SALTO ATRÁS
(SAINETE EN UN ACTO)
ACTO
ÚNICO
Cuadro
único
(La escena, una sala en casa
de gente acomodada. Puertas: una al fondo, dos en cada lateral. A la izquierda
hay una mesa y poltrona delante. Sillas en fila al fondo. Otras dispersas a la
derecha; demás muebles de sala)
Escena
I
(Doña
Elena, luego Brígida)
ELENA.- (A la puerta del
fondo) ¡Brígida!... ¡Brígida!... ¡Anda, por Dios mujer; eres una posma!
BRÍGIDA.- ¡Voooy!... Tengo
las manos mojás, porque estaba fregando.
ELENA.- Anda, que a quien sea
tú no le vas a saludar sino con la cabeza. (Viene al centro de la escena)
¡Sécate en el delantal!
BRÍGIDA.- (Apareciendo en la
puerta del fondo) Señora, mande usted.
ELENA.- Que vayas a ver
quién es, porque van a tumbar la puerta o a secar la pila del timbre. Si es el
padre Castrillo, lo pasas inmediatamente, pero cualquiera otra persona vienes
antes a avisarme. (Medio mutis de Brígida) ¡Eh! ¿Qué es eso? Estoy cansada de
decírtelo: en mi casa se acostumbra que el servicio antes de retirarse de la
presencia de sus amos haga una inclinación con la cabeza.
BRÍGIDA.- ¡Guá! Como usté
estaba tan apurá. Pero eso no es una impedimenta. (Se inclina con exageración)
ELENA.- No hay disculpas
para olvidar las buenas formas. (Brígida se inclina más exageradamente aún) Así
no; más moderada. Con razón me dijo tu madre al entregárteme que tenías muy malas
inclinaciones. (Suena largo el timbre) Corre, corre a ver quién es. (Mutis de
Brígida).
Escena
II
(Doña
Elena, sola)
ELENA.- No será el padre
Castrillo; él no toca con tanto apuro sino cuando viene a recoger la
contribución de la Obra Pía. ¡Quién sabe quién será!... ¡Qué romería de gente,
Señor, qué peregrinación!... ¡Cuándo pensé yo que mi primer nieto, al venir al
mundo, diera tanto de qué ocuparse! Si lo exhibimos junto con la madre en el
Nuevo Circo, a medio la entrada, hacemos una fortuna.
Escena
III
(Doña
Elena y Brígida)
BRÍGIDA.- (En el fondo)
Señora, no es el cura, sino una niña que creo que es Sumoza.
ELENA.- ¿Cómo dices,
atrevida?
BRÍGIDA.- Digo, que creo que
es Sumoza el apellido de la señorita que pregunta por usté, una amiga suya que
se empirifolla con muchos perendengues y que habla más que un loro en ayunas.
ELENA.- ¡Ah! Belencita
Sumoza. Otra que no viene sino a curiosear, pero hay que recibirla, porque si
no, ¡quién la aguanta! (Brígida hace por detrás reverencias ridículas. Doña
Elena se vuelve) ¡Eh! ¿Qué haces? Ve y dile a la señorita que pase.
BRÍGIDA.- ¡Ya está aquí!...
(Mutis)
Escena
IV
(Doña
Elena y Belén)
BELÉN.- (Entrando) ¡Elenita!
¡Déjame que te abrace!... ¡y que te bese!... ¡Ya eres abuela, mijita!
ELENA.- ¡Abuela ya!
BELÉN.- ¡Cuando lo supe, no
te figuras qué contenta me puse! No estaba sino esperando unos días para venir
a verlas y conocer al niño.
ELENA.- Ya tiene veinte
días… y ésta es tu casa.
BELÉN.- Es cierto: Yo debía
haber venido antes del acontecimiento, en el acontecimiento, y después del
acontecimiento, pero no lo supe sino después.
ELENA.- Más vale tarde que
nunca.
BELÉN.- Y… ¿Qué resultó?
¿Hembra o varón?
ELENA.- Varón.
BELÉN.- ¡Barón como su
padre!
ELENA.- Claro está, no podía
ser hijo de dos señoras.
BELÉN.- Quiero decir, que
será heredero del título de su padre: los Barones von Genius… ¡Barón dos veces!
¿Por supuesto, que el angelito será rubio como el oro?...
ELENA.- (Con desazón) Sí…
sí… rubio… mejor dicho… no se puede definir, porque… tú sabes que los recién
nacidos son siempre indefinibles.
BELÉN.- ¿Tendrá los ojos
azules?
ELENA.- (Más inquieta) No
sé… No se los he visto. (Por salir del paso) No los ha abierto todavía.
BELÉN.- ¿A los veinte días
no ha abierto los ojos? ¡Irá a ser ciego!
ELENA.- Sí, ya los abrió,
pero se la pasa durmiendo y… no me he fijado.
BELÉN.- ¡Jesús, qué
indiferencia de abuela! ¡Si Dios me hubiera concedido la dicha de un nieto, ya
se lo habría visto todo y registrado todo!
ELENA.- Aún hay tiempo.
BELÉN.- ¡Niña! ¿A mi edad y
soltera? Si lo sospecho cuando joven hago una locura.
ELENA.- ¿Pero no tienes una
sobrina que es como tu hija y que se casó hace poco?
BELÉN.- Carmelina. Hace mes
y medio que se celebró la boda y ya estoy… esperando.
ELENA.- ¿Tú?
BELÉN.- Ella… bueno, yo; yo
estoy esperando que ella, o más que ellos… ¡tú me comprendes! Un hijo de ellos
me parecería nieto mío, pero… ¡no es lo mismo! ¡Ay, por qué no hice yo una
locura! (Pausa) ¡No hablemos de cosas tristes! (Pausa) ¿Vamos a ver al
catirito?
ELENA.- ¿Qué catirito?
BELÉN.- Niña, Witremundo.
ELENA.- ¿Qué Witremundo?
BELÉN.- Tu nieto.
ELENA.- ¡Ah! ¿Mi nieto se
llama Witremundo? ¡No lo sabía!
BELÉN.- Supongo que le
pondrán un nombre alemán: Sigfrido, Rigoberto, Godofredo… ¿Vamos a ver a
Godofredito?
ELENA.- ¡Ahora se llama
Godofredito!
BELÉN.- ¡Qué encanto! Debe
ser lindo. Sangre alemana por un lado, y por ustedes, ¡no se diga!, por todas
partes le viene su sangre muy limpia: por los Torresveitía, por los del Hoyo,
por los Sampayo, de los fundadores de Cumaná… Vamos a verlo.
ELENA.- Ahora no se puede.
BELÉN.- ¿Por qué no?
ELENA.- ¡Porque no! Con
mucho sentimiento te digo que ahora no se puede ver a Godofredo Witremundo
Sigfrido.
BELÉN.- ¿Y por qué?
ELENA.- Pues… porque el
médico lo ha prohibido; le duele la cabeza, padece de jaqueca.
BELÉN.- ¿Tan chiquito?
ELENA.- Es muy delicado: le
estorba la bulla.
BELÉN.- ¿De veras? Los
nobles son flores de estufa… Mira, yo te prometo no hablar.
ELENA.- Le molesta hasta el
aliento.
BELÉN.- Me tapo las narices.
ELENA.- No insistas, Belén,
ahora no es posible.
BELÉN.- Entonces… me voy.
ELENA.- ¿Tan pronto?
BELÉN.- Me voy con una
espina clavada en el corazón. (Inicia el mutis).
ELENA.- No te pongas así, no
hay motivo.
BELÉN.- Que tú, mi amiga
íntima, mi hermana casi, me niegues ver un niño… a quien yo debí haberle
cortado el ombligo.
ELENA.- Pero, mujer, si tú
supieras…
BELÉN.- (Llorosa) Ya no
tienes confianza en mí.
ELENA.- Óyeme, no llores
como una tonta.
BELÉN.- Lloro de
sentimiento, me voy… me voy resentida contigo. Adiós.
ELENA.- Adiós. No dejes de
volver por aquí.
BELÉN.- ¡No volveré nunca!
¡No lo veré nunca! ¡No lo conoceré nunca! ¡Adiós para siempre!... (Desde el
fondo) ¡Elena!
ELENA.- ¿Qué?
BELÉN.- No puedo… a pesar de
lo que has hecho, no puedo irme sin demostrarte
una vez más mi amistad sincera.
ELENA.- Jamás he dudado de
tu noble amistad.
BELÉN.- Vine a tu casa con
un solo propósito: salvarles a ustedes.
ELENA.- ¿Salvarnos? ¿De qué?
BELÉN.- ¡De una calumnia!
ELENA.- ¿Una calumnia?
BELÉN.- (Volviendo al centro
de la escena) Sí. Vine con el objeto de convencerme de que no es cierto lo que
dice y repite todo Caracas, cerciorarme con mis propios ojos de la verdad y
desmentir con mis propios labios a todos esos infames lenguas largas.
ELENA.- Por Dios, Belén, no
me asustes… ¿Qué se dice en Caracas?
BELÉN.- Una cosa horrible,
un baldón, una mancha, una infamia sobre tu casa, sobre tu nombre, sobre los
tuyos.
ELENA.- ¡María Santísima!...
Belén, amiga mía, mi hermana: dime: ¿qué es lo que dicen?
BELÉN.- No. No me atrevo.
ELENA.- ¡Habla! Yo tendré
valor.
BELÉN.- Dicen por ahí que tu
hija no ha dado a luz a un niño, sino… ¡una mazorca de cacao!
ELENA.- ¿Cómo una mazorca de
cacao?
BELÉN.- ¡Un negro! ¡Un niño
negro!
ELENA.- Un… ¡ay, ay, ay,
ayayay!... (Convulsa cae desvanecida en un sillón)
BELÉN.- ¡Cómo que es verdad!
(Va hacia Elena y trata de ayudarla a reaccionar) Elena, hija mía, vuelve en
ti. ¡Qué angustia!... ¿Llamaré gente?... Yo no creí que lo del negrito le iba a
impresionar tanto. Pero, este ataque es delator; no me cabe duda. ¡Elena!
(Sacudiéndola) ¡Elena!... ¡El muchacho debe ser un talmone!
ELENA.- (Suspira profundamente)
Señor…
BELÉN.- ¡Elena, resucita!
ELENA.- ¡Señor, ten piedad
de nosotros!
BELÉN.- No hagas caso de la
gente.
ELENA.- ¡Una mancha sobre
nuestra familia! ¡Un alemán negro!
BELÉN.- No te desesperes;
eso no será verdad. ¿Verdad que no es verdad?
ELENA.- No se puede quitar
su alimento a la murmuración.
BELÉN.- ¡Claro! ¡Envidia, murmuraciones,
mentiras!
ELENA.- No, Belencita, no
son mentiras. Un misterio inexplicable, un caso extraordinario, un absurdo,
pero el niño…
BELÉN.- ¿Es pasado de horno?
ELENA.- Es negro… ¡negro
como una maldición!
BELÉN.- ¡Qué extravagancia
de la naturaleza! ¿Y no temes que en esto haya…?
ELENA.- Silencio. (Aparece
Brígida al foro)
Escena
V
(Dichas
y Brígida)
BRÍGIDA.- Señora, el padre
Castrillo.
ELENA.- ¿Viene solo?
BRÍGIDA.- Sí, señora.
ELENA.- Hágalo pasar.
(Brígida hace unas reverencias y mutis)
Escena
VI
(Elena,
Belén y a poco el padre Castrillo)
ELENA.- He mandado llamar al
padre Castrillo para que hable con Julieta.
BELÉN.- ¿Con qué objeto?
¿Para que le saque el diablo?
ELENA.- El diablo ya está
afuera. Ahora se necesita saber por qué mi nieto me ha salido como el hollín.
BELÉN.- ¡Sin duda fue
hechura del demonio!
PADRE CASTRILLO.- (En la
puerta del foro) En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…
ELENA.- Por los siglos de
los siglos.
BELÉN.- Amén.
ELENA.- Adelante, padre,
tome asiento.
PADRE CASTRILLO.- (Entrando)
Señorita… Doña Elena, beso a usted la mano. (Se sienta) ¿Se puede saber a qué
debo el alto honor de pisar una vez más esta digna mansión?
ELENA.- Sí, hablemos de una
vez; le he mandado a llamar porque al presente conturba nuestra casa un grave
problema de familia. Necesitamos que nuestra hija Julieta nos diga la verdad en
el asunto y yo creo que si usted la confesara…
PADRE CASTRILLO.- Señora,
usted bien sabe que nos está prohibido…
ELENA.- No se trata de un
secreto de confesión, sino de que sus santas y sabias palabras logren
convencerla.
PADRE CASTRILLO.- Gracias,
usted me honra.
ELENA.- El esposo de mi hija
puede regresar de un momento a otro.
BELÉN.- ¿Von Genius, no está
en Caracas?
ELENA.- No, está para el
Oriente de la República y Trinidad en asuntos comerciales. Pero, ¡qué hombre
para estar ilusionado con el nacimiento de su hijo! De cada población, un
telegrama todos los días, y cuando le anunciamos que había venido al mundo un
varón, respondió que se embarcaría en la primera oportunidad posible. Dígame si
llega aquí de repente, cómo le presentamos… ¡eso que ha nacido!
BELÉN.-Envuelto en papel
plateado, como los marrón glacés.
ELENA.- Belén… mira que
estoy muy angustiada; Padre, ya no tengo palabras con qué hablarle a Julieta y
le confío mi última esperanza.
PADRE CASTRILLO.- ¿Cree
usted que tenga más confianza en mí que en su propia madre?
ELENA.- Usted al menos posee
la gran arma del temor de Dios. (Pausa).
PADRE CASTRILLO.- ¿El padre
del niño es alemán, según tengo entendido?
ELENA.- Alemán por
descendencia.
BELÉN.- Pertenece a la
aristocracia limeña. Es noble.
ELENA.- Hijo del Barón von
Genius, Concejero Imperial de Berlín, Comendador de la Orden del Águila Doble,
Miembro de varios institutos científicos.
BELÉN.- ¡Una notabilidad!
PADRE CASTRILLO.- Usted
perdone, doña Elena, pero cada vez que una oveja de mi redil se casa con
extranjero, tiemblo.
BELÉN.- ¿Por qué? Los
extranjeros son mucho mejores que los nuestros. Créamelo, padre, el venezolano
es sinvergüenza de nacimiento.
PADRE CASTRILLO.- ¿Usted
nació en San Petersburgo?
BELÉN.- No, señor, en El
Volcán, cerca de Chacao.
PADRE CASTRILLO.- Entonces
no se ofenderá si le digo que, para mí, de cada cien aventureros desconocidos,
noventa y nueve si no han estado en Cayena es porque se fugaron durante el
viaje.
ELENA.- ¡Qué horror!
PADRE CASTRILLO.- Y ustedes
las mujeres pierden la cabeza por un nombre que les suene a París, Berlín o
Nueva York, y ustedes las madres entregan sus niñas al primer extranjero sin
pensar que detrás de unos ojos azules o de un bigote rubio puede esconderse un
alma de instintos oscuros como oscura es la piel que tuesta el sol de nuestra
tierra y a la que ustedes les hacen asco más por honrada que por fea.
ELENA.- No se trata de eso.
Mi yerno es una persona decente.
PADRE CASTRILLO.- Ni yo lo
digo por él… No es mi intención faltar a quien tanto estimo.
Escena
VII
(Dichos
y Fulgencio)
FULGENCIO.- (Entrando
violentamente) ¡Elena!... Elena. Padre… Señora.
BELÉN.- Señorita…
FULGENCIO.- ¡Ya está preso!
¡Ya está preso! Lo traerán amarrado codo con codo.
PADRE CASTRILLO.- ¿A quién?
FULGENCIO.- Al mayoral del
Rosario.
ELENA.- ¿A Cándido?
FULGENCIO.- Sí. Puse la
denuncia ayer y me acaban de avisar por teléfono que ya le echaron el guante.
Ese hombre es un criminal.
BELÉN.- ¿Mató a alguno?
FULGENCIO.- No ha matado a
nadie, que yo sepa, pero es un criminal.
PADRE CASTRILLO.- Y tan
humilde que parecía, tan servicial, tan simpático.
ELENA.- Así son esa gente.
FULGENCIO.- Bajo un aire
estúpido de bondad ocultan los más feroces instintos bestiales.
BELÉN.- Pero, ¿qué hizo?
PADRE CASTRILLO.- ¿Qué hizo?
FULGENCIO.- Ese hombre debe
saber por qué ha nacido un negro en nuestra familia.
PADRE CASTRILLO.- Pero, ¿qué
culpa puede tener ese infeliz en el asunto de ustedes?
FULGENCIO.- Desde chiquita,
él le hacía muchos cariños a Julieta; le traía pájaros y flores, se la sentaba
en las piernas, la apurruñaba…
PADRE CASTRILLO.- Me parecen
bien las demostraciones cariñosas.
FULGENCIO.- Y yo se lo decía
a ésta: no me gusta que Cándido tenga esas confianzas con mi sobrina.
ELENA.- Es verdad.
FULGENCIO.- Después, Von
Genius se empeñó en ir a pasar la luna de miel a la hacienda donde tenemos a
Cándido.
BELÉN.- ¿Y él?
FULGENCIO.- ¡Quién sabe,
quién sabe!
BELÉN.- ¿Usted cree que Julieta puede haberse enamorado del
negro?
FULGENCIO.- ¡Hay
aberraciones, hay aberraciones!
ELENA.- Fulgencio, no te
exaltes, recuerda que es mi hija. Yo pienso otra cosa: me parece que en esto
hay algo de brujería.
PADRE CASTRILLO.- ¡Doña
Elena, usted, un alma cristiana!
ELENA.- Sí, la india
Agustina me lo dijo antier: quién sabe si a la niña Julieta le han “compuesto”.
BELÉN.- ¿Cándido sabe
componer?
FULGENCIO.- Como toda la
gente del campo.
BELÉN.- Pues yo no me quedo
sin verlo cuando lo traigan: ¡ay, si pudiera componerme a mí!
PADRE CASTRILLO.- Doña
Elena, don Fulgencio, ¿ustedes suponen que ese infeliz…?
FULGENCIO.- No sé lo que
supongo, pero que le dé gracias a Monagas porque en tiempos de mi abuelo
hubiera muerto a palos o lo hubieran quemado como un Judas en el medio del
patio de la trilla… Elena, tengo que hablarte a solas, con perdón de los
presentes. (Mutis segunda izquierda)
ELENA.- Voy. Con permiso, un
instante. Padre, no olvide a Julieta. (Mutis por donde mismo. El padre
Castrillo le acompaña hasta el dintel)
BELÉN.- Yo aprovecho ahora y
me cuelo en el cuarto. (Mutis segunda derecha)
PADRE CASTRILLO.-
(Volviéndose) ¿Qué le parece, señorita Belén?... ¿Eh?... ¿Dónde se habrá metido
la cotorra? ¿Belén, Belén?... Bueno, voy a cumplir como amigo y como capellán.
Indudablemente en esta casa se ha metido Lucifer. (Mutis por la segunda derecha)
Escena
VIII
(Arturo,
solo)
ARTURO.- Creí haber oído
voces en la sala. Pero no hay nadie. Al contrario, se siente un silencio como
de iglesia. Parece mentira, pero estoy emocionadísimo; en este recogimiento
palpita algo de misterio y de grandeza. Indudablemente la maternidad es santa.
Ay, Julieta, prima Julieta, no quisiste que yo fuera tu Romeo y ahora ese hijo
de tus entrañas, en lugar de llamarse en musiú, se llamaría Arturito… porque de
seguro le van a poner un nombre de perros.
Escena
IX
(Dichos,
el padre Castrillo dentro y luego Belén)
PADRE CASTRILLO.- Basta,
Belén, basta; mire que exponer a Julieta a una crisis nerviosa. Salga usted, se
lo ruego.
BELÉN.- (Saliendo) Pero ya
lo vi, ya lo vi y ya lo vi, que era lo que yo quería… ¡Ah, buenos días, Arturo!
ARTURO.- Buenos días. ¿Viene
usted a conocer a mi nuevo primito?
BELÉN.- ¿Su primito? ¿Ya lo
conoce usted?
ARTURO.- Aún no, pero es
lindo, ¿verdad? Se parecerá a mí.
BELÉN.- ¡Ya quisiera!
ARTURO.- ¿Es mejor que yo?
BELÉN.- ¡Qué va! Mire: Le
ponen el gorro y parece una chirimoya vestida.
ARTURO.- ¿Eh?
BELÉN.- Hijo, ¡es morado!
Imagínese cuando crezca: el pobrecito no va a servir ni para fotógrafo, porque
se pierde en la cámara obscura.
ARTURO.- No entiendo.
BELÉN.- Usted sabe que a mí
no me gusta murmurar, pero, por pertenecer a la familia, se lo digo: tiene
usted un primito negro.
ARTURO.- Imposible.
BELÉN.- Sí, señor, el hijo
de Julieta parece una nota musical, no se le ve sino la cabeza y un palito.
ARTURO.- Repito que
imposible.
BELÉN.- ¡Créalo!
ARTURO.- ¡Oh, crueldad del
destino! Ella, a quien quise yo tanto, a quien amo todavía; ella a quien le
escribí quince sonetos llamándola paloma, azucena, nieve de los Alpes,
edelweis. No puede ser que la paloma críe un tordo, la azucena se convierta en
guácimo y la nieve en betún…
BELÉN.- No se aflija, poeta.
ARTURO.- Yo amaba
tiernamente a mi prima, ¿sabe usted?
BELÉN.- ¿Qué hay en el mundo
que yo no sepa?
ARTURO.- Soñaba con hacerla
mi esposa.
BELÉN.- Y si se casa con
ella, usted lo hubiera hecho mejor.
ARTURO.- ¡Buh! ¡Ya lo creo!
BELÉN.- Al menos usted es un
sello de garantía.
ARTURO.- ¡Y de los de
relieve!... Pero no me quiso porque le parecí poco para sus ideales. ¡No sabe
ella lo que tengo escondido! Aquí soy todo corazón, aquí todo pensamiento, un
volcán, una fragua… Toque para que se queme.
BELÉN.- ¡Échele agua!
ARTURO.- Sin embargo, mi tía
me dijo que yo no era sino un cualquiera, un Pérez… Le contesté que también era
del Hoyo y me prohibió que me firmara con mi apellido completo, pues como me
llama “orfebre” dice que el hoyo que queda grande.
Escena
X
(Dichos,
Fulgencio y Elena)
FULGENCIO.- (Por segunda
izquierda) Sí, ése es el último recurso.
ELENA.- Disimula… Arturo.
¿Qué tal, Arturito? Supongo que habrás venido a felicitarnos.
ARTURO.- Tía, hay
felicitaciones que se dan con el luto en el brazo.
FULGENCIO.- ¿Eh?
ELENA.- Tú… ¡también lo
sabes!
ARTURO.- Ya me lo había
dicho Belén.
BELÉN.- ¡Cállese,
imprudente!
ELENA.- Pues me alegro de
que hayas venido, puesto que también eres de la familia.
BELÉN.- A los orfebres no se
les puede decir ni un secreto.
ELENA.- Ay, Fulgencio, ya lo
va a saber todo Caracas.
FULGENCIO.- Pocos lo
ignoran.
ELENA.- Belén es un
periódico de gran circulación.
FULGENCIO.- Pero de muy mal
formato.
Escena
XI
(Dichos
y Jerónimo)
JERÓNIMO.- (Por el foro)
Buenos días todos.
FULGENCIO.- Llegas a tiempo.
ELENA.- ¿Qué has pensado?
JERÓNIMO.- ¿Qué voy a
pensar, mujer? ¡Nada!
ELENA.- Contigo no se puede
contar ni para los casos más graves.
FULGENCIO.- Tú, el jefe de
la familia, el que tiene mayor responsabilidad en el asunto, el padre de la
madre, el abuelo del niño…
JERÓNIMO.- ¿Qué quieren que
haga? ¿Que lo destiña?
ARTURO.- Que lo lave con
lejía.
ELENA.- Date cuenta de esta
tragedia.
FULGENCIO.- Mide las
consecuencias de lo que pudiera ocurrir.
JERÓNIMO.- Yo espero con
calma los acontecimientos. Entre tanto tengo que comunicarles algo de interés…
privado.
BELÉN.- No se preocupe por
mi presencia, yo soy una tumba.
ARTURO.- Y yo un ciprés.
JERÓNIMO.- Acabo de recibir
un telegrama de Herman.
BELÉN.- ¡Von Genius!
ARTURO.- ¡El marido!
JERÓNIMO.- Llegó esta mañana
a La Guaira y dentro de algunos minutos llegará aquí.
FULGENCIO.- ¡Llegará!
ELENA.- ¡Llegará!
BELÉN.- ¡Llegará!
ARTURO.- ¡Llegará!
ELENA.- Es necesario
proceder cuanto antes.
FULGENCIO.- Pues bien,
Jerónimo, nosotros, que sí estamos directamente interesados en todo a cuanto
toque a nuestro nombre y pueda nublar el lustre de nuestro apellido, hemos
pensado detenidamente esta cuestión.
JERÓNIMO.- Vamos a ver… ¿Y
qué has pensado?
ELENA.- No sólo hemos
pensado, hemos procedido. Ahí tenemos al padre Castrillo hablando con Julieta,
convenciéndola, conminándola a que confiese.
JERÓNIMO.- Esa pobre niña…
FULGENCIO.- Tiene que saber
algo.
ELENA.- Y en caso que no
ceda a las insinuaciones del sacerdote…
JERÓNIMO.- ¿Qué?
FULGENCIO.- Un concejo de
familia.
JERÓNIMO.- Un consejo de
guerra, di más bien.
BELÉN.- ¡La fusilan!
ARTURO.- Yo le escribiré una
elegía.
JERÓNIMO.- Pues oigan: Yo no
consentiré en semejante tribunal; yo no humillo a mi hija, no la rebajo, porque
la nobleza de nuestra raza no está en la sangre sino en el espíritu, que ni se
doblega ni se rinde. Si Julieta es culpable, que tenga hasta la altivez de su
culpa, y cuando llegue el momento de la expiación, si todos la menospreciaran,
aún le quedarían los brazos de su padre para acogerla en su dolor y mi pecho
para que lo humedezca con sus lágrimas.
BELÉN.- ¡Se paró el viejo!
ARTURO.- ¡Qué elocuencia!
FULGENCIO.- Eso es
literatura, Jerónimo, pura literatura.
JERÓNIMO.- Ustedes pasan más
allá de lo que pudiera sospecharse.
FULGENCIO.- Si Julieta ha
faltado, debe eliminarse de nuestra familia.
ELENA.- Si ha faltado, ¡y
con un negro!, no la reconozco como hija.
FULGENCIO.- Además, estamos
discutiendo en balde; ya avisé a Pedro y a Daniel, nuestros hermanos, y deben
hallarse en camino para acá.
(Aparece el padre Castrillo,
segunda derecha)
BELÉN.- ¡Chist! El
sacerdote.
Escena
XII
(Dichos
y el padre Castrillo)
ELENA.- Padre… ¿Qué dice?
PADRE CASTRILLO.- Nada… No
hace sino llorar y repetir que es inocente.
JERÓNIMO.- ¿Lo ven ustedes?
FULGENCIO.- ¡Las mujeres,
las mujeres!
BELÉN.- No todas, Fulgencio.
PADRE CASTRILLO.- He
empleado todos los recursos de que
dispone la Iglesia, desde la persuasión cariñosa hasta las llamas del infierno
y el crujir de dientes, y no he logrado sacarle sino sollozos.
JERÓNIMO.- Pero, ¿a ustedes
no se les ocurre un medio menos violento? El esposo ya está aquí.
BELÉN.- Dispensen que yo me
meta en el asunto, pero se me ha ocurrido un medio que puede ser eficaz.
TODOS.- ¿Cuál?
BELÉN.- Cambiarle el niño.
ARTURO.- Eso: o cambiarle el
marido.
BELÉN.- Sí, cambiarle el
niño por uno blanco.
PADRE CASTRILLO.- ¡Están
locos! ¡Están locos!
FULGENCIO.- No es mala idea.
PADRE CASTRILLO.- ¿Ustedes
creen que haya una madre en el mundo capaz de abandonar a su hijo por otro?
ELENA.- Hay gente capaz de
todo.
ARTURO.- Yo creo que no haya
quien se transe; sobre todo, si ven la mercancía.
BELÉN.- No se trata sino de
un cambio temporal, y con dinero se arregla todo.
JERÓNIMO.- ¿Y después?
¡Quedaríamos en lo mismo!
BELÉN.- Pero por el momento
se sale del apuro.
FULGENCIO.- Repito que no me
parece mal lo que dice Belén.
JERÓNIMO.- Eso es una infamia.
PADRE CASTRILLO.- Un
absurdo.
FULGENCIO.- El honor lo
impone.
ELENA.- ¿Dónde?... ¿Dónde
podremos conseguir un niño blanco, aunque sea prestado?... ¡Ah! (Yendo a la
puerta del foro) ¡Brígida! ¡Brígida!
PADRE CASTRILLO.- Bien, yo
he cumplido con mi deber. Me retiro; que Dios les conceda la paz que todos
anhelamos.
VOCES.- Amén.
PADRE CASTRILLO.- (Al salir,
a Elena) Calma, calma, hija mía, medita bien lo que vas a hacer. (Mutis por el
foro)
Escena
XIII
(Brígida
y los demás, menos el Padre)
BRÍGIDA.- (Por el foro)
Señora…
ELENA.- Dime… entre tus
amigas de por aquí, ¿no hay alguna que tenga un niño que nos preste?
FULGENCIO.- O que nos lo
alquile.
BRÍGIDA.- Un niño… un niño…
ELENA.- Sí, un niño catire.
BRÍGIDA.- ¡Ah!, Norberta la
isleña tiene uno catirito.
ELENA.- Corre, mujer, corre,
dile que nos lo preste por un momento, por medio día, y le daremos una buena
gratificación.
FULGENCIO.- Particularmente
a ti, si lo consigues, te regalaré dos fuertes.
BRÍGIDA.- ¡Carache! Por dos
juertes le traigo el asilo de güerfanos. (Hace una reverencia)
ELENA.- Corre ligero. Por
hoy puedes suprimir las reverencias.
BRÍGIDA.- (Hace mutis y
grita de adentro) Aquí están don Daniel con otros dos señores.
JERÓNIMO.- ¡Todavía más!
¡Vamos a ver hasta dónde llegan!
Escena
XIV
(Dichos,
menos Brígida. Daniel, Pedro y Saturnino)
PEDRO.- Salud.
DANIEL.- Buen día.
SATURNINO.- Bueno.
TODOS.- Buenos días.
ELENA.- Pasen adelante.
PEDRO.- Pasemos adelante.
SATURNINO.- Aprobado.
PEDRO.- Por la calle encontramos
a Saturnino, que también es pariente.
DANIEL.- Y como nos dijeron
que se trataba de un asunto de familia, resolvimos traerlo.
SATURNINO.- Aprobado.
FULGENCIO.- Tomen asiento.
ELENA.- Sentémonos.
SATURNINO.- Aprobado.
(Se sientan en la siguiente
disposición: a la izquierda Fulgencio, ante la mesa como presidiendo la sesión;
a su lado, Elena, de frente al público. A la izquierda, al fondo pero de modo
visible, y entre sillas en fila, Pedro,
Daniel y Saturnino. A la derecha, de frente, y dejando espacio entre
ellos y el lateral, Belén y Arturo. Jerónimo queda en pie hacia la derecha y a
ratos se pasea impaciente; su figura debe predominar en la escena.)
FULGENCIO.- ¿Tú no te
sientas?
JERÓNIMO.- Yo no me hago
cómplice de disparates.
FULGENCIO.- ¡Llámalo como
quieras! Elena, tú, como la más allegada, explícales el objeto de la reunión.
ELENA.- Explícaselo tú.
FULGENCIO.- Pues bien: todos
los aquí presentes somos del Hoyo, Torresveitía, del Álamo, Sampayo o
Costillares, y lo que les duele a los Torres mortifica a los del Hoyo o lo
sienten los Costillares.
SATURNINO.- Aprobado.
BELÉN.- (A Arturo) ¿Quién es
ese señor que todo lo aprueba?
ARTURO.- Un congresante. Es
primo mío, por si va a hablar mal de él.
BELÉN.- ¡Dios me valga!
FULGENCIO.- Hay ahora algo
que nos hiere a todos y hiere a cada uno de nuestros apellidos.
JERÓNIMO.- Fulgencio, ¿qué
tiene que hacer esta gente con las cosas de mi casa?
ELENA.- Cállate tú.
JERÓNIMO.- Por dárselas de guardadores de honras lo que hacen es echar en
tiras nuestro nombre a la murmuración callejera.
FULGENCIO.- Reserva tus discursos para luego; tengo yo la palabra.
PEDRO.- Tiene la palabra Fulgencio.
DANIEL.- Es necesario que nos explique.
SATURNINO.- Aprobado.
FULGENCIO.- Estamos reunidos en concejo de familia y yo opino que primero
que nada debe llamarse a la reo.
SATURNINO.- Aprobado. (A Daniel) ¿Quién es la reo?
DANIEL.- Yo no sé… usted que aprueba.
SATURNINO.- Yo tampoco sé.
FULGENCIO.- Elena, llama a la niña.
JERÓNIMO.- ¿A quién?
ELENA.- (Levantándose) A Julieta.
JERÓNIMO.- ¡No! ¡Ya he dicho que no!
ELENA.- Es necesario, Jerónimo.
JERÓNIMO.- Ya he dicho que no consentiré que se ultraje a mi hija con una
inquisición indigna.
FULGENCIO.- Todos aquí somos de su sangre.
ELENA.- Yo soy su madre…
JERÓNIMO.- Y yo su padre… ¡si tú no has dispuesto otra cosa!
ELENA.- ¡Jerónimo, me ofendes!
JERÓNIMO.- Más se me ofende a mí arrojando una sombra sobre el honor de mi
hija.
FULGENCIO.- También es algo mío.
ELENA.- Tiene autoridad.
JERÓNIMO.- ¡No!... Cuando ni tú ni yo como padres tenemos derecho a
mezclarnos aun en este asunto, mucho menos deben venir manos extrañas a
revolver el lodo en nuestro hogar.
ARTURO.- (A Belén) Diga usted algo.
BELÉN.- ¿Ahora? Ahora me pegan.
Escena XV
(Los mismos y Brígida)
BRÍGIDA.- (A la puerta del foro) Señora.
ELENA.- ¿Qué hay?
BRÍGIDA.- Ahí está hace rato lo que usted me encargó.
ELENA.- Tráncalo en la galería hasta que yo te avise.
JERÓNIMO.- No, señor; llévese eso de aquí.
ELENA.- Obedezca lo que yo le mando.
BRÍGIDA.- Está bien, señora, aquí pasa algo gurdiño. (Mutis)
Escena XVI
(Todos menos Brígida)
JERÓNIMO.- Se me rebosa la paciencia, ¡caray! Elena, hija mía, entra en
razón. Siéntete madre, pon el corazón por encima del orgullo: cuando venga el
marido, con ella se entenderá frente a frente y ella le dirá lo que debe
decirle.
ELENA.- ¿Por qué calla ahora?
JERÓNIMO.- Porque es a su esposo únicamente a quien tiene obligación de
rendirle cuentas.
FULGENCIO.- ¿Y si Von Genius no reconoce como suyo ese hijo?
JERÓNIMO.- Ahí están los tribunales, el divorcio…
FULGENCIO.- ¿Y el escándalo?
JERÓNIMO.- Peor que el escándalo es el crimen que ustedes pretenden.
FULGENCIO.- ¿Y si la rechaza?
ELENA.- ¿Y si la desprecia?
JERÓNIMO.- Entonces… Entonces, sí: aquí quedamos tú y yo, Elena, para
recibirla y consolarla o llorar junto a ella. Entonces no necesitamos de
ninguno de ustedes.
FULGENCIO.- ¡Jerónimo!
Escena XVII
(Dichos y Julieta)
JULIETA.- (Saliendo con ímpetu) ¡Gracias, papaíto, gracias! Yo sabía que tú
eras el único capaz de salvarme. (Se acoge entre sus brazos) Sostenme.
BELÉN.- Esto se está volviendo un drama.
ELENA.- (Acercándose al grupo de Julieta y Jerónimo) ¡Hija mía…!
JULIETA.- Mamá, eres mala conmigo.
JERÓNIMO.- Déjala, Elena.
ARTURO.- Julieta, mi querida Julieta, mi querida prima, en los momentos en
que el furioso vendaval…
JULIETA.- (Rechazándole con el pie) Quítate.
ARTURO.- (Regresa cojeando a su puesto) ¡Carrizo! Me dio en la espinilla y
me partió en dos el vendaval de la desgracia… ¡Una frase tan bonita!
FULGENCIO.- Sobrina, tú comprenderás.
JULIETA.- (Irguiéndose) Sí… lo comprendo todo; lo que no adivino es quién
los ha llamado a ustedes, quién les autoriza para venir a juzgarme.
SATURNINO.- Aprobado.
JULIETA.- (A Fulgencio) ¿A usted quién lo llamó?
FULGENCIO.- A mí tu madre me pidió consejos.
ELENA.- Yo no, tú viniste por tu propia cuenta, a decirme que si la honra,
que si el nombre, que si la familia…
JERÓNIMO.- ¡Tú eres el principal autor del alboroto!... ¡No sé cómo no te
pego un silletazo!
FULGENCIO.- ¡Jerónimo, esas armas de villano! (A Julieta) Tú comprenderás
que a mí me duele…
JULIETA.- ¿Puede usted sentir dolores más grandes que los míos?
FULGENCIO.- ¿Yo?... ¡Dios me ampare!
BELÉN.- Y me favorezca.
JULIETA.- Sin embargo, ¿pretende usted que después de haber llevado un hijo
en mis entrañas y haberlo nutrido con mi ser, después de darle a la vida cumpliendo
con la sentencia divina, cuando llevo mis senos a sus labios y por primera vez
conozco ese algo sagrado que llaman amor maternal, vaya a desprenderme de él
por complacerlos a ustedes, por satisfacer necias vanidades sociales? ¡No, no y
no!
BELÉN.- Se despepitó la muchacha.
ARTURO.- ¡Le sale la cría!
JULIETA.- Sépanlo bien: me lo quitan ustedes y lo tiran debajo de un puente
y debajo de un puente voy a llevarle la vida, lo echan por un barranco y me lanzo
barranco abajo a salvarlo… Qué me importa a mí que sea negro, blanco, verde o
colorado: es mi carne, es mi hijo y ante la inmensidad de esta palabra: ¡Mi
hijo!, ya no hay nada grande para mí en la tierra.
ARTURO.- ¡Caray!, se me están aguando los ojos.
BELÉN.- Debe ser de la patada en la espinilla.
JULIETA.- El que quiera quitármelo que pruebe: lo muerdo, lo araño, lo
descuartizo.
DANIEL.- No la conozco: es una fiera.
PEDRO.- Una tigre.
SATURNINO.- Aprobado.
ELENA.- Cálmate, hija mía.
JULIETA.- ¡Mamá! ¡Mamaíta!
ELENA.- Tranquilízate: esas son hipocresías de Fulgencio.
FULGENCIO.- ¡Mías solas no!
ELENA.- Sí, tuyas.
JERÓNIMO.- ¿Cómo allá, en la hacienda, cuando la cosecha, no te fijabas de
qué color eran las escogedoras de café?
FULGENCIO.- ¿Yo?
JERÓNIMO.- Sí, tú; allá en la hacienda tienes una familia que parece un
rabo de mono.
ARTURO.- ¡Ja, ja! A mí me han dicho que tiene un hijo de cuadritos blancos
y negros.
BELÉN.- Así se divierte jugando damas sin necesidad de tablero.
FULGENCIO.- ¡Un momento! No consiento que se burlen de mis muchachos.
ARTURO.- ¿Qué importa? Si son naturales.
FULGENCIO.- Aunque fueran artificiales.
JERÓNIMO.- ¿Lo ves?
JULIETA.- ¿Lo ve usted, tío? Y sin embargo, pretenden que yo… ¡Ja, ja!
Canallas, convencionalistas, hipócritas.
PEDRO.- Me parece que nos insulta.
DANIEL.- Y a mí también me parece.
SATURNINO.- Yo salvo mi voto.
JULIETA.- Por otra parte, usted doña Corre-ve-y-dile…
BELÉN.- ¿Hablas conmigo?
JULIETA.- Sí, con usted, que no tiene más oficio que andar rastreando la
vida ajena.
BELÉN.- Pero, chica, si yo no me he metido en nada…
JERÓNIMO.- Calma, hija mía, calma.
ELENA.- Serénate, Julieta, por Dios.
JERÓNIMO.- Vamos a tu cuarto. Tú no resistes conmoción semejante…
ELENA.- (Acercándosele) Apóyate en mi brazo.
JULIETA.- ¡Con el de papá me basta! (Jerónimo lleva a Julieta hasta la
puerta de su cuarto, segunda derecha)
ELENA.- (A Fulgencio) Tú eres el responsable de que mi hija llegue a
cogerme odio.
FULGENCIO.- Sí, ¡oh! Ahora échenme a mí todas las culpas.
ELENA.- Jerónimo, tengo miedo.
JERÓNIMO.- Hasta yo estoy asustado…
PEDRO.- Ya nosotros no representamos nada aquí. ¿Nos vamos?
DANIEL.- Vámonos.
SATURNINO.- Aprobado. (Se levantan a una y se disponen a marcharse, cuando
se oye la voz de Von Genius)
VON GENIUS.- (Adentro) ¡Brígida! Haga pasar las maletas a mi habitación. ¿Dónde
está la gente de aquí? ¿Como que no hay nadie en esta casa?
ELENA.- ¡Von Genius!
BELÉN.- ¡Ahí está el hombre!
FULGENCIO.- ¡Se presentó el conflicto que yo temía!
ARTURO.- Yo como que me marcho.
BELÉN.- Yo no me voy, yo gozo la película hasta el rabo.
Escena XVIII
(Dichos y von Genius)
VON GENIUS.- (Entra con entusiasmo y abrazando a los presentes a medida que
los nombra) ¡Julieta! ¡Julieta! ¿Mi hijo?... Mamá Elena… Papá Jerónimo… ¡¡¡Qué
felicidad!!!
BELÉN.- (A Arturo) No sabe lo que le espera.
VON GENIUS.- ¡Belén… Arturo… tío Fulgencio!
FULGENCIO.- Chico, a mí no me llames tío.
VON GENIUS.- Bueno, lo llamaré compadre, porque usted va a ser el padrino.
FULGENCIO.- ¡Eso no más me faltaba!
ARTURO.- (A Belén) Lo toqué por detrás y trae revólver.
BELÉN.- ¡Qué miedo!
VON GENIUS.- ¡Pedro!... ¡Daniel!... ¡Ilustre primo!... Cuánto placer verlos
a todos celebrando este momento.
PEDRO.- Felicitaciones.
DANIEL.- Parabienes.
SATURNINO.- Ídem, ídem.
ELENA.- Jerónimo, ¿qué hacemos?
JERÓNIMO.- No me lo preguntes a mí.
BELÉN.- Trae revólver, mejor es que no vea el niño todavía.
ELENA.- Pero…
BELÉN.- Enséñale el otro.
VON GENIUS.- Bueno. ¿Dónde está mi hijo? Quiero verlo. ¿Dónde está Julieta?
JERÓNIMO.- Julieta está recogida.
VON GENIUS.- ¡Ah! ¡En su cuarto! (Inicia el mutis hacia la segunda derecha)
ELENA.- (Deteniéndolo) No pases todavía.
JERÓNIMO.- No, no pases.
VON GENIUS.- ¿Por qué?... Necesito ver a mi hijo, quiero conocerlo,
besarlo…
ELENA.- Haré que te traigan al niño… (Va hacia la puerta del foro) ¡Brígida,
tráigale el catirito al señor Herman!
VON GENIUS.- ¿Ah, es catirito? ¡Debe parecer un lucero! En mis baúles le
traigo maracas, ropa, juguetes, zapatos.
BELÉN.- ¿Zapatos?
VON GENIUS.- Para cuando crezca y empiece a caminar.
ARTURO.- ¿Y no le trae también una cadena?
JERÓNIMO.- Me falta valor en el momento decisivo.
Escena XIX
(Los mismos, Brígida, un muchacho y luego Julieta)
BRÍGIDA.- (Trayendo de la mano un muchacho como de doce años y que se
resiste entrar) Aquí está er niño.
MUCHACHO.- Yo dentro, pero que me despachen ligero, que tengo que dime a
vendé mis melcochas.
TODOS.- ¡Ooooh!
VON GENIUS.- ¡Oh! ¿Este es mi hijo? ¡Esto es un fenómeno! ¡Veinte días de
nacido y ya habla! Este no puede ser mi hijo.
MUCHACHO.- No, señor. Yo soy hijo de Norberta, la durcera.
TODOS.- ¡Oh!...
BRÍGIDA.- ¡Acércate, muchacho!
MUCHACHO.- ¡Uh, uh! Ese señor me va a pegá.
VON GENIUS.- Explíquenme qué significa tanto misterio, semejante comedia…
¡Me voy a volver loco!
MUCHACHO.- Yo quiero díme. ¡Me van a encerrá otra vez allá ajuera!
JERÓNIMO.- Toma, niño, un bolívar; vete y dile a tu madre que muchas
gracias.
MUCHACHO.- ¡Ay, turura! Ya me voy a desquitá comiendo rule. (Sale en
carrera)
ELENA.- (A Brígida) ¡Estúpida! ¿Cómo se te ocurre traer un niño tan grande?
BRÍGIDA.- ¡Guá, yo qué sé! A mí me encargaron a un niño catire, pero no me
dijeron de qué tamaño. Yo creí que era para un mandao.
ELENA.- Quítese de mi presencia. (Mutis de Brígida al foro)
VON GENIUS.- ¡Basta! Basta de farsa, díganme pronto qué sucede.
JERÓNIMO.- Yo te explicaré luego.
VON GENIUS.- No, inmediatamente.
ELENA.- Sucede, querido yerno, que el niño… el niño…
VON GENIUS.- ¿Murió?
FULGENCIO.- ¡Ojalá!
ELENA.- No; algo peor: no es catire… Es…
BELÉN.- Trigueñito arrosquetado.
VON GENIUS.- ¡Qué importa! Yo lo quiero como sea… (Yéndose al fondo)
¡Julieta!... ¡Mi hijo!...
JULIETA.- (Saliendo con un niño negrísimo en brazos) Aquí está.
VON GENIUS.- ¡Mi vida!
JULIETA.- ¡Amor mío!
BELÉN.- Nos mata a todos. Ya va a sacar el revólver.
VON GENIUS.- (Viniendo al centro con el niño y aupándolo) ¡Qué lindo! ¡Qué
gordo!
TODOS.- ¿Eh?
VON GENIUS.- ¡Es idéntico a mi abuelo!
TODOS.- ¡Ooooh!
FULGENCIO.- ¿Cómo a su abuelo?
VON GENIUS.- ¡Idéntico a mi abuelo Pancho!
ELENA.- Pero, ¿su abuelo no era alemán?
VON GENIUS.- Por la línea paterna, sí; pero, mi padre, cuando estuvo de
explorador en el Perú, se casó con su cocinera. Usted sabe que a los alemanes
les gusta mucho las negras.
ARTURO.- (Por Fulgencio) Y a los que no son alemanes también.
FULGENCIO.- Jovencito, no acepto indirectas.
ELENA.- ¡Ay, Jerónimo! Nuestro yerno, hijo de una cocinera. ¡Nos ha
engañado!
JERÓNIMO.- Él, no: la necia vanidad de un título fue la causa del engaño.
VON GENIUS.- Yo no he engañado a nadie: me preguntaron si era Barón y creo
que lo he probado… ¿verdad, Julieta?
JULIETA.- ¡Esposo mío!
VON GENIUS.- Nadie me preguntó por mi madre; si me preguntan, no la niego.
BELÉN.- ¡Qué cosa! Y usted salió completamente rubio.
VON GENIUS.- Pero mi hijo ha dado el salto atrás.
FULGENCIO.- ¡Y qué salto!
ARTURO.- ¡Un salto mortal!
BELÉN.- ¡Y con trampolín!
Telón