Datos personales

Especialista en Teatro Venezolano

martes, 14 de febrero de 2012

Ricardo Acosta

INFIERNOS




EL ASFALTO DE LOS INFIERNOS
MONÓLOGO



Mención especial de calidad en el Concurso de Teatro
de la Facultad de Humanidades y Educación
de la Universidad del Zulia
correspondiente al año de 1967.






A Eduardo Morreo B.





          Cuando todo está perdido, quedan las palabras. El pensar en la voz alta de los desesperados, el tener el cuerpo envuelto en una malla negra y vestirlo con redes o desvestirlo con las gasas del olvido.
          Algunos espejos de ángulos irregulares nacen desde el suelo, y rotos, van creciendo hacia lo alto. Rodean el cuarto y aprisionan la rara cama. Recogen parte del cuerpo y lo devuelven en pedazos; brillan con potencia al auspicio de las grandes manchas negras de la pared que va creciendo, junto con las palabras, hasta llegar a mostrar el mundo de las grietas del asfalto.
          Los recuerdos florecen en la lejanía de un canto plano e infantil; los muñecos se deshacen en la escena; la música entra y sale con la violencia de las grandes catástrofes; el agua se sugiere. Los gestos se hacen algunas veces terribles y grandes, otras veces pequeños y sencillos.
          La ventana aparece sostenida por los espejos más bajos y sus puertas no pueden abrirse.




Una mujer de cabellos lagos y sueltos.
Con sigilo lleva los zapatos en una mano, y con la otra hace la señal del silencio.
¡Tarde!
¿Tarde? Responde, responde, pues…
¡Anda! ¡Responde!
¿Te has cansado de esperar por mí? Si es eso, dilo…
Te basta pronunciar solamente algunas palabras y… ¡Es más fácil!
¿No quieres hacerlo? ¿Crees realmente que el silencio hace más daño que las palabras?
Algunas veces eso es cierto, hermana, pero no siempre…
        No siempre…
¿Quieres que aguarde aquí hasta que aparezca la mañana y luego el día y la noche y la otra mañana y…?
Los celajes al anochecer presagian buen tiempo. Está bien. Me iluminaré con esa pequeña luz que me han dejado y esperaré… esperaré… esperaré….
¿Es eso realmente lo que tú quieres?
Hoy es tu día… Uno de esos en los cuales tu silencio es más elocuente que tus palabras, pero… ¿sabes?, me gustaría… algún día, claro, saber…saber quién de nosotras dos se divierte más con este juego cotidiano.
¿Acaso tú?
¿Yo? (Cubre el espejo con una sábana). ¿Tú?
¿Yo? ¿Acaso yo?
(Descubre el espejo con violencia) ¿Nosotras?
Hasta ahora, creo que ninguna de las tres mujeres en el juego tenemos muchas cosas para divertirnos. ¿Qué piensas tú de todo esto? Somos tres mujeres. Tú, yo y… nosotras. Una sola  en verdad.
¿Tiene esto alguna importancia?
¡Habla! ¿Qué ganas con evadirme?
Lo opuesto a la palabra es la muerte. ¿Vives? ¿Has muerto ya? ¿Tan temprano?
Habla… habla… ¡Habla!
Cúbreme con tus palabras.
Poséeme con tus palabras.
Tenme un instante al menos con tus palabras.
Soy tú.
Estoy aquí. Quiero escucharte.
Quiero escucharte.
Háblame… háblame… háblame…
(Permanece de hinojos)
Ya que no quieres hablarme, te diré algo: yo no soy quien se divierte más con esas cosas…
        yo no soy…
                ¿Tú?
(Comienza a levantarse, horror)
Ahora veo bien tu rostro, que mis ojos comienzan a acostumbrarse a esta penumbra en donde tú habitas, algo muy íntimo y secreto brota de mí hacia ti.
También de ti hacia mí.
Algo que siento dentro de mí muy tierno y muy delicado y que no podría explicártelo… Algo de mi ternura siempre escondida y humillada…
¡Oh!
No sé a qué vienen esas cosas…
Será quizá porque… anoche estuve toda la noche pensando en ti, en mí, en nosotras… en todas las cosas que nos rodean y nos hunden en este río poderoso de días y de noches y de más días y demás noches…
Veía tu rostro
dentro de mí crecer, te imaginaba aquí, sentada, envuelta el humo, con las garras al acecho de mi llegada para devorarme… devorarme poco a poco, siniestra, implacable…con esa crueldad que adorna tu rostro y tu angustia…
Mientras más tu rostro crecía dentro de mí, más caía tu máscara terrible, entonces también te veía tierna e insegura, sola y con miedo. Un miedo largo, afilado y frío como un cuchillo asesino…
¿Sabes? Todas estas cosas, los recuerdos, las cosas que a mis ojos llegan y son tragadas al instante; mis manos que se alargan y se cierran y se vuelven a abrir para encontrarse siempre vacías; mis piernas que me arrastran y me arrastran sin cesar hacia los más lejanos lugares para nunca encontrar nada, son las que me han hecho llegar un poco más tarde que siempre…
¡Te odio! ¡Te odio!
Mientras más crecía tu imagen en mí, más te odiaba y más te odio…
        ¡Te odio!
¡Te odio tanto como tú a mí me odias! ¡Te odio!
¿Estamos ahora en paz?
¿Al menos por esta hora?
Me has hecho odiarte en la medida que ellos han hecho que tú a mí me odies…
Ahora estamos en paz. La víctima ha confesado. Todo el universo está en paz. Me confieso culpable y…
Ha comenzado a nacer la mañana. Por entre los celajes la luz trepa hasta aprisionar nuestros ojos, hasta morar dentro de nosotras…
        ¿No es bello así vivir?
Luz desde la ventana cae sobre su rostro.
Todo continúa. Todo ha de continuar. Cambiaremos el rostro, hermana, cambiaremos…
A veces logramos engañarnos un poco a nosotras mismas, ¿verdad, hermana? Un poco de ilusión. Solamente un poco de ilusión. Es todo lo que pedimos. Es todo…
Se lava el rostro.
¡Agua maldita!
¡Agua condenada y sucia…!
Solamente eso… Eso… ¿Puedes verlo, hermana? El último resto de la noche… ahora… agua sucia… agua maldita… solamente eso… Y esta luz que penetra y mata y nos hace ver un mundo que no nos pertenece…
        ¡Ya está!
        ¿Has comprendido?
El agua no tiene nada que ver con estas cosas. Nada. Antes limpia. Ahora sucia. Yo la he transformado. Mi ritual de miseria al añadir restos de mi rostro al agua hostil que nos han servido… ¿Ese es el juego que tú quieres que aceptemos?
Danza con el paño y canta.
        “Si el agua te engaña, no veas el agua,
        has escondido los manantiales,
        el rocío luce viejo y triste…”
(Se esconde y ríe como una niña) ¿Aún estás ahí? ¿Permaneces ahí?
        ¿pequeña?
                ¿hundida en ti misma?
        ¿con las muecas de los pecadores?
¿estás ahí? ¿Sí?, ¿vigilante?, ¿al acecho?
        ¿igual a las bestias en celo?
(En las puntas de los pies se va acercando al espejo).
¡Ah!, ¿estás ahí? Una vez más… sí. Estabas ahí. Estás ahí. Estarás siempre…
        Es por eso que tu silencio ya no me asusta. Ahora verás… Ahora verás…
                Ahora verás…
Voy a hacer oscuridad…
Estaremos más cercanas… Vamos a hundirnos más en la oscuridad…
Verás… No hay nada que una más a los humanos que la oscuridad…
Ahora…
        ¿Responderás?
¿Qué nos corresponde hacer, entonces?
¿Nada?
¿Absolutamente nada, salvo mirarnos a los ojos y esperar que nuestras bestias salvajes logren trepar por encima de nosotras y unan sus hocicos poderosos?
        ¿Seguir viviendo?
Dilo… Dilo, pues…
        ¿No tienes tú la respuesta?
Mira la sombra que se nos avecina… Míralas…
Ahora están en las paredes.
En los rincones.
Hacen sus telarañas con las sedas del horror…
Pronto estarán en todas partes y nos hundirán en el sueño.
Y harán de nosotras un pobre hueco… Un vacío hueco… ¿Es eso lo que tú quieres?
Habla, entonces…
Una palabra tuya…
Una palabra… Es todo lo que quiero…
Una palabra tuya. Nada más. Antes que caigan esas sombras sobre nosotras y tu rostro se diluya por entre el vidrio, y ya nada más pueda verse, y ya nada más pueda oírse, y ya nada más pueda habitar por un instante entre nosotras…
Está bien.
Sigues en silencio.
Nunca nadie se ha salvado escudándose en el silencio.
¿De verdad, crees que te odio tanto? Me inspiras una gran compasión. Lástima. Eso es todo. Lástima. Nada más… Te digo que eso es todo y nada más…
        ¿es que no me escuchas?
        ¿No quieres escucharme?
                ¡Perra!
¡Eso es lo que tú eres!
¡Perra! ¡Mil veces perra! ¡Inmunda fruta podrida
echada a los malos vientos de estos días!
¡Simiente estéril y maldita para esta tierra sin esperanza!
        (Silencio)
        Es tan fácil acusar y condenar a los demás…
¿Habrá ya amanecido?
La luz de este día no será para mis ojos. Nada de este día será para mí. Quiero estar contigo, hermana, contigo.
Hablarte.
Siento una necesidad horrible de hablarte y hablarte y hablarte…
No me importa  tu silencio.
¿Me esperaras un poco?
No vayas a desaparecer mientras me visto.
Siempre he sentido un miedo terrible cuando estoy desnuda, cuando estoy sola. Un miedo de muerte.
¿Me esperarás un poco?
        ¿Tendrás paciencia?
Has estado muy rara conmigo en estos últimos días… Además si has tenido el valor de esperarme en vela toda la noche, ¿qué te importa esperarme un poco más?
Después vendrá el sueño
y la libertad de un gran olvido.
        (Tiene ropa de dormir. Se cambia)
¿No te has ido?
¿Aún me esperas?
Si aprendieras alguna vez a esperar, vencerías.
La impaciencia es el arma de los derrotados.
        (Retorna en las puntas de los pies, evitando hacer ruidos, sigilosa, espiando la imagen supuesta en el espejo).
Naturalmente, estás ahí. A la espera. Tierna y terrible. Con las armas femeninas desplegadas a todos los rincones del día…
        Me gustas más así.
Celebro que domines tu impaciencia, hermana.
Ya hemos dejado de ser jóvenes. Lo que no me gusta es ese sueño que te envuelve el rostro, que te hunde los ojos, que te hace ausente…
Anímate….               Anímate….             Vamos, anímate…
Vamos a peinar nuestras cabelleras y nos entregaremos con gozo a nuestra fiesta eterna…
        ¿Estamos todos?
                                        ¿Cierto?
No. El peine es otra cosa. Yo me refiero a los invitados. A todos los invitados. Tú y yo y nuestra soledad…
                ¡Qué gran fiesta!
                ¡La fiesta del siglo!
        (Música estridente desde un pequeño radio). 
Hace ya mucho tiempo, mucho tiempo, en un día parecido al día de hoy, nací. Ya hace mucho tiempo. Mucho tiempo.
(Arregla flores, bebe, danza, cambia constantemente la música del radio. Hace aparecer un muñeco grande).
¡Oh!
¿Llegas? ¡Qué hermoso estás!
¡Eres el triunfador de esta ciudad!
Oh… sí… comprendo… Reloj de oro… Cadenas…
Tu  boca cárcel para tus palabras.
¿Ah? sí. Sí… Las manos… claro, sí… sangre.
Sí… Luzco muy joven. Los años resbalan sobre mi inocencia y se marchitan allá… (Ríe). No… Es cierto… En el espejo…
Pero hay que dejarla. Sufre. Está muy nerviosa. Luego, algún día, sonreirá. ¿Puedes sentarte?
                ¡Claro! Al instante… Un poco de música… (música extranjera). Hay que embriagarse… Olvidar…
¿Te gusta? Es lo que hay para nosotros… Hace daño, pero…
(Hace aparecer otro muñeco). ¿Tú? ¡Cómo pasa el tiempo! Tienes la cara manchada… ¿El sol? ¿No? Oh… que lástima… Las últimas piedras  rojas se ocultaron… ¿recuerdas? Ven. ¿Bailas igual que antes? Hay que bailar… Bailar… Aquí está prohibida la tristeza… Luego te prestaré el dinero que tú quieres… poca cosa… Bailemos… ¿Quieres beber antes? Sí. Hay que beber. Te serviré. Siéntate… (un nuevo muñeco muy grotesco aparece).
        ¡Querida! Sí. Un alfiler en el pecho. La herida liberó su oscuridad. ¡Bella muerte! La oscuridad derramada hacia el infinito por entre los campos de la noche… Pero no importa… Siéntate… ¡Cómo han mejorado las grietas que lucían tus pulpilas!
        Adelante… Adelante… No hay tristeza. Adelante. (Parece hablar con muchos invitados) No te fíes de esta señora… Tiene un muerto… Adelante… Existe la risa… Adelante… Sí… ¿ayer? ¿la semana pasada? Oh… ya no recuerdo desde cuándo existe para ella un muerto, pero… ¡ah…! Felices los que como nosotros vivimos siempre en eternidad… Sí… La misericordia habitada por el azul intenso de los altos páramos… Sí, ¿tú lo recuerdas? Desde esta mañana he estado buscando señales especiales en el cielo, en la tierra, en los parques, en la calle, en los niños, y… ¡nada! ¡Es un fracaso! Cuando yo nací, nada sucedió en los cielos, ni en la tierra, ni en ninguna parte…
        (Canta y danza por entre los invitados).
                Quizá,
                en un vientre, quizá…
                ¿En qué sitio,
                en qué lugar,
                en qué ciudad
                habitarán?
¡Qué torpe soy! ¡Claro! He debido presentarlos, pero… mejor así… Cada quien lejano y misterioso y encerrado en sí mismo… Haciéndose daño… Yo solamente danzo por entre todos y soy una mancha en el rostro, o una cadena de oro, o una asesina de pájaros entristecidos en donde sus trinos truenos son de estos días marchitos… ¿En dónde estábamos? Ah… sí… el amor… ¿permanecerá aún vivo el amor entre ellos?
        ¡Ah! (Eleva la música) Arrancadas sean las espinas y quizá después podamos ocuparnos un poco de la soledad de las flores… ¿No quieren bailar? Bailemos. Ustedes dos… ¿pueden bailar? Entonces, bailen… (Danza con los dos muñecos, grita con la música, los eleva y los arrastra hasta dejarlos caer al final por entre risotadas). Yo soy la música… Soy el año… Soy la ciudad… Levántese… No hay por qué sentarse en el suelo… No estoy tan desposeída… (Levanta con delicadeza el muñeco femenino). Me recuerdas tantas cosas… (La acaricia). Mi madre era dulce y se deslizaba por entre la noche por la suavidad de los que son capaces de amar. Cuando mis ojos comenzaban a cerrarse después de la caída del sol, ella me contaba que una gran flor se abrió sobre una estrella para que yo naciera, y con esos pétalos ese día se adornó el cielo…
        (Canta) Aquel viento…
        la casa caída…
        el perro y su mirada clavada en el abismo…
¡Basta! (A la imagen del espejo). No me alcanzarás… no podrás emponzoñar dentro de mí tu tristeza… No me harás sufrir todos los días y todas las noches de mi vida esas muertes… (A los invitados) ¿No quieren reír? Hay que reír. Es… ¿Cómo…? Sí. No debería a mi edad buscar señales en el cielo, ¿verdad? ¡Qué pueril soy! Algunas veces también hay que reír… Oh… No tema… Puede subir un poco los labios… Sí, comprendemos… Si su boca se abriera volarían una bandada de palabras y nos destrozarían… Es cierto. Una jaula hay que cuidarla mucho. Sí, claro… Pero es que la risa es lo que más nos diferencia de los dioses. Ellos no saben reír. No pueden reír. Están demasiado entrampados con todas estas cosas. Igual que tú. Igual que tú. Igual que tú. Igual que yo. Igual que todos nosotros. Ella no, es otra cosa. Ha hecho de sus carnes un templo para la tristeza. Ha hecho de sus labios cenizas disipadas por entre las espinas que sostienen sus manos… Vamos… ¿Por qué no reír? (Hacia el espejo). Basta sufrir un poco todo esto para poder reír. ¿No sufres tú?
        Entiéndelo: es una moneda.
Por un lado… la risa; por el otro, el dolor.
Es por eso que tenemos que reír. (A todos). ¿Puede alguien negar su ración de risa a estas dos pobres pecadoras?
Está bien… Está bien… No quieren… No pueden reír… Árboles con miedo… La tierra y sus pequeños ojos, las hebras, las patas. Son los gusanos. Somos los gusanos. Vivimos poblados de gusanos… Atrás… No quiero que nadie me toque. No quiero que nadie me mire. No quiero morir.
        (Trepa por encima de la cama)
A mí sombras. Animales escondidos entre la oscuridad. Sonrisas aniquiladas por la impiedad de un viento cruel. A mí, sombras. Aquí estoy. Sola. Entregada por el silencio de las cosas. Prisionera de esas manos que sobre las paredes nacen para mi cuerpo. Heme aquí, hembra. Mis deseos para vuestras carnes. Mis venas revueltas y a la espera de vuestras cosas duras y penetrantes. Estoy viva. Mi deseo me salva. Mi sexo me salva. A mí, sombras. Hombres. Sombras. Hombres. Eternidad.
(Su mirada salvaje cae como un látigo). Míralos. Así son los hombres y yo los amo mucho. Míralos. Sus pequeños miedos los hacen crecer en la pared. (Eleva un muñeco) Así son ellos, crecen dentro de uno. A veces con dulzura. A veces con violencia. Algunos son como los relámpagos. Otros como un día de lluvia. (Atrapa otro muñeco). Ven. Todo te lo perdono. Siémbrame amor. Esa cosa que tú no sabes lo que es: amor.
        (Rechaza el muñeco con violencia). Nada hay entre cielo y tierra que te haga feliz. Voy a dejarte. Te dejaré quieta y vencida. Oscura y pequeña cosa inmersa en la angustia. Es el vacío…
        (Eleva la intensidad de la música).
Adiós, mi querido señor… Adiós… Cuidado… Cuidado con las cadenas… Oh, sí. Muy bello el regalo… Un poco de polvo con mi nombre… Adiós… Señora… Dé mis saludos a todos sus muertos… Gracias… Sí. Es una orquídea, pero no vive. La han arrancado… Se marchitará quizás… Adiós… Oh, no. No puede quererse… No, señor. No me es posible. La luna. Compréndame. Además, no tengo dinero… No puedo conseguirle ese dinero. No. ¿De qué nos serviríamos al acostarnos? Carne. Olvido. No, por favor… No. Los demás se han ido. Ya sé que estamos solos. No. Hoy tengo sangre. No ahí. Aquí. Entre los senos. Herida.
        Está bien. Lo prometo. Le conduciré por el túnel como a un niño y le mostraré todo. Sí, pero hoy no. No.
        Buenas noches…
                                Buenas noches…
(Cierra la radio. Bebe).
A propósito…
¿has ido al hospital? ¿Sí?
¿Algo nuevo?
Ah… siempre lo mismo… La semana pasada parecía haber mejorado un poco… ¡Claro! Sí. Comprendo… La semana pasada, el mes pasado, el año pasado… Cada vez hay algo peor en tu rostro que… vas en retroceso, hermana. Sí, lo sé… Hablar, hablar, hablar y siempre hablar hasta hacer de la garganta un pozo seco y sentir un vacío aquí, en la cabeza… Tienes razón. Lo siento. Tienes que comprenderme… Necesito tu comprensión.
        Nos aferramos al más mínimo pretexto para alimentar una esperanza… Oh, sí… También eso lo he dicho millares de veces. Ya sé que los médicos no están allí, y sé todo. Pero… Ellos insisten. No puedes hacer nada. ¿Qué podemos hacer nosotras? Dos pobres mujeres que viven del pecado, señaladas por el pecado aún antes de nacer… Nos revisan el cuerpo por todas partes, por dentro, por fuera… Nos quitan un poco de nuestras carnes para sus laboratorios… Nos conocen tanto que no nos conocen nada, y luego, nos preguntan todo. ¡Todo! Y al final de la cuenta… ¡somos nosotras las culpables! Nos echan encima  toda la culpa del mundo, y nos acusan y condenan…
¿En verdad, somos culpables? La mayoría de las cosas que suceden en la tierra escapan a nosotras. ¿No es eso verdad? Ellos tienen sus leyes, sus jueces, sus cárceles, todo. Todo lo tienen.
        La opinión de los demás depende de ellos.
        Nada nos ha sido dejado. Nada tenemos.
Es por eso que rechazamos toda culpa. ¿Lo crees también tú así? Sí. Entiendo. Quizás podríamos…
Es cierto… En eso sí tenemos culpa.
¿Lo crees también tú así? No hemos sabido hacerlo, ¿verdad? Es cuestión de tiempo… Sí… De nuevo tienes razón…
        Hace poco me encontré a un joven, lucía perdido y sus barbas no escondían el bailar desconfiado de sus pupilas… Entra en mí, le dije. Y él me miraba en silencio. Fumaba… Era muy joven. Comencé a tomarle los cabellos y sentía cómo se alejaba cada vez más de mi lado.
        “Muertos, me dijo. Todos los que a mi edad crecieron, los han muerto”. Dejó dinero sobre la cama y huyó. Casi creo haberle visto llorar…
        ¿Sabes? Siempre hay que intentarlo… Hay que hacerlo… Nada podemos esperar, salvo que hagamos de la esperanza una conquista… Aún no nos ha llegado la hora de rendir cuentas.
¿Qué? ¿Qué haces? ¡No! ¡No!
No hay para qué llorar…
Estamos un poco lejanas del mundo de las lágrimas… Ese nuestro primer lenguaje ya está caduco… Solamente hay que intentar comprenderlos un poco… comprenderlos: están locos… locos… Es la locura de un siglo… Todo esto pasará como una pesadilla. Vendrán otros hombres y otras cosas… No caigas en la trampa de las cosas pasajeras y malas… Vamos… No todo es oscuro: solamente estás enferma, y mejorarás, y te salvarás…
        Volverás a ser aquella moza limpia y fresca que un día descendió de la montaña con los pechos recién llenos de las primeras leches y primeros vellos floreciéndote entre las piernas, para conocer a los hombres y ver su ciudad llena de magias y de esplendores…
        Un día vendrá y alguien se acercará a ti con el cuerpo tibio y entrará en ti y te anidará alegría en el fondo de tu ser… Un mundo de cosas cambiará… Es por eso que esta hora no es propicia para el olvido. Ninguna hora es propicia para el olvido. No tendremos redención a través del olvido.
                ¡Es nuestra hora!
        ¡Nuestra íntima y secreta hora!
Nuestra cosecha aún no ha sido recogida totalmente… Somos fuertes, invencibles, poderosas en mitad de este reino vacío en donde solamente quedamos tú y yo y las palabras…
                ¡Sonríes!
        Es bello el verte sonreír así. Muy bello.
Oh… No sabes cuantas fuerzas guarda en sí una esperanza.
        Si tú y yo con la misma fuerza deseáramos… deseáramos…
                ¡Todo cambiaría!
El milagro…
Te comprendo mejor de lo que tú misma crees comprenderte.
Desde hace tiempo te has vuelto ácida, amarga, rencorosa, como si fuera tu enemiga…
        Yo, en cambio, me ocupo de todas tus cosas, te cuido…
        ¡Ah! Nada importa… Tus pequeñas infidelidades para conmigo son los pétalos marchitos de tu vida…
                Después de todo…
        ¿Quieres irte de aquí? ¿Estar en otra parte? ¿Realmente lo quieres? ¿Puedes hacerlo?
Entonces, vete…
¡Hazlo!
¡Vete!
¡Lo más pronto lo mejor!
¡Vete!
        (Silencio).
                ¿Aún ahí?
        ¿Estás contenta con el resultado?
Una cosa es lo que uno quiere, otra cosa es lo que uno puede… Es así, por qué no es de otra manera…
                Tú no puedes irte.
                Tampoco yo puedo hacerlo.
        ¡Cuántas cosas nos atan a esta vida, hermana!
Está bien. Todo está bien. No podemos escapar. Tengo fe en ti, no obstante todo… Sí, no obstante todo… las fugas, las llamadas vacías… ¿de quién tienes miedo? ¿de ti misma? ¿De mí? ¿De nosotras? ¿De nuestras palabras?
        ¿De quién o de qué cosa realmente  tienes miedo?
Hasta ahora las dos nos hemos acompañado por años y años… Desde aquel día cuando nos descubrimos mutuamente… Ahora, claro, estás un poco enferma…
Es natural que…       ¿Recuerdas?
Aquellos días idos, cuando nos conocimos… Cuando realmente nos conocimos… Tú y yo tendidas sobre aquella gigante alfombra, a los pies de una enorme cama de marfil…
        Llovía…
        llovía mucho…
En mitad de las dos, él y sus cosas…
        Sus muchas cosas…
¿Recuerdas?
Era, quizá, un poco viejo.
Me dí cuenta de todo cuando sonó el teléfono de la habitación.
        (Sonido grotesco del timbre telefónico).
        -¿Por qué no respondes?
        -¿No lo vas a hacer? Siempre hay que atender las llamadas…
        (El sonido persiste con mayor intensidad).
Hermana… Hermana… ¡Cielos! ¿Fuiste tú o fui yo quien dijo eso? ¿No lo recuerdas? Ah… Estábamos tan desnudas aquel  día… tan sencillas… Él se levantó entre maldiciones y amenazas, y con aquella mano, antes terrible y ahora pequeña y tranquila y llena de aros y golpeada por una esclava de oro, tomó el auricular:
        Ah
        Sí…
        Dígame
                        Ah…
                       
                        Dígame…
Diga, pues… ¡Qué lástima!
                      ¡Qué lástima!
¿Hoy? No. Imposible. No puedo.
                       ¡Qué lástima!
Tengo mucho trabajo…
                      ¡Qué lástima!
Ah… ¿Era eso? Ese asunto lo había olvidado por completo…              
                     ¡Qué lástima!
Sí. Usted ya conoce mi opinión. Sí. Sí.
                     ¡Qué lástima!
Sí… Me parece muy bien. Pero lo que yo no veo muy claro es el por qué ese día… ¿Cómo es que se llama? Ah… entiendo… Sí. Sí. “El día de la madre campesina”.
                ¡El día de la madre campesina!
                ¡El día de la madre campesina!
                ……………………………………
¿Cómo dice? Ahora sí no entiendo…
Usted ya sabe lo que pienso de eso: por encima de todo, la moral.
                La moral,
                ¡El día de la madre campesina!
                ¡La moral!
Sí. Sí. No veo que ese día ha de servir para…
                ¡La moral!
                ¡La moral!
Sí. Sí.
¡Hasta ese punto estoy de acuerdo en todo!
                ¡La moral!
                ¡La moral!
                ¡La moral!
¿Son muchos? Bueno… Solamente algunos, regalos para algunos. Sí. Después veremos cómo los justificamos en la partida de los gastos públicos…
                ¡La moral!
Un momento… Me excusa un momento, por favor…
(Su mirada era terrible. Parecía un gato. ¿Ya tú no recuerdas nada de esto? Aquellos ojos clavados sobre nosotras…).
¿Quieres fumar?
                -No, gracias.
¿Tienes miedo?
                -Sí.
Es nada. Asuntos de la oficina. Cuando se es un hombre importante ya nada de tiempo queda para uno.
                -Sí.
Acuéstate, gatita bella. Ya pronto estaré contigo y…
                (-Tengo miedo).
Sí… en eso no veo problema alguno. Eso sí: Nada de música. Nada de bailes…
                ¡La moral!
                ¡La moral!
No. No quiero que se me atribuyan falsas opiniones ni sospechosas ni malignas… Usted lo sabe… Cuando se es un alto funcionario se está expuesto a todo…
                ¡La moral!
Un instante, por favor… (voz dulce). ¿Decías algo?
                -No.

Ya estoy contigo, pequeña.
                -No.
Hola… Sí… Justamente porque sé cómo se mueve este mundo… Así es… Pienso que ha entendido usted perfectamente…
                ¡La moral!
No hay que correr ningún riesgo. Las cuestiones de orden moral son siempre las más peligrosas…
                ¡La moral!
No. No me importa… Sí… Sí… Así me parece mejor…
        Cantaremos…
        Estaremos alegres…
                ¡La moral!
Habrá un poco de felicidad para la infancia…
                ¡La infancia!
Por una vez pensaremos en ella… (ríe).
Estoy contento solamente de pensarlo…
                La moral,
                la infancia
                ¡La infancia!
Muchas fotografías… Como de costumbre…
Cualquier ocasión siempre es buena, lo que no me gusta es ese nombre…
                ¡El día de la madre campesina!
Es hasta peligroso…
        ¡El día de la madre campesina!
¡El día de la madre campesina!
        ¡El día de la madre campesina!
¡A quién se le ocurre! Ya usted lo sabe… Quieren bailar, se embriagan, se esconden por entre los árboles… Sí, se comprende…
        ¡La infancia!
        ¡La infancia!
Es cierto… pero lo malo es que dentro de nueve meses tendremos muchas madres campesinas… Sin marido, naturalmente…
        ¡La infancia!
¡Claro!
Quien se oponga a esto, inmediatamente es calificado de imbécil… ¡Si no hubiera hombres como yo que combatan a la corrupción…!
Un momento… Un momento…
        ¿Qué haces?
                        -Nada.
        ¿Lloras?
                        -N…o…
¿Quieres irte?
                        -Sí.
Espérame un poco más… Hola… Hola… Sí… Justo lo que yo decía. ¿Qué sería de nuestra pobre ciudad?
Así es… ¿Estamos de acuerdo? En seguida salgo para allá. Lo antes posible…
                ¡La moral!
        ¡El día de la madre campesina!
                ¡La moral!
Dé mis saludos a su señora… Adiós…
        Adiós…
(Ríe con violencia. Un gran sonido anuncia que ha colgado el teléfono y que ha encendido un cigarrillo).
¿Era así, verdad?
Yo quería irme, pero él hablaba sin cesar acerca de los ángeles y de los demonios… De Dios… El colocaba perfumes y ropas finas sobre su cuerpo grotesco, mientras tú y yo permanecíamos arrojadas desnudas en la alfombra, solas… Muy solas… Hasta que llegaron esas campanadas de un reloj lejano… Luego, la música…
Un poco de música cuando abrió su caja de cigarros… Música para los desamparados… Música para los abandonados… Música infantil lejana y triste…
        (Tiene una rústica caja de música. Ella se torna lejana, envuelta en recuerdos).
Éramos tan diferentes… Te reconocía en las vidrieras de la ciudad… En todas las tiendas me aparecías… Reíamos… Reíamos…
       
(Canta)
“Yo soy el viento que silba
por entre las piedras blancas,
por entre las voces de los animales
en las madrugadas del frío, y por entre
los rumores de a montaña, y por entre la
tempestad de nieves desatadas y atadas
al mismo tiempo sobre la cordillera”.

Así hablabas y hablabas hasta que llegamos hasta… hasta… ¿No lo recuerdas tú?
                ¿Has perdido ya todo?
                                                                Yo recuerdo…
Sí…
Tú hablabas mucho en aquella época:
        (Canta)
        “Salí un atardecer descalza de aquel pequeño
        poblado escondido entre los páramos. Desde
        aquel cielo azul y cercano, vengo.
        Desde aquellas nubes que a mis pies se hundían…”
Así decías y caminábamos y caminábamos y caminábamos sin rumbo por entre la ciudad desnuda en la noche, llena de sueños y de sombras…
        (Canta)
        “Quisiera apresurar el amanecer
        para verte comprar unos zapatos nuevos”.
Esas tus palabras. Recuerdo que apenas te descubría en cualquiera de los vidrios de los comercios, te miraba.
Te miraba mucho, con asombro corrían mis ojos por todas tus palabras y por todos tus gestos y tú eras mi rocío para aquella mañana del encuentro… La noche destejía todo lo que aquellas manos horribles del hombre había tejido en mi cuerpo… Sentí tus ojos clavados en mi cuerpo, sentí tus ojos clavados en mis ojos, sentí tus manos acariciándome con ternura…
        (Canta)
        “Tus zapatos están rotos”.
Tu acento era muy bello. Yo te miré con amor…
        (Canta)
        “Eran rotos”.
Mis zapatos están rotos. Por entre los huecos del asfalto trepa y me destroza. Me detiene. Me rompe”.
Pensaba e intentaba construir tu voz dentro de mí. Lo comprendí todo enseguida. Amanecía. Nunca hubo una mañana tan buena como aquella… Atrás quedaba la noche… Yo tenía tus palabras…
        ¿Has olvidado todo esto, hermana?
Nos sentamos al pie de una vidriera y nos dormimos…
Teníamos que esperar a que abriera la zapatería… Yo tenía sueños felices y nada me daba miedo… Tus palabras vencían mi miedo. Todo lo tuyo vencía mi miedo.
        Desde aquel día nos conocimos y la vida no fue tan mala. Hasta que… Escúchame. Tienes que escucharme… En cuanto a mí…
        ¡Al diablo!
¡Todo a la basura! ¡Todos al infierno!
Nada. Nada me importa. Nada… Sé bien las cosas que puedo esperar de todos ellos, lo que me duele es el juicio tuyo. Tu silencio. La crueldad de tu silencio…
        ¿Por qué lo haces?
        ¿Para qué lo haces?
Tú sabes que todo esto ha sido por hambre. Hambre de vida. Hambre de amor. Hambre de todo. Ellos no me enseñaron a hacer otra cosa sino ofrecerme una y mil veces por entre los rincones más solitarios y más oscuros de la ciudad, a escondidas, por entre susurros…
Y es sucio lo que ofrezco porque es sucio todo lo que me han dado. ¡Tú lo sabes! ¡Tú sabes que es así!
                                ¡Tú lo sabes!          ¡Tú lo sabes!          
Y sin embargo me condenas… me condenas, condenada…
Sí. También tú estás condenada. ¿Lo sabías? Estamos las dos condenadas y tu odio se descarga sobre mí, implacable y terrible, injusto y cruel.
        También a ti ellos te han podrido. ¿No lo crees? Eso somos…
Frutas podridas rodando por una ciudad podrida llena de hombres podridos y de mujeres podridas…
                ¿Estás contenta ahora?
                ¿Es lo que tú querías escuchar?
        ¿Te justifica y te alivia eso?
Pues te diré que no es verdad… No es verdad… No puede ser verdad…
                En alguna parte… En algún sitio…
        Todo esto va a cambiar… ¡Te lo juro!
                ¡Va a cambiar!          ¡Va a cambiar!
Aún cuando tú y yo y miles de hombres y de mujeres como tú y como yo nos opongamos al cambio… Eso tendrá que cambiar… Nuevas cosas para hombres nuevos… Una nueva forma de acercarse al amor, de padecer las cosas, de vivirlo todo…
        ¡Eso es!
        ¡Eso es! Y ya que con tu silencio me provocas y me atacas sin piedad alguna, te diré la verdad… La verdad… Mírame: ¡Tú lo has querido así! Mírame.
        ¿Por qué tus ojos juegan a huir de mis ojos?
        ¿Podrán hacerlo?
        Te tengo.
        Y mi juicio sobre ti tampoco es muy bello… No… Ahora soy yo quien no quiere escuchar tus palabras. No dirás nada. Me escucharás en silencio. Nada de lo que tú puedas decir es verdad. No nos engañemos más, hermana: estamos desnudas,
        como la noche aquella noche cuando nos conocimos.
Tienes que entenderme.
Es el dolor quien asiste a mis palabras. El dolor que comienza. Este dolor mío, tu dolor. No. No quiero que te alejes de mí. No haré contigo lo que tú haces conmigo. Al contrario, quiero estar contigo. Sentir tu presencia.
        No. No te alejes… No lo hagas…
Nada pido mejor  que estar junto a ti, que el verte a mi lado…
Ellos lo impiden, pero también lo impides tú que me alejas de ti con tus silencios y tus mentiras…
        Mírame, hermana…
Mírame, te juro por este dolor que en mi vientre nace, que nada tengo que esconder…
Mi cuerpo ya no resiste su tiempo para ver vivir la fe que me asiste… pero,
        no estoy avergonzada de nada de lo que has hecho…
        ¿Quieres comprender eso?
Dime la verdad…
La verdad…
        ¿Quieres irte ya de mi lado? ¿Vivir sin mí en otra parte?
        ¿Ya?
El dolor… El dolor… Este maldito dolor que con sus picos y con sus garras nos va devorando las carnes… Es eso, hermana…
                Es asfalto…
        Entró por los pies y con sus manos babosas trepó por los tobillos, y trepó y trepó siempre hasta anidarse en el vientre y hacer más grande cada día su nido, y hacer que sus hijos nazcan dentro de uno y sacudir sus plumajes dentro de uno.
Es eso y sólo eso, hermana, el asfalto convertido en un gran pájaro terrible dentro de uno y devorándonos lentamente y haciendo de nuestras carnes su más preciado alimento…
Hermana…
        Hermana…
                Madre…
Quiero que mejores pronto, que puedas caminar de nuevo por las calles de la ciudad y volver entre los hombres…
        A aquellos que te han mentido alguna vez les ocultarás que vienes de la montaña…
Les dirás que vienes de la costa, que tu infancia ha transcurrido en un parque de palomas y que por entre los atardeceres,
cuando bajabas al muelle,
veías a los hombres fornidos que con su jarcias
        luchaban hasta ocultar el sol…
A otros
les dirás que vienes de la selva…
                Que todo en ti es salvaje y cruel,
que tu belleza radica en el canto de las aves y en el ondular de los altos follajes
cuando el viento se mece en los árboles de la leche, y que las serpientes bellas se pasean por las tierras de tus senos, y que las fieras se guarecen de la noche en la cueva de tu ombligo terrestre…
        A nadie le dirás que tú descendiste de una montaña, que dejaste atrás aquellas nubes preciosas que se posaban bajo tus pies como animales domésticos…
                A nadie le dirás
        que tus pasos fueron guiados por una sed de libertad, de amor, que solamente querías llegar a la ciudad y ver sus maravillas y perderte en ella como una mujer sin nombre.
Les dirás,
                en cambio,
que tú nunca soñaste que bajo el esplendor de las nubes de la noche, la ciudad estaba llena de tantos y tantos árboles con frutos prohibidos…
        (Sus ojos se desvanecen en el vacío. La luz de un mediodía ha hecho desaparecer la imagen de la mujer en los espejos).



Derechos de Autor: Cualquier uso de la obra debe ser autorizado por el autor o sus interesados.