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Especialista en Teatro Venezolano

martes, 14 de febrero de 2012

Aquiles Nazoa

HAMLET




Nota: Un sainete de un prólogo y cinco actos a partir del “Hamlet” de William Shakespeare; del que sólo reproducimos el prólogo y el primer acto.



PRÓLOGO

NOCHE OSCURA,
TRISTE Y CRUENTA
COMO CUENTA DE DOCTOR.
PASA EL CUERVO
PAVOROSO
DEL FAMOSO
NEVER MORE.
Y LLEGAMOS
AL PASILLO
AL CASTILLO
DE ELSINOR.


ACTO I
Escena Primera

(Azotea del Castillo. Francisco en su puesto de guardia. Viene Bernardo a relevarlo).
BERNARDO.- ¿Quién anda allí?
FRANCISCO.- ¡Soy Francisco! ¿Y tú quién eres?
BERNARDO.- ¡Bernardo!
FRANCISCO.- Con dos horas de retardo llegas hoy.
BERNARDO.- Me importa un cisco… ¿Hay algo nuevo en palacio?
FRANCISCO.- Nada, no… Mas, ¡voto al cielo! ¿Quién vive?
(Entran Marcelo y Horacio)
HORACIO.- Yo soy Horacio y éste es mi carnal Marcelo.
MARCELO.- ¡Hola!
FRANCISCO.- ¿Qué tal, mala traza?
MARCELO.- Aquí, bien…
FRANCISCO.- ¡Horacio mío! ¿Qué te traes a la terraza de noche y con tanto frío?
HORACIO.- Vine por ver el fantasma.
FRANCISCO.- ¿De la ópera?
HORACIO.- Tal vez.
MARCELO.- Lo hice venir para que al muerto vea, porque no ha habido forma de que crea en tal visión.
FRANCISCO.- ¡A ver si pescas un asma por semejante idiotez!
BERNARDO.- Pues vas a retractarte, porque el muerto sí sale.
FRANCISCO.- Por mi parte tan habituado estoy a ver la sombra, que, hablando francamente, no me asombra.
HORACIO.- ¡Qué sombra ni qué sombra! Puro invento… A ver, Bernardo, a ver, repite el cuento.

BERNARDO.- Ya sé que es broma, pero toma asiento. (Se sientan). Pues bien. En cierta ocasión en que la luna salía derramando poesía por el norte o septentrión… (Sale el fantasma).
FRANCISCO.- ¡Allí está la aparición!
TODOS.- ¡Miren qué casualidad!
BERNARDO.- ¿Ya ves que no era mentira? ¿Ya ves que sí era verdad?
HORACIO.- ¡La misma figura tiene del Rey, que descanse en paz…! Los bigotes son los mismos, aunque más negros quizás…
FRANCISCO.- Eso es que en el Purgatorio se los tiñen al llegar.
HORACIO.- El Rey es, no cabe duda. ¿Pero qué viene a buscar? ¿Y por qué nos mira a todos con tan profundo mirar…? ¡Marcelo, préstame el peine, que estoy erizado ya!
MARCELO.- Dale una conversadita, tú que sabes conversar.
FRANCISCO.- Pregúntale a qué se debe su presencia en el local.
HORACIO.- Voy a ver si me contesta: (Llamando al fantasma). ¡Majestad, Su Majestad! ¿A qué debemos el gusto de veros por la ciudad? ¿Por qué dejasteis la tumba…? ¡Respondedme, Majestad! ¿Quién os llevó de la rama que no estáis en el rosal?
(El fantasma no contesta ni fo)
BERNARDO.- Como si hablara un perol.
MARCELO.- ¡Vaya, pues: un muerto mudo!
HORACIO.- O sordo acaso…
FRANCISCO.- Lo dudo: ni sordo ni sordomudo: es que éste le habla español y el difunto era danés.
HORACIO.- ¿Sabrá inglés?
MARCELO.- Pruébalo tú. Quizás…
HORACIO.- Pues a ver si es cierto: ¡Míster Muerto! ¡Míster Muerto! ¿Jaguar yú?
BERNARDO.- ¡Se acerca!
MARCELO.- ¡Nos habla!
FRANCISCO.- ¡Voy a ver si escucho…!
FANTASMA.- (Fantasmal) Hermano, Francisco, ¡no te acerques mucho!
(Canta el gallo del Noticiero Pathé y el Fantasma se va).
MARCELO.- ¡Se escapó!
BERNARDO.- ¡Por esta esquina lo vi salir como un rayo!
HORACIO.- Fue que oyó el canto del gallo…
FRANCISCO.- ¡Pues ni que fuera gallina!
BERNARDO.- (A Horacio) ¿Asustado?
HORACIO.- ¡Vive el cielo! Tan asustado, que el pelo de nuevo se me ha parado: ¡Si no lo tienes prestado préstame el peine, Marcelo!
(Pausa)
BERNARDO.- Y bien, Horacio, ya has descubierto que lo del muerto no era invención… Ahora dinos, si te apetece, ¿qué te parece la aparición?
HORACIO.- Pues, por mi honor de soldado –y ojalá no esté en lo cierto- que alrededor de ese muerto debe haber gato encerrado…
BERNARDO.- Es cierto. Mas me parece que es cumplir con un deber contarle al Príncipe Hamlet cuanto aquí pudimos ver.
HORACIO.- Me parece bien a mí.
MARCELO.- Y a mí me parece bien.
FRANCISCO.- Le decimos que el fantasma vimos del difunto Rey, y a lo mejor se entusiasma y viene a verlo también.
HORACIO.- ¡Vamos!
MARCELO.- ¡Vamos!
FRANCISCO.- ¡Vamos!
BERNARDO.- ¡Vamos!



Escena Segunda

(Gran salón del Castillo. Hay servido un banquete que presiden Sus Majestades Claudio y Gertrudis, un par de joyas que se encaramaron a juro en el trono del Rey difunto. Cerca de ellos, entre otros personajes considerados como primeros chicharrones de la Corte, vemos a Polonio, Chamberlán del Reino y anciano adulantísimo, y al hijo de éste, el joven Laertes. El sombrío Hamlet permanece rezagado en un rincón, sumido en una tristeza que no la brinca un venado).
REY.- Aunque el fallecimiento de mi hermano el monarca mantiene todavía de luto a Dinamarca que llora compungida su desaparición, yo he resuelto que hagamos de tripas corazón, y que, aplicando aquello que dice: “El muerto al hoyo…” pongamos una fiesta.
UN INVITADO.- ¡Viva el arroz con pollo! (Floreo de trompetas).
REY.- Y ahora una noticia bastante macanuda: ¡Me casé con la joven e inconsolable viuda!
(Estalla un nutrido aplauso con acompañamiento de hurras. La orquesta ataca el sabroso “Jarabe Tapatío”, y la Reina se levanta de su asiento para saludar a la afición, con las manos cogidas en alto, como hacen los boxeadores).
REY.- ¡Así pues, mi amada se convierte en mi esposa, lo que quiere decir que ya cambia la cosa!
POLONIO.- (Adulantísimo) El matrimonio celebróse junto con el enterramiento del difunto, y así Sus Majestades –valga el giro- mataron dos pájaros de un tiro.
REY.- (Chochísimo) ¡Y ahora, Reina mía, va a brindar tu monarca por lo más pimientoso que ha visto Dinamarca!
(Trompetas en toque de atención). 
UN HERALDO.- (A los encargados de los cohetes) ¡Que al levantar su copa el Soberano se forme un zaperoco wagneriano!
UN INVITADO.- ¡Viva el arroz con pollo!
(Brindis general con acompañamiento de cañonazos. Pausa. Todos vuelven a sus asientos. Empieza la audiencia real).
REY.- Y ahora, buen Laertes, ¿qué deseas? ¿Otra beca tal vez? Pues no lo creas: Las reales alcancías no te pueden becar todos los días…
LAERTES.- (Cayendo de rodillas) Señor, señor, ha tiempo que me obceca la idea de pediros una beca para estudiar la industria de encurtidos en Estados Unidos.
REY.- Pues si mal no recuerdo, el mes pasado también fuiste becado para estudiar en la Academia Sueca la influencia del cochino en la manteca.
POLONIO.- (Regañando a su hijo y jalándole duro al Rey) ¡Majestad, no le dé nada! ¡Muchacho, sé más discreto! ¡Si no dejas al Rey quieto voy a darte una trompada! (Laertes se pone a llorar furiosamente)
REY.- ¡Laertes, por favor, no llores tanto…!
LAERTES.- ¡Si no me becan, ay, no dejo el llanto!
REY.- (Muy dictatorial, a sus Ministros) ¡Que le den lo que pidió para que salga de aquí porque yo lo mando así y aquí quien manda soy yo!
(Su expresión se endulza al descubrir a Hamlet) Y tú, querido Hamlet, mi sobrino, hijo mío, ¿por qué estás tan abúlico? ¿Por qué estás tan sombrío? Dime, ¿qué pena tienes que tan hondo te escarba? ¡Piensa que soy tu padre…!
HAMLET.- (Más triste que el carrizo) ¡Padre, no, sólo tío, y con toda la barba!
REY.- ¿Sigues envuelto en densos nubarrones?
HAMLET.- ¡No, señor, pero siento en los tendones y en todo el epitelio subcutáneo, un gran deseo de volarme el cráneo y una cuita más triste que la cuita de Anita La Huerfanita…!
REINA.- No llores, Hamlet, y aclara tu semblante compungido, recuerda, Hamlet querido, que a mal tiempo buena cara.
HAMLET.- Yo lo sé, madre mía, pero mi pesadumbre no es como tú supones, una mala costumbre, ni este pálido rostro se debe a la ictericia… ¡Es que yo miro al mundo y a la humana injusticia, y no obstante el machismo de esta sangre danesa, los suspiros se escapan de mi boca de fresa!
REINA.- Pero yo no te permito que manifiestes tu duelo viendo siempre para el suelo como buscando al viejito. Tú bien sabes que es humano, justo, fatal y hasta bueno morirse tarde o temprano para abonar el terreno. ¿Por qué dejar que taladre tu corazón esa muerte, si ese padre tuvo un padre que corrió la misma suerte? ¿Y él lo lloró como ahora lloras tú la muerte suya? ¡Pero, caramba, ya es hora de que tu llanto concluya!
REY.- Y respecto a tu intención de dedicarte a torero, yo, sobrino, te sugiero que no busques más cuestión.
REINA.- (Arrebatada de buenas a primeras) ¡No te marches, no, quédate acá! ¡Que a mí la tauromaquia me da miedo!
HAMLET.- (Iden) ¡Madre de mis entrañas  yo me quedo, pero deja el escándalo, mamá! 
REY.- Querido Hamlet, te felicito por tan honrosa contestación. (A la Reina) Vamos, mi negra, por un traguito, que esto reclama celebración.
(Queda solo Hamlet)
HAMLET.- ¡Ah, si esta carne tan gruesa pudiera fundirse al sol como en caliente perol la mantequilla danesa! ¡O que no fuese pecado tomar el arma suicida para salir de esta vida por donde mismo se ha entrado!
¿Por qué llevar de infelices esta mísera existencia donde tiene la decencia que taparse las narices?
¡Ah, si no hubiera sanción para quien va y se suicida, con cianuro en la comida se arreglara la cuestión…!
¡Que a dos meses enterrado quien fuera tan gran persona, ya sin mujer no corona lo haya ese bicho dejado!
¡Y que mi madre consienta que semejante hotentote la bese con un bigote que ya de verlo revienta!
¡Ella, que tuvo un esposo tan fino, tan exquisito, con un pelo tan bonito y un bigote tan sabroso!
(Llegan Horacio y Marcelo).
HORACIO.- ¡Salud, milord!
HAMLET.- (Abraza a Marcelo y habla a Horacio) ¡Horacio! ¿Qué hubo, Horacio? (Por el que tiene abrazado) ¿Y éste quién es?
HORACIO.- Marcelo.
HAMLET.- (Abrazando ahora a Horacio y hablando a Marcelo) ¡Marcelino! Y bien. ¿A qué vinisteis a Palacio?
HORACIO.- Señor, a lo que todo el mundo vino: al entierro del viejo.
HAMLET.- Deja, deja… Vinisteis a la boda de la vieja.
HORACIO.- En verdad, fue un enlace… perentorio…
HAMLET.- Economía, Horacio, economía: el café y los tabacos del velorio sirvieron en la fiesta al otro día. (Furioso) ¡El diablo…! ¡El mismo demonio debió cargar con mi ser antes que dejarme ver semejante matrimonio…! ¡Que con un bicho tan feo se haya casado mi madre! ¡Qué distinto era mi padre… Me parece que lo veo!
HORACIO.- (Con interés) ¿En dónde?
HAMLET.- (Con la mano en el pecho) ¡Aquí, donde anima su amor como ardiente tea!
HORACIO.- (Despectivo) Pues yo lo vi en la azotea con una sábana encima.
HAMLET.- ¿Lo viste? ¿A quién?
HORACIO.- Al monarca con sus barbas de patriarca, su armadura y su lanzón.
HAMLET.- ¿Allá arriba? ¡Oh, padre ingrato! ¿Por qué no bajaste un rato, si yo estaba en el salón? (Pausa. Luego pensativo). ¿Conque el viejo?
HORACIO.- Sí, señor.
HAMLET.- ¿Quiénes más vieron el fardo?
MARCELO.- Pues Francisco, pues Bernardo y un seguro servidor.
HAMLET.- ¿Cómo sonaba su voz?
HORACIO Y MARCELO.- ¡Atroz!
HAMLET.- ¿Y su color cómo era?
HORACIO Y MARCELO.- ¡Como cera!
HAMLET.- ¿Qué tenía en la mirada?
MARCELO.- ¡Nada!
HAMLET.- ¡Pues vive Dios que es papá…! ¿Sois miedosos?
MARCELO.- No. No semos.
HAMLET.- Entonces a verlo iremos. Mañana lo esperaremos, y le hablaré o… ¡me hablará!


Escena Tercera
La acción pasa en la casa de Polonio. Conseguida la beca para ir a estudiar la industria de encurtidos en los Estados Unidos. Laertes ha preparado sus macundales y está listo para la partida. En este momento se despide de su hermana Ofelia, una muchacha de quince años, ingenua como ella sola, más cursi que una guitarra pintada al óleo y famosa por cierto platico que le rompieron. Empieza la acción.
LAERTES.- Mi equipaje está a bordo. ¡Adiós, hermana! Pronto te escribiré desde La Habana.
OFELIA.- ¿Me mandarás postales?
LAERTES.- ¡¿Más postales?!
OFELIA.- (Cabizbaja) Es que yo tengo un álbum de postales…
LAERTES.- (A quien tanta ingenuidad conmueve) ¡Oh, mi tímida hermanita, manque lejos esta fiebre de aventuras me remita, tú estarás en estos ojos y este pecho y esta sien cada vez que con sus músicas me arroben las sonatas de Beethoven, los nocturnos de Chopin…! (Su expresión cambia al descubrir encima de una repisa de carteles el retrato de Míster Hamlet) Y en cuanto a Hamlet, mi querida Ofelia, devuélvele sus cartas y el retrato.
OFELIA.- ¿Por qué, gran Dios?
LAERTES.- Porque ese mentecato puede causarte alguna contumelia.
OFELIA.- Amor dice tenerme…
LAERTES.-  No te ama: eres humilde tú, y él poderoso que juega con tu amor como el ocioso que se pone a sacar un crucigrama.
(Entra Polonio, a tiempo de oír las últimas palabras)
POLONIO.- ¡Qué! ¿No te has ido aún? Lejos te hacía.
LAERTES.- El barco no ha pitado.
POLONIO.- ¡Qué jumento! El pito para barco es un invento que a Dios gracias, no existe todavía.
A bordo, a bordo, pues; y aunque muy viejos, llévate de regalo estos consejos: Si como un joven de novela aspiras a labrarte una buena posición, haz lo que muchos en tu caso han hecho: ¡dedícate a doctor!
¿Que tú no tienes vocación científica ni te llaman los partos la atención? ¿Qué la yema del dedo no distingues de la yema del huevo de Colón? ¡Esas son tonterías! Lo importante es que todos te digan “el dotol”.
Lo importante es que obtengas tu diploma y te hagas retratar en camisón con tu gallina negra en la cabeza, tu rollo de papel como un cañón, y ya está: lo demás corre por cuenta del bacilo de Koch.
Con los tiempos que corren de hambre, de crisis, de conflagración, la carrera de médico es la única que deja resultado, sí señor…
(Suena la corneta de un automóvil de la época)
LAERTES.- Porque dicen los sabios… ¡Hasta luego!
POLONIO.- Desde la antigüedad…
LAERTES.- ¡Papá, me voy!
POLONIO.- ¡No interrumpas, imbécil…!
(Recordando de pronto que Polonio es su hijo y que estaba de viaje). ¡Hijo, mío! ¡Regresaste tan pronto…! ¡Vive Dios!
POLONIO.- ¡Padre, si no me marcho va a dejarme el vapor! ¡Adiós, Ofelia!
OFELIA.- ¡Adiós, hermano mío!
LAERTES.- ¡Adiós, padre adorado!
POLONIO.- ¡Adiós!
LAERTES.- ¡Adiós!
(Sale Laertes).
POLONIO.- Y bien, Ofelia, ¿qué te decía mi ausente hijo, cuando yo entré, respecto a cierta fotografía?
OFELIA.- Que a Míster Hamlet deje plantado; que le devuelva cuanto me ha dado y que lo saque de un puntapié.
POLONIO.- ¿Cuántos regalos has recibido?
OFELIA.- Unos bombones, que me he comido, una sortija, que ya empeñé, una novela  que ya he prestado, un relojito garantizado y una pantalla para el quinqué.
POLONIO.- ¡Nada, nada, es necesario que hagas al punto inventario de las cosas que te dio y se les des de inmediato con las cartas y el retrato…!
OFELIA.- ¡Padre! ¡Padre…!
POLONIO.- ¡Se acabó!
(Pausa) ¡Vaya, pues, con la mosquita! ¡Abrirle así el corazón al primero que le pita no lo hace una señorita ni muchas que no lo son!
OFELIA.- (Para sí, mortificada bañada en lágrimas y estimando la equis en todo lo que ella vale). ¡Usar conmigo semejante léxico! ¡Me dan ganas de irme para México!
POLONIO.- (Suavizándose) Pero, hijita, ¿tú no ves que es torpe, que es insensato andar buscándole al gato LOS TRES PIES?
OFELIA.- (Pianísimo) Por favor, por favor, padre mío ¿a qué viene ese escándalo atroz si, aunque el Príncipe Hamlet  me ha escrito y unos cuantos regalos me dio, es el caso que yo no le he dicho ni que sí, ni quizá ni que no?
POLONIO.- (Aliviado) Entonces ya la cosa es otra…
OFELIA.- Cese, pues, vuestra rabia pavorosa y los vanos temores que os afligen…
POLONIO.- ¡Sí… pero esos regalos están mañana en su lugar de origen o te los hago devolver a palos!
Escena Cuarta
(Azotea del Castillo de Elsinor. En su defecto puede usarse el de Pérez Dupuy. Es la media noche, o por ahí por ahí. Llegan Horacio, Marcelo y Hamlet).
HORACIO.- ¡Voto a Sanes que hace frío!
HAMLET.- ¡Y yo tan desabrigado…! Voy a pescar un resfriado de padre y muy señor mío. ¿Qué hora es?
HORACIO.- Las doce ya.
HAMLET.- ¿Y a qué hora sale el difunto?
MARCELO.- A las doce y pico y punto suele llegar.
(Suena un solemne cañonazo)
HAMLET.- ¡¡Ahí está!! (Cayendo de rodillas, con un miedo padre, y abrazado a las piernas de Horacio). ¡Mármol en que Doña Inés en cuerpo sin alma existe, deja que el alma de un triste llore un momento a tus pies! (En el paroxismo del miedo, arrastrándose como cochino con urticaria). ¡No, no me lleve, señor! ¡Ay, que me ahorca! ¡Socorro!
HORACIO.- Marcelo, quítate el gorro y échale fresco… ¡Milord! ¡Excelencia!
HAMLET.- (Despertándose. Muy sí señor) ¿Qué sucede?
HORACIO.- Que el difunto no ha salido.
HAMLET.- ¿Pero entonces, tanto ruido de do carrizo procede?
HORACIO.- Es que abajo en el salón una fiesta se celebra y al Rey le dio la ginebra por jugar con el cañón.
HAMLET.- ¿Llega a tanto su osadía? ¿Jugar con la artillería como con…? ¡Ay, Dinamarca: lo que es con este monarca te tocó la lotería!
(Meditativo, y muy hamletiano). ¡Para lo que han quedado los cañones con que ganó mi padre sus galones! ¡Para que este cretino conspire contra el sueño del vecino! ¡Qué dirán las naciones extranjeras de tan escandalosas borracheras! ¡Que así se desprestigie este palacio! ¡Que así se arrastre un nombre por el suelo! ¡Qué desgracia tan grande, buen Horacio!
HORACIO.- (Abrazando a Marcelo) ¡Qué desgracia tan grande, buen Marcelo!
HAMLET.- (Desgarrándose las jotas como si acabara de llegar de Sanjurjo). ¡Ah, pero nos espera un gran trabajo, pues aquí hay que fruncir el entrecejo para que se termine ese relajo que ultraja la memoria de mi viejo y que le hace decir al pueblo bajo que vamos para atrás, como el cangrejo! y pues yo…
(Al volverse se encuentra cara a cara con el Fantasma, que lo estaba casando hacía rato, y lanza un berrido espantoso).







Tercer episodio de esta
despampanante película.
(Seguimos en la azotea del Castillo. Mientras Hamlet hablaba con Horacio y Marcelo sobre la escandalosa conducta de su tío Claudio, Rey a juro de Dinamarca, ha aparecido el fantasma. Hamlet, horrorizado, cae de rodillas.
HAMLET.- (Al Fantasma) ¡Doña Inés, sombra querida, alma de mi corazón, si me has de quitar la vida, espérame a la salida mientras firmo la partida de mi propia defunción!
(El Fantasma se inclina hacia él y lo llama mimosamente con el dedo, como el Lobo a Caperucita. En el colmo del terror, Hamlet se abraza fuertemente a las piernas de Horacio, mientras gime):
HAMLET.- ¡No, no me sujetes, Horacio, que este muerto o lo que sea, no ha de salir del palacio sin decir lo que desea! (Por entre las piernas de Horacio, al Fantasma). ¡Y tú, siniestra visión, dime cuál es la razón de que este mortal te vea con esa cara tan fea y ese traje de latón!
HORACIO.- Aparte os llama, señor. ¿No lo veis?
HAMLET.- ¡No, por el cielo! ¡A quien llama es a Marcelo que lo conoce mejor!
MARCELO.- Entonces, ¿no vais?
HAMLET.- ¡No vois!
HORACIO.- Allá vos… ¡Avergonzado debe estar ese finado de lo gallina que sois! (El Fantasma dice que sí con la cabeza)
HAMLET.- (Herido en su amor propio) ¿Yo gallina?
HORACIO.- ¡Sí señor!
HAMLET.- ¡Pues de tu lengua en castigo, ya verás cómo lo sigo…!
(Al Fantasma) ¡Cuando usted quiera, doctor! (El Fantasma avanza, Dios sabe hacia dónde, seguido por Hamlet)
HORACIO.- Sin duda es el Fantasma del Monarca, y aunque fuera infundado cualquier juicio, para mí ese difunto es mal indicio: ¡huele a perro mojado en Dinamarca!
(Techo del Castillo. El Fantasma avanza seguido de Hamlet)
HAMLET.- No os sigo ni un paso más, pues tengo la lengua afuera y falta más escalera que la que ha quedado atrás.
(Pausa. El Fantasma se detiene y se vuelve para hablarle a Hamlet. Al soltar la cadena, ésta sigue sola, como si ya conociera el camino).
FANTASMA.- Escúchame…
HAMLET.- ¡Papá…!
FANTASMA.- Ya se aproxima la hora de volver a mi tarima donde el Diablo me tiene en tratamiento y donde me achicharro a fuego lento. (Pausa) ¡Ah… si vieras aquello!
HAMLET.- ¡No me entusiasma!
FANTASMA.- ¡Y pensar que es eterno!
HAMLET.- ¡Pobre Fantasma!
FANTASMA.- ¿Me escuchas, hijo mío?
HAMLET.- ¡Claro que escucho!
FANTASMA.- Pues bien, será muy breve.
HAMLET.- ¡Me alegro mucho!
FANTASMA.- Hamlet, tú nunca fuiste un hijo ingrato…
HAMLET.- ¡No, no! Yo te adoré desde chiquito. Pero, vamos al grano.
FANTASMA.- Necesito que vengues el horrible asesinato que segó mi existencia.
HAMLET.- ¡¡¡Papaíto!!! ¿Crimen dijiste?
FANTASMA.- Sí, crimen sombrío y de características feroces.
HAMLET.- ¡Dime quién fue para con pies veloces perdérmele de vista, padre mío…! ¿Conozco al criminal?
FANTASMA.- Sí lo conoces: ¡Mi propio hermano fue!
HAMLET.- ¡Mi propio tío! Entonces, ¿tu defunción no se debe a una mordida de serpiente enfurecida, como afirma ese bribón?
FANTASMA.- Acaso tenga razón, pues la ambición de poder lo transformó a su placer en serpiente envenenada que en una sola sentada me comió hasta la mujer.
HAMLET.- ¡Voto al chápiro, papá: qué manera de comer…! Pero sigue, que saber quiero el resto.
FANTASMA.- Pues ahí va: Una tarde en mis jardines paseaba yo entre las rosas enlazando mariposas de encendidos colorines, y en un lecho de jazmines me dormí como un lirón. Al verme en tal situación deja el traidor su escondite y un veneno me transmite de la oreja al corazón.
HAMLET.- ¡Voto al chápiro, papá: qué espantosa transmisión!
FANTASMA.- (Convirtiendo el diálogo en un sabroso mambo que bailará con Hamlet) Si este crimen te ha dolido, yo te pido por favor que conviertas en astillas las costillas del traidor; y que al golpe justiciero de tu acero vengador, me saques del castillo cual platillo volador.
HAMLET.- (Tomando el mambo por su propia cuenta, y haciendo el mismo juego que el Fantasma) Yo te juro que el leñazo de mi brazo vengador no te deja ni el polvillo del Castillo de Elsinor. (Cacarea una gallina).
FANTASMA.- Debo irme como un rayo, pues el gallo cantó ya: de tu viejo no te olvides y el consejo que te da. Gud bay… Gud bay… (Se evapora, apagándose en el aire como chispita de cohete).
HAMLET.- ¡Papi…! ¡Paaaapi!
VOZ DEL FANTASMA.- Gud bay…
HAMLET.-¡Oh, santos cielos…! ¡Mi padre asesinado por mi tío! Y mientras aquel sufre en los infiernos el otro aquí durmiendo muy tranquilo. Gozando de su crimen el provecho: ¡la viuda y la corona del viejito! ¡Pero no te impacientes, noble anciano, que aquí está Hamlet, tu valiente hijo que no ha de reposar hasta dejarlo como para chorizo!
HORACIO.- (Entrando) ¡Don Hamlet…! ¡Míster Hamlet!
MARCELO.- (Entrando) ¡Excelencia!
HORACIO.- ¿Hablasteis con el muerto?
HAMLET.- Largo rato.
HORACIO.- ¿Y sobre qué versó la conferencia? Relatadnos, señor.
HAMLET.- Pues, no relato.
MARCELO.- (Ofendido) ¡Vive Dios, que sois ingrato!
HORACIO.- No le reclames, Marcelo: si de lo que el muerto dijo quiere guardar el secreto, que con su pan se lo coma. Ya no nosotros lo sabemos para no decirle nada cuando aparezca otro muerto.
MARCELO.- Tú tienes razón, Horacio: vamos a dejarlo quieto. Si yo quisiera difuntos, yo los tendría por cientos, porque mi papá es amigo del dueño del cementerio. ¡Vámonos!
HAMLET.- ¡No…! Perdonadme: yo no he querido ofenderos ni quiero ejercer tampoco el monopolio del muerto; y si ahora nada os digo es porque es muy largo el cuento y aquí donde me miráis me estoy muriendo de sueño.
(Horacio y Marcelo se consultan)
HORACIO.- El argumento es fuerte.
MARCELO.- Muy robusto.
HORACIO.- (A Hamlet) Disimulad, señor, nuestro disgusto y marchad a dormir, que del espanto mañana se hablará.
HAMLET.- Pero entre tanto, hacedme un gran favor.
HORACIO.- Con mucho gusto.
(Hamlet pela por el estoque y lo tiende entre sus dos amigos).
HAMLET.- ¿Me juráis sobre mi espada no decirle a nadie nada de lo que ha pasado aquí?
HORACIO Y MARCELO.- ¡Sí!
HAMLET.- ¿Me prometéis que el asunto de ese espantoso difunto se quedará entre los tres?
HORACIO Y MARCELO.- ¡¡Yes!!
HAMLET.- ¿Me prometéis que tampoco diréis ni esta boca es mía si me vierais algún día haciendo cosas de loco cuyo coco no anda bien?
HORACIO Y MARCELO.- ¡¡¡También!!!
HAMLET.- ¡Muy bien!
(Dirigiéndose in abstracto al Rey). ¡Y tú, Rey fantoche, diviértete, que mañana saldrás por esa ventana como gato a media noche!

(La próxima semana: Hamlet resuelve hacerse el loco con el objeto de reclamar su derecho de nacer).