada de eso tiene valor para mí si Margarita no está a mi lado.

MEFIS:   
¿Valen si Margarita está a tu lado y si es pura, no es así? Porque tal como es no la aceptarías, ¿Verdad? Anhelabas una mujer ideal y Margarita es amargamente real, con virtudes y defectos, tal vez más de lo segundo que de lo primero. Pero tu alma materialista, tu formación moralista, tu radicalismo y egoísmo no te permitirán aceptarla si no reúne el requisito de la virginidad. ¿Y sabes por qué? Porque tú nunca en tu vida has amado a nadie verdaderamente.

FAUSTO:
Puedes pensar lo que te venga en ganas, estás en tu derecho.

MEFIS:   
¿Entonces qué hacemos?

FAUSTO:
Quiero que me vuelvas a mi anterior estado y que lleguemos al final de todo esto.

MEFIS:   
¿Y para qué quieres volver a tu viejo cuerpo? Quédate con esa facha de cadete porque de igual forma te vas a chamuscar en el infierno.

FAUSTO:
(PATALEANDO) ¡No quiero discutir, Mefis, haz lo que te digo!

MEFIS:   
Será como dices, hijito.

FAUSTO:
(INFANTIL) ¡No me llames hijito!

MEFIS:   
¡Quién entiende a los seres humanos! Vamos, andemos. ¡Maldita sea! ¡Y precisamente hoy que me puse mí mejor traje!
       
SALEN. ENSEGUIDA ENTRAN MARTA Y MARGARITA

MARTA:  
¿Sabes lo que eso significará para el negocio? Eres la preferida de los hombres adinerados y la que cobra el triple de lo que cobran las otras.

MARGA: 
¿Y cómo quieres que siga en esta vida si le amo profundamente?

MARTA:   ¿Pero tú estás segura de que él te ama a ti?

MARGA: 
Sí, estoy segura. El me lo dijo con las palabras más dulces que he oído de hombre alguno, me lo afirmó la margarita que deshoje y susurró en las noches la luna de agosto. Me ama, Marta me ama. Por eso le dolió tanto cuando le pedí dinero para probarlo.

MARTA:  
Quizá se ofendió porque pensaba que iba a obtenerte de gratis. Bien sabes por experiencia como son los hombres de aprovechadores.

MARGA: 
Él no es de esos, Marta. ¿Qué hombre se ha resistido a pagar mi precio? Ninguno, bien lo sabes. Hasta los más avaros se han postrado a mis pies con la bolsa abierta y llena de oro reluciente. En cambio Fausto.

MARTA:  
Tal vez no sea tan rico como dice ser.

MARGA: 
Cuando pronuncié las palabras malditas de las que ahora me arrepiento, su rostro se cubrió de una pálida tristeza y sentí como su alma se alejaba a una distancia inalcanzable de la mía. Entonces me lanzo a la cara todo el dinero que llevaba encima, y salió apresuradamente de la habitación, como si le hubiesen robado lo más precioso de su vida. Marta, con el dinero que me lanzo a la cara, pudo haberme comprado cien veces si hubiese querido. Por eso asevero que me ama. (PAUSITA) Marta… ¿Te has enamorado alguna vez?

MARTA:  
Una sola vez y me pesó a los nueve meses. Después de eso solo he procurado hacer bien mi trabajo sin mirarle la cara a quien cabalga sobre mí; así me evito complicaciones. Cupido es traicionero, y si nos descuidamos logra flecharnos hasta en el trasero.

MARGA: 
¿Y qué sentiste cuando te enamoraste?

MARTA:  
Lo que puedo decirte es lo que sentí cuando parí a mi primer y único hijo, porque quien olvida semejantes dolores… pero expresar el estado emocional, lo que sentía al enamorarme por vez primera es complicado… me sentí ilusionada, arrobada, extasiada… tan extasiada que me dejé llevar a la orilla del río y no dije ni “pío”. Lo malo fue que me quedó el gusto y aquí me tienes. Si hubiese “pillado”, a lo mejor la vida que llevo sería distinta.

MARGA: 
¿Y lo amaste?

MARTA:  
Al principio si… luego… bueno… lo que verdaderamente me gustaba era lo otro.

MARGA: 
Es tan maravilloso estar enamorada.

MARTA:  
¿Nunca te había sucedido?

MARGA: 
No, es la primera vez. A mí me enseñaron desde pequeña a desplumar a los hombres sin ningún tipo de contemplaciones; debía considerarlos como a un enemigo al cual debía dejar con la cartera vacía, y en muchos casos hasta quedarme con la mismísima cartera… hasta que conocí a Fausto y todo cambió.

MARTA:  
¿Entonces tu decisión es irrevocable?

MARGA:
Sí… voy a buscarle y me le entregaré.

MARTA:  
Mala cosa cuando las putas nos enamoramos. Margarita… ¿No será falso ese dinero?

MARGA: 
No. al principio se me vino a la cabeza esa idea, pero lo revise bien y es de buena ley.

MARTA:  
¡Cuidado! Allí se acerca Mefis con un anciano. Hablaremos del asunto después.


(ENTRA MEFIS CON FAUSTO EL CUAL VIENE MAS VIEJO QUE CUANDO SE INICIA EN LA PIEZA)

MARGA: 
Que parecido tan extraordinario con Fausto tiene ese señor.

MEFIS:   
(QUE SE PERCATA DE LA PRESENCIA DE MARTA Y MARGARITA) ¿Ves lo que ven mis ojos, Fausto? El sol de tus días y la luna de mis noches.

FAUSTO:
¡Qué mala fortuna! ¡¿Por qué el destino me castiga poniéndola de nuevo en mi camino?! (HACE UN GESTO COMO SI SINTIERA ESCALOFRÍOS) ¡Oh, Mefis, siento mil escalofríos que suben y bajan a través de mi cuerpo!

MEFIS:   
No te preocupes, ese es uno de los síntomas que produce el brebaje que te he dado. Sus efectos duran de una a dos horas; así que no se los achaques al amor.

(SE ACERCAN MARTA Y MARGARITA)

MARTA:  
¡Señor, Mefis, qué gusto el verle de nuevo!

MEFIS:   
(A FAUSTO) Espero que te comportes como es debido y no metas la pata. ¡Estimada amiga! ¿Cómo están ustedes?

MARGA: 
Muy bien, señor Mefis ¿Y usted?

MEFIS:    Bien, muy bien, y mucho mejor ahora que estoy al lado de ustedes, quienes quitan el sueño a cualquier hombre que se precie de tal.

MARTA:  
(A PUNTO DE DERRETIRSE) ¡Ay, gracias por el cumplido; usted siempre tan galante con nosotras! (MIRANDO A MARGARITA QUE PEMANECE CABIZBAJA) Precisamente estaba diciéndole a Margarita que teníamos días sin verle… a usted… y al doctor Fausto. Margarita se encuentra muy afligida debido a la ausencia del joven. Se había encariñado tanto con el que dice no poder vivir si no le tiene a su lado.

FAUSTO:
(A MEFISTÓFELES) ¿Quedaría insatisfecha con la cantidad de dinero que le lancé a la cara?

MEFIS:   
¡Chiiiis!

MARTA:  
¿Decía algo el señor?

FAUSTO:
Si. Preguntaba a Mefis quienes eran tan bellas damas.

MEFIS:   
¡Oh, pero que descuidado soy, me olvidé de presentarles al doctor! Señora Marta, Margarita, les presento al doctor Fausto, abuelo del también doctor Fausto.

MARTA:  
¡Oh, mucho gusto, señor, son ustedes tan… tan!…

FAUSTO:
¿Parecidos?

MARGA: 
Marta quiere decir que tienen un aire familiar.

MEFIS:   
Andamos precisamente en busca de Fausto. Su abuelo ha venido a visitarle y no le encontramos en ninguno de los sitios a los que solíamos asistir. Entonces pensé que quizá se encontraba en casa de ustedes y hacia allí nos dirigíamos.

MARTA:  
La fortuna hizo que nos encontráramos y se evitarán el viaje. El doctor desapareció desde hace diez días  y no hemos vuelto a verle.

FAUSTO:
Antes dijo usted que la señorita estaba muy afligida por su ausencia… ¿No es así?

MARTA:  
Afligida es poco; se encuentra desolada… no come... no duerme. Cometió el error de ponerle una prueba para saber si era correspondida en su pasión, y las cosas no le salieron como ella esperaba.

FAUSTO:
¡Dichoso mi nieto que goza del amor de una mujer tan hermosa!

MARGA: 
Usted no se imagina cuanto sufro. Estoy tan arrepentida por el error que cometí. Por eso ando en procura de Fausto, para pedirle me perdone y hacerle saber que por el abandonaré la vida que llevo para consagrarme por entero a hacerle feliz.

FAUSTO:
¡Maldita sea mi suerte!

MARGA: 
¿Decía usted?

FAUSTO:
Que bendita la suerte de mi nieto.

MARTA:  
Señor, Mefis… ¿Desde cuándo no ha visto usted al doctor?

MEFIS:   
Precisamente desde hace diez días. Le acompañe a comprar un boleto para viajar a Alemania. Me dijo estar muy decepcionado y que por tal motivo regresaría a la ciudad donde vivía antes de radicarse aquí. Lo extraño de todo esto es que el no pensaba viajar enseguida… a menos que después cambiara de opinión. Digo esto porque fuimos a la casa donde vive y la encontramos deshabitada. Por eso pensé que tal vez…

MARTA:  
¿Qué tal vez se había mudado con Margarita, no es así?

MEFIS:   
Pues sí.

MARGA:
¡Ay, Marta, estoy a punto de desmayarme! ¡Que sofocación!

MARTA:  
¡Niña, cálmate! (A MARGARITA EN VOZ BAJA) Yo también estoy sofocada. Debe ser el olor que despide el abuelo de Fausto; ya no soporto tenerle cerca. Parece que cargara encima todo el azufre del infierno.

MARGA: 
¡Ay, Mefis, ayúdame usted o voy a rodar por el piso!

MEFIS:   
(SOLÍCITO LA TOMA POR LA CINTURA Y LA LLEVA A UNO DE LOS BANCOS) ¡Cálmese, los nervios la están matando!

FAUSTO:
(A MARTA, MIENTRAS SIGUEN A MARGARITA Y A MEFISTÓFELES) ¡Qué amor tan sublime profesa su amiga a mi nieto! (PARA SI) ¡Qué imbécil he sido, que imbécil!

MARTA:  
Y eso que usted no sabe lo peor.

MEFIS:   
(QUE ABANICA A MARGARITA CON SU SOMBRERO) ¿Lo peor?

MARTA:  
Sí, señor Mefis. Esta niña se ha empeñado en decir que si no aparece Fausto se recluirá en un convento.

MEFIS:   
(ALARMADO) ¿Dice eso? (PARA SI) ¡Carajo, tronco de vaina! (A MARTA) ¡Hay que quitarle esa idea de la mente sea como sea! Eso no es nada justo. Una joven tan hermosa, inteligente, empezando apenas la vida y meterse a monja. No, eso no puede ser.

FAUSTO:
(IRÓNICO) ¿Y qué es lo que le preocupa tanto, Mefis, el hecho de que ingrese al convento y pase allí su juventud, o perder a “tan aventajada alumna”?

MEFIS:   
¡Cállate! Si quieres vete a casa que luego pasaré por ti.

FAUSTO:
¿Marcharme? (LO TOMA DEL BRAZO Y LO ALEJA DE MARTA Y MARGARITA) No, ahora no voy a marcharme, ahora voy a quedarme porque sé que ella me ama profundamente. ¡Oh, que estupidez había cometido!

MEFIS:   
Algunos no oyen consejos y llegan a viejos.

MARGA: 
(SE LEVANTA TAMBALEANTE DEL BANCO) Ya que parece que es una realidad que Fausto se ha marchado del país, haré lo que tengo pensado.

MARTA:  
Margarita, aparta esa idea de tu cabeza. Piensa en tu juventud… piensa en el negocio.

MEFIS:   
Marta tiene razón. Olvídese de Fausto. Usted tiene una vida por delante y debe vivirla pero fuera de los claustros de un convento… y… y… “y hay tantos hombres en la viña del señor”.

MARGA: 
No, no puedo retroceder. Yo le prometí a la virgen del Pilar que si Fausto no aparecía me convertiría en una de sus hijas, y debo cumplir mi promesa. Lo único que me haría retroceder sería la aparición de Fausto… y eso sé que no ocurrirá.

MEFIS:   
La verdad es que hoy no estoy de suerte.

MARTA:  
¿Por qué dice eso, Mefis?

MEFIS:   
Usted no me entendería, Marta, pero el abuelo de Fausto sí.

MARGA: 
Vamos, Marta, tengo que arreglar mis cosas antes de recluirme. Adiós señor Mefis… encantada de haberle conocido, doctor Fausto… y si por casualidad ve a su nieto a su regreso a Alemania dígale que… no, mejor no le diga nada.

(SALE RAPIDAMENTE)

MARTA:  
¡Espérame, Margarita! ¡Buena broma nos echó el doctorcito este! Mefis, ya usted sabe dónde encontrarme, espero que uno de estos días me visite. Adiós señor.
(SALE)

MEFIS:   
Esa vieja me está tentando y me la voy a tener que llevar para el infierno. (A FAUSTO QUE PERMANECE CABIZBAJO) ¡Ah, yo pensé que se había marchado a casa!

FAUSTO:
¡Qué hacer! (SE PASEA NERVIOSO. MEFIS LO MIRA CON MALICIA) ¡Mefis, debemos impedir que Margarita entre a ese convento!

MEFIS:   
¿Y qué sugiere usted que hagamos?

FAUSTO:
Pues arrancar de cero.

MEFIS:   
No le entiendo.

FAUSTO:
Seré joven de nuevo e iré en busca de mi amada; en busca de esa mujer que ha decidido olvidarse de las veleidades del mundo y tomar los hábitos al no poder tenerme a su lado.

MEFIS:   
¿Y de qué medios piensas valerte para recuperar tu rechazada juventud?

FAUSTO:
De ti… ¿De quién más? Cuento con tu ayuda, Mefis.

MEFIS:   
(MOLESTO) ¿Con mi ayuda? ¡¿Pero qué te has creído?! Lo siento, querido, pero yo no soy una tintorería para estar planchando y desplanchado arrugas a capricho. Lo hecho, hecho está y así se queda. Si Margarita se ganó el cielo iluminada por el amor, tú te ganaste un lugar en el infierno, debido a tu egoísmo y para mí será un placer contarte entre los nuestros. ¡Adiós, Fausto, te dejo!

FAUSTO:
¿Me dejas?

MEFIS:   
Sí, te dejo… pero antes quisiera hacerte conocer una cruda verdad… Margarita nunca existió, solo fue una bella ilusión de tu mente senil… yo tampoco existo, pues solo vivo en la mente de aquellos que no creen en Dios.

FAUSTO:
¡No dices la verdad, mientes!

MEFIS:   
No, no te miento. (COMIENZA A ALEJARSE DE FAUSTO) Allí te dejo, consumiéndote en el infierno… lugar que tampoco existe como espacio tangible, pero que es una realidad dentro de cada uno de ustedes. (ARRANCA UNA FLOR Y COMIENZA A ARRANCARLE LOS PÉTALOS)… Cada uno de ustedes construye su Averno particular y se consume en él, y solo logrará escalar al ansiado Paraíso, cuando consiga apagar las llamas que alimentan ese fuego. ¿Y sabes cuál es el combustible que da vida a ese fuego devorador? Sus oídos, calumnias, mentiras, maldades, lujuria, crímenes, soberbia y pasiones. Despierta de tu sueño, Fausto, estás viejo pero aun tienes una oportunidad.

FAUSTO:
¡¿Qué debo hacer, Mefis?!

MEFIS:   
Allí te dejo, en una encrucijada en la que hay solo dos caminos inevitables; uno que conduce a mi morada, y otro que te llevará, dependiendo de tu grandeza de corazón y del amor que seas capaz de brindar sin ningún tipo de restricciones, al dominio de la verdad de la luz. ¡Adiós!
(SALE MEFISTÓFELES)

FAUSTO:
(FAUSTO VA A LA FUENTE, TOMA AGUA EN EL CUENCO DE LAS MANOS Y LA DEJA CAER MIENTRAS EXCLAMA) ¡Tendré tiempo para elegir! ¡¿Tendré tiempo?!


APAGÓN… Y FIN



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