¿DORMISTE BIEN, REINA DE XILOS?
Obra en dos actos
ESCENOGRAFIA:
Sala
del trono en un Palacio de un reino en bancarrota. Al fondo de la escena –
centro tarima. Sobre esta, trono desvencijado y pequeño escabel roído. A
derecha e izquierda, puertas y ventanas muy altas, las cuales irán colocadas a
gusto del Director de escena. A los pies de cada ventana, un banquito muy bajo
que se usa para subirse en él y mirar al exterior. A la derecha, primer plano,
mesa cubierta con un paño raído. Sobre ella papeles, un tintero, unas flores
marchitas colocadas en un vaso, y uno que otro libro. Al lado de la mesa una
silla cuyo tapiz, raído por el uso y el tiempo, muestra, en un bordado algo
complicado, el que fuera el escudo del reino. Una silla de atril con un libro.
Cortinas raídas que se mecen al viento, y alfombras de color indescriptible.
ACCION:
Son
aproximadamente las nueve de la mañana de un día lluvioso en un país
indefinido. En escena, la Reina de Xilos; una mujer alta y delgada, de cabellos
blancos como la nieve y cutis marchito color de la cera. Su edad oscila entre
los setenta y cinco y los ochenta años. Pudo haber sido hermosa en su juventud.
Se encuentra sentada displicentemente en el trono, mientras mueve ante su cara
un abanico de plumas muy sucias. A sus pies, sentado en el escabel, Mujic, su
bufón, remienda uno de sus zapatos, el cual muestra un tacón exageradamente
alto. Mujic; es un hombre feo, de contextura extremadamente delgada y de
estatura regular. Su mirada es astuta y sus movimientos lentos y calculados.
Lleva cabellos largos y barba de varios días. Tiene aproximadamente cuarenta
años. Viste camisa de seda a la cual le falta una manga, y pantalones muy
anchos que dicen a la vista que fueron heredados de otro más grande que él.
REINA:
¿Crees
que vendrá?
MUJIC:
Tal vez.
REINA:
Quizá juzgó
poca la ganancia y prefirió no venir. La ambición se torna siempre desmedida
ante los pocos bienes que pueda conservar un caído en desgracia. (PAUSA)
¿Sientes hambre? Tus tripas cantan como las ranas de las charcas.
MUJIC:
¿Acaso
se puede engañar al estómago con promesas mentales de futuros manjares? El mío, al menos, prefiere las realidades masticables y no las imágenes
prometedoras.
REINA:
Ya se te
pueden contar las costillas sin necesidad de acercársete, ni mirar debajo de tu
camisa. (PAUSA) Yo en tu caso hubiese huido a cualquier país vecino, donde
pudiera dar de comer a mi estómago. (PAUSA) ¡Si no fuera Reina!
MUJIC:
Nuestros
vecinos nos odian, no lo olvides; y a mí especialmente, por ser tu esclavo y
bufón.
REINA:
(SE LEVANTA
Y COMIENZA A DESPLAZARSE POR LA ESCENA. LA FALTA DEL ZAPATO LE OBLIGA A CAMINAR
COMO SI UNA DE SUS PIERNAS FUERA MAS CORTA QUE LA
OTRA) ¡Si al menos viniera!
MUJIC:
Ten fe,
vendrá.
REINA:
¿Cuántas
veces tendré que repetirte que no debes tutearme?
MUJIC:
Perdona.
REINA:
Es que
estás dispuesto a burlarte de mí, maldito. (LE PATEA) No olvides, Mujic, que
eres un esclavo y yo tu reina; y que puedo
disponer de tu cuerpo y de tu vida a mi antojo. Si vuelves a incurrir en esa
falta te haré dar mil azotes.
MUJIC:
Perdone
usted, mi señora.
REINA:
(GOLPEÁNDOLE
SUAVEMENTE CON EL ABANICO) Así está mucho
mejor. “¡Mi señora!” (RIE) Suena
bien aún. (SE SUBE A UNO DE LOS BANQUITOS Y MIRA CON DESALIENTO A TRAVES DE LA
VENTANA) ¡No, no vendrá! (SE APARTA Y SE
PASEA) ¿Y quién va a comprar tierras secas y estériles? Tierras muertas en las
que no crecen ni siquiera plantas raquíticas que nos ayuden a engañar el ojo de
los compradores. (SE ACERCA A
MUJIC Y LE GOLPEA EN LA CABEZA CON EL ABANICO) ¿Cuánto crees que darían por ti?
MUJIC:
¿Darían?
REINA:
Sí, si
te vendiera.
MUJIC:
No lo
sé, señora.
REINA:
Lanza un
cálculo.
MUJIC:
No
sabría decir.
REINA:
¡Piensa!
¡Te ordeno que pienses! ¿Es que no puedes valorarte a ti mismo? ¡Vamos, habla! O es que te crees tan poca cosa que te es imposible justipreciarte. ¡Vamos,
habla! Vamos, no me hagas enojar. Pon a trabajar esa imaginación, al menos.
MUJIC:
Tal vez
trescientas monedas de oro.
REINA:
¡Trescientas
monedas! (RIE) Vamos, hombre, no seas exagerado. Por un esclavo como tú no
darían más de treinta. Eres feo, sin
gracia, algo viejo y careces de dignidad. Trescientas monedas pagarían por
Redolino; y quizá hasta más; pero por
ti… Sin embargo, quien quita… consideraré tu venta.
MUJIC:
(SE
PRENDE DE SU VESTIDO) ¡Mi señora!
REINA:
(LE
EMPUJA) ¡Quita! ¿Cómo te atreves a tocarme?
MUJIC:
Alteza,
¿no tendrá pensado usted venderme, verdad?
REINA:
¿Por qué
te asombras? Sabes muy bien que puedo disponer de ti cuando sienta deseos de
hacerlo. (LE MIRA FIJO) ¿Acaso no es cierto? (PAUSA) ¿Es o no es así?
MUJIC:
Así es.
REINA:
No te
asustes, por los momentitos no te venderé. Sería tan poco lo que pagarían por
ti, que no me alcanzaría ni para pagar el azúcar de endulzar mi te. Anda, dame
el zapato y ve en busca de mi capa y joyas. Debo estar presentable cuando
llegue el príncipe Groscors. (ÉL SE DIRIGE A LA PUERTA) Es triste despertar
cuando las ovejas se nos han escapado por los campos. (PAUSA) No, no vendrá y
tendré que continuar con las manos y el estómago vacío. (IRONICA) ¿Alzar la
vista al cielo y rogar a Dios? (RIE)
No, sería inútil. ¿Cómo esperar que me oiga cuando nunca me preocupé en hacerle
conocer mi voz? A mí más me valdría, invocar a las potencias infernales: ellas
si me oirían, pues siempre han marchado a mi lado a lo largo de toda mi vida
dirigiendo todos mis pasos. Pero rogar a Dios… sería inútil. (PAUSA) Soy de las
que sólo miran al cielo cuando sienten que la tierra se mueve bajo de sus pies:
en estos momentos si recuerdo que allá arriba hay algo, o alguien… (ENTRA
MUJIC) ¡Date prisa, cerdo! ¿Es que te pesan los pies? (DESPECTIVA) ¡Trescientas
monedas por un esclavo que ni siquiera es rápido al caminar!
MUJIC:
(TRAE
UNA CAPA, UN COFRE Y UNA PEQUEÑA CAJA.
COLOCA LA CAPA SOBRE LA SILLA QUE SE ENCUENTRA CERCA DE LA MESA, Y LAS
DOS COSAS RESTANTES SOBRE ESTA) ¿Queréis maquillaros el rostro, Alteza? (SE
INCLINA CEREMONIOSAMENTE).
REINA:
¿Y a qué
viene ese tono tan ceremonioso y esa reverencia? Vamos hombre, sé natural. (VA Y
SE SIENTA EN EL TRONO). Quiero que me maquilles, Mujic, pero quiero que lo
hagas bien. Estos últimos días lo has estado haciendo como si quisieras
empeorarme en vez de mejorarme. (ÉL TOMA LA CAJA PEQUEÑA DE LA MESA Y SE
ACERCA. ELLA LE DA EL ROSTRO PARA QUE LE MAQUILLE) ¿Sabes lo que he pensado hacer
contigo? Lo pensé en este instante. (PAUSA. ÉL LE PINTA LOS LABIOS) Te venderé
al príncipe Groscors, por cuarenta monedas. Si le pido lo que creo que vales,
estoy segura que no me dará ni la mitad. Yo te veo mejor de lo que eres, porque
estoy acostumbrada a ti, eso es todo. Pero el príncipe no pasará por alto
ninguno de tus defectos ni tu ineptitud.
MUJIC:
Así es,
Alteza.
REINA:
Me
alegra que lo reconozcas.
MUJIC:
¿Azul en
los ojos?
REINA:
No, pon
verde, así te llevo la contraria. (PAUSA) ¿Por qué tardarán tanto?
MUJIC:
El viaje
es largo, los caminos malos… y además, no ha cesado de llover en dos días.
REINA:
Hasta la
lluvia se ha ensañado contra mí.
MUJIC:
Señora.
REINA:
Dime.
MUJIC:
Oh,
no, no es nada.
REINA:
Anda,
dime, ¿qué querías? (PAUSA) Vamos, habla, ¿qué ibas a decirme?
MUJIC:
No,
nada, es una tontería.
REINA:
Pues yo
quiero oír esa tontería.
MUJIC:
Es que
es algo sin importancia.
REINA:
¡O
hablas o te hago azotar!
MUJIC:
Quería saber
si era posible que un esclavo se comprara a sí mismo.
REINA:
¡No seas
pueril! ¿Con qué dinero lo haría? (PAUSA. COMIENZA A MIRARLE MIENTRAS EN SUS LABIOS
SE DIBUJA UNA SONRISA) ¿Piensas negociarme tu libertad, Mujic?
MUJIC:
¡No he
dicho tal cosa, mi señora! (ASUSTADO).
REINA:
Entonces,
¿por qué me has hecho esa pregunta?
MUJIC:
Por
saber, por saber nada más… siempre es bueno saber.
REINA:
(SE LEVANTA.
MUJIC LE HA MAQUILLADO COMO UNA PROSTITUTA) ¡Apártate! ¿Por qué me has hecho esa
pregunta? (LE GOLPEA EN LA CARA) ¡Habla!
MUJIC:
Quería
saber si era posible.
REINA:
No, esa
no es la razón. Me has hecho la pregunta porque tal vez tienes dinero
escondido, dinero que me has robado a través de los años.
MUJIC:
¡No es
cierto, lo juro!
REINA:
¡Y quién
cree en juramentos de bufón! Ustedes por salvar el pellejo son capaces hasta de
jurar en falso por los restos de sus antepasados. Vamos, habla. ¿Cuánto tienes?
(LE TOMA DEL BRAZO Y LE DESPRENDE LA MANGA DE LA CAMISA).
MUJIC:
¡No
tengo dinero escondido, mi señora, lo juro por Dios!
REINA:
Pues
tengas o no tengas, quiero que entiendas que no puedes comprar tu libertad. Tu
oro es tan mío como lo eres tú; ambos forman parte de mi patrimonio. Tú no
puedes comprarte a ti mismo ni con todo el dinero del mundo, porque ese oro sería
mío, y tú un ladrón al querer comprarte con lo que no te pertenece.
MUJIC:
Lo sé,
mi señora, lo sé.
REINA:
¡Pero yo
te lo recuerdo! Llama a Crusa; dile que venga y que traiga sus cosas. (EL VA
HACIA LA PUERTA) ¡Espera! (LE LANZA LA MANGA) Toma, guárdate eso. (EL LA ATAJA)
Dile que no me haga esperar si no quiere que la castigue.
MUJIC:
(EN VOZ
BAJA) Lo mismo de todos los días.
REINA:
¿Qué
murmuras?
MUJIC:
No
murmuraba nada, mi señora. Hablaba conmigo mismo. (SALE)
REINA:
¡Ladrones!
En este palacio no viven más que ladrones: Ministros, damas de compañía,
cocineros, esclavos y bufones: ¡Todos sin excepción no son más que una partida
de ladrones! Todos han sido causantes de mi ruina, y con ella la del reino.
(ENTRA CRUSA PRECEDIDA DE MUJIC. TRAE EN SUS MANOS UN RECIPIENTE DEL CUAL SE
EXPANDE UNA CORTINA DE HUMO AZUL. ES UNA MUJER PEQUEÑA Y DELGADA QUE PODRÍA
TENER ENTRE CIEN Y CIENTO TREINTA AÑOS; DE CABELLO BLANQUÍSIMO QUE LE CAE SOBRE
LOS HOMBROS, Y MANOS HUESUDAS QUE DIBUJARAN FIGURAS EN EL AIRE. VISTE UN TRAJE
RAÍDO Y SUCIO. A PESAR DE SU EDAD, SE DESPLAZARÁ CON RAPIDEZ ASOMBROSA Y SUS MOVIMIENTOS
SERÁN DE GRAN ELASTICIDAD) ¡Date prisa, mujer!
CRUSA:
¿Para
qué? ¡Si lo que está escrito no podrá ser alterado por la mano del hombre!
REINA:
Deja de
replicar y manos a la obra.
CRUSA:
(MIRANDO
HACIA UNA DE LAS VENTANAS) ¡Um, llueve!
REINA:
¿Y qué
tiene que ver la lluvia con tus poderes adivinatorios? Con los años te has
vuelto perezosa, eso es todo. ¡Cae en trance sin chistar, antes de que me enoje!
CRUSA:
Ven,
Mujic, ayúdame. (ESTE SE ACERCA Y TOMA EL RECIPIENTE. ELLA SE COLOCA ANTE ESTE
Y MIRA FIJO ANTE LA CORTINA DE HUMO. DE REPENTE HACE TRES MOVIMIENTOS CONVULSIVOS
Y CERRANDO LOS OJOS COMIENZA A LEVANTAR LOS BRAZOS. SE DESPLAZA, Y MUJIC LE
SIGUE, COLOCANDO SIEMPRE ANTE ELLA EL RECIPIENTE CON EL HUMO) ¡Ohhh!
REINA:
¿Qué
ves?
CRUSA:
Le veo…
REINA:
¿Viene
hacia acá?
CRUSA:
No, se
encuentra rodeado de enemigos. (SE DESPLAZA) Rodeado de enemigos y de fuego por
todas partes.
REINA:
(AVANZA
HACIA ELLA) ¿Fuego?
CRUSA:
Sí,
llamas rojas y azules por doquier. (SE DESPLAZA SEGUIDA DE MUJIC. SUS MANOS DIBUJAN
EN EL AIRE LO QUE EXPLICA A LA REINA) ¡Llamas… sí, muchas llamas y hierros que
se retuercen!
REINA:
Lo que
quiero saber es si vendrá hoy.
CRUSA:
No, cómo,
si se encuentra en el centro del infierno. (SE DESPLAZA) ¡Ahhh! Ahora cambia de
aspecto… (SE DESPLAZA RAPIDAMENTE)… y crece… crece… crece hasta volverse
gigante.
REINA:
¿Y eso
qué quiere decir?
CRUSA:
Que se
acerca al fin. (SE DESPLAZA) Ahora camina sobre las ruinas de una Ciudad… (SE DESPLAZA)…
Las ruinas de esta Ciudad (DESPLAZAMIENTO)… miro en el centro de los escombros
este palacio… y lo miro a él que busca el camino que le conducirá a sus puertas.
REINA:
Explícame,
no entiendo.
CRUSA:
Nuestra
Ciudad será destruida antes de que él llegue… él llegará a palacio caminando
sobre los escombros de la Ciudad.
REINA:
¡Pero si
anunció su visita para hoy!
CRUSA:
(SE DESPLAZA
SEGUIDA DE MUJIC) ¡No, el rey de estas tierras no llegará hoy!
REINA:
¿El rey
de estas tierras? ¿A quién te referías entonces?
CRUSA:
Al rey,
nuestro amo y señor. (SE DESPLAZA Y COMIENZA A TAMBALEARSE)
REINA:
¡De
nuevo insistes con tu idea de que el rey vive!
CRUSA:
¡Vive,
Alteza, y volverá, le digo que volverá, he visto
su regreso! (SE TAMBALEA DOS O TRES VECES MAS Y SALE DE TRANCE. QUEDA EXTENUADA)
REINA:
Hoy te
entendí menos que nunca, Crusa, ¿podrías ser un poco más clara?
CRUSA:
Vi a
nuestro amo y señor. Le vi preso en un país de fuego y hierro. Luego le vi
crecer hasta convertirse en un gigante, y como también cambiaba de aspecto hasta
volverse joven… joven y vestido como los del Norte. Le vi galopar en su caballo
sobre las ruinas de nuestra ciudad, y buscar entre los escombros el camino que
conduce a las puertas de palacio.
REINA:
¿Y quién
va a destruir nuestra ciudad, tonta. Los del Sur, nos temen, los del Este,
están demasiado muertos de hambre como para emprender otra guerra, y los del
Norte son nuestros amigos. Espero a su príncipe, nuestro sobrino, para venderle
algunas tierras que son de su interés pero no del nuestro. Quizás tu
interpretación haya sido incorrecta… ¿por qué no miras de nuevo?
CRUSA:
No, mi
señora, vi llegar a nuestro rey, pero no al príncipe. Ninguno de los dos
llegará hoy… el rey, tal vez mañana… tal vez al pasar mañana.
REINA:
¡Mira de
nuevo, deja la pereza!
CRUSA:
Está bien,
señora. ¡Mujic, a trabajar! (MUJIC, CON FASTIDIO, TOMA EL RECIPIENTE Y LO COLOCA
FRENTE A ELLA QUE SE TAMBALEA HASTA CAER EN TRANCE) ¡Ahhh!
REINA:
¿Qué
ves, habla?
CRUSA:
Espere…
(SE DESPLAZA SEGUIDA DE MUJIC)
REINA:
¡La
reina no espera! ¡Te ordeno que veas y pronto!
CRUSA:
¡Espere,
espere… ya se forma la imagen! (PAUSA) Ya… (SE DESPLAZA) Le veo a usted… (SE DESPLAZA)…
a la reina de Xilos.
REINA:
¿Dices
que me ves a mí?
CRUSA:
Sí…
(PAUSA) Camina por un campo árido… camina rápidamente, como si huyera.
REINA:
¿Huir de
qué?
CRUSA:
No lo
sé.
REINA:
¡Pues
averígualo!
CRUSA:
Ahora se
dirige al pantano del Norte… (DESPLAZAMIENTO)… se detiene junto a la orilla…
(DESPLAZAMIENTO) ahora avanza…
REINA:
¿Avanzo
hacia dónde, estúpida, por qué no eres precisa?
CRUSA:
Avanzas
al centro del pantano… allí, en medio de este, reposan tres talegas de oro.
REINA:
¿Cómo
sabes que son de oro?
CRUSA:
Una se
encuentra abierta y lo muestra… con muchas monedas relucientes… (DESPLAZAMIENTO)
¡Ahhh! Camina, reina Xilos, y tu cuerpo y tus vestidos se manchan de fango. (SE
DESPLAZA) Avanzas… (DESPLAZAMIENTO CORTO)… Avanzas y tomas una de las talegas…
REINA:
(AL VER
QUE SE DETIENE) ¡Continúa!
CRUSA:
Luego otra…
(ESTIRA LA MANO)… y después la que reposaba abierta. ¡Ahhh! Te hundes en el
fango… (GESTO)… sólo queda a la vista parte de tu cabello que se mancha hasta
dejar de blanco. (DESPLAZAMIENTO) ¡Ahhh! (RETROCEDE) Has surgido de nuevo como
si te impulsaran del fondo del pantano… (MOVIMIENTO CORTO)… aferras las talegas contra el pecho… (MOVIMIENTO LEVE)…
te vuelves y tratas de alejarte del centro del pantano… comienzas a andar… (DESPLAZAMIENTO
RAPIDO)… pero surge un hombre ante ti y te impide el paso… (DESPLAZAMIENTO) Ese
hombre es… (SE DETIENE Y COMIENZA A TAMBALEARSE).
REINA:
¿Quién
es? ¿Vamos, habla? ¿Quién es?
CRUSA:
(DA UN
GRITO Y SALE DEL TRANCE) ¡Ahhh!
REINA:
¿A quién
viste, Crusa? (ELLA CALLA) No trates de ocultármelo, ¿dime quién era?
CRUSA:
¡No le
vi el rostro, le juro que no le vi el rostro!
REINA:
Perfectamente.
¡Mujic, llama al verdugo!
CRUSA:
¡Le juro
que no le vi el rostro, señora!
REINA:
¡Mujic,
te dije que llamaras al verdugo! (MUJIC HACE UN MOVIMIENTO).
CRUSA:
¡Oh, no,
no le llames, Mujic!
REINA:
¡Entonces
suelta la lengua!
CRUSA:
No pude
verle el rostro, no pude… (LLORA)
REINA:
¡Muy
bien, entonces te asolearas con las costillas llenas de latigazos y de sal si
no hablas! ¡Mujic, llama al verdugo! ¡Obedece!
CRUSA:
(PAUSA,
MUJIC LLEGA A LA PUERTA) ¡Le vi a él! ¡Le vi a él, a Mujic! (LO DICE SEÑALANDOLE).
REINA:
¿A
Mujic?
CRUSA:
Sí, sí,
le vi a él (LLORA)
REINA:
¡Mientes!
CRUSA:
No, no
miento, le juro que le vi a él.
REINA:
¿Y por
qué querías ocultármelo?
CRUSA:
Temía
que le maltrataras por mi culpa.
REINA:
Por tu
culpa… Ah, ahora entiendo. (SONRIENTE) ¿Y crees que voy a maltratarlo por
impedirme salir de un pozo de pantano en una de tus visiones, no es así? ¡Bah,
no seas necia, tú bien sabes que él en la vida real nunca lo intentaría!
(PAUSA) ¿Y el visitante qué?
CRUSA:
No
vendrá, ya le dije que no vendrá.
REINA:
¿Cómo lo
sabes, si no apareció en tu visión?
CRUSA:
Eso es
prueba de que no vendrá.
REINA:
Qué
desconsiderada te has vuelto. Al menos podrías mentirme para así verme alegre;
pero no, lo que les interesa a ustedes es verme sufrir, hacerme rabiar.
CRUSA:
Si le
mintiera, el verdugo haría de mi cuerpo jirones de carne cruda, ya que fuera
oscuro y no hubiese aparecido el visitante.
REINA:
¡Excusas!
¿Acaso no vale la pena decir una pequeña mentira para alegrar a
vuestra reina que tanto se ha
sacrificado por ustedes?
¿Qué significa unos latigazos cuando vamos a conseguir verla sonreír? Pero no,
que les importa lo que he tenido que sacrificar
durante estos tres años para verles felices… mis gustos, mi tranquilidad, el descanso de mis últimos años; y
todo inútilmente. (PAUSA) No hay peor hombre que aquel que no sabe agradecer, y
de malagradecidos está este reino. (PAUSA) Mujic, ¿qué crees tú, el príncipe Groscors vendrá o
no?
CRUSA:
Tal vez.
REINA:
¿Lo ves,
Crusa? Una respuesta consoladora. Una respuesta que no entraña ni una
afirmación ni una negativa.
CRUSA:
Siempre
he dicho lo que veo, no acostumbro a mentir, usted lo sabe.
REINA:
¿Y se
puede creer en lo que dices? ¿Ves algo realmente o sólo son ficciones de mujer
senil, mentira de vidente caída en desgracia, que dice ver para no ser
castigada, o elucubraciones de hembra jamás tocada? De acuerdo a esas dudas
puedo seguir esperando. (SE LE ACERCA) Ni creo en lo que dices ver, como no
creo tampoco que a tu edad, y ciega como estás, puedas mirar el futuro.
CRUSA:
Durante
cincuenta años has creído en mí, ayer mismo tenías fe en lo que veía y decía.
REINA:
Pero hoy
no quiero hacerlo. (CON UNA SONRISA) ¿Además, quién puede saber si a través de
los años te has visto favorecida por la casualidad, o si hemos sido nosotros
los que te hemos ayudado con nuestra y credulidad?
CRUSA:
Predije
la muerte del príncipe Jurt, el nacimiento de la princesa Reta.
REINA:
Jurt,
padecía una enfermedad incurable, y mi hermana tenía que parir hembra o macho.
Di simple y llanamente que acertaste.
CRUSA:
¡Nunca
he fallado, nunca!
REINA:
¿Y has
dicho algo importante alguna vez? Sólo lo que era factible de suceder. Mujic,
llama al verdugo.
CRUSA:
¡Señora!
REINA:
¿Qué
sucede, no quieres llamarle? ¡Si le llamas tú, Crusa será la castigada; pero si
le llamo yo, ambos terminarán en la horca!
CRUSA:
¡Dije
que no vendrá y así será, señora! Nunca he mentido.
REINA: Pero hoy lo has hecho. Yo sé que vendrá; y
tú no puedes matar esa ilusión. Vendrá y comprará las tierras que colindan con
su país. Las pagará a buen precio, lo que nos permitirá volver a ser ricos y poderosos.
Seré de nuevo “la reina”, y como suelen decir ustedes hoy en día: “la vieja
flaca y fea que nos dejó en la ruina derrochando en joyas, perfumes de Oriente,
fiestas y regalos costosos; lo poco que se salvó de las guerras que ella
provocó”. Vendrá, Crusa, y yo volveré a ser la reina más poderosa de Vitracia.
(ENTRA EL VERDUGO).
SASEMI:
¿Llamaba
usted, alteza?
REINA:
Sí,
tengo un trabajito para ti. (SE PASEA) Anda, azota a esta mujer; y cuando lo
hagas hasta cansarte, hasta que tu brazo ya no te obedezca, la traes de nuevo a
mi presencia. La quiero viva. Si le matas pagarás con tu vida. Procura ser
certero, pero sin causarle la muerte. Quiero comprobar si una buena tumba puede
hacer que una vidente vea lo que uno quiere. ¡Andando!
CRUSA:
¡Alteza,
son cincuenta años sin fallar!
REINA:
De nada
valen si no eres capaz de ver lo que yo quiero, en el momento que más lo necesito.
En el momento en que me puedo salvar para todos los siglos. ¡Llévatela, Sasemi!
(EL VERDUGO TOMA A CRUSA) Quizás cuando te interrogue de nuevo le veas hasta en
su viaje de regreso al Norte. ¡Llévatela
y cumple mis órdenes! (SALEN. A MUJIC) Asómate a la ventana y ve si
alguien se acerca.
MUJIC:
(LO
HACE) El camino permanece desierto.
REINA:
¿Aún
crees que llegará?
MUJIC:
Tal vez
el camino es largo y llueve. (ELLA SONRIE).
REINA:
Ven,
peina mis cabellos y termina de maquillarme.
MUJIC:
Crusa
sufrirá mucho en manos del verdugo, es un hombre duro.
REINA:
¿Lo
sientes?
MUJIC:
Tal vez.
REINA:
(SENTADA
EN EL TRONO) Eres discreto. (ÉL COMIENZA A MAQUILLARLA) Sabes una cosa, Mujic,
todos los reyes aún los más generosos, odiamos a nuestro bufón. Ustedes vienen
a ser como una parte nuestra que nos negamos a reconocer; una parte postiza,
pero imprescindible, sin la cual no podríamos estar a gusto. Siempre, con el
paso del tiempo, terminamos por acostumbrarnos a sus chistes y bufonadas, y aun
cuando llegamos a la convicción de que ya nuestra sonrisa es forzada, pues los
chistes son una repetición de los del día anterior, se nos hace imposible
deshacernos de ustedes y buscarnos a otro que les sustituya y nos divierta;
sería como amputarnos un brazo o una pierna por el solo hecho de que ya no nos
gusta. Un bufón siempre es el reflejo de las virtudes o vicios del rey o señor
para el cual sirve; una especie de esponja que recoge todo lo bueno o malo que apartamos
a diario de nosotros.
MUJIC:
¿Y yo me
parezco a mi reina?
REINA:
Ese es
el caso, precisamente. Ni te pareces al rey, y mucho menos a la reina. Te muestras
bueno, temeroso y ladino. ¡Yo en cambio… yo en cambio… pues soy la reina! (PAUSA) No sé si finges
ser distinto a como eres… no lo sé, pero poca semejanza entre tú y yo. En
cambio Hatot… (MUJIC DEJA CAER EL PEINE Y SE QUEDA PARALIZADO) ¿Qué te sucede?
MUJIC:
Oh, no,
no es nada…
REINA:
Pero te
sorprendiste al oírme decir…
MUJIC:
Sí, es
que recordé haber oído pronunciar ese nombre en relación con algo desagradable,
pero no recuerdo dónde.
REINA:
No lo
dudo, Hatot fue bufón de esta corte. (PAUSA) Te estaba diciendo, que Hatot era
el vivo reflejo de tu rey en todas sus acciones. Cruel, amante de la guerra, de
las conquistas y de las mujeres, obraba con un poder asombroso sobre las
decisiones de nuestro amo. (SE LEVANTA Y SE
SIENTA EN LA SILLA DE LA IZQUIERDA, MUJIC LE SIGUE CON EL PEINE EN LA
MANO) Con decirte que muchas veces tuvo más influencia en la firma de
documentos y convenios con países extranjeros, que cualquiera de los ministros
del reino. Dormía en la habitación del rey, acostado a sus pies, y este llegó a
asombrarse de la facultad que mostraba al relatarle sus sueños y adivinarle sus
pensamientos. (SE LEVANTA Y VA A LA MESA, SE SIENTA ANTE ESTA Y COMIENZA A
REVISAR ALGUNOS DOCUMENTOS) Recuerdo cierta ocasión en que el rey debía
marcharse a Tracia a resolver un asunto de Estado. De ello ni yo ni el bufón
estábamos enterados, pues acabábamos de regresar de unas vacaciones en el lago
Chalat. Pues bien, no hicimos sino bajarnos del coche cuando Hatot, sin
siquiera quitarse el sombrero, se dirigió a mi señor y le dijo; “No debes
vender el condado del Sur, es un mal negocio; vende en todo caso el Castillo
del Valle Azul, y fíjate bien, no has firmado el documento por la venta que
hacemos a los del Norte. No debiste vender a tan bajo precio”. El rey
palideció, y después, al reponerse de la impresión, le contesto: “El documento
lo firmaré al llegar; y vendí a bajo precio, porque nadie pagaría una suma
superior por esos terrenos. Dijo esto y se dirigió a su caballo; y justo, en el
momento en que montaba, Hatot le gritó: “¡Hey! ¡Hey! ¡olvidas el sobre azul”.
Dijo esto y desapareció como una ráfaga de viento hacia el interior del palacio,
regresando al poco tiempo con un sobre azul lacrado. Entonces el rey, ante la
admiración de todos y la suya propia, exclamó: “Ese bufón es la encarnación del
demonio; y en realidad era el demonio en persona. (CAMINA HACIA EL TRONO)
MUJIC:
(QUE HA
TERMINADO DE PEINARLA, TOMA EL COFRE CON LAS JOYAS Y LE SIGUE) ¿Y qué fue de
él?
REINA:
Incurrió
en un error y pago con su vida…
MUJIC:
¿Error?
REINA:
Las
joyas aún no, espera. Termina de maquillarme primero. (PONE LA CARA. EL
COLOCA EL COFRE CON RESIGNACION SOBRE EL ESCABEL Y SE DISPONE A SEGUIR
DISFRAZANDO A LA REINA) Sí, como lo oyes, quiso conspirar contra nuestro amo,
con miras a ser rey, y termino en la horca. Como te dije antes, leía los
pensamientos del rey, y conocía sus decisiones antes de que las pusiera en
práctica, eso le hizo creer, que si él pensaba mejor que su amo y sus
ministros, ya que en muchas ocasiones se le consultaban asuntos de Estado,
porque no podía ser rey de Xilos. Lo pensó bien, y su idea de dar muerte al rey
cobró forma en su mente diabólica. La maduró y se preparó a ponerla en
práctica. Era astuto, ladino e inteligente y casi lo logra, pero ese día, por
causas misteriosas, se invirtieron los papeles. El rey leyó los pensamientos
del bufón, pero éste no pudo leer los de su amo.
MUJIC:
¿Y
luego?
REINA:
Nos
buscamos otro que lo sustituyera, y la historia de Hatot, paso a formar parte
de las muchas leyendas que cuentan las madres a sus niños, durante la cena, en
los fríos días de invierno. (ALZA LA CARA, SU MAQUILLAJE ES MONSTRUOSO)
MUJIC:
¿Y qué
tal el nuevo bufón?
REINA:
(TOMA
LAS JOYAS Y SE DIRIGE A LA MESA, COMIENZA A PONERSELAS AYUDADA POR MUJIC) Oh,
ése… (RIE) Era más feo que tú, pero gracioso. Se llamaba Jusef y era tuerto,
jorobado y falta de inteligencia. Pero te repito, te llevaba una gran ventaja,
hacía reír a cualquiera que se sentara a conversar con él. (PAUSA) Claro que
eso fue en un principio, porque luego cambió. Al llegar al palacio su
comportamiento fue de un hombre generoso y tierno; pero debido a las burlas de
que era objeto, se oscureció su alma y se volvió díscolo y sanguinario. (SE
INCLINA PARA QUE ÉL LE COLOQUE LA CORONA) No te asombres si te digo que asesinó
a su propia madre en su afán de ver sangre. (PAUSA) Entonces se le dio muerte.
El rey temió sus ansias de sangre, y prefirió ver la del bufón, antes de que éste
viera la suya. (VA Y MIRA POR UNA DE LAS VENTANAS) Luego pasaron dos o tres,
sirvieron por algunos años… y luego el rey te trajo a ti. ¿De dónde te saco?
Nunca me lo dijo.
MUJIC:
Me
compró por diez monedas en el mercado de Chalat durante una de sus vacaciones.
Mi madre había quedado viuda en ese entonces al morir mi padre, y entonces
decidió venderme a buen amo para no verme pasar trabajo. (RAPIDAMENTE) Si supiera.
(PROCURA QUE ELLA LE OIGA DECIRLO PERO CONTINUA) Así tuve la suerte de ser comprado por
vuestro esposo y mi señor… y heme aquí.
REINA:
(BAJA
DEL BANQUITO) ¿Recuerdas a tu madre?
MUJIC:
(SE
ILUMINA) Sí, como si le tuviera en frente.
REINA:
¿Y a tu
padre?
MUJIC:
Nunca le
vi. Nos enviaba dinero a montones, pero nunca nos visitaba. Cuando lo hacía yo
casi siempre dormía. Él llegaba y se marchaba muy entrada la noche. Era bufón
de un reino.
REINA:
¿Bufón
de un reino? ¿De cuál?
MUJIC:
No lo
sé, mi madre nunca me lo dijo.
REINA:
Entonces
eres bufón, hijo de bufón. Te viene de sangre. El bufón de que te hablé, me
refiero a Hutot, era también hijo ilegítimo de otro de nuestros bufones, y de
una de las sirvientas de la corte. Ella huyó al parirlo, y Crusa se encargó de
su crianza. Tal vez, al apegarse tanto a ella tomó para sí algunos de los
poderes de la adivinanza y de allí su manía de estar adivinando los
pensamientos a todos los de la corte. (PAUSA) ¿Y tu madre quién era?
MUJIC:
(RAPIDO)
Era linda como el alba: (PAUSA) Fue dama de compañía de una reina y desapareció
de palacio sin que se volviera a saber nada de ella en esa corte. Amaba al
bufón de los reyes y se escapó con este ocultándose en uno de los bosques
vecinos. Él le visitaba noche a noche, hasta que en una de esas, no llegó.
Entonces mi madre presintiendo alguna desgracia, se aventuró y se acercó al
palacio, así se enteró de la funesta noticia. Mi padre había sido colgado. (SE
DEDICA A GUARDAR EL MAQUILLAJE) Mamá regresó, y se sumió en un estado muy
especial durante varios días, no comía, no dormía, no lloraba, y tampoco
hablaba conmigo. Hasta que una mañana brilló una sonrisa extraña en su rostro y
comenzó a alimentarme como nunca lo había hecho. Años después me tomó y me
llevó al mercado de Chalat; allí se negó a venderme a cualquier otro rico que
no fuese el dueño de estas tierras, y aquí me tiene, señora.
REINA:
(QUE HA
PUESTO POCA ATENCIÓN AL FINAL DE LA HISTORIA SUMIDA EN SUS CAVILACIONES) ¿Crees
que el rey haya muerto?
MUJIC:
Crusa
dice que volverá.
REINA:
¡Crusa!
El reino se cae hecho pedazos y voy a
ponerme a creer en Crusa. (PAUSA) ¡Qué difícil es gobernar, Mujic. Si
eres débil te desprecian, si eres duro, se llenan de odio contra ti, y si eres
justo, los que no lo son buscan darte muerte para poder vivir de la injusticia.
Realmente es difícil gobernar.
MUJIC:
Y ser
justo gobernando, ¿no es así?
REINA:
¡Ahora
te respondo yo a ti… tal vez! (TOCAN SUAVEMENTE) ¡Tocan, Mujic! ¡Lo ves, al fin ha llegado! (MUJIC MIRA HACIA
LA PUERTA) ¿Anda, tonto, que esperas para abrir?
MUJIC:
No puede
ser el príncipe, no lo vi aparecer por el camino.
REINA:
¿Estuviste
asomado por la ventana? No. ¿Entonces cómo vas a saber si llegó o no?
MUJIC:
Mi oído
no escuchó el galopar de su caballo.
REINA:
¿Y qué?
¿Es que no piensas abrir, entonces? (TOCAN DE NUEVO).
MUJIC:
Enseguida.
REINA:
Torpe,
feo y sin gracia, además de lento; y así pretende valer trescientas monedas de
oro.
MINIS:
¿Se
puede?
REINA:
(QUE SE
ARREGLA EL TRAJE SENTADA EN EL TRONO) ¿Quién es, Mujic, algún amable visitante?
MUJIC:
(A PUNTO
DE REIR) Sí, alteza, vuestro Ministro de Estado.
REINA:
¡Uf!
¡Pájaro de mal agüero! (SE LEVANTA Y VA HACIA UNA DE LAS VENTANAS, PERO LUEGO
SE ARREPIENTE Y VA A LA SILLA DE LA IZQUIERDA, SE SIENTA Y FINGE LEER EL LIBRO
QUE DESCANZA SOBRE EL ATRIL) Hazle pasar, Mujic.
MUJIC:
Pase
usted, señor.
CERIN:
¡Buenos
días, alteza! (AMABLE AL VER QUE ELLA NO LE CONTESTA) ¿Durmió bien la reina de
Xilos?
REINA:
¿Y desde
cuando acá te tiene que importar si duermo o no, Cerín?
CERIN:
Sólo
quería saber en qué estado… me refiero al humor, se encontraba vuestra excelencia.
REINA:
Si
vienes a pedir más dinero, muy mal. (FINGE LEER)
CERIN:
A pesar
de eso no me será posible aplazar el asunto que vengo a tratarle. Se trata de
algo urgente.
REINA:
¿Aún
bajo la amenaza de una caricia del verdugo?
CERIN:
(PARA IMPRESIONARLA)
¡Si no llegamos a un acuerdo, alteza, mañana seremos pasto de los del Sur!
REINA:
(INMUTABLE)
¡Tonterías!
CERIN:
Exigen
el pago de nuestra deuda a más tardar mañana a las 12 del mediodía. Si no se
les paga atacarán arrasando la ciudad.
REINA:
Despreocúpate
que no atacarán. El príncipe Groscors vendrá, y tendremos dinero suficiente
para comprar, hasta para comprarles a ellos con todos sus trastos.
CERIN:
¿Y aún
le esperas? Creía que su alteza ya se había convencido de…
REINA:
¡Vendrá!
CERIN:
¿Y si no
viene?
REINA:
(LE
LANZA EL LIBRO) ¡Dije que vendrá! Y vendrá, porque yo tengo fe, y eso es
suficiente. (A PARTIR DE ESTE MOMENTO EL RESPETO PASARÁ A SER UN MITO ENTRE
ELLOS DOS. SE TRATARÁN COMO PERRO Y GATO) ¿Acaso no dicen que la fe puede mover
el mundo?
CERIN:
¡No
confundas la fe con la terquedad!
REINA:
¡Ni tú
la calma con la paciencia!
CERIN:
¡Yo no
creo en cuentos de vacas enamoradas de leñadores!
REINA:
¡Ya veo
que el hambre te ha vuelto pesimista, Ministro!
CERIN:
Di más
bien, cauto.
REINA:
¡Mujic,
anda y dile al verdugo que traiga a Crusa, y pronto!
CERIN:
Por qué
no nos olvidamos de Crusa y utilizamos la cabeza. No es necesario recurrir a la
adivina para saber lo que se nos aproxima.
REINA:
(LE PERSIGUE
CON UN FLORERO EN LA MANO) Si vuelves a expresarte así, te hago cortar el
cuello aquí mismo. ¿Mujic, que esperas?
MUJIC:
(SALE
CORRIENDO) ¡Voy, señora! (ELLA SE SIENTA JUNTO A LA MESA, Y COLOCA EL FLORERO
EN SU SITIO Y SE QUITA UNO DE LOS ZAPATOS EL CUAL LE MOLESTA).
CERIN:
¿Y qué
crees, que el príncipe Groscors va a comprar lo que puede tomar sin siquiera
disparar un arcabuz? No. Lo único que tiene que hacer, si no quiere gastar la
milésima parte de su pólvora, es sentarse cómodamente y esperar que reventemos
de hambre uno a uno, para tomar luego lo que hoy tratas de venderle. Por eso no
vendrá, desengáñate. Nadie paga con oro lo que puede obtener de gratis, sin
hacer el más mínimo esfuerzo. Ningún reino facilita las cosas al enemigo que
odia.
REINA:
¡El
príncipe vendrá! (LE LANZA EL ZAPATO Y TOMA EL FLORERO DE NUEVO) ¡Vendrá, y
podré tirarles su dinero a la cara a los del Sur! (DESPECTIVA VA Y COLOCA EL
FLORERO DE NUEVO SOBRE LA MESA) ¡Tomarnos ellos a nosotros por un millón de
monedas! ¡Nunca! Primero vería arder el reino de costado a costado. (SE PASEA
CON UN SOLO ZAPATO PUESTO)
CERIN:
Si no
cancelamos la deuda, nos tomarán, están decididos. Arrasarán con todo lo que
encuentren a su paso, y luego se repartirán el territorio con los del Norte, ya
lo verás… aunque dudo que podamos verlo.
REINA:
¿Y qué
propones que se haga, genio del reino?
MINISTRO:
(GOLPEANDO
SOBRE LA MESA) ¡Necesitamos dinero y pronto!
REINA:
¿Y de
dónde voy a sacarlo, imbécil? ¿Quieres que lo cague? (CAMINA)
CERIN:
¡Vedamos
sus joyas! (LA SIGUE)
REINA:
(FALSAMENTE)
¿Mis joyas? No, eso nunca. Sin ellas sería una reina miserable, una sirvienta
más, en vez de reina. No, Ministro, mis joyas no serán vendidas.
CERIN:
Valen el
doble del monto de la deuda… con sólo vender… (LA SIGUE)
REINA:
He dicho
que no. Las heredé de mi madre y no las voy a vender para pagar deudas
contraídas por la corte.
CERIN:
¡Por la
corte no, por el rey y la reina de Xilos! (SE LE ENFRENTA).
REINA:
¿Y acaso
tomé yo la decisión de hacer la guerra?
CERIN:
No, pero
gastaste en funerales, y fiestas, lujos y regalos inútiles, lo poco que
logramos salvar del tesoro. Dejaste que cada cual hiciera a su antojo y entera
voluntad, sin ver que ese dinero representaba nuestro futuro, el futuro del
reino. Me ataste de pies y manos como a un muñeco, y me prohibiste hacer lo que
es mi deber, impedir el despilfarro y la rapiña.
REINA:
El
pueblo necesitaba olvidar los horrores de la guerra, las muertes. Por eso les
dejé hacer.
CERIN:
¿Llamas
pueblo a la corte? Ellos fueron los que despilfarraron, los otros no.
REINA:
¡Participaron
también! ¿Acaso no se dieron fiestas populares? ¿No se repartieron ayudas?
Tanto los unos como los otros olvidaron sus penas en el vino.
CERIN:
El licor
y las fiestas no eran lo más adecuado para hacerles olvidar los horrores de la
guerra. Lo más sensato hubiese sido que olvidaran reconstruyendo lo destruido.
Recuperando el tiempo perdido, sembrando los campos abandonados, instalando
nuevos negocios, enseñando a sus hijos, que todas las guerras no conducen a
nada sino a esto, que estamos viviendo hoy aquí; ruina y miseria. ¿Qué ejemplo
más palpable que este? Enseñando a sus hijos, que más vale luchar para
conservar la paz, que impulsar la guerra para adueñarse de un Condado o un
reino que luego no nos la va a proporcionar. Pero claro está, tendrían que
haber empezado por destronar a una reina que no ve más allá de sus pestañas, y
decapitar a un ministro que se deja manejar como una marioneta.
REINA:
Bonito
discurso. Te agradezco me hagas todas esas sugerencias por escrito para no
olvidarlas, tal vez las ponga en práctica en otra ocasión.
CERIN:
¿Si no
estás dispuesta a vender las joyas, debo entender que lo único que nos queda
por hacer, es, encomendar nuestra alma al Señor, y sentarnos a esperar la
muerte de manos de los del Sur?
REINA:
No
venderé las joyas, porque no moriré sin adornos como una campesina. Moriré como
una verdadera reina. Después que profanen mi cadáver para tomarlas, qué me
importa si no lo voy a ver. (CAMINA)
CERIN:
(LE
SIGUE) ¡Y sacrificar al pueblo en aras de esa idea absurda!
REINA:
Las
joyas representan nuestro poder; si las vendemos le perderemos. Si vamos a la
muerte con ellas, lo haremos siendo poderosos. ¡Si yo muero como reina, ellos
morirán como príncipes! (CAMINA, ÉL LA SIGUE).
CERIN:
(GRITANDO)
¡Morir como príncipes, cuando ya la tercera parte se ha muerto de hambre y
necesidad! ¿Pero es que ya no le amas?
REINA:
(GOLPEANDO
LA MESA) ¡Sí, pero a mi manera!
CERIN:
No, no
les amas. Si les amases sacrificarías cualquier cosa por salvarles. ¿Valen más
unas joyas de porquería que la vida de dos millones ochocientos mil hombres?
REINA:
Tal vez.
(ENTRA MUJIC, EL VERDUGO Y CRUSA. ÉSTA VIENE CON EL ROSTRO Y LAS ROPAS
ENSANGRENTADAS. SE DESPLAZA CON LENTITUD. TRAEN UN RECIPIENTE CON CARBONES ENCENDIDOS)
¡Adelante, Crusa, qué tal te sientes ahora?
CERIN:
¿Pero
qué le has hecho?
REINA:
¡A
callar! Te hablé, Crusa, ¿o es que el verdugo se extralimitó y te arrancó la
lengua?
SASEMI:
No,
Alteza, he cumplido su orden al pie de la letra. La convertí en un despojo pero
sin darle muerte.
REINA:
Muy
bien. Se ve que aún queda alguien en la corte que obedece mi palabra sin
chistar. (MIRA AL MINISTRO) Acércate, Crusa. (LE OBSERVA) Allí tienes tus
cosas… cae en trance sin chistar, y mira el futuro del reino; pero procura ver
lo que yo quiero que veas.
CERIN:
Pobre
mujer, ¿qué le has hecho?
REINA:
Pregúntale
a él, yo no he sido; sólo ordené que le hicieran una caricia. ¡Vamos, vieja inútil,
o es que quieres otra tunda!
CRUSA:
(SE
ARRODILLA AYUDADA POR MUJIC. LUEGO SACA UN SOBRE DE CUERO DEL BOLSILLO DE SU
BATA Y DE ESTE UN POLVO QUE DEJA CAER SOBRE LAS BRAZAS, SURGE UNA CORTINA DE
HUMO AZUL. ELLA DEPOSITA LA BOLSITA EN EL PISO Y COMIENZA A ALZARSE
LENTAMENTE) Veo de nuevo al rey… avanza sobre los escombros de la Ciudad…
(RETROCEDE) avanza… avanza… (SE DESPLAZA CON UNA VERTIGINOSIDAD ASOMBROSA,
JADENATE Y CON MIL CONVULSIONES)... avanza… y a medida que lo hace se retiran
los del Sur. (SE DESPLAZA. NO ALZA SUS BRAZOS, PUES LOS TIENE PARTIDOS)
¡Aaaaaaaa! Ahora te ves tú, reina de Xilos… (RESPIRA, JADEA, SE CONTORSIONA)
Luchas con Mujic que te corta el paso y no te deja salir del pantano.
REINA:
¿Otra
vez Mujic?
CRUSA:
(SE
DESPLAZA)… luchan… (SE DESPLAZA)… luchan cuerpo a cuerpo… (RETROCEDE)… y surge
de nuevo… sí, surge de nuevo… (AVANZA)… surge de nuevo el asesino de tu padre,
Mujic… (RETROCEDE)… se detiene y mira… ahora avanza hacia ti, Mujic… (SE
DESPLAZA)… trata de tomarte pero eres más veloz que él… (SE DESPLAZA)… ha
tropezado… cae… (AVANZA)… huyes Mujic… has huido. (SE DESPLAZA AHORA SIN DECIR
NADA. EN SU ROSTRO SE DIBUJA UNA SONRISA DE PLACER)
REINA:
¡Continúa,
no te detengas!
CRUSA:
Todo se
vuelve brumas.
REINA:
¡Vamos, insiste,
insiste!
CRUSA:
(DESPLAZANDOSE
AHORA CON LENTITUD) Veo un campo… (CIERRA LOS OJOS)… ahora una torre… y arriba…
colgando de la torre, un cuerpo… es el cuerpo de una mujer… esa mujer es… ¡Ah!
(SE LANZA AL PISO) Esa mujer soy yo, con mis carnes siendo pasto de los cuervos
y mis huesos tostándose al sol. (GIME).
REINA:
¡Deja de
llorar, estúpida! ¿Y el príncipe Groscors?
CRUSA:
(QUE
SABE QUE LE ESPERA LA MUERTE, DECIDE AUNQUE SEA POR UNA VEZ, INSULTAR A SU
REINA)
Vendrá
cuando la ciudad no sea más que escombros.
REINA:
¡Mientes!
CRUSA:
No, no
miento. El príncipe no vendrá, pues nunca pensó hacerlo. Goza, se divierte
pensando que le esperas inútilmente para verle lo que él sabe que le
pertenecerá sin pagar ni un céntimo. (GRITA) ¡Los campos serán suyos sin que
pague precio ni tributo!
REINA:
(AL
VERDUGO) ¡Llévatela! ¡Apártala de mi vista! (VA AL TRONO CAMINANDO CON UN SOLO ZAPATO) ¡Que le azoten hasta que
reviente, hasta que escupa toda la sangre, y luego que le cuelguen en la torre
del campanario para que sea pasto de los cuervos!
CRUSA:
Mañana
serás vencida, reina de Xilos, eso también te lo vi. Primero por el hijo de mi hijo,
luego por las tropas del Sur, y al fin por la oscuridad que invadirá tu mente.
¡Maldita seas!
REINA:
¡Llévatela,
Sasemi, y que le cuelguen enseguida, sin permitirle encomendar su alma a Dios,
para que se pudra en el último rincón del infierno!
SASEMI:
¡Andando!
MUJIC:
Adiós,
Crusa… (VA HACIA ELLA, PERO EL MINISTRO LE DETIENE)
CRUSA:
Adiós,
hijo.
REINA:
(AL
VERDUGO) Tráeme sus ojos como prueba de que has cumplido mis órdenes. Sácaselos
estando viva, ¿entiendes?
CERIN:
¡Lo que
haces es cruel, perdónale la vida!
REINA:
¿Para
qué, si ella misma vaticinó su muerte? No hago otra cosa que ayudarle a
cimentar su fama de adivina.
CERIN:
¡Crusa!
CRUSA:
Es
inútil, señor, me vi, y siempre lo que vaticino se ha cumplido. (SALEN. MUJIC,
SE HA QUEDADO PARALIZADO).
REINA:
Cerín,
diles a los del Sur, que mañana a más tardar tendrán su dinero.
CERIN:
¿Engañarles
de nuevo? ¿Pero de dónde los obtendrás?
REINA:
Continuaré
esperando. (TRUENA).
CERIN:
Se
avecina una tormenta.
REINA:
¿Tu
frase es muy oportuna… a cuál de ellas te refieres?
CERIN:
Alabo tu
buen humor después de lo que has hecho con Crusa.
REINA:
Gracias,
Ministro, y no te busques que haga otro tanto contigo. ¡Mujic, trae mi zapato!
(ÉL LO TOMA Y SE LO DA. ELLA LO TIRA AL PISO, Y ÉL PROCEDE A PONERSELO. DE
REPENTE ALZA EL OTRO PIE Y LO COLOCA SOBRE LA CABEZA DE MUJIC, APRISIONANDOLE
CONTRA EL PISO) ¿Mujic, cómo podemos hacer para obtener un millón de moneda de
oro? Pon a trabajar la imaginación si aún te queda y canta. Ve si es capaz de
producir algo bueno. (LE QUITA EL PIE DE LA CABEZA) Los bufones en muchas
ocasiones piensan por sus amos, como parte de ellos que son. (COMIENZA A
QUITARSE LAS JOYAS. MUJIC VA EN BUSCA DEL COFRE. EL MINISTRO MIRA HACIA EL
EXTERIOR POR UNA DE LAS VENTANAS) Pero tú nunca te has mostrado receptivo en
ese sentido. Siempre chistoso – si se
puede llamar a eso, ser chistoso – pero nunca ingenioso o entrometido en los
asuntos del Estado… y no porque no te atraigan… Intuyo que en el fondo sientes
un gran interés por ese tipo de asuntos; pero me da la impresión, que nunca has
querido exponer tus ideas, por miedo que no resultaran útiles. Me atrevo a
decir, que más te han alegrado nuestras derrotas, que nuestros éxitos. (ELLA
JUEGA CON UNA GARGANTILLA QUE LE TIENDE Y LA TIRA PARA NO DEJARLE ALEJARSE)
Habla, bufón. ¿Ha pensado algo esa cabeza de calabaza?
MUJIC:
Sí… que
debes pagar si no quieres perecer en manos de los del Sur.
REINA:
Eso lo
sé, asno. No te pedí un consuelo sino una sugerencia.
MUJIC:
(CON UNA
SONRISA RARA) Venda sus joyas, señora.
REINA:
¡Tú a
callar! (LE DA LA GARGANTILLA) ¿Qué otra solución tienes a la vista, bufón?
MUJIC:
Conseguir
el dinero prestado de otra reina.
REINA:
¡Gran
sugerencia! ¿Piensas que esta vieja bruta no pensó en eso? No sé quién sabe que
no está en condiciones de pagar.
MUJIC:
¡Hipoteca!
REINA:
Eso
sería igual que vendernos. No podríamos pagar los intereses.
MUJIC:
Si
invirtiéramos lo que nos prestaran…
REINA:
Los
príncipes de los otros reinos, no son tan imbéciles como para prestarnos una
suma que nos permita cancelar la deuda que tenemos pendiente con los otros, y
quedarnos con un tanto para fortalecernos si nos prestan, nos procurarán la
cantidad de oro que sólo nos alcance para cubrir nuestras deudas con los otros,
pero quedando con la soga de ellos al cuello. Ningún Estado hace bien a otro si
no ve que la tajada que va a tomar luego es lo bastante grande.
MUJIC:
Entonces
no veo solución posible, señora.
REINA:
Nuestros
ricos ahora son pobres, apenas tienen para comer; nuestro pueblo revienta de
hambre, nuestros vecinos del Sur nos cobran los intereses y deuda que tenemos
con ellos, y los del Este se encuentran en las mismas condiciones nuestras.
Solo el Norte es rico y…
CERIN:
“Y”, no,
alteza, diga “PERO”. Pero saben que pueden obtener mucho de nuestro
debilitamiento. Si nos ayudan, lo harán con poco, para que no podamos pagar
nuestras deudas, y nos veamos obligados a invertirlo en reconstruir la ciudad,
con miras a resurgir y poder pagarles a ellos y a los “otros”. De este modo nos
tendrán en sus manos y nos tomarán cuando quieran. Y si nos dejan reventar, en
espera de una ayuda que… (SIGNIFICATIVO)… “tarda y tarda”, nos tomarán sin
haber arriesgado ni un solo centavo. De ambas maneras gana y de ninguna pierden.
Si nos ayudan, tomarán una ciudad remota remozada, reconstruida, a punto de
florecer nuevamente, lo que no deja de ser una ventaja. Y si nos dejan
reventar, no tendrán más que enterrar un montón de cadáveres – o dejar que los
cuervos se encarguen de ello – y gastar luego en reparaciones, lo que se
gastará luego en reparaciones, lo que se negarán a prestarnos.
REINA:
Ya Crusa
pagó con su vida su manía de llevarme la contraria, no busques hacerle
compañía. (VA, TOMA LA BOLSITA CON EL POLVO Y SE DIRIGE AL RECIPIENTE CON LOS
CARBONES. HECHA POLVO SOBRE LAS BRASAS. SE FORMA UNA CORTINA DE HUMO AZUL) ¡Si pudiera ver! (MIRA INSISTENTEMENTE HACIA
EL HUMO) ¡Si al menos pudiera ver!
CERIN:
No lo
creo, no naciste con poderes adivinatorios. (JOCOSO)
REINA:
(SE
LEVANTA ASOMBRADA Y RETROCEDE) ¡Ah!
CERIN:
(JOCOSO)
¿Le ves venir?
MUJIC:
(RIENDO
VA A UNA DE LAS VENTANAS) No, nadie se acerca.
REINA:
¡Cerín,
acércate! ¡Mujic, ven enseguida!
CERIN:
(SE
ACERCA CON UNA REVERENCIA) ¿Señora?
REINA:
Cerín,
ven y mira y dime qué ves…
CERIN:
(BURLON)
¿Dónde, señora, en el humo?
REINA:
Sí, allí
en el centro, junto a las llamas. ¿No notas que empieza a formarse algo?
CERIN:
¡Santo
Dios!
REINA:
¡Dime lo
que ves, Mujic, o te degollaré!
MUJIC:
No veo
nada, señora.
REINA:
Sí, sí
ves. Veo yo que no soy vidente, y ve Cerín que tampoco lo es, ¿por qué entonces
no vas a ver tú que eres igual que nosotros? (LE TOMA DEL BRAZO Y LE ACERCA AL
HUMO)
CERIN:
¡Es
increíble! (SE LLEVA LAS MANOS A LOS OJOS)
REINA:
Vamos,
habla, ¿dónde tienes el dinero?
MUJIC:
No sé de
qué me habla, le juro. No tengo ningún dinero.
REINA:
¡Pero es
que vas a negarte a hablar, cerdo inmundo!
MUJIC:
Le juro
que no sé de qué dinero me habla.
CERIN:
Déjale,
tal vez sea cierto que no ve nada.
REINA:
Sí, sí
ve, lo que pasa es que se hace el estúpido.
MUJIC:
¡Le juro
que no veo nada!
REINA:
(RETROCEDE
Y SUELTA A MUJIC) ¡Dios Santo! (SE QUEDA PETRIFICADA).
CERIN:
¡Es
increíble, esto es obra de brujería!
REINA:
Espera…
(PAUSA).
CERIN:
Se
esfuma la visión…
REINA:
¡Oh, calla! (PAUSA) Ha desaparecido… (TOMA LA
BOLSITA Y ECHA POLVO DE NUEVO).
CERIN:
Nada.
REINA:
(INSISTENTE)
No se ve nada… qué extraño… (SE ALZA Y SE PONE FRENTE MUJIC) ¿Qué opinas de lo
que viste?
MUJIC:
Ya le
dije que no vi nada, se lo juro.
REINA:
Pues te
voy a decir lo que vimos Cerín y yo. Te encontrabas cerca de mí en medio de un
pantano. Llevabas una talega llena de monedas de oro que me ofrecías
haciéndolas sonar. Al principio me negué
a aceptarlas; pero entonces sacaste otra y luego otra y naturalmente al
final, cuando acepté las tomé, me fui al fondo del pantano. Luego surgí pero
sin las monedas. Traté de huir pero me cortaste el paso. Comenzamos a luchar, y
de repente, del bosque, surgió un hombre barbudo, vestido con andrajos y trató
de pillarte, pero tropezó con un pequeño tronco y lograste escapar… allí
desapareció la visión.
MUJIC:
No,
entiendo…
REINA:
Yo sí,
tienes dinero escondido y piensas negociar conmigo tu libertad… o más bien…
pensabas.
MUJIC:
Lo juro que
no tengo ni un centavo, señora, no sé de qué me habla.
REINA: Sabes muy bien de qué te hablo. Me hiciste a
tempranas horas una pregunta y ahora sé por que camino venías. ¿Dónde guardas
el dinero? ¿A cuánto asciende la suma y dónde lo conseguiste?
MUJIC:
¡Ya le
he dicho que no tengo ningún dinero! (ENTRA EL VERDUGO. EN UN PEQUEÑO PLATO
LLEVA LOS OJOS DE CRUSA) ¡Ohhh!
REINA:
Muy
oportuna tu entrada Sasemi (A MUJIC) ¿Ves lo que te espera a ti también si no
hablas?
MUJIC:
Qué
quiere que le diga si no sé de qué dinero me habla.
REINA:
¿Qué
opinas tú, Ministro?
CERIN:
Creo en
él… quizá lo ignore. No nos detuvimos a interpretar la visión… tal vez no lo
tenga… sino que va a obtenerlo.
REINA:
Lo tiene
Cerín, no seas ingenuo. Trató de comerciar
su libertad conmigo esta mañana antes de que tú llegaras, pero se volvió
atrás. Me faltó astucia para dejarle seguir adelante.
CERIN:
Pues yo
te aseguro que no tiene ni un centavo. Creo en él.
REINA:
Tú crees
en él, pero yo no. Sasemi, quieres tomar a Mujic y hacerle recordar dónde
guarda cierta suma de dinero que ha olvidado.
MUJIC:
¡No
tengo ningún dinero, lo juro! (TOCAN)
REINA:
(SE
ALZA) ¡Tocan, debe ser el príncipe Groscors! ¡Allí está nuestro hombre al fin!
(SE COLOCA LA CORONA SIEMPRE TORCIDA) Anda, Mujic, qué esperas para abrir… (EL
VA RAPIDO A LA PUERTA) ¡Oh no, espera, que abra Cerín, abre pronto! Mujic,
desaparece también, no quiero intrusos presentes. (ESTOS DESAPARECEN Y CERIN,
MUY CEREMONIOSO, SE DIRIGE A LA PUERTE. LA REINA ARREGLA LOS PLIEGUES DE SU
TRAJE).
CERIN:
(CON
SORPRESA) Oh, ¿qué desea, señora?
VOZ:
¿Puedo
hablar con su alteza la reina?
CERIN:
¿Cómo
llegó usted hasta aquí, señora?
VOZ:
Conozco
el palacio como la palma de mi mano, señor, ¿puedo pasar?
REINA:
¿Quién
es, Cerín?
CERIN:
¿A quién
debo anunciar?
VOZ:
A la
condesa, Tubie.
REINA:
(EXTRAÑADA)
¿Condesa Tubie? (ENTRA UNA MUJER DE APROXIMADAMENTE SESENTA Y CINCO AÑOS. VISTE
CON ELEGANCIA, Y MUESTRA AUN LOS RASTROS DE UNA ANTIGUA BELLEZA).
TUBIE:
Ruego a
su excelencia perdone mi atrevimiento, pero no encontré a nadie que me
anunciara y decidí hacerlo por mis propios medios.
REINA:
(PARA
SI) Bonito palacio donde sirvientes y guardias no están en su sitio. (A LA CONDESA)
Siéntese usted, condesa. (LE MIRA COMO SI TRATARA DE RECORDAR DONDE LA HA VISTO
ANTES) ¿Nos conocimos antes?
TUBIE:
No, no
lo creo. (PAUSA) Vine porque quería tratar un asunto de mucha importancia para
mí, con usted. En referencia a mi hijo.
REINA:
(SIN
ENTENDER) ¿Su hijo? Bien, diga usted, de qué se trata.
TUBIE:
Bien…
tal vez usted no lo sepa, pero soy la madre de Mujic.
REINA:
(HUMILLADA)
Oh, es usted la madre de mi bufón.
TUBIE:
(ALTIVA)
Hoy, condesa de Tubie.
REINA:
¿Sí? (A
CERIN QUE SE ENCUENTRA CERCA) Vaya las cosas que se ve en este reino.
TUBIE:
(QUE LE
HA ESCUCHADO) No vivo en su reino, señora, vivo en el Norte. (LA REINA PICADA
SE MUEVE RAPIDAMENTE) Vengo en busca de mi hijo, a comprar su libertad.
REINA:
Cerín,
quieres cerrar esa ventana… (ÉL OBEDECE)… El aire me molesta. (SE VUELVE A
TUBIE) ¿Dice usted que desea comprarme a Mujic, no es así?
TUBIE:
Sí, al
precio que sea. (PAUSA) ¿Puedo verle?
REINA:
Sí,
claro que sí… los del Norte siempre son bienvenidos a esta corte. ¿Cerín,
quiere llamar usted al bueno de Mujic?
CERIN:
(INCLINANDOSE)
¡Enseguida alteza! (SE DIRIGE A LA PUERTA) ¡Mujic!
MUJIC:
¿Desea
algo, señor?
TUBIE:
(SIN
ESPERAR QUE ELLOS HABLEN) ¡Mujic!
MUJIC:
(SE
VUELVE Y VE A SU MADRE, CORRE HACIA ELLA) ¡Madre, al fin has venido!
TUBIE:
(LE
CORTA UN GESTO) Nada de abrazos y besos, eso lo dejaremos para después. (LE
SONRIE CON UNA SONRISA DE COMPLICIDAD)
Vengo a comprar tu libertad como te prometí… ¿recuerdas? (ÉL SONRIE TAMBIEN DE
MANERA EXTRAÑA).
MUJIC:
Claro
que lo recuerdo, mamá.
TUBIE:
¿Cuánto
crees que debo pagar por ti a Su Excelencia, si acepta venderte?
MUJIC:
Treinta
monedas a lo sumo… y creo que es mucho pedir.
REINA:
(SE
YERGUE EN SU ASIENTO ESCANDALIZADA) ¡Treinta monedas! ¿Y quién vendería el
mejor bufón de Vitracia por treinta monedas?
TUBIE:
¿Y a qué
precio lo vendería entonces?
REINA:
No puedo
negarle a una reina la satisfacción de tener de nuevo a su hijo junto a sí…
pero digamos seiscientas. Amo tanto a Mujic, que me avergonzaría venderle por
tan poco. ¿Sí? (ELLA NO RESPONDE PERO LE SONRIE CON MALICIA. PAUSA) ¿Qué le
trajo a Mujic después de veinte años?
TUBIE:
Luego lo
sabrá.
REINA:
¿Un
enigma? (ELLA NO CONTESTA, PERO SONRIE) Su apellido de soltera es…
TUBIE:
No interesa,
hace muchos años que dejé de serlo.
REINA:
¿Pagará
las seiscientas monedas por Mujic? Aún no me ha contestado.
TUBIE:
Al
callar, otorgué, alteza.
REINA:
¿Cerín,
serías tan amable en redactar el documento para firmarlo?
CERIN:
Enseguida,
alteza. (VA HACIA LA MESA Y SE SIENTA A ESCRIBIR. LA REINA BAJA Y SE ACERCA A
LA CONDESA).
REINA:
¿Dice
usted que vive en el Norte, no es así?
TUBIE:
Así es.
REINA:
¿En
Rilos?
TUBIE:
Cerca.
REINA:
Estoy en
espera de vuestro príncipe.
TUBIE:
Ah, sí.
REINA:
No sabe
usted si ya salió rumbo a este palacio o si…
TUBIE:
Lo
ignoro, frecuento poco la corte.
REINA:
¡Ah!
(PAUSA LARGA. LA REINA NO HALLA DE QUÉ HABLAR) ¿Qué tiempo tan horrible?
TUBIE:
Cuestión
de gustos, a mí me encantan los días lluviosos.
CERIN:
Aquí
tiene, alteza. (ELLA LO TOMA Y LO LEE. LA CONDESA SACA DE UN GRAN BOLSO DE CUERO
QUE LLEVA DOS BOLSAS INMENSAS LLENAS DE MONEDAS. SE LAS ENTREGA A CERIN QUE
COMIENZA A CONTARLAS DE ESPALDAS. LA REINA VA AL ATRIL Y FIRMA EL DOCUMENTO)
Aquí está… lista. (SE LO ENTREGA A MUJIC) Eres libre, Mujic, puedes irte ya con
tu madre al Norte.
TUBIE:
Es libre
pero no se irá todavía, tiene unos asuntos muy importantes que resolver. ¡Abraza
a tu madre, Mujic, ahora que no eres bufón, ni esclavo! (SE ABRAZAN)
REINA:
(SE
DESPLAZA Y SE COLOCA AL LADO DE CERIN) Que escena tan conmovedora. Me recuerda
una de las grandes actuaciones del actor Nirev y la actriz Serta.
TUBIE:
(RÁPIDA
A LA REINA) Le estoy muy agradecida por su bondad al devolver a mi hijo. Se lo
agradeceré eternamente. (SONRIE ENIGMATICAMENTE) Me marcho, Mujic. (ABRE EL
BOLSO Y SACA UN DOCUMENTO. HABLA EN VOZ ALTA) Toma, mediante este documento eres
dueño de dos millones de monedas. Puedes disponer de ellas con entera libertad.
(SE MIRAN AMBOS Y SONRIEN CON MALICIA, AL NOTAR EL IMPACTO QUE HA CAUSADO LA
FRASE EN LA REINA Y EN SU MINISTRO)
REINA:
¡Dos
millones de monedas! ¿Y de dónde sacó una condesa semejante cantidad de dinero?
TUBIE:
Soy
viuda de Xixos, de Mutiest, de Lavig, y cerré con broche de oro con el conde de
Tubie. Se ha hablado de envenenamiento; pero no lo crea, la gente siempre habla
lo que no es. ¡Buenos días! (SE DIRIGE A LA PUERTA).
REINA:
Dijo
usted que conocía este palacio como la palma de su mano… ¿acaso sirvió aquí?...
su cara me parece conocida…
TUBIE.
Tal vez…
(SALE Y CIERRA)
REINA:
Frase
preferida del hijo, en boca de la madre. ¡Tal vez!
CERIN:
(QUE
GUARDA LAS MONEDAS EN LA BOLSA) ¿Qué piensas hacer, Mujic, ahora que eres rico?
MUJIC:
Comerciar.
CERIN:
¿Comerciar
qué… ganado… terrenos?…
MUJIC:
Oh, no,
no me refiero a esa clase de comercio. Pienso comprar, bufones, Ministros… y hasta reinas.
REINA:
(RIE)
¿Reinas? Vamos, hombre, no seas iluso. ¿Qué reina se vendería a un bufón?
MUJIC:
Ya conseguiré
alguna. (SENTANDOSE) ¿A cuánto asciende la deuda del reino con los del Sur?
REINA:
Mi bufón
no tiene por qué saber mis asuntos.
MUJIC:
¡Ya no
soy vuestro bufón!
REINA:
Sí, es
cierto, pero aún estás en mi territorio.
MUJIC:
Y mi
madre en el Norte, que es más poderosa.
REINA:
Que
valiente te has vuelto de repente.
MUJIC:
Lo
aprendí de ti.
REINA:
E
insolente también.
MUJIC:
¡Tal
reina, tal bufón!
REINA:
Bien,
dejemos esta discusión. Tomas tus trastos y márchate, ya eres libre.
MUJIC:
No tengo
nada que tomar pues nada tengo, sólo dos millones de monedas con las cuales me
interesa comerciar.
REINA:
¡No
comercio con bufones!
MUJIC:
Sí, pero
poseo dinero suficiente como para comprar este reino contigo dentro, no una
vez, sino dos. Le quieres salvar o no.
REINA:
No vendo
mis joyas, si es a eso a lo que te refieres.
MUJIC:
(SONRIENTE)
No, yo no compraría tus joyas.
REINA:
¿Y
entonces qué quieres comerciar?
MUJIC:
Quiero
tu cuerpo a cambio de la suma que saldará la deuda.
REINA:
(RIE) No
sabía que sentías deseos ocultos hacia mí. ¿Es que aún soy apetecible, Cerín?
CERIN:
¡Señora!
MUJIC:
Tal vez
sí, tal vez se trate de otro asunto. Lo que te debe importar es, que cancelarás
tu deuda y salvarás tu vida.
REINA:
¡No me
interesa!
MUJIC:
¡Piénsalo,
salvarás la cabeza!
CERIN:
Si no
vendió las joyas, Mujic, mucho menos venderá su honra.
MUJIC:
Que poco
conoces a algunas mujeres, Ministro. Ésta al menos, es de la que es capaz de
vender hasta su alma, por conservar la vida. No te engañes, ella venderá su
honra con tal de seguir viviendo. Ama la vida, Ministro. Lo sé muy bien… ¿Acaso
no fui parte suya?
REINA:
¿Me
juzgas tan baja?
MUJIC:
¡Aún
más, ruin! Te me entregarás… me entregarás tu honor para defender tu vida, de
eso estoy completamente seguro. Además… Oh, es mejor callar y que descifres
luego el enigma.
REINA:
¡Primero
muerta que acceder!
MUJIC:
Cuando
amanezca veremos. Cuando los soldados del Sur crucen tu frontera veremos si no
se vence tu resistencia. Y entiéndelo, no quiero tu cuerpo porque me llama a
deseo, eres vieja y repugnante y poco tienes que dar. Pero poseerte me dará más
de lo que te imaginas, “me honrará”
REINA:
(RIE)
¡Qué poco me conoces!
MUJIC:
¡Te
conozco más de lo que tú crees!
CERIN:
¿Pero es
que ambos se han vuelto locos?
MUJIC:
¡Sí, sí,
locos de odio, Ministro!
REINA:
¡Te
consumirás en él, no lo dudes!
MUJIC:
No, no
lo creas. Tú, accederás. ¡Cuando amanezca verás que accederás! ¡Tendrás que
acceder, reina!
REINA:
¡Lo
veremos, bufón!
Telón
rápido.
Fin del
primer Acto.
SEGUNDO
ACTO
ESCENOGRAFIA:
Habitación
de la reina. Cama de Dosel. Dos sillas desvencijadas. Espejo y mesa sobre la
cual se encuentra un florero con rosas marchitas, y el cofre con las joyas, y
la caja de maquillaje. Dos puertas y una ventana a gusto del Director y donde él
diga. Cortinas y alfombras raídas.
ACCION:
Son las
seis de la mañana del día siguiente. En escena, la reina, sentada en una de las
sillas. Lleva el vestido del día anterior, y a simple vista se nota que no ha
dormido en toda la noche. Su rostro se halla maquillado exageradamente, por lo
que resulta cómico decir que en ese instante tiene setenta y cinco años, pues
representa quinientos o mil. Parecería como si todos los años y pecados de
todos los ciudadanos del reino descansaran esa mañana sobre sus hombros.
REINA:
(SE
LEVANTA) ¡Ah, al fin amanece! (SE ESTIRA) Hubiera preferido que la noche
continuara interminablemente, para así no tener que enfrentarme con el día de
hoy. (ECHA LA CABEZA HACIA ATRÁS) ¡Ah! ¿Cómo sacudir los años y el cansancio
que siento sobre los hombros? (TOMA UNA TAZA E INCLINA LA TETERA SOBRE ESTA, NO
SALE NI UNA GOTA DE TE) Ni siquiera te. Nuestro capital, el capital del reino,
no lo constituyen sino seiscientas monedas; el precio de un bufón. Pero qué
comprar cuando ya nadie tiene nada que vender. (TOMA LA CORONA Y SE LA COLOCA
TORCIDA COMO SIEMPRE) (VA HACIA EL ESPEJO Y SE MIRA) Dicen que es de mal agüero
colocarse la corona torcida. (RIE) Ya me explico entonces de dónde proviene
nuestra mala suerte. (PAUSA) ¡Qué hacer! (PAUSA) Sí, qué hacer cuando amamos más
nuestra vida que la honra del pueblo; cuando no amamos al pueblo. (VA HACIA LA
VENTANA) Amo mi vida como esa luz que comienza a penetrar por la ventana, a
pesar de haberla saboreado por setenta y cinco años, de haberla vivido
plenamente. Amo mi vida, y me aferraré a lo poco que aún me queda aunque tenga
que claudicar, pero sabiendo que he de despertar aquí, y no en el reino de la
muerte. (PAUSA) Y me pregunto de nuevo… ¿Qué hacer cuando se ama la vida y no
se ama al pueblo; y cuando el pueblo depende del amor que se le puede tener a
la vida de y no a la nuestra? Me entregaré a Mujic, lo sé… (SE ANGUSTIA) Soy
una vieja egoísta que prefiere fornicar con su antiguo bufón, con tal de no
perder su cabeza en manos de los del Sur. Mujic se llevará mi honor, pero me
dejará la vida y también la del pueblo. Salvaré lo que más amo, y a los que
debería amar, pero me son indiferentes; y al salvarme y salvarles, les quitaré
lo que aman mucho más que la vida. Mi pueblo ama la palabra honor,
mucho más que la palabra vida, yo amo mucho más la palabra vida, que
la que ellos veneran. Ellos han perdido en guerras la vida por defender
el honor, y yo hoy entrego el honor por defender la palabra vida.
Mi honor es la vida de mi pueblo; pero mi vida es más importante para mí, que
ese honor que ellos tanto aman. Oh, para qué tantas cavilaciones si sé que
terminaré por hacer lo que siento… lo que dijo Crusa que haría. ¿Para qué
luchar contra la corriente si sabemos que a la postre terminaremos por ser
arrastrados? (TOCAN) ¡Es mi verdugo, seguramente! (TOCAN) ¡Adelante! (SE LE CAE
LA CORONA) ¡El reino se tambalea! (ENTRA CERIN).
CERIN:
¡Buenos
días, alteza!
REINA:
(IRONICA)
Si es buena para ti, sabiendo que dentro de una hora tu reina se tendrá que
entregar a su bufón, te felicito.
CERIN:
(FINGE
NO HABERLA ESCUCHADO) ¿Durmió bien la reina de Xilos?
REINA:
¿Y quién
duerme bien cuando tiene la soga al cuello, Ministro?
CERIN:
Usted
misma se ha colocado el lazo al cuello, alteza.
REINA:
No, te
equivocas, me lo ha colocado el destino.
CERIN:
Rey y
reina lo forjaron; pero aún pueden burlarlo.
REINA:
No,
nadie burla el destino, eso lo sé por experiencia. Muchas veces intenté
evadirlo con diferentes tretas, Ministro, y terminé por convencerme de que
siempre el camino que utilizaba para burlarlo, era el que me acercaba con
apresuramiento al fin que había tratado de evitar. No, nunca podemos burlar el
destino. Crusa me lo demostró durante cincuenta años.
CERIN:
(SIN
MOVERSE) ¿Y sabiéndolo le hiciste colgar?
REINA:
Sí, porque
tarde o temprano tendría que hacerlo y no quería vivir con la angustia de que
al fin, de una manera u otra, me vería obligada a colgarla. Quise evitarle la
espera. Quise destruir la fuente de donde emanaba el destino, pero cuando lo
hice, ya había lanzado su último chorro. (DURA) ¡Anda, llama a Mujic! ¡Búscale
donde sea, quiero acabar con esto de una vez por todas! (LE MIRA DESAFIANTE)
¡Amo la vida, Cerín!
CERIN:
¡Sería
mucho mejor que amaras la muerte!
REINA:
¡Le
temo… y cómo le temo! Si le amase tan siquiera un poco, todo hubiera sido más
fácil… con sólo entregarme a ella…
CERIN:
Alteza,
le repito, hay un modo de burlar al destino. (PAUSA. ELLA PERMANECE ABATIDA).
¿Qué le sucede? Antes me criminaba mi falta de fe, y ahora es usted la que duda.
REINA:
(CON UNA
SONRISA IRÓNICA) ¿Y cuál es ese modo de burlar al destino? ¿Vamos, dime?
CERIN:
Vendiendo
las joyas.
REINA:
¿Las
joyas?
CERIN:
Los del
Norte las ambicionan. Se las venderemos y con ello pagaremos a los del Sur. Si
no lo hacemos así, serán de unos o de otros a costa de nuestras vidas. Sólo si
las vedemos podemos vencer al destino y a Mujic.
REINA:
¡Qué
ingenuo eres, Cerín! ¿Te convences de que nadie puede burlar al destino? (VA Y
ABRE EL COFRE) ¡Las joyas son falsas! No son otra cosa que latón y gemas de
cristal. Las auténticas fueron negociadas por el Rey para cancelar deudas de
guerra. ¿Crees que si hubiera tenido ese medio no lo hubiera utilizado para
salvar mi vida y pisotear a Mujic?
CERÍN:
¡Falsas!
¿Y el Ministro de Estado sin saberlo?
REINA:
Todos
los reinos poseen secretos que ignoran sus Ministros de Estado, en muchas
ocasiones hasta la misma Reina.
CERÍN:
No, lo
creo. Se trata de un ardid para mantenerlas en tu poder a costa de la sangre
del pueblo.
REINA:
Voy a
entregarme a Mujic.
CERÍN:
¡Mientes!
REINA:
Cerciórate
por ti mismo… (LE DA LA CORONA) Lo ves, latón y cristales de colores. ¿Quieres
más? (LE LANZA LA GARGANTILLA) ¡Toma! (ÉL LA EXAMINA) ¿Aún dudas?... Toma,
examina… (LE LANZA UN BRAZALETE, CERÍN LAS EXAMINA ATONTADO) ¿Te convences
ahora?
CERÍN:
Sí, ya
lo veo… ¡Estamos perdidos!
REINA:
¡Soy la
reina con ruinas y un país en ruinas… pero aún no estamos perdidos, Ministro!
CERÍN:
¿Mujic?
REINA:
Sí.
CERÍN:
Y todo
el reino lo sabrá. ¿Crees que no lo va a pregonar en cada esquina, taberna o
aldea? Vengará tus ultrajes y desprecios, reina.
REINA:
¡Bah,
que les importa si salvan la vida!
CERÍN:
(QUE LA
SIGUE) Aman el honor más que la vida, si les dejaras escoger, preferirían
morir, pero con su honor.
REINA:
¡Morir
con honor! Eso se dice cuando uno siente que se haya lejos de la muerte; pero
cuando sentimos su aliento cerca de la cara, y su calor cerca de nuestra piel,
deja de importarnos un bledo el honor. ¡En ese instante queremos la vida,
porque la vida vale, en cambio el honor… el honor no es más que una palabra… y
tan corta! ¡Además, vendo mi honra, no la de ellos!
CERÍN:
¡Tu honor es el honor de tu pueblo!
REINA:
Sí,
Cerín, pero hay muchas clases de honor. Si he tenido que colgar adivinos,
cortesanos, bufones o Ministros, nunca he osado pregonar que me convenía, dije
simplemente que procedí así; “por el honor de la corte”. Y cuando hemos enviado
al pueblo a mil guerras inútiles, tampoco dejamos entre ver que lo hicimos para
procurarnos lo que nos apetecía o para lavar una ofensa personal, sino que
procuramos hacerles creer, “que luchaban por defender el honor del reino”. Y si
les obligamos a trabajar el campo, explotar minas o construir una carretera sin
recibir salario, les decimos también, “que lo hacen por el honor del pueblo”.
La palabra honor es fácil de manejar, y yo nunca he tenido escrúpulos en
utilizarla.
CERÍN:
Quizás
ese haya sido tu error. Les has pregonado tanto la palabra honor, que ahora
preferirían morir por él, que vivir sin tenerlo.
REINA:
¡Palabras!
CERÍN:
¡Las
tuyas de ayer, cuando pregonabas que si morías como reina, ellos morirían como
príncipes, y hoy quieres venderles el honor!
REINA:
Y fueron
palabras. Quería ocultarte la falsedad de las joyas y por eso utilicé esas
palabras. También he sostenido en muchas ocasiones, que los pueblos eran
reflejo de sus gobernantes. Sí, lo he dicho, cuando me convenía. Pero hoy lo
niego, porque me facilita las cosas. También pregono que soy la cabeza del
pueblo… pues es verdad. Pero nunca me ha importado desmembrarme cuando he
querido hacer lo que me place. Los Reyes, Ministro, apoyamos y mantenemos
algunas ideas, algunas situaciones, cuando nos conviene. También decimos muchas
cosas que no cumplimos o en las que no creemos, porque nos interesa o nos
favorece. Me extraña mucho que siendo Ministro de Estado no lo sepas. Ya me
explico porque este reino se fue a pique sin remedio.
CERÍN:
¡Hay
muchas clases de Ministros, Alteza!
REINA:
¡Y
también muchas clases de Reinas, Ministro!
CERÍN:
Eso no
tiene necesidad de decírmelo, “señora”, está a la vista.
REINA:
El
“señora” dilo con menos insolencia si no quieres perder la cabeza.
CERÍN:
¡Sería
preferible a perder el honor!
REINA: ¡Soy la reina, y por eso mismo la que manda
y decide!
CERÍN:
¡Y yo el
Ministro de Estado!
REINA:
Ah, sí,
pues bien, a partir de este momento te relevo del cargo. Ya no eres más que un
ciudadano de este reino.
CERÍN:
Me
sentiré mucho mejor así, Alteza.
REINA:
Negociaré
con Mujic, digan lo que digan y hagan lo que hagan. ¡Venderé mi honor… por el
honor del pueblo!
CERÍN:
¿Otra
clase de honor, no es así?
REINA:
Modera
tu lengua, recuerda que ya no eres mi Ministro.
CERÍN:
¡Te
venderás para salvarte, no para salvar al pueblo! ¡No les amas, no les has
amado nunca!
REINA:
¿Y acaso
ellos me aman a mí?
CERÍN:
No,
porque no les has dado motivo para ello.
REINA:
¡Es su
deber!
CERÍN:
¿Y qué
dices del tuyo?
REINA:
¡No compliques las cosas!
CERÍN:
¡Eres tú
quien las complicas!
REINA:
¡Y ya no
me tutees, ya no eres mi Ministro!
CERÍN:
¡Ya lo
sé, señora, pero como ciudadano quiero mi honor!
REINA:
¡Tendrás
la vida!
CERÍN:
¡Quiero
mi honor!
REINA:
Lo
quieres porque eres culto y sabes lo que vale. Pero ellos, el pueblo… ¿crees
que van a saber realmente lo que es el honor?
CERÍN:
Más de
lo que crees. ¿Quieres que te lo demuestre?
REINA:
¿Cómo?
CERÍN:
Ya lo
verás. (SALE)
REINA:
¡El
honor! Y qué saben labriegos, pastores y sirvientes del honor… de verdadero
honor. Ellos sólo conocen el que yo y el rey les hemos hecho conocer, pero del
honor de los señores qué van a saber.
CERÍN:
(ENTRA
PRECEDIDO DEL VERDUGO, EL COCHERO Y UNA MUCAMA) ¡Adelante! ¡Adelante!
REINA:
¿Pero
qué haces? ¿Cómo te atreves…?
CERÍN:
(SIN
PRESTARLE ATENCIÓN) Les he traído aquí, porque la reina desea hacerle una
pregunta a cada uno de ustedes.
REINA:
¿Qué te
traes entre manos?
CERÍN:
(EN VOZ
BAJA) Simplemente demostrarte como aman su honor estas gentes. Pregunta,
pregunta y verás.
REINA:
Si preparaste
la función, actúa como maestro de ceremonia. (VA Y SE SIENTA EN EL TRONO) No,
no pienso hacerlo.
CERÍN:
(ACERCÁNDOSE
AL VERDUGO) Sesami, dime. Si una reina se entregara a un extranjero o a uno de
sus criados; bien sea el cocinero, al cochero o al bufón, para obtener así
cierta cantidad de dinero que necesita para pagar una deuda que se tiene con un
país fronterizo, que exige el pago inmediato o invade pasando por las armas a
toda la población. ¿Qué pensarías tú de esa reina? Te advierto que la única
forma de saldar la deuda, es aceptando entregarse a… al que le ofrece el
dinero; no tiene otra alternativa para salvarse y salvar a su pueblo. Dime,
¿qué pensarías de esa reina?
SESAMI:
Si tiene
un pueblo digno, éste le defendería y no dejaría que se entregara.
CERÍN:
(LA
REINA RIE) No, no me has entendido. Pongan atención todos. Escucha. El reino
peligra; nadie presta dinero a la reina, incluso los reinos amigos. Un país al
cual se le debe una elevada suma, espera en una de sus fronteras para invadir,
si a una hora determinada no se les entrega el dinero. Un bufón se presenta
ante la reina y ofrece prestarle la suma de dinero, pero a cambio de una noche
de amor…
REINA:
Noche
no, Cerín, una mañana de amor. Y no es prestarle, sino “darle”.
CERÍN:
(LOS
CRIADOS SE MIRAN ENTRE SI) Entonces la reina se ve acorralada y para salvar a
su pueblo, se entrega al bufón, que luego resulta ser ciudadano de un país
enemigo al cual huye. ¿Qué piensas del proceder de la reina? ¿Hizo bien o hizo
mal?
SESAMI:
Sería
preferible morir luchando, que tener una reina sin honra. (LA REINA SE YERGUE)
CERÍN:
Pero con
el dinero pagaría la deuda y se salvarían todos.
SESAMI:
Pero
vendería el honor del pueblo, señor.
CERÍN:
Sí, sí,
es verdad… pero… qué es el honor para ti.
SESAMI:
Es… como
mi padre y mi madre… como Dios.
CERÍN:
Bien,
gracias, Sesami, puedes retirarte.
SESAMI:
Con su
permiso, alteza. (ÉSTA HACE UN GESTO, ÉL SALE)
CERÍN:
(A LA
MUCHACHA) Tú muchacha, ya has oído la pregunta que hice a Sesami. Ahora dime,
¿qué pensarías de esa reina? ¿Hizo bien o hizo mal?
MUCAMA:
Una
reina que es capaz de vender el honor del pueblo, demuestra que no les ama, ni
mereció ser nunca reina.
CERÍN: Se entregó para salvarles.
MUCAMA:
¿Y luego
qué haría ese pueblo sin honra? Sería como si yo perdiese la mía en manos de un
vagabundo extranjero, tan sólo por un plato de lentejas.
REINA:
(PARA
SI) Mojigata, hacernos creer que aún se conserva virgen.
CERÍN: Y tú, ¿qué dices? (AL COCINERO)
COCINERO:
Pues…
que un hombre puede vivir sin dinero, pero no sin honra. Claro que la honra no
se ve… no se ve, como no se ven tampoco el amor y la virtud, ¿me entiende
usted? Es algo que amamos sin saber por qué… tal vez porque Dios nos manda a
que lo hagamos. (LA REINA RESOPLA) Un pueblo sin honra sería como un pueblo… sin reputación, porque la reputación
en cierta forma, es tener buena la honra. (LA REINA SE LEVANTA) Y quién respeta
a un pueblo sin reputación, nadie. Y quién respetaría una reina que se entregó
por oro en vez de luchar como un soldado. (LA REINA DA UN SALTO Y LA MIRA
ASUSTADO) Oh, Alteza, perdone usted la comparación. (LA REINA SONRIE
DISPLICENTEMENTE) Yo siempre he dicho a mis hijas; digo hijas pues no tengo
ningún hombrecito, que primero muertas que violadas. Es preferible perder la
vida a perder la honra; aunque después de muerto se la quitan a uno. Lo
importante es que no se la quiten estando vivo.
REINA:
Cerín,
quieres hacerles salir… por favor.
CERÍN:
Enseguida…
enseguida. Bien, bien, gracias por haber venido.
COCHERO:
La honra
es como la caja de caudales de un reino…
REINA:
¡O se
calla o se lo entrego al verdugo para que lo deslengüe!
CERÍN:
Gracias
por todo… andando… hasta luego. (LE SACA RAPIDAMENTE)
REINA:
¡Bonita
exhibición! ¿Y de qué vale? ¡Crusa nunca se equivocó!
CERÍN:
Hoy me
he convencido de algo, alteza, de lo poco que conoces a tu pueblo.
REINA:
Y yo, de
lo poco que conoces a tu reina. (TOCAN) ¡Adelante!
MUCAMA:
Alteza,
un viajero extranjero desea verle.
REINA:
(INTRIGADA)
¿Un extranjero?
MUCAMA:
Sí,
viste ricamente como los del Norte, y lleva el sombrero, de alas muy anchas,
casi sobre la cara; pero cuando mostró el rostro para hablar al hombre que le
acompañaba, noté en él un parecido extraordinario con vuestro bufón Mujic. Sólo
que éste iba rasurado y limpio como ninguno.
REINA:
¡Ah!
CERÍN:
¡El
comprador!
REINA:
¡Hazle
pasar!
CERÍN:
¿Estás
lavadita para recibirle?
REINA:
¡O te
callas o te hago callar, cerdo!
CERÍN:
Me
horroriza pensar en su situación, Alteza.
REINA:
¡Vete al
cuerno y deja de compadecerme!
CERÍN:
No, si
no te compadezco.
REINA:
¡Siento
miedo, Cerín! (APAGADA)
CERÍN:
¿De qué?
De no gustarle a Mujic… de no dejarle satisfecho. (LA REINA LE VA LANZAR EL
FLORERO, PERO SE ABRE LA PUERTA Y ENTRA MUJIC)
MUJIC:
Buen
día, Alteza… Buen día, Ministro.
CERÍN:
Ya no
soy Ministro de Estado, acabo de ser destituido.
REINA:
¡Y si no
cierras el pico serás decapitado también!
MUJIC: Señora no estoy para perder el tiempo
oyéndola discutir con su ex-ministro. ¿No le importaría hacerle salir para
tratar a solas nuestro asunto?
REINA:
Aún no,
bufón, aún no hemos llegado a ningún acuerdo.
MUJIC:
¡Acuerdo!
(DESPECTIVO)
REINA:
(ALTIVA)
¡O venta, si mejor lo prefieres! (SE OYEN CAÑONAZOS) ¿Qué es eso? ¿Qué ocurre?
(CORRE HACIA LA VENTANA)
MUJIC:
(SONRIENTE,
NO SE MUEVE DE SU SITIO) Son cañones, señora.
REINA:
Cerín,
¿qué está sucediendo? (ÉSTE CALLA) Habla, imbécil, ¿o es que no oyes los cañones?
CERÍN:
Sí, los
oigo perfectamente. (VA HACIA LA VENTANA Y SE ASOMA) ¡Ah! Son nuestros amigos
del Sur que nos avisan que se acerca el momento de que debemos saldar la deuda
que tenemos con ellos. A las diez de esta mañana vence el plazo. Anoche me fue imposible
convencerles de esperarse hasta esta tarde. Le advierto que están dispuestos a
todo.
REINA:
¡Pero
ellos no pueden hacerme esto a mí!
CERÍN:
Actúan
como lo hubiese hecho la Reina de Xilos estando en su lugar.
MUJIC:
Mientras
discuten daré un paseíto. (SALE APRESURADAMENTE)
REINA:
¿A dónde
va ese hombre?
CERÍN:
Descuida,
volverá, fue tan solo en busca de su cobija.
REINA:
Si
vuelves a abrir la boca para herirme te la cierro para siempre.
CERÍN:
Espero
que lo hagas antes de acostarte con Mujic, así moriré con mi honor intacto.
REINA:
No, no
te daré ese gusto. De ahora en adelante le deberás la vida a una vieja de
setenta y cinco años que se entregó a su bufón. ¿No te parece heróico?
MUJIC:
(ENTRA)
¿Aún discuten?
REINA:
¿Discutir?
¿Y quién discute?
MUJIC:
Andaba
en busca de esto… (VACIA UNA BOLSA DE CUERO, SOBRE LA MESA DE ELLA CAEN MONEDAS
DE ORO RELUCIENTE. LUEGO CORRE HACIA OTRA PUERTA Y LA ABRE, SE AGACHA, Y AL
ALZARSE TIENE EN SUS MANOS CUATRO TALEGAS LLENAS DE ORO, LAS QUE LANZA A LOS
PIEZ DE LA REINA) Y de esto también…
(CORRE A
UNA DE LAS VENTANAS, SE ASOMA Y SILBA. ATAJA UNA TALEGA QUE ALGUIEN LE LANZA)
¡Oro!
(LA
DEPOSITA A LOS PIES DEL MINISTRO. CORRE A LA OTRA VENTANA Y VUELVE A SILBAR. DE UNA CUERDA, QUE ALGUIEN
MANIPULA DESDE LA AZOTEA, PENDE OTRA BOLSA QUE ÉL DESATA Y SE MUESTRA) ¡Y más
oro! El precio de tu vida y de la honra de tu pueblo. (SE LA TIENDE, PERO ELLA
AL ESTIRAR LA MANO, LA APARTA) Sí, pero sólo la tendrás en tus manos cuando firmes
un documento donde hagas constar que te me has entregado… (SACA UN PAPEL DEL
BOLSILLO DE SU CAMISA) Aquí está. Para ahorrarte tiempo y trabajo me permití
redactarlo yo mismo, no tienes más que firmar. (SE LO ENTREGA. A MEDIDA QUE
ELLA LO LEE, ÉL VA RECOGIENDO RAPIDAMENTE LAS TALEGAS Y LAS COLOCA SOBRE LA
MESA) Ah, también deberás firmarme este salvo conducto… (LO BUSCA EN SU
BOLSILLO) Aquí lo tienes… Quiero llegar sano y salvo al Norte, sin el más
pequeño rasguño.
REINA:
(QUE HA
LEIDO EL DOCUMENTO) ¿Dime, Mujic, qué ganarás con poseer una mujer vieja y fea?
MUJIC:
Luego lo
sabrás, paciencia.
REINA:
¿Y si
luego no te dejara salir de palacio?
MUJIC:
Mi madre
mandaría en mi busca… recuerda que el Norte es poderoso. Vamos, firma de una
vez. No estoy para perder el tiempo, y creo que ustedes tampoco. Tienes apenas
hora y media para pagar a los del Sur y yo hora y media para reunirme con mi
madre en el Norte.
REINA:
Cerín,
entérate de lo que dice este papel (LEE) Yo, Nubia de Premex, Reina y señora de
Xilos, en perfectas facultades mentales, juro ante Dios y ante mi pueblo, que
me entregué a mi criado esclavo y bufón Mujic, recibiendo en pago de éste, la
suma de un millón de monedas de oro, dinero que obtuvo en la corte del país del
Norte. Al hacerlo, salvo mi vida, y la de mi pueblo, y vendo mi honra a los del
Norte, para salvarles ante las amenazas que me dirigen los del país del Sur.
Firma… ¿Qué te parece?
CERÍN:
¡Pero
eso es una infamia! (CAÑONES CON MAS FUERZA)
REINA:
Mujic,
¿si vas a tenerme para que necesitas ese papel?
MUJIC:
Lo
necesito. No voy a pagar un millón de monedas de oro por una mujer vieja, sin
tener luego cómo demostrar que lo hice.
REINA:
Eres
astuto, ahora es que comienzas a parecerte a mí realmente. (CAÑONES. CERÍN MIRA
POR LA VENTANA) ¡Dame acá! (TOMA EL PAPEL Y LO FIRMA. LUEGO SE LO EXTIENDE)
Aquí tienes.
MUJIC:
Gracias, Alteza. ¡Cerín, fuera, que ya nada tienes que hacer aquí!
REINA:
Sí,
Cerín, vete, vete inmediatamente. Vete y pregona que tu reina está manchada.
Anda, vete, ¿o es que no has oído? (EL MINISTRO, ABRUMADO, SALE CON PASO RÁPIDO. ELLA SE QUEDA INMÓVIL EN EL CENTRO DE LA ESCENA, TIESA, COMO SI SE HUBIESE
TRAGADO UN PARAGUAS)
MUJIC:
(GIRANDO
ALREDEDOR DE ELLA) ¡Al fin solos abuelita! Me parece un sueño que tú y yo
podamos estar solos, como un par de enamorados la noche de la boda. ¡Al fin
solos después de veinte años de amores! Al fin solos. (ELLA LE VUELVE LA
ESPALDA) Sólo que ahora los papeles se han invertido. Ahora soy el poderoso, y
tú, vieja inmunda, la esclava, el bufón del ex – bufón hijo de bufón. ¡Mírate
en ese espejo! ¡Anda camina! (LA EMPUJA HACIA EL ESPEJO) ¡Acaso no pareces un
perfecto bufón con esa cara maquillada como una puta enferma! ¡Con esa cara
llena de arrugas, más arrugada que una lechuga vieja! ¡Mírate! ¡Quiero que te
mires! (LE TOMA DEL CABELLO Y LE OBLIGA A MIRARSE) Que lejos se fue tu
juventud, ¿verdad? ¡Mírate, mírate reina de porquería! Mira la porquería en que
te has convertido. (LA LANZA CONTRA LA CAMA) ¡Ah! (SE DOBLA Y SE LLEVA LAS
MANOS A LA CABEZA) ¿Tendré valor para hacerlo? ¿Para llegar al fin? (SE ALZA)
Sí, debo tenerlo. (SE ACERCA A ELLA QUE SE ENCUENTRA RECOSTADA A UNO DE LOS
PILARES DE LA CAMA) Vamos, abuelita, a la cama. (LA LANZA SOBRE LA CAMA) Anda,
abre tus flacas piernas de puta octogenaria y prepárate a recibir tu bufón,
prepárate a pagar tu millón de monedas. (LA ACOSA) Ninguna mujer recibió jamás lo que vas a
recibir hoy por una hora de amor; ninguna vieja, porque no eres más que una
pobre y sucia vieja. Pero te advierto te las tendrás que ganar… y con creces.
Harás todo lo que yo quiera y diga, y de veras todo lo que tendrás que hacer.
¡Vamos, anda y lávate esa cara! (LA LEVANTA Y LA LANZA CONTRA UNA DE LAS
PUERTAS. CUANDO ELLLA VA A SALIR LA DETIENE) ¡Oh, no, espera, no lo hagas!
Quédate así, quiero que estés lo más repugnante posible, para sentirme como si
estuviera fornicando con un monstruo. Vamos, rata inmunda, muévete… a
desabrochar ese primer botón. (ELLA COMO UNA AUTÓMATA OBEDECE) Bien, muy bien…
ahora el que sigue. (ELLA OBEDECE) Sigue, abuelita, sigue. No esperes que te
ordene desabrocharlos por uno. (ELLA SIGUE. ÉL SE SIENTA A QUITARSE LAS BOTAS)
Así me gusta, así me gusta, abuelita.
(TELÓN
RÁPIDO – FIN ESCENA I DEL SEGUNDO ACTO)
ESCENA
II
ESCENOGRAFÍA:
La misma
escena anterior una hora después.
ACCIÓN:
La reina
se encuentra sentada sobre la cama. Mira el piso como desquiciada mientras
sostiene un vaso con agua entre sus manos. Lleva el mismo vestido de la escena
I, pero luce despeinada y está descalza. Mujic, ya vestido, de espaldas a ella,
mira a través de una de las ventanas. Las talegas de oro han desaparecido de su
lugar sobre la mesa.
REINA:
¿Qué
esperas para marcharte?
MUJIC:
¡Que te
repongas de un todo de tu desmayo!
REINA:
Ya estoy
bien.
MUJIC:
Creí que
dormías, por eso aproveche y salí.
REINA:
¿Qué
hora es? ¿Cuánto tiempo ha pasado?
MUJIC:
Poco,
despreocúpate.
REINA:
(SE
LEVANTA ALARMADA) ¡El dinero… los del Sur!
MUJIC:
Ya Cerín
partió a cancelar la deuda. Mientras dormías le hice entrega del dinero.
REINA:
(MAS
CALMADA) ¡Ah, qué cansada me siento!
MUJIC:
Me
imagino, estos trotes no son para mujeres de tu edad.
REINA:
¡Calla!
(SE LEVANTA Y SE DESPLAZA) ¿Por qué no te marchas de una vez?
MUJIC:
Me iré
cuando “él” llegue.
REINA:
¿Y por
qué no le esperas afuera?
MUJIC:
No, debo
esperarle aquí.
REINA:
Cerín
tiene su habitación particular. (IRÓNICA) Si es que tienes algo secreto que
tratar con él, puedes bajar y esperarle allí. (OSCURA) No pongo en duda que me
esté traicionando contigo.
MUJIC:
No
espero a tu ministro.
REINA:
¿Y a
quién, entonces?
MUJIC:
¡Espero
al asesino de mi padre!
REINA:
¿Y por
qué tiene que venir a mi habitación el asesino de tu padre?
MUJIC:
¡Esta es
su alcoba!
REINA:
¡Estás
loco!
MUJIC:
¡No, no
estoy loco!
REINA:
¡Entonces
no te entiendo!
MUJIC:
(DEVOLVIÉNDOLE
LA FRASE) ¡Piensa! Pon a trabajar esa cabeza, al menos.
REINA:
El
asesino de tu padre… Oh, no entiendo qué relación puede…
MUJIC: ¡El asesino de mi padre es tu esposo el rey!
REINA:
¡Estás
más que loco! ¡Ni siquiera sé quién es tu padre!
MUJIC:
¿De veras?
Mi padre murió en este palacio.
REINA:
Han
muerto tantos en este palacio.
MUJIC:
Murió
asesinado…
REINA:
Muerto o
asesinado es igual… han sido tantos…
MUJIC:
Soy hijo
de bufón y de dama de compañía; y a su vez nieto de adivina y de bufón.
REINA:
Sí, ya
sé que eres bufón por herencia.
MUJIC:
Eso
mismo. (Pausa, la mira fijamente) ¿No te dice nada eso de: “bufón”, hijo de
bufón, y nieto de bufón?
REINA:
Podría
decirme tantas cosas.
MUJIC:
¡Hatot!
Ese nombre te lo dirá todo.
REINA:
(DEJA
CAER EL VASO) ¡Hatot! (SE ALARMA)
MUJIC:
Sí, soy
hijo de Hatot y de Magie Lacor, hoy condesa de Tubie; nieto de Crusa y del
bufón Crodiot.
REINA:
¿Nieto
de Crusa? ¡Mientes! ¡Crusa murió virgen, nunca conoció hombre alguno!
MUJIC:
En las
cortes siempre existen secretos que no los conocen ni los ministros, en muchas
ocasiones ni la misma “reina”, Crusa no murió virgen. Fue amante de Crodiot,
vuestro bufón, y engendró a mi padre en este palacio. Su maternidad no fue
notada por ustedes, porque en esa época se vivían días de esplendor en el reino
y en tiempos dichosos nunca se consulta las adivinas, porque se les considera
de mal agüero. Ella le parió y les hizo creer a todos que se trataba de un hijo
de Crodiot con una de las criadas de palacio. Aprovechó la huida de una de
ellas, que estaba embarazada de vuestro esposo, para echarle el muerto encima.
Así pudo criar a su hijo y tenerlo en palacio.
REINA:
¡Mientes!
MUJIC:
No, no
miento. (VA HACIA LA VENTANA) La historia de mi padre la conoces ya, ayer te la
conté. Huyó con mi madre y la instaló en uno de los bosques que colindan con el
Norte. Allí nací yo. Mi madre quiso que así fuera. Allí también crecí y se
engendró mi odio hacia esta corte y sus reyes, que habían asesinado a mi padre.
Mi madre me vendió a tu señor, para esto, para que vengara la muerte de mi
padre manchando la honra de este reino. Y así ha sucedido. Mientras yacías
desmayada, hice circular con un hombre de confianza de mi madre el documento
que firmaste hace una hora. Primero por la corte, luego de taberna en taberna.
Seguirá camino y lo irá mostrando de aldea en aldea, hasta llegar al país del
Norte. La corte ha abandonado el palacio ante la amenaza de los sureños, y ante
la noticia de su deshonra, así que eres una reina manchada y sola. Ahora sólo
le espero a él. Sólo quiero ver la cara que pondrá cuando sepa que su honra ha
sido pisoteada por el bufón de la corte.
REINA:
El rey
no llegará, murió hace tres años.
MUJIC:
Sí, sí
llegará, porque Crusa nunca se equivocó cuando predijo el destino.
REINA:
(LANZA
UNA CARCAJADA) ¡Y qué crees, Mujic, que me acosté contigo sólo para salvar la
vida! No, también lo hice para derrotar el destino aunque fuera una vez en la
vida. (SU MIRADA DEJA DE SER NORMAL) Crusa, dijo que el rey llegaría pisando
sobre las ruinas de la ciudad, ¿no es así? Pues bien, ya no habrá ruinas porque
los del Sur tendrán su oro. Oro que tú mismo me has proporcionado. El rey no
puede llegar, porque está muerto, muerto como lo está tu padre también. (RIE)
Crusa no interpretó bien sus últimas visiones, estaba vieja y ciega. Dijo que
él se retiraría y avanzaría el Norte… ¿no es así? Y así será. Se retirará el
Sur porque tendrá su oro, y avanzará el Norte, porque su príncipe debe negociar
conmigo la compra de las tierras del Feirel. ¿Ves, Mujic, como te he vencido y
he vencido al destino? (RIE) ¡Has perdido la partida, bufón! ¡Perdiste la
partida, bufón hijo de bufón!
MUJIC:
(LA
TOMA) ¡Y eso que me importa, si poseí y deshonré a la reina más altiva de
Vitracia! ¡Si manché el honor del asesino de mi padre! (SE ABRE UNA PUERTA Y APARECE EL REY. ELLOS NO SE
DAN CUENTA. ESTÁ VIEJO Y LLENO DE ARAPOS, PERO AUN CONSERVA SU DIGNIDAD DE
ALTEZA) ¡Que me importa si te reduje a la servidumbre más vergonzosa, a la de
la carne, si te utilicé como nunca lo hice con la más vil de las prostitutas de
los alrededores! (ELLA TRATA DE ZAFARSE) Fuiste mía, reina de porquería, con el
dinero que me dieron los del Norte para que te avergonzara. ¡Te escarnecí, te
arranque el honor, y he podido darme el gusto de lanzárselo luego a los perros!
(ENLOQUECIDO) Este es el pantano, el pantano donde tenías que hundirte, y donde
yo siempre te cortaba el paso para impedir que huyeras.
REY:
¡Mujic,
quita tus manos de encima de tu reina!
REINA:
(SE
VUELVE) ¡Tarot! (RETROCEDE)
REY:
¡Si, Tarot, tu señor y el rey de Xilos!
MUJIC:
¡Lo ves,
reina de mierda, que nadie puede burlar el destino!
REINA:
¿Cómo
has llegado hasta aquí? ¿Dónde has estado?
REY:
Luego
hablaremos de eso. (LOS MIRA A AMBOS) En buenas manos dejé mi honor cuando
partí a la guerra.
REINA:
¡Tarot,
escucha…!
REY:
¡Calla!
Tres largos años encadenado en el país de los herreros, sirviendo como esclavo,
y ahora que regreso encuentro a mi mujer en brazos de mi bufón.
MUJIC:
Ya no
soy su bufón, soy un ciudadano del Norte. Tu mujer me vendió por seiscientas
monedas.
REY:
Entonces, con más razón te cortaré la lengua.
MUJIC:
Me
vendió por seiscientas monedas, y yo le compré a ella con un millón de monedas
de oro que me proporcionaron los del Norte para que comprara tu honra. (EL REY
LLEVA LA MANO A LA ESPADA) No, de nada
te servirá. Estás viejo y cansado y puedo aplastarte lanzándote cualquiera de
estas sillas. (ALZA UNA SILLA, EL REY RETROCEDE. MUJIC LA BAJA DE NUEVO) Lo
pensaste demasiado antes de actuar, rey.
REINA:
Es hijo
de Hatot y de Margit: nieto de Crodiot y de Crusa. Oh, todos me tendieron una
red para vengar la muerte de Hatot.
REY:
(QUE NO
ENTIENDE) ¿Qué dices?
REINA:
Que es
hijo del bufón Hatot y de Margit, dama de compañía que desapareció de palacio
sin que volviéramos a saber de ella. Ayer vino aquí, pero yo no le reconocí al
instante, Señor, ¿qué esperas para matarle?
MUJIC:
He
comprado tu honor, rey de Xilos, y eso me honra.
REY:
¡Aun
puedo lavarlo!
MUJIC:
¿Cómo?
REY:
¡Matándote!
(SE LANZA CONTRA ÉL, PERO TROPIEZA CON LA SILLA QUE MUJIC HABÍA LEVANTADO Y SE
VA DE BRUCES) ¡Maldita sea!
MUJIC:
Es el
destino que se te interpuso, Señor. (SE ESCABULLE)
REINA:
¡Imbécil,
le has dejado escapar!
REY:
¿Qué, me
insultas? ¿Cuándo soy yo el que debería insultarte y hasta darte muerte? (CORRE
HACIA LA PUERTA) ¡Y sin soldados en palacio!
REINA:
¿Sin
soldados?
REY:
Si,
todos abandonaron el palacio; huyen como ratas. ¿Pero por qué huyen?
REINA:
Sí, sí,
Mujic lo dijo. (PAUSA) ¡Crusa!
REY:
¿Qué
sucede con ella?
REINA:
¡Oh,
rey, que Crusa tenía razón!
REY:
No,
entiendo.
REINA:
¡Predijo
tu vuelta y también la destrucción de nuestro pueblo! (CAMINA COMO CIEGA) ¿Y
acaso se equivocó alguna vez?
REY:
¿La
destrucción de nuestro reino, de qué hablas?
REINA:
¡Oh, qué confusión, qué confusión!
REY:
¿De qué
hablas, qué fue lo que dijo Crusa? ¿Por qué todos abandonan el palacio?
REINA:
(ENLOQUECIDA)
Crusa dijo que volverías… dijo que volverías.
REY:
¿Y acaso
no es cierto?... He vuelto.
¡Estuve
preso en el país de los herreros, en el país del fuego! Antes de partir a la
guerra, llamé a Crusa y le pedí que viera en el humo el futuro que me
aguardaba… recuerdo que me dijo estas palabras: “permanecerás encadenado en la
tierra del fuego y del hierro, y no podrás escapar sino tres noches antes del
día en que tu corona caerá de tu cabeza”. Muchas veces traté de escapar, pero
me fue imposible; si no me veía descubierto, las circunstancias me obligaban a
aplazar la huida para otra oportunidad. Siempre tenía en la mente las palabras
de Crusa, aunque aún no las entiendo del todo. Al fin, hace tres noches pude
escapar. Mi centinela murió de un ataque al corazón, y yo, junto con otros más,
pudimos huir a través de los bosques y los pantanos… tres noches en que… (SE
DETIENE HORRORIZADO)… ¡Ahora entiendo!
REINA:
Ahora
entiendes tú, pero yo continúo devanándome los sesos.
REY:
¿Y qué
es lo que no entiendes?
REINA:
Antes
decía, cada vez que le consultaba, que volverías del país del fuego y del
hierro, pero últimamente varió su versión. Decía que te veía avanzar sobre
nuestra ciudad destruida, vestido a la moda de los norteños. Después surgió una
nueva visión ante ellas. Me veía a mí en el centro de un pantano recibiendo unas
talegas de oro de manos de Mujic, y también como me hundía en el fango, como
surgió de nuevo…
REY:
¿Y?
REINA:
Veía a
Mujic que trataba de impedirme que me escapara. Decía que ambos luchábamos y
que tú, surgías de no sé de dónde, y tratabas de prenderle, pero tropezabas con
un tronco y éste lograba escapar. Lo ves, todo se ha cumplido. Me hundí en el
fango…
REY:
Y bien
que te hundiste.
REINA:
Y el
bufón escapó. (CAMINA AGITADA) Pero ¿por qué te veía caminar sobre las ruinas
de la ciudad, y también aparecer en mi habitación…? Oh, quiero decir, ¿a la
orilla del pantano? No, no eso no lo entiendo. (GRITOS, PIEDRAS Y CRISTALES
ROTOS) ¿Ahora qué sucede?
REY:
(CORRE A
UNAS DE LAS VENTANAS Y SE ASOMA) ¡El pueblo que viene en busca de su honor!
REINA:
Lo único
que nos faltaba.
REY:
¿Dijo
algo Crusa sobre nuestro fin, habló algo de muerte?... ¿trata de recordar?
REINA:
No, nada
dijo de muerte que yo recuerde, salvo la suya.
REY:
Anda, llámala.
REINA:
Imposible,
le hice colgar.
REY:
¿Estás
segura de que no dijo nada de la muerte de alguno de nosotros dos?
REINA:
No, de
ti decía últimamente, y con mucha insistencia, lo que ya te dije, que volverías
cabalgando sobre las ruinas de la ciudad, remozado y vestido como los del
Norte, y también la otra versión del pantano.
REY:
¿Remozado
y vestido como los Norte, dijiste?
REINA: Si, así te veía.
REY:
¡Ah,
maldita sea! Tal vez la vieja imbécil entendió las cosas al revés. Sí, eso es, (SE
PASEA AGITADO) ¡Sí, no me cabe la menor duda!
REINA:
¡Pero
cálmate, explícame!
REY:
¡Cuando
me vio avanzar vestido como los del Norte, no me vio a mí, vio al príncipe Groscors,
a mi sobrino que es mi vivo retrato!
REINA:
¡Entonces
la ciudad será arrasada!
REY:
¡Sí,
será arrasada! (CAÑONAZOS Y GRITOS. EL REY CORRE A LA VENTANA) ¿Qué sucede?
VOZ:
¡Nos
atacan! ¡Los del Sur avanzan sobre la ciudad! ¡Han tomado la ciudad!
REINA:
¿Nos
atacan los del Sur? ¡Traidores!
REY:
¡El
pueblo huye, los del Sur avanzan destruyéndolo todo!
REINA:
¿Pero
por qué? No entiendo. ¿Por qué si se les pagó su dinero?
REY:
(CON
ANGUSTIA) Trata de recordar si Crusa dijo algo sobre nuestro fin.
CERÍN:
(ENTRA
CORRIENDO) ¡Alteza! ¡Alteza! ¡Nos han invadido los del Sur!
REY:
Ministro,
debería matarte en este preciso instante por precipitar la caída de mi reino.
¡Eres el único culpable!
CERÍN:
¡Alteza!
REY:
¡El
cuello te cortaré! (SACA SU ESPADA)
REINA:
¡Y que
ganarás con eso, atrás! (TOMA DE UN
BRAZO A CERÍN) Cerín, ¿recuerdas lo que dijo Crusa sobre el reino, trata
de recordar?
CERÍN:
Lo
intentaré, señora, dijo tantas cosas…
REY:
Recuerda
o eres hombre muerto.
REINA:
Trata de
recordar, tu vida está en tus manos… o en tu mente.
CERÍN:
Sí, lo
estoy tratando… dijo lo del fango…
REINA:
Eso no
nos interesa, sigue… ¿qué otra cosa recuerdas?
CERÍN:
Lo de la
ciudad destruida… (SE DETIENE Y MIRA AL REY)… pero llegaste antes, Alteza.
REY:
Pero
Crusa no se refería a mí, sino a mi retrato, a mi sobrino Groscors. La muy
bestia no supo interpretar la visión.
REINA:
O tal
vez la interpretó, pero no quiso decirlo. No me arrepiento de haberla hecho
colgar.
CERÍN:
¡Ah!...
Ahora recuerdo… dijo… mañana será vencida la reina de Xilos. Primero por el
hijo de mi hijo…
REINA:
¡Mujic!
CERÍN:
(QUE NO
ENTIENDE) ¿Mujic?
REINA:
Sí, sí,
tú no lo puedes entender… (CAÑONAZOS MAS FRECUENTES)
CERÍN:
Después
por los del Sur…
REINA:
¡Seremos
vencidos por Xarot!
CERÍN:
Luego no
recuerdo muy bien… (CAÑONAZOS)… creo que dijo algo de que el príncipe Groscors
tendría las tierras nuestras sin pagarlas…
REY:
Todo
está claro nos vencerán los del Sur, destruirán la ciudad.
CERÍN:
Y luego
avanzarán los del Norte a repartirse con ellos la ganancia.
REINA:
Ahora
recuerdo…
REY:
¿Qué
recuerdas? Anda, di.
REINA:
Dijo…
serás vencida por el hijo de mi hijo, luego por los del Sur, y al final por la
oscuridad que invadirá tu mente. (ALEGRE) ¡Entonces quiere decir que no moriré,
que no moriremos!
REY:
¡Se
refería a ti, y no a nosotros!
CERÍN:
¡Señora,
aún estamos a tiempo de detener a los del Sur!
REINA:
¿Cómo?
¡Si nos han traicionado, nos han burlado!
CERÍN:
¿Ellos a
nosotros o nosotros a ellos?
REINA:
¿Qué
dices?
CERÍN:
¡Acá el
dinero, Alteza, pronto o perderemos nuestras cabezas!
REINA:
¿El
dinero? Y no te lo dio Mujic hace un rato, antes de partir?
CERÍN:
No,
alteza, el dinero quedó en esa mesa cuando abandoné esta habitación.
REINA:
¿Cuál
mesa? (ATONTADA)
CERÍN:
(ATERRORIZADO)
Esa, Su Señoría. ¿No lo guardó usted?
REINA:
¡No,
pero él, él me dijo que te lo había entregado, y que habías ido a pagarle a los
del Sur!
CERÍN:
¡Y el
muy canalla me dijo haberlo dejado sobre la mesa! ¡Ahhhhhh! ¡Traidor!
REY:
¡Imbéciles,
los engañó a ambos y se llevó consigo el botín!
REINA:
¡Nos
engañó el maldito! ¡Nos engañó el maldito miserable!
REY:
¡Estamos
perdidos! Nos ha perdido tu estupidez y la ingenuidad de este pobre Primer
Ministro.
REINA:
(CORRE Y
SE ASOMA POR LAS PUERTAS) ¡Hay que detenerle, apresarle a como dé lugar! (CORRE
A LA VENTANA) ¡Allí está! ¡Allí le veo!
CERÍN:
(CORRE Y
AL LADO DE ELLA HACIA DONDE ESTA SEÑALA) ¿Dónde? ¿Dónde dices que le has visto?
REINA:
¡Allí!
¡Allí! Está oculto entre aquellos
árboles.
REY:
(SE
ASOMA TAMBIEN) ¡Estás loca… deliras! Afuera no hay más que ruinas y desolación.
REINA:
¡Allí le
veo, se esconde entre los escombros!
REY:
¿De qué
escombros hablas? Esta zona del jardín sólo está plagada de pedruscos y
arbustos chamuscados.
REINA:
¡No
trates de confundirme! Él está allí y Crusa lo acompaña. Seguramente vienen
ambos para postrarse a mis pies, ella para continuar siendo nuestra adivina y él, su nieto, el bufón de este palacio.
CERÍN:
(CRUZANDO
MIRADA CON EL REY) ¿De que hablas, reina?
El rey acierta al decir que deliras; alrededor del palacio no hay un
solo ser viviente deambulando.
REINA:
¡Crusa
y Mujic están ocultos allí! ¡Yo les vi con estos ojos que se ha de comer
la tierra!
REY:
(APARTÁNDOSE
DE LA VENTANA) ¡La reina ha perdido la razón! ¡Dice que ha visto a Crusa cuando
ella misma le hizo quitar la vida!
CERÍN:
Crusa
tenía razón… ella no se equivocó. Le dijo la verdad a la reina y esta no le
creyó. O le creyó y por eso la hizo
asesinar.
REY:
¿A qué
te refieres viejo tonto? ¿A qué verdad te refieres?
CERÍN:
Me
refiero a la revelación que Crusa lo
hizo a la reina antes de morir… ella le
dijo a tu esposa y reina… “serás vencida por el hijo de mi hijo, luego por los del sur, y al final por la
oscuridad que invadirá tu mente”.
EL
REY:
“Y al
final por la oscuridad que invadirá tu mente” ¿Se refirió a la locura, Cerìn?
(DANDO UN GRITO) ¡Si, no cabe la menor duda, Crusa se refirió a la locura!
REINA:
(DESDE
LA VENTANA) ¡Vengan, véanlos allí! ¡Crusa, Mujic y el príncipe Groscors se
elevan por los aires y vienen hacia nosotros! ¡Vienen clamando venganza!
¡Vienen a acabar con nuestras vidas! ¡Vamos… corramos antes de que entren,
corramos!
(LA
REINA SALE CORRIENDO DE LA HABITACIÓN. CERIN CORRE HASTA LA PUERTA Y LA VE
DESAPARECER)
CERIN:
¡Alabado
sea Dios! ¡Alabado sea Dios! ¡La reina
ha perdido la razón!
REY:
(SENTÁNDOSE
PESADAMENTE) ¡Sí, Cerín, la reina de Xilos ha perdido la razón! ¡la Reina de Xilos se volvió loca!
FIN
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