LO IMPORTANTE
ES QUE NOS
MIRAMOS
Telón.
A
Aquiles Nazoa
Esta
obra fue leída por la autora y por Aquiles Nazoa en el programa de televisión
de este último, “Las Cosas más Sencillas” que transmitió el canal 5 en 1974.
(Un
hombre y una mujer sentados en el banco de una plaza. Es de tarde.)
HOMBRE.-
Hermosos árboles.
MUJER.-
Sí, muy hermosos.
(Silencio)
HOMBRE.-
Mañana será un día más.
MUJER.-
¿Eso le preocupa?
HOMBRE.-
No, pero ¿qué quiere que diga? Estando frente a una mujer como usted, hay que
hablar de cualquier cosa, como por ejemplo: mañana será un día más, hermosos
árboles.
MUJER.-
No se preocupe por mí y retírese hacia el extremo del banco.
HOMBRE.-
Con mucho gusto. Debo comprar el periódico. (El hombre se coloca en el extremo
del banco. La mujer pone un paquete junto a ella.)
HOMBRE.-
La tarde está tan fresca y tan limpia que ¿no le asemeja a una gran tela que
ninguna mano ha tocado?
MUJER.-
¿Poeta?
HOMBRE.-
No sé.
(Calla.
La mujer toca el paquete.)
HOMBRE.-
Oiga, ¿no le molestan esos cabellos que le caen sobre el ojo izquierdo?
MUJER.-
No sé lo que ocurre; cada vez que me siento en este banco el viento me
despeina.
(La
Mujer va a quitarse el cabello del ojo)
HOMBRE.-
(Cogiéndole la mano) Permítame que se lo arregle.
(La
Mujer se pone de pie bruscamente. El Hombre hace lo mismo)
HOMBRE.-
No resisto mirarla con el cabello sobre el ojo.
(El
Hombre va arreglarle el cabello y la Mujer lanza al Hombre sobre el banco.)
MUJER.-
El cabello es mío y me lo arreglo yo. (La Mujer se arregla el cabello y se
sienta aún disgustada.)
HOMBRE.-
Entonces, y no lo dudo un segundo más, usted es una experta peluquera que se
arregla sin necesidad de espejos.
MUJER.-
(Asombrada) ¿Cree usted que soy una experta peluquera?
HOMBRE.-Y
también una dama a la que el viento despeina a menudo.
MUJER.-
Pues no soy ni lo uno ni lo otro.
HOMBRE.-
¡Esto sí es una sorpresa agradable! Luego usted es…
MUJER.-
Sencillamente una costurera y con toda su instrumentación propia.
HOMBRE.-
Usted, ¡una costurera! ¡Qué casualidad! Yo trabajo, soy sastre.
MUJER.-
(Asombrada y contentísima) ¡Sastre!
(Silencio.
La Mujer saca unas tijeras del paquete)
HOMBRE.-
¿Siempre las utiliza?
MUJER.-
¡Bah! ¿Quién no? Todo el mundo las usa.
HOMBRE.-
Pero sólo nosotros los hombres, y como yo, sabemos manejarlas.
MUJER.-
(Riendo) Sólo de vez en cuando.
HOMBRE.-
Siempre.
MUJER.-
¿Siempre? Soy costurera y sé muy bien que cuando los filos de las tijeras se
deterioran no sirven más o… (Medita) ¿Es que olvidó usted lo que soy?
HOMBRE.-
¿Olvidarlo?
MUJER.-
Habla con tal despreocupación.
HOMBRE.-
Porque jamás sospeché que a esta hora, en este banco, junto a estos árboles,
encontraría a una compañera.
MUJER.-
¿Es viudo?
HOMBRE.-
Compréndame, desde niño, mejor dicho, desde el momento en que nací he soñado…
MUJER.-
(Interrumpiéndolo) ¿Con este momento?
HOMBRE.-
Si usted lo cree.
MUJER.-
Sí, lo creo.
HOMBRE.-
Pero cuando la comunicación existe ¿no es así?
MUJER.-
Y no importa la edad.
HOMBRE.-
Ni la tez.
MUJER.-
Ni la voz.
HOMBRE.-
Ni el cuerpo.
MUJER.-
¡Oh! (Ruborizada y exaltada) ¿Guardo las tijeras?
HOMBRE.-
Lo importante es que nos miramos.
MUJER.-
Sí.
HOMBRE.-
No todos los días sabemos mirar.
MUJER.-
¿Eso le asombra? El amor es lo único que nos queda.
HOMBRE.-
No sé. Todos mis hermanos murieron.
MUJER.-
Créame, después de esta conversación tan íntima, no pienso abandonarlo.
HOMBRE.-
Y para colmo, mis primos también desaparecieron.
MUJER.-
¡Pobrecito! Cuando lo vi desde la esquina nunca sospeché que no tuviera ni
siquiera un cuñado, pero ¡ánimo! No está tan solo como se imagina, aquí, a su
lado, mirando su frente, descubriendo sus ojos, observando sus sienes que,
tóquelas usted mismo, palpitan igual al pecho de los ratoncitos cuando corren
mucho, estoy yo.
HOMBRE.-
¿Usted?
MUJER.-
Sí, yo, ¿no lo sabe?
HOMBRE.-
Por supuesto que sí. (Medita) ¡Ya recuerdo! No había comprendido bien, usted
dijo que era (Medita) ¡Una costurera!
MUJER.-
¡Qué gracioso! ¿Una costurera? (Le muestra las manos) ¿Le recuerdan mis dedos a
los de una costurera?
HOMBRE.-
(Viéndoselos) Tiene razón, son demasiado tiernos para creer que alguna vez han
sostenido agujas.
MUJER.-
Porque soy… (Reflexiona)
HOMBRE.-
¡Escritora!
MUJER.-
Escritora.
HOMBRE.-
¿De cuentos?
MUJER.-
No; de noticias.
HOMBRE.-
¿Escribe sobre las muertes que ocurren a diario?
MUJER.-
¡Oh, no! No lo resistiría. Jamás he visto morir a nadie, además las urnas me
repugnan, todas huelen a caucho.
HOMBRE.-
Luego es escritora de… (Medita) ¿Novelas?
MUJER.-
No tanto, no tanto.
HOMBRE.-
¿Quiere decir que muy pronto voy a adivinar lo que escribe?
MUJER.-
Así creo.
HOMBRE.-
¿Escribe sobre las historias del mundo?
MUJER.-
Pero ¿qué le ocurre a usted? Simplemente soy coleccionista.
HOMBRE.-
¡Coleccionista!
MUJER.-
Exactamente.
HOMBRE.-
¡Qué magnífica noticia! Por primera vez me encuentro con alguien que tiene mi
misma profesión. Yo también soy coleccionista y muy conocido, pero dígame: ¿le
saca provecho a su negocio?
MUJER.-
Muchísimo.
HOMBRE.-
Lo mismo yo y, ¿colecciona mucho?
MUJER.-
Cada vez que me acuesto sueño con un acuario lleno de peces.
HOMBRE.-
¡Estupendo! ¿Y sueña con todas las especies?
MUJER.-
Comprenda, eso es muy difícil.
HOMBRE.-
Tiene razón, no hay mucha comida, en el fondo de los océanos, para tanta
variedad de peces.
MUJER.-
Por eso es tan complicado…
HOMBRE.-
(Interrumpiéndola) ¿Entendernos?
MUJER.-
¿Se fija? El sol cae, la sombra se levanta, ¡oh, viento vuelve a despeinarme!
(El
Hombre va a arreglarle el cabello)
HOMBRE.-
Esta vez sí se lo arreglo yo)
MUJER.-
(Poniéndose de pie) ¡Ay!
HOMBRE.-
(Poniéndose de pie) ¿Qué le ocurre?
MUJER.-
No sé, algo me hincó aquí junto a la rodilla.
HOMBRE.-
¿La mordería un pez?
MUJER.-
Qué poco romántico es usted pensando en un pez y menos a esta hora tan triste.
Sí, ¡mire! Me picó una hormiga y ¡cómo caminan por la hierba! ¡Ah, nunca pensé
que encontraría tantas y tan negras!
HOMBRE.-
Como le asombran tanto esas pequeñas hormigas, dígame: ¿Acaso es usted de…
(Reflexiona) ¿De Londres?
MUJER.-
Pero… (Reflexiona) ¿Cómo pudo adivinarlo?
HOMBRE.-
Su cultura revela claramente que usted es de Londres y que además es una
zoóloga muy importante.
MUJER.-
Tiene razón, mi especialidad consiste en observar esos pequeños insectos que
siempre llevan, entre sus mandíbulas, una miga de pan.
HOMBRE.-
¡Bravo!
MUJER.-
¿Por qué?
HOMBRE.-
Porque si usted vino a esta ciudad a estudiarlas no tengo que espantarlas y
menos matarlas.
MUJER.-
Fíjese, tienen la cueva allá mismo, junto a aquel banco. Sentémonos a
observarlas. Debo mirar sus movimientos.
(Ambos
se sientan en el banco)
HOMBRE.-
No logro descubrir la cueva. ¿Dónde está?
MUJER.-
Debajo de aquel banco.
HOMBRE.-
¿Cuál?
MUJER.-
Ese que está allí mismo.
HOMBRE.-
¿Y que lo envuelve la sombra?
MUJER.-
Sí, ese mismo, donde a menudo y después de largas jornadas, me peinas. ¿No lo
recuerdas?
HOMBRE.-
¡Ah, sí, ahora lo recuerdo! Aquel donde acostumbras a mirar las puestas del
sol, pero lo extraño es que te hayas recogido el cabello, siempre lo llevas
suelto.
MUJER.-
¿Y qué querías que hiciera? Viniste a buscarme en este coche que los caballos
tiran velozmente; por lo tanto, tenía que recogerme los bucles para no
despeinarme.
HOMBRE.-
¿Te miraron tus padres cuando subiste al coche?
(La
Mujer hace como si resbalara sobre el banco y se fuera a caer. El Hombre la
sujeta por el brazo)
HOMBRE.-
Si sigues sentada en el borde del asiento, te caerás.
MUJER.-
Es que el asiento como es de terciopelo hace que me resbale; además, fíjate,
este coche está saltando mucho.
HOMBRE.-
(Mirando en contorno) ¿Te gusta?
MUJER.-
Sí, me gusta bastante, pero prefiero más el banco aquel donde un día, y tal vez
porque me gustaste desde ese momento, te confesé, y sin ninguna vergüenza, que
era… (Tímidamente) costurera.
HOMBRE.-
Y escritora.
MUJER.-
Y coleccionista.
HOMBRE.-
Y zoóloga.
MUJER.-
¡Ay, se me desbaratan los bucles! Estos caballos corren demasiado.
HOMBRE.-
Déjame arreglarte. Me disgusta verte así, con el cabello sobre los ojos y…
(Le
va a arreglar el cabello y la Mujer se lo impide)
MUJER.-
Si nunca me has rozado las puntas de las uñas, menos me arreglarás los
cabellos.
HOMBRE.-
Pero cuando estás en casa, y concluyes tus tareas domésticas, te peino, y es
más, te encanta que juegue con tus bucles.
MUJER.-
¡Bah! Eso era antes, cuando estaba joven y no nos habíamos casado y no nos
habíamos visto en el banco aquel donde…
HOMBRE.-
Donde te dije, y con temor a disgustarte, que era sastre y coleccionista, y…
¿Lo recuerdas? Donde te confesé cuánto te amaba y cuánto te añoraba cada vez
que no podía hallarte aquí, allá, junto a los árboles, y a los niños y hombres
que pasan, sin ti que eres…
MUJER.-
(Interrumpiéndolo) ¡Por Dios, detente, que voy a creer realmente en nuestro
amor!
HOMBRE.-
Cochero, tenga más cuidado. Estamos saltando demasiado, pero… (A la Mujer)
¿Podrías decirme dónde nos conocimos?
MUJER.-
¿Tan pronto lo has olvidado?
HOMBRE.-
Con el ruido de los cascos no puedo recordar.
MUJER.-
Pues yo sí recuerdo. Cada vez que miro unas tijeras, un pez, un libro o unas
hormigas, siento que ellos sí lo saben. ¡Por Dios, haz algo! No resisto tantos
saltos.
HOMBRE.-
Cochero, oiga, maneje con más cuidado. Estamos saltando demasiado.
MUJER.-
¡Por Dios, haz algo! El viento entra con mucha fuerza. ¡Ah, se llevó volando mi
sombrero!
HOMBRE.-
Cochero, ¡deténgase! El sombrero de la dama se fue volando.
MUJER.-
No te oye. Los caballos no dejan oír.
HOMBRE.-
¡Cochero!
MUJER.-
¡Cochero, deténgase! ¡Ay, perderé mi sombrero!
HOMBRE.-
¡Cochero! ¿Qué ocurre? ¿Por qué los caballos corren más?
MUJER.-
No pueden detenerse.
HOMBRE.-
¡Se han desbocado!
MUJER.-
¡Ay, si se desbocan, no se detendrán nunca!
HOMBRE.-
¡Cochero, tiene que frenar los caballos! ¡Frénelos! ¡Frénelos ya,
inmediatamente, antes de que lleguen junto a aquel muro!
MUJER.-
¡Mira! Nos acercamos al muro.
HOMBRE.-
(Gritando) ¡He dicho que los frene! ¡Que nos estrellamos!
(El
Hombre y la Mujer quedan inmóviles)
MUJER.-
¿Acaso porque el sol se ocultó tras los árboles, no va a hacer nada para
aliviarme el dolor de la picadura?
HOMBRE.-
Todos los esfuerzos son inútiles cuando algo se interpone como se han
interpuesto esas hormigas en nuestra comunicación.
MUJER.-
¿Quiere decir que se marcha?
HOMBRE.-
Es hora de comprar el periódico.
MUJER.-
Y yo… tengo que entrar en la fábrica de jabón.
HOMBRE.-
¿Trabaja en la fábrica de jabón?
MUJER.-
Sí, allí mismo, donde antiguamente alquilaban los coches de caballos.
HOMBRE.-
Bien, dese prisa, antes de que cierren la entrada de la fábrica.
MUJER.-
Y le deseo que pueda comprar el periódico.
HOMBRE.-
Mañana, ¿la espero aquí?
MUJER.-
Si logro entrar a la fábrica y no me encuentro, de repente, con los mismos
caballos.
HOMBRE.-
Olvide los caballos. Yo busco ahora el periódico.
MUJER.-
Pero si yo los encuentro, ¿qué hago?
HOMBRE.-
¿Quiere decir que aún alquilan caballos en la fábrica?
MUJER.-
Lo que hay son jabones y así de grandes, pero nadie y menos nosotros podemos
olvidar esos coches, esos caballos que… (Suspira)
HOMBRE.-
Perdone, pero tiene un rostro tan hermoso que… ¡le regalaré un coche mañana
mismo!
MUJER.-
Ya es muy tarde. El sol se ha ocultado totalmente. Además, mañana parto de
viaje.
HOMBRE.-
¿Lo mismo que yo?
MUJER.-
Lo mismo que usted llegué a esta plaza.
HOMBRE.-
Y nos sentamos y nos miramos y nos comprendimos.
MUJER.-
Con el resultado de que, igual a todos los días, tengo que entrar en la fábrica
y contar las panelas una a una.
HOMBRE.-
Entonces, hasta mañana y, como siempre, permítame estrecharle la mano y mirarla
largamente.
MUJER.-
Hasta mañana, si regreso.
HOMBRE.-
Tiene que regresar.
MUJER.-
Si termino de contar las panelas.
HOMBRE.-
Y yo logro comprar el periódico.
(La
Mujer se aleja)
HOMBRE.-
Oiga, no se marche así, recójase el cabello.
MUJER.-
Sabía que eso me dirías antes de que entrara en la fábrica.
(Se
marcha)
RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS DE
AUTOR. Cualquier reproducción o representación parcial o total, por medio
literario, audiovisual o teatral sin autorización del autor o sucesorio, queda
sometido a las penalidades que estipula la Ley de derecho intelectual.