Nació en Puerto Cabello, el 11 de octubre de 1924 y murió en Caracas, el 2 de mayo de 1994. Dramaturga, poeta, ensayista , cuentista y periodista. |
MARÍA LIONZA
(Farsa dramática en tres actos)
A
Mariano Picón Salas
Personajes:
Dioses:
María Lionza
Reina Guillermina
Niña Flora
Niña de la Palma
Jorge Monay
Ezequías
Don Juan de los Retiros
Don Juan del Viento
Don Juan de la Luz
Don Juan del Odio
Don Juan de los Cabrones
Seres Humanos:
María
Froilán
Antonio
Nicanor
Pedro
Facundo
Mensajero
Juana
Ignacia
ACTO
PRIMERO
Umbroso
lugar de la selva. Tupida red de lianas milenarias y bejucos jóvenes.
Destácase, al fondo, un conuco. El verde y las sombras invaden la escena,
mientras los gusanos de luz la llenan de presagios. De cuando en cuando, una
bandada de guacamayas la cruza espantando los murciélagos.
Como
si fuera un chinchorro, aparece en primer plano, un ala de mosca gigante.
Lejos
croa un sapo. Y de más lejos todavía, llega un rumor de piedras que caen al
lecho del viejo y seco río.
Lo
leños calcinados estallan.
En
escena, Juana e Ignacia.
JUANA.-
Tuve
que hacerlo, Ignacia. No bastan ya ni el rezo ni el presente. La reina ni
responde ni se sacia con velas, con perfumes o aguardiente. Perdí mi bienestar
con mi ganado, se secaron las siembras, los conucos, y mi hija estaba pálida a
mi lado virgen y verde como los bejucos. Después al hijo lo metieron preso, por
algo que no sé, por algo injusto, y mi hija oscura, con su pelo espeso, alzaba
al aire el pájaro del busto.
IGNACIA.-
¿Y
qué hiciste, por Dios?
JUANA.-
Llamé
a los cielos con una extraña y loca jerigonza, hice oraciones y besé los suelos
clamando, por piedad, a María Lionza.
IGNACIA.-
¿Y
no recuperaste lo perdido?
JUANA.-
No lo
recuperé. Los charlatanes decían que siguiera sin sentido, y fui a los
sacerdotes, los mojanes, y allí me echaron mirra en el oído e incienso y
estoraque en los fustanes…
IGNACIA.-
¿Y
no te devolvieron lo perdido?
JUANA.-
¡Nada,
criatura! El negro sahumerio no respondió a mi sed ni a mis afanes, y entre las
peticiones y el misterio soñaba con haciendas y con panes, con hijos libres de
su cautiverio, y me quemaban ya los talismanes. Y mi hija estaba allí… virgen,
bermeja, el pecho redondeado como un fruto, y entonces me chismearon en la
oreja: ¡tu hija será tu último tributo!
IGNACIA.-
¿Y
entonces, qué?...
JUANA.-
Me
cosquillaba el hambre en la cintura y el coyote y alcé a mi hija, virgen como
estaba, y se la di completa al sacerdote. ¡Sí, se la di! ¿Qué quieres? ¡Una barbaridad,
una blasfemia!¡Mas cuántas niñas no son ya mujeres porque los suyos se morían
de anemia!
IGNACIA.-
Es
espantoso lo que me refieres…
JUANA.-
¿Por
qué se la entregué? Nadie me premia. El hijo sigue ausente, encarcelado, los
otros hijos lloran sin sustento; viéndola a ella, lo que le he quitado me causa
horrores y remordimiento. El cuello se me va, se me desgonza, ando arrastrando
su percal sangriento, pues nada me devuelve María Lionza. ¡La sangre pura le
sirvió de ungüento!
IGNACIA.-
¿Por
qué no te quedaste en los conjuros? ¿Por qué tuviste que entregar la niña?
JUANA.-
Se
ve que no has pasado por apuros, que nadie te hace mal ni te rapiña… ¡A lo
hecho, pecho! Yo no me censuro, censuro a María Lionza, a su campiña; yo le
pregunto si no hay bien seguro, si esto es un pacto o una rebatiña.
IGNACIA.-
Quizás
la reina duerme entre sus muros, quizás esté muerta y no se recupere… hay
dioses malos, débiles y oscuros… Puede que María Lionza degenere.
JUANA.-
¡Y
yo gasté mi pólvora en zamuros y mi hija se me pudre y se me muere! Voy a rezar
con los dedos duros, con ese dedo varonil que hiere…
IGNACIA.-
¿Insistes
todavía en exorcismo?
JUANA.-
¿Me
seguirás?
IGNACIA.-
Con
gusto, si te ayuda.
JUANA.-
Piensa
en el santo día del bautismo, piensa en tu carne trémula y desnuda, piensa en
el santo de tu catecismo y en una araña mórbida y peluda. Sí, porque al filo de
la media noche cuando te cae un río del sobaco, sin una rebelión, sin un
reproche te doblas y te fumas el tabaco.
(Juana
saca dos tabacos del bolsillo de su delantal o vestido, entrega uno a Ignacia, enciende
los dos y ambas comienzan a fumar.)
JUANA.-
El
humo hacia los puntos cardinales pidiéndole al espíritu y al guía que te lleve
en sus alas fantasmales a la gran puerta de la cofradía.
IGNACIA.-
Miedo
me das…
JUANA.-
Aplácate
y escucha: intenta renunciar, adormecerte, vendrá el Poder, te cogerá sin lucha
y ha de llevarte como un trapo inerte. Duérmete, Ignacia, y piensa en lo
infinito, duerme conmigo y rompe tu medida, duerme que ya aparece Francisquito
diciendo que mi vela está prendida. ¿No ves los aposentos, los umbrales?
IGNACIA.-
No
veo nada…
JUANA.-
(Exasperada)
¡Nada ocurre, Ignacia! No veo el paredón ni las señales, o yo o la reina
estamos en desgracia.
IGNACIA.-
¡Son
falsas tus regiones celestiales (Botando el tabaco), falsa tu reina y mísero su
influjo!
JUANA.-
Ya
no la conmovemos los mortales (Botando el tabaco), ni con los trances ni con el
embrujo. Y mi hija está en su tálamo, tendida, sin hombre que la ciña y que la
quiera.
IGNACIA.-
Y tú
como una vela derretida no hallas altar donde quemar tu cera. Vamos, que el
frío arde hasta los huesos… El frío arde como la evidencia. Olvida tu rencor y
tus excesos que estás a punto ya de la insolencia.
JUANA.-
Tengo
los pies y los retoños tiesos…
IGNACIA.-
Pues
que ello signifique penitencia.
JUANA.-
No
quiero penitencia ni regresos; quiero romper mi espera y mi creencia. María
Lionza, por los hijos presos en cárcel, en dolor o en indigencia, por las
hijas negadas a los besos y entregadas al dios y a su violencia, por lo que no
devuelves a mis rezos, porque llenas de pulgas la conciencia, sé que no valen
brujos ni confesos, que no eres triunfo sino decadencia. (Salen)
(Entra
María)
MARÍA.-
Es
horrible esperar… (Entra el mensajero) Y usted… ¿qué quiere?
MENSAJERO.-
(Alargándole
un papel) Un pliego de Froilán…
MARÍA.-
¿Y
qué ha ocurrido?
MENSAJERO.-
Yo
nada sé; mejor es que se entere…
MARÍA.-
¿Qué
dice aquí, qué dice?
MENSAJERO.-
Que
se ha ido…
MARÍA.-
¡Si
no se puede ir!
MENSAJERO.-
Pues
no lo espere, si dice que se va, ¡cuento concluido!
MARÍA.-
¿Cómo?
¿por qué?
MENSAJERO.-
No
se me altere… Froilán es un muchacho presumido.
MARÍA.-
¿Qué
gana con mentir, por qué me engaña? Froilán es todo lo que yo he vivido.
Froilán es todo lo que me acompaña. Y este papel es un adiós fingido. Por él
dejé mi madre, mi cabaña, por él sufrí la fuerza y el vahído, y hoy ¿quién
puede creer esta artimaña?
MENSAJERO.-
Anoche
la escribió sin un gemido.
MARÍA.-
Anoche…
¿usted lo vio? ¿Por qué se ensaña?
MENSAJERO.-
Lo
vi no más… Tranquilo y convencido.
MARÍA.-
¿Y
aquí puso su mano, la guadaña con que rasga mi cuerpo poseído, y aquí miró el
papel tras la pestaña con aquel ojo de betún pulido? Y usted echó veneno a la
cizaña, usted lo vio firmar sin un latido, y se sacó después una lagaña porque
tenía el ojo distraído. Usted, ¿quién es? ¿Un hombre, una alimaña?
MENSAJERO.-
Yo
no me meto donde no es debido.
MARÍA.-
Usted
trae la carta, la montaña de muerte que aniquila mi sentido, usted me hace
morir, pero se apaña; yo no me meto donde no es debido. Froilán se metió en mí
con su espadaña; Froilán se metió en mí con su estallido, y eso ¿qué fue? ¿una
hazaña?...
MENSAJERO.-
Quizá
le resultara divertido.
MARÍA.-
¡Jocoso
darme con mi piel huraña, de risa verse con el cuerpo herido! Miré la red y no
miré la araña y aún miro aquel amor entretejido pues si mi carne le resultara
extraña ¡meto mi cuerpo donde está metido! Soy una intrusa, ¡bueno! Y si me
daña meterme en el tormento de su olvido, ¡más entro en él sin ver lo que
restaña la sangre que emparama mi vestido! Pero hago mal… ¿no es cierto,
mensajero? Tú eres un hombre, libre y precavido. Sabes matar al niño y al
cordero y te lavas las manos sin descuido. ¡Qué limpia mano de hombre
traicionero! ¡Qué uñas de sol decoran al bandido! ¡Vete de aquí… que lloro y me
exaspero! ¡Me estoy metiendo donde no he debido! (Sale el mensajero)
(Silbidos,
gritos de Pavita, ruidos nocturnos se confunden con los sollozos de María,
tendida en la media luna del chinchorro. Luz fantasmagórica ilumina la escena.
Entran los dioses, rodeados por un nimbo de azufre.)
EZEQUÍAS.-
Cada
cien años, cada cien otoños el pueblo hambriento pide un nuevo credo. Que le
crezcan los sueños, los retoños, que un nuevo dios los libre de su miedo.
NIÑA
DE LA PALMA.-
Para
que la deidad, la reina Mara entre otra vez en rango y en oficio, para que un
dios comulgue sobre el ara y limpie el polvo con el maleficio, te pedimos tus
párpados, tu cara, tu cuerpo de mujer en sacrificio.
JORGE
MONAY.-
En
nuestra tierra fresca y melodiosa silencio y sed castígannos de nuevo. Ni el
mito que nos limpia y nos remoza sufre temblor, crisálida o renuevo.
REINA
GUILLERMINA.-
Por
eso vengo a ti, María hermosa, María perdedora de mancebo, buscándole una reina
y una esposa a ese gran pueblo que en mis hombros llevo. Por eso vengo a ti,
María moza, cuerpo de potestad y de relevo para que te conviertas en la diosa y
saques el gran pájaro del huevo.
(Las
tinieblas invaden la escena. El último sollozo de María se convierte en un
trino angustiado. Los dioses salen con las sombras. Entran Froilán y el
Mensajero)
FROILÁN.-
(Llamando)
María… (Al Mensajero) ¿Dónde está?
MENSAJERO.-
Pues
allí estaba saliéndosele el diablo por la boca.
FROILÁN.-
Cuéntame…
qué te dijo…
MENSAJERO.-
¡Pero
acaba! ¡Si ya te lo conté; si estaba loca! Y yo me voy de aquí…
FROILÁN.-
¡Calla!
(Llamando en voz baja) ¡María!... (Notando que el mensajero intenta marcharse,
lo coge por un brazo) Tu no te vas…
MENSAJERO.-
Y
qué, ¿quieres un perro? ¿Para qué necesitas compañía? Ya tuve mucha vela en
este entierro.
FROILÁN.-
Explica
una vez más lo que decía, qué cosa respondió…
MENSAJERO.-
Pues
nada tierno…
FROILÁN.-
¿Qué
dijo?
MENSAJERO.-
No
decía, maldecía… ¡y que los dos nos fuéramos al cuerno!
FROILÁN.-
Yo
creo que está aquí, pero escondida…
MENSAJERO.-
Allá
tú y ella.
FROILÁN.-
Quédate
un instante… En su chinchorro la hallaré dormida con una huella oscura en el
semblante.
MENSAJERO.-
(Con
sorna) Despiértala, Froilán, pero enseguida no sea que otro sueño la levante.
FROILÁN.-
¡Pero
estará tan llena de despecho; no me recibirá con alegría, de puro miedo se me
tranca el pecho!...
MENSAJERO.-
Es
imaginación… o tontería. (Empujándolo) Anda, Froilán, y acércate a su lecho…
(Cuando
Froilán se aproxima al chinchorro, éste se rodea de una luz intensa,
demostrándole que no hay nada en él.)
FROILÁN.-
(Llamando)
¡María!...
(Sombras
de nuevo, hasta que una luz dorada y extraña ilumina los árboles. Flores,
frutas, yerbajos se ciñen tiernamente a la atmósfera. Vuelan insectos de color.
Atezadas astillas se amontonan bajo los troncos.)
(Entran
Jorge Monay y Ezequías)
EZEQUÍAS.-
Se
cumplen hoy tres años de su ascenso.
JORGE
MONAY.-
Se
ha convertido en diosa verdadera y se le trajo almíbar con incienso. Que una
mujer tan bella y tan austera es cosa singular…
EZEQUÍAS.-
Yo
ni lo pienso. Miedo me da mirarla tan severa entre las cabras, el pastor y el
pienso.
JORGE
MONAY.-
Pues,
para mí, ni el huracán la altera.
EZEQUÍAS.-
Yo
prefiero esperar en el suspenso. Hay algo de ella que se quedó fuera, algo que
ni aquilato ni condenso. No es totalmente nuestra compañera.
JORGE
MONAY.-
Cambió
su amor por el amor inmenso. Se convirtió en la luz y en la heredera con un
sollozo largo e indefenso.
EZEQUÍAS.-
¡Lloraba
con la piel con la cadera! Era un sollozo demasiado intenso.
JORGE
MONAY.-
Ahora
está tranquila…
EZEQUÍAS.-
Dios
lo quiera, y Dios me quite el mal y el pensamiento.
JORGE
MONAY.-
¿Qué
es lo que piensas?
EZEQUÍAS.-
Que
por más precoces que seamos en luz y entendimiento ella es mujer aún entre los
dioses y está en combate y experimento. Aún tiene labios rojos y veloces, se le
salen los muslos del asiento; cuando la miro con sus albornoces metida en su
pudor y en su portento, cortando el aire con sus duras hoces le sobresale el
pecho suculento. Y siento miedo de escuchar sus voces, de ver su rostro, de
sentir su aliento… Yo sé que tú también lo reconoces, pero eres más flemático o
más lento.
JORGE
MONAY.-
Fuimos
a ella pues se requería una mujer lacónica y valiente. Que el mito solo con su
jerarquía estaba ya agotado entre la gente.
EZEQUÍAS.-
Pues
fue una solución muy femenina, por no decir mejor que fue imprudente. La diosa
estaba intacta en su hornacina y hoy se nos quiebra cuando está presente.
JORGE
MONAY.-
Cállate
que allí viene Guillermina.
EZEQUÍAS.-
Quédate
tú y escucha lo que cuente.
(Sale
Ezequías. Jorge Monay se esconde tras un árbol. Entran Guillermina y la niña
Flora)
GUILLERMINA.-
Anoche
florecieron flamboyanes…
FLORA.-
Llenaron
de narcóticos la brisa, mordían los perfumes como canes y hoy encuentro la
atmósfera imprecisa. Hay un vaho de esteras, de gañanes…
GUILLERMINA.-
Crece,
rauda y azul, la yerba Luisa.
FLORA.-
Crecen
también los sueños…
GUILLERMINA.-
No
devanes la madeja del sueño y analiza.
FLORA.-
¿Qué
puedo analizar? Tantos afanes me comen la mirada y la sonrisa.
GUILLERMINA.-
Ayer
vinieron veinte servidores…
FLORA.-
Altos
y fuertes como encinas.
GUILLERMINA.-
Pagan
cumplidamente los favores que les donó la reina…
FLORA.-
Guillermina,
la reina, ¿no era una mujer?
GUILLERMINA.-
No
azores.
FLORA.-
¿No
era una joven de cabeza endrina?
GUILLERMINA.-
Me
llenas de recelos y temores… ¿y esa curiosidad tan repentina?... ¿Qué importa
lo que fue? No la valores sino en su forma máxima y divina.
FLORA.-
Cierto,
pero…
GUILLERMINA.-
No
te descubras sin sabores. Vive tu fronda con su clavellina.
FLORA.-
Las
raíces parecen estertores, miro una sangre muerta en la resina…
GUILLERMINA.-
No
hablas como la diosa de las flores.
FLORA.-
Porque
cada botón trae una espina.
GUILLERMINA.-
Pero
¡qué sin razón!...
FLORA.-
Ya
no hay razones. Hay un ambiente lleno de neblina.
GUILLERMINA.-
(Acercándose
a unas astillas colocadas debajo de un árbol) Ayúdame a cargar estos tablones…
FLORA.-
(Ayudándola)
Huelen a cama macerada y fina.
GUILLERMINA.-
¡Huelen
a árbol! ¿Quieres más? Tus dones son grandes…
FLORA.-
¡Nunca!
GUILLERMINA.-
Tú
eres la mezquina, no te bastan los montes, los alcores, los ríos con su bestia
cristalina, los pájaros, los fuegos, los colores…
FLORA.-
El
campo es una vívida rutina.
GUILLERMINA.-
Quédate
con tus sueños turbadores. Yo voy a trabajar. Quien se domina encuentra paz y
encanto en sus labores.
(Sale
Guillermina)
FLORA.-
Tu puedes dominarte, Guillermina.
(Jorge
Monay sale de su escondite)
JORGE
MONAY.-
Flora,
¿tengo que hablarle a los rastrojos, tengo que hablarle a lo que no me escucha?
Si a mí volvieras tus huraños ojos habría un sol de paz sobre mi lucha.
FLORA.-
Yo
no quiero mirar a los dioses. Me fatigan sus cábalas, sus cielos…
JORGE
MONAY.-
Y
tú, ¿quién eres, quién te ha dado voces sino los mismos que te dan recelos?
FLORA.-
Eso
es lo que me cansa y amotina. Que tenga yo que estar entre los hielos, que
tenga que acatar mi disciplina, mientras los hombres comen sus anhelos, sus
besos, sus mujeres y su harina. No sé a qué sabe el pan, pero lo huelo, ni qué
es la carne, pero me alucina… ¿A qué saben los celos?
JORGE
MONAY.-
No
sé, no entraron nunca en mis doctrinas; dolor sí sé lo que es y desconsuelo
pues te amo sin cesar…
FLORA.-
Te
lo imaginas, amor que no se para sobre el suelo, pasión de este jaez, de las
divinas, no son verdad… Se necesita anzuelo, carnaza fresca y trémula sardina,
hombre que pesque sobre el arroyuelo… sangre se necesita y heroína…
JORGE
MONAY.-
Yo
te amo, Flora.
FLORA.-
Dime:
te flagelo y sentirás que tu alma me domina.
JORGE
MONAY.-
No
quiero herir la fronda de tu velo.
FLORA.-
¿No
quieres o no puedes? ¡Determina!
JORGE
MONAY.-
Mi
amor nació del cántico, del vuelo…
FLORA.-
Pues
márchate con tu ala y con tu ruina. ¡Márchate que te extraño y te repelo! Eres
una entelequia masculina.
(Sale
Jorge Monay. Entra Froilán)
FROILÁN.-
(A
Flora) ¡Eh, usted!
FLORA.-
(Volviéndose
y viendo a Froilán) ¿Habló conmigo?
FROILÁN.-
(Acercándose,
con un saco entre las manos) ¿Qué hago con este fardo? Está lleno de trigo. La
dama gorda, la del manto pardo me lo mandó a llenar… Yo me fatigo, lo lleno de
cereal y como tardo un minuto en concluir ¡no la consigo!
FLORA.-
La
dama gorda es una reina.
FROILÁN.-
¡Bueno!
Aquí todos son ángeles o dioses o reinas, y el que menos habla solo y da voces.
FLORA.-
¿Lo
dice usted por mí?
FROILÁN.-
Me
lo imagino.
FLORA.-
¡También
yo soy!
FROILÁN.-
(Con
burla) ¿Por qué se altera? Yo soy un adivino y usted es la princesa, la
heredera.
FLORA.-
¿Y
para qué visita estas regiones?
FROILÁN.-
Pues
yo estoy de servicio; la reina Mara oyó mis peticiones y yo vine a pagarle con
mi oficio.
FLORA.-
¿Y
qué le devolvió la reina Mara?
FROILÁN.-
Me
devolvió un retrato.
FLORA.-
¿Qué
es un retrato?
FROILÁN.-
Algo
como una cara.
FLORA.-
¿Con
ojos, con nariz?
FROILÁN.-
¡Con
todo el boato!
FLORA.-
¿Y
vive?
FROILÁN.-
¡Qué
ha de vivir!
FLORA.-
Es
una cosa rara, es algo como yo; nunca lo he visto pero si tiene una presencia
avara es como yo que soy y no existo.
FROILÁN.-
¡Ah!,
pero usted… ¿no existe?
FLORA.-
Claro
que no; yo soy una apariencia.
FROILÁN.-
Linda
visión.
FLORA.-
¿Cree
usted? ¡Pero tan triste!... Me prohíben la carne y la experiencia.
FROILÁN.-
Pero,
¿tampoco siente?
FLORA.-
Siento
lo ajeno, siento demasiado… siento la mano de otro en mi simiente, los pies de
otros corriendo por el prado, la carne tibia en busca de mi fuente… Siento lo
incomprensible, lo vedado, que se acuestan donceles en mi frente, que el
labriego atraviesa mi costado y que prosigo inmóvil e inocente.
FROILÁN.-
(Acercándose)
¿Y toco su mano?
FLORA.-
Mi
mano es un remedo.
FROILÁN.-
(Cogiéndole
una mano) Hay un índice frío, mas lozano… ¿No percibe mi piel?
FLORA.-
Es
que no puedo.
FROILÁN.-
Y el
brazo es como un pan de fresco grano, y el hombro tiembla como un pez con miedo…
FLORA.-
Si
no puedo temblar…
FROILÁN.-
Tiemblas,
criatura. Temes al hombre, temes al pecado. ¿Cuál es tu nombre?
FLORA.-
Flora,
y mi cintura es esa que se cimbra en el collado.
FROILÁN.-
A
ella me voy; le temo a tu figura… Prefiero tu rincón más sosegado.
(Vase
Froilán. Entra don Juan de los Retiros)
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Te
sedujo el gañán?
FLORA.-
(Volviéndose)
Cállate, deslenguado.
(Entra
don Juan del Viento)
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Tiene
buena presencia...
FLORA.-
¡Cállate,
don Juan!
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Y
él, ¿está enamorado?
FLORA.-
¿Qué
sabes tú de amor?
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Dice
el refrán que sé tanto de amor como un letrado.
(Entra
don Juan de la Luz)
DON
JUAN DE LA LUZ.-
¿Qué
te dijo el galán?
FLORA.-
Nada
que te interese, mal pensado.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Tiene
unos bellos ojos de alquitrán y huele a sementeras y a ganado.
FLORA.-
No
quiero oírte…
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Tiene
piel de pan y el pecho como un horno iluminado.
FLORA.-
¡Calla!
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Tiene
pestañas de azafrán, bozo de papelón, diente ordenado…
(Entra
don Juan del Odio)
DON
JUAN DEL ODIO.-
Era
un bello rufián. Eras una ternera en el cercado y él como un toro viéndote el
afán, mugiendo alegremente su llamado.
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
¡Ay,
quién detiene al toro!
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Toro
jamás coleado…
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Tiene
un lunar como una mancha de oro y un cuerno de cristal desenfrenado.
(La
niña Flora se tapa los oídos)
DON
JUAN DEL ODIO.-
¿Quién
protege su trémulo decoro?
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Quién
no cuelga en la rama su tocado?
DON
JUAN DEL VIENTO.-
¿A
quién no le entra por la piel y el poro el tacto como un aire derramado?
(Entra
la reina Guillermina)
GUILLERMINA.-
¿Qué
hacen con esta niña?
DON
JUAN DEL ODIO.-
¿Niña
has dicho? ¡Cuidado!...
GUILLERMINA.-
Aquí
había una niña.
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
Un
dialogo solvente y moderado.
GUILLERMINA.-
Cuéntame,
niña Flora, cuenta lo que ha pasado…
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Lo
que pasa es el fuego por la espora.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Lo
que pasa es el sol por el sembrado.
GUILLERMINA.-
¡Cállense,
charlatanes! No la dejan hablar…
DON
JUAN DEL ODIO.-
Se
quedó muda.
GUILLERMINA.-
He
dicho, ¡fuera, fuera a los don Juanes! Ella me explicará…
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
No
cabe duda.
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Tócale
los ingrávidos fustanes, no hay nada que explicar… ¡está desnuda!
(Salen
los don Juanes)
GUILLERMINA.-
Flora,
¿qué es lo que sufren mis oídos? Flora, mi reina…
FLORA.-
¡Calla!
Me pueblan unos ímpetus prohibidos, me arrancan velo, voluntad, valla… Estoy
fuera de mí y en mis sentidos.
GUILLERMINA.-
¡Ay
reina Mara, ay perdición, ay cielo! La niña Flora presa en la locura…
¡Devuélvanle su pátina, su hielo, cúbranla con pudores de espesura! Ten humildad
y temple, niña Flora, yo le hablaré a la reina y con su guía toda la sombra que
te cubre ahora saldrá volando y hallarás el día.
(Sale
Guillermina. Entra Froilán)
FLORA.-
(Viendo
a Froilán) ¡Oh, ven que se hace tarde, ven que quieren robarme mi alegría! Mi
espectro quema, mis mejillas arden… Quizá pueda inmolar mi jerarquía.
FROILÁN.-
¿Qué
estás diciendo, Flora?
FLORA.-
No
puedo definir lo que te digo. Estate cerca, el fuego me devora y tú eres como
el leño y el abrigo. ¡Oh ven, cabeza dulce de borrego, belfo de sol, amigo,
contigo puedo realizar mi fuego, mis claras llamas levantar contigo! Colócame
en tus hombros de labriego como a un fardo pletórico de trigo.
FROILÁN.-
Pero
si tú eres diosa…
FLORA.-
Esa
es mi gran mentira, ser sombra de una voz o de una cosa, mirar las brasas sin
tocar la pira.
FROILÁN.-
¡Qué
brava estás, qué hermosa!
FLORA.-
¿Es
que descubres mi fisonomía?
FROILÁN.-
Tu
frente es una garza que reposa…
FLORA.-
Hazla
volar a la región sombría.
FROILÁN.-
Tu
pelo es una rama que solloza…
FLORA.-
Cuélgale
un nido con su melodía.
FROILÁN.-
¿Qué
puedo hacer por ti?
FLORA.-
Tu
piel, tu esposa, algo que sea carne y caloría… Sé que soy torpe, sé que soy
terrosa, que no me quieres nada…
FROILÁN.-
Desconfía…
Mi corazón, midiéndote te goza. Yo también quiero que te sientas mía. Te
enseñaré a tumbarte en los vergeles, a ser ceñida por la espiga amante y a
morir luego de exprimir las mieles.
FLORA.-
Entonces
yo seré tu semejante.
FROILÁN.-
Serás
al fin, tu hallazgo.
FLORA.-
Diciéndolo,
tu voz me da textura, me surca el rostro un iracundo rasgo y la piel brota,
límpida y madura. ¡Mírame bien! Me plasmas… Si dicen que en fantasmas devenimos
a fuerza de jugar a los fantasmas, porque he jugado a ser mujer los limos se
alejan con sus lastres y sus miasmas. Y soy una mujer como una loba.
FROILÁN.-
Una
loba con trémolos, con mimos.
FLORA.-
Una
mujer que llevas a tu alcoba para ligarla a un lecho de racimos. Sé que no
puedo aún, ¡y hay tanta prisa!... tampoco es natural ser la traidora. Ve con
ansia sumisa, ve junto a la magnánima inventora…
FROILÁN.-
¿Quién
es?
FLORA.-
Es
la que manda, la que hechiza, y pídele que rompa esta demora.
FROILÁN.-
Lo
que tú digas, pero ¿quién es ella?
FLORA.-
Es
la reina María. Pídele por mí nada, por tu huella, por tu presencia y por mi
faz vacía que se proponga convertir mi estrella en una hoguera cárdena y
bravía. Dile que nada nos detiene ahora, dile que te amo.
FROILÁN.-
Pero,
¿qué hay que hacer?
FLORA.-
Sigue
esa ruta, llámala e implora… ¡Dile que quiero ser mujer!
ACTO
SEGUNDO
(Muros
encalados, muebles negros, recipiente de barro con espiral de humo azulenco.
Cristo salvaje en la pared. –María Lionza, de espaldas, en monacal jamuga.
Cornucopia de lianas rodea el aposento del trono con una exuberancia luminosa y
procaz. Entra Guillermina)
GUILLERMINA.-
Te
digo que trabajas demasiado; no con el corazón, con la cabeza. Le das la
espalda plena a tu reinado y eso, a la larga, pesa. Nunca te informas por tus
servidores; lees el libro sapiente, el más pesado, mientras la voz está en los
labradores. Cierto que tú aquí tienes un dechado; salmos, cánticos, loores…
Todo muy proverbial, ¡muy empastado! Pero la yerba instala sus olores y ante su
reto dóblase el arado. No quiero criticar, pero soy vieja. Ayer perdimos un
terrón de abono, un filón de maíz y una guedeja de pasto porque estaba en
abandono. Y si hablo de tu corte la encuentro un poco enardecida… Los don
Juanes abusan de su porte, Jorge Monay solloza por su herida, la niña Flora… ¡y
no es porque me importe! ¡está como una potra sin la brida! Olfatea en los
densos matorrales; no sé si está buscando una guarida, pero destroza todos los
rosales… Está posesa de una extraña vida. Ayer la vi tan dura, tan obsesa, tan
llena de su negra sacudida que finalmente le hice una promesa y en ella, reina,
estás comprometida. Tú tienes que librarla de esa angustia, inventar un suelo, una salida, ¿o te imaginas la campiña
mustia y muerta por no verse socorrida? Además, para exceso uno de los mortales
le pidió una entrevista… Si quieres, le hago el mutis de regreso, ¡con una coz
lo saco de tu vista! ¿No? Pues andando que allí está el humano con unos aires
de protagonista.
MARÍA.-
¿Cómo
es?
GUILLERMINA.-
Tiene
una facha de villano y una mirada de seminarista.
MARÍA.-
¿Es
un viejo?
GUILLERMINA.-
Es
galán, no hay hembra terrenal que lo resista, pero aquí sólo es un pelafustán…
Salgo y lo llamo… ¡y que el Señor te asista!
(Sale
Guillermina. Entra Froilán)
MARÍA.-
(Viendo
a Froilán, levantándose) ¡Froilán!...
FROILÁN.-
¡María!... ¡Tú, María!...
MARÍA.-
¿Qué
haces aquí?
FROILÁN.-
María,
que al final te encuentro y me hallo torpe y optimista. Que un día te dejé en
el matorral, pero que luego retorné a tu vista y el chinchorro vacío y
fantasmal me hirió como una máscara imprevista. Que te busqué a la luz del
manantial, que entre las sombras indagué tu pista, que arranqué los bejucos y
el cereal y que hoy te logro en singular conquista.
MARÍA.-
Pero,
¿qué es lo que quieres?
FROILÁN.-
Te
quiero sólo a ti.
MARÍA.-
Mira
quien soy.
FROILÁN.-
Te
miro y sé lo que eres: una mujer que me dirá que sí.
MARÍA.-
Yo
ya no soy una mujer.
FROILÁN.-
Mujeres
hay muchas, mas tú eres sólo mi mujer…
MARÍA.-
Lo
fui.
FROILÁN.-
Comprendo
que te niegues por ahora, pero aquel día me marché y volví.
MARÍA.-
¿Acaso
ignoras que yo también me despedí?
FROILÁN.-
Sé
que no valen trucos, que la hora de volverse a encontrar tiembla en mi
almohada; sé que amas sin cesar a quien te adora, sé que te entregas…
MARÍA.-
¡Tú
no sabes nada!
FROILÁN.-
Quizá
te hablaron de la niña Flora, quizá vinieron con el cuento…
MARÍA.-
Cada
sonido de tu boca me acalora como una bochornosa llamarada.
FROILÁN.-
Entre
ella y yo no hay más que una aventura.
MARÍA.-
¿Entre
quienes? ¿qué dices?
FROILÁN.-
La niña
sollozaba en la espesura, yo la compadecí… y hubo deslices…
MARÍA.-
¿Qué
blasfemas con tanta caradura? ¿Quién se atreve a escupir en mis raíces?
FROILÁN.-
No
hubo noviazgo, sólo conjetura, sólo vagos requiebros…
MARÍA.-
¡Infelices!...
Manchar los nombres con saliva oscura, tiznar los rangos con bramidos grises… A
eso vienes, Froilán, ¡a echar basura!
FROILÁN.-
No
vengo a lo que dices. Vengo a darte mi lecho y su envoltura, vengo a donarte lo
que siempre quise…
MARÍA.-
¡La
peste, la embriaguez, la calentura!...
FROILÁN.-
Tu
pelo suelto en cálidos tapices, la noche negra y llena de ventura, mis besos
como frescas cicatrices…
MARÍA.-
¡Carroñas
que no alcanzan mi estatura! ¡No me condenes! No me martirices… ¿Qué puede
contra mí tu encarnadura? Puede lo que un puñado de perdices. No pienso
disfrutar tu cama impura. ¡Compra una perra y lame sus narices! Yo soy la reina
Mara, la reina, ¿entiendes? Brava y sin mancilla, tengo una casa blanca con un
ara y un tigre custodiando la capilla.
FROILÁN.-
Pero,
¡qué absurdo!
MARÍA.-
Tengo
el pan, la tiara, la marca de los dioses en mi silla, mi vieja tremenda que me
ampara y un tábano inmortal en mi costilla.
FROILÁN.-
Confieso
que jamás te concebía de una sensualidad tan rencorosa.
MARÍA.-
Echa
el agravio y echa la herejía…
FROILÁN.-
Sin
bromas, ¿te crees diosa?
MARÍA.-
Soy
lo que soy.
FROILÁN.-
Pues
déjame que ría, nunca vi situación tan deliciosa. Está bien. Entendido.
Tú
eres la reina, yo soy tu sirviente. Perdí un objeto, vengo y te lo pido. Sin
él, ando extraviado y en pendiente. ¡Tú eres mi único objeto perdido!
MARÍA.-
Cállate,
irreverente.
FROILÁN.-
En
nada falto a Dios ni a tu mandato.
Pido
como cualquiera pediría...
La
reina Mara me volvió un retrato…
MARÍA.-
¡Tenías
que ser tú quien lo pedía! Aquella voz comiéndome el recato, aquella voz
cavándome la estría con un cuchillo negro e insensato.
FROILÁN.-
Tú
me quieres, Mara.
Escuchas
esa voz y te anonadas…
MARÍA.-
Aquel
ladrido de hombre, de perjuro…
FROILÁN.-
Y
tú, que te hundes en tus campanadas, ¿qué hacias escuchando mis conjuros?
MARÍA.-
Gritaba
con las piernas amarradas, jadeaba ante mi reino prematuro, me pesaban las
venas como espadas… Después, hubo un relámpago maduro y no me pesó nada. ¡Y hoy
vienes tú a pesarme como un muro!
FROILÁN.-
Súbete
a él, humana trepadora.
MARÍA.-
¡Vete
de aquí!... ¡Te digo que te vayas!...
FROILÁN.-
Llevando
a cuestas tu caliente aurora.
MARÍA.-
Vete
que se me rompen las medallas, que mi carne se vuelve soñadora… ¡Esperpentos,
fenómenos, metrallas, echen de aquí esta rémora invasora!
(Entran
don Juan de los Retiros, don Juan del Viento, don Juan de la Luz, y don Juan
del Odio, y con muecas y chufletas se llevan, a rastras a Froilán. VUELVEN.)
DON
JUAN DEL ODIO.-
La
castidad es una cosa bella.
DON JUAN
DEL VIENTO.-
Eso
dicen las beatas.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Para
los santos cose una doncella un lecho de relámpagos de plata.
DON
JUAN DEL ODIO.-
La
virgen convencida se degüella y su cuerpo sin rostro se desata.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
La
viuda la vistió con la centella.
DON
JUAN DEL VIENTO.-
La
monja se colgó de la alcayata.
DON
JUAN DEL ODIO.-
Todas
dejaron una hermosa huella.
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Se
amortajaron con un chal de nata.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Se
echaron sobre el césped de la estrella y el polvo las mordió como una rata.
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
La
soledad es una cosa buena. Uno aprende a ser fiel, a ser profundo.
DON
JUAN DEL VIENTO.-
La
joven que se pinta se condena.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Y en
el espejo ve un color inmundo.
DON
JUAN DEL ODIO.-
Tiembla
llena de brasa, de cayena, siente su talle próximo y fecundo…
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
Luego
se va a la calle, se envenena, se prenda de un alegre vagabundo…
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Juntos
se tienden en la yerbabuena…
DON
JUAN DEL ODIO.-
Él
tiene un pecho ronco y gemebundo…
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Y
ella en los muslos una luna llena.
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
¡Qué
cosa tan escuálida es el mundo!
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Y
sin embargo, es tema de vecinas, de chismes, de reyertas…
DON JUAN
DE LA LUZ.-
Las
hijas de mi estólida madrina, dos corolas apenas entreabiertas, vivieron
siempre en férrea disciplina ocultas tras los muros y las puertas. Pero alguien
trabajaba en la colina, alguien venía a domeñar sus huertas, y una noche de
lluvia y de neblina se quedó a reposar… Se sentían tan vivas, tan despiertas…
Después, corrieron algo la cortina ¡y vieron tanto que quedaron tuertas!
MARÍA.-
¡Basta,
demonios, basta!
DON
JUAN DEL ODIO.-
¡Ay!
¿Quién detiene el próximo huracán?
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Quién
frena el cuerpo de la reina casta?
DON
JUAN DE LA LUZ.-
¿Quién
para el sol?
MARÍA.-
(Corriendo)
¡Aguárdame, Froilán!...
(Entra
Guillermina y salen los don Juanes)
GUILLERMINA.-
¿A
dónde va la reina?
MARÍA.-
Guillermina…
GUILLERMINA.-
No
son horas de andar por la maleza. ¿Qué pasa? La locura contamina… La reina anda
muy mal de la cabeza; sale para una cita clandestina y una vieja inferior se le
atraviesa. ¿No sabes que tu reino es una ruina? ¿Qué se suelta el caudal de la represa,
que los hambrientos llenan la cocina y no hallan sino piojos en la mesa? Que
hay boñigas y bichos en la harina, que el toro brama, que la vaca obesa se
muere de hinchazón y se amotina pues nadie tira de su leche espesa. ¡Sábelo
ahora!
MARÍA.-
Gracias,
Guillermina. Recuérdame el deber y la tristeza.
GUILLERMINA.-
Me
alegra verse dueña y previsora.
MARÍA.-
Tengo
algo que mandar...
GUILLERMINA.-
Soy
eficiente.
MARÍA.-
Suelta
los perros flacos sin demora, pon en cada macizo una serpiente, y si eres una
buena servidora no preguntes por qué…
GUILLERMINA.-
Soy
obediente.
MARÍA.-
Tranca
el portón, vigila la avenida, toma mi llave, cuélgala en tu frente hasta que mi
sosiego te la pida. Cuece mi pan con áspero ingrediente, ponme una yerba amarga
en la bebida y manda a ungir los muros de mi ambiente. Es que a veces me
levanto dormida y no quiero sufrir un accidente. Despide al servidor que habló
conmigo. No lo quiero ver más entre mi gente.
GUILLERMINA.-
Si
te ofendió, ¡tú sabes el castigo!
MARÍA.-
¡No
es eso!... Es charlatán, es indolente…
GUILLERMINA.-
Si
quieres, lo quebranto, lo atosigo…
MARÍA.-
¡Que
se vaya no más!
GUILLERMINA.-
Perfectamente.
MARÍA.-
Mas
entra un frío azul por el postigo… Se podría enfermar…
GUILLERMINA.-
¡Y
que reviente!
MARÍA.-
Se
podría extraviar como un mendigo. Échalo con el sol; es más prudente. No debe
imaginar que lo persigo. En el amanecer, con el relente, dale con nuestro
adiós, un fuerte abrigo, una vasija llena de aguardiente y un pan de un blanco
y esponjoso trigo.
GUILLERMINA.-
Excesiva
ración para un sirviente tan holgazán…
MARÍA.-
Tú
harás lo que te digo y no hay más que mandar.
GUILLERMINA.-
Perfectamente.
(Sale
Guillermina. Entra don Juan de los Cabrones)
MARÍA.-
(Viendo
a don Juan de los Cabrones) ¿De dónde sales tú?
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
De
tus jergones.
MARÍA.-
Sal
de mi casa y déjame tranquila.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
¿Tranquila
con trescientas tentaciones que te roban el sueño y la pupila?
MARÍA.-
Serena
estoy, don Juan de los Cabrones.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Escapas
del arpón como una anguila. Estás metida en hondas convulsiones aunque nades en
bálsamo y en tila.
MARÍA.-
Soy
una leona firme entre los leones.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Eres
una mujer que se vigila.
MARÍA.-
¿De
quién?
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Del
pecho de los garañones del rebaño llamando con su esquila… ¡Así cualquiera
libra sus pezones metiéndolos en cepo y en mochila! Tienes un aire púdico y
gazmoño…
MARÍA.-
Y tú
un aspecto sucio de vasallo.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Quizá,
pero ya estás en el otoño y se te pone taciturno el tallo. No seas singular…
¡Suéltate el moño y tiéndete en las ancas del caballo!
MARÍA.-
Otoñal
estaré, pero en cordura.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
¡Ay,
de ti, de los cuerdos! Se les adhiere una corteza aura, se fermenta la carne
con recuerdos y las canas no son levadura.
MARÍA.-
Ya
me lo has dicho: ¡vieja!
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Y
rezandera.
MARÍA.-
¿Y
algo más?
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Y
mandona.
MARÍA.-
Envidia
el manto quien lo apeteciera.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Tal
vez, pero te quedas solterona y una mujer soltera es algo parecido a la Sayona.
MARÍA.-
Cosa
que no me va ni me exaspera.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
No
te exasperará, pero razona que ese hombre no se va sin compañera.
MARÍA.-
¿Con
quién?
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Pues
no será con una mona, con Flora que huele a primavera.
MARÍA.-
La
niña Flora no es una persona.
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Eso
no impide que Froilán la quiera ¡y quién quita después que una borona se te
convierta en ávida pantera!
MARÍA.-
Que
quieres darme, ¿celos?
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
A
ti, que te den luto, paños, velones, duelos, un tallo magro y un pernil enjuto.
MARÍA.-
Pero,
¿qué dices, qué es lo que envileces? ¡Yo nunca he sido una mujer fingida? Que
me bebió el amor hasta las heces, que me sorbieron por la piel mordida, llena
de sustos y de palideces, y que luego de ser sangre bebida, corriéndome sudores
como peces, fui llevada en la ráfaga mullida sobre una blanca sábana de reses.
Y si escogí esta norma y esta vida…
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
¡Fue
porque te fallaron los arneses! Fue porque el hombre te dejó tendida y no
supiste suplicar dos veces, ¡y hoy eres un pendón, reina tullida, la gran
zamura de tus feligreses!
MARÍA.-
Perro
que me abres una vieja herida, trajo que me destronas y encarneces, si quieres
verme muerta y desvalida, ¡repite esas parábolas soeces!
DON
JUAN DE LOS CABRONES.-
Ya
el cinturón desabrochó su brida, ya está lleno el percal de redondeces…
(Dirigiéndose
a la puerta)
Ven,
que te abro el portal para la huida.
MARÍA.-
¡Ay,
huele a hombre, a sándalo y a mieses!
(María,
lentamente, va avanzando hacia la salida mientras cae el telón)
ACTO
TERCERO
(Otra
vez plena selva. Flora poda la yerba y las violentas flores con un cuchillo que
prende entre lo verde su aristado relámpago)
FLORA.-
Froilán,
corta el rosal que a mi cuidado dejaron y que hoy dejo a tu descuido. Corta y
deja la flor en tu costado y las tijeras sobre mi vestido. Que para ser la
carne de tu agrado me despojo de pájaro y de nido; que para ser tu espiga y tu
venado espero tu aguijón y mi alarido. Arráncame este légamo sagrado, poda con
ganas mi muñón florido; que pueda yo mirar en mi arbolado un hueco de ternura y
de marido.
(Cortando
una flor)
Una
corola por tu rostro amado, un tallo por tu cuerpo enardecido, un olor por tu
aliento enamorado…
(Oliendo
la flor)
¡Presiento
que la reina ha comprendido!...
(Don
Juan de los Retiros sale súbitamente de detrás de la fronda)
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
La
reina va a lo suyo.
(Don
Juan de la Luz aparece también súbitamente en la misma forma)
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Lo
suyo es un gran tálamo fragante.
(Don
Juan del Viento aparece, ídem)
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Entrégale
al dolor ese capullo porque la reina tiene ya bastante.
(Don
Juan del Odio sale de la fronda, ídem)
DON
JUAN DEL ODIO.-
María
halló el amor y tú el orgullo, tú tienes hambre y ella tiene amante.
FLORA.-
¡Tú
eres un charlatán… y tú un espía! ¡Tú eres un intrigante!...
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
La
realidad es mucho más sombría.
DON
JUAN DE LA LUZ.-
La
reina es una pálida bacante.
FLORA.-
¿Te
atreves a manchar su eucaristía?
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Sus
senos son de puños de diamante.
FLORA.-
¿Quién
te dio vela en esta letanía?
DON
JUAN DEL VIENTO.-
El
viejo amor, obispo y nigromante.
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
La
reina salve su monotonía.
DON
JUAN DEL ODIO.-
Te
dice la verdad… ese tunante era en la tierra esposo de María.
FLORA.-
¿Qué
estás diciendo?
DON
JUAN DE LOS RETIROS.-
Deja
que te espante…
DON
JUAN DE LA LUZ.-
Déjale
que te prenda la bujía…
DON
JUAN DEL VIENTO.-
Déjale
que te cuente lo restante…
DON
JUAN DEL ODIO.-
Ambos
están en celo todavía. Ella es un hilo y él un gigante.
FLORA.-
¡Vamos,
inquisidor! ¡a mi agonía! Trata de abrir un hoyo penetrante en esta piel que es
sólo fantasía… ¡Echarle leña al fuego y adelante! Cierto, soñé con una carne
mía, con un hombre que creara mi semblante, con un amor que fuera mi armonía, y
si hoy me quitan ese sueño errante, sabuesos de nocturna cofradía, perros que
el diablo vele y amamante, ¡sabed que aquí os falló la puntería porque no tengo
cuerpo que la aguante!
(Los
don Juanes desaparecen detrás de la fronda. Entran Jorge Monay y Ezequías)
JORGE
MONAY.-
(Acercándose
a Flora) No alces la voz, ¡no grites!
FLORA.-
Estoy
ardiendo sobre el negro prado.
JORGE
MONAY.-
Los
dioses no arden…
FLORA.-
No
me debilites con ese corazón tan congelado.
EZEQUÍAS.-
Lo
que sólo te pide es que medites que causas no se ven para tu enfado.
JORGE
MONAY.-
¿Qué
quieres, Flora?
FLORA.-
Que
me resucites pues muerta estoy y morirá el sembrado.
(Sale
Flora hacia el fondo, hacia la casa)
JORGE
MONAY.-
¿Lo
ves? Si te lo explico me llamas charlatán y exagerado.
EZEQUÍAS.-
Ella
no sabe sino alzar el pico.
JORGE
MONAY.-
Sí,
pero tiene el pecho desgarrado.
EZEQUÍAS.-
¡Pues
que se clave todo el acerico y salga de una vez del desagrado! Sé que es
valiente y no me mortifico; tú sí porque tú estás enamorado. Mas si puede
ayudar lo que predico…
JORGE
MONAY.-
¿Me
ayudarás?
EZEQUÍAS.-
Me
falta lo fijado.
JORGE
MONAY.-
¿Qué
es menester?
EZEQUÍAS.-
Agua
divina, tres hojas de laurel y la canela…
JORGE
MONAY.-
(Sacando
las tres cosas) Aquí las tienes…
EZEQUÍAS.-
Malagueta
fina, clavos, incienso y mirra que nos
huela… (Jorge Monay saca las otras cosas y se las da) Pues no concluye aquí la
medicina; hay que buscar con maña y con cautela un poco de pimienta tan dañina
que queme el labio como la candela. (Jorge Monay le da la pimienta) Y ahora,
¡veinticinco tabacos! del largo de tu dedo. Los más rollizos y los más opacos.
JORGE
MONAY.-
(Dándole
los tabacos) Aquí los tienes…
(Ezequías
coloca todos los objetos sobre leño de árbol, hace su mescla y se pone en
actitud de orar)
EZEQUÍAS.-
Rezo
e intercedo…
Esta
oración va ofrecida al Santo Ángel de la Guarda, Por don Juan del Espíritu del
Tabaco, por don Juan del Tabaco, por don Juan de los Encantos para que la niña
Flora sea encantada, por don Juan de los Pensamientos para que la niña Flora
suspire por Jorge Monay, por don Juan de los Cabrones para que la niña Flora
quede encabronada, por don Juan de la Calle, por don Juan de los Cuatro
Vientos, por don Juan de los Cinco Sentidos para que la niña Flora pierda un
sentido, por don Juan de las Lágrimas para que la niña Flora bote lágrimas por
Jorge Monay, con el permiso de María Lionza y de todos los mojanes, con el
permiso del día de hoy, si tiene pies lo busque, si tiene piernas lo alcance,
si tiene manos lo tiente, si tiene boca le hable, si tiene nariz lo huela, si
tiene ojos lo vea, si tiene oídos lo oiga, si tiene mala intención que lo
devore por don Juan del Humo para que con el Humo del Tabaco la haga vencer y
rendirla a sus pies por la Reina Carmelita y Santa Marta del Monte.
Dios
te salve María, llena eres de gracia el amor es contigo y bendita tú eres entre
todas las mujeres y bendito sea el fruto que no pare tu vientre, sea cántico o
luz, Santa María, hija de Dios, ruega por los otros, por los pecadores, ahora y
en la hora de nuestra eternidad, Amén.
Y
ahora… ¡el breve signo de una estrella! ¡Vete Jorge Monay tras su figura, vete,
vete tras ella y que ella te devuelva su ternura!
(Sale
Jorge Monay. Entra María Lionza)
EZEQUÍAS.-
¿Busca
la reina un ramo de malojo?
MARÍA.-
(Viéndole
sorprendida) Busca una negra víbora, fisgón…
EZEQUÍAS.-
La
reina sufre un singular antojo.
MARÍA.-
La
reina ha muerto y busca su terrón.
EZEQUÍAS.-
Pues
me echaron mal de ojo, ¿quién sino reina turba mi visión?
MARÍA.-
La
reina ha renegado del cerrojo, la reina se ha rasgado el camisón. Busca un rabo
de gato en el rastrojo, busca un lagarto, busca un sabañón, busca una araña, un
piojo… ¿y qué hay?
EZEQUÍAS.-
¡Pues
busca su condenación!...
MARÍA.-
(Retándolo)
Busca el palo de un cojo que le sirva de cruz; busca un bribón que como tú
reclame su despojo ¡y un mono que le sirva de crespón!
EZEQUÍAS.-
Pero
la reina puede con su arrojo pasar a manos de la perdición.
MARÍA.-
Paso
del verde al rojo cual hoja de almendrón; pongo mi carne al tiempo y al remojo
y la huelen el fraile y el capón. ¿Y qué me importa, qué? ¡Si huelo a vida! ¡Si
nadie puede contener mi piel, si estoy alegre mientras más perdida, si huelo a
sangre, a toro y a clavel! De todas estas muertes fantasmales, de toda esta
agonía de laurel, salen de mis dos pechos, catedrales, campanadas elásticas de
miel.
EZEQUÍAS.-
Tú
tienes que cumplir lo que está escrito.
MARÍA.-
Me
río de las frases, del papel, de los prudentes con su requisito y a la culebra
pongo el cascabel. Canto mi amor con el reptil y el grito y que otra reina
ocupe mi vergel.
EZEQUÍAS.-
Es
que no hay muchas como tú, María…
MARÍA.-
¡Razón
para tenerme encarcelada!
EZEQUÍAS.-
Razón
de reina…
MARÍA.-
Cábala,
Ezequías. Yo soy una mujer enamorada.
EZEQUÍAS.-
Líbrate
de ello…
MARÍA.-
No
me librarían ni tú ni el cielo, ni el amor ni nada.
EZEQUÍAS.-
Tú
tienes fuerza, tú eres como un trueno…
MARÍA.-
Prueba
es que quiero dar la dentellada, prueba es que quiero ser el desenfreno…
EZEQUÍAS.-
¡Es
que te hallas cogida en la emboscada!
MARÍA.-
¡Y
que me cojan! Dulce es el veneno, dulce es la fruta cruel y emponzoñada…
Ezequías, lo ves, pierdes terreno…
EZEQUÍAS.-
Me asusta
el tremedal de tu mirada.
MARÍA.-
Dijiste
bien al verme diferente. Si me propongo actuar, ¡todo lo abarco! Siempre miré
al miedoso frente a frente… Mi madre andaba con sus pasos parcos, mi padre huyó
de su tranquila fuente y ella lo perseguía entre los charcos. Después… ¡a
romería de parientes! Todos con sus miserias entre marcos, y ante aquella
caterva de incipientes asomó un hombre como un mar con barcos. Yo dije: un
mundo nuevo, un mundo con maderas, con vituallas, ¡a este hombre me lo llevo! Y
ese hombre fue cogido con mis mallas.
EZEQUÍAS.-
Porque
era un pez desprevenido y lacio, ¡y fue una pesca ilícita!
MARÍA.-
¡La
mía! Colgué un chinchorro claro del espacio y llamé al hombre y conocí su
hombría.
EZEQUÍAS.-
Después
el hombre resultó un batracio…
MARÍA.-
Pues
cuando el hombre me dejó aquel día, yo dije: ¡soy la reina!
EZEQUÍAS.-
Ve
despacio no vayas a manchar la profecía.
MARÍA.-
Y si
no tuve hogar, tuve palacio, prodigios, alcahuetes, servidores, un reino y una
tórrida sequía. Pero hoy a mí me dieron los favores; ese hombre ha vuelto por
mi lozanía, me voy abierta en invencibles flores ¡pésele a quien le pese mi
alegría!
(Entra
la Niña de la Palma)
NIÑA
DE LA PALMA.-
Compórtate,
mujer, reina insegura, echas por tierra el santo relicario.
MARÍA.-
La
niña de la Palma me asegura que hay un varón en el escapulario.
NIÑA
DE LA PALMA.-
¡No
blasfemes, por Dios, por tu figura, por ti que eres la diosa y el sagrario!
MARÍA.-
La
diosa abandonó su sepultura y busca un cuerpo vivo en el osario.
NIÑA
DE LA PALMA.-
¡Ay,
no pierdas tu regia compostura, no dejes nuestro reino solitario!
MARÍA.-
Pero,
¿qué es lo que quiere esta criatura? ¿qué rece treinta veces el rosario?
Dímelo, pues, pero con cuenta dura, que mi pulgar es bravo e incendiario!
NIÑA
DE LA PALMA.-
(Queriendo
tocarla con la palma) Paz, pido paz para tu marejada, paz sobre tu cabeza
turbulenta, paz para la pasión que te degrada.
MARÍA.-
¿Y
qué hago yo con paz si estoy sedienta?
NIÑA
DE LA PALMA.-
Río
para tu trémula quijada, brisa para el agravio que te alienta, palma para tu
médula apestada…
MARÍA.-
¿Y
qué hago si la peste me calienta?
NIÑA
DE LA PALMA.-
Reflexiona,
mujer, y hallarás calma.
MARÍA.-
¡Pero
si no la quiero, si ansío que me amarren a la enjalma y me lleven a lomo
placentero! No te fatigues, Niña de la Palma, que no hay escampes para mi
aguacero.
EZEQUÍAS.-
Déjala
profanar; perderá su alma… Ven a rogar conmigo en el estero.
(Salen
Ezequías y la Niña de la Palma)
MARÍA.-
(Llamando)
¡Froilán, Froilán!...
(Entra
la niña Flora)
FLORA.-
María…
MARÍA.-
(Volviéndose)
Llamo a Froilán… Es justo que lo advierta.
FLORA.-
Llámalo
entonces si te da alegría.
MARÍA.-
¡Líbreme
el diablo de la mosca muerta!
FLORA.-
Te equivocas.
Ya ves… Yo lo quería, lo miré como a un ángel en mi huerta y quise darle lo que
no tenía.
MARÍA.-
¡Pues
yo lo tuve y con memoria cierta!
FLORA.-
Lo
sé… No temas… Yo preferiría que no violaras tu sagrada puerta, pero si en ello
va tu bizarría ¡me gusta verla nítida y abierta!
MARÍA.-
¡Tú
me quieres robar!
FLORA.-
¿Quién
robaría amor sin piel y esencia descubierta? De este amor esencial yo ye
hablaría, ¡pero me siento aún tan inexperta!... Quiero a Froilán lo mismo que
querría al agua, al sol, sin odio ni reyerta.
MARÍA.-
¡Pues
yo lo quiero para mí!
FLORA.-
María,
tú fuiste una mujer y yo estoy yerta, tú eres un vendaval y yo estoy fría aunque amor sin pétalos me
vierta. Es justo que reclames tu sangría.
MARÍA.-
¡Es
natural que un hombre me pervierta!
FLORA.-
Chupa
su manantial con energía, por mí no temas… Ya estoy desierta… Jorge Monay me
espera todavía con un amor que al hombre desconcierta.
(Sale
Flora)
MARÍA.-
(Llamando)
¡Froilán!...
(Entra
Froilán)
FROILÁN.-
María,
¿vienes entonces?
MARÍA.-
Voy,
pero primero que me muerdan los perros, la jauría con que cerqué mi exilio
traicionero.
FROILÁN.-
Me
has echado también…
MARÍA.-
Te
despedía por miedo a tu calor y a tu lucero.
FROILÁN.-
Y ya
no tienes miedo…
MARÍA.-
Te
temía como le teme el toro al matadero.
FROILÁN.-
¿Para
qué recordar tu cobardía si me das tu temor y tu ternero? Vamos, entonces… Nos
espera el día.
MARÍA.-
Yo
ya no sé ni lo que espero… Siento una luz tan grande y tan impía…
FROILÁN.-
Impía
no ha de ser…
MARÍA.-
Porque
te quiero, te quiero tanto que preferiría quedarme un rato más en el lindero,
que la sierpe que puse de vigía y el bronco tenebroso cancerbero que eché al
zarzal para cerrar mi vía ¡me arrancaran los párpados y el cuero!
FROILÁN.-
Cállate,
María, no digas cosas negras…
MARÍA.-
Que
el acero con que cerré mi habitación vacía me cerrara tu amor…
FROILÁN.-
Tómalo
entero.
MARÍA.-
No
te pido perdón sino agonía.
FROILÁN.-
¡Basta
de sombras y de mal agüero!
MARÍA.-
Pues
llévame, Froilán, y si te hastía mi carne tras el rapto pasajero, come los
restos de mi piel sombría y búscame después un agujero.
(Entra
la reina Guillermina)
GUILLERMINA.-
¡Párate,
reina Mara!
FROILÁN.-
¡Ya no es la reina!
GUILLERMINA.-
Bien,
pues, ¡lo que sea! No se puede marchar quien se enmascara, ¡que tenga una razón
y quien la crea!
MARÍA.-
La
cuenta quedó clara. Me marcho con Froilán y sin pelea.
FROILÁN.-
Aquí
ya nadie mete su cuchara.
GUILLERMINA.-
No
meto el cucharón sino la idea. La reina tiene que mostrar la cara y declarar
por qué se ha vuelto atea.
FROILÁN.-
María
no declara por darte el gusto a ti y a tu asamblea.
GUILLERMINA.-
Pues
me quedan poderes absolutos para impedir su fuga dela aldea. Tengo terribles y
altos atributos…
FROILÁN.-
¡Los
de ser vieja, petulante y fea!
GUILLERMINA.-
Mira
que puedo condenar tu boca, que tengo mis embrujos… ¡te lo advierto!
FROILÁN.-
Mira
que tu insolencia me provoca…
MARÍA.-
Apártate,
Froilán, dice lo cierto. Puede dejarte maniatado y mudo, puede colgarte como a
un gato muerto… Mejor, Froilán, será romper el nudo y confesar que te amo y me
libero.
FROILÁN.-
Tú
lo que quieres es dejarme viudo y meterme otra vez en el entuerto.
MARÍA.-
Quiero
contarles de tu pecho rudo, de tu hondo cuello, de tu rostro abierto: decirles
quién, por su hermosura, pudo volver mi cuerpo a su temblor despierto. Y dime, Guillermina, si todo eso lo digo y lo declaro, si explico
quién es el sol y me ilumina, si defino mi amor y mi descaro, ¿pedo marcharme
luego sin inquina, no me herirán los perros y el disparo?
GUILLERMINA.-
¡Cuenta
con ello!
FROILÁN.-
¡Pues
ni va ni opina!
GUILLERMINA.-
Hay
que escoger: la luz o el desamparo.
FROILÁN.-
A mí
esa solución no me interesa.
MARÍA.-
Pues
te ha de interesar, ¡juegas lo tuyo!
FROILÁN.-
Lo mío
me lo llevo ¡y con firmeza!
MARÍA.-
Pero
nos puede condenar tu orgullo.
GUILLERMINA.-
¿No
entiendes que te juegas la cabeza? ¿No escuchas los jaguares, su murmullo
oliendo carne viva en la maleza? ¿No sabes que si quiero te destruyo?
MARÍA.-
Piensa
que matas lo que ahora empieza, piensa en mi amor y en su brutal capullo,
piensa en mi carne macilenta y tiesa porque si ahora huyo me echarán a morir en
la represa.
FROILÁN.-
No
te quiero dejar; ya no me fío…
MARÍA.-
¿No
te fías en mi sed, en mi cintura?
FROILÁN.-
Pienso
en tus muslos llenos de rocío…
MARÍA.-
Tuyos
serán si actúas con cordura. Anda y prepara el barco sobre el río… Espérame,
Froilán, no hay impostura… te prometo dormir en tu navío.
FROILÁN.-
Pues
marcha a rendir cuentas y apresura porque si no regreso por lo mío.
(Sale
Froilán)
MARÍA.-
Concluya,
pues, el bochornoso engaño.
GUILLERMINA.-
¿Estás,
entonces, ciega y decidida?
MARÍA.-
¿Y
no lo sabes?
GUILLERMINA.-
Me
resulta extraño verte cambiar la luz por la caída.
MARÍA.-
¿Quieres
mi explicación o tu regaño?
GUILLERMINA.-
Quiero
que me oigas, mal agradecida…
MARÍA.-
Tanto
he oído tu voz, tanto sé tu labia precavida que no te escucho sin hacerme daño,
que tienes la oreja carcomida. Sé lo que me dirás: que hay un rebaño que pusiste
a mis pies y me invalida, que tengo ahí en tus muros un escaño, una mesa sin
pan que me convida, un pan sin hombre, mísero y tacaño, y una gran sed de
recobrar la vida.
GUILLERMINA.-
Quiero
que recuperes tu tamaño.
MARÍA.-
¡Ya
lo recuperé… y estoy crecida! Porque el otro, el glacial, el ermitaño ¡te lo
puedes comer en tu guarida! ¿Terminamos por fin? ¿Eso era todo?
GUILLERMINA.-
¡Hay
mucho más!...
MARÍA.-
Pues
vamos con el cuento…
GUILLERMINA.-
Estás
llena de tósigo, de lodo…
MARÍA.-
¿Y
qué esperabas?
GUILLERMINA.-
Tu
remordimiento.
MARÍA.-
Pues
no lo esperes ya de ningún modo.
GUILLERMINA.-
Te
has amarrado al árbol turbulento, has aprendido a levantar el codo y te has
bebido el vino y el fermento.
MARÍA.-
¡Me
bebo lo que quiero… y el gollete!
GUILLERMINA.-
Cuando
te fui a buscar a la espesura, cuando te fui a auxiliar en tu boquete, pensé
encontrar una muchacha pura con qué servir al pueblo en su banquete.
MARÍA.-
Pensaste
hallar una cabalgadura; ¡pero jamás pensaste en el jinete! Y me diste la saya y
la censura, catorce cristos en el gabinete. ¡Todo te lo devuelvo y sin rotura!
¡Todo me sobra!
GUILLERMINA.-
¡Vete!
(Sale
Guillermina. Entran cuatro servidores)
MARÍA.-
¡Antonio,
Nicanor, Pedro, Facundo!...
ANTONIO.-
(Volviéndose)
¡Mira… la reina Mara!
NICANOR.-
(Viendo
a María) Reina que fortalece al moribundo.
PEDRO.-
Reina
que toca con su verde vara y deja el vientre grávido y fecundo.
MARÍA.-
La
reina os mira con su propia cara y os reconoce desde el otro mundo. Tú eres
Antonio, el conuquero…
ANTONIO.-
A tu
mandar estoy…
MARÍA.-
Yo
no te mando, miro tus ojos de zagal y obrero, miro tu fruto generoso y blando
sé que todo tu calor cerrero es como un árbol que me está mirando. Y tú eres
Nicanor, el de los muros, el albañil de cal y de ladrillo, tienes los ojos
cóncavos y puros y hueles a madera y a membrillo.
NICANOR.-
¿De
qué sirven mis manos a una reina tan fiel y tan construida?
MARÍA.-
¡Pues
sirven, Nicanor, son dedos sanos! ¡Tienes un puño que me da la vida!... Y tú
eres Pedro, el carpintero, tú eres el que tallaste mis altares…
PEDRO.-
Puse
todo mi amor en el madero…
MARÍA.-
Y
olió después a sangre y azahares. Tú eres Facundo, el zapatero…
FACUNDO.-
Dispón
de mí…
MARÍA.-
Yo
no dispongo nada, me calzo tu zapato aventurero y huella de oro deja mi pisada.
Ven, Nicanor, y bésame el anillo; ven, Pedro, ven y besa; Facundo, ven y mírate
en su brillo; Antonio, ven y cumple tu promesa.
ANTONIO.-
Y
sin embargo, reina, yo quería…
NICANOR.-
¡Cállate,
pedigüeño!
MARÍA.-
Habla.
ANTONIO.-
Reina,
María, hoy no pudimos conciliar el sueño.
NICANOR.-
Ni
el más humilde servidor dormía.
PEDRO.-
¡El
mundo es tan amargo y tan pequeño!
FACUNDO.-
Y
vinimos en son de pleitesía para que nos dirijas en tu empeño.
NICANOR.-
Todas
las gentes necesitan guía…
MARÍA.-
¿No
es ésa la función que desempeño?
ANTONIO.-
Pero
la paz nos falta todavía; la leche sabe a llanto en el ordeño…
MARÍA.-
Di
todo aquello que se me pedía; el zapatero se sintió risueño cuando puse en su
hogar lo que pedía; al carpintero le devuelto el leño, al albañil su blanca
mercancía y al conuquero su cereal trigueño. Mas si algo queda aún que se
extravía díganme en dónde puedo hallar al dueño.
NICANOR.-
Lo
que se pierde ya no son objetos. Son hombres vivos los que están perdidos.
PEDRO.-
Han
perdido la fe y están inquietos.
FACUNDO.-
Perdieron
el amor y están vencidos.
ANTONIO.-
Extraviaron
tu luz, tus amuletos. Aún quedan diez o veinte convencidos que alzan sus
macerados esqueletos entre las sombras y los alaridos.
NICANOR.-
Queremos
hombres claros y completos.
PEDRO.-
Queremos
hombres duros y atrevidos.
FACUNDO.-
Y si
tú no les donas tus secretos ¡todos se perderán por descreídos!
MARÍA.-
Yo
sólo soy la diosa, me piden más de lo que yo les pido…
ANTONIO.-
Tú
eres la tierra cálida y copiosa…
NICANOR.-
Tú
eres el muro virginal y erguido…
PEDRO.-
Tú
eres el árbol donde el viento posa…
FACUNDO.-
Tú
eres la garra que mató al bandido…
ANTONIO.-
Reina
con frutos, reina con mercados, reina que devolviste a mi cabaña el machete, la
hoz y los arados, reina que es verde como la montaña.
MARÍA.-
Antonio,
vete libre de cuidados que a mí nadie me mueve la pestaña.
NICANOR.-
Reina
perfecta, pura, reina por la que sueño y me arrodillo, reina que devolviste a
mi cintura, el pan, la sangre y el martillo.
MARÍA.-
Márchate,
Nicanor, y ten mesura que yo sé defenderme del novillo.
PEDRO.-
Reina
sin polvo, reina de la sierra, reina que devolviste a mi destino la madera, el
amor, la luz, la sierra, reina del labrador y el campesino.
MARÍA.-
Márchate,
Pedro, sin clarín de guerra, que sé hasta donde llega mi camino.
FACUNDO.-
Reina
descalza, con los pies dorados, reina que devolviste a mi vivienda la suela, el
sol, la lezna y los sembrados, reina que facilita la encomienda.
MARÍA.-
Facundo,
marcha con los pies confiados que sé cuidar los muros de mi hacienda.
(Salen
los servidores)
(Entra
Froilán)
FROILÁN.-
¿Cuánto
debe durar el besamanos? ¿Es un idilio o una despedida?
MARÍA.-
(Volviéndose)
¿Por qué gritas, Froilán, a tus hermanos?
FROILÁN.-
¿Me
quieres provocar o estás dormida?
MARÍA.-
Estás
lleno de estímulos paganos… Todo se te trastrueca y se te olvida…
FROILÁN.-
Pero,
¿qué tramas descaradamente?
MARÍA.-
La
reina nada trama; déjala que platique con su gente, porque si a ti te ama a
ellos también y fervorosamente.
FROILÁN.-
Para
tanta pasión no queda cama.
MARÍA.-
¡No
estás en tus cabales!
FROILÁN.-
¡Insolente!
MARÍA.-
¿Te
duele que ame así a mis servidores? Es algo natural…
FROILÁN.-
Y sorprendente,
¡tienes cabida para cien amores!
MARÍA.-
Eso
es verdad…
FROILÁN.-
Y si
me encuentro ausente por no perder el tiempo con pudores, te buscas un futuro
pretendiente
MARÍA.-
Froilán,
no te comprendo…
FROILÁN.-
Pues
tú estás comprendida… Cuatro hombres te besaban el atuendo…
MARÍA.-
Me
encontraron cuando estaba perdida.
FROILÁN.-
Pues
hace mucho que te estás perdiendo; desde que eres mujer, y resabida, te gusta
el toro cálido y berrendo con tal de que tú ordenes la embestida. Yo no te
gusto porque yo te ofendo, te trato como a igual, ¡cuenta perdida! Yo te
quiero, te abrazo, te pretendo, te cojo por la crencha sacudida, te beso con
los puños, te defiendo… Y tú, mucho antes, te hallas defendida.
MARÍA.-
Froilán,
te quiero, pero no te entiendo.
FROILÁN.-
Tú
quieres reverencia relamida, quieres un traje negro y reverendo y a cualquier
hombre si te da subida.
MARÍA.-
Froilán,
los quiero a todos…
FROILÁN.-
¡Y a
cualquiera! En cada admirador ves un amante, en cada brazo ves una gorguera y
en cada semental un oficiante. ¡Eres una ramera!
MARÍA.-
No
me hieras, Froilán… Tengo bastante.
FROILÁN.-
¿Bastante
sacristán, bastante credo?
MARÍA.-
Bastante
pena sobre mi alegría…
FROILÁN.-
Y
sin embargo, renunciar no puedo, y, sin embargo, mírame, María… Te estoy
mirando con furor, con miedo, no entiendo nada de tu teología, sé que eres una
sombra y un enredo, una intrigante y una loba fría, pero ni soy desleal ni
retrocedo, pero te digo aún con valentía que si anhelas un hombre, ¡te lo
cedo!¡Que soy ese hombre y que te quiero mía!
MARÍA.-
Gracias,
pero me quedo…
FROILÁN.-
Fuiste
a mi lado con tu piel baldía, y junto a mí, muriéndote de celo, olvidabas tu
altar y tu teoría, sin sombra de temor y de recelo…
MARÍA.-
Mas
yo no necesito compañía.
FROILÁN.-
Se
te soltaba el látigo del pelo, brotaban los reptiles de tu encía…
MARÍA.-
Froilán,
no me desates en mi anhelo, todo es verdad y es cierto todavía. Te miro y
pronto se ensombrece el cielo y un lucero infernal me descarría. Pero no
colabores con mi duelo, déjame ser lo que dispuse un día, aunque muera sin
hombre y sin consuelo, aunque tenga que aullar de soltería.
FROILÁN.-
Pues
no esperes de mí que me convierta; me hiede tu espantosa fantasía, me asquea
verte aullando tras la puerta y oliendo a cerrazón y a sacristía. ¡Que te
prefiero muerta, muerta sobre la tierra sembradía!
MARÍA.-
¿Es
muerte, entonces, lo que me sugieres? Quizá tengas razón… ¿Cómo podría una
mujer hermana de mujeres cumplir lo que hace poco prometía? Tal vez muriendo
pueda ser la diosa. Quizá muriendo me hallaré madura. ¡Es una solución! ¡Qué
extraña cosa que seas tú, Froilán, quien la procura!
FROILÁN.-
No
sé de qué hablas…
MARÍA.-
Todo
es tan sencillo. ¿Crees que no siento ya tu calentura? Te toco y quemas como el
tabardillo. ¡Te lo puedo probar!... Quedaré dura, dura sobre la rosa y el
tomillo y habrá una reina totalmente pura a quien nadie herirá con su colmillo.
Pues sólo hay que buscar en la espesura donde Flora coloca su cuchillo. Sí,
déjame, Froilán… Deja…
(María
coge el cuchillo de Flora, escama de muerte entre la fronda)
FROILÁN.-
¡María!...
MARÍA.-
Pero,
¿qué pasa? Dímelo… ¡No hiere!...
FROILÁN.-
Lo
dije por decir…
MARÍA.-
La
punta es fría y está afilada, pero no se adhiere. Mira. ¡Lo clavo aquí… y
aquí!...
FROILÁN.-
¡María!...
MARÍA.-
Clávamelo,
Froilán, hasta los huesos…
FROILÁN.-
¡Cállate!
MARÍA.-
Por
favor…
FROILÁN.-
Cállate,
olvida…
MARÍA.-
No
me puedo matar, ¡no me atravieso! ¡No hay nada ya que me produzca herida!
Froilán, ¿qué es esto? Pierdo piel y peso… Mucho antes de mi arrojo y mi huida,
mucho antes de mi fuga tras tu beso, ¡yo era una muerta ya reconocida! Era la
diosa negra y sin regreso…
FROILÁN.-
Yo
te daré la vida.
MARÍA.-
Mi
cuerpo es para el trono y el rezo, para amar a los hombres sin medida, pues amo
a Nicanor, y te lo expreso, que ello no me hace mal ni me intimida. Y a Antonio
y a Facundo; lo confieso, y a Pedro y al que venga y me lo pida. Froilán, si un
pueblo se percibe preso, si un pueblo hecho de sed se consolida y pide a un dios
un sueño de progreso ¿no es justo que le dé la bienvenida?
FROILÁN.-
Siempre
a los otros les darás exceso y a mí una parte bien comprometida.
MARÍA.-
¿Sabes,
Froilán, qué hace tu piel y en dónde? Con toda esa pasión se dilapida. ¿Sabes
quién eres? Mírame… ¡Responde! Un hombre solo, pálido y suicida.
FROILÁN.-
Yo
sólo sé que existo para medir la luz de tu cintura, y sé que mediré si te
conquisto.
MARÍA.-
Miraste
nada más que mi envoltura. Hay mucho que mirar… ¡y yo lo he visto! Los cepos
negros y la ligadura, el hombre allí colgado como un Cristo y sin promesa de
una paz futura.
FROILÁN.-
Pues
déjame la paz…
MARÍA.-
No
te la niego, tú eres también la sed y la criatura, mas si contigo fui a jugar
con fuego hoy todo el mundo es una quemadura.
(Entra
don Juan de los Retiros, con su propósito cachondo, machorro, lacerante)
MARÍA.-
¡Don
Juan de los Retiros, monaguillo que echaste incienso sobre mi pecado! No te me
pongas débil y amarillo que no quiero cobardes a mi lado. Y reza oyendo el
goterón y el grillo para que el hombre limpie su pasado.
MARÍA.-
(Entra
don Juan de la Luz, ladinamente, centellando)
MARÍA.-
Juan
de la Luz que te volviste inquina, es que aquí tengo tu misión marcada. Lanza
tu rayo sobre la neblina y llena el hambre con tu dentellada.
(Entra
don Juan del Viento con una animosidad de petulante)
MARÍA.-
Don
Juan del Viento, límpiate los ojos y con tus manos ya regeneradas azota los
encierros, los cerrojos, los cerrojos y arranca el grito de las hondonadas.
(Entra
don Juan del Odio, brusco y serpentino, con torvo ceño lúbrico)
MARÍA.-
Don
Juan del Odio, guarda tus graznidos y cumple tu propósito iracundo. Odia a los
parias y odia a los vendidos. También el odio puede ser fecundo.
(Entra
don Juan de los Cabrones, gran torete siniestro)
MARÍA.-
Don
Juan de los Cabrones, ejecuta todo lo que defines con tu nombre. Ponle al
miedoso una visión enjuta ¡y un cuerno al hombre que traiciona al hombre!
Froilán, el hombre existe. El hombre sale cuando el verbo crece. ¡Acepta mis
oráculos, resiste, y que te sirva lo que te entristece! Si la patria está
triste, triste ha de estar el hijo que la bese y alegre sólo cuando la
conquiste porque antes ni le es fiel ni la merece. Yo estoy como esa patria, y
en tu espera, aunque ya libre del furor pagano. ¡Quédate aquí, trabaja,
considera a qué sabe el sudor cuando en el grano es que la siembra se alza y
reverbera movida por tu sueño y por tu mano! No me mueven ni Dios ni la
quimera… Me mueve ya un impulso sobrehumano, y sé que un día, cuando el hombre
adquiera su cuerpo de creador y de artesano levantará con su alma y su
trinchera la paz como un insólito verano.
(Entran
Jorge Monay y la niña Flora)
FLORA.-
Froilán,
comprende lo que se te aclara. La tierra pide un redentor y un rito.
(Entra
Ezequías)
EZEQUÍAS.-
Pide
a la reina Mara que haga la reina cruz sobre el delito.
(Entra
la Niña de la Palma)
NIÑA
DE LA PALMA.-
Pide
que ponga palmas sobre el ara y en su fustán un alacrán bendito.
(Entra
la reina Guillermina)
GUILLERMINA.-
Y le
agradece su visión preclara porque así cumple lo que estaba escrito.