Datos personales

Especialista en Teatro Venezolano

martes, 17 de abril de 2012

José Miguel Vivas



                        Foto: Elisa Quero                
               josemiguel.vivas@gmail.com


Obras escritas: 
Oncena (1983) Quimera (1984) Habitaciones (1984) El largo tedio de la noche (1986) Lloronas (1988) Pequeños disturbios (1994) Sonrisa de gato (1999) La luna en tu ventana (1990 -2001) Gelatina vil (2001) Diversos y perversos (2004) Tenebros (2006) Piezas de Santiago (2008) Piezas de Buenos Aires (2008) Siete noches (2010) El metal que te alquila el corazón (2010) Sien (2011) Las rosas de la fiebre (2011) Apuntes sobre hombres solitarios (2011) Gente pálida (2012).



Se incluyen aquí las obras:
    - Tenebros
    - Pequeños disturbios





TENEBROS

José Miguel Vivas

© 2006


(Adaptación de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad)

Personajes:

Señor Maltrobando
Joseph C
Charlie Marlow
Fresleven
Anciano negro
Mujer raquítica
Mujer gorda
Mujer deforme
Cabeza
La tía
Quinteto de hombres
El contador
La prometida
Kurtz
Niño 1
Niño 2
El fabricante
Viejo
Enano 1
Enano 2
Arlequín 
Kurtz 1
Kurtz 2
Tres hombres
Hombres negros
Hombres blancos
Hombres salvajes
Nativos


ESCENA I



Oscuridad.


Señor Maltrobando:

Súbito… es decir, rápido. Joseph, todo pasa así de golpe en nuestras propias narices como una burla mientras el rostro se vuelve torpe… un crepúsculo ciego (Pausa.) Entramos en la oscuridad sin que nadie nos acompañe y el destino como sutura, con la desnudez incrédula de nuestros miedos. El cuerpo lo siente, claroscuro, ¿entiendes? Así es la vaina. El cuerpo, ¿no? Primero el cuerpo, luego los órganos y finalmente el VACÍO (Frota dos fichas.) El vacío… expandiéndose como un universo martirizante que viene a mutilar… te abre en dos, sin separarte del todo, sientes que tu tronco y tus piernas se separarán, pero no, no terminas de caer… puedes ver cómo tus vísceras son sacadas como desechos y lo que queda de ti edifica los negros cimientos de una vida nueva… ¡el dolor es terrible! Terrible porque no termina de aniquilarte, sabes que no morirás, que seguirás con los ojos bien abiertos y los sentidos más vivos que nunca, pides olvidar, olvidar, olvidar (Pausa larga.) No sé por qué tuve una erección, fue la primera vez que lo vi derecho, la cabeza apuntaba hacia el sol escondido entre las nubes… ¿comprendes? Bah, no me hagas mucho caso… sí, todo se me mezcla. Joseph, te juro por las grietas de mis talones que no tomé ni una gota de licor… en fin, como decía el irlandés: “Un corazón enfermo mejor es que nada”. Quizás no sea una descripción fiel de lo que pasó, es posible que mis palabras agoten lo que digo, que no sea una voz, que mi saliva que brota feroz sea más elocuente (Golpea la mesa con una de las fichas.)


Haces de luz caen selectiva y paulatinamente en muchas de la fichas de dominó colocadas -en pie- sobre la mesa, éstas también alimentan la iluminación de la escena e irán revelando la presencia de dos hombres.


Señor Maltrobando:
Lo cierto es que bajo esas circunstancias conocí a Marlow, Charlie Marlow.  ¿Lo conoce?
Joseph C:
¿El del rostro hundido?
Señor Maltrobando:
Entonces…
Joseph C:
No lo conozco, señor Maltrobando.
Señor Maltrobando:
Pero acaba de decir…
Joseph C:
Lo sé.
Señor Maltrobando:
¿Entonces?
Joseph C:
¿Qué he dicho, señor Maltrobando?
Señor Maltrobando:
Pues, lo ha descrito.
Joseph C
(Se carcajea.): Usted me parece fantasioso, febril (Pausa.) ¿Una llama inquieta, quizás? No, no me desagrada, todo lo contrario. Fíjese llevábamos treinta minutos sin cruzar palabra alguna, detuvo el juego, usted adornó -por así decirlo- la mesa, de pronto reinició la conversación con esa larga historia que contó, y aquí estamos tratando de provocarle un pequeño salto al aburrimiento en plena medianoche lluviosa.
Señor Maltrobando:
¿Llueve?
Joseph C:
No se ha percatado (Pausa. Alza una copa en dirección del señor Maltrobando. Toma un trago.) Escúchela, tal vez se calme un poco. Olvidar comienza con las aguas…

Silencio.
Joseph C
(En voz baja.): Marlow, Marlow, Marlow… pobre Charlie.
Señor Maltrobando:
Pronunció su nombre… ¿eso es lo que oí?

Joseph C:
Pronuncié una vida, creo.
Señor Maltrobando:
¿A qué juega?
Joseph C:
Jugábamos, señor Maltrobando. Jugábamos dominó, ¿también lo pasó por alto? La cosa iba más o menos clara hasta que impuso un nuevo orden: comenzó a hacer y deshacer figuras, mover fichas, se echó la cerveza encima, a levantar y derrumbar formas arquitectónicas, ¿podríamos llamarlas así? En todo caso, no he hecho más que observarle, escucharle… Usted ha dicho Marlow. Yo he dicho Charlie. ¿Le queda claro? No pretendo ser más que un espectador, la verdad.
Señor Maltrobando:
Charlie es el punto que nos une.

Joseph C:
Yo no lo afirmaría de esa manera tan categórica, simplemente es un encuentro y lo celebramos. ¿Quién me invitó a jugar dominó?


Truenos.
La iluminación parpadea.
El señor Maltrobando se levanta de la mesa.
Silencio.

Joseph C:
Siéntese, por favor. Cálmese.


Silencio.

Señor Maltrobando:
Qué mala leche haberme fijado en usted, haberlo invitado a jugar conmigo, ¿cómo pude? Siempre ocurre lo mismo, creo escoger bien y luego no me gusta, me arrepiento… no aprendo, no aprendo. Debí pasar de largo, pero tuve la atracción de toparme con su mirada.
Joseph C:
¿Ya?
Señor Maltrobando:
Ya qué.
Joseph C
(Golpea la mesa): ¡YA!
Respiración agitada del señor Maltrobando.
Silencio.

Señor Maltrobando:
Volvamos al principio… señor Joseph.
Joseph C:
Al espacio en blanco desde donde se avizoran las tinieblas, si me permite.
Señor Maltrobando:
Entonces, usted me lo pone más fácil porque desde esas tinieblas conocí a Marlow, Charlie Marlow. ¿Lo conoce?

Joseph C:
El de tez amarillenta.
Señor Maltrobando:
Entonces…
Joseph C:
No lo conozco.
Señor Maltrobando:
Pero acaba de decir…


Joseph C:
El de tez amarillenta; así como antes pregunté: el de las mejillas hundidas. Así como podría decirle: un vagabundo… que comienza a remontar un río.
Truenos.


Señor Maltrobando:
Me parece increíble (Pausa.) ¿De qué hablamos? ¿Cómo pueden existir tales coincidencias? Porque sin duda alguna hablamos de la misma persona.

Joseph C:
Entiendo su perplejidad (Se quita los lentes. Restriega sus ojos. Se los vuelve a colocar.) Es posible que yo haya contenido la mía… hay tantas historias navegando por ahí (Pausa.) Sólo puedo asegurarle que no conozco a Marlow, no a ese Marlow al que usted se refiere.
Señor Maltrobando:
¿Está seguro? ¿En alguna conversación no habrá escuchado de él?
Joseph C:
No.
Señor Maltrobando:
¿Qué me dice de sus conversaciones con el señor Taras? Él ha tenido trato con Marlow.
Joseph C:
Sólo conversamos sobre el olor de las mujeres malayas y, sin otras correcciones de la abulia de las mujeres londinenses de fin de siglo.
Señor Maltrobando:
¿Y con el señor Gao? (En voz baja.) Ha veces he llegado a pensar que de un momento a otro se irán  a las manos.
Joseph C:
El señor Gao es un caso particular, siempre ironiza mis imprecisiones asiáticas, a pesar de que nació en un pequeño país suramericano, además, ¿qué se puede hacer cuando no hay dinero en el bolsillo? Casi caerse a golpes, casi… como lo ha observado usted.
Señor Maltrobando:
Hasta el joven señor Crane fue una vez -me contaron- a visitar a Marlow, dicen que hablaron durante horas… Dígame, seguramente el señor Crane le habrá comentado en alguno de sus encuentros.
Joseph C:
Señor Maltrobando lo voy a nombrar cancerbero mayor de mi tímida sombra, está más pendiente de mis zapatos que mis propias suelas. ¿Sabe con cuántas personas me reúno? (Pausa.) Mejor no lo invito a mi casa no vaya a ser que el día menos pensado tome el lugar de mi mujer.
Señor Maltrobando
(Alterado): ¿Y CRANE?

Truenos.
La iluminación parpadea. Oscuridad. La escena vuelve a iluminarse.
Silencio.
La silla de Joseph C está vacía. El señor Maltrobando -sorprendido- le busca.

Joseph C:
Aquí estoy. Despache esa parodia de movimientos.

Silencio.

Déjese conducir por mi voz.

Silencio.


Con el señor Crane también compartí las desventuras de la miseria.


Silencio.

¡No voltee! Quédese donde está. Escuche…



El señor Maltrobando enciende un cigarro.
Joseph C:
¿Alguna vez has sufrido el horror de comerse el corazón? ¿Ser la criatura en medio de voces que te hunden en lo más oscuro de sus notas? (Pausa.) ¿Qué se supone es esto? Un rincón del mundo donde ambos hacemos “gags” desusados para no terminar cayendo. El fin del mundo está en cualquier parte… Nos hemos quedado solos, ya el cantinero ha terminado de sacarle brillo al último vaso y, ha colocado la última botella en el anaquel, el señor Borrego ha sido vencido por la borrachera (Pausa larga.) Entre nosotros no queda sino un delgado alambre donde las palabras estrecharán o escindirán los misterios del porvenir. Nada está claro. Nada está resuelto. Su grito no es más fuerte que mi silencio y ni por casualidad mi silencio pretende ser más importante… aquí hay algo mayor, no sé… algo, físico a lo que le estamos dando forma… ¿Estamos creando, señor Maltrobando? (Pausa.)  Podríamos retirarnos con esta pregunta hasta la semana o el mes que viene, pero no deseo dármelas de humorista. Aclaremos esto de una vez.

La iluminación podría gradualmente ausentarse mientras avanzan las palabras de Joseph C hasta volver a la oscuridad inicial de la escena.
Comienzan a caer gotas en el centro de la mesa.



Joseph C:
Crane y yo soñábamos ese corazón -señalado por lo solar- abandonado en
medio del océano y desde las profundidades lo llevamos a un lugar putrefacto para devorarlo, no como hombres, como tribu. Regresamos a la ciudad: bocas sangrantes, dedos huesudos, mirada seca, criaturas, criaturas, en fin, criaturas… de vuelta entre humanos (Pausa.) Abra el libro de nuestras fatigas… y se le partirá la columna. Un hombre debe tener otro hombre donde buscarse salvajemente… Pero Crane no es importante y yo mucho menos, así que todo debe seguir llenándose de gusanos.


Silencio.


Señor Maltrobando:
Señor Joseph…
Joseph C
(Sutil): Cállese señor Maltrobando.
Silencio.
No quise usurpar a su Marlow.
El de usted tiene tanto de realidad y ficción como el que a mí me corresponde.
Sólo es una coincidencia.
Los dos de igual nombre: Charlie Marlow el suyo. Charlie Marlow el mío.
Las mejillas hundidas.
La tez amarillenta.

Un vagabundo que comienza a remontar un río.
Las manos sobre el mando.
Un contador de historias.
El horror.

Silencio.



Lo físico es lo que realmente se manifiesta.

Lo físico es el grito entre usted y yo.
¿Qué quiere que le explique?
¿Quiere más?
¿Los desgarros que me ha supuesto la tarea de escribir?
¿El horror?

Silencio.



Oscuridad.

¿Y KURTZ?



¿TAMBIÉN CONOCE A KURTZ?








ESCENA II

Joseph C montado en zancos, grita sobre truenos en medio del escenario bajo un aguacero. Ahora un columpio, se monta, oscila y desaparece.







ESCENA III


Oscuro.
Sonido de aguas que corren pacíficamente. Un susurro ni humano ni animal: Un susurro que genera lo oculto. De cuando en cuando se cuelan sirenas de embarcaciones.
El piso del escenario desde proscenio hasta el lugar donde aparecerá Marlow desnudo se va iluminando en forma de V: Simulando las aguas de un río: El reflejo lo más parecido al color plomo, y hacia el término de las palabras de Marlow al color rojo. Igualmente, el lugar es neblinoso.
Marlow se desplazará hasta concluir su monólogo en el ángulo de la V.

Marlow:

Pensaba en épocas remotas, cuando llegaron por primera vez los romanos a estos lugares, hace diecinueve siglos... Un hermoso trirreme del Mediterráneo parte inesperadamente al norte, después de atravesar las Galias. Imaginen los sentimientos del comandante sobre ese artefacto construido por maravillosos artesanos. Pero nada resulta misterioso para el marino a no ser la mar misma, la amante de su existencia, tan inescrutable como el destino (Pausa.) Bien, imagínenlo aquí, al comandante, en el mismo fin del mundo, un mar de plomo, un cielo color de humo, bancos de arena, pantanos, bosques, salvajes (Pausa).
Sin vino, sólo agua del Támesis. Sin paseos por tierra, sino infrecuentemente un campamento militar perdido en los bosques. Frío, niebla, bruma, tempestades, enfermedades, exilio, muerte acechando siempre tras los matorrales, en el agua, en el aire. Imagínense su rostro. Sí, nuestro comandante debió haber pasado por todo eso. Era lo suficientemente hombre como para enfrentarse a las tinieblas (Pausa.) Un país cubierto de pantanos, marchas a través de los bosques, en algún lugar del interior la sensación de que el salvajismo, el salvajismo extremo, lo rodea..., toda esa vida misteriosa y primitiva que se agita en el bosque, en las selvas, en el corazón del hombre salvaje. No hay iniciación para tales misterios (Pausa.) Imagínense una mueca que escapa de su boca o el sudor extendiéndose por la espalda. Ha de vivir en medio de lo incomprensible, qué también es detestable. Y hay en todo ello una fascinación de lo abominable (Pausa.) Pueden imaginar el pesar creciente, el deseo de escapar, la impotente repugnancia, el odio (Silencio.) También éste ha sido uno de los lugares más oscuros de la tierra.
Marlow desciende hacia las profundidades del escenario.
El sonido del susurro se oye más agresivo.
Desde el fondo se desplaza el bergantín Nellie: Toda su estructura está aforada por hombres blancos y negros, de cuerpos brillantes y de color cobre. Se detiene en el ángulo de la V. Los hombres abandonan el bergantín: Éste ahora muestra su estructura de huesos de marfil.
Sobre la cubierta Marlow vestido de marino.

OSCURO LENTÍSIMO

   





ESCENA IV


Jardín de palos. Jardín de hombres negros.
Aparece Fresleven: Sobrenatural. Blanco como nadie ha visto.

Fresleven:
No, no puedo olvidar su mirada. Desde nuestro primer encuentro no la he borrado. Me hace compañía, me persigue, me alcanza, me ocupa la mente. Mirada oscura, fija, ocultando el peor de los designios. Frente a frente en medio del polvo. Ausentes. Firmes entre el viento tibio. Mirada oscura, rojiza, de esas que adormecen cualquier furia.


Silencio.
Acaso después de observarme me vio cara de imbécil y preparó el engaño. Maldito negro. Él duda de mi autoridad, la pone a prueba… por eso no quería recibirme para finalmente entregar las gallinas dándome la espalda. Evitando la mirada. Cuando la espalda todo alrededor se torna oscuro y parece sentenciar: DESAPARECE. Cuando no mira: Parece succionarte hasta los huesos. Se burla de mí, se caga en mi edad. Detesto a ese viejo (Serenándose.) Me oculto de él. Abrazo los troncos. Busco

sombras. Me convierto en hierba. Ya los grillos adornan mi cabeza. Las hormigas entran por mi ano y salen por mi boca. Respiro, dejo que el viento me recorra.


Silencio.
Hace tiempo que no estoy aquí. Trato de mantener la cordura. He pisado las ruinas de lo viviente. A la cabeza de la maquinaria progresista... encadenado al hedor del progreso. El resplandor putrefacto de la corona se expande por la tierra. En la boca de la Reina gobierna la sangre (Vomita.)


Silencio.


No puedo con esto… no lo soporto más, mi cuerpo se está secando… esa mirada oscura, sentenciosa, atravesando mis virtudes… esas inútiles gallinas negras. Me está transformando en una bestia. Debo detenerlo. Su mirada ya no será. Yo también sé dar la espalda rata, viejo paquidermo (Pausa.) Voy a afilarme las venas. Me marcharé, pero antes debo resolver el engaño, y sólo entonces no estaré más sobre este basurero de carne humillada; me marcharé... sin sentidos... con un cuerpo a cuestas.

Caen florecillas alrededor de Fresleven.
Los negros lo desnudan, le sueltan el cabello, le miden el pene, lo bañan, lo pasean con algarabía africana, le arrojan polvos mágicos, lo maquillan con sus lenguas y dedos: Ahora Fresleven/bestia respira agitadamente, toma un palo, busca en proscenio hasta dar con una cabeza oculta, la saca, levanta el cuerpo de un anciano negro: éste comienza a chillar, lo empuja al piso y se coloca sobre él amenazante, le revienta la cabeza a palazos. Antes del último golpe, el viejo lo atraviesa con una lanza y Fresleven se desploma sin vida.


 ESCENA V

Cerca del lugar donde murió Fresleven, yace Marlow sobre un tronco que le sirve de asiento. Tiene un paquete de cartas en sus manos.

Marlow
(Ríe): Pimlico, Southampton, Cumaná, Dongola, Malasia, Polo Laut, Veracruz, Belgravia, Umbría, Tánger, etc., etc., etc. (Tira algunas cartas.) ¡Qué locura! (Pausa.) Sustituir océanos por mujeres, vagar entre cientos de ellas. No hacer nada. ¡Trabajen, pues, trabajen! (Ríe. Abre una carta. Lee.) ¡Mal nacido! (Se carcajea. Bota la carta. Abre otra.) Querido Charlie: No dude que estoy de su lado, como siempre… (La bota. Abre otra.) Esta es mi respuesta a su solicitud: no puedo ni podré ayudarlo (La bota. Abre otra.) Me desquicias con cada carta que envías, por eso no te he respondido, además loquito hace cuatro años que no sé de ti (La bota. Abre otra.) Será magnifico. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa, todo lo que esté en mis manos por ti (La bota. Toma otra. Lee.) ¿Qué se encuentra en una situación desesperada? Creo que debe mantener la calma, sobre todo cuando le confiese que no lo conozco (Se ríe. Bota la carta. Lee otra.) Hace más de tres meses que la señorita Emiliana murió de sífilis. Ya en su lecho de muerte me dijo: Dile a Charlie que no me olvide, que estaré pendiente de él (Lee pausadamente.) Que lo estaré observando.



Marlow se para sorprendido. Observa con cuidado el espacio. Se relaja. Vuelve a sentarse. Por un momento desconfía y vuelve su mirada hacia el lugar. Se sienta de nuevo. Suspira.

Silencio.


Canto lejano.
Estruendos subterráneos.
Viento fuerte.
Animales que huyen.
Voces que se aproximan y se alejan.
Marlow confundido, pero alerta.
De una pequeña bocanada azul comienza a formarse el espectro de Fresleven.
Marlow aterrado, pero alerta. Atónito ante su presencia.

Silencio.

Marlow:
¿Quién no deja al crepúsculo despedir el día trayendo ropajes oscuros para disfrazarlo de noche? ¿Quién ha dejado el descanso eterno importunándome con su mortaja? ¿Quién sella mi risa liberando mi miedo? (Pausa.) ¿Quién eres? (Para sí.) Nada que llene de tan helado espanto el corazón de un hombre puede venir del hombre (Pausa.) ¿¡QUIÉN ERES!?

Fresleven:
Hace seis meses que vago sin descanso por estas tierras. Desde mi muerte todo se volvió catástrofe, podredumbre, abandono. Aguardé por ti todo este tiempo. No existe bosque o encrucijada que no haya sentido mis lamentaciones. Me convertí en el perro guardián de tu llegada.

Marlow:
¿¡FRESLEVEN!? (Pausa.) Fresleven.

Fresleven:
Ahora estás aquí y aparezco en el momento más intrascendente desde tu arribo.

Marlow:
¡Aléjate, por favor!
Fresleven:
No temas. Esto concluirá de un momento a otro. Pronto esta llama penitente se apagará… No tengo más tiempo.
Marlow:
¿QUÉ QUIERE?


Fresleven:
El fin. Descansar eternamente (Pausa.) El día de mi muerte nadie podrá explicarlo con veracidad. La equivocación fue creer que era un día normal, pero ya el tiempo se me agota… Quiero que sepa que lo entendí cuando le reventé la cabeza al viejo… No ponga esa cara. Concluyamos.
Marlow:
¡Tengo frió!
Fresleven:
(Lo abraza. Se eleva.) Usted vino por mí. Yo le entrego mi cuerpo.


Sonido grave de campanas.
La osamenta intacta de Fresleven desciende mientras el espectro comienza a desvanecerse. Marlow abre los brazos. Recibe la osamenta. Se sienta con ella en el tronco.


OSCURO LENTO






ESCENA VI


Pasos descomunales.
Graznidos de aves.
Sonido de un gran y pesado portón que se cierra.

Silencio.

Mientras el escenario permanece oscuro: Escuchamos pasos que se desplazan en tropelía por todo el espacio escénico.

Silencio.

Sonido de un segundo portón que se cierra. Mecanismo de cadenas en movimiento.
Aparecen tres mujeres de espaldas al proscenio: Fuman con serenidad. Llevan largas cabelleras rojas o están rapadas. Las del extremo son altas y huesudas; la del medio es pequeña y voluminosa. Se desplazan hacia el foro: Desaparecen.

Sonido de un tercer portón que se cierra. Murmullos pastosos.

Silencio.

El escenario se ilumina con delgadas columnas de luz. Al mismo tiempo aparecen bajo las formaciones de luz: Marlow, Mujer Raquítica y Mujer Gorda; ellas no tardan en regresar a la oscuridad. Marlow las observa desaparecer. Siente frío. Escuchamos el tañer incesante de un reloj de pared. Toma un trago de una cuba. Al dar unos pasos se detiene ante una madeja desecha de lana negra, la coge y comienza a halarla. Oímos maullidos de un gato. Se detiene: Prosigue halando el hilo de lana, cada vez con mayor desesperación. A medida que realiza la acción notamos el sonido de aleteos de aves que van sumándose hasta que Marlow se detiene en el máximo paroxismo al igual que el sonido de aleteos de aves. Suelta la madeja.

Silencio.

Marlow mira hacia la inmensidad del techo y mientras gira hacia el foro, las dos mujeres se cruzan por el frente: Mujer Gorda recoge la madeja y se la entrega a Mujer Raquítica: Desaparecen.
Marlow mira de pronto hacia la sala. Repara en tres sillas de paja -de cara a los espectadores- donde Mujer Gorda, Mujer Raquítica y Mujer Deforme tejen pacientemente: Sus respiraciones son intensas. Marlow prudentemente se aproxima a ellas, guardando una respetable distancia. Mujer Raquítica deja su labor, se acerca con giros acrobáticos y se sube a los hombros de Marlow, da un grito seco: Desaparece.  
Desde el fondo avanza una gigantesca Cabeza de cabellos blancos, que se coloca detrás de Marlow, éste se voltea hacia la Cabeza. Las mujeres desaparecen. Las columnas de luz se van desvaneciendo. La gran Cabeza lo sepulta entre papeles: Marlow cae al piso. La Cabeza se marcha.

Silencio.

Marlow se levanta.
Baja una pantalla grande donde distinguiremos los rostros de Mujer raquítica, Mujer gorda y Mujer deforme: Observan fijamente a Marlow. Se colocan máscaras de plata.

OSCURO LENTO



Las sillas de paja arden. 
         




ESCENA VII


Rostro en penumbras de la tía de Marlow.
Marlow le introduce un cordel blanco por la oreja derecha que al salir por la oreja izquierda es rojo.

La tía:
Es maravillosa, Charlie. Una idea maravillosa en un mundo carente de ideas maravillosas. Conozco a la esposa de un alto funcionario de la administración, por eso, no te preocupes. Hablo con ella y todo irá a tu favor, querido Charlie (Risa excéntrica.) Sí, es así… ¡uju! Iré mañana a conversar con mi amiga. Lo propondré. Una propuesta maravillosa en un país carente de propuestas maravillosas (Pausa.) Pero antes debo decirle a la mucama… no, se lo diré luego, en la noche, antes de acostarme (Bebe té.)

Marlow se desplaza en un monociclo. Hará piruetas con él.

Un hombre con tu carácter, tan decidido, que es capaz de cambiar su destino en veinticuatro horas, no puede ser igual a estos monigotes de los que te he hablado. Y no es un simple halago, siendo quien eres.


Marlow:
Gracias, tía.



La tía:
Eres perfecto. Un sublime Prometeo. Es que desde pequeño Charlie, se lo dije a tu madre: este angelito tiene a futuro en sus manos algo más grande que un mapa, cuando te dio por los mapas, ¿recuerdas?
Marlow:
Sí, tía.
La tía:
El mundo le va a quedar pequeño (Pausa.) Y ha sido así desde que te echaste al mar… ¡uju! Ese es mi sobrino, arrojado, valiente, generoso, y sé que me quedo corta, no creas (Bebe té.)
Marlow:
Gracias, tía.



La tía:
Por eso te escogerán. No existe mejor candidato (Pausa.) Me satisface tu deseo de liberar a millones de ignorantes de su horrible destino. Eso forja a un hombre. Un hombre maravilloso en un género carente de hombres maravillosos. ¡Qué feliz me haces, querido Charlie! (Risa excéntrica.) Antes de marcharte, recuerda esto: Cuídate del sol, lleva ropa de franela y escríbeme con frecuencia.
Marlow:
Lo recordaré, tía.

Marlow desaparece.

La iluminación muestra a la tía de Marlow de pie sobre carbones ardientes.

APAGÓN


ESCENA VIII

Sonido de muchedumbre.
Marlow se desplaza en el monociclo: Entra un quinteto de hombres -también sobre monociclos- que se le asemejan, ríen al encontrarse con Marlow y cada uno realiza una habilidad para intimidarlo. Marlow trata de evitarlos y los estimula a seguirlo por cualquier parte del escenario.
Los actores propondrán una rutina lúdica, ésta culminará cuando los hombres del quinteto le lancen a Marlow dos cabezas humanas a Marlow, él intentará hacer con ellas un acto de malabarismo, al caer las cabezas en el piso, el quinteto desaparecerá velozmente.

Silencio.

El espacio escénico tiene apariencia acuática.
Marlow:
Observar una costa que se desliza ante un barco equivale a pensar en un enigma. Está allí ante uno, sonriente, torva, atractiva, raquítica, insípida o salvaje, muda siempre, con el aire de murmurar: “ven y me descubrirás” (Pausa.) Navegábamos a lo largo de la costa, nos deteníamos, desembarcábamos soldados, continuábamos, desembarcábamos empleados de aduana para recaudar impuestos en algo que parecía un páramo olvidado por Dios; desembarcábamos aún más soldados, para cuidar de los empleados de la aduana, supongo. Algunos, por lo que oí decir, se ahogaban en la rompiente, pero, fuera o no cierto, nadie parecía preocuparse demasiado. Eran arrojados a su destino y nosotros continuábamos nuestra marcha. La costa parecía ser la misma cada día, como si no nos hubiésemos movido (Pausa.) durante algún tiempo pude sentir que pertenecía aún a un mundo de hechos naturales.

Marlow baja del monociclo.

Hicimos escala en algunos otros lugares de nombres grotescos, donde la alegre danza de la muerte y el comercio continuaba desenvolviéndose en una atmósfera terrenal, como en una catacumba ardiente. A lo largo de aquella costa informe, bordeada de un rompiente peligroso, como si la misma naturaleza hubiera tratado de desalentar a los intrusos, remontamos y descendimos algunos ríos, corrientes de muerte en vida, cuyos bordes se pudrían en el cieno, y cuyas aguas, espesadas por el limo, invadían los manglares contorsionados que parecían retorcerse hacia nosotros, en el extremo de su impotente desesperación. En ningún lugar nos deteníamos el tiempo suficiente como para obtener una impresión precisa, pero un sentimiento general de estupor vago y opresivo se intensificó en mí (Pausa.) Era como un fatigoso peregrinar en medio de visiones de pesadilla.    
      

Silencio.
Marlow recoge las cabezas.
Sombras deformes se levantan y luchan en el foro.
En el escenario navegan barcos de papel.
A los pies de Marlow llegan más cabezas, luego brazos, piernas, huesos.
Se escuchan cañonazos.
La tía extasiada se pasea en un trono escupiendo fuego.
Oímos una saloma.
Cae una gran sabana blanca en medio del escenario, donde se proyectan estas posibilidades:
UN MAPA: UNA LINEA NEGRA QUE LO RECORRE: UN OSCURO RÍO QUE SE ADENTRA EN LA SELVA: LA VOLUPTUOSIDAD DE ESAS CORRIENTES: ÁRBOLES INQUIETOS: ÁRBOLES OSCUROS: ÁRBOLES TITÁNICOS: MUJERES QUE LAVAN ROPA EN LA ORILLA: SUS OJOS: CASAS MISERABLES: MAQUINARIA ABANDONADA EN PLENA NATURALEZA: UN HOMBRE QUE RECORRE UN DESIERTO: UN POBLADO EN LLAMAS: UN CUERPO QUE LO ARRASTRA LA CORRIENTE: UN POZO CRISTALINO QUE SE TORNA ROJO: UNA EMBARCACIÓN FANTASMAL: HORMIGAS ROJAS: NEGROS SUJETADOS POR CADENAS: UNA ROCA QUE ESTALLA: HORMIGAS NEGRAS: MAQUINARIA DEVASTANDO: UN CUERPO PUTREFACTO: UN ARCOIRIS EN LA ESPESURA: HORMIGAS ROJAS: UN MIEMBRO QUE ES CORTADO: UNA MÁSCARA QUE SE HUNDE EN PROFUNDIDADES ACUÁTICAS: HORMIGAS NEGRAS: UNA ROCA ATRAVESADA POR TRES LANZAS: AVES CARROÑERAS: UNA OSAMENTA HUMANA ATRAVESADA POR HIERBA: DOS NEGROS FAMÉLICOS MASTURBÁNDOSE: HORMIGAS NEGRAS: UN HOMBRE BLANCO QUE PEGA UN TIRO FRENTE AL SOL: HORMIGAS ROJAS: RELÁMPAGOS: NEGROS DESDENTADOS QUE RÍEN: HORMIGAS NEGRAS: UNAS MANOS BLANCAS QUE SIGUEN UN ESTAMBRE BLANCO HASTA QUE LLEGAN AL CUELLO DE UN JOVEN NEGRO QUE ES ACARICIADO CON EXTRAÑEZA: HORMIGAS ROJAS: HORMIGAS NEGRAS: EL MAPA DEL INICIO: LAS HUELLAS DE UN NIÑO QUE PASA SOBRE ÉL: HORMIGAS ROJAS Y NEGRAS QUE LO CUBREN TOTALMENTE: EL ROSTRO DE MARLOW EN PLENA FUNCIÓN.

Marlow comienza a hundirse en el escenario. Desde el foro avanza el contador, vestido con un impecable y esplendente traje blanco, labios rojos, lleva un parasol de rayas verdes y naranjas. Llega hasta la cabeza de Marlow -ya hundido en escena-, abre el parasol.

El contador:
Bienvenido al campamento, señor Marlow.

APAGÓN
Aún se escucha la saloma.      





ESCENA IX

Detrás de un escritorio desvencijado, lleno de papeles y capetas, el contador se retoca los labios, se limpia el exceso de pintura.
Al fondo, un enfermo sobre un catre. 

El contador:
Como verá el movimiento en el campamento no se detiene, claro, siempre habrá un instante para estas pequeñas sutilezas de la estética (Retoma su labor: escribe, anota.), y más cuando lo que me rodea es asqueante, incluyendo a la gente… ¡Qué horrendo es todo! ¡Ho - rren - do! ¡O - pre - si - vo! A veces levanto los pies así, cero contacto. La miseria y el progreso son unos hermanos muy feos, la verdad.

Marlow:
A usted se le ve de maravilla, a pesar de la confusión, de la inmundicia y las moscas… Lo digo por su apariencia. Encontrarse con una camisa tan bien almidonada puede desquiciar, aunque debo reconocer que le da un carácter firme.  
El contador:
No fue fácil. He logrado adiestrar a una de las nativas del campamento. Le disgustaba hacer el trabajo. ¿Qué le parecen mis uñas?
Marlow:
Pulcrísimas.
El contador
(Confidencial.): Una recomendación de Madame Bovary…, pero a estos negros hediondos les da flojera ir a recoger los kilos de limón que necesito para que se vean como usted ha dicho.
Marlow:
Desconocía esas virtudes del limón.

Gemidos del enfermo.
Zumbido de moscardones. 

El contador:
¿Qué hace?
Marlow
(Sentándose en el piso.): Evito los moscardones.
El contador:
No son más molestos que los quejidos de este enfermo. Distraen mi atención. Sin concentración es extremadamente fácil cometer errores en este clima.

El contador va hacia el enfermo, lo observa, aplaude.

El contador:
Este hombre ya no oye.

Marlow:
¿Ha muerto?
El contador:
No, aún no (Pausa.) Usted porque lleva tan sólo diez días en el campamento, pero cuando se tienen que hacer las cuentas correctamente, uno llega a odiar a estos infelices, a odiarlos mortalmente (Regresa al escritorio a continuar su labor.)

Silencio.

Marlow:
Todavía no me ha dicho por qué me mandó a llamar.

El contador:
No lo he olvidado, señor Marlow.
Marlow:
Este viaje interminable ha sido para escuchar lo que tiene que decirme.
El contador:
Es cierto, disculpe las distracciones en mi conversación, recuerde que pocas veces tengo la oportunidad de hablar con un hombre de verdad, no con malditos salvajes…, usted me comprende.
Marlow:
No lo tengo muy claro, en fin… Se supone que voy a buscar a un hombre. ¿Puede aclarármelo?

El contador
(Sin mirarlo.): En el interior se encontrará con el señor Kurtz.
Marlow:
¿Quién es el señor Kurtz?
El contador:
Es una persona notable.
Marlow:
¿Usted lo conoce?
El contador:
No, salvo una fotografía donde su rostro se aprecia borroso, nunca lo he visto.
Marlow:
Lo cierto es que no me aclara nada.
El contador:
El señor Kurtz está a cargo de una estación comercial muy importante en el verdadero país del marfil, en el corazón del mismo… El señor Kurtz envía tanto marfil como todos los demás agentes juntos (Pausa.) Búsquelo y encuéntrelo, esas son las ordenes que debo darle.

Silencio.

Cuando vea al señor Kurtz, dígale de mi parte que todo esta aquí registrado satisfactoriamente. No me gusta escribirle…, con los mensajeros que tenemos no se sabe quien va a recibir la carta…, en esa Estación Central (Pausa larga.) El señor Kurtz llegará muy lejos, muy lejos. Pronto será alguien en la administración. Allá arriba en el Consejo de Europa, sabe usted, quieren que lo sea (Pausa.) Se me olvidaba…, entréguele esta carta, nunca llegó a su destino y vino a parar, cosa extraña, a mis manos (Le entrega la carta a Marlow.) Es de su prometida.


APAGÓN


ESCENA X


Jardín de girasoles -invertido- sobre el escenario.

La Prometida:
(Desde bastidores. Dichosa.) ¡Tramposo! Ya me descalce, ahora hazlo tú (Risas.) Deja de mirarme así… aguarda… ¡YA! ¡CORRE… CORRE… CORRE…! Casi me alcanzas… ¡KURTZ! (Risas.)

Entra La Prometida. Aferra unos brazos masculinos.

Este es el instante más feliz y maravilloso de mi vida (Pausa.) Kurtz, abrázame fuerte, más fuerte, muy fuerte… como si fuese a vomitar de felicidad (Pausa.) Acaricia mi cabellera, así, con esa torpeza despéiname, arráncame la cabellera de cuajo (Pausa.) Toma mis pechos, caben perfectos en tus manos, apriétalos, sángralos (Pausa.) Sujeta mis tobillos, levántame, dame vueltas, arrástrame por Picadilly Street (Pausa.) Detesto ser blanca. Lléname de moretones, acuéstame adolorida y violácea… porque así es el amor entre tú y yo (Pausa larga.) Estoy mojada, Kurtz… mi naturaleza me droga, voy a abrirme cual pecadora. Despoblaré la realidad con fuego, quemaré todo y luego tendrás que apagarlo con tu faro (Pausa.) Ven, móntame. 


Silencio.

Suelta los brazos.

¡KURTZ!

Tiembla. Parece desarmarse.

¡No mires el horizonte! ¡Mírame! ¿A dónde vas? ¡No te marches! ¿Por qué me dejas así?

Bajan telas. La Prometida se enreda en ellas. Sube a ras del escenario.

¡KURTZ!
¡No quiero devorarme a mí misma!

Espasmos. Quietud. Algunos girasoles sucumben.




ESCENA XI

Sonido de mar.
Aparece Kurtz desnudo -en proscenio- de espaldas al público. Cuerpo abrillantado por la arena.

Kurtz:
¡La metodología soy yo!

Escuchamos Will you still love me tomorrow cantada por The Shirelles.
Una gigantesca cola de cetáceos se levanta al fondo.
Cruza una sirena gorda que lanza corazones y vísceras al mar.
Desciende lentamente una gran sierra circular en el horizonte.
Cae un hilillo de sangre donde Kurtz se refresca.
Pasan nubes de algodón.
Oscilan estrellas de mar.
La sirena gorda sacrifica su cola en la sierra, de esta saca una inmensa sombrilla blanca que entrega a Kurtz. Kurtz camina hacia el centro del escenario. Abre la sombrilla. Sobre la cara externa se proyecta el rostro claro de La Prometida, el rostro indescifrable de Kurtz, luego el beso que se dan que se funde en una llamarada.

OSCURO





ESCENA XII

Escenario humeante.
Una larga cabellera divide la escena y desemboca en proscenio.
Niño 1:
¿Estás seguro de que es el lugar, de que es el río?
Niño 2:
No ves lo negro que es.
Niño1:
No me gusta, tengo miedo.
Niño 2:
Deja el miedo.
Niño 1:
Estamos lejos de casa.
Niño 2:
Lo sé.
Niño 1:
¿Y si nos pasa algo? ¿Si aparece un cocodrilo gigante o una anaconda de tres cabezas?
Niño 2:
Nada de eso va a pasar. Esto es tan irreal como todo lo demás (Pausa.) Cuando vi a esos hombres con los palos, cerré los ojos y desaparecieron.
Niño 1:
Pero el gordo que iba sangrando en la hamaca… yo también cerré los ojos y no desapareció.
Niño 2:
Tonto, no puedes concentrarte en dos cosas a la vez: una se come a la otra. O cierras los ojos o tienes miedo… Tú preferiste el miedo, ¿entiendes?

Niño 1:
No, no entiendo nada.
Niño 2:
Eres un animal.
Niño 1:
Nunca he entendido tus juegos.
Niño 2:
Por eso no te separas de mí ni un minuto.
Niño 1:
¿Y que quieres? ¿Voy a pasármela jugando con esos estúpidos negritos?
Niño 2:
Estúpidos cuando te conviene.
Niño 1:
¡Cállate! No soy yo el que los usa de carruaje ni el que les arranca los dientes de cuajo.

Niño 2:
¡Cállate, mariquita! Que la sombra de Kurtz te lleve.
Niño 1:
Esta es la última vez que juego contigo.
Niño 2:
A que no.
Niño 1:
A que sí.
Niño 2:
A que NO.
Niño 1:
A que SÍ.
Niño 2:
Qué apuestas.
Niño 1:
Que no será su sombra sino Kurtz en persona quien te llevará.

Silencio.
Niño 2:
No juegues con eso.
Niño 1:
Tú comenzaste.
Niño 2:
Ya te veré tirando “piedritas” a mi ventana, rogándome con tu cara de niña que volvamos a ser amigos.
Niño 1:
Cara de niña tiene tu papá.
Niño 2:
Mi papá se coge a tu papá, a tu mamá, a tu hermanita, a tu cachifa y te hace un hijo a ti.
Niño 1:
¡Déjame!
Niño 2:
Ahora ponte a llorar (Pausa.) ¡Lárgate! Esto lo puedo hacer solo. ¡Lárgate!
Silencio. 


No tienes valor para regresar… Los hombres que vienen aquí no deben tener entrañas.
Niño 1:
Entonces, quédate solo. Que sean los hombres quienes te lleven…
Niño 2:
¡Espera! (Pausa.) Dame el vapor.
Niño 1:
El vapor lo hicimos entre los dos.
Niño 2:
¿No me lo vas a dar?
Niño 1:
Voy a desarmarlo. Yo me quedo con mi parte y tú con la tuya (Saca el vapor.)
Niño 2:
Eres un egoísta.
Niño 1:
¿Quieres que lo aplaste?
Niño 2:
¡NOOO…! ¡No lo hagas! (Pausa larga.) Hagamos un trato.
Niño 1:
Habla rápido.
Niño 2
(Con cierta resistencia.): Olvida todo lo que dije…, y comencemos de nuevo (Pausa.) Es el vapor más bonito que hemos construido, ¿no?
Niño 1:
Sí, lo es.


Niño 2:
Terminemos lo que vinimos a hacer, ¿sí? Mira al río…, es perfecto (Pausa.) Por qué echar a perder nuestra amistad…

Niño 1:
Siempre dices lo mismo: “nuestra amistad”, “nuestra amistad”… y siempre salgo con las tablas en la cabeza.
Niño 2:
Perdóname (Pausa.) A veces olvido que estamos solos en esta inmensidad.


Silencio.

Niño 1:
Está bien.
Niño 2:
Ponlo en el río.
Niño 1:
¿Quién lo hundirá?
Niño 2:
Entre los dos.

Los niños juegan con el vapor en el río.

Voz de Marlow:
No comprendí de inmediato la verdadera significación de aquel naufragio. Me parece que la comprendo ahora, pero tampoco estoy tan seguro…, al menos no del todo. Lo cierto es que cuando pienso en ello todo el asunto me parece demasiado estúpido, y sin embargo natural. De todos modos… Bueno, en aquel momento se me presentaba como una maldición. El vapor había naufragado. Había partido hacía dos días con súbita premura por remontar el río, con el director a bordo, confiando la nave a un piloto voluntario, y antes de que hubiese navegado tres horas había encallado en unas rocas, y se había hundido junto a un banco de arena. Me pregunté que tendría que hacer yo en ese lugar, ahora que el barco se había hundido. Para decirlo brevemente, mi misión consistió en rescatar el barco del río. Tuve que ponerme a la obra al día siguiente. Eso, y las preparaciones, cuando logré llevar todas las piezas a la estación consumió varios meses.

Los niños hunden el vapor en el río.


OSCURO LENTISIMO


ESCENA XIII

El fabricante de ladrillos enciende dos velas colocadas encima de botellas.
Un cuadro que representa sobre un fondo negro a una mujer envuelta en telas y con los ojos vendados, que lleva en sus manos una antorcha.
Marlow prepara su pipa.
El fabricante de ladrillos y Marlow se miran sin ningún tipo de expresión.

El fabricante:
Se nos ha hecho de noche, señor Marlow (Pausa.) Un día tranquilo, si se quiere, comparado con el de ayer. La explosión de la cabaña nos dejó exhaustos y la llegada de ese lote imprevisto de marfil nos hizo correr de aquí para allá… Como le dije, cuando me vaya de aquí recorreré Europa; al final, me gustaría echar mis fardos en Italia…, de todas-todas, nadie espera por mí en ningún lugar del planeta.
Marlow:
Italia es una buena opción. Sangre joven sobre una tierra vieja.
El fabricante:
Usted tiene buenos contactos allá, ¿cierto?  
Marlow:
Lo único cierto con mucho de incierto es que desde hace meses no tengo comunicación con nadie. El barco sigue hundido y no tengo noticias frescas que me indiquen que las cosas cambiarán.
El fabricante:
No debe preocuparse. Dentro de tres días llegará el pedido de piezas que solicitó…, reparará el barco y se marchará. 
Marlow:
¿Cómo puede asegurarlo? Las cosas aquí son algo absurdas, alocadas, aunque me asombra la exactitud de los castigos que se aplican a los que cometen estúpidos errores.
El fabricante:
Eso es lo que mantiene el orden en la Estación Central. El trabajo debe cumplirse a cabalidad y sin errores, sino ayer todos hubiésemos estallado en mil pedazos.
Marlow:
No, no me gusta el trabajo. Prefiero ser perezoso y pensar en las bellas cosas que pueden hacerse.
El fabricante:
Pero usted es un trabajador incansable. Sus referencias son extraordinarias.


Marlow:
No me gusta el trabajo, a ningún hombre le gusta, pero me gusta lo que hay en el trabajo, la ocasión de encontrarse a sí mismo. La propia realidad, eso que sólo uno conoce y no los demás, que ningún otro hombre puede conocer. Ellos sólo pueden ver el espectáculo, y nunca pueden decir lo que realmente significa.


Silencio.


El fabricante:
Eh… ¿Quiere tomarse algo?
Marlow:
El río, me tomaría el río.

El fabricante:
¿Qué quiere decir?
Marlow:
Olvídelo (Para sí.) Malditos remaches…
El fabricante:
¿Sí?
Marlow:
Sólo pienso en remaches. Cartas de remaches, manglares de remaches, hipopótamos de remaches…
El fabricante:
Usted me resulta curioso…
Marlow:
¿En serio? Usted también (Pausa.) Siendo fabricante de ladrillos, jamás me he tropezado con un pedazo en toda la Estación Central (Ríe.) Mientras las cosas se siguen su curso, usted espera y yo igual (Pausa.) Esperamos por algo que uno llega a dudar que exista. 
El fabricante:
Es cierto. En Europa las cosas serían distintas.


Silencio.


Marlow:
Oiga, esa mujer de aspecto siniestro que no ha dejado de mirarnos, ¿quién la pintó?
El fabricante:
Kurtz, el señor Kurtz.
Marlow:
Es sombría.
El fabricante:
La pintó hace más de un año -en este lugar-, mientras esperaba trasladarse a su estación comercial. 
Marlow:
Dígame, por favor, ¿quién es ese señor Kurtz?
El fabricante
(Seco.): El jefe de la estación interior.

Marlow:
¡Muchas gracias! (Ríe.)

El fabricante:
¿Qué le hace gracia?
Marlow:
Y usted es el fabricante de ladrillos de la Estación Central. Eso lo sabe todo el mundo.


Silencio.

El fabricante:
Es un prodigio (Pausa.) Es un emisario de la piedad, la ciencia y el progreso, y sólo el diablo sabe de qué más (Declamando.) Nosotros necesitamos para la causa que Europa nos ha confiado, por así decirlo, inteligencias superiores, gran simpatía, unidad de propósitos. 
Marlow:
¿Quién ha dicho eso?
El fabricante:
Muchos de ellos… Algunos hasta lo escriben; y de pronto llegó aquí ÉL, un ser especial, como usted debe saber.
Marlow:
¿Por qué debo saberlo?

El fabricante
(Sin atenderle.): Sí, hoy día es el jefe de la mejor estación, el año próximo será asistente en la dirección, dos años más y…, pero me atrevería a decir que usted sabe en qué va a convertirse dentro de un par de años. Usted forma parte del nuevo equipo…, el equipo de la virtud. La misma persona que lo envió a él lo ha recomendado muy especialmente a usted. No, no diga que no. Yo tengo mis propios ojos, sólo en ellos confió.
Marlow
(A punto de carcajearse.): ¿Lee usted la correspondencia confidencial de la compañía? (Pausa. Severo.) Cuando el señor Kurtz, sea director general, no va a usted a tener oportunidad de hacerlo.
El fabricante:
Juro que no las he leído.
Marlow:
Odio, detesto, me resulta intolerable, la mentira, no porque sea mas recto que usted, sino porque sencillamente me espanta. Hay un tinte de muerte, un sabor de mortalidad en la mentira que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo… Me hace sentir desgraciado y enfermo, como la mordedura de algo corrupto (Pausa larga.) El señor Kurtz. Kurtz, a quien no he visto… apenas es un nombre. En el nombre me es imposible ver a la persona como lo debe ser para ustedes. ¿Lo ven? ¿Ven la historia? ¿Ven algo?

La iluminación se cierra sobre el cuadro.

Me parece que estoy contando un sueño…, que estoy haciendo un vano esfuerzo porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en un rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increíble que es la ciencia de los sueños (Pausa.) Vivimos como soñamos…, solos (Pausa.) Claro, en esto ustedes pueden ver más de lo que yo puedo ver. Me ven a mí, a quien conocen.


OSCURO





ESCENA XIV

Un viejo de larguísima barba blanca abre los brazos.


Viejo:
¡Llegan los remaches…! Llegan…, llegan…, llegan…


El escenario se llena de palomas que se posan sobre él.




ESCENA XV

Dos enanos cuelgan inertes. Ojos bien abiertos.
Destellos de luz acuática.
Corriente de río.
Observan la sala con exageración. Mueven las piernas, las manos; se aquietan.
Los enanos en ciertas ocasiones bajan y casi rozan con los pies el cuerpo de Marlow que se encuentra debajo de ellos.

Enano 1:
¡Shhhhhhhhhhhhh…!
Enano 2:
¿Suficiente?
Enano 1:
No. Más.
Enano 2:
¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!
Enano 1:
Perfecto.
Enano 2:
Perfecto, no.
Enano 1:
¿Entonces?
Enano 2:
Casi perfecto.
Enano 1:
Cuéntamelo todo. Cuéntamelo y te cuento.
Enano 2:
Me monté sobre cinco enciclopedias y le dije: soy tan inofensivo como un niño, pero no me gusta que me manden. ¿Soy el director o no lo soy? Me ordenaron enviarlo allí. 
Enano 1:
Es muy desagradable.
Enano 2:
Él había pedido a la administración que lo enviaran allí, con la idea de demostrar lo que era capaz de hacer. Yo recibí instrucciones al respecto. Debe tener una influencia tremenda. ¿No te parece terrible?
Enano 1:
Es terrible (Pausa.) ¿Puedes hablar más bajo? Nadie debe oírnos.
Enano 2:
¡Shhhhhhhhhhhhh…!
Enano 1:
Así está mejor.
Enano 2:
En el peor de los casos, LA LLUVIA… (No se escucha la frase completa.)
Enano 2:
Es posible que ante esas caras descompuestas EL CONSEJO… (Igual.)
Enano 1:
De todos modos POR LA NARIZ… (Igual.)
Enano 2:
El clima puede eliminar esa dificultad. ¿Está solo allá?
Enano 1:
(Pausa.) Me envió a su asistente con una nota redactada más o menos en estos términos: saque usted a este pobre diablo del país, y no se moleste en enviarme a otras personas de esta especie. Prefiero estar solo a tener a mi lado la clase de hombres de que ustedes pueden disponer. Eso fue hace más de un año. ¿Puedes imaginarte desfachatez semejante?
Enano 2:
¿Y nada a partir de entonces?
Enano 1
(Se babea.): MARFIL, a montones…, y de primera clase. Grandes cargamentos; todo para fastidiar, me parece.
Enano 2:
¿De qué manera?
Enano 1:
Facturas.
Enano 2:
¿CÓMO HA LOGRADO ABRIRSE PASO A PASO ESE MARFIL?
Enano 1:
¡Shhhhhhhhhhhhh…!
Enano 2:
Perdón.  



Enano 1:
Llegó una flotilla de canoas, a las órdenes de un mestizo inglés que Kurtz tiene a su servicio. Kurtz quiso hacer el viaje, su estación estaba desprovista de víveres y pertrechos, pero al recorrer trescientas millas decidió regresar solo, en una canoa con cuatro remeros y dejó que “el canalla” continuara río abajo con el marfil. 
Enano 2:
¿Es posible actuar de esa manera? ¿Qué se cree el tal Kurtz?
Enano 1:
Pero eso no es todo, cuando “el canalla” llegó a la estación informó que Kurtz estaba muy enfermo y que aún no se había recuperado.
Enano 2:
Ahora que lo dices, ¿no hay un PUESTO MILITAR… (No se escucha la frase completa.)
Enano 1:
Es así, UN MÉDICO… (Igual.)
Enano 2:
DOSCIENTAS MILLAS… (Igual.)
Enano 1:
Es que AHORA COMPLETAMENTE SOLO… (Igual.)
Enano 2:
En LOS PLAZOS INEVITABLES… (Igual.)
Enano 1:
NINGUNA NOTICIA en NUEVE MESES… (Igual.)
Enano 2:
Posiblemente los EXTRAÑOS RUMORES… (Igual.)
Enano 1:
Nadie, que yo sepa, a menos que sea una especie de mercader ambulante, un tipo malvado que les arrebata el marfil a los nativos. No nos veremos libres de esos competidores de mala fe hasta que colguemos a uno para escarmiento de los demás. 
Enano 2:
Estoy de acuerdo, ¡colgarlo!
Enano 1:
En este país se puede todo, todo. Aquí nadie puede poner en peligro tu posición.
Enano 2:
¿Por qué?
Enano 1:
Porque resistes al clima. Sobrevives a todos los demás. EL PELIGRO ESTÁ EN EUROPA.
Enano 2:
¡Shhhhhhhhhhhhh…!


Silencio.
Enano 1:
¡Shhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!
Enano 2:
¿Y te has encontrado bien todo el tiempo, desde que llegaste?
Enano 1:
¿Quién? ¿Yo? Perfectamente, perfectamente… pero el resto…, todos enfermos. Se mueren tan pronto que no tengo casi tiempo para mandarlos fuera de la región… ¡Es increíble!
Enano 2:
Así es precisamente. Pero te digo algo…, confía en eso, confía en eso.

Los enanos bajan hacia donde se encuentra Marlow. Lo ayudan a levantarse: Marlow está montado sobre zancos.

MARLOW:
¿Acercarse? No. Arrastrándome hacia Kurtz. Nombrado por todos. El hombre que no he visto. Un nombre que me duerme y me amanece. El hombre hilando mi destino desde el corazón de las tinieblas. Mi sangre se renueva con él. Hay una excitación antigua en todo esto, he vuelto a bautizar las cosas por vez primera… Es como regresar a los orígenes de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes. El aire es caliente, denso, pesado, embriagador. No hay ninguna alegría en el resplandor del sol. Un gran silencio. Una selva impenetrable. Soy un vagabundo en medio de una tierra prehistórica, de una tierra que tiene el aspecto de un planeta desconocido (Pausa larga.) Arrastrándome Kurtz como el más viril de los reptiles… medio año sin volver el rostro atrás. Volvámonos locos Kurtz, venga el frenesí de la oscuridad, envueltos en el demonio de la violencia, de la codicia y el deseo ardiente. Choquemos nuestros féretros. Londres no parece Londres. La tierra no parece la tierra (Pausa.) Uno no puede vivir llevándose los dedos eternamente al pulso, dejemos que los estúpidos tiemblen y se estremezcan…Tú y yo, lejos de esa multitud demoníaca. Tú carne de mis terrores, escucha las hojas que caen, el agua que me trae hasta ti, el viento que te devuelve mi fragancia… mi princesas encantada, dormida en un castillo fabuloso. Estoy cerca de donde se estremece la tierra. Dentro de poco nos convertiremos en el mismo y único monstruo. Amante oscuro.

Quema la carta de la prometida.
Se oyen in crescendo: manos que palmotean, pies que patean y aullidos.
No más cadáveres. No más fantasmas. Sólo piel curtida. El pasado rompe su espejo. Sólo harapos malolientes. Las calles están derruidas. La gente y las metrópolis van desapareciendo. “UNREAL CITY, / UNDER THE BROWN FOG OF A WINTER DAWN, / A CROWD FLOWED OVER LONDON BRIDGE, SO MANY, / I HAD NOT TROUGHT DEATH HAD UNDONE SO MANY”.

Entran a la sala y al escenario miles de hombres salvajes.

Vamos a maravillarnos Kurtz, aunque la sangre no ha de secarse. Mirémonos cara a cara. Hoy seremos hombres en el corazón de las tinieblas. Todo comienza a derrumbarse a nuestro alrededor y quedaremos en pie sobre estas catedralicias ruinas. Escucha los latidos. El vacío nos abraza. Contemos nuestros muertos. Todo comienza a helarse…

Los hombres salvajes toman a Marlow que queda suspendido entre ellos.

“LONDON BRIDGE IS FALLING DAWN FALLING DAWN FALLING DAWN...”

El cuerpo de Marlow desaparece de cara a la sala.           






ESCENA XVI

Silencio.

Levitan: Mujer raquítica, Mujer gorda y Mujer deforme. Cada una enfundada en una estructura de alambre. Parecidas a un mascaron de proa.
Gritan sin que las escuchemos.


Silencio.

Al unísono: Liberan un aullido terrible con infinita desolación que culmina con el estallido acelerado de un chillido exorbitante, casi intolerable.

OSCURO LENTÍSIMO


ESCENA XVII

Simultáneamente


En video:
Trono derruido.
Kurtz sentado.
A sus pies: mierda.
Dos nativos le arrancan: los brazos, las piernas, el torso, la cabeza; ponen un mundo que se desinfla en el asiento.
Ubican dos cabezas humanas empaladas.
Y

En escena:
Trono derruido.
Vacío.
A sus pies: marfil.
Dos nativos colocan: las piernas, el torso, los brazos, la cabeza; ponen un mundo en sus manos.
Lo airean con grandes abanicos de plumas.







ESCENA XVIII

Esqueleto de un gran animal fluvial.

Arlequín:
Aunque las apariencias digan lo contrario, son gente sencilla.
Marlow:
¡Qué consuelo!

Arlequín:
Son gente sencilla, de veras.

Marlow:
Pensé que iban a acabar conmigo y…
Arlequín:
No van a contrariar las órdenes del señor Kurtz.
Marlow:
¿Habla usted con el señor Kurtz?
Arlequín:
Con ese señor no se habla, se lo escucha. Recuerde, ese hombre ha ensanchado mi mente.
Marlow:
Ya veo.
Arlequín:
Aunque una noche, hablamos de todo. Me pareció que la noche duraba menos de una hora. ¡De todo! ¡De todo!... También del amor.

Marlow:
¿Así que le habló del amor?
Arlequín:
No, no de lo que usted piensa. Habló de cosas generales. Me hizo ver cosas… cosas…
Marlow:
¿Y a partir de allí ha estado con él?
Arlequín:
No. Desde que llegué a la estación, pero no a mi llegada. En ocasiones le he aguardado por semanas…, Kurtz deambula solo, aún en las profundidades de la selva.
Marlow:
¿Y qué hacia él, exploraba?
Arlequín:
Por supuesto. Llegó a descubrir gran cantidad de aldeas, un lago además…
Marlow:
Para decirlo claramente, se apoderó del país.
Arlequín:
Bueno, si…


Marlow:
Kurtz logró que la tribu lo siguiera, ¿no es cierto?
Arlequín:
Lo adoraban.


Silencio.


Llegó a ellos con truenos y relámpagos, y ellos no habían visto nada semejante… nada tan terrible. Él podía ser realmente terrible. Él pasaba la mayor parte del tiempo en las aldeas del lago. Había que verlo regresar…, aquel hombre sufría demasiado. Odiaba todo esto y sin embargo no podía marcharse. Cuando tuve la oportunidad, le supliqué que tratara de partir mientras fuera aún posible. Le ofrecí acompañarlo en el viaje de regreso. Decía que sí, y luego se quedaba. Volvía a salir a cazar marfil, se olvidaba de sí mismo cuando estaba entre aquellas gentes, se olvidaba de sí mismo, sabe usted.
Marlow:
¡Debía estar loco!
Arlequín
(Molesto.): El señor Kurtz no está loco. Si lo hubiese escuchado dos noches atrás, no insinuaría eso…
Marlow:
Supongo que en esas largas ausencias se hacía adorar.
Arlequín:
Es posible… En fin, oí decir que estaba en cama, desamparado, así que remonté el río (Pausa.) Se encuentra muy mal. Muy mal.

Marlow saca unos binoculares y observa hacia la sala.
Arlequín:
¿Qué mira…? 
Marlow:
Cabezas. Todas se dirigen hacia la casa de Kurtz, menos una… Se la describo: una cabeza que parece dormitar sobre aquel poste… negra, seca, consumida, con los párpados cerrados. Sonríe, sonríe continuamente ante un interminable y jocoso sueño.

Marlow dirige los binoculares hacia Arlequín.

Arlequín:
Déjese de bromas.
Marlow:
No hay nada provechoso en el hecho de que esas cabezas permanezcan allí.

Arlequín:
Yo no sé nada… sólo soy un hombre sencillo.
Marlow:
Sólo muestran que el señor Kurtz carece de frenos para satisfacer sus apetitos, hay algo que falta en él, un pequeño elemento que, cuando surge una necesidad apremiante, no puede encontrarse en su magnifica elocuencia.
Arlequín:
Dígaselo a él…
Marlow:
La selva ha logrado poseerlo pronto y se ha vengado en él de la fantástica invasión de que ha sido objeto. Kurtz tiene el corazón vacío…
Arlequín:
Usted no sabe cómo ha fatigado esta vida al señor Kurtz.

Marlow:
¿Y a usted?
Arlequín:
¡A mí! ¡A mí! Yo soy un hombre sencillo. No tengo grandes ideas. No quiero nada de nadie. No comprendo. He hecho todo lo posible para conservarlo con vida, y eso es suficiente. Durante meses no ha habido aquí ni una gota de medicina ni un bocado para un hombre enfermo. Ha sido vergonzosamente abandonado. Un hombre como él, con aquellas ideas. ¡Vergonzosamente! Yo no he dormido durante las últimas diez noches…
Marlow:
(Guarda los binoculares.): De cualquier manera pienso que Kurtz es un hombre notable.

Silencio.

Arlequín:
Cierto.
Marlow:
Aunque no puedo dejar de reconocer que el señor Kurtz ha hecho más daño que  bien a la compañía.
Arlequín:
Hermano marino…, no puedo ocultar el conocimiento de asuntos que afectarán la reputación del señor Kurtz. Como usted puede ver, en cierto sentido soy amigo de él (Pausa.) Sospecho, que hay cierta mala voluntad activa hacia mí por parte de esos blancos que…
Marlow:
Tiene usted toda la razón (Pausa.) El director piensa que usted debería ser colgado.
Arlequín:
Lo mejor será que despeje pronto el camino. No puedo hacer nada más por Kurtz ahora y ellos pronto encontrarán alguna excusa. ¿Qué podría detenerlos? Hay un puesto militar a trescientas millas de aquí.
Marlow:
Bueno, a mi juicio lo mejor que podría usted hacer es marcharse, si cuenta con amigos entre los salvajes de la región.
Arlequín:
Muchos. Son gente sencilla, y yo no quiero nada, usted ya lo sabe (Pausa.) Naturalmente pensaba en la reputación del señor Kurtz, usted es un hermoso marino y…

Marlow:
Muy bien, en lo que a mí se refiere, la reputación del señor Kurtz está a salvo.


Arlequín
(En voz baja.): Kurtz odia en ocasiones la idea de ser sacado de aquí… y además… Pero yo no entiendo de estas cosas. Soy un hombre sencillo. Pensó que eso lo asustaría, que renunciaría usted, considerándolo muerto. No pude detenerlo. Este último mes ha sido terrible para mí.
Marlow:
Muy bien, ahora está bien.
Arlequín:
Sí.
Marlow:
Gracias, mantendré los ojos bien abiertos.




Arlequín:
Tengo una canoa y tres negros esperándome cerca de aquí. Cuídese, hermoso marino (Pausa.) Me marcho. ¿Me podría dar usted unos cuantos cartuchos Martini-Henry?
Marlow:
Eh…, puedo.
Arlequín:
Diga, ¿no tiene por casualidad un par de zapatos que le sobre? ¡Mire! (Levanta un pie y le muestra el estado deplorable del calzado.)
Marlow:
Claro, claro…
Arlequín:
Nunca volveré a encontrar a un hombre semejante. Debía haberlo oído recitar poemas, algunos eran suyos, ¿se imagina? ¡Poemas! (Da vueltas.) Ha ampliado mi mente (Tropieza y cae en brazos de Marlow. Intenta besarlo. Marlow lo levanta, lo rechaza. Se miran.)


APAGÓN





ESCENA XIX


Cabeza blanca. Inclinada.
Una mano la acaricia tres veces.

Kurtz

(Murmura.): “UN TRÊS VIEUX TEMPLE ANTIQUE S’ÉCROULANT / SUR LE SOMMET INDÉCIS D’UN MONT JAUNE, / AINSI QU’UN ROI DÉCHU PLEURANT SON TRÔNE, / SE MIRE, PÂLE, AU TAIN D’UN FLEUVE LENT”.  


Silencio.


(Igual.) “MORIMOS CON LOS QUE MUEREN: ELLOS PARTEN, Y NOSOTROS VAMOS CON ELLOS. NACEMOS CON LOS MUERTOS: ELLOS REGRESAN, Y NOS TRAEN CON ELLOS...”

Silencio.

(Igual): Vive rectamente, muere, muere, muere...

Silencio.

Ha llegado. Al igual que las palabras dormidas en el signo. Le he pedido que se marche, que se esconda. A usted se le ocurre estrangularme. ¿Será posible? No dudo de su arrojo. Cómo darme fin con tal bufonería. Parece tener, digamos... el mando. El rastro sobre la hierba fue suficiente. Me ha seguido y se ha encontrado a la verdadera noche frente a sí. Quédese donde está. Sé lo que piensa… No me perderé. Sea fiel a la pesadilla que ha elegido. Puedo percibirlo y lo tomo (Pausa.) Usted va tras mi voz. En cada pisada ha escuchado palabras. Las suyas. Escuche ahora las mías. ¡Guárdelas! Le acompañaran por siempre.

Silencio.
La mano acaricia tres veces la cabeza.

(Entre murmullos): Mi río, mis rezos, mis amuletos, mis estacas, mi herida, mi impaciencia, mi luz, mi soledad, mi insomnio, mis edictos, mi pena, mi sombra, mis cabezas, mi ventana, mis tribus, mi frialdad, mi sudor, mi negra, mis vigilias, mis demonios, mi hacha, mi piedra, mi lago, mis insectos, mi cólera, mis cuerpos, mis sentencias, mis proyectos, mi respiración, mi hombría, mi grito, mis entrañas, mi eco, mi vacío, mi orden, mi corazón... Mi prometida, mi poesía, mis caricias, mi máquina de escribir, mis amigos, mis tabacos, mis tertulias, mi tinto de Saint-Vivant, mis pinceles, mis libros, mis calles, mi sombrero, mi habitación, mis zapatos, mi escritorio, mis manos, mi piel, mi ternura, mi boca, mi lengua, mi sexo... Mi marfil, mi marfil, mi marfil...

Silencio.

Una mano se posa sobre la cabeza y la sumerge en la oscuridad.
Al erguirse - a contraluz - lleva una cornamenta de antílope.

OSCURO LENTO



ESCENA XX


Tres espacios limitados por la iluminación donde se ubican de izquierda a derecha: Kurtz 1, Kurtz y Kurtz 2.
Las acciones que realizan son simultáneas.
Sonido de tambores lejanos.

Kurtz 1

(Parado.): Da vueltas.
Saca unas monedas, las mira, las deja caer al piso.
Se agazapa.
Enciende un cigarro.
(Indeciso.): Yo tenía planes inmensos.
Apaga el cigarro.
Se levanta: Tiembla.
Desaparece con la iluminación.

Kurtz

(Acostado.): Se queja.
Se quita la cobija.
Tira las almohadas.
Se coloca boca abajo.
Tose.
Toma un vaso de agua, se le cae.
(Molesto): ¡Salvarme!
Yergue de súbito medio cuerpo: Tiembla.

Kurtz 2

(Sentado.): Lee un libro en silencio.
Quema el libro.
Se levanta.
Enciende un cigarro.
(Melancólico.): Me hallaba en el umbral de grandes cosas.
Apaga el cigarro.
Se sienta: Tiembla.
Desaparece con la iluminación.


Silencio.
La iluminación sobre Kurtz: Tenebrosa. Se deja caer sobre la cama.
Aparece Marlow con una vela encendida.


Kurtz:
Estoy acostado en la oscuridad esperando la muerte.
Marlow:
¡Tonterías!


Kurtz:
Esta noche cuando hable con la muerte, pregúntele por mí.

Marlow se acerca al lecho de Kurtz: El respaldo de la cama está formado por tres hombres de cuerpo rojo brillante; ayudan a incorporar a Kurtz, que lleva una máscara mortuoria de plata marchita y entre sus manos aferra un paquete.

Kurtz

(Suspirando.): ¡Ah, el horror! ¡El horror!

OSCURO





ESCENA XXI


El cadáver de Kurtz se deshace con el viento.
Pasan miles de peces de colores. Caen pompas de jabón.





ESCENA XXII


Dos sillas de estilo Hepplewhite dispuestas en el escenario.
Una iluminación tenue desciende sobre cada silla: Su intensidad podría disminuir hasta llegar a la oscuridad total al finalizar la escena.
Al fondo hay un piano no visible para los espectadores inclinado hacia la sala.
La prometida camina hacia una de las sillas, con un paquete en las manos. Marlow la sigue.

La prometida:
Sólo yo sé llorarlo como se merece.

Marlow se detiene.
La prometida:
Usted lo conoció bien (Da un traspié, Marlow la auxilia.) Lo siento (Pausa. Se separan.) Discúlpeme, pero su muerte sucede día tras día. Un año... y  mi cuerpo se entera segundo a segundo. (Suspira profundamente.) He sobrevivido (Coloca el paquete en un escabel cercano. Se deja caer en la silla.)
Marlow:
Lo conocí tan bien como es posible conocer a un hombre.
La prometida:
Y lo admiraba. Era imposible conocerlo y no admirarlo, ¿no es cierto?
Marlow:
Era un hombre notable. Era imposible no…



La prometida:
Amarlo (Pausa.) ¡Es muy cierto! ¡Piense que nadie lo conocía mejor que yo! ¡Yo merecí toda su noble confianza! Lo conocí mejor que nadie.
Marlow:
Lo conoció usted mejor que nadie.
La prometida:
Usted era su amigo. Su amigo… Debe usted haberlo sido, ya que él le entregó esto y lo envío a mí. Siento que puedo hablar con usted y…, debo hablar. Quiero que usted, usted que oyó sus últimas palabras, sepa que he sido digna de él… No se trata de orgullo… De lo que me enorgullezco es de saber que he podido entenderlo mejor que cualquier persona en el mundo… Él mismo me lo dijo. Y desde que su madre murió no he tenido a nadie…, a nadie…,  para…
Silencio.
Sepa que estuvimos a punto de casarnos, pero mi familia se opuso. Él no tenía ni un centavo en los bolsillos… Entonces, resolvió marcharse en medio de su mala racha económica. Desde ese momento le huyó a la miseria (Pausa.) ¿Quién que lo hubiera oído hablar una sola vez no se convertiría en su amigo?  Atraía a los hombres hacia él por lo que había de mejor en ellos. Es el don de los grandes hombres. Yo oí su voz igual que usted y usted sabe lo que es oír su voz. Su voz es la que nos une, ¿se da cuenta? (Pausa.) ¡Usted lo sabe!
Marlow
(Se sienta en la otra silla.): Sí, lo sé.
La prometida:
¡Qué pérdida ha sido para mí! (Se corrige.) Para nosotros (En un murmullo.) Para el mundo (Pausa larga. Con insustancial alegría.) He sido muy feliz, muy afortunada, demasiado feliz. Demasiado afortunada por un breve tiempo. Y ahora soy desgraciada…, para toda la vida (Pausa.) Y de todo esto, de todo lo que prometía, de toda su grandeza, de su espíritu generoso y su noble corazón no queda nada…, nada más que un recuerdo. Usted y yo…
Marlow:
Lo recordaremos siempre.
La prometida:
¡NO! Es posible que todo esto se haya perdido, que una vida como la suya haya sido sacrificada sin dejar nada, sino tristeza. Usted sabe cuan amplios eran sus planes. Yo estaba enterada de ellos, quizás no los comprendía, pero otros los conocían. Algo debe quedar. Por lo menos sus palabras no han muerto.
Marlow:
Sus palabras permanecerán.

La prometida:
Y su ejemplo.
Marlow:
Es cierto, también su ejemplo.
La prometida:
Los hombres lo buscaban; la bondad brillaba en cada uno de sus actos.
Marlow:
Sí, su ejemplo. Me había olvidado.
La prometida:
Pero yo no. Yo no puedo…, no puedo creer…, no, aún (Pausa.) No puedo creer que nunca más volveré a verlo, que nadie lo va a volver a ver, nunca, nunca, nunca (En voz baja.) Murió como había vivido.
Marlow:
Su fin, fue en todo sentido digno de su vida.

La prometida:
Y yo no estuve con él.
Marlow:
Todo lo que pudo hacerse…
La prometida:
¡Yo creía en él más que cualquier otra persona en el mundo, más que su propia madre, más que él mismo! ¡Él me necesitaba! ¡A mí! Yo hubiera atesorado cada suspiro, cada palabra, cada gesto, cada mirada.

Silencio.

Perdóneme, he padecido tanto tiempo en silencio…, en silencio (Pausa larga.) ¿Estuvo usted con él… hasta el fin? Pienso en su soledad. Nadie cerca que pudiera entenderlo como hubiera podido hacerlo yo. Tal vez nadie que oyera…
Marlow:
Hasta el fin (Pausa.) Oí sus últimas palabras…
La prometida:
Repítalas (Desconsolada.) Quiero…, algo…, algo…, para poder vivir. Su última palabra…, para vivir con ella. ¿No comprende usted lo mucho que le amaba?
Marlow
(Lentamente.): La última palabra que pronunció fue su nombre.   

La prometida se lleva las manos al rostro.
Con estruendo masivo el piano rueda hasta interponerse entre Marlow y la mujer.  





ESCENA XXIII


Gran tanque de agua. Marlow desde el fondo mira hacia la sala. Golpea repetidas veces la cara frontal del tanque. El agua se ennegrece pausadamente. Marlow desaparece.

Voz de Marlow:
Levanto la cabeza. El mar está cubierto por una densa faja de nubes negras, y la tranquila corriente que lleva a los confines de la tierra fluye sombríamente bajo el cielo… Parece conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas.


José Miguel Vivas





PEQUEÑOS
DISTURBIOS



(Premio FUNDARTE de Dramaturgia 1994)

José Miguel Vivas

© 1994









DÚO



Personajes:
AD:     Anciana derecha
Al: Anciana izquierda


UNO


Espacio oscuro.
Una gran jaula -inobservable- ocupada por loros, desde donde percibimos intranquilidad. Se calman, aunque ocasionalmente manifiestan desasosiego.
Dos sillas. Pueden ser un híbrido entre silla y poceta. Esto se lograría “vistiéndolas” con telas color azul-cerámica, detalles como el acolchado del asiento y el respaldo. Deben verse arregladas pero sórdidas, ciertamente ridículas e inútiles.
Sentadas en ellas dos ancianas dándose la espalda. Llevan vestidos de alegres estampados que opacaron por el uso, viejos sacos cuyo color ha sido reemplazado por la mugre y zapatos pasados de moda. La postura de las ancianas es de sofística serenidad.
La iluminación entrará sobre los frágiles cuerpos de AD y AI, sobre el espacio que ocupan como si tratara de reducirlas. Su intensidad irá disminuyendo hasta lograr cierta intimidad sombría. Sólo siluetas.

Pausa larga

AD lentamente se quita la dentadura postiza, cae el brazo, extiende la mano y la plancha va a dar al piso. Descansada: Abre y cierra la boca, relaja los músculos faciales, escupe con gran placer.
AI se despoja de su vieja –pero impecable- peluca, la despeina con furia y la lanza con desagrado al piso. Se acomoda sus escasos cabellos.
AD desprende su mano izquierda, la mira a la altura del rostro, muerde los dedos de goma y arroja la prótesis al espacio libre entre las dos sillas.
AI se saca el ojo -derecho- de vidrio, lo agita en sus manos como un dado, lo sopla, y lo echa a rodar hasta proscenio.

Gran pausa

AD destapa una carterita de ron, se toma lo que resta del licor y estrella la botella contra el piso.
AI extrae un frasco, lo desenrosca y riega el piso de pastillas de diferente tamaño y color. Lanza el frasco al espacio libre entre las dos sillas.
Ambas se despojan de los zapatos dejando a la vista sus blanquísimos pies, que resaltan de las demás partes de sus cuerpos y del espacio.


Oscuro


DOS

Con la misma intensidad se ilumina el centro del escenario.
Las sillas no están, sólo restos en el espacio.
Luz en el fondo, algo más viva sin dejar de ser íntima.
Las sillas de frente. Las ancianas paradas al lado de cada silla, pendiendo sobre éstas una soga. Se montan sobre las sillas y por primera vez se dirigen la mirada. Toman el lazo y se lo colocan alrededor del cuello. Lo aseguran. Levantan la pierna derecha, reprimen el movimiento. Descansan la pierna sobre las sillas, vuelven a mirarse.
Los loros agitan sus alas.

Pausa

Simultáneamente golpean las sillas.
AI queda suspendida. Foco sobre sus pies que luego de varios espasmos quedan inertes.
Las aves articulan sonidos, palabras y su turbación es paroxística hasta el final.
AD se desploma al piso -el lazo aún en el cuello-, quejándose débilmente se arrastra con dificultad hacia el centro del escenario, se detiene, y observamos en su espalda un par de alas negras. Continúa arrastrándose hasta llegar a proscenio, se detiene y golpea secamente el piso con el muñón mientras las sombras van desvaneciéndose.



De muerte nutrido sin espanto

Hoy nos ha sacudido un diálogo de muerte nutrido sin espanto.
Alfredo Silva Estrada

Personajes:
Tres ancianos
Una sombra
Una mujer



Hermosa mañana descubierta por un sol radiante. Escuchamos dulces cantos de pájaros. También percibimos deleitosos aromas florales.


Observamos un muro -blanco- recién pintado. Contrario a su aspecto inmaculado y pasivo, el muro posee una estructura física con vida propia y que se manifiesta sutilmente. Si le contemplamos con atención podemos captar su respiración traidoramente serena o cualquier disturbio interno. Sobre él cuelgan ramas de abundante follaje.
El viento se cuela con silbos y mesurada fuerza.
Las hojas de un periódico cruzan una tras otra -en orden- el lugar. Todo en calma hasta que una rama se quiebra y cae al suelo, no tarda en regresar al árbol. Aparece una exótica ave desplazándose por la parte superior del muro, éste la hace desaparecer con violencia. Los cantos de pájaros se interrumpen.
Una voz interpreta una canción movida, y vemos entrar a escena a tres ancianos que se guían uno al otro. No existe diferencia en sus ropas ni en sus pasos, imponentes ante la muerte que les sigue de cerca. Se detienen en el centro del muro. Concluye la melodía. Miran hacia atrás y en evidente muestra de resignación prosiguen su camino. Antes de salir, el tercer anciano queda momentáneamente solo, desorientado. Desde el lateral derecho una mano lo llama chasqueando los dedos tres veces, además, escuchamos un silbido carente de aire. Él sonríe y se marcha en la dirección que marcaron los sonidos. Segundos después una sombra titánica y deforme le sigue.

Silencio.

Como impulsada por un colchón elástico entra una mujer joven -lleva un ánfora-, de físico envidiable, ataviada deportivamente. Destapa el ánfora y disemina cenizas en el espacio. Luego de deshacerse de la vasija, entra en un profundo estado de júbilo: dispone de todo el escenario para demostrarlo con cada músculo de su cuerpo. Expresa frases que todavía no escucharemos. Su energía avasallante. Su sonrisa “aeróbica”.

Las ramas frondosas se retiran y en su lugar surgen unas largas y secas. De súbito el tiempo cambia, la luz se hace turbia, un viento despiadado la ataca, paraliza y aterra.
El muro parece vibrar.
Con fuerza la mujer es empujada por el viento hacia el muro. Una vez allí, simultáneamente es sujetada por piernas, vientre y boca, luego es tragada con toda calma por el muro.
La atmósfera es tenebrosa.
Escuchamos lo que minutos antes la mujer expresaba.

Voz de MUJER (Con cierta distorsión): ¡Me costó descubrirlo! Pero lo entendí… ¡Lo entendí!... ¡Lo entendí!... Pude llegar a él… Y no valía nada… ¡Nada!... ¡Nada!... ¡Nadie me creería! Voy a decirlo… ¡Lo diré!... ¡Lo diré!... Hasta que pierda la voz y las palabras… ¡Perderé la voz!... ¡Quedaré muda…!

El lugar es azotado por basura, hedores, escombros, polvo, ruidos diversos y mientras la oscuridad engulle el espacio una voz canta desanimadamente Michelle de Lennon y McCartney.



Bla Bla Bla Blas Vlas

Personajes:
Blas Vlas: 65 años. Flaco. Movimiento incontrolado de la mandíbula. Viste un viejo traje limpio.
Voz A: Femenina.
Voz B: Femenina.
Voz C: Infantil.
Voz D: Masculina.


Escena:
Espacio vacío.
Una cabina movible que se atravesará cuatro veces en el trayecto escénico del anciano como si apareciera intempestivamente por primera vez. Con capacidad para una sola persona: Se ven máscaras en su interior.




En el lateral derecho vemos a Blas: Erguido, fresco. Se persigna. Da tres pasos, se detiene dudoso: Revisa su cartera, extrae una tarjeta, suspira aliviado. Guarda la tarjeta y la cartera en bolsillos distintos. Da tres pasos, se detiene pensativo. Toma la tarjeta, la introduce en la cartera, la guarda. Va hacia la primera cabina, ésta le corta el paso, se tropieza con ella, luego de un traspié entra torpemente. Se le nota desconfiado.

Voz A (Impasible): Nombre.
Blas: Blas ¿Vlas? Sí, Blas Vlas.
Voz A (Igual): Blas qué.
Blas: Vlas. Blas Vlas.
Voz A (Igual): Busque.

Miríadas de planillas son arrojadas sobre Blas, que se aparta sorprendido del atropello; colocándose los lentes y en cuclillas busca la suya cuidadosamente. La cabina se llena de humo espeso. Blas intenta apartarlo sin éxito. Sale ahogado con varias planillas en mano. A pesar de la insistente tos las escudriña logrando conseguir su planilla; mete el resto dentro de la cabina, que desaparece.  Después de guardarla saca un jarabe, toma dos tragos. La tos cesa. Su cuerpo se ha inclinado.

Rumbo a la segunda cabina, esconde el frasco, se detiene. Siente que le falta algo, observa sus pies y se da cuenta que perdió un zapato, voltea hacia el espacio ahora vacío, pero no lo busca. Dudoso saca la planilla.

Blas (Lee): Blas Vlas.

La devuelve al bolsillo junto a los lentes. Un paso y se topa con la segunda cabina. Pasa cauteloso. Se escucha música instrumental ligera. Blas sonríe al reconocer la melodía.

Voz B: (Aburrida): Espere.

Hace un gesto afirmativo, tararea la melodía. Bosteza soñoliento, cierra los ojos, cabecea, duerme. La música es interrumpida por un agudo pito que despierta a Blas.

Voz B: (Igual): Espere.

Blas silba el mismo instrumental.

Voz B: (Igual): ¿Café?
Blas: (Dulce): Sí, gracias.
Voz B (Seca): No es con usted.
Blas: ¿No?
Voz B: (Aburrida): Número: Uno – Dos – Tres. Uno – Tres – Tres. Uno – Dos- Cinco. Siete – Ocho – Dos. Siete – Ocho – Ocho. Guión A. (Pausa. Igual) Repito: Uno – Due – Tre. Uno – Tre – Tre. Uno – Due – Cinco. Sette – Otto – Due – Sette – Oito. Guión A.
Blas: ¿Qué ha dicho?
Voz B: Busque.

A sus pies cae un grueso paquete de hojas. Lleno de paciencia, ayudándose con los lentes busca la que le corresponde. La cabina se ilumina ferozmente. Blas se golpea repetidas veces contra sus paredes palpando la salida. Logra hacerlo con los ojos cerrados y sudoroso. Entre las manos algunas hojas con las que se abanica. Abre los ojos desconcertado. Revisa hasta encontrar la hoja que le interesa. La cabina desaparece. Deja las hojas restantes en el piso. 


Blas (Lee cerciorándose): Uno – Dos – Tres. Uno – Tres – Tres. Uno – Dos- Cinco. Siete – Ocho – Dos. Siete – Ocho – Ocho. Guión A.

Guarda la hoja. Su cuerpo se ha inclinado más. Camina, se detiene. Lleva una mano al entreceño, se percata que ha extraviado los lentes. Voltea, resignado agacha la cabeza. Saca un pañuelo para enjugar el sudor y continúa hacia la próxima cabina.
Un auto manejado a control remoto pasa de largo al anciano.
Frena, retrocede y queda ante la inmovilidad de Blas.
El auto da una vuelta de reconocimiento alrededor de Blas, que le sigue con aminorada tardanza, sonriendo infantilmente. Los dos vuelven a encontrarse frente a frente.

Blas (Ingenuo): ¿Quién eres?

El auto reticula. Dando medio giro se va hasta proscenio.

Blas: Espera…, bueno.

El auto retorna con rapidez hacia Blas, cercándolo agresivamente tantas veces que pierde el equilibrio, ya en el piso lo golpea en cinco ocasiones o más, retrocede y se marcha rodando con suavidad. Blas masajea el dolor en las piernas. Detiene la cabina, donde se apoya y resguarda. No termina de pasar el dolor en sus piernas cuando por escasos segundos se prende una luz intermitente amarilla, Blas aterrado se pega a la pared.


Voz C: Tranquilo…, tengo algo para ti.
Blas (Serio): No lo dudo. ¡Qué irresponsabilidad!
Voz C (Curioso): ¿Bla bla bla Blas Vlas?
Blas (Molesto): Blas Vlas.
Voz C (Ríe): ¡Qué nombre tan tonto!
Blas: Dame lo que vine a buscar.
Voz C: Hay como cinco mil sobres, Blas.
Blas: ¡Dios mío!
Voz C: El tuyo está en mis manos. Yo sé leer. Mi mamá no, por eso siempre se equivoca. Tienes suerte.
Blas: Demasiada. Por favor, entrégame el sobre.
Voz C: Qué fuerte son tus huesos, Blas. Casi destruyes mi carro. ¿Sabes cuánto costó?
Blas (Irritado): Casi me matas.
Voz C: Ah, fue mi lado malo.
Blas (Contenido): ¡Quiero el sobre!
Voz C: No te pongas bravo conmigo, Bla bla bla bla bla… Blas. Toma.

Desciende por una cuerda el sobre adherido a un muñeco de plástico. Blas rompe la cuerda, guarda el sobre y el juguete.

Voz C: Devuélveme mi muñeco.
Blas: Enseña a leer a tu madre.
Voz C: No soy malo, es que me gusta tu nombre, pero tú no.

Una ingente cantidad de basura se desploma cubriendo al viejo. El niño ríe. Al salir de la cabina la torsión del tronco lo asemeja a una mesa. La cabina se desvanece. Blas limpia a medias su cara con los brazos, se le percibe abatido e impotente. No se mueve. Agarra el muñeco, lo observa un rato y lo deja caer al piso.

Blas: La cuestión no es un nombre sino el hombre.

Pausa larga.

La última cabina se desplaza -de frente- con lentitud hasta donde el anciano permanece inmóvil. Contempla al público, sin expectativas la ocupa -dentro es visible un grueso mecate-.

Voz D: Buenos días, caballero.
Blas no responde.

Voz D: ¿Serán mis lagañas o…? Su cara no la veo, ahhh…, disculpe. Unos baños termales no le harían mal, sabe. Sellemos esto. (Golpes consecutivos del sello) Podría remitirlo al departamento de medicina alternativa.
Blas (Sombrío): No, gracias.
Voz D: Bueno. (Pausa) Colóquese en el centro para la reseña fotográfica y osea, por favor. Y no se preocupe estoy preparado para casos como el suyo. Aguarde.

Blas se coloca en el centro como le indicaron. Desde el piso se dispara un flash tan potente que el hombre deslumbrado cae sentado.

Voz D: Estas fotos no son muy buenas, pero mejoraremos, se lo aseguro.

Blas procura asirse a la soga y se apoya en ella para levantarse.

Voz D (Previniéndolo): ¡Noooo, suélte…! 

El anciano es bañado de pies a cabeza con agua sucia.

Voz D (Apenado): Disculpe usted. Traté de… debí advertírselo antes. Inexplicablemente la soga se conecta con todos los baños del edificio y… ¿no la habían eliminado la semana pasada? ¡Qué pena! Yo, yo… (Pausa) Recoja su nueva tarjeta en taquilla.

Blas permanece estoicamente en el sitio y con el acopio de sus extenuadas fuerzas sale a gatas con la cabeza hundida encaminándose hacia una tenue luz que le indica el lugar de la taquilla. La cabina desaparece. Las voces que escuchamos anteriormente se concentran en un murmullo desagradable, desordenado, que progresivamente acalla.

Voces (Apáticas): El que sigue. ¿Nombre?

Silencio.

Blas con cierta dignidad levanta el rostro.



Oscuro







DUZ


Personajes:
Niña 1
Niña 2
Mujer
Hombre


UNO

Al iluminarse el escenario notamos una suntuosa escalera de mármol blanco. En el umbral aguardan dos chiquillas muy parecidas: Niña 1 sentada en una silla de ruedas con un bouquet de flores artificiales en las manos; Niña 2 se sostiene gracias a unas muletas.

Niña 1 (Seca): No hay diferencia.
Niña 2 (Amarga): Toma tus muletas. Devuélveme mi silla de montar.

Después de intercambiar sus artificios cada niña se coloca en su lugar.

Niña 2 (Seca): Esperamos por ti.
Niña 1 (Amarga): La función va a comenzar.

Surge una mujer vestida de novia. La espectacularidad del traje cubrirá la escalera, también al novio -él aparecerá luego- que irá escondido. Su descendimiento es tan parsimonioso que debe dar la impresión de que nunca llegara a la boda. Cumplido el descenso deja caer el velo sobre su rostro, alarga la mano y toma el bouquet entregado por Niña 1.

Niña 2 (Seca): Te ves radiante.

Varios flashes son dirigidos a la novia. En pose congelada y fotográfica se proyectan sobre su vientre imágenes de diversos fetos abortados. La novia eructa. Las niñas se colocan a la cabeza del cortejo y las tres salen en dirección al público.

Niña 1 (Amarga): ¿Cuándo comeré pastel?

En las escaleras vemos al hombre -ya casado-, mirando la alianza matrimonial. Lo percibimos angustiado, dispuesto a irse pero no lo hace. Contempla receloso el final de la escalera. Saca un sobre, lo abre, lee una carta. Al concluir su lectura llora quedo. Descubre algo dentro del sobre: extrae un anillo que encierra en su puño dolorosamente. Lo observa, mueve la piedra, se sirve cocaína y se mete tres pases. Se traga la carta, guarda el sobre y el anillo. Se descalza, quitándose luego el corbatín y el saco del traje. Sube pesadamente la escalera como si no quisiera llegar a la habitación. Sobre su espalda se proyectan imágenes pornográficas sodomitas.

Oscuro lento


DOS

En el último peldaño está la mujer bajo una sábana oscura. Detrás se yergue -arrodillada- Niña 1 y la hace aparecer de pronto.

Niña 1 (Seca): Abracadabra.

La mujer fela con fruición un pene, al verse descubierta sonríe apenada. Guarda el órgano, tira las muletas y asume una postura solemne.

Niña 1 (Repta escalera abajo a instalarse en sus muletas. Amarga): Piernas macabras. (Sale. De inmediato cruza violentamente el escenario huyendo por el otro extremo)

Irrumpe Niña 2 /gusano, acarreando al hombre en la silla / coche; tira de las riendas y se detienen frente a la escalera, el se apea, toma a Niña 2 y la devuelve a la silla de ruedas. Se inclina, ella se despoja del velo nupcial y lo coloca sobre su cabeza, a cambio recibe una replica de los novios en dulce, que casi le arranca de las manos. El hombre se sienta en el primer escalón, apesadumbrado. Se pinta los labios y cubre el rostro con el velo.
Niña 2 cuida la golosina de su compañera movilizándose en varias direcciones; segura de estar sola se prepara a engullirla de un solo mordisco arrepintiéndose con el dulce en la boca, mira de soslayo como desde bastidor Niña 1 extiende la mano.

Niña 2: ¡Míos...! No te doy. Supe ganármelos (Pausa) Escúchame devorarlos (Sale.)

Niña 1 triste, retira su mano.

Silencio

La mujer y el hombre, bajarán y subirán -respectivamente- cada escalón a intervalos de cinco segundos, coincidiendo en un punto de la escalera.

Mujer (Sin mirarlo): ¿Dónde has estado?
Pausa
Hombre (Sin mirarla): En las cloacas, y ¿tú?
Pausa
Mujer (Sin mirarlo): Doblando sábanas sin entender por qué no grito.

Silencio
Abruptamente violentado por el crujir grotesco del dulce entre los dientes de la Niña 2.
El hombre descubre su rostro, pone la mano sobre el hombro de su mujer, que rechaza el gesto de un manotón.
Como un acuerdo imposible: ella sube un peldaño, él lo contrario. La mujer se moviliza al otro extremo -justo detrás de él-, le quita el velo con ira. Él se corre hasta el otro lado. Ella lanza el velo.
Ella baja. Él sube: los dos en el mismo escalón.
La mujer golpea dos veces la pierna, mecánicamente el hombre posa su cabeza en el muslo. Ella le acaricia el cabello, él a su vez acaricia el de ella.

Mujer: ¿Recuerdas aquella noche en el restaurante?
Niña 1 aguarda en el extremo derecho de la escalera y se coloca el velo que ha caído cerca.
Hombre: Puedo..., pero no a ti. Recuerdo la luz sobre el borde de la copa deslumbrando mi rostro, pero a ti no. Recuerdo..., él nos había seguido. Me observaba desde una mesa cercana. Recuerdo sus labios secos, entreabiertos, pronunciaba mi nombre. (Pausa) Yo sentí que él lloraba.

Fuerte ruido de los dientes de la golosa que se parten.

Mujer: Quien lloraba era yo. (Deja de acariciarlo)
Hombre: ¿Tú?
Niña 1 (Amarga): Ella.

Niña 2 asoma medio cuerpo escupiendo una docena de dientes.
Niña 1 se acerca ceremoniosa.

Niña 1 (Seca): Sí. Acepto.

Con la punta de las muletas aplasta las piezas sin conmoverse por las lágrimas de Niña 2.
El hombre y la mujer se empujan, escupen, golpean y distancian como lo harían dos niños que no se toleran.

Niña 1 (Amarga): Y todo por no querer compartir ese miserable dulce. Una miserable pareja de azúcar y colorantes. (Antes de salir) Consuélate, por lo menos servirás para abrir latas. (Se marcha por el fondo con paso nupcial)
Niña 2 (Limpiándose el pegoste de los dedos en el pecho. Amarga): No importa..., me haré una plancha con tus inútiles huesos. (La sigue)

Él se levanta, ella se aferra a una de sus piernas y éste cae por las escaleras -queda boca arriba-, ella de inmediato lo monta, frota su sexo contra el de él -que no responde- suavemente, sin dejar de mirarse. Ella acelera el ritmo de sus movimientos, cuando su excitación es máxima él reacciona ex profeso dándole un puñetazo. Se voltea, se desnuda torpemente y le ofrece el trasero. La mujer escupe el ano del hombre, saca el pene y se lo entierra por detrás.

Hombre (Con placer y dolor): Castiga mi sucio culo..., sé el hombre que necesito ahora, perra.

Ella lo extrae, se lanza sobre la espalda del hombre, con una mano presiona el mentón hasta abrir e introducir el órgano por su boca. Él le da varias chupadas y vuelve a sodomizarse. Ella monta esta vez el pasamano de la escalera y comienza a masturbarse.

Oscuro

Baja una gran lámpara de hierro, retorcida, como si la hubiesen forjado con explosivos. Posteriormente los dos actores ocuparán cada lado de la lámpara: que iluminará levemente parte de sus cuerpos que se mecen en ella como un péndulo sobre el escenario.

Mujer (Encima de los gemidos del hombre, quien al escucharla se hace el desentendido): Coge uno de mis vestidos... termina de maquillarte... hazte una episiotomía en el cerebro... ponte linda (Pausa) Tengo una sorpresa para ti.
Hombre: Anda a doblar sábanas.
Mujer: ¡Estoy preñada! Tres meses con esa cosa dentro... la porquería que engendraste pensando en un macho como una hembra patética.
Hombre: ¡Ojalá mueras en el parto!
Mujer: Arrulla las cabecitas de tus amantes... mama leche papá marico. (Orgasmo) ¡No vivirá! Lo voy a abortar ves..., completo. (Orgasmo) Lo meteré en tu culo para que se vuelva mierda. (Orgasmo) Después quiero ver cómo lo abortas por tu maldita boca... perra.

El orgasmo del hombre se transforma en un penoso alarido.
Silencio.
Sonido de diez campanadas de un reloj de pared. Al tercer tañido lámpara y actores ascienden sobre escena con el movimiento indicado.
Fondo del extremo izquierdo -a contraluz- Niña 1 insegura, vacila en abandonar las muletas. Las suelta y se aferra tensa a las barras paralelas.
Esquina izquierda de la escalera Niña 2 al acecho.
Niña 1 inicia su dificultoso caminar, da cuatro pasos y se detiene. Niña 2 se coloca una mascarilla antigás, prende un fósforo. Niña 1 prosigue su espinoso ejercicio.
Niña 2 lleva el fósforo al suelo encendiendo una línea combustible que al final estalla frente a Niña 1, quien sorprendida no puede escapar y pierde el conocimiento al inhalar gas. Niña 2 se dirige hacia su victima, la sube a su silla de ruedas y se van entre las barras paralelas. Fuera contraluz.
Se ilumina la lámpara sobre los rostros impasibles de la pareja y hacia el piso del escenario. Desde la lámpara caen miembros –separados- de un maniquí, además de la cabeza femenina, una masculina.

Apagón



TRES

La lámpara mantiene su oscilación. Vacía. Por instantes parpadea su luz y fenece.
Se ilumina la parte central de todos los escaños de la escalera.
Sonido de puertas que se cierran por la acción de una sorpresiva ráfaga de viento.

Silencio.

Sonido de monedas que caen al piso.

Silencio.

Golpe con un objeto contundente a un cuerpo y el desplome de éste.
Sonido de cuatro campanadas del reloj.
Un hilillo de sangre comienza a bajar por cada uno de los escalones.

Oscuro lento



EPÍLOGO

Niña 2 enciende una lámpara de piso y vemos las piernas de Niña 1 inmovilizadas.
Levanta una cierra eléctrica.
Escuchamos la marchantica de un carro de helados que va pasando.

Niña 2 (Amarga): Ummmmmmmmm..., no notarás la diferencia.

Oscuro
La cierra se deja oír.


En tus ojeras se ven las palmeras borrachas de sol

Personajes:
D
A

Espacios distintos en una playa de arena blanca.

ESCENA UNO


D  -cabellera sospechosamente rubia- pierde el control sobre su tabla de surf y ésta termina estrellándose en la arena. 
A pesar del maltrato físico, la alegría de estar vivo lo motiva a buscar la tabla que se ha llevado de cuajo una de sus piernas. Al llegar a ella, la llena de mimos y besos: desprende la liga del miembro exangüe y con fuerza extraordinaria lo bota al mar.

D (Entre adolorido y cansado): … Y eso que la ola no medía ni  tres metros.

Endereza la tabla para levantarse, mira a los extremos, finalmente a los espectadores.

D (En pie. Eufórico): ¡Estoy que brinco en una pata!

Apagón



ESCENA DOS



Sonido de tormenta durante la escena.
Desde el fondo, antes de entrar por el lateral derecho.

D (Canta): … Si el hombre es un pueblo
el agua es el mundo.

Si el hombre es recuerdo
el agua es memoria.

Si el hombre está vivo
el agua es la vida.

Si el hombre es un niño
el agua es París…


Alcanzado por un rayo de la tormenta D -con barba sospechosamente seria- repta con lo que queda del Ícaro a cuestas, chamuscado al igual que él: uno de sus ojos traumáticamente cerrado, uno de sus brazos inútil. De nuevo la alegría de vivir lo motiva a buscar el mar -en el lateral contrario-.   
Mientras sale del arnés y se alista a calmar las quemaduras.

D (Canta): Agua, barro en el camino,
agua que esculpes paisajes,
agua que mueves molinos.
¡Ay agua!, que me da sed nombrarte,
agua que le puedes al fuego,
agua que agujereas la piedra,
agua que estás en los cielos
como en la tierra.

Escuchamos el sonido del agua que bulle al entrar con el cuerpo quemado, un placentero suspiro de alivio y, vemos una espesa columna de humo.
D vuelve a escena mojado, sin barba, un parche en el ojo y una venda sujetándole el brazo. Un sonoro trueno le detiene en el centro, mira hacia el extremo por donde ha salido, luego al cielo: se persigna como Sammy Sosa.

D: Como decía mi abuela: Tanto da el cántaro al agua hasta que se rompe. (Al público) Pero ella después de muerta aún se encarama en su mata de mangos para ver las cosas de abajo con serenidad porque desde el cielo -dice ella- las cosas se ven confusas. (Mientras se marcha, como un susurro canta)
…Brinca, moja, vuela, lava,
agua que vienes y vas.
Río, espuma, lluvia, niebla,
nube, fuente, hielo, mar...

Sonido de lluvia.

Oscuro lento



ESCENA TRES


Oímos la caída de un cuerpo humano -como en los dibujos animados-.
Súbito golpe en la arena.
De espaldas al público D atontado por el choque se ve enterrado hasta la cintura. Su única pierna doblada hacia el torso. El brazo que le sobrevivía estirado exageradamente a uno metros del lugar de la caída: el parapente a un lado, abierto a medias. Con habilidad increíble recoge el brazo y se libera del correaje del parapente. Toma la pierna, la “desenrosca” separándola del cuerpo.

D: Lo único que me hacia sentir en la tierra.

Al dar medio giro se acomoda el parche del ojo.
Clava la pierna en la arena y aferrándose a ella logra salir del hueco.

D (Pierna en “brazos”. Al cielo): Estoy vivo, abuela…, antes de lanzarme te dije que ahora todo iba a salir bien. Ya ves, no tengo esa capacidad de ver las cosas de abajo con serenidad: me destrozo en ellas. (Echa la pierna al hueco) Ten paciencia abuela, parece que llegaré por pedazos. (Al público) Curioso, abuela nunca conoció el mar. Cuando era niño cantaba una canción que me hacia pensar lo contrario… Y mientras más pensaba en eso, lo empecé a conocer yo, a soñar con él, a sentirlo… (Se arrastra hacia el parapente, lo recoge cantando diáfanamente)
Hay en tus ojos el verde
esmeralda que brota del mar
y en tu boquita la sangre
marchita que tiene el coral
y en la cadencia de tu voz
divina la rima de amor…

  


ESCENA  CUATRO


Camino luminoso en el escenario que llega a proscenio. Aparece “un trozo de carne” sobre una silla de ruedas de carrera para minusválidos ataviado para la competencia. Lo conduce el cadáver de A mortuoriamente vestida y descompuesta.
Se detienen frente al público.

D: ¿No es hermoso? El mar. (Vacila) ¿Azul? (A le sube los lentes. Emocionado) ¡El negro del mar! ¡Inmenso mar! (Cierra el ojo. Igual) Corro hacia él. Me hundo en él. Emerjo, levanto mis brazos al sol. Me ilumino en él. ¡Soy mitad agua… mitad luz! (Silencio. Abre el ojo) ¡Soy un pedazo, pero vivo! (Baja el rostro. A al colocar sus manos en sus hombros lo serena) ¡Vivo! Tengo muchas cosas que hacer. Todavía voy a arriesgar en esta vida. A pesar de todo el mundo es una maravillosa revista de fin de semana. (A palmea sus hombros. Le toma una mano) Nunca habíamos estado así frente al mar. Juntos frente al mar. Sin soñarlo. Sin imaginarlo. Sin cantarlo. Así…, como dos… (La mano de A queda en su mano. La coloca a un lado del cuerpo. Pausa) ¡La competencia! (A le coloca los lentes) Le prometo que volveremos otra vez a disfrutarlo solos. Vamos: Hoy ganaré, por fin. ¿Sí? ¿Verdad?

A responde con un largo y grave quejido.


Apagón




El corazón ofensivo de Chicago


A Gustavo Ott


Personajes:

LUPU: Al comienzo dieciocho años. Gorra de los Medias Blancas de Chicago.
RUI: Al comienzo dieciocho años. Gorra de los Yankees de Nueva York.
MICO: Al comienzo dieciocho años. Gorra de los Rojos de Cincinnati.
Niño 1: Doce años.  
Niño 2: Diez años.
Tres jugadores de béisbol.


Espacio:
Una calle ciega.


Nota: A partir del primero, transcurrirán diez años en los cuadros siguientes.



INTROITO


Estadio de béisbol.
Percibimos en la fanaticada clara excitación. Las notas del órgano soliviantan el grito de guerra de los partidarios del equipo de casa; el vocerío posterior es ensordecedor.
El pitcher del equipo visitante retorna y permanece tenso en la lomita. Inmóvil, sólo los dedos giran la bola.
Tras recibir la aclamación del público, el bateador importante de la entrada va hacia la caja a consumir su turno. Apoya el bate entre la copa y el terreno, se ajusta los guantines, el casco. Hace varios swings, se posesiona del plato. Cuando el pitcher se prepara a lanzar la bola, el bateador solicita tiempo para desanudar y anudarse los cordones de los zapatos.
Desarticulado el lanzamiento, el pitcher abandona el montículo, da vueltas alrededor del mismo: Escupe, seca el sudor de la frente, escupe, se arregla el uniforme, escupe, se detiene, se quita y pone la gorra, escupe, se acomoda la copa, escupe. El cátcher se le acerca e intenta serenarlo, le introduce en la boca una cantidad apreciable de chicle. Vuelve al plato.
Cada jugador toma su posición en el juego.
Por cábala el lanzador pide cambio de bola. Reemplazándola cuatro veces, su color variará así: Roja, naranja, verde y negra. El cátcher limpia el diamante.
Las señas entre cátcher y pitcher se cruzan. El receptor salta a conversar con él, lo abraza, acaricia su nuca, susurra algo en su oído, le lame la oreja, le palmea el trasero y regresa al home.
Rechifla del público.
Llega al plato e intercambia sus aperos con el bateador por el madero y el casco protector. El primer bateador desaparece.
El pitcher se agarra la nalga donde recibió la palmada.
Música del órgano y aplausos de los fanáticos.
El “nuevo” bateador ensaliva la punta del bate, se persigna, escupe. Luego de tres swings de práctica sus movimientos se tornan lentos: Sólo al ajustarse la copa y cuando blande la garrocha entre vientre y genitales.
Los gritos son intolerables.
El pitcher consume tiempo, saca el pie de la caja de lanzar, infla una gran bomba de chicle. El bateador sale del plato, escupe tres veces.
Los dos se preparan cuidadosamente.
El pitcher lanza: La bola golpea al bateador que va como un animal hasta el montículo después de quitarse el casco y tirar el bate. El choque entre ambos es inminente: Al entrar los cuerpos en contacto se desploman en el terreno, se miran fijamente y como si lo hubiesen reprimido durante toda la temporada se besan con pasión desmesurada.
Las exclamaciones cesan.


Apagón



CUADRO PRIMERO


Escenario aún a oscuras.


RUI: ¿Soñaste? ¿Qué soñaste?
MICO: No entendí.
RUI: ¿Cómo pudo ser?
MICO: Yo voy caminando de noche.
RUI: Tú nunca sueñas.
MICO: Llego a la rumba. Estoy en la rumba. Rumbeo y rumbeo…, y sigo caminando de madrugada.
RUI: ¿De verdad eras tú?
MICO: ¿Y el otro?
RUI: ¿Dónde? Parecía un estadio, ¿verdad Mico?
MICO: Parecía, aunque Lou Gehrig no come sueños.
RUI: ¿El Yankee Stadium? ¿El Sky Dome?
MICO: ¿El Estadio Universitario?
RUI: ¿El Fenway Park?
MICO: ¿El Cellular Field? ¿El peladero de la esquina?
RUI: Era, ¿Ichiro Suzuki? ¿George Brett?
MICO: ¿”Mico” Mantle? ¿Joe Mauer?
RUI: ¿Jackie Robinson? ¿Ken Griffey, Jr?
MICO: ¿Roger Clemens? ¿Cy Young?
RUI: ¿Mark Portugal? ¿Bob Gibson?
MICO: ¿Mays?
RUI: ¿Vizquel?
MICO: ¿Los Orioles de Baltimore? ¿Los Rojos de Cincinnati?
RUI: ¿Los Gigantes de San Francisco? ¿Los Azulejos de Toronto?
MICO: ¿Los Atléticos del 70?
RUI: ¿Los Yankees de toda la vida?
MICO: ¿Los Nerviosos de Osaka?
RUI: ¿El Juego Todos-Maricos?

Silencio.
Calle ciega.
De izquierda a derecha vemos a Rui, Lupu y Mico, recostados a una pared, como si la sostuvieran.
Lupu tiene entre las piernas el mismo bate del introito.

LUPU: Para qué coño se los conté (Se sienta en el borde de la acera) Les tapo los oídos y preguntarían lo mismo. Antes de contarles algo debería partirles el bate en la cabeza. (Para sí) ¿Por qué mi inteligencia no sobrevive más allá de esta cuadra?
MICO: Ayer cuando me golpeo la pelota en la frente volví a mis ocho años.
RUI: Cómprate un guante con brújula.
LUPU: Te dije que estabas muy adelantado.
MICO: Un mal día.
LUPU: Ocho errores en tres juegos.
RUI: Y un hit en doce turnos.
MICO: Lupu ha perdido en los últimos tres domingos.
RUI: Y veinte bases por bola.
MICO: Efectividad de 8.42…
LUPU: Tengo molestias en el codo. ¿Quién se atreve a lanzar?
RUI: Nadie. Sólo tú.
MICO: Tú eres el equipo.
RUI: Creador del juego y el terreno.
LUPU: Qué vas a decir Rui, siempre te ponchan parado.
RUI: Hay que reestructurar el equipo.
MICO: Hay que comprar bates.
RUI: Reclutar nuevos talentos.
MICO: Una caja de pelotas nos caería bien.
RUI: Arreglar el autobús para las giras.
MICO: Uniformes.
RUI: Novias.
MICO: Mujeres.
RUI: Putas.
MICO: Culos.
RUI: Birras.
MICO: Whisky.
RUI: Champan.
MICO: Desorden.
RUI: Olvido.
LUPU: Silencio. Siempre se quejan y no aportan nada. Yo llevo sobre los hombros la responsabilidad del equipo.

Silencio.

MICO: Glass ha pegado ya treinta y cinco jonrones, güevón.
RUI: Ese carajo va a acabar con la liga.
MICO: Batea 408 puntos con ochenta y nueve impulsadas.
RUI: Directo a la triple corona.
LUPU: A que ni rompe el récord de cuadrangulares ni gana la triple corona voy.
RUI: A que firma por quinientos millones la próxima temporada.   
LUPU: Con ese billete compraría la mitad de este país y la Liga de Béisbol Profesional completica.
MICO: Yo viviría en Los Ángeles.
RUI: Yo en Nueva York. (A Lupu) ¿Y tú?
LUPU: En Chicago. En el campo corto de Chicago.
MICO (Sentándose al lado de Lupu): Como Guillén.
LUPU (Va a recostarse del muro): Como YO. Destrozaría la Liga Americana.
RUI (Se sienta cerca de Mico): O la Liga Americana te destroza a ti.
LUPU: Güevón.

Mico y Rui ríen chocando los puños.

LUPU: Les escribiré postales con la sangre del corazón ofensivo de Chicago.

RUI: ¿Tercer bate?
LUPU: No.
MICO: ¿Cuarto bate?
LUPU: Quinto bate. (Hace swings de práctica)

Mico y Rui se agachan.

LUPU: Guante de oro.
MICO: Juego de las Estrellas.
RUI: Jugador más valioso de la Liga Americana.
LUPU: Serie Mundial.
MICO: Millones y más millones.
RUI: No volveríamos a verte.
MICO: Sólo en televisión, internet, periódicos y pesadillas.
RUI: Llenaría el cuarto con reportajes de Lupu.
MICO: Y yo con fotos de Lupu saltando como un felino sobre el campo corto.
RUI (Sentimental): Se olvidará de nosotros.
MICO (Se quiebra): Si te he visto no me acuerdo.
RUI (Cortante): Mejor escuchamos el juego de esta noche.

Silencio.

LUPU: Vengan acá, panas.

Mico y Rui se acercan: Reciben un abrazo de Lupu.


Silencio.
Los tres se recuestan de la pared.
Mico agarra una cerveza, se la da a Lupu que la destapa y se la entrega a Rui que se la bebe: Lupu le pasa el bate y golpea la lata, devuelve el bate a Lupu, que lo apoya entre los genitales y el piso.

MICO: Hace cinco años que nos reunimos aquí. ¿Alguna vez saldremos de esta calle ciega?

Nadie responde.
Rui eructa.
Mico enciende un pequeño radio: Se escucha el desarrollo de un juego de béisbol.


Oscuro



CUADRO SEGUNDO


El mismo lugar.
Los tres recostados de la pared, sin variar su colocación anterior. Apariencia petrificada. Movimientos lentos.

MICO: Liga Americana. División Este:
           
Boston                       98 – 45
Baltimore                   88 – 56
Nueva York               70 – 74
Tampa Bay                62 – 81
Toronto                       43 – 101

RUI: Este año nos jodimos.
LUPU: Dos años jodidos.
RUI: ¿Y la División Central?
MICO: Kansas City              93 – 50
             Minnesota                92 – 52
             Detroit                       90 – 53
             Cleveland                 65 – 78
             Chicago                    60 – 84

RUI: Chicago no es el mismo desde que te fuiste.
LUPU: Cabrón. Cuando despegue la espalda de la pared te partiré la cara.
MICO: Rui está en desventaja. Si tú tardas quince minutos a Rui le cuesta media hora despegarse. No es justo.
LUPU: Justo…, que deje de joder.
RUI: O.k., pero reconoce que llegaste a la Liga Americana en ese sueño maricón.
MICO: ¿La Americana? No, era la Liga de Verano.
RUI: La que sea.
LUPU: Liga Americana.
RUI: Liga del Limbo. Deja de presumir Lupu. (Cambia la posición de la pierna con mucha lentitud)
LUPU: ¿Qué hice?
MICO: Sí, qué, si nunca hace nada.
LUPU: Corrijo: Nunca hacemos nada.
RUI: El dueño de la pelota firmada por Roberto Clemente soy yo.
MICO: Acabó el conflicto, señores.
LUPU: ¿Cómo va la División Oeste?
MICO: Seattle           100 – 44
             Texas               67 – 77
             Anaheim         66 – 78
             Oakland          51 – 93

RUI: Me está gustando Seattle.


MICO: A quién no le gustan los ganadores.


Silencio.


MICO: Hoy se cumplen diez años de la hazaña de Glass al ganar la triple corona.
LUPU: Menos mal que no aposté.
RIU: El tipo descargó ochenta jonrones, ¡qué bárbaro!
LUPU: Impulsó doscientas cincuenta y dos carreras, ¡qué arrecho!
MICO: Trescientos cinco hits y cuatrocientos veinte de promedio, ¡qué bolas!
LUPU: Lástima que muriera a batazos.
RUI: Todo por un autógrafo.
MICO: Ese día lloré como un niño de ocho años.
LUPU: Guardemos un minuto de silencio en su memoria.

El minuto de silencio transcurre desde el momento en que llevan su mano derecha a tomar la visera en señal de duelo.

RUI: ¡Diez años…!
LUPU: La década de los Medias Rojas de Boston.
MICO: Y la decadencia de los Medias Blancas de Chicago. (Cambia la posición de la pierna con suma lentitud)
LUPU: A lo mejor los hubiese ayudado.
RUI: Eras bueno sólo aquí.
LUPU: Buen campo corto.
MICO: Buen pitcher.
RUI: Buen outfield.
MICO: Buen manager.
RUI: Buena raya de cal.
MICO: Buen recoge bates.
LUPU: Buena pizarra.
RUI: Excelente.
MICO: Buen anotador.
RUI: Buen robador.
MICO: El mejor coleccionista de barajitas.
RUI: Y de fouls en el estadio.
LUPU: El mejor.
MICO: Con qué elegancia fildeabas y lanzabas las pelotas.
RUI: La filigrana de las dobles matanzas.
MICO: Los pentagramas detrás del plato.
RUI: La metáfora del toque suicida.
MICO: El hombro más firme para llorar derrotas.
RUI: El abrazo más cálido después del triunfo.

Silencio.
Lupu moquea.


RUI: No llores Lupu.
LUPU: No lloro.

Silencio.

MICO: ¡Qué futuro tenías!
RUI: El Chicago que esperaba por ti.
MICO: ¿Lo recuerdas?
LUPU: No.
RUI: ¿Y el corazón ofensivo?
LUPU: Tampoco lo recuerdo.
MICO: A mí también se me olvidó.
RUI: Algunas tardes cuando regreso a casa, lo siento detrás de mí y corro.
LUPU: Pero el juego sí está… (Se interrumpe)
MICO: ¿Dónde Lupu?
LUPU: En mi corazón. (Cambia el apoyo de la pierna lentamente)
RUI: Yo lo llevo en mis venas.
MICO: Y yo en las bolas.
LUPU: Podemos echar una partida, ¿no?
RUI: Estuve buscando mi guante, pero no lo encontré.
MICO: Lo tengo yo.
RUI: ¿Por qué?
LUPU: Le pediste que lo guardara.
RUI: ¿Cuándo?
MICO: El día que John Mulholland III fue exaltado al Salón de la Fama.
RUI: Ah, claro.
MICO: ¿Tenemos pelotas?
LUPU: De la temporada pasada, tres.
MICO: ¿Bates?
RUI: Llevo el que me autografió Aparicio.
LUPU: Equipo completo, señores.
RUI: Me están molestando las piernas.
MICO: Tú solo, a mí me duelen las articulaciones de las manos.
LUPU: Les presto el spray analgésico.
RUI: Entonces, ¿el sábado?
MICO: A las ocho de la mañana.
LUPU: Donde siempre.
RUI: Es hora del juego.
MICO: No traje radio.
RUI: Tranquilos, yo traje mi nuevo juguetico.

Rui enciende un diminuto aparato que proyecta colores: Se escuchan las incidencias de un juego de béisbol. Lupu y Mico quedan boquiabiertos: Rui presumiendo, sonríe.
Los tres cambian la posición de las piernas con la misma lentitud.


Oscuro lento



CUADRO TERCERO


El mismo lugar.
El trío se ha fosilizado parcialmente en la pared. Se observan como figuras en altorrelieve.
Al hablar lo hacen con tal lentitud que se les entiende poco: A veces un murmullo, una o dos palabras, el final de una frase, etc., aunque bien podríamos entenderlos.

RUI: Strike.
MICO: Bola.
LUPU: ¿Qué?
RUI: Lo vi, coño.
MICO: Yo también.
LUPU: ¿El juego?
RUI: Sí, el domingo próximo pasado por T.V.
LUPU: También lo vi.
MICO: ¿Y qué fue?
LUPU: Strike.
MICO: El lanzamiento fue bajo, no joda.
LUPU: ¿Tenías los lentes puestos?
MICO: No.
RUI: Mira el replay con lentes.
LUPU: Grabé el juego.
RUI: Ya, reconoce la derrota.
MICO: Con trampas no.
LUPU: Era el equipo con mejor picheo.
MICO: Fue bola.

Pausa.

RUI: Está bien, igual perdieron.
LUPU: Será hasta la próxima temporada.
RUI: Pareces un carajito.
MICO: Sí, de ocho años.

Pausa.

LUPU: Mañana estrenan “La verdadera historia de Billy Martin”, ¿vamos a ir?
RUI: La que yo vi ¿qué?
MICO: ¿Dónde?
RUI: En el terreno de juego.
LUPU: Esta es fuera del terreno.
RUI: No lo puedo imaginar fuera del terreno.
LUPU: Dentro o fuera, iré a verla.
RUI: ¿Quién la protagoniza?
LUPU: Robert de Niro.
MICO: ¿Jugó béisbol?

LUPO: No sé, pero dicen que rebajó casi cuarenta kilos.
RUI: ¿Quién lo dijo?
LUPU: Beckett Baseball Magazine.
RUI: Respetable.
MICO: La biblia del béisbol.
RUI: Si ella lo dice, lo dice dios.
LUPU: ¿Iremos?
RUI: Foul atajado es out.

Pausa.

Lupu escupe.
Una pelota de goma llega hasta el fondo de la calle ciega.
Mico escupe.
Rui va escupir: Se contiene cuando entra un niño buscando la pelota, la encuentra, se detiene a mirar la pared; rebota la bola cuatro veces: Sale corriendo en dirección al público. Rui termina tragándose el gargajo.

Silencio.

RUI: No me gustan los niños.
MICO: Se adueñan de todo.
LUPU: Como si el mundo les perteneciera.
MICO: Toman las calles.
LUPU: Los juegos.
RUI: Los estadios.
MICO: Nos sustituyen.
LUPU: Tranquilos, de aquí no nos saca nadie.

Pausa.

MICO: Todavía puedo deslizarme safe en segunda.
RUI: Te saco un partido del hueco.
LUPU: Recuerden que fui Guante de Oro.
MICO: No me muevo de Los Ángeles.
RUI: Ni yo dejo Nueva York.
LUPU: En las tardes mi corazón palpita nervioso en Chicago.

De pronto llegan dos niños que se detienen a cierta distancia de la pared. Al  primero lo vimos minutos antes; el segundo lleva sobre el hombro el mismo bate de Lupu.

NIÑO 1: Es igualito.
NIÑO 2: ¡Como el qué soñaste!
NIÑO 1: Nos quedamos, así que vamos a darle.

Niño 2 recuesta el bate cerca de Rui y se aleja unos metros de la pared.
Las respiraciones de Lupu y compañía se agitan. Hay descontrol en sus miradas.
Niño 1 rebota la pelota contra el piso y luego contra el muro, Niño 2 la ataja e inmediatamente la estrella contra el muro, Niño 1 la atrapa y, así vuelve a repetirse la acción del juego infinitamente.



Oscuro lento



Cercerenica


Baúl cubierto con una sábana.
Aparece un Hombre joven: lleva una maleta,  la deja cerca, la abre.
Quita la sábana.
Destapa el baúl. Hace el equipaje con lo que saca del baúl: una mano protésica, una peluca, un soga con lazo, un ánfora, un zapato, unos lentes, un vestido de novia, un dulce nupcial, una pierna, tres gorras de béisbol y un bate. Cierra la maleta y el baúl: Coloca la sábana, ahora vieja y rota. Toma el equipaje y se marcha.

Silencio absoluto.

La sábana va cayendo hasta mostrar el baúl: se abre. Alrededor descienden cabezas: lo más parecidas a los personajes que se han visto durante la obra. También se escuchan trozos de los textos que se irán mezclando gradualmente creando un aparente caos sonoro.
Desde distintos puntos del escenario son expelidas más hojas: blancas, sucias, manchadas, escritas a mano, impresas, fotocopias, garabateadas, bocetos: podrían ser páginas de esta última pieza. 

Último sonido que se dejará escuchar hasta el final: “The torture never stops” de Frank Zappa.

Una feroz llamarada es expulsada desde el interior del baúl: imitación humana del fuego, éste a su vez se cierra violentamente. Un insecto gigante con el rostro de José Antonio Ramos Sucre se posa sobre el baúl.



Oscuro


 

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