HAMLET
Nota: Un sainete de un prólogo y cinco actos a partir del
“Hamlet” de William Shakespeare; del que sólo reproducimos el prólogo y el
primer acto.
PRÓLOGO
NOCHE
OSCURA,
TRISTE
Y CRUENTA
COMO
CUENTA DE DOCTOR.
PASA
EL CUERVO
PAVOROSO
DEL FAMOSO
NEVER MORE.
Y
LLEGAMOS
AL
PASILLO
AL
CASTILLO
DE
ELSINOR.
ACTO I
Escena Primera
(Azotea del Castillo. Francisco en su puesto de guardia.
Viene Bernardo a relevarlo).
BERNARDO.-
¿Quién anda allí?
FRANCISCO.-
¡Soy Francisco! ¿Y tú quién eres?
BERNARDO.-
¡Bernardo!
FRANCISCO.-
Con dos horas de retardo llegas hoy.
BERNARDO.-
Me importa un cisco… ¿Hay algo nuevo en palacio?
FRANCISCO.-
Nada, no… Mas, ¡voto al cielo! ¿Quién vive?
(Entran Marcelo y Horacio)
HORACIO.-
Yo soy Horacio y éste es mi carnal Marcelo.
MARCELO.-
¡Hola!
FRANCISCO.-
¿Qué tal, mala traza?
MARCELO.-
Aquí, bien…
FRANCISCO.-
¡Horacio mío! ¿Qué te traes a la terraza de noche y con tanto frío?
HORACIO.-
Vine por ver el fantasma.
FRANCISCO.-
¿De la ópera?
HORACIO.-
Tal vez.
MARCELO.-
Lo hice venir para que al muerto vea, porque no ha habido forma de que crea en
tal visión.
FRANCISCO.-
¡A ver si pescas un asma por semejante idiotez!
BERNARDO.-
Pues vas a retractarte, porque el muerto sí sale.
FRANCISCO.-
Por mi parte tan habituado estoy a ver la sombra, que, hablando francamente, no
me asombra.
HORACIO.-
¡Qué sombra ni qué sombra! Puro invento… A ver, Bernardo, a ver, repite el
cuento.
BERNARDO.-
Ya sé que es broma, pero toma asiento. (Se
sientan). Pues bien. En cierta ocasión en que la luna salía derramando
poesía por el norte o septentrión… (Sale
el fantasma).
FRANCISCO.-
¡Allí está la aparición!
TODOS.-
¡Miren qué casualidad!
BERNARDO.-
¿Ya ves que no era mentira? ¿Ya ves que sí era verdad?
HORACIO.-
¡La misma figura tiene del Rey, que descanse en paz…! Los bigotes son los
mismos, aunque más negros quizás…
FRANCISCO.-
Eso es que en el Purgatorio se los tiñen al llegar.
HORACIO.-
El Rey es, no cabe duda. ¿Pero qué viene a buscar? ¿Y por qué nos mira a todos
con tan profundo mirar…? ¡Marcelo, préstame el peine, que estoy erizado ya!
MARCELO.-
Dale una conversadita, tú que sabes conversar.
FRANCISCO.-
Pregúntale a qué se debe su presencia en el local.
HORACIO.-
Voy a ver si me contesta: (Llamando al
fantasma). ¡Majestad, Su Majestad! ¿A qué debemos el gusto de veros por la
ciudad? ¿Por qué dejasteis la tumba…? ¡Respondedme, Majestad! ¿Quién os llevó
de la rama que no estáis en el rosal?
(El fantasma no contesta ni fo)
BERNARDO.-
Como si hablara un perol.
MARCELO.-
¡Vaya, pues: un muerto mudo!
HORACIO.-
O sordo acaso…
FRANCISCO.-
Lo dudo: ni sordo ni sordomudo: es que éste le habla español y el difunto era
danés.
HORACIO.-
¿Sabrá inglés?
MARCELO.-
Pruébalo tú. Quizás…
HORACIO.-
Pues a ver si es cierto: ¡Míster Muerto! ¡Míster Muerto! ¿Jaguar yú?
BERNARDO.-
¡Se acerca!
MARCELO.-
¡Nos habla!
FRANCISCO.-
¡Voy a ver si escucho…!
FANTASMA.-
(Fantasmal) Hermano, Francisco, ¡no
te acerques mucho!
(Canta el gallo del Noticiero Pathé y el Fantasma se va).
MARCELO.-
¡Se escapó!
BERNARDO.-
¡Por esta esquina lo vi salir como un rayo!
HORACIO.-
Fue que oyó el canto del gallo…
FRANCISCO.-
¡Pues ni que fuera gallina!
BERNARDO.-
(A Horacio) ¿Asustado?
HORACIO.-
¡Vive el cielo! Tan asustado, que el pelo de nuevo se me ha parado: ¡Si no lo
tienes prestado préstame el peine, Marcelo!
(Pausa)
BERNARDO.-
Y bien, Horacio, ya has descubierto que lo del muerto no era invención… Ahora
dinos, si te apetece, ¿qué te parece la aparición?
HORACIO.-
Pues, por mi honor de soldado –y ojalá no esté en lo cierto- que alrededor de
ese muerto debe haber gato encerrado…
BERNARDO.-
Es cierto. Mas me parece que es cumplir con un deber contarle al Príncipe
Hamlet cuanto aquí pudimos ver.
HORACIO.-
Me parece bien a mí.
MARCELO.-
Y a mí me parece bien.
FRANCISCO.-
Le decimos que el fantasma vimos del difunto Rey, y a lo mejor se entusiasma y
viene a verlo también.
HORACIO.-
¡Vamos!
MARCELO.-
¡Vamos!
FRANCISCO.-
¡Vamos!
BERNARDO.-
¡Vamos!
Escena Segunda
(Gran salón del Castillo. Hay servido un banquete que
presiden Sus Majestades Claudio y Gertrudis, un par de joyas que se encaramaron
a juro en el trono del Rey difunto. Cerca de ellos, entre otros personajes
considerados como primeros chicharrones de la Corte, vemos a Polonio,
Chamberlán del Reino y anciano adulantísimo, y al hijo de éste, el joven
Laertes. El sombrío Hamlet permanece rezagado en un rincón, sumido en una
tristeza que no la brinca un venado).
REY.-
Aunque el fallecimiento de mi hermano el monarca mantiene todavía de luto a
Dinamarca que llora compungida su desaparición, yo he resuelto que hagamos de
tripas corazón, y que, aplicando aquello que dice: “El muerto al hoyo…”
pongamos una fiesta.
UN
INVITADO.- ¡Viva el arroz con pollo! (Floreo
de trompetas).
REY.-
Y ahora una noticia bastante macanuda: ¡Me casé con la joven e inconsolable
viuda!
(Estalla un nutrido aplauso con acompañamiento de hurras.
La orquesta ataca el sabroso “Jarabe Tapatío”, y la Reina se levanta de su
asiento para saludar a la afición, con las manos cogidas en alto, como hacen
los boxeadores).
REY.-
¡Así pues, mi amada se convierte en mi esposa, lo que quiere decir que ya
cambia la cosa!
POLONIO.-
(Adulantísimo) El matrimonio
celebróse junto con el enterramiento del difunto, y así Sus Majestades –valga
el giro- mataron dos pájaros de un tiro.
REY.-
(Chochísimo) ¡Y ahora, Reina mía, va
a brindar tu monarca por lo más pimientoso que ha visto Dinamarca!
(Trompetas en toque de atención).
UN
HERALDO.- (A los encargados de los
cohetes) ¡Que al levantar su copa el Soberano se forme un zaperoco
wagneriano!
UN
INVITADO.- ¡Viva el arroz con pollo!
(Brindis general con acompañamiento de cañonazos. Pausa.
Todos vuelven a sus asientos. Empieza la audiencia real).
REY.-
Y ahora, buen Laertes, ¿qué deseas? ¿Otra beca tal vez? Pues no lo creas: Las
reales alcancías no te pueden becar todos los días…
LAERTES.-
(Cayendo de rodillas) Señor, señor,
ha tiempo que me obceca la idea de pediros una beca para estudiar la industria
de encurtidos en Estados Unidos.
REY.-
Pues si mal no recuerdo, el mes pasado también fuiste becado para estudiar en
la Academia Sueca la influencia del cochino en la manteca.
POLONIO.-
(Regañando a su hijo y jalándole duro al
Rey) ¡Majestad, no le dé nada! ¡Muchacho, sé más discreto! ¡Si no dejas al
Rey quieto voy a darte una trompada! (Laertes
se pone a llorar furiosamente)
REY.-
¡Laertes, por favor, no llores tanto…!
LAERTES.-
¡Si no me becan, ay, no dejo el llanto!
REY.-
(Muy dictatorial, a sus Ministros)
¡Que le den lo que pidió para que salga de aquí porque yo lo mando así y aquí
quien manda soy yo!
(Su expresión se endulza al descubrir a Hamlet)
Y tú, querido Hamlet, mi sobrino, hijo mío, ¿por qué estás tan abúlico? ¿Por
qué estás tan sombrío? Dime, ¿qué pena tienes que tan hondo te escarba? ¡Piensa
que soy tu padre…!
HAMLET.-
(Más triste que el carrizo) ¡Padre,
no, sólo tío, y con toda la barba!
REY.-
¿Sigues envuelto en densos nubarrones?
HAMLET.-
¡No, señor, pero siento en los tendones y en todo el epitelio subcutáneo, un
gran deseo de volarme el cráneo y una cuita más triste que la cuita de Anita La
Huerfanita…!
REINA.-
No llores, Hamlet, y aclara tu semblante compungido, recuerda, Hamlet querido,
que a mal tiempo buena cara.
HAMLET.-
Yo lo sé, madre mía, pero mi pesadumbre no es como tú supones, una mala
costumbre, ni este pálido rostro se debe a la ictericia… ¡Es que yo miro al
mundo y a la humana injusticia, y no obstante el machismo de esta sangre
danesa, los suspiros se escapan de mi boca de fresa!
REINA.-
Pero yo no te permito que manifiestes tu duelo viendo siempre para el suelo
como buscando al viejito. Tú bien sabes que es humano, justo, fatal y hasta
bueno morirse tarde o temprano para abonar el terreno. ¿Por qué dejar que
taladre tu corazón esa muerte, si ese padre tuvo un padre que corrió la misma
suerte? ¿Y él lo lloró como ahora lloras tú la muerte suya? ¡Pero, caramba, ya
es hora de que tu llanto concluya!
REY.-
Y respecto a tu intención de dedicarte a torero, yo, sobrino, te sugiero que no
busques más cuestión.
REINA.-
(Arrebatada de buenas a primeras)
¡No te marches, no, quédate acá! ¡Que a mí la tauromaquia me da miedo!
HAMLET.-
(Iden) ¡Madre de mis entrañas yo me quedo, pero deja el escándalo,
mamá!
REY.-
Querido Hamlet, te felicito por tan honrosa contestación. (A la Reina) Vamos, mi negra, por un traguito, que esto reclama
celebración.
(Queda solo Hamlet)
HAMLET.-
¡Ah, si esta carne tan gruesa pudiera fundirse al sol como en caliente perol la
mantequilla danesa! ¡O que no fuese pecado tomar el arma suicida para salir de
esta vida por donde mismo se ha entrado!
¿Por
qué llevar de infelices esta mísera existencia donde tiene la decencia que
taparse las narices?
¡Ah,
si no hubiera sanción para quien va y se suicida, con cianuro en la comida se
arreglara la cuestión…!
¡Que
a dos meses enterrado quien fuera tan gran persona, ya sin mujer no corona lo
haya ese bicho dejado!
¡Y
que mi madre consienta que semejante hotentote la bese con un bigote que ya de
verlo revienta!
¡Ella,
que tuvo un esposo tan fino, tan exquisito, con un pelo tan bonito y un bigote
tan sabroso!
(Llegan Horacio y Marcelo).
HORACIO.-
¡Salud, milord!
HAMLET.-
(Abraza a Marcelo y habla a Horacio)
¡Horacio! ¿Qué hubo, Horacio? (Por el
que tiene abrazado) ¿Y éste quién es?
HORACIO.-
Marcelo.
HAMLET.-
(Abrazando ahora a Horacio y hablando a
Marcelo) ¡Marcelino! Y bien. ¿A qué vinisteis a Palacio?
HORACIO.-
Señor, a lo que todo el mundo vino: al entierro del viejo.
HAMLET.-
Deja, deja… Vinisteis a la boda de la vieja.
HORACIO.-
En verdad, fue un enlace… perentorio…
HAMLET.-
Economía, Horacio, economía: el café y los tabacos del velorio sirvieron en la
fiesta al otro día. (Furioso) ¡El
diablo…! ¡El mismo demonio debió cargar con mi ser antes que dejarme ver
semejante matrimonio…! ¡Que con un bicho tan feo se haya casado mi madre! ¡Qué
distinto era mi padre… Me parece que lo veo!
HORACIO.-
(Con interés) ¿En dónde?
HAMLET.-
(Con la mano en el pecho) ¡Aquí,
donde anima su amor como ardiente tea!
HORACIO.-
(Despectivo) Pues yo lo vi en la
azotea con una sábana encima.
HAMLET.-
¿Lo viste? ¿A quién?
HORACIO.-
Al monarca con sus barbas de patriarca, su armadura y su lanzón.
HAMLET.-
¿Allá arriba? ¡Oh, padre ingrato! ¿Por qué no bajaste un rato, si yo estaba en
el salón? (Pausa. Luego pensativo).
¿Conque el viejo?
HORACIO.-
Sí, señor.
HAMLET.-
¿Quiénes más vieron el fardo?
MARCELO.-
Pues Francisco, pues Bernardo y un seguro servidor.
HAMLET.-
¿Cómo sonaba su voz?
HORACIO
Y MARCELO.- ¡Atroz!
HAMLET.-
¿Y su color cómo era?
HORACIO
Y MARCELO.- ¡Como cera!
HAMLET.-
¿Qué tenía en la mirada?
MARCELO.-
¡Nada!
HAMLET.-
¡Pues vive Dios que es papá…! ¿Sois miedosos?
MARCELO.-
No. No semos.
HAMLET.-
Entonces a verlo iremos. Mañana lo esperaremos, y le hablaré o… ¡me hablará!
Escena Tercera
La acción pasa en la casa de Polonio. Conseguida la beca
para ir a estudiar la industria de encurtidos en los Estados Unidos. Laertes ha
preparado sus macundales y está listo para la partida. En este momento se
despide de su hermana Ofelia, una muchacha de quince años, ingenua como ella
sola, más cursi que una guitarra pintada al óleo y famosa por cierto platico
que le rompieron. Empieza la acción.
LAERTES.-
Mi equipaje está a bordo. ¡Adiós, hermana! Pronto te escribiré desde La Habana.
OFELIA.-
¿Me mandarás postales?
LAERTES.-
¡¿Más postales?!
OFELIA.-
(Cabizbaja) Es que yo tengo un álbum
de postales…
LAERTES.-
(A quien tanta ingenuidad conmueve)
¡Oh, mi tímida hermanita, manque lejos esta fiebre de aventuras me remita, tú
estarás en estos ojos y este pecho y esta sien cada vez que con sus músicas me
arroben las sonatas de Beethoven, los nocturnos de Chopin…! (Su expresión cambia al descubrir encima de
una repisa de carteles el retrato de Míster Hamlet) Y en cuanto a Hamlet,
mi querida Ofelia, devuélvele sus cartas y el retrato.
OFELIA.-
¿Por qué, gran Dios?
LAERTES.-
Porque ese mentecato puede causarte alguna contumelia.
OFELIA.-
Amor dice tenerme…
LAERTES.- No te ama: eres humilde tú, y él poderoso que
juega con tu amor como el ocioso que se pone a sacar un crucigrama.
(Entra Polonio, a tiempo de oír las últimas palabras)
POLONIO.-
¡Qué! ¿No te has ido aún? Lejos te hacía.
LAERTES.-
El barco no ha pitado.
POLONIO.-
¡Qué jumento! El pito para barco es un invento que a Dios gracias, no existe
todavía.
A
bordo, a bordo, pues; y aunque muy viejos, llévate de regalo estos consejos: Si
como un joven de novela aspiras a labrarte una buena posición, haz lo que
muchos en tu caso han hecho: ¡dedícate a doctor!
¿Que
tú no tienes vocación científica ni te llaman los partos la atención? ¿Qué la
yema del dedo no distingues de la yema del huevo de Colón? ¡Esas son tonterías!
Lo importante es que todos te digan “el dotol”.
Lo
importante es que obtengas tu diploma y te hagas retratar en camisón con tu
gallina negra en la cabeza, tu rollo de papel como un cañón, y ya está: lo
demás corre por cuenta del bacilo de Koch.
Con
los tiempos que corren de hambre, de crisis, de conflagración, la carrera de
médico es la única que deja resultado, sí señor…
(Suena la corneta de un automóvil de la época)
LAERTES.-
Porque dicen los sabios… ¡Hasta luego!
POLONIO.-
Desde la antigüedad…
LAERTES.-
¡Papá, me voy!
POLONIO.-
¡No interrumpas, imbécil…!
(Recordando de pronto que Polonio es su hijo y que estaba
de viaje). ¡Hijo, mío! ¡Regresaste tan pronto…!
¡Vive Dios!
POLONIO.-
¡Padre, si no me marcho va a dejarme el vapor! ¡Adiós, Ofelia!
OFELIA.-
¡Adiós, hermano mío!
LAERTES.-
¡Adiós, padre adorado!
POLONIO.-
¡Adiós!
LAERTES.-
¡Adiós!
(Sale Laertes).
POLONIO.-
Y bien, Ofelia, ¿qué te decía mi ausente hijo, cuando yo entré, respecto a
cierta fotografía?
OFELIA.-
Que a Míster Hamlet deje plantado; que le devuelva cuanto me ha dado y que lo
saque de un puntapié.
POLONIO.-
¿Cuántos regalos has recibido?
OFELIA.-
Unos bombones, que me he comido, una sortija, que ya empeñé, una novela que ya he prestado, un relojito garantizado y
una pantalla para el quinqué.
POLONIO.-
¡Nada, nada, es necesario que hagas al punto inventario de las cosas que te dio
y se les des de inmediato con las cartas y el retrato…!
OFELIA.-
¡Padre! ¡Padre…!
POLONIO.-
¡Se acabó!
(Pausa) ¡Vaya, pues, con la
mosquita! ¡Abrirle así el corazón al primero que le pita no lo hace una
señorita ni muchas que no lo son!
OFELIA.-
(Para sí, mortificada bañada en lágrimas
y estimando la equis en todo lo que ella vale). ¡Usar conmigo semejante
léxico! ¡Me dan ganas de irme para México!
POLONIO.-
(Suavizándose) Pero, hijita, ¿tú no
ves que es torpe, que es insensato andar buscándole al gato LOS TRES PIES?
OFELIA.-
(Pianísimo) Por favor, por favor,
padre mío ¿a qué viene ese escándalo atroz si, aunque el Príncipe Hamlet me ha escrito y unos cuantos regalos me dio,
es el caso que yo no le he dicho ni que sí, ni quizá ni que no?
POLONIO.-
(Aliviado) Entonces ya la cosa es
otra…
OFELIA.-
Cese, pues, vuestra rabia pavorosa y los vanos temores que os afligen…
POLONIO.-
¡Sí… pero esos regalos están mañana en su lugar de origen o te los hago
devolver a palos!
Escena Cuarta
(Azotea del Castillo de Elsinor. En su defecto puede
usarse el de Pérez Dupuy. Es la media noche, o por ahí por ahí. Llegan Horacio,
Marcelo y Hamlet).
HORACIO.-
¡Voto a Sanes que hace frío!
HAMLET.-
¡Y yo tan desabrigado…! Voy a pescar un resfriado de padre y muy señor mío.
¿Qué hora es?
HORACIO.-
Las doce ya.
HAMLET.-
¿Y a qué hora sale el difunto?
MARCELO.-
A las doce y pico y punto suele llegar.
(Suena un solemne cañonazo)
HAMLET.-
¡¡Ahí está!! (Cayendo de rodillas, con
un miedo padre, y abrazado a las piernas de Horacio). ¡Mármol en que Doña
Inés en cuerpo sin alma existe, deja que el alma de un triste llore un momento
a tus pies! (En el paroxismo del miedo,
arrastrándose como cochino con urticaria). ¡No, no me lleve, señor! ¡Ay,
que me ahorca! ¡Socorro!
HORACIO.-
Marcelo, quítate el gorro y échale fresco… ¡Milord! ¡Excelencia!
HAMLET.-
(Despertándose. Muy sí señor) ¿Qué
sucede?
HORACIO.-
Que el difunto no ha salido.
HAMLET.-
¿Pero entonces, tanto ruido de do carrizo procede?
HORACIO.-
Es que abajo en el salón una fiesta se celebra y al Rey le dio la ginebra por
jugar con el cañón.
HAMLET.-
¿Llega a tanto su osadía? ¿Jugar con la artillería como con…? ¡Ay, Dinamarca:
lo que es con este monarca te tocó la lotería!
(Meditativo, y muy hamletiano).
¡Para lo que han quedado los cañones con que ganó mi padre sus galones! ¡Para
que este cretino conspire contra el sueño del vecino! ¡Qué dirán las naciones
extranjeras de tan escandalosas borracheras! ¡Que así se desprestigie este
palacio! ¡Que así se arrastre un nombre por el suelo! ¡Qué desgracia tan
grande, buen Horacio!
HORACIO.-
(Abrazando a Marcelo) ¡Qué desgracia
tan grande, buen Marcelo!
HAMLET.-
(Desgarrándose las jotas como si acabara
de llegar de Sanjurjo). ¡Ah, pero nos espera un gran trabajo, pues aquí hay
que fruncir el entrecejo para que se termine ese relajo que ultraja la memoria
de mi viejo y que le hace decir al pueblo bajo que vamos para atrás, como el
cangrejo! y pues yo…
(Al volverse se encuentra cara a cara con el Fantasma,
que lo estaba casando hacía rato, y lanza un berrido espantoso).
Tercer episodio de esta
despampanante película.
(Seguimos en la azotea del Castillo. Mientras Hamlet
hablaba con Horacio y Marcelo sobre la escandalosa conducta de su tío Claudio,
Rey a juro de Dinamarca, ha aparecido el fantasma. Hamlet, horrorizado, cae de
rodillas.
HAMLET.-
(Al Fantasma) ¡Doña Inés, sombra
querida, alma de mi corazón, si me has de quitar la vida, espérame a la salida
mientras firmo la partida de mi propia defunción!
(El Fantasma se inclina hacia él y lo llama mimosamente
con el dedo, como el Lobo a Caperucita. En el colmo del terror, Hamlet se
abraza fuertemente a las piernas de Horacio, mientras gime):
HAMLET.-
¡No, no me sujetes, Horacio, que este muerto o lo que sea, no ha de salir del
palacio sin decir lo que desea! (Por
entre las piernas de Horacio, al Fantasma). ¡Y tú, siniestra visión, dime
cuál es la razón de que este mortal te vea con esa cara tan fea y ese traje de
latón!
HORACIO.-
Aparte os llama, señor. ¿No lo veis?
HAMLET.-
¡No, por el cielo! ¡A quien llama es a Marcelo que lo conoce mejor!
MARCELO.-
Entonces, ¿no vais?
HAMLET.-
¡No vois!
HORACIO.-
Allá vos… ¡Avergonzado debe estar ese finado de lo gallina que sois! (El Fantasma dice que sí con la cabeza)
HAMLET.-
(Herido en su amor propio) ¿Yo
gallina?
HORACIO.-
¡Sí señor!
HAMLET.-
¡Pues de tu lengua en castigo, ya verás cómo lo sigo…!
(Al Fantasma)
¡Cuando usted quiera, doctor! (El
Fantasma avanza, Dios sabe hacia dónde, seguido por Hamlet)
HORACIO.-
Sin duda es el Fantasma del Monarca, y aunque fuera infundado cualquier juicio,
para mí ese difunto es mal indicio: ¡huele a perro mojado en Dinamarca!
(Techo del Castillo. El Fantasma avanza seguido de
Hamlet)
HAMLET.-
No os sigo ni un paso más, pues tengo la lengua afuera y falta más escalera que
la que ha quedado atrás.
(Pausa. El Fantasma se detiene y se vuelve para hablarle
a Hamlet. Al soltar la cadena, ésta sigue sola, como si ya conociera el
camino).
FANTASMA.-
Escúchame…
HAMLET.-
¡Papá…!
FANTASMA.-
Ya se aproxima la hora de volver a mi tarima donde el Diablo me tiene en
tratamiento y donde me achicharro a fuego lento. (Pausa) ¡Ah… si vieras aquello!
HAMLET.-
¡No me entusiasma!
FANTASMA.-
¡Y pensar que es eterno!
HAMLET.-
¡Pobre Fantasma!
FANTASMA.-
¿Me escuchas, hijo mío?
HAMLET.-
¡Claro que escucho!
FANTASMA.-
Pues bien, será muy breve.
HAMLET.-
¡Me alegro mucho!
FANTASMA.-
Hamlet, tú nunca fuiste un hijo ingrato…
HAMLET.-
¡No, no! Yo te adoré desde chiquito. Pero, vamos al grano.
FANTASMA.-
Necesito que vengues el horrible asesinato que segó mi existencia.
HAMLET.-
¡¡¡Papaíto!!! ¿Crimen dijiste?
FANTASMA.-
Sí, crimen sombrío y de características feroces.
HAMLET.-
¡Dime quién fue para con pies veloces perdérmele de vista, padre mío…! ¿Conozco
al criminal?
FANTASMA.-
Sí lo conoces: ¡Mi propio hermano fue!
HAMLET.-
¡Mi propio tío! Entonces, ¿tu defunción no se debe a una mordida de serpiente
enfurecida, como afirma ese bribón?
FANTASMA.-
Acaso tenga razón, pues la ambición de poder lo transformó a su placer en
serpiente envenenada que en una sola sentada me comió hasta la mujer.
HAMLET.-
¡Voto al chápiro, papá: qué manera de comer…! Pero sigue, que saber quiero el
resto.
FANTASMA.-
Pues ahí va: Una tarde en mis jardines paseaba yo entre las rosas enlazando
mariposas de encendidos colorines, y en un lecho de jazmines me dormí como un
lirón. Al verme en tal situación deja el traidor su escondite y un veneno me
transmite de la oreja al corazón.
HAMLET.-
¡Voto al chápiro, papá: qué espantosa transmisión!
FANTASMA.-
(Convirtiendo el diálogo en un sabroso
mambo que bailará con Hamlet) Si este crimen te ha dolido, yo te pido por
favor que conviertas en astillas las costillas del traidor; y que al golpe
justiciero de tu acero vengador, me saques del castillo cual platillo volador.
HAMLET.-
(Tomando el mambo por su propia cuenta,
y haciendo el mismo juego que el Fantasma) Yo te juro que el leñazo de mi
brazo vengador no te deja ni el polvillo del Castillo de Elsinor. (Cacarea una gallina).
FANTASMA.-
Debo irme como un rayo, pues el gallo cantó ya: de tu viejo no te olvides y el
consejo que te da. Gud bay… Gud bay… (Se
evapora, apagándose en el aire como chispita de cohete).
HAMLET.-
¡Papi…! ¡Paaaapi!
VOZ
DEL FANTASMA.- Gud bay…
HAMLET.-¡Oh,
santos cielos…! ¡Mi padre asesinado por mi tío! Y mientras aquel sufre en los
infiernos el otro aquí durmiendo muy tranquilo. Gozando de su crimen el
provecho: ¡la viuda y la corona del viejito! ¡Pero no te impacientes, noble
anciano, que aquí está Hamlet, tu valiente hijo que no ha de reposar hasta
dejarlo como para chorizo!
HORACIO.-
(Entrando) ¡Don Hamlet…! ¡Míster
Hamlet!
MARCELO.-
(Entrando) ¡Excelencia!
HORACIO.-
¿Hablasteis con el muerto?
HAMLET.-
Largo rato.
HORACIO.-
¿Y sobre qué versó la conferencia? Relatadnos, señor.
HAMLET.-
Pues, no relato.
MARCELO.-
(Ofendido) ¡Vive Dios, que sois
ingrato!
HORACIO.-
No le reclames, Marcelo: si de lo que el muerto dijo quiere guardar el secreto,
que con su pan se lo coma. Ya no nosotros lo sabemos para no decirle nada
cuando aparezca otro muerto.
MARCELO.-
Tú tienes razón, Horacio: vamos a dejarlo quieto. Si yo quisiera difuntos, yo
los tendría por cientos, porque mi papá es amigo del dueño del cementerio.
¡Vámonos!
HAMLET.-
¡No…! Perdonadme: yo no he querido ofenderos ni quiero ejercer tampoco el
monopolio del muerto; y si ahora nada os digo es porque es muy largo el cuento
y aquí donde me miráis me estoy muriendo de sueño.
(Horacio y Marcelo se consultan)
HORACIO.-
El argumento es fuerte.
MARCELO.-
Muy robusto.
HORACIO.-
(A Hamlet) Disimulad, señor, nuestro
disgusto y marchad a dormir, que del espanto mañana se hablará.
HAMLET.-
Pero entre tanto, hacedme un gran favor.
HORACIO.-
Con mucho gusto.
(Hamlet pela por el estoque y lo tiende entre sus dos
amigos).
HAMLET.-
¿Me juráis sobre mi espada no decirle a nadie nada de lo que ha pasado aquí?
HORACIO
Y MARCELO.- ¡Sí!
HAMLET.-
¿Me prometéis que el asunto de ese espantoso difunto se quedará entre los tres?
HORACIO
Y MARCELO.- ¡¡Yes!!
HAMLET.-
¿Me prometéis que tampoco diréis ni esta boca es mía si me vierais algún día
haciendo cosas de loco cuyo coco no anda bien?
HORACIO
Y MARCELO.- ¡¡¡También!!!
HAMLET.-
¡Muy bien!
(Dirigiéndose in
abstracto al Rey). ¡Y tú, Rey fantoche,
diviértete, que mañana saldrás por esa ventana como gato a media noche!
(La próxima semana: Hamlet resuelve hacerse el loco con
el objeto de reclamar su derecho de nacer).