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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 11 de febrero de 2013

Paul Williams




¿DORMISTE BIEN, REINA DE XILOS?
Obra en dos actos

ESCENOGRAFIA:  
Sala del trono en un Palacio de un reino en bancarrota. Al fondo de la escena – centro tarima. Sobre esta, trono desvencijado y pequeño escabel roído. A derecha e izquierda, puertas y ventanas muy altas, las cuales irán colocadas a gusto del Director de escena. A los pies de cada ventana, un banquito muy bajo que se usa para subirse en él y mirar al exterior. A la derecha, primer plano, mesa cubierta con un paño raído. Sobre ella papeles, un tintero, unas flores marchitas colocadas en un vaso, y uno que otro libro. Al lado de la mesa una silla cuyo tapiz, raído por el uso y el tiempo, muestra, en un bordado algo complicado, el que fuera el escudo del reino. Una silla de atril con un libro. Cortinas raídas que se mecen al viento, y alfombras de color indescriptible.

ACCION:
Son aproximadamente las nueve de la mañana de un día lluvioso en un país indefinido. En escena, la Reina de Xilos; una mujer alta y delgada, de cabellos blancos como la nieve y cutis marchito color de la cera. Su edad oscila entre los setenta y cinco y los ochenta años. Pudo haber sido hermosa en su juventud. Se encuentra sentada displicentemente en el trono, mientras mueve ante su cara un abanico de plumas muy sucias. A sus pies, sentado en el escabel, Mujic, su bufón, remienda uno de sus zapatos, el cual muestra un tacón exageradamente alto. Mujic; es un hombre feo, de contextura extremadamente delgada y de estatura regular. Su mirada es astuta y sus movimientos lentos y calculados. Lleva cabellos largos y barba de varios días. Tiene aproximadamente cuarenta años. Viste camisa de seda a la cual le falta una manga, y pantalones muy anchos que dicen a la vista que fueron heredados de otro más grande que él.

REINA:   
¿Crees que vendrá?

MUJIC:   
Tal vez.

REINA:   
Quizá juzgó poca la ganancia y prefirió no venir. La ambición se torna siempre desmedida ante los pocos bienes que pueda conservar un caído en desgracia. (PAUSA) ¿Sientes hambre? Tus tripas cantan como las ranas de las charcas.
MUJIC:   
¿Acaso se puede engañar al estómago con promesas mentales  de futuros manjares? El mío, al menos,   prefiere las realidades masticables y no las imágenes prometedoras.

REINA:   
Ya se te pueden contar las costillas sin necesidad de acercársete, ni mirar debajo de tu camisa. (PAUSA) Yo en tu caso hubiese huido a cualquier país vecino, donde pudiera dar de comer a mi estómago. (PAUSA) ¡Si no fuera Reina!

MUJIC:   
Nuestros vecinos nos odian, no lo olvides; y a mí especialmente, por ser tu esclavo y bufón.

REINA:   
(SE LEVANTA Y COMIENZA A DESPLAZARSE POR LA ESCENA. LA FALTA DEL ZAPATO LE OBLIGA A  CAMINAR  COMO  SI  UNA DE SUS PIERNAS FUERA MAS CORTA QUE LA OTRA) ¡Si al menos viniera!

MUJIC:   
Ten fe, vendrá.

REINA:   
¿Cuántas veces tendré que repetirte que no debes tutearme?     

MUJIC:    
Perdona.

REINA:   
Es que estás dispuesto a burlarte de mí, maldito. (LE PATEA) No olvides, Mujic, que eres un esclavo y yo tu reina; y que  puedo disponer de tu cuerpo y de tu vida a mi antojo. Si vuelves a incurrir en esa falta te haré dar mil azotes.

MUJIC:   
Perdone usted, mi señora.

REINA:   
(GOLPEÁNDOLE SUAVEMENTE CON EL ABANICO) Así  está  mucho  mejor. “¡Mi   señora!” (RIE) Suena bien aún. (SE SUBE A UNO DE LOS BANQUITOS Y MIRA CON DESALIENTO A TRAVES DE LA VENTANA) ¡No, no vendrá! (SE APARTA Y  SE PASEA) ¿Y quién va a comprar tierras secas y estériles? Tierras muertas en las que no crecen ni siquiera plantas raquíticas que nos ayuden a engañar el ojo de los compradores. (SE         ACERCA A MUJIC Y LE GOLPEA EN LA CABEZA CON EL ABANICO) ¿Cuánto crees que darían por ti?

MUJIC:   
¿Darían?

REINA:   
Sí, si te vendiera.

MUJIC:   
No lo sé, señora.

REINA:   
Lanza un cálculo.

MUJIC:   
No sabría decir.

REINA:   
¡Piensa! ¡Te ordeno que pienses! ¿Es que no puedes valorarte a ti mismo? ¡Vamos, habla! O es que te crees tan poca cosa  que te es imposible justipreciarte. ¡Vamos, habla! Vamos, no me hagas enojar. Pon a trabajar esa imaginación, al menos.

MUJIC:   
Tal vez trescientas monedas de oro.

REINA:
¡Trescientas monedas! (RIE) Vamos, hombre, no seas exagerado. Por un esclavo como tú no darían más de treinta.  Eres feo, sin gracia, algo viejo y careces de dignidad. Trescientas monedas pagarían por Redolino; y quizá hasta más; pero por  ti… Sin embargo, quien quita… consideraré tu venta.

MUJIC:   
(SE PRENDE DE SU VESTIDO) ¡Mi señora!

REINA:   
(LE EMPUJA) ¡Quita! ¿Cómo te atreves a tocarme?

MUJIC:
Alteza, ¿no tendrá pensado usted venderme, verdad?

REINA:
¿Por qué te asombras? Sabes muy bien que puedo disponer de ti cuando sienta deseos de hacerlo. (LE MIRA FIJO) ¿Acaso no es cierto? (PAUSA) ¿Es o no es así?

MUJIC:
Así es.

REINA:
No te asustes, por los momentitos no te venderé. Sería tan poco lo que pagarían por ti, que no me alcanzaría ni para pagar el azúcar de endulzar mi te. Anda, dame el zapato y ve en busca de mi capa y joyas. Debo estar presentable cuando llegue el príncipe Groscors. (ÉL SE DIRIGE A LA PUERTA) Es triste despertar cuando las ovejas se nos han escapado por los campos. (PAUSA) No, no vendrá y tendré que continuar con las manos y el estómago vacío. (IRONICA) ¿Alzar la vista al cielo y   rogar a Dios? (RIE) No, sería inútil. ¿Cómo esperar que me oiga cuando nunca me preocupé en hacerle conocer mi voz? A mí más me valdría, invocar a las potencias infernales: ellas si me oirían, pues siempre han marchado a mi lado a lo largo de toda mi vida dirigiendo todos mis pasos. Pero rogar a Dios… sería inútil. (PAUSA) Soy de las que sólo miran al cielo cuando sienten que la tierra se mueve bajo de sus pies: en estos momentos si recuerdo que allá arriba hay algo, o alguien… (ENTRA MUJIC) ¡Date prisa, cerdo! ¿Es que te pesan los pies? (DESPECTIVA) ¡Trescientas monedas por un esclavo que ni siquiera es rápido al caminar!

MUJIC:   
(TRAE UNA CAPA, UN COFRE Y UNA PEQUEÑA CAJA.   COLOCA LA CAPA SOBRE LA SILLA QUE SE ENCUENTRA CERCA DE LA MESA, Y LAS DOS COSAS RESTANTES SOBRE ESTA) ¿Queréis maquillaros el rostro, Alteza? (SE INCLINA CEREMONIOSAMENTE).

REINA:
¿Y a qué viene ese tono tan ceremonioso y esa reverencia? Vamos hombre, sé natural. (VA Y SE SIENTA EN EL TRONO). Quiero que me maquilles, Mujic, pero quiero que lo hagas bien. Estos últimos días lo has estado haciendo como si quisieras empeorarme en vez de mejorarme. (ÉL TOMA LA CAJA PEQUEÑA DE LA MESA Y SE ACERCA. ELLA LE DA EL ROSTRO PARA QUE LE MAQUILLE) ¿Sabes lo que he pensado hacer contigo? Lo pensé en este instante. (PAUSA. ÉL LE PINTA LOS LABIOS) Te venderé al príncipe Groscors, por cuarenta monedas. Si le pido lo que creo que vales, estoy segura que no me dará ni la mitad. Yo te veo mejor de lo que eres, porque estoy acostumbrada a ti, eso es todo. Pero el príncipe no pasará por alto ninguno de tus defectos ni tu ineptitud.

MUJIC:   
Así es, Alteza.

REINA:   
Me alegra  que lo reconozcas.

MUJIC:   
¿Azul en los ojos?

REINA:
No, pon verde, así te llevo la contraria. (PAUSA) ¿Por qué tardarán tanto?

MUJIC:
El viaje es largo, los caminos malos… y además, no ha cesado de llover en dos días.

REINA:   
Hasta la lluvia se ha ensañado contra mí.

MUJIC:   
Señora.

REINA:   
Dime.

MUJIC:   
Oh, no,  no es nada.

REINA:
Anda, dime, ¿qué querías? (PAUSA) Vamos, habla, ¿qué ibas a decirme?

MUJIC:   
No, nada, es una tontería.

REINA:
Pues yo quiero oír esa tontería.

MUJIC:   
Es que es algo sin importancia.

REINA:   
¡O hablas o te hago azotar!

MUJIC:   
Quería saber si era posible que un esclavo se comprara a sí mismo.

REINA:
¡No seas pueril! ¿Con qué dinero lo haría? (PAUSA. COMIENZA A MIRARLE MIENTRAS EN SUS LABIOS SE DIBUJA UNA SONRISA) ¿Piensas negociarme tu libertad, Mujic?

MUJIC:   
¡No he dicho tal cosa, mi señora! (ASUSTADO).

REINA:   
Entonces, ¿por qué me has hecho esa pregunta?

MUJIC:   
Por saber, por saber nada más… siempre es bueno saber.

REINA:   
(SE LEVANTA. MUJIC LE HA MAQUILLADO COMO UNA PROSTITUTA) ¡Apártate! ¿Por qué me has hecho esa pregunta? (LE GOLPEA EN LA CARA) ¡Habla!

MUJIC:   
Quería saber si era posible.

REINA:   
No, esa no es la razón. Me has hecho la pregunta porque tal vez tienes dinero escondido, dinero que me has robado a través de los años.

MUJIC:   
¡No es cierto, lo juro!

REINA:   
¡Y quién cree en juramentos de bufón! Ustedes por salvar el pellejo son capaces hasta de jurar en falso por los restos de sus antepasados. Vamos, habla. ¿Cuánto tienes? (LE TOMA DEL BRAZO Y LE DESPRENDE LA MANGA DE LA CAMISA).

MUJIC:   
¡No tengo dinero escondido, mi señora, lo juro por Dios!

REINA:   
Pues tengas o no tengas, quiero que entiendas que no puedes comprar tu libertad. Tu oro es tan mío como lo eres tú; ambos forman parte de mi patrimonio. Tú no puedes comprarte a ti mismo ni con todo el dinero del mundo, porque ese oro sería mío, y tú un ladrón al querer comprarte con lo que no te pertenece.

MUJIC:   
Lo sé, mi señora, lo sé.

REINA:   
¡Pero yo te lo recuerdo! Llama a Crusa; dile que venga y que traiga sus cosas. (EL VA HACIA LA PUERTA) ¡Espera! (LE LANZA LA MANGA) Toma, guárdate eso. (EL LA ATAJA) Dile que no me haga esperar si no quiere que la castigue.

MUJIC:   
(EN VOZ BAJA) Lo mismo de todos los días.

REINA:   
¿Qué murmuras?

MUJIC:   
No murmuraba nada, mi señora. Hablaba conmigo mismo. (SALE)

REINA:
¡Ladrones! En este palacio no viven más que ladrones: Ministros, damas de compañía, cocineros, esclavos y bufones: ¡Todos sin excepción no son más que una partida de ladrones! Todos han sido causantes de mi ruina, y con ella la del reino. (ENTRA CRUSA PRECEDIDA DE MUJIC. TRAE EN SUS MANOS UN RECIPIENTE DEL CUAL SE EXPANDE UNA CORTINA DE HUMO AZUL. ES UNA MUJER PEQUEÑA Y DELGADA QUE PODRÍA TENER ENTRE CIEN Y CIENTO TREINTA AÑOS; DE CABELLO BLANQUÍSIMO QUE LE CAE SOBRE LOS HOMBROS, Y MANOS HUESUDAS QUE DIBUJARAN FIGURAS EN EL AIRE. VISTE UN TRAJE RAÍDO Y SUCIO. A PESAR DE SU EDAD, SE DESPLAZARÁ CON RAPIDEZ ASOMBROSA Y SUS MOVIMIENTOS SERÁN DE GRAN ELASTICIDAD) ¡Date prisa, mujer!

CRUSA:  
¿Para qué? ¡Si lo que está escrito no podrá ser alterado por la mano del hombre!

REINA:   
Deja de replicar y manos a la obra.

CRUSA:  
(MIRANDO HACIA UNA DE LAS VENTANAS) ¡Um, llueve!

REINA:   
¿Y qué tiene que ver la lluvia con tus poderes adivinatorios? Con los años te has vuelto perezosa, eso es todo. ¡Cae en trance sin chistar, antes de que me enoje!

CRUSA:  
Ven, Mujic, ayúdame. (ESTE SE ACERCA Y TOMA EL RECIPIENTE. ELLA SE COLOCA ANTE ESTE Y MIRA FIJO ANTE LA CORTINA DE HUMO. DE REPENTE HACE TRES MOVIMIENTOS CONVULSIVOS Y CERRANDO LOS OJOS COMIENZA A LEVANTAR LOS BRAZOS. SE DESPLAZA, Y MUJIC LE SIGUE, COLOCANDO SIEMPRE ANTE ELLA EL RECIPIENTE CON EL HUMO) ¡Ohhh!

REINA:   
¿Qué ves?

CRUSA:  
Le veo…

REINA:   
¿Viene hacia acá?

CRUSA:  
No, se encuentra rodeado de enemigos. (SE DESPLAZA) Rodeado de enemigos y de fuego por todas partes.

REINA:   
(AVANZA HACIA ELLA) ¿Fuego?

CRUSA:  
Sí, llamas rojas y azules por doquier. (SE DESPLAZA SEGUIDA DE MUJIC. SUS MANOS DIBUJAN EN EL AIRE LO QUE EXPLICA A LA REINA) ¡Llamas… sí, muchas llamas y hierros que se retuercen!

REINA:   
Lo que quiero saber es si vendrá hoy.

CRUSA:  
No, cómo, si se encuentra en el centro del infierno. (SE DESPLAZA) ¡Ahhh! Ahora cambia de aspecto… (SE DESPLAZA RAPIDAMENTE)… y crece… crece… crece hasta volverse gigante.

REINA:   
¿Y eso qué quiere decir?

CRUSA:  
Que se acerca al fin. (SE DESPLAZA) Ahora camina sobre las ruinas de una Ciudad… (SE DESPLAZA)… Las ruinas de esta Ciudad (DESPLAZAMIENTO)… miro en el centro de los escombros este palacio… y lo miro a él que busca el camino  que le conducirá a sus puertas.

REINA:   
Explícame, no entiendo.

CRUSA:  
Nuestra Ciudad será destruida antes de que él llegue… él llegará a palacio caminando sobre los escombros de la Ciudad.

REINA:   
¡Pero si anunció su visita para hoy!

CRUSA:  
(SE DESPLAZA SEGUIDA DE MUJIC) ¡No, el rey de estas tierras no llegará hoy!

REINA:   
¿El rey de estas tierras? ¿A quién te referías entonces?

CRUSA:  
Al rey, nuestro amo y señor. (SE DESPLAZA Y COMIENZA A TAMBALEARSE)

REINA:   
¡De nuevo insistes con tu idea de que el rey vive!

CRUSA:  
¡Vive, Alteza, y volverá, le digo que volverá, he visto  su regreso! (SE TAMBALEA DOS O TRES VECES MAS Y SALE DE TRANCE. QUEDA EXTENUADA)

REINA:   
Hoy te entendí menos que nunca, Crusa, ¿podrías ser un poco más clara?

CRUSA:  
Vi a nuestro amo y señor. Le vi preso en un país de fuego y hierro. Luego le vi crecer hasta convertirse en un gigante, y como también cambiaba de aspecto hasta volverse joven… joven y vestido como los del Norte. Le vi galopar en su caballo sobre las ruinas de nuestra ciudad, y buscar entre los escombros el camino que conduce a las puertas de palacio.

REINA:   
¿Y quién va a destruir nuestra ciudad, tonta. Los del Sur, nos temen, los del Este, están demasiado muertos de hambre como para emprender otra guerra, y los del Norte son nuestros amigos. Espero a su príncipe, nuestro sobrino, para venderle algunas tierras que son de su interés pero no del nuestro. Quizás tu interpretación haya sido incorrecta… ¿por qué no miras de nuevo?

CRUSA:  
No, mi señora, vi llegar a nuestro rey, pero no al príncipe. Ninguno de los dos llegará hoy… el rey, tal vez mañana… tal vez al pasar mañana.

REINA:   
¡Mira de nuevo, deja la pereza!

CRUSA:  
Está bien, señora. ¡Mujic, a trabajar! (MUJIC, CON FASTIDIO, TOMA EL RECIPIENTE Y LO COLOCA FRENTE A ELLA QUE SE TAMBALEA HASTA CAER EN TRANCE) ¡Ahhh!

REINA:   
¿Qué ves, habla?

CRUSA:  
Espere… (SE DESPLAZA SEGUIDA DE MUJIC)

REINA:   
¡La reina no espera! ¡Te ordeno que veas y pronto!

CRUSA:  
¡Espere, espere… ya se forma la imagen! (PAUSA) Ya… (SE DESPLAZA) Le veo a usted… (SE DESPLAZA)… a la reina de Xilos.

REINA:   
¿Dices que me ves a mí?

CRUSA:  
Sí… (PAUSA) Camina por un campo árido… camina rápidamente, como si huyera.

REINA:   
¿Huir de qué?

CRUSA:  
No lo sé.

REINA:   
¡Pues averígualo!

CRUSA:  
Ahora se dirige al pantano del Norte… (DESPLAZAMIENTO)… se detiene junto a la orilla… (DESPLAZAMIENTO) ahora avanza…

REINA:   
¿Avanzo hacia dónde, estúpida, por qué no eres precisa?

CRUSA:  
Avanzas al centro del pantano… allí, en medio de este, reposan tres talegas de oro.

REINA:   
¿Cómo sabes que son de oro?

CRUSA:  
Una se encuentra abierta y lo muestra… con muchas monedas relucientes… (DESPLAZAMIENTO) ¡Ahhh! Camina, reina Xilos, y tu cuerpo y tus vestidos se manchan de fango. (SE DESPLAZA) Avanzas… (DESPLAZAMIENTO CORTO)… Avanzas y tomas una de las talegas…

REINA:   
(AL VER QUE SE DETIENE) ¡Continúa!

CRUSA:  
Luego otra… (ESTIRA LA MANO)… y después la que reposaba abierta. ¡Ahhh! Te hundes en el fango… (GESTO)… sólo queda a la vista parte de tu cabello que se mancha hasta dejar de blanco. (DESPLAZAMIENTO) ¡Ahhh! (RETROCEDE) Has surgido de nuevo como si te impulsaran del fondo del pantano… (MOVIMIENTO CORTO)… aferras las  talegas contra el pecho… (MOVIMIENTO LEVE)… te vuelves y tratas de alejarte del centro del pantano… comienzas a andar… (DESPLAZAMIENTO RAPIDO)… pero surge un hombre ante ti y te impide el paso… (DESPLAZAMIENTO) Ese hombre es… (SE DETIENE Y COMIENZA A TAMBALEARSE).

REINA:   
¿Quién es? ¿Vamos, habla? ¿Quién es?

CRUSA:  
(DA UN GRITO Y SALE DEL TRANCE) ¡Ahhh!

REINA:   
¿A quién viste, Crusa? (ELLA CALLA) No trates de ocultármelo, ¿dime quién era?

CRUSA:  
¡No le vi el rostro, le juro que no le vi el rostro!

REINA:   
Perfectamente. ¡Mujic, llama al verdugo!

CRUSA:  
¡Le juro que no le vi el rostro, señora!

REINA:
¡Mujic, te dije que llamaras al verdugo! (MUJIC HACE UN MOVIMIENTO).

CRUSA:  
¡Oh, no, no le llames, Mujic!

REINA:   
¡Entonces suelta la lengua!

CRUSA:  
No pude verle el rostro, no pude… (LLORA)

REINA:   
¡Muy bien, entonces te asolearas con las costillas llenas de latigazos y de sal si no hablas! ¡Mujic, llama al verdugo! ¡Obedece!

CRUSA:  
(PAUSA, MUJIC LLEGA A LA PUERTA) ¡Le vi a él! ¡Le vi a él, a Mujic! (LO DICE SEÑALANDOLE).

REINA:   
¿A Mujic?

CRUSA:  
Sí, sí, le vi a él (LLORA)

REINA:   
¡Mientes!

CRUSA:  
No, no miento, le juro que le vi a él.

REINA:   
¿Y por qué querías ocultármelo?

CRUSA:  
Temía que le maltrataras por mi culpa.

REINA:   
Por tu culpa… Ah, ahora entiendo. (SONRIENTE) ¿Y crees que voy a maltratarlo por impedirme salir de un pozo de pantano en una de tus visiones, no es así? ¡Bah, no seas necia, tú bien sabes que él en la vida real nunca lo intentaría! (PAUSA) ¿Y el visitante qué?

CRUSA:  
No vendrá, ya le dije que no vendrá.

REINA:   
¿Cómo lo sabes, si no apareció en tu visión?

CRUSA:  
Eso es prueba de que no vendrá.

REINA:   
Qué desconsiderada te has vuelto. Al menos podrías mentirme para así verme alegre; pero no, lo que les interesa a ustedes es verme sufrir, hacerme rabiar.

CRUSA:  
Si le mintiera, el verdugo haría de mi cuerpo jirones de carne cruda, ya que fuera oscuro y no hubiese aparecido el visitante.

REINA:   
¡Excusas! ¿Acaso no vale la pena decir una pequeña                        mentira para alegrar a vuestra reina que tanto se ha                     sacrificado por ustedes? ¿Qué significa unos latigazos cuando vamos a conseguir verla sonreír? Pero no, que les importa lo que he tenido que sacrificar  durante estos tres años para verles felices… mis       gustos, mi tranquilidad, el descanso de mis últimos años; y todo inútilmente. (PAUSA) No hay peor hombre que aquel que no sabe agradecer, y de malagradecidos está este reino. (PAUSA) Mujic,  ¿qué crees tú, el príncipe Groscors vendrá o no?

CRUSA:  
Tal vez.

REINA:   
¿Lo ves, Crusa? Una respuesta consoladora. Una respuesta que no entraña ni una afirmación ni una negativa.

CRUSA:  
Siempre he dicho lo que veo, no acostumbro a mentir, usted lo sabe.

REINA:   
¿Y se puede creer en lo que dices? ¿Ves algo realmente o sólo son ficciones de mujer senil, mentira de vidente caída en desgracia, que dice ver para no ser castigada, o elucubraciones de hembra jamás tocada? De acuerdo a esas dudas puedo seguir esperando. (SE LE ACERCA) Ni creo en lo que dices ver, como no creo tampoco que a tu edad, y ciega como estás, puedas mirar el futuro.

CRUSA:  
Durante cincuenta años has creído en mí, ayer mismo tenías fe en lo que veía y decía.

REINA:   
Pero hoy no quiero hacerlo. (CON UNA SONRISA) ¿Además, quién puede saber si a través de los años te has visto favorecida por la casualidad, o si hemos sido nosotros los que te hemos ayudado con nuestra y credulidad?

CRUSA:  
Predije la muerte del príncipe Jurt, el nacimiento de la princesa Reta.

REINA:   
Jurt, padecía una enfermedad incurable, y mi hermana tenía que parir hembra o macho. Di simple y llanamente que acertaste.

CRUSA:  
¡Nunca he fallado, nunca!

REINA:   
¿Y has dicho algo importante alguna vez? Sólo lo que era factible de suceder. Mujic, llama al verdugo.

CRUSA:  
¡Señora!

REINA:   
¿Qué sucede, no quieres llamarle? ¡Si le llamas tú, Crusa será la castigada; pero si le llamo yo, ambos terminarán en la horca!

CRUSA:  
¡Dije que no vendrá y así será, señora! Nunca he mentido.

REINA:    Pero hoy lo has hecho. Yo sé que vendrá; y tú no puedes matar esa ilusión. Vendrá y comprará las tierras que colindan con su país. Las pagará a buen precio, lo que nos permitirá volver a ser ricos y poderosos. Seré de nuevo “la reina”, y como suelen decir ustedes hoy en día: “la vieja flaca y fea que nos dejó en la ruina derrochando en joyas, perfumes de Oriente, fiestas y regalos costosos; lo poco que se salvó de las guerras que ella provocó”. Vendrá, Crusa, y yo volveré a ser la reina más poderosa de Vitracia. (ENTRA EL VERDUGO).

SASEMI:
¿Llamaba usted, alteza?

REINA:   
Sí, tengo un trabajito para ti. (SE PASEA) Anda, azota a esta mujer; y cuando lo hagas hasta cansarte, hasta que tu brazo ya no te obedezca, la traes de nuevo a mi presencia. La quiero viva. Si le matas pagarás con tu vida. Procura ser certero, pero sin causarle la muerte. Quiero comprobar si una buena tumba puede hacer que una vidente vea lo que uno quiere. ¡Andando!

CRUSA:  
¡Alteza, son cincuenta años sin fallar!

REINA:   
De nada valen si no eres capaz de ver lo que yo quiero, en el momento que más lo necesito. En el momento en que me puedo salvar para todos los siglos. ¡Llévatela, Sasemi! (EL VERDUGO TOMA A CRUSA) Quizás cuando te interrogue de nuevo le veas hasta en su viaje de regreso al Norte. ¡Llévatela  y cumple mis órdenes! (SALEN. A MUJIC) Asómate a la ventana y ve si alguien se acerca.

MUJIC:   
(LO HACE) El camino permanece desierto.

REINA:   
¿Aún crees que llegará?

MUJIC:   
Tal vez el camino es largo y llueve. (ELLA SONRIE).

REINA:   
Ven, peina mis cabellos y termina de maquillarme.

MUJIC:   
Crusa sufrirá mucho en manos del verdugo, es un hombre duro.

REINA:   
¿Lo sientes?

MUJIC:   
Tal vez.

REINA:   
(SENTADA EN EL TRONO) Eres discreto. (ÉL COMIENZA A MAQUILLARLA) Sabes una cosa, Mujic, todos los reyes aún los más generosos, odiamos a nuestro bufón. Ustedes vienen a ser como una parte nuestra que nos negamos a reconocer; una parte postiza, pero imprescindible, sin la cual no podríamos estar a gusto. Siempre, con el paso del tiempo, terminamos por acostumbrarnos a sus chistes y bufonadas, y aun cuando llegamos a la convicción de que ya nuestra sonrisa es forzada, pues los chistes son una repetición de los del día anterior, se nos hace imposible deshacernos de ustedes y buscarnos a otro que les sustituya y nos divierta; sería como amputarnos un brazo o una pierna por el solo hecho de que ya no nos gusta. Un bufón siempre es el reflejo de las virtudes o vicios del rey o señor para el cual sirve; una especie de esponja que recoge todo lo bueno o malo que apartamos a diario de nosotros.

MUJIC:   
¿Y yo me parezco a mi reina?

REINA:   
Ese es el caso, precisamente. Ni te pareces al rey, y mucho menos a la reina. Te muestras bueno, temeroso y ladino. ¡Yo en cambio… yo en cambio…  pues soy la reina! (PAUSA) No sé si finges ser distinto a como eres… no lo sé, pero poca semejanza entre tú y yo. En cambio Hatot… (MUJIC DEJA CAER EL PEINE Y SE QUEDA PARALIZADO) ¿Qué te sucede?

MUJIC:   
Oh, no, no es nada…

REINA:   
Pero te sorprendiste al oírme decir…

MUJIC:   
Sí, es que recordé haber oído pronunciar ese nombre en relación con algo desagradable, pero no recuerdo dónde.

REINA:   
No lo dudo, Hatot fue bufón de esta corte. (PAUSA) Te estaba diciendo, que Hatot era el vivo reflejo de tu rey en todas sus acciones. Cruel, amante de la guerra, de las conquistas y de las mujeres, obraba con un poder asombroso sobre las decisiones de nuestro amo. (SE LEVANTA Y SE  SIENTA EN LA SILLA DE LA IZQUIERDA, MUJIC LE SIGUE CON EL PEINE EN LA MANO) Con decirte que muchas veces tuvo más influencia en la firma de documentos y convenios con países extranjeros, que cualquiera de los ministros del reino. Dormía en la habitación del rey, acostado a sus pies, y este llegó a asombrarse de la facultad que mostraba al relatarle sus sueños y adivinarle sus pensamientos. (SE LEVANTA Y VA A LA MESA, SE SIENTA ANTE ESTA Y COMIENZA A REVISAR ALGUNOS DOCUMENTOS) Recuerdo cierta ocasión en que el rey debía marcharse a Tracia a resolver un asunto de Estado. De ello ni yo ni el bufón estábamos enterados, pues acabábamos de regresar de unas vacaciones en el lago Chalat. Pues bien, no hicimos sino bajarnos del coche cuando Hatot, sin siquiera quitarse el sombrero, se dirigió a mi señor y le dijo; “No debes vender el condado del Sur, es un mal negocio; vende en todo caso el Castillo del Valle Azul, y fíjate bien, no has firmado el documento por la venta que hacemos a los del Norte. No debiste vender a tan bajo precio”. El rey palideció, y después, al reponerse de la impresión, le contesto: “El documento lo firmaré al llegar; y vendí a bajo precio, porque nadie pagaría una suma superior por esos terrenos. Dijo esto y se dirigió a su caballo; y justo, en el momento en que montaba, Hatot le gritó: “¡Hey! ¡Hey! ¡olvidas el sobre azul”. Dijo esto y desapareció como una ráfaga de viento hacia el interior del palacio, regresando al poco tiempo con un sobre azul lacrado. Entonces el rey, ante la admiración de todos y la suya propia, exclamó: “Ese bufón es la encarnación del demonio; y en realidad era el demonio en persona. (CAMINA HACIA EL TRONO)

MUJIC:   
(QUE HA TERMINADO DE PEINARLA, TOMA EL COFRE CON LAS JOYAS Y LE SIGUE) ¿Y qué fue de él?

REINA:   
Incurrió en un error y pago con su vida…

MUJIC:   
¿Error?

REINA:   
Las joyas aún no, espera. Termina de maquillarme                primero. (PONE LA CARA. EL COLOCA EL COFRE CON RESIGNACION SOBRE EL ESCABEL Y SE DISPONE A SEGUIR DISFRAZANDO A LA REINA) Sí, como lo oyes, quiso conspirar contra nuestro amo, con miras a ser rey, y termino en la horca. Como te dije antes, leía los pensamientos del rey, y conocía sus decisiones antes de que las pusiera en práctica, eso le hizo creer, que si él pensaba mejor que su amo y sus ministros, ya que en muchas ocasiones se le consultaban asuntos de Estado, porque no podía ser rey de Xilos. Lo pensó bien, y su idea de dar muerte al rey cobró forma en su mente diabólica. La maduró y se preparó a ponerla en práctica. Era astuto, ladino e inteligente y casi lo logra, pero ese día, por causas misteriosas, se invirtieron los papeles. El rey leyó los pensamientos del bufón, pero éste no pudo leer los de su amo.

MUJIC:   
¿Y luego?

REINA:   
Nos buscamos otro que lo sustituyera, y la historia de Hatot, paso a formar parte de las muchas leyendas que cuentan las madres a sus niños, durante la cena, en los fríos días de invierno. (ALZA LA CARA, SU MAQUILLAJE ES MONSTRUOSO)

MUJIC:   
¿Y qué tal el nuevo bufón?

REINA:   
(TOMA LAS JOYAS Y SE DIRIGE A LA MESA, COMIENZA A PONERSELAS AYUDADA POR MUJIC) Oh, ése… (RIE) Era más feo que tú, pero gracioso. Se llamaba Jusef y era tuerto, jorobado y falta de inteligencia. Pero te repito, te llevaba una gran ventaja, hacía reír a cualquiera que se sentara a conversar con él. (PAUSA) Claro que eso fue en un principio, porque luego cambió. Al llegar al palacio su comportamiento fue de un hombre generoso y tierno; pero debido a las burlas de que era objeto, se oscureció su alma y se volvió díscolo y sanguinario. (SE INCLINA PARA QUE ÉL LE COLOQUE LA CORONA) No te asombres si te digo que asesinó a su propia madre en su afán de ver sangre. (PAUSA) Entonces se le dio muerte. El rey temió sus ansias de sangre, y prefirió ver la del bufón, antes de que éste viera la suya. (VA Y MIRA POR UNA DE LAS VENTANAS) Luego pasaron dos o tres, sirvieron por algunos años… y luego el rey te trajo a ti. ¿De dónde te saco? Nunca me lo dijo.

MUJIC:   
Me compró por diez monedas en el mercado de Chalat durante una de sus vacaciones. Mi madre había quedado viuda en ese entonces al morir mi padre, y entonces decidió venderme a buen amo para no verme pasar trabajo. (RAPIDAMENTE) Si supiera. (PROCURA QUE ELLA LE OIGA DECIRLO PERO CONTINUA)  Así tuve la suerte de ser comprado por vuestro esposo y mi señor… y heme aquí.

REINA:   
(BAJA DEL BANQUITO) ¿Recuerdas a tu madre?

MUJIC:   
(SE ILUMINA) Sí, como si le tuviera en frente.

REINA:   
¿Y a tu padre?

MUJIC:   
Nunca le vi. Nos enviaba dinero a montones, pero nunca nos visitaba. Cuando lo hacía yo casi siempre dormía. Él llegaba y se marchaba muy entrada la noche. Era bufón de un reino.

REINA:   
¿Bufón de un reino? ¿De cuál?

MUJIC:   
No lo sé, mi madre nunca me lo dijo.

REINA:   
Entonces eres bufón, hijo de bufón. Te viene de sangre. El bufón de que te hablé, me refiero a Hutot, era también hijo ilegítimo de otro de nuestros bufones, y de una de las sirvientas de la corte. Ella huyó al parirlo, y Crusa se encargó de su crianza. Tal vez, al apegarse tanto a ella tomó para sí algunos de los poderes de la adivinanza y de allí su manía de estar adivinando los pensamientos a todos los de la corte. (PAUSA) ¿Y tu madre quién era?

MUJIC:   
(RAPIDO) Era linda como el alba: (PAUSA) Fue dama de compañía de una reina y desapareció de palacio sin que se volviera a saber nada de ella en esa corte. Amaba al bufón de los reyes y se escapó con este ocultándose en uno de los bosques vecinos. Él le visitaba noche a noche, hasta que en una de esas, no llegó. Entonces mi madre presintiendo alguna desgracia, se aventuró y se acercó al palacio, así se enteró de la funesta noticia. Mi padre había sido colgado. (SE DEDICA A GUARDAR EL MAQUILLAJE) Mamá regresó, y se sumió en un estado muy especial durante varios días, no comía, no dormía, no lloraba, y tampoco hablaba conmigo. Hasta que una mañana brilló una sonrisa extraña en su rostro y comenzó a alimentarme como nunca lo había hecho. Años después me tomó y me llevó al mercado de Chalat; allí se negó a venderme a cualquier otro rico que no fuese el dueño de estas tierras, y aquí me tiene, señora.

REINA:   
(QUE HA PUESTO POCA ATENCIÓN AL FINAL DE LA HISTORIA SUMIDA EN SUS CAVILACIONES) ¿Crees que el rey haya muerto?

MUJIC:   
Crusa dice que volverá.

REINA:   
¡Crusa! El reino se cae hecho pedazos y voy a                                            ponerme a creer en Crusa. (PAUSA) ¡Qué difícil es gobernar, Mujic. Si eres débil te desprecian, si eres duro, se llenan de odio contra ti, y si eres justo, los que no lo son buscan darte muerte para poder vivir de la injusticia. Realmente es difícil gobernar.

MUJIC:   
Y ser justo gobernando, ¿no es así?

REINA:   
¡Ahora te respondo yo a ti… tal vez! (TOCAN SUAVEMENTE) ¡Tocan, Mujic!  ¡Lo ves, al fin ha llegado! (MUJIC MIRA HACIA LA PUERTA) ¿Anda, tonto, que esperas para abrir?

MUJIC:   
No puede ser el príncipe, no lo vi aparecer por el camino.

REINA:   
¿Estuviste asomado por la ventana? No. ¿Entonces cómo vas a saber si llegó o no?

MUJIC:   
Mi oído no escuchó el galopar de su caballo.

REINA:   
¿Y qué? ¿Es que no piensas abrir, entonces? (TOCAN DE NUEVO).

MUJIC:   
Enseguida.

REINA:   
Torpe, feo y sin gracia, además de lento; y así pretende valer trescientas monedas de oro.

MINIS:    
¿Se puede?

REINA:   
(QUE SE ARREGLA EL TRAJE SENTADA EN EL TRONO) ¿Quién es, Mujic, algún amable visitante?

MUJIC:   
(A PUNTO DE REIR) Sí, alteza, vuestro Ministro de Estado.

REINA:   
¡Uf! ¡Pájaro de mal agüero! (SE LEVANTA Y VA HACIA UNA DE LAS VENTANAS, PERO LUEGO SE ARREPIENTE Y VA A LA SILLA DE LA IZQUIERDA, SE SIENTA Y FINGE LEER EL LIBRO QUE DESCANZA SOBRE EL ATRIL) Hazle pasar, Mujic.

MUJIC:   
Pase usted, señor.

CERIN:   
¡Buenos días, alteza! (AMABLE AL VER QUE ELLA NO LE CONTESTA) ¿Durmió bien la reina de Xilos?

REINA:   
¿Y desde cuando acá te tiene que importar si duermo o no, Cerín?

CERIN:   
Sólo quería saber en qué estado… me refiero al humor, se encontraba vuestra excelencia.

REINA:   
Si vienes a pedir más dinero, muy mal. (FINGE LEER)

CERIN:   
A pesar de eso no me será posible aplazar el asunto que vengo a tratarle. Se trata de algo urgente.

REINA:   
¿Aún bajo la amenaza de una caricia del verdugo?

CERIN:   
(PARA IMPRESIONARLA) ¡Si no llegamos a un acuerdo, alteza, mañana seremos pasto de los del Sur!

REINA:   
(INMUTABLE) ¡Tonterías!


CERIN:   
Exigen el pago de nuestra deuda a más tardar mañana a las 12 del mediodía. Si no se les paga atacarán arrasando la ciudad.

REINA:   
Despreocúpate que no atacarán. El príncipe Groscors vendrá, y tendremos dinero suficiente para comprar, hasta para comprarles a ellos con todos sus trastos.

CERIN:   
¿Y aún le esperas? Creía que su alteza ya se había convencido de…

REINA:   
¡Vendrá!

CERIN:   
¿Y si no viene?

REINA:   
(LE LANZA EL LIBRO) ¡Dije que vendrá! Y vendrá, porque yo tengo fe, y eso es suficiente. (A PARTIR DE ESTE MOMENTO EL RESPETO PASARÁ A SER UN MITO ENTRE ELLOS DOS. SE TRATARÁN COMO PERRO Y GATO) ¿Acaso no dicen que la fe puede mover el mundo?

CERIN:   
¡No confundas la fe con la terquedad!

REINA:   
¡Ni tú la calma con la paciencia!

CERIN:   
¡Yo no creo en cuentos de vacas enamoradas de leñadores!

REINA:   
¡Ya veo que el hambre te ha vuelto pesimista, Ministro!

CERIN:   
Di más bien, cauto.

REINA:   
¡Mujic, anda y dile al verdugo que traiga a Crusa, y pronto!

CERIN:   
Por qué no nos olvidamos de Crusa y utilizamos la cabeza. No es necesario recurrir a la adivina para saber lo que se nos aproxima.

REINA:   
(LE PERSIGUE CON UN FLORERO EN LA MANO) Si vuelves a expresarte así, te hago cortar el cuello aquí mismo. ¿Mujic, que esperas?

MUJIC:   
(SALE CORRIENDO) ¡Voy, señora! (ELLA SE SIENTA JUNTO A LA MESA, Y COLOCA EL FLORERO EN SU SITIO Y SE QUITA UNO DE LOS ZAPATOS EL CUAL LE MOLESTA).

CERIN:   
¿Y qué crees, que el príncipe Groscors va a comprar lo que puede tomar sin siquiera disparar un arcabuz? No. Lo único que tiene que hacer, si no quiere gastar la milésima parte de su pólvora, es sentarse cómodamente y esperar que reventemos de hambre uno a uno, para tomar luego lo que hoy tratas de venderle. Por eso no vendrá, desengáñate. Nadie paga con oro lo que puede obtener de gratis, sin hacer el más mínimo esfuerzo. Ningún reino facilita las cosas al enemigo que odia.

REINA:   
¡El príncipe vendrá! (LE LANZA EL ZAPATO Y TOMA EL FLORERO DE NUEVO) ¡Vendrá, y podré tirarles su dinero a la cara a los del Sur! (DESPECTIVA VA Y COLOCA EL FLORERO DE NUEVO SOBRE LA MESA) ¡Tomarnos ellos a nosotros por un millón de monedas! ¡Nunca! Primero vería arder el reino de costado a costado. (SE PASEA CON UN SOLO ZAPATO PUESTO)

CERIN:   
Si no cancelamos la deuda, nos tomarán, están decididos. Arrasarán con todo lo que encuentren a su paso, y luego se repartirán el territorio con los del Norte, ya lo verás… aunque dudo que podamos verlo.

REINA:   
¿Y qué propones que se haga, genio del reino?

MINISTRO:     
(GOLPEANDO SOBRE LA MESA) ¡Necesitamos dinero y pronto!

REINA:   
¿Y de dónde voy a sacarlo, imbécil? ¿Quieres que lo cague? (CAMINA)

CERIN:   
¡Vedamos sus joyas! (LA SIGUE)

REINA:   
(FALSAMENTE) ¿Mis joyas? No, eso nunca. Sin ellas sería una reina miserable, una sirvienta más, en vez de reina. No, Ministro, mis joyas no serán vendidas.

CERIN:   
Valen el doble del monto de la deuda… con sólo vender… (LA SIGUE)

REINA:   
He dicho que no. Las heredé de mi madre y no las voy a vender para pagar deudas contraídas por la corte.

CERIN:   
¡Por la corte no, por el rey y la reina de Xilos! (SE LE ENFRENTA).

REINA:   
¿Y acaso tomé yo la decisión de hacer la guerra?

CERIN:   
No, pero gastaste en funerales, y fiestas, lujos y regalos inútiles, lo poco que logramos salvar del tesoro. Dejaste que cada cual hiciera a su antojo y entera voluntad, sin ver que ese dinero representaba nuestro futuro, el futuro del reino. Me ataste de pies y manos como a un muñeco, y me prohibiste hacer lo que es mi deber, impedir el despilfarro y la rapiña.

REINA:   
El pueblo necesitaba olvidar los horrores de la guerra, las muertes. Por eso les dejé hacer.

CERIN:   
¿Llamas pueblo a la corte? Ellos fueron los que despilfarraron, los otros no.

REINA:   
¡Participaron también! ¿Acaso no se dieron fiestas populares? ¿No se repartieron ayudas? Tanto los unos como los otros olvidaron sus penas en el vino.

CERIN:   
El licor y las fiestas no eran lo más adecuado para hacerles olvidar los horrores de la guerra. Lo más sensato hubiese sido que olvidaran reconstruyendo lo destruido. Recuperando el tiempo perdido, sembrando los campos abandonados, instalando nuevos negocios, enseñando a sus hijos, que todas las guerras no conducen a nada sino a esto, que estamos viviendo hoy aquí; ruina y miseria. ¿Qué ejemplo más palpable que este? Enseñando a sus hijos, que más vale luchar para conservar la paz, que impulsar la guerra para adueñarse de un Condado o un reino que luego no nos la va a proporcionar. Pero claro está, tendrían que haber empezado por destronar a una reina que no ve más allá de sus pestañas, y decapitar a un ministro que se deja manejar como una marioneta.

REINA:   
Bonito discurso. Te agradezco me hagas todas esas sugerencias por escrito para no olvidarlas, tal vez las ponga en práctica en otra ocasión.

CERIN:   
¿Si no estás dispuesta a vender las joyas, debo entender que lo único que nos queda por hacer, es, encomendar nuestra alma al Señor, y sentarnos a esperar la muerte de manos de los del Sur?

REINA:   
No venderé las joyas, porque no moriré sin adornos como una campesina. Moriré como una verdadera reina. Después que profanen mi cadáver para tomarlas, qué me importa si no lo voy a ver. (CAMINA)

CERIN:   
(LE SIGUE) ¡Y sacrificar al pueblo en aras de esa idea absurda!

REINA:   
Las joyas representan nuestro poder; si las vendemos le perderemos. Si vamos a la muerte con ellas, lo haremos siendo poderosos. ¡Si yo muero como reina, ellos morirán como príncipes! (CAMINA, ÉL LA SIGUE).

CERIN:   
(GRITANDO) ¡Morir como príncipes, cuando ya la tercera parte se ha muerto de hambre y necesidad! ¿Pero es que ya no le amas?


REINA:   
(GOLPEANDO LA MESA) ¡Sí,  pero a mi manera!

CERIN:   
No, no les amas. Si les amases sacrificarías cualquier cosa por salvarles. ¿Valen más unas joyas de porquería que la vida de dos millones ochocientos mil hombres?

REINA:   
Tal vez. (ENTRA MUJIC, EL VERDUGO Y CRUSA. ÉSTA VIENE CON EL ROSTRO Y LAS ROPAS ENSANGRENTADAS. SE DESPLAZA CON LENTITUD. TRAEN UN RECIPIENTE CON CARBONES ENCENDIDOS) ¡Adelante, Crusa, qué tal te sientes ahora?

CERIN:   
¿Pero qué le has hecho?

REINA:   
¡A callar! Te hablé, Crusa, ¿o es que el verdugo se extralimitó y te arrancó la lengua?

SASEMI: 
No, Alteza, he cumplido su orden al pie de la letra. La convertí en un despojo pero sin darle muerte.

REINA:   
Muy bien. Se ve que aún queda alguien en la corte que obedece mi palabra sin chistar. (MIRA AL MINISTRO) Acércate, Crusa. (LE OBSERVA) Allí tienes tus cosas… cae en trance sin chistar, y mira el futuro del reino; pero procura ver lo que yo quiero que veas.

CERIN:   
Pobre mujer, ¿qué le has hecho?

REINA:   
Pregúntale a él, yo no he sido; sólo ordené que le hicieran una caricia. ¡Vamos, vieja inútil, o es que quieres otra tunda!

CRUSA:  
(SE ARRODILLA AYUDADA POR MUJIC. LUEGO SACA UN SOBRE DE CUERO DEL BOLSILLO DE SU BATA Y DE ESTE UN POLVO QUE DEJA CAER SOBRE LAS BRAZAS, SURGE UNA CORTINA DE HUMO AZUL. ELLA DEPOSITA LA BOLSITA EN EL PISO Y COMIENZA A ALZARSE LENTAMENTE) Veo de nuevo al rey… avanza sobre los escombros de la Ciudad… (RETROCEDE) avanza… avanza… (SE DESPLAZA CON UNA VERTIGINOSIDAD ASOMBROSA, JADENATE Y CON MIL CONVULSIONES)... avanza… y a medida que lo hace se retiran los del Sur. (SE DESPLAZA. NO ALZA SUS BRAZOS, PUES LOS TIENE PARTIDOS) ¡Aaaaaaaa! Ahora te ves tú, reina de Xilos… (RESPIRA, JADEA, SE CONTORSIONA) Luchas con Mujic que te corta el paso y no te deja salir del pantano.

REINA:   
¿Otra vez Mujic?

CRUSA:  
(SE DESPLAZA)… luchan… (SE DESPLAZA)… luchan cuerpo a cuerpo… (RETROCEDE)… y surge de nuevo… sí, surge de nuevo… (AVANZA)… surge de nuevo el asesino de tu padre, Mujic… (RETROCEDE)… se detiene y mira… ahora avanza hacia ti, Mujic… (SE DESPLAZA)… trata de tomarte pero eres más veloz que él… (SE DESPLAZA)… ha tropezado… cae… (AVANZA)… huyes Mujic… has huido. (SE DESPLAZA AHORA SIN DECIR NADA. EN SU ROSTRO SE DIBUJA UNA SONRISA DE PLACER)

REINA:   
¡Continúa, no te detengas!

CRUSA:  
Todo se vuelve brumas.

REINA:   
¡Vamos, insiste, insiste!

CRUSA:  
(DESPLAZANDOSE AHORA CON LENTITUD) Veo un campo… (CIERRA LOS OJOS)… ahora una torre… y arriba… colgando de la torre, un cuerpo… es el cuerpo de una mujer… esa mujer es… ¡Ah! (SE LANZA AL PISO) Esa mujer soy yo, con mis carnes siendo pasto de los cuervos y mis huesos tostándose al sol. (GIME).

REINA:   
¡Deja de llorar, estúpida! ¿Y el príncipe Groscors?

CRUSA:  
(QUE SABE QUE LE ESPERA LA MUERTE, DECIDE AUNQUE SEA POR UNA VEZ, INSULTAR A SU REINA)
Vendrá cuando la ciudad no sea más que escombros.

REINA:   
¡Mientes!

CRUSA:  
No, no miento. El príncipe no vendrá, pues nunca pensó hacerlo. Goza, se divierte pensando que le esperas inútilmente para verle lo que él sabe que le pertenecerá sin pagar ni un céntimo. (GRITA) ¡Los campos serán suyos sin que pague precio ni tributo!

REINA:   
(AL VERDUGO) ¡Llévatela! ¡Apártala de mi vista! (VA AL TRONO CAMINANDO CON UN  SOLO ZAPATO) ¡Que le azoten hasta que reviente, hasta que escupa toda la sangre, y luego que le cuelguen en la torre del campanario para que sea pasto de los cuervos!

CRUSA:  
Mañana serás vencida, reina de Xilos, eso también te lo vi. Primero por el hijo de mi hijo, luego por las tropas del Sur, y al fin por la oscuridad que invadirá tu mente. ¡Maldita seas!

REINA:   
¡Llévatela, Sasemi, y que le cuelguen enseguida, sin permitirle encomendar su alma a Dios, para que se pudra en el último rincón del infierno!

SASEMI: 
¡Andando!

MUJIC:   
Adiós, Crusa… (VA HACIA ELLA, PERO EL MINISTRO LE DETIENE)

CRUSA:  
Adiós, hijo.

REINA:   
(AL VERDUGO) Tráeme sus ojos como prueba de que has cumplido mis órdenes. Sácaselos estando viva, ¿entiendes?

CERIN:   
¡Lo que haces es cruel, perdónale la vida!

REINA:   
¿Para qué, si ella misma vaticinó su muerte? No hago otra cosa que ayudarle a cimentar su fama de adivina.

CERIN:   
¡Crusa!

CRUSA:  
Es inútil, señor, me vi, y siempre lo que vaticino se ha cumplido. (SALEN. MUJIC, SE HA QUEDADO PARALIZADO).

REINA:   
Cerín, diles a los del Sur, que mañana a más tardar tendrán su dinero.

CERIN:   
¿Engañarles de nuevo? ¿Pero de dónde los obtendrás?

REINA:   
Continuaré esperando. (TRUENA).

CERIN:   
Se avecina una tormenta.

REINA:   
¿Tu frase es muy oportuna… a cuál de ellas te refieres?

CERIN:   
Alabo tu buen humor después de lo que has hecho con Crusa.

REINA:   
Gracias, Ministro, y no te busques que haga otro tanto contigo. ¡Mujic, trae mi zapato! (ÉL LO TOMA Y SE LO DA. ELLA LO TIRA AL PISO, Y ÉL PROCEDE A PONERSELO. DE REPENTE ALZA EL OTRO PIE Y LO COLOCA SOBRE LA CABEZA DE MUJIC, APRISIONANDOLE CONTRA EL PISO) ¿Mujic, cómo podemos hacer para obtener un millón de moneda de oro? Pon a trabajar la imaginación si aún te queda y canta. Ve si es capaz de producir algo bueno. (LE QUITA EL PIE DE LA CABEZA) Los bufones en muchas ocasiones piensan por sus amos, como parte de ellos que son. (COMIENZA A QUITARSE LAS JOYAS. MUJIC VA EN BUSCA DEL COFRE. EL MINISTRO MIRA HACIA EL EXTERIOR POR UNA DE LAS VENTANAS) Pero tú nunca te has mostrado receptivo en ese sentido. Siempre  chistoso – si se puede llamar a eso, ser chistoso – pero nunca ingenioso o entrometido en los asuntos del Estado… y no porque no te atraigan… Intuyo que en el fondo sientes un gran interés por ese tipo de asuntos; pero me da la impresión, que nunca has querido exponer tus ideas, por miedo que no resultaran útiles. Me atrevo a decir, que más te han alegrado nuestras derrotas, que nuestros éxitos. (ELLA JUEGA CON UNA GARGANTILLA QUE LE TIENDE Y LA TIRA PARA NO DEJARLE ALEJARSE) Habla, bufón. ¿Ha pensado algo esa cabeza de calabaza?

MUJIC:   
Sí… que debes pagar si no quieres perecer en manos de los del Sur.

REINA:   
Eso lo sé, asno. No te pedí un consuelo sino una sugerencia.

MUJIC:   
(CON UNA SONRISA RARA) Venda sus joyas, señora.

REINA:   
¡Tú a callar! (LE DA LA GARGANTILLA) ¿Qué otra solución tienes a la vista, bufón?

MUJIC:   
Conseguir el dinero prestado de otra reina.

REINA:   
¡Gran sugerencia! ¿Piensas que esta vieja bruta no pensó en eso? No sé quién sabe que no está en condiciones de pagar.

MUJIC:   
¡Hipoteca!

REINA:   
Eso sería igual que vendernos. No podríamos pagar los intereses.

MUJIC:   
Si invirtiéramos lo que nos prestaran…

REINA:   
Los príncipes de los otros reinos, no son tan imbéciles como para prestarnos una suma que nos permita cancelar la deuda que tenemos pendiente con los otros, y quedarnos con un tanto para fortalecernos si nos prestan, nos procurarán la cantidad de oro que sólo nos alcance para cubrir nuestras deudas con los otros, pero quedando con la soga de ellos al cuello. Ningún Estado hace bien a otro si no ve que la tajada que va a tomar luego es lo bastante grande.

MUJIC:   
Entonces no veo solución posible, señora.

REINA:   
Nuestros ricos ahora son pobres, apenas tienen para comer; nuestro pueblo revienta de hambre, nuestros vecinos del Sur nos cobran los intereses y deuda que tenemos con ellos, y los del Este se encuentran en las mismas condiciones nuestras. Solo el Norte es rico y…

CERIN:   
“Y”, no, alteza, diga “PERO”. Pero saben que pueden obtener mucho de nuestro debilitamiento. Si nos ayudan, lo harán con poco, para que no podamos pagar nuestras deudas, y nos veamos obligados a invertirlo en reconstruir la ciudad, con miras a resurgir y poder pagarles a ellos y a los “otros”. De este modo nos tendrán en sus manos y nos tomarán cuando quieran. Y si nos dejan reventar, en espera de una ayuda que… (SIGNIFICATIVO)… “tarda y tarda”, nos tomarán sin haber arriesgado ni un solo centavo. De ambas maneras gana y de ninguna pierden. Si nos ayudan, tomarán una ciudad remota remozada, reconstruida, a punto de florecer nuevamente, lo que no deja de ser una ventaja. Y si nos dejan reventar, no tendrán más que enterrar un montón de cadáveres – o dejar que los cuervos se encarguen de ello – y gastar luego en reparaciones, lo que se gastará luego en reparaciones, lo que se negarán a prestarnos.

REINA:   
Ya Crusa pagó con su vida su manía de llevarme la contraria, no busques hacerle compañía. (VA, TOMA LA BOLSITA CON EL POLVO Y SE DIRIGE AL RECIPIENTE CON LOS CARBONES. HECHA POLVO SOBRE LAS BRASAS. SE FORMA UNA CORTINA DE HUMO AZUL)  ¡Si pudiera ver! (MIRA INSISTENTEMENTE HACIA EL HUMO) ¡Si al menos pudiera ver!

CERIN:   
No lo creo, no naciste con poderes adivinatorios. (JOCOSO)

REINA:   
(SE LEVANTA ASOMBRADA Y RETROCEDE) ¡Ah!

CERIN:   
(JOCOSO) ¿Le ves venir?

MUJIC:   
(RIENDO VA A UNA DE LAS VENTANAS) No, nadie se acerca.

REINA:   
¡Cerín, acércate! ¡Mujic, ven enseguida!

CERIN:   
(SE ACERCA CON UNA REVERENCIA) ¿Señora?

REINA:   
Cerín, ven y mira y dime qué ves…

CERIN:   
(BURLON) ¿Dónde, señora, en el humo?

REINA:   
Sí, allí en el centro, junto a las llamas. ¿No notas que empieza a formarse algo?

CERIN:   
¡Santo Dios!

REINA:   
¡Dime lo que ves, Mujic, o te degollaré!

MUJIC:   
No veo nada, señora.

REINA:   
Sí, sí ves. Veo yo que no soy vidente, y ve Cerín que tampoco lo es, ¿por qué entonces no vas a ver tú que eres igual que nosotros? (LE TOMA DEL BRAZO Y LE ACERCA AL HUMO)

CERIN:   
¡Es increíble! (SE LLEVA LAS MANOS A LOS OJOS)

REINA:   
Vamos, habla, ¿dónde tienes el dinero?

MUJIC:   
No sé de qué me habla, le juro. No tengo ningún dinero.

REINA:   
¡Pero es que vas a negarte a hablar, cerdo inmundo!

MUJIC:   
Le juro que no sé de qué dinero me habla.

CERIN:   
Déjale, tal vez sea cierto que no ve nada.

REINA:   
Sí, sí ve, lo que pasa es que se hace el estúpido.

MUJIC:   
¡Le juro que no veo nada!

REINA:   
(RETROCEDE Y SUELTA A MUJIC) ¡Dios Santo! (SE QUEDA PETRIFICADA).

CERIN:   
¡Es increíble, esto es obra de brujería!

REINA:   
Espera… (PAUSA).

CERIN:   
Se esfuma la visión…

REINA:   
¡Oh,  calla! (PAUSA) Ha desaparecido… (TOMA LA BOLSITA Y ECHA POLVO DE NUEVO).

CERIN:   
Nada.

REINA:   
(INSISTENTE) No se ve nada… qué extraño… (SE ALZA Y SE PONE FRENTE MUJIC) ¿Qué opinas de lo que viste?

MUJIC:   
Ya le dije que no vi nada, se lo juro.

REINA:   
Pues te voy a decir lo que vimos Cerín y yo. Te encontrabas cerca de mí en medio de un pantano. Llevabas una talega llena de monedas de oro que me ofrecías haciéndolas sonar. Al principio me negué  a aceptarlas; pero entonces sacaste otra y luego otra y naturalmente al final, cuando acepté las tomé, me fui al fondo del pantano. Luego surgí pero sin las monedas. Traté de huir pero me cortaste el paso. Comenzamos a luchar, y de repente, del bosque, surgió un hombre barbudo, vestido con andrajos y trató de pillarte, pero tropezó con un pequeño tronco y lograste escapar… allí desapareció la visión.

MUJIC:   
No, entiendo…

REINA:   
Yo sí, tienes dinero escondido y piensas negociar conmigo tu libertad… o más bien… pensabas.

MUJIC:   
Lo juro que no tengo ni un centavo, señora, no sé de qué me habla.

REINA:    Sabes muy bien de qué te hablo. Me hiciste a tempranas horas una pregunta y ahora sé por que camino venías. ¿Dónde guardas el dinero? ¿A cuánto asciende la suma y dónde lo conseguiste?

MUJIC:   
¡Ya le he dicho que no tengo ningún dinero! (ENTRA EL VERDUGO. EN UN PEQUEÑO PLATO LLEVA LOS OJOS DE CRUSA) ¡Ohhh!

REINA:   
Muy oportuna tu entrada Sasemi (A MUJIC) ¿Ves lo que te espera a ti también si no hablas?

MUJIC:   
Qué quiere que le diga si no sé de qué dinero me habla.

REINA:   
¿Qué opinas tú, Ministro?

CERIN:   
Creo en él… quizá lo ignore. No nos detuvimos a interpretar la visión… tal vez no lo tenga… sino que va a obtenerlo.

REINA:   
Lo tiene Cerín, no seas ingenuo. Trató de comerciar  su libertad conmigo esta mañana antes de que tú llegaras, pero se volvió atrás. Me faltó astucia para dejarle seguir adelante.

CERIN:   
Pues yo te aseguro que no tiene ni un centavo. Creo en él.

REINA:   
Tú crees en él, pero yo no. Sasemi, quieres tomar a Mujic y hacerle recordar dónde guarda cierta suma de dinero que ha olvidado.

MUJIC:   
¡No tengo ningún dinero, lo juro! (TOCAN)

REINA:   
(SE ALZA) ¡Tocan, debe ser el príncipe Groscors! ¡Allí está nuestro hombre al fin! (SE COLOCA LA CORONA SIEMPRE TORCIDA) Anda, Mujic, qué esperas para abrir… (EL VA RAPIDO A LA PUERTA) ¡Oh no, espera, que abra Cerín, abre pronto! Mujic, desaparece también, no quiero intrusos presentes. (ESTOS DESAPARECEN Y CERIN, MUY CEREMONIOSO, SE DIRIGE A LA PUERTE. LA REINA ARREGLA LOS PLIEGUES DE SU TRAJE).

CERIN:   
(CON SORPRESA) Oh, ¿qué desea, señora?

VOZ:       
¿Puedo hablar con su alteza la reina?

CERIN:   
¿Cómo llegó usted hasta aquí, señora?

VOZ:       
Conozco el palacio como la palma de mi mano, señor, ¿puedo pasar?

REINA:   
¿Quién es, Cerín?

CERIN:   
¿A quién debo anunciar?

VOZ:       
A la condesa, Tubie.

REINA:   
(EXTRAÑADA) ¿Condesa Tubie? (ENTRA UNA MUJER DE APROXIMADAMENTE SESENTA Y CINCO AÑOS. VISTE CON ELEGANCIA, Y MUESTRA AUN LOS RASTROS DE UNA ANTIGUA BELLEZA).

TUBIE:    
Ruego a su excelencia perdone mi atrevimiento, pero no encontré a nadie que me anunciara y decidí hacerlo por mis propios medios.

REINA:   
(PARA SI) Bonito palacio donde sirvientes y guardias no están en su sitio. (A LA CONDESA) Siéntese usted, condesa. (LE MIRA COMO SI TRATARA DE RECORDAR DONDE LA HA VISTO ANTES) ¿Nos conocimos antes?

TUBIE:    
No, no lo creo. (PAUSA) Vine porque quería tratar un asunto de mucha importancia para mí, con usted. En referencia a mi hijo.

REINA:   
(SIN ENTENDER) ¿Su hijo? Bien, diga usted, de qué se trata.

TUBIE:    
Bien… tal vez usted no lo sepa, pero soy la madre de Mujic.

REINA:   
(HUMILLADA) Oh, es usted la madre de mi bufón.

TUBIE:    
(ALTIVA) Hoy, condesa de Tubie.

REINA:   
¿Sí? (A CERIN QUE SE ENCUENTRA CERCA) Vaya las cosas que se ve en este reino.

TUBIE:    
(QUE LE HA ESCUCHADO) No vivo en su reino, señora, vivo en el Norte. (LA REINA PICADA SE MUEVE RAPIDAMENTE) Vengo en busca de mi hijo, a comprar su libertad.

REINA:   
Cerín, quieres cerrar esa ventana… (ÉL OBEDECE)… El aire me molesta. (SE VUELVE A TUBIE) ¿Dice usted que desea comprarme a Mujic, no es así?

TUBIE:    
Sí, al precio que sea. (PAUSA) ¿Puedo verle?

REINA:   
Sí, claro que sí… los del Norte siempre son bienvenidos a esta corte. ¿Cerín, quiere llamar usted al bueno de Mujic?

CERIN:   
(INCLINANDOSE) ¡Enseguida alteza! (SE DIRIGE A LA PUERTA) ¡Mujic!

MUJIC:   
¿Desea algo, señor?

TUBIE:    
(SIN ESPERAR QUE ELLOS HABLEN) ¡Mujic!

MUJIC:   
(SE VUELVE Y VE A SU MADRE, CORRE HACIA ELLA) ¡Madre, al fin has venido!

TUBIE:    
(LE CORTA UN GESTO) Nada de abrazos y besos, eso lo dejaremos para después. (LE SONRIE  CON UNA SONRISA DE COMPLICIDAD) Vengo a comprar tu libertad como te prometí… ¿recuerdas? (ÉL SONRIE TAMBIEN DE MANERA EXTRAÑA).

MUJIC:   
Claro que lo recuerdo, mamá.

TUBIE:    
¿Cuánto crees que debo pagar por ti a Su Excelencia, si acepta venderte?

MUJIC:   
Treinta monedas a lo sumo… y creo que es mucho pedir.

REINA:   
(SE YERGUE EN SU ASIENTO ESCANDALIZADA) ¡Treinta monedas! ¿Y quién vendería el mejor bufón de Vitracia por treinta monedas?

TUBIE:    
¿Y a qué precio lo vendería entonces?

REINA:   
No puedo negarle a una reina la satisfacción de tener de nuevo a su hijo junto a sí… pero digamos seiscientas. Amo tanto a Mujic, que me avergonzaría venderle por tan poco. ¿Sí? (ELLA NO RESPONDE PERO LE SONRIE CON MALICIA. PAUSA) ¿Qué le trajo a Mujic después de veinte años?

TUBIE:    
Luego lo sabrá.

REINA:   
¿Un enigma? (ELLA NO CONTESTA, PERO SONRIE) Su apellido de soltera es…

TUBIE:    
No interesa, hace muchos años que dejé de serlo.

REINA:   
¿Pagará las seiscientas monedas por Mujic? Aún no me ha contestado.

TUBIE:    
Al callar, otorgué, alteza.

REINA:   
¿Cerín, serías tan amable en redactar el documento para firmarlo?

CERIN:   
Enseguida, alteza. (VA HACIA LA MESA Y SE SIENTA A ESCRIBIR. LA REINA BAJA Y SE ACERCA A LA CONDESA).

REINA:   
¿Dice usted que vive en el Norte, no es así?

TUBIE:    
Así es.

REINA:   
¿En Rilos?

TUBIE:    
Cerca.

REINA:   
Estoy en espera de vuestro príncipe.

TUBIE:    
Ah, sí.

REINA:   
No sabe usted si ya salió rumbo a este palacio o si…

TUBIE:    
Lo ignoro, frecuento poco la corte.

REINA:   
¡Ah! (PAUSA LARGA. LA REINA NO HALLA DE QUÉ HABLAR) ¿Qué tiempo tan horrible?

TUBIE:    
Cuestión de gustos, a mí me encantan los días lluviosos.

CERIN:   
Aquí tiene, alteza. (ELLA LO TOMA Y LO LEE. LA CONDESA SACA DE UN GRAN BOLSO DE CUERO QUE LLEVA DOS BOLSAS INMENSAS LLENAS DE MONEDAS. SE LAS ENTREGA A CERIN QUE COMIENZA A CONTARLAS DE ESPALDAS. LA REINA VA AL ATRIL Y FIRMA EL DOCUMENTO) Aquí está… lista. (SE LO ENTREGA A MUJIC) Eres libre, Mujic, puedes irte ya con tu madre al Norte.

TUBIE:    
Es libre pero no se irá todavía, tiene unos asuntos muy importantes que resolver. ¡Abraza a tu madre, Mujic, ahora que no eres bufón, ni esclavo! (SE ABRAZAN)

REINA:   
(SE DESPLAZA Y SE COLOCA AL LADO DE CERIN) Que escena tan conmovedora. Me recuerda una de las grandes actuaciones del actor Nirev y la actriz Serta.

TUBIE:    
(RÁPIDA A LA REINA) Le estoy muy agradecida por su bondad al devolver a mi hijo. Se lo agradeceré eternamente. (SONRIE ENIGMATICAMENTE) Me marcho, Mujic. (ABRE EL BOLSO Y SACA UN DOCUMENTO. HABLA EN VOZ ALTA) Toma, mediante este documento eres dueño de dos millones de monedas. Puedes disponer de ellas con entera libertad. (SE MIRAN AMBOS Y SONRIEN CON MALICIA, AL NOTAR EL IMPACTO QUE HA CAUSADO LA FRASE EN LA REINA Y EN SU MINISTRO)

REINA:   
¡Dos millones de monedas! ¿Y de dónde sacó una condesa semejante cantidad de dinero?

TUBIE:    
Soy viuda de Xixos, de Mutiest, de Lavig, y cerré con broche de oro con el conde de Tubie. Se ha hablado de envenenamiento; pero no lo crea, la gente siempre habla lo que no es. ¡Buenos días! (SE DIRIGE A LA PUERTA).

REINA:   
Dijo usted que conocía este palacio como la palma de su mano… ¿acaso sirvió aquí?... su cara me parece conocida…

TUBIE.    
Tal vez… (SALE Y CIERRA)

REINA:   
Frase preferida del hijo, en boca de la madre. ¡Tal vez!

CERIN:   
(QUE GUARDA LAS MONEDAS EN LA BOLSA) ¿Qué piensas hacer, Mujic, ahora que eres rico?

MUJIC:   
Comerciar.

CERIN:   
¿Comerciar qué… ganado… terrenos?…

MUJIC:   
Oh, no, no me refiero a esa clase de comercio. Pienso comprar, bufones, Ministros…  y hasta reinas.

REINA:   
(RIE) ¿Reinas? Vamos, hombre, no seas iluso. ¿Qué reina se vendería a un bufón?

MUJIC:   
Ya conseguiré alguna. (SENTANDOSE) ¿A cuánto asciende la deuda del reino con los del Sur?

REINA:   
Mi bufón no tiene por qué saber mis asuntos.

MUJIC:   
¡Ya no soy vuestro bufón!

REINA:   
Sí, es cierto, pero aún estás en mi territorio.

MUJIC:   
Y mi madre en el Norte, que es más poderosa.

REINA:   
Que valiente te has vuelto de repente.

MUJIC:   
Lo aprendí de ti.

REINA:   
E insolente también.

MUJIC:   
¡Tal reina, tal bufón!

REINA:   
Bien, dejemos esta discusión. Tomas tus trastos y márchate, ya eres libre.

MUJIC:   
No tengo nada que tomar pues nada tengo, sólo dos millones de monedas con las cuales me interesa comerciar.

REINA:   
¡No comercio con bufones!

MUJIC:   
Sí, pero poseo dinero suficiente como para comprar este reino contigo dentro, no una vez, sino dos. Le quieres salvar o no.

REINA:   
No vendo mis joyas, si es a eso a lo que te refieres.

MUJIC:   
(SONRIENTE) No, yo no compraría tus joyas.

REINA:   
¿Y entonces qué quieres comerciar?

MUJIC:   
Quiero tu cuerpo a cambio de la suma que saldará la deuda.

REINA:   
(RIE) No sabía que sentías deseos ocultos hacia mí. ¿Es que aún soy apetecible, Cerín?

CERIN:   
¡Señora!

MUJIC:   
Tal vez sí, tal vez se trate de otro asunto. Lo que te debe importar es, que cancelarás tu deuda y salvarás tu vida.

REINA:   
¡No me interesa!

MUJIC:   
¡Piénsalo, salvarás la cabeza!

CERIN:   
Si no vendió las joyas, Mujic, mucho menos venderá su honra.

MUJIC:   
Que poco conoces a algunas mujeres, Ministro. Ésta al menos, es de la que es capaz de vender hasta su alma, por conservar la vida. No te engañes, ella venderá su honra con tal de seguir viviendo. Ama la vida, Ministro. Lo sé muy bien… ¿Acaso no fui parte suya?

REINA:   
¿Me juzgas tan baja?

MUJIC:   
¡Aún más, ruin! Te me entregarás… me entregarás tu honor para defender tu vida, de eso estoy completamente seguro. Además… Oh, es mejor callar y que descifres luego el enigma.

REINA:   
¡Primero muerta que acceder!

MUJIC:   
Cuando amanezca veremos. Cuando los soldados del Sur crucen tu frontera veremos si no se vence tu resistencia. Y entiéndelo, no quiero tu cuerpo porque me llama a deseo, eres vieja y repugnante y poco tienes que dar. Pero poseerte me dará más de lo que te imaginas, “me honrará”

REINA:   
(RIE) ¡Qué poco me conoces!

MUJIC:   
¡Te conozco más de lo que tú crees!

CERIN:   
¿Pero es que ambos se han vuelto locos?

MUJIC:   
¡Sí, sí, locos de odio, Ministro!

REINA:   
¡Te consumirás en él, no lo dudes!

MUJIC:   
No, no lo creas. Tú, accederás. ¡Cuando amanezca verás que accederás! ¡Tendrás que acceder, reina!

REINA:   
¡Lo veremos, bufón!


Telón rápido.

Fin del primer Acto.



SEGUNDO ACTO


ESCENOGRAFIA:
Habitación de la reina. Cama de Dosel. Dos sillas desvencijadas. Espejo y mesa sobre la cual se encuentra un florero con rosas marchitas, y el cofre con las joyas, y la caja de maquillaje. Dos puertas y una ventana a gusto del Director y donde él diga. Cortinas y alfombras raídas.

ACCION:
Son las seis de la mañana del día siguiente. En escena, la reina, sentada en una de las sillas. Lleva el vestido del día anterior, y a simple vista se nota que no ha dormido en toda la noche. Su rostro se halla maquillado exageradamente, por lo que resulta cómico decir que en ese instante tiene setenta y cinco años, pues representa quinientos o mil. Parecería como si todos los años y pecados de todos los ciudadanos del reino descansaran esa mañana sobre sus hombros.

REINA:   
(SE LEVANTA) ¡Ah, al fin amanece! (SE ESTIRA) Hubiera preferido que la noche continuara interminablemente, para así no tener que enfrentarme con el día de hoy. (ECHA LA CABEZA HACIA ATRÁS) ¡Ah! ¿Cómo sacudir los años y el cansancio que siento sobre los hombros? (TOMA UNA TAZA E INCLINA LA TETERA SOBRE ESTA, NO SALE NI UNA GOTA DE TE) Ni siquiera te. Nuestro capital, el capital del reino, no lo constituyen sino seiscientas monedas; el precio de un bufón. Pero qué comprar cuando ya nadie tiene nada que vender. (TOMA LA CORONA Y SE LA COLOCA TORCIDA COMO SIEMPRE) (VA HACIA EL ESPEJO Y SE MIRA) Dicen que es de mal agüero colocarse la corona torcida. (RIE) Ya me explico entonces de dónde proviene nuestra mala suerte. (PAUSA) ¡Qué hacer! (PAUSA) Sí, qué hacer cuando amamos más nuestra vida que la honra del pueblo; cuando no amamos al pueblo. (VA HACIA LA VENTANA) Amo mi vida como esa luz que comienza a penetrar por la ventana, a pesar de haberla saboreado por setenta y cinco años, de haberla vivido plenamente. Amo mi vida, y me aferraré a lo poco que aún me queda aunque tenga que claudicar, pero sabiendo que he de despertar aquí, y no en el reino de la muerte. (PAUSA) Y me pregunto de nuevo… ¿Qué hacer cuando se ama la vida y no se ama al pueblo; y cuando el pueblo depende del amor que se le puede tener a la vida de y no a la nuestra? Me entregaré a Mujic, lo sé… (SE ANGUSTIA) Soy una vieja egoísta que prefiere fornicar con su antiguo bufón, con tal de no perder su cabeza en manos de los del Sur. Mujic se llevará mi honor, pero me dejará la vida y también la del pueblo. Salvaré lo que más amo, y a los que debería amar, pero me son indiferentes; y al salvarme y salvarles, les quitaré lo que aman mucho más que la vida. Mi pueblo ama la palabra honor, mucho más que la palabra vida, yo amo mucho más la palabra vida, que la que ellos veneran. Ellos han perdido en guerras la vida por defender el honor, y yo hoy entrego el honor por defender la palabra vida. Mi honor es la vida de mi pueblo; pero mi vida es más importante para mí, que ese honor que ellos tanto aman. Oh, para qué tantas cavilaciones si sé que terminaré por hacer lo que siento… lo que dijo Crusa que haría. ¿Para qué luchar contra la corriente si sabemos que a la postre terminaremos por ser arrastrados? (TOCAN) ¡Es mi verdugo, seguramente! (TOCAN) ¡Adelante! (SE LE CAE LA CORONA) ¡El reino se tambalea! (ENTRA CERIN).

CERIN:   
¡Buenos días, alteza!

REINA:   
(IRONICA) Si es buena para ti, sabiendo que dentro de una hora tu reina se tendrá que entregar a su bufón, te felicito.

CERIN:   
(FINGE NO HABERLA ESCUCHADO) ¿Durmió bien la reina de Xilos?

REINA:   
¿Y quién duerme bien cuando tiene la soga al cuello, Ministro?

CERIN:   
Usted misma se ha colocado el lazo al cuello, alteza.

REINA:   
No, te equivocas, me lo ha colocado el destino.

CERIN:   
Rey y reina lo forjaron; pero aún pueden burlarlo.
                             
REINA:   
No, nadie burla el destino, eso lo sé por experiencia. Muchas veces intenté evadirlo con diferentes tretas, Ministro, y terminé por convencerme de que siempre el camino que utilizaba para burlarlo, era el que me acercaba con apresuramiento al fin que había tratado de evitar. No, nunca podemos burlar el destino. Crusa me lo demostró durante cincuenta años.

CERIN:   
(SIN MOVERSE) ¿Y sabiéndolo le hiciste colgar?

REINA:   
Sí, porque tarde o temprano tendría que hacerlo y no quería vivir con la angustia de que al fin, de una manera u otra, me vería obligada a colgarla. Quise evitarle la espera. Quise destruir la fuente de donde emanaba el destino, pero cuando lo hice, ya había lanzado su último chorro. (DURA) ¡Anda, llama a Mujic! ¡Búscale donde sea, quiero acabar con esto de una vez por todas! (LE MIRA DESAFIANTE) ¡Amo la vida, Cerín!

CERIN:   
¡Sería mucho mejor que amaras la muerte!

REINA:   
¡Le temo… y cómo le temo! Si le amase tan siquiera un poco, todo hubiera sido más fácil… con sólo entregarme a ella…               
CERIN:   
Alteza, le repito, hay un modo de burlar al destino. (PAUSA. ELLA PERMANECE ABATIDA). ¿Qué le sucede? Antes me criminaba mi falta de fe, y ahora es usted la que duda.

REINA:   
(CON UNA SONRISA IRÓNICA) ¿Y cuál es ese modo de burlar al destino? ¿Vamos, dime?

CERIN:   
Vendiendo las joyas.

REINA:   
¿Las joyas?

CERIN:   
Los del Norte las ambicionan. Se las venderemos y con ello pagaremos a los del Sur. Si no lo hacemos así, serán de unos o de otros a costa de nuestras vidas. Sólo si las vedemos podemos vencer al destino y a Mujic.

REINA:   
¡Qué ingenuo eres, Cerín! ¿Te convences de que nadie puede burlar al destino? (VA Y ABRE EL COFRE) ¡Las joyas son falsas! No son otra cosa que latón y gemas de cristal. Las auténticas fueron negociadas por el Rey para cancelar deudas de guerra. ¿Crees que si hubiera tenido ese medio no lo hubiera utilizado para salvar mi vida y pisotear a Mujic?

CERÍN:   
¡Falsas! ¿Y el Ministro de Estado sin saberlo?

REINA:   
Todos los reinos poseen secretos que ignoran sus Ministros de Estado, en muchas ocasiones hasta la misma Reina.

CERÍN:   
No, lo creo. Se trata de un ardid para mantenerlas en tu poder a costa de la sangre del pueblo.

REINA:   
Voy a entregarme a Mujic.

CERÍN:   
¡Mientes!

REINA:   
Cerciórate por ti mismo… (LE DA LA CORONA) Lo ves, latón y cristales de colores. ¿Quieres más? (LE LANZA LA GARGANTILLA) ¡Toma! (ÉL LA EXAMINA) ¿Aún dudas?... Toma, examina… (LE LANZA UN BRAZALETE, CERÍN LAS EXAMINA ATONTADO) ¿Te convences ahora?

CERÍN:   
Sí, ya lo veo… ¡Estamos perdidos!

REINA:   
¡Soy la reina con ruinas y un país en ruinas… pero aún no estamos perdidos, Ministro!

CERÍN:   
¿Mujic?

REINA:   
Sí.

CERÍN:   
Y todo el reino lo sabrá. ¿Crees que no lo va a pregonar en cada esquina, taberna o aldea? Vengará tus ultrajes y desprecios, reina.

REINA:   
¡Bah, que les importa si salvan la vida!

CERÍN:   
(QUE LA SIGUE) Aman el honor más que la vida, si les dejaras escoger, preferirían morir, pero con su honor.

REINA:   
¡Morir con honor! Eso se dice cuando uno siente que se haya lejos de la muerte; pero cuando sentimos su aliento cerca de la cara, y su calor cerca de nuestra piel, deja de importarnos un bledo el honor. ¡En ese instante queremos la vida, porque la vida vale, en cambio el honor… el honor no es más que una palabra… y tan corta! ¡Además, vendo mi honra, no la de ellos!

CERÍN:   
¡Tu honor es el honor de tu pueblo!

REINA:   
Sí, Cerín, pero hay muchas clases de honor. Si he tenido que colgar adivinos, cortesanos, bufones o Ministros, nunca he osado pregonar que me convenía, dije simplemente que procedí así; “por el honor de la corte”. Y cuando hemos enviado al pueblo a mil guerras inútiles, tampoco dejamos entre ver que lo hicimos para procurarnos lo que nos apetecía o para lavar una ofensa personal, sino que procuramos hacerles creer, “que luchaban por defender el honor del reino”. Y si les obligamos a trabajar el campo, explotar minas o construir una carretera sin recibir salario, les decimos también, “que lo hacen por el honor del pueblo”. La palabra honor es fácil de manejar, y yo nunca he tenido escrúpulos en utilizarla.

CERÍN:   
Quizás ese haya sido tu error. Les has pregonado tanto la palabra honor, que ahora preferirían morir por él, que vivir sin tenerlo.

REINA:   
¡Palabras!

CERÍN:   
¡Las tuyas de ayer, cuando pregonabas que si morías como reina, ellos morirían como príncipes, y hoy quieres venderles el honor!

REINA:   
Y fueron palabras. Quería ocultarte la falsedad de las joyas y por eso utilicé esas palabras. También he sostenido en muchas ocasiones, que los pueblos eran reflejo de sus gobernantes. Sí, lo he dicho, cuando me convenía. Pero hoy lo niego, porque me facilita las cosas. También pregono que soy la cabeza del pueblo… pues es verdad. Pero nunca me ha importado desmembrarme cuando he querido hacer lo que me place. Los Reyes, Ministro, apoyamos y mantenemos algunas ideas, algunas situaciones, cuando nos conviene. También decimos muchas cosas que no cumplimos o en las que no creemos, porque nos interesa o nos favorece. Me extraña mucho que siendo Ministro de Estado no lo sepas. Ya me explico porque este reino se fue a pique sin remedio.

CERÍN:   
¡Hay muchas clases de Ministros, Alteza!

REINA:   
¡Y también muchas clases de Reinas, Ministro!

CERÍN:   
Eso no tiene necesidad de decírmelo, “señora”, está a la vista.

REINA:   
El “señora” dilo con menos insolencia si no quieres perder la cabeza.

CERÍN:   
¡Sería preferible a perder el honor!

REINA:    ¡Soy la reina, y por eso mismo la que manda y decide!

CERÍN:   
¡Y yo el Ministro de Estado!

REINA:   
Ah, sí, pues bien, a partir de este momento te relevo del cargo. Ya no eres más que un ciudadano de este reino.

CERÍN:   
Me sentiré mucho mejor así, Alteza.

REINA:   
Negociaré con Mujic, digan lo que digan y hagan lo que hagan. ¡Venderé mi honor… por el honor del pueblo!

CERÍN:   
¿Otra clase de honor, no es así?

REINA:   
Modera tu lengua, recuerda que ya no eres mi Ministro.

CERÍN:   
¡Te venderás para salvarte, no para salvar al pueblo! ¡No les amas, no les has amado nunca!

REINA:   
¿Y acaso ellos me aman a mí?

CERÍN:   
No, porque no les has dado motivo para ello.

REINA:   
¡Es su deber!

CERÍN:   
¿Y qué dices del tuyo?

REINA:   
¡No compliques las cosas!

CERÍN:   
¡Eres tú quien las complicas!

REINA:   
¡Y ya no me tutees, ya no eres mi Ministro!

CERÍN:   
¡Ya lo sé, señora, pero como ciudadano quiero mi honor!

REINA:   
¡Tendrás la vida!

CERÍN:   
¡Quiero mi honor!

REINA:   
Lo quieres porque eres culto y sabes lo que vale. Pero ellos, el pueblo… ¿crees que van a saber realmente lo que es el honor?

CERÍN:   
Más de lo que crees. ¿Quieres que te lo demuestre?

REINA:   
¿Cómo?

CERÍN:   
Ya lo verás. (SALE)

REINA:   
¡El honor! Y qué saben labriegos, pastores y sirvientes del honor… de verdadero honor. Ellos sólo conocen el que yo y el rey les hemos hecho conocer, pero del honor de los señores qué van a saber.

CERÍN:   
(ENTRA PRECEDIDO DEL VERDUGO, EL COCHERO Y UNA MUCAMA) ¡Adelante! ¡Adelante!

REINA:   
¿Pero qué haces? ¿Cómo te atreves…?

CERÍN:   
(SIN PRESTARLE ATENCIÓN) Les he traído aquí, porque la reina desea hacerle una pregunta a cada uno de ustedes.

REINA:   
¿Qué te traes entre manos?

CERÍN:   
(EN VOZ BAJA) Simplemente demostrarte como aman su honor estas gentes. Pregunta, pregunta y verás.

REINA:   
Si preparaste la función, actúa como maestro de ceremonia. (VA Y SE SIENTA EN EL TRONO) No, no pienso hacerlo.

CERÍN:   
(ACERCÁNDOSE AL VERDUGO) Sesami, dime. Si una reina se entregara a un extranjero o a uno de sus criados; bien sea el cocinero, al cochero o al bufón, para obtener así cierta cantidad de dinero que necesita para pagar una deuda que se tiene con un país fronterizo, que exige el pago inmediato o invade pasando por las armas a toda la población. ¿Qué pensarías tú de esa reina? Te advierto que la única forma de saldar la deuda, es aceptando entregarse a… al que le ofrece el dinero; no tiene otra alternativa para salvarse y salvar a su pueblo. Dime, ¿qué pensarías de esa reina?

SESAMI: 
Si tiene un pueblo digno, éste le defendería y no dejaría que se entregara.

CERÍN:   
(LA REINA RIE) No, no me has entendido. Pongan atención todos. Escucha. El reino peligra; nadie presta dinero a la reina, incluso los reinos amigos. Un país al cual se le debe una elevada suma, espera en una de sus fronteras para invadir, si a una hora determinada no se les entrega el dinero. Un bufón se presenta ante la reina y ofrece prestarle la suma de dinero, pero a cambio de una noche de amor…

REINA:   
Noche no, Cerín, una mañana de amor. Y no es prestarle, sino “darle”.

CERÍN:   
(LOS CRIADOS SE MIRAN ENTRE SI) Entonces la reina se ve acorralada y para salvar a su pueblo, se entrega al bufón, que luego resulta ser ciudadano de un país enemigo al cual huye. ¿Qué piensas del proceder de la reina? ¿Hizo bien o hizo mal?

SESAMI: 
Sería preferible morir luchando, que tener una reina sin honra. (LA REINA SE YERGUE)
       
CERÍN:   
Pero con el dinero pagaría la deuda y se salvarían todos.

SESAMI: 
Pero vendería el honor del pueblo, señor.

CERÍN:   
Sí, sí, es verdad… pero… qué es el honor para ti.

SESAMI: 
Es… como mi padre y mi madre… como Dios.

CERÍN:   
Bien, gracias, Sesami, puedes retirarte.

SESAMI: 
Con su permiso, alteza. (ÉSTA HACE UN GESTO, ÉL SALE)

CERÍN:   
(A LA MUCHACHA) Tú muchacha, ya has oído la pregunta que hice a Sesami. Ahora dime, ¿qué pensarías de esa reina? ¿Hizo bien o hizo mal?

MUCAMA:      
Una reina que es capaz de vender el honor del pueblo, demuestra que no les ama, ni mereció ser nunca reina.

CERÍN:    Se entregó para salvarles.

MUCAMA:      
¿Y luego qué haría ese pueblo sin honra? Sería como si yo perdiese la mía en manos de un vagabundo extranjero, tan sólo por un plato de lentejas.

REINA:   
(PARA SI) Mojigata, hacernos creer que aún se conserva virgen.

CERÍN:    Y tú, ¿qué dices? (AL COCINERO)

COCINERO:   
Pues… que un hombre puede vivir sin dinero, pero no sin honra. Claro que la honra no se ve… no se ve, como no se ven tampoco el amor y la virtud, ¿me entiende usted? Es algo que amamos sin saber por qué… tal vez porque Dios nos manda a que lo hagamos. (LA REINA RESOPLA) Un pueblo sin honra sería como un  pueblo… sin reputación, porque la reputación en cierta forma, es tener buena la honra. (LA REINA SE LEVANTA) Y quién respeta a un pueblo sin reputación, nadie. Y quién respetaría una reina que se entregó por oro en vez de luchar como un soldado. (LA REINA DA UN SALTO Y LA MIRA ASUSTADO) Oh, Alteza, perdone usted la comparación. (LA REINA SONRIE DISPLICENTEMENTE) Yo siempre he dicho a mis hijas; digo hijas pues no tengo ningún hombrecito, que primero muertas que violadas. Es preferible perder la vida a perder la honra; aunque después de muerto se la quitan a uno. Lo importante es que no se la quiten estando vivo.

REINA:   
Cerín, quieres hacerles salir… por favor.

CERÍN:   
Enseguida… enseguida. Bien, bien, gracias por haber venido.

COCHERO:    
La honra es como la caja de caudales de un reino…

REINA:   
¡O se calla o se lo entrego al verdugo para que lo deslengüe!

CERÍN:   
Gracias por todo… andando… hasta luego. (LE SACA RAPIDAMENTE)

REINA:   
¡Bonita exhibición! ¿Y de qué vale? ¡Crusa nunca se equivocó!

CERÍN:   
Hoy me he convencido de algo, alteza, de lo poco que conoces a tu pueblo.

REINA:   
Y yo, de lo poco que conoces a tu reina. (TOCAN) ¡Adelante!

MUCAMA:      
Alteza, un viajero extranjero desea verle.

REINA:   
(INTRIGADA) ¿Un extranjero?

MUCAMA:      
Sí, viste ricamente como los del Norte, y lleva el sombrero, de alas muy anchas, casi sobre la cara; pero cuando mostró el rostro para hablar al hombre que le acompañaba, noté en él un parecido extraordinario con vuestro bufón Mujic. Sólo que éste iba rasurado y limpio como ninguno.

REINA:   
¡Ah!

CERÍN:   
¡El comprador!

REINA:   
¡Hazle pasar!

CERÍN:   
¿Estás lavadita para recibirle?

REINA:   
¡O te callas o te hago callar, cerdo!

CERÍN:   
Me horroriza pensar en su situación, Alteza.

REINA:   
¡Vete al cuerno y deja de compadecerme!

CERÍN:   
No, si no te compadezco.

REINA:   
¡Siento miedo, Cerín! (APAGADA)

CERÍN:   
¿De qué? De no gustarle a Mujic… de no dejarle satisfecho. (LA REINA LE VA LANZAR EL FLORERO, PERO SE ABRE LA PUERTA Y ENTRA MUJIC)

MUJIC:   
Buen día, Alteza… Buen día, Ministro.

CERÍN:   
Ya no soy Ministro de Estado, acabo de ser destituido.

REINA:   
¡Y si no cierras el pico serás decapitado también!

MUJIC:    Señora no estoy para perder el tiempo oyéndola discutir con su ex-ministro. ¿No le importaría hacerle salir para tratar a solas nuestro asunto?

REINA:   
Aún no, bufón, aún no hemos llegado a ningún acuerdo.

MUJIC:   
¡Acuerdo! (DESPECTIVO)

REINA:   
(ALTIVA) ¡O venta, si mejor lo prefieres! (SE OYEN CAÑONAZOS) ¿Qué es eso? ¿Qué ocurre? (CORRE HACIA LA VENTANA)

MUJIC:   
(SONRIENTE, NO SE MUEVE DE SU SITIO) Son cañones, señora.

REINA:   
Cerín, ¿qué está sucediendo? (ÉSTE CALLA) Habla, imbécil, ¿o es que no oyes los cañones?

CERÍN:   
Sí, los oigo perfectamente. (VA HACIA LA VENTANA Y SE ASOMA) ¡Ah! Son nuestros amigos del Sur que nos avisan que se acerca el momento de que debemos saldar la deuda que tenemos con ellos. A las diez de esta mañana vence el plazo. Anoche me fue imposible convencerles de esperarse hasta esta tarde. Le advierto que están dispuestos a todo.

REINA:   
¡Pero ellos no pueden hacerme esto a mí!

CERÍN:   
Actúan como lo hubiese hecho la Reina de Xilos estando en su lugar.

MUJIC:   
Mientras discuten daré un paseíto. (SALE APRESURADAMENTE)

REINA:   
¿A dónde va ese hombre?

CERÍN:   
Descuida, volverá, fue tan solo en busca de su cobija.

REINA:   
Si vuelves a abrir la boca para herirme te la cierro para siempre.

CERÍN:   
Espero que lo hagas antes de acostarte con Mujic, así moriré con mi honor intacto.

REINA:   
No, no te daré ese gusto. De ahora en adelante le deberás la vida a una vieja de setenta y cinco años que se entregó a su bufón. ¿No te parece heróico?

MUJIC:   
(ENTRA) ¿Aún discuten?

REINA:   
¿Discutir? ¿Y quién discute?

MUJIC:   
Andaba en busca de esto… (VACIA UNA BOLSA DE CUERO, SOBRE LA MESA DE ELLA CAEN MONEDAS DE ORO RELUCIENTE. LUEGO CORRE HACIA OTRA PUERTA Y LA ABRE, SE AGACHA, Y AL ALZARSE TIENE EN SUS MANOS CUATRO TALEGAS LLENAS DE ORO, LAS QUE LANZA A LOS PIEZ DE LA REINA) Y de esto también…
(CORRE A UNA DE LAS VENTANAS, SE ASOMA Y SILBA. ATAJA UNA TALEGA QUE ALGUIEN LE LANZA) ¡Oro!
(LA DEPOSITA A LOS PIES DEL MINISTRO. CORRE A LA OTRA VENTANA  Y VUELVE A SILBAR. DE UNA CUERDA, QUE ALGUIEN MANIPULA DESDE LA AZOTEA, PENDE OTRA BOLSA QUE ÉL DESATA Y SE MUESTRA) ¡Y más oro! El precio de tu vida y de la honra de tu pueblo. (SE LA TIENDE, PERO ELLA AL ESTIRAR LA MANO, LA APARTA) Sí, pero sólo la tendrás en tus manos cuando firmes un documento donde hagas constar que te me has entregado… (SACA UN PAPEL DEL BOLSILLO DE SU CAMISA) Aquí está. Para ahorrarte tiempo y trabajo me permití redactarlo yo mismo, no tienes más que firmar. (SE LO ENTREGA. A MEDIDA QUE ELLA LO LEE, ÉL VA RECOGIENDO RAPIDAMENTE LAS TALEGAS Y LAS COLOCA SOBRE LA MESA) Ah, también deberás firmarme este salvo conducto… (LO BUSCA EN SU BOLSILLO) Aquí lo tienes… Quiero llegar sano y salvo al Norte, sin el más pequeño rasguño.

REINA:   
(QUE HA LEIDO EL DOCUMENTO) ¿Dime, Mujic, qué ganarás con poseer una mujer vieja y fea?

MUJIC:   
Luego lo sabrás, paciencia.

REINA:   
¿Y si luego no te dejara salir de palacio?

MUJIC:   
Mi madre mandaría en mi busca… recuerda que el Norte es poderoso. Vamos, firma de una vez. No estoy para perder el tiempo, y creo que ustedes tampoco. Tienes apenas hora y media para pagar a los del Sur y yo hora y media para reunirme con mi madre en el Norte.

REINA:   
Cerín, entérate de lo que dice este papel (LEE) Yo, Nubia de Premex, Reina y señora de Xilos, en perfectas facultades mentales, juro ante Dios y ante mi pueblo, que me entregué a mi criado esclavo y bufón Mujic, recibiendo en pago de éste, la suma de un millón de monedas de oro, dinero que obtuvo en la corte del país del Norte. Al hacerlo, salvo mi vida, y la de mi pueblo, y vendo mi honra a los del Norte, para salvarles ante las amenazas que me dirigen los del país del Sur. Firma… ¿Qué te parece?

CERÍN:   
¡Pero eso es una infamia! (CAÑONES CON MAS FUERZA)

REINA:   
Mujic, ¿si vas a tenerme para que necesitas ese papel?

MUJIC:   
Lo necesito. No voy a pagar un millón de monedas de oro por una mujer vieja, sin tener luego cómo demostrar que lo hice.

REINA:   
Eres astuto, ahora es que comienzas a parecerte a mí realmente. (CAÑONES. CERÍN MIRA POR LA VENTANA) ¡Dame acá! (TOMA EL PAPEL Y LO FIRMA. LUEGO SE LO EXTIENDE) Aquí tienes.

MUJIC:   
Gracias, Alteza. ¡Cerín, fuera, que ya nada tienes que hacer aquí!

REINA:   
Sí, Cerín, vete, vete inmediatamente. Vete y pregona que tu reina está manchada. Anda, vete, ¿o es que no has oído? (EL MINISTRO, ABRUMADO, SALE CON PASO RÁPIDO. ELLA SE QUEDA INMÓVIL EN EL CENTRO DE LA ESCENA, TIESA, COMO SI SE HUBIESE TRAGADO UN PARAGUAS)

MUJIC:   
(GIRANDO ALREDEDOR DE ELLA) ¡Al fin solos abuelita! Me parece un sueño que tú y yo podamos estar solos, como un par de enamorados la noche de la boda. ¡Al fin solos después de veinte años de amores! Al fin solos. (ELLA LE VUELVE LA ESPALDA) Sólo que ahora los papeles se han invertido. Ahora soy el poderoso, y tú, vieja inmunda, la esclava, el bufón del ex – bufón hijo de bufón. ¡Mírate en ese espejo! ¡Anda camina! (LA EMPUJA HACIA EL ESPEJO) ¡Acaso no pareces un perfecto bufón con esa cara maquillada como una puta enferma! ¡Con esa cara llena de arrugas, más arrugada que una lechuga vieja! ¡Mírate! ¡Quiero que te mires! (LE TOMA DEL CABELLO Y LE OBLIGA A MIRARSE) Que lejos se fue tu juventud, ¿verdad? ¡Mírate, mírate reina de porquería! Mira la porquería en que te has convertido. (LA LANZA CONTRA LA CAMA) ¡Ah!  (SE DOBLA Y SE LLEVA LAS MANOS A LA CABEZA) ¿Tendré valor para hacerlo? ¿Para llegar al fin? (SE ALZA) Sí, debo tenerlo. (SE ACERCA A ELLA QUE SE ENCUENTRA RECOSTADA A UNO DE LOS PILARES DE LA CAMA) Vamos, abuelita, a la cama. (LA LANZA SOBRE LA CAMA) Anda, abre tus flacas piernas de puta octogenaria y prepárate a recibir tu bufón, prepárate a pagar tu millón de monedas. (LA ACOSA)  Ninguna mujer recibió jamás lo que vas a recibir hoy por una hora de amor; ninguna vieja, porque no eres más que una pobre y sucia vieja. Pero te advierto te las tendrás que ganar… y con creces. Harás todo lo que yo quiera y diga, y de veras todo lo que tendrás que hacer. ¡Vamos, anda y lávate esa cara! (LA LEVANTA Y LA LANZA CONTRA UNA DE LAS PUERTAS. CUANDO ELLLA VA A SALIR LA DETIENE) ¡Oh, no, espera, no lo hagas! Quédate así, quiero que estés lo más repugnante posible, para sentirme como si estuviera fornicando con un monstruo. Vamos, rata inmunda, muévete… a desabrochar ese primer botón. (ELLA COMO UNA AUTÓMATA OBEDECE) Bien, muy bien… ahora el que sigue. (ELLA OBEDECE) Sigue, abuelita, sigue. No esperes que te ordene desabrocharlos por uno. (ELLA SIGUE. ÉL SE SIENTA A QUITARSE LAS BOTAS) Así me gusta, así me gusta, abuelita.


(TELÓN RÁPIDO – FIN ESCENA I DEL SEGUNDO ACTO)



ESCENA II


ESCENOGRAFÍA:
La misma escena anterior una hora después.

ACCIÓN:
La reina se encuentra sentada sobre la cama. Mira el piso como desquiciada mientras sostiene un vaso con agua entre sus manos. Lleva el mismo vestido de la escena I, pero luce despeinada y está descalza. Mujic, ya vestido, de espaldas a ella, mira a través de una de las ventanas. Las talegas de oro han desaparecido de su lugar sobre la mesa.

REINA:   
¿Qué esperas para marcharte?

MUJIC:   
¡Que te repongas de un todo de tu desmayo!

REINA:   
Ya estoy bien.

MUJIC:   
Creí que dormías, por eso aproveche y salí.

REINA:   
¿Qué hora es? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

MUJIC:   
Poco, despreocúpate.

REINA:   
(SE LEVANTA ALARMADA) ¡El dinero… los del Sur!

MUJIC:   
Ya Cerín partió a cancelar la deuda. Mientras dormías le hice entrega del dinero.

REINA:   
(MAS CALMADA) ¡Ah, qué cansada me siento!

MUJIC:   
Me imagino, estos trotes no son para mujeres de tu edad.

REINA:   
¡Calla! (SE LEVANTA Y SE DESPLAZA) ¿Por qué no te marchas de una vez?

MUJIC:   
Me iré cuando “él” llegue.

REINA:   
¿Y por qué no le esperas afuera?

MUJIC:   
No, debo esperarle aquí.

REINA:   
Cerín tiene su habitación particular. (IRÓNICA) Si es que tienes algo secreto que tratar con él, puedes bajar y esperarle allí. (OSCURA) No pongo en duda que me esté traicionando contigo.

MUJIC:   
No espero a tu ministro.

REINA:   
¿Y a quién, entonces?

MUJIC:           
¡Espero al asesino de mi padre!

REINA:   
¿Y por qué tiene que venir a mi habitación el asesino de tu padre?

MUJIC:   
¡Esta es su alcoba!

REINA:   
¡Estás loco!

MUJIC:   
¡No, no estoy loco!

REINA:   
¡Entonces no te entiendo!

MUJIC:   
(DEVOLVIÉNDOLE LA FRASE) ¡Piensa! Pon a trabajar esa cabeza, al menos.

REINA:   
El asesino de tu padre… Oh, no entiendo qué relación puede…

MUJIC:    ¡El asesino de mi padre es tu esposo el rey!

REINA:   
¡Estás más que loco! ¡Ni siquiera sé quién es tu padre!

MUJIC:   
¿De veras? Mi padre murió en este palacio.

REINA:   
Han muerto tantos en este palacio.

MUJIC:   
Murió asesinado…

REINA:   
Muerto o asesinado es igual… han sido tantos…

MUJIC:   
Soy hijo de bufón y de dama de compañía; y a su vez nieto de adivina y de bufón.

REINA:   
Sí, ya sé que eres bufón por herencia.

MUJIC:   
Eso mismo. (Pausa, la mira fijamente) ¿No te dice nada eso de: “bufón”, hijo de bufón, y nieto de bufón?

REINA:   
Podría decirme tantas cosas.

MUJIC:   
¡Hatot! Ese nombre te lo dirá todo.

REINA:   
(DEJA CAER EL VASO) ¡Hatot! (SE ALARMA)

MUJIC:   
Sí, soy hijo de Hatot y de Magie Lacor, hoy condesa de Tubie; nieto de Crusa y del bufón Crodiot.

REINA:   
¿Nieto de Crusa? ¡Mientes! ¡Crusa murió virgen, nunca conoció hombre alguno!

MUJIC:   
En las cortes siempre existen secretos que no los conocen ni los ministros, en muchas ocasiones ni la misma “reina”, Crusa no murió virgen. Fue amante de Crodiot, vuestro bufón, y engendró a mi padre en este palacio. Su maternidad no fue notada por ustedes, porque en esa época se vivían días de esplendor en el reino y en tiempos dichosos nunca se consulta las adivinas, porque se les considera de mal agüero. Ella le parió y les hizo creer a todos que se trataba de un hijo de Crodiot con una de las criadas de palacio. Aprovechó la huida de una de ellas, que estaba embarazada de vuestro esposo, para echarle el muerto encima. Así pudo criar a su hijo y tenerlo en palacio.

REINA:   
¡Mientes!

MUJIC:   
No, no miento. (VA HACIA LA VENTANA) La historia de mi padre la conoces ya, ayer te la conté. Huyó con mi madre y la instaló en uno de los bosques que colindan con el Norte. Allí nací yo. Mi madre quiso que así fuera. Allí también crecí y se engendró mi odio hacia esta corte y sus reyes, que habían asesinado a mi padre. Mi madre me vendió a tu señor, para esto, para que vengara la muerte de mi padre manchando la honra de este reino. Y así ha sucedido. Mientras yacías desmayada, hice circular con un hombre de confianza de mi madre el documento que firmaste hace una hora. Primero por la corte, luego de taberna en taberna. Seguirá camino y lo irá mostrando de aldea en aldea, hasta llegar al país del Norte. La corte ha abandonado el palacio ante la amenaza de los sureños, y ante la noticia de su deshonra, así que eres una reina manchada y sola. Ahora sólo le espero a él. Sólo quiero ver la cara que pondrá cuando sepa que su honra ha sido pisoteada por el bufón de la corte.

REINA:   
El rey no llegará, murió hace tres años.

MUJIC:   
Sí, sí llegará, porque Crusa nunca se equivocó cuando predijo el destino.

REINA:   
(LANZA UNA CARCAJADA) ¡Y qué crees, Mujic, que me acosté contigo sólo para salvar la vida! No, también lo hice para derrotar el destino aunque fuera una vez en la vida. (SU MIRADA DEJA DE SER NORMAL) Crusa, dijo que el rey llegaría pisando sobre las ruinas de la ciudad, ¿no es así? Pues bien, ya no habrá ruinas porque los del Sur tendrán su oro. Oro que tú mismo me has proporcionado. El rey no puede llegar, porque está muerto, muerto como lo está tu padre también. (RIE) Crusa no interpretó bien sus últimas visiones, estaba vieja y ciega. Dijo que él se retiraría y avanzaría el Norte… ¿no es así? Y así será. Se retirará el Sur porque tendrá su oro, y avanzará el Norte, porque su príncipe debe negociar conmigo la compra de las tierras del Feirel. ¿Ves, Mujic, como te he vencido y he vencido al destino? (RIE) ¡Has perdido la partida, bufón! ¡Perdiste la partida, bufón hijo de bufón!

MUJIC:   
(LA TOMA) ¡Y eso que me importa, si poseí y deshonré a la reina más altiva de Vitracia! ¡Si manché el honor del asesino de mi padre! (SE  ABRE UNA PUERTA Y APARECE EL REY. ELLOS NO SE DAN CUENTA. ESTÁ VIEJO Y LLENO DE ARAPOS, PERO AUN CONSERVA SU DIGNIDAD DE ALTEZA) ¡Que me importa si te reduje a la servidumbre más vergonzosa, a la de la carne, si te utilicé como nunca lo hice con la más vil de las prostitutas de los alrededores! (ELLA TRATA DE ZAFARSE) Fuiste mía, reina de porquería, con el dinero que me dieron los del Norte para que te avergonzara. ¡Te escarnecí, te arranque el honor, y he podido darme el gusto de lanzárselo luego a los perros! (ENLOQUECIDO) Este es el pantano, el pantano donde tenías que hundirte, y donde yo siempre te cortaba el paso para impedir que huyeras.

REY:       
¡Mujic, quita tus manos de encima de tu reina!

REINA:   
(SE VUELVE) ¡Tarot! (RETROCEDE)

REY:       
¡Si, Tarot, tu señor y el rey de Xilos!

MUJIC:   
¡Lo ves, reina de mierda, que nadie puede burlar el destino!

REINA:   
¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Dónde has estado?

REY:       
Luego hablaremos de eso. (LOS MIRA A AMBOS) En buenas manos dejé mi honor cuando partí a la guerra.

REINA:   
¡Tarot, escucha…!

REY:       
¡Calla! Tres largos años encadenado en el país de los herreros, sirviendo como esclavo, y ahora que regreso encuentro a mi mujer en brazos de mi bufón.

MUJIC:   
Ya no soy su bufón, soy un ciudadano del Norte. Tu mujer me vendió por seiscientas monedas.

REY:       
Entonces, con más razón te cortaré la lengua.

MUJIC:   
Me vendió por seiscientas monedas, y yo le compré a ella con un millón de monedas de oro que me proporcionaron los del Norte para que comprara tu honra. (EL REY LLEVA LA MANO A LA ESPADA)  No, de nada te servirá. Estás viejo y cansado y puedo aplastarte lanzándote cualquiera de estas sillas. (ALZA UNA SILLA, EL REY RETROCEDE. MUJIC LA BAJA DE NUEVO) Lo pensaste demasiado antes de actuar, rey.

REINA:   
Es hijo de Hatot y de Margit: nieto de Crodiot y de Crusa. Oh, todos me tendieron una red para vengar la muerte de Hatot.

REY:       
(QUE NO ENTIENDE) ¿Qué dices?

REINA:   
Que es hijo del bufón Hatot y de Margit, dama de compañía que desapareció de palacio sin que volviéramos a saber de ella. Ayer vino aquí, pero yo no le reconocí al instante, Señor, ¿qué esperas para matarle?

MUJIC:   
He comprado tu honor, rey de Xilos, y eso me honra.

REY:       
¡Aun puedo lavarlo!

MUJIC:   
¿Cómo?

REY:       
¡Matándote! (SE LANZA CONTRA ÉL, PERO TROPIEZA CON LA SILLA QUE MUJIC HABÍA LEVANTADO Y SE VA DE BRUCES) ¡Maldita sea!

MUJIC:   
Es el destino que se te interpuso, Señor. (SE ESCABULLE)

REINA:   
¡Imbécil, le has dejado escapar!

REY:       
¿Qué, me insultas? ¿Cuándo soy yo el que debería insultarte y hasta darte muerte? (CORRE HACIA LA PUERTA) ¡Y sin soldados en palacio!

REINA:   
¿Sin soldados?

REY:       
Si, todos abandonaron el palacio; huyen como ratas. ¿Pero por qué huyen?

REINA:   
Sí, sí, Mujic lo dijo. (PAUSA) ¡Crusa!

REY:       
¿Qué sucede con ella?

REINA:   
¡Oh, rey, que Crusa tenía razón!

REY:       
No, entiendo.

REINA:   
¡Predijo tu vuelta y también la destrucción de nuestro pueblo! (CAMINA COMO CIEGA) ¿Y acaso se equivocó alguna vez?

REY:       
¿La destrucción de nuestro reino, de qué hablas?

REINA:   
¡Oh, qué confusión, qué confusión!

REY:       
¿De qué hablas, qué fue lo que dijo Crusa? ¿Por qué todos abandonan el palacio?

REINA:   
(ENLOQUECIDA) Crusa dijo que volverías… dijo que volverías.

REY:       
¿Y acaso no es cierto?... He vuelto.
¡Estuve preso en el país de los herreros, en el país del fuego! Antes de partir a la guerra, llamé a Crusa y le pedí que viera en el humo el futuro que me aguardaba… recuerdo que me dijo estas palabras: “permanecerás encadenado en la tierra del fuego y del hierro, y no podrás escapar sino tres noches antes del día en que tu corona caerá de tu cabeza”. Muchas veces traté de escapar, pero me fue imposible; si no me veía descubierto, las circunstancias me obligaban a aplazar la huida para otra oportunidad. Siempre tenía en la mente las palabras de Crusa, aunque aún no las entiendo del todo. Al fin, hace tres noches pude escapar. Mi centinela murió de un ataque al corazón, y yo, junto con otros más, pudimos huir a través de los bosques y los pantanos… tres noches en que… (SE DETIENE HORRORIZADO)… ¡Ahora entiendo!

REINA:   
Ahora entiendes tú, pero yo continúo devanándome los sesos.

REY:       
¿Y qué es lo que no entiendes?

REINA:   
Antes decía, cada vez que le consultaba, que volverías del país del fuego y del hierro, pero últimamente varió su versión. Decía que te veía avanzar sobre nuestra ciudad destruida, vestido a la moda de los norteños. Después surgió una nueva visión ante ellas. Me veía a mí en el centro de un pantano recibiendo unas talegas de oro de manos de Mujic, y también como me hundía en el fango, como surgió de nuevo…

REY:       
¿Y?

REINA:   
Veía a Mujic que trataba de impedirme que me escapara. Decía que ambos luchábamos y que tú, surgías de no sé de dónde, y tratabas de prenderle, pero tropezabas con un tronco y éste lograba escapar. Lo ves, todo se ha cumplido. Me hundí en el fango…

REY:       
Y bien que te hundiste.

REINA:   
Y el bufón escapó. (CAMINA AGITADA) Pero ¿por qué te veía caminar sobre las ruinas de la ciudad, y también aparecer en mi habitación…? Oh, quiero decir, ¿a la orilla del pantano? No, no eso no lo entiendo. (GRITOS, PIEDRAS Y CRISTALES ROTOS) ¿Ahora qué sucede?

REY:       
(CORRE A UNAS DE LAS VENTANAS Y SE ASOMA) ¡El pueblo que viene en busca de su honor!

REINA:   
Lo único que nos faltaba.

REY:       
¿Dijo algo Crusa sobre nuestro fin, habló algo de muerte?... ¿trata de recordar?

REINA:   
No, nada dijo de muerte que yo recuerde, salvo la suya.

REY:       
Anda, llámala.

REINA:   
Imposible, le hice colgar.

REY:       
¿Estás segura de que no dijo nada de la muerte de alguno de nosotros dos?

REINA:   
No, de ti decía últimamente, y con mucha insistencia, lo que ya te dije, que volverías cabalgando sobre las ruinas de la ciudad, remozado y vestido como los del Norte, y también la otra versión del pantano.

REY:       
¿Remozado y vestido como los Norte, dijiste?

REINA:    Si, así te veía.

REY:       
¡Ah, maldita sea! Tal vez la vieja imbécil entendió las cosas al revés. Sí, eso es, (SE PASEA AGITADO) ¡Sí, no me cabe la menor duda!

REINA:   
¡Pero cálmate, explícame!

REY:       
¡Cuando me vio avanzar vestido como los del Norte, no me vio a mí, vio al príncipe Groscors, a mi sobrino que es mi vivo retrato!

REINA:   
¡Entonces la ciudad será arrasada!

REY:       
¡Sí, será arrasada! (CAÑONAZOS Y GRITOS. EL REY CORRE A LA VENTANA) ¿Qué sucede?

VOZ:       
¡Nos atacan! ¡Los del Sur avanzan sobre la ciudad! ¡Han tomado la ciudad!

REINA:   
¿Nos atacan los del Sur? ¡Traidores!

REY:       
¡El pueblo huye, los del Sur avanzan destruyéndolo todo!

REINA:   
¿Pero por qué? No entiendo. ¿Por qué si se les pagó su dinero?

REY:       
(CON ANGUSTIA) Trata de recordar si Crusa dijo algo sobre nuestro fin.

CERÍN:   
(ENTRA CORRIENDO) ¡Alteza! ¡Alteza! ¡Nos han invadido los del Sur!

REY:       
Ministro, debería matarte en este preciso instante por precipitar la caída de mi reino. ¡Eres el único culpable!

CERÍN:   
¡Alteza!

REY:       
¡El cuello te cortaré! (SACA SU ESPADA)

REINA:   
¡Y que ganarás con eso, atrás! (TOMA DE UN  BRAZO A CERÍN) Cerín, ¿recuerdas lo que dijo Crusa sobre el reino, trata de recordar?

CERÍN:   
Lo intentaré, señora, dijo tantas cosas…

REY:       
Recuerda o eres hombre muerto.

REINA:   
Trata de recordar, tu vida está en tus manos… o en tu mente.

CERÍN:   
Sí, lo estoy tratando… dijo lo del fango…

REINA:   
Eso no nos interesa, sigue… ¿qué otra cosa recuerdas?

CERÍN:   
Lo de la ciudad destruida… (SE DETIENE Y MIRA AL REY)… pero llegaste antes, Alteza.

REY:       
Pero Crusa no se refería a mí, sino a mi retrato, a mi sobrino Groscors. La muy bestia no supo interpretar la visión.

REINA:   
O tal vez la interpretó, pero no quiso decirlo. No me arrepiento de haberla hecho colgar.

CERÍN:   
¡Ah!... Ahora recuerdo… dijo… mañana será vencida la reina de Xilos. Primero por el hijo de mi hijo…

REINA:   
¡Mujic!

CERÍN:   
(QUE NO ENTIENDE) ¿Mujic?

REINA:   
Sí, sí, tú no lo puedes entender… (CAÑONAZOS MAS FRECUENTES)

CERÍN:   
Después por los del Sur…

REINA:   
¡Seremos vencidos por Xarot!

CERÍN:   
Luego no recuerdo muy bien… (CAÑONAZOS)… creo que dijo algo de que el príncipe Groscors tendría las tierras nuestras sin pagarlas…

REY:       
Todo está claro nos vencerán los del Sur, destruirán la ciudad.

CERÍN:   
Y luego avanzarán los del Norte a repartirse con ellos la ganancia.

REINA:   
Ahora recuerdo…

REY:       
¿Qué recuerdas? Anda, di.

REINA:   
Dijo… serás vencida por el hijo de mi hijo, luego por los del Sur, y al final por la oscuridad que invadirá tu mente. (ALEGRE) ¡Entonces quiere decir que no moriré, que no moriremos!

REY:               
¡Se refería a ti, y no a nosotros!

CERÍN:   
¡Señora, aún estamos a tiempo de detener a los del Sur!

REINA:   
¿Cómo? ¡Si nos han traicionado, nos han burlado!

CERÍN:   
¿Ellos a nosotros o nosotros a ellos?

REINA:   
¿Qué dices?

CERÍN:   
¡Acá el dinero, Alteza, pronto o perderemos nuestras cabezas!

REINA:   
¿El dinero? Y no te lo dio Mujic hace un rato, antes de partir?

CERÍN:   
No, alteza, el dinero quedó en esa mesa cuando abandoné esta habitación.

REINA:   
¿Cuál mesa? (ATONTADA)

CERÍN:   
(ATERRORIZADO) Esa, Su Señoría. ¿No lo guardó usted?

REINA:   
¡No, pero él, él me dijo que te lo había entregado, y que habías ido a pagarle a los del Sur!

CERÍN:   
¡Y el muy canalla me dijo haberlo dejado sobre la mesa! ¡Ahhhhhh!  ¡Traidor!

REY:               
¡Imbéciles, los engañó a ambos y se llevó consigo el botín!

REINA:   
¡Nos engañó el maldito! ¡Nos engañó el maldito miserable!

REY:       
¡Estamos perdidos! Nos ha perdido tu estupidez y la ingenuidad de este pobre Primer Ministro.

REINA:   
(CORRE Y SE ASOMA POR LAS PUERTAS) ¡Hay que detenerle, apresarle a como dé lugar! (CORRE A LA VENTANA) ¡Allí está! ¡Allí le veo!

CERÍN:   
(CORRE Y AL LADO DE ELLA HACIA DONDE ESTA SEÑALA) ¿Dónde? ¿Dónde dices que le has visto?

 REINA:         
¡Allí! ¡Allí!  Está oculto entre aquellos árboles.

REY:       
(SE ASOMA TAMBIEN) ¡Estás loca… deliras! Afuera no hay más que ruinas y desolación.

REINA:   
¡Allí le veo, se esconde entre los escombros!

REY:       
¿De qué escombros hablas? Esta zona del jardín sólo está plagada de pedruscos y arbustos chamuscados.

REINA:   
¡No trates de confundirme! Él está allí y Crusa lo acompaña. Seguramente vienen ambos para postrarse a mis pies, ella para continuar siendo nuestra adivina y él, su nieto, el bufón de este palacio.

CERÍN:   
(CRUZANDO MIRADA CON EL REY) ¿De que hablas, reina?  El rey acierta al decir que deliras; alrededor del palacio no hay un solo ser viviente  deambulando.

REINA:       
¡Crusa y Mujic están ocultos allí!   ¡Yo les vi con estos ojos que se ha de comer la tierra! 

REY:               
(APARTÁNDOSE DE LA VENTANA) ¡La reina ha perdido la razón! ¡Dice que ha visto a Crusa cuando ella misma le hizo quitar la vida!

CERÍN:   
Crusa tenía razón… ella no se equivocó. Le dijo la verdad a la reina y esta no le creyó.  O le creyó y por eso la hizo asesinar.

REY:       
¿A qué te refieres viejo tonto? ¿A qué verdad te refieres?

CERÍN:   
Me refiero a la revelación que Crusa lo hizo a la reina antes de morir… ella le dijo a tu esposa y reina… “serás vencida por el hijo de mi hijo,  luego por los del sur, y al final por la oscuridad que invadirá tu mente”.

EL REY:        
“Y al final por la oscuridad que invadirá tu mente” ¿Se refirió a la locura, Cerìn? (DANDO UN GRITO) ¡Si, no cabe la menor duda, Crusa se refirió a la locura!

REINA:   
(DESDE LA VENTANA) ¡Vengan, véanlos allí! ¡Crusa, Mujic y el príncipe Groscors se elevan por los aires y vienen hacia nosotros! ¡Vienen clamando venganza! ¡Vienen a acabar con nuestras vidas! ¡Vamos… corramos antes de que entren, corramos! 

(LA REINA SALE CORRIENDO DE LA HABITACIÓN. CERIN CORRE HASTA LA PUERTA Y LA VE DESAPARECER)

CERIN:      
¡Alabado sea Dios! ¡Alabado sea Dios!  ¡La reina ha perdido la razón!

REY:       
(SENTÁNDOSE PESADAMENTE) ¡Sí, Cerín, la reina de Xilos ha perdido la razón!  ¡la Reina de Xilos se volvió loca!



FIN



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