Datos personales

Especialista en Teatro Venezolano

sábado, 3 de marzo de 2012

Simón Barceló


CUENTO
DE
NAVIDAD
Comedia en un acto y en prosa.


Simón Barceló, nació en Ciudad Bolívar el 2 de junio de 1873 y murió el 22 de octubre de 1938. Diplomático, editor de prensa y escritor. Desde joven se inició en el género teatral. A principios del siglo XX escribió tres piezas de teatro y tradujo del francés una cuarta, “Los Gorriones” de Eugène Labiche. Sus piezas originales se llaman “La Cenicienta”, comedia en un acto; “El Hijo de Agar”, drama en tres actos; “Cuento de Navidad”, comedia en un acto.
J.L.




Cuento de Navidad

Estrenada en el Teatro Caracas en la noche del
domingo 14 de marzo de 1909.



Dedicatoria:
A Ricardo Harding Davis,
notable literato y corresponsal de guerra norte-americano,
inspirador de este cuento, dedícaselo su amigo y admirador.
S.B.


Personajes:
LUISA
ESTEBAN
PACO
UN CRIADO
UN OFICIAL
GENDARME


La escena en un campo cercano a Madrid.
Época actual.



ACTO ÚNICO

(La decoración representa el comedor de una casa de campo, con puertas laterales, y al foro dos ventanas pequeñas y una grande formando galería de cristales. A la derecha, inmediato al proscenio, un aparato telefónico. Mobiliario lujoso y objetos de plata sobre los aparadores)



Escena Primera

(Al levantarse el telón, la escena aparece alumbrada por los rayos de la luna que atraviesan los cristales de la gran ventana del centro. Se oye el ruido de una lima mordiendo el metal, hacia la ventana lateral de la izquierda, como si estuvieran cortando barrotes)

LUISA.- (Abre con precaución la puerta de la izquierda y aparece en traje de dormir. Cruza la escena silenciosamente y procurando evitar las sillas y se acerca al teléfono. Si este tiene campanilla, cubre esta con la mano para evitar que suene la llamada. Habla con voz que revela su angustia, pero sin exageración). ¿Habrán cortado el alambre? (Oyendo) No, aquí están… Óigame bien, señor. No me interrumpa. Sí señor, de la Villa Aurora, de la casa de Don Joaquín Fernández. Aquí estamos solitas mi madre enferma, en cama, y yo, y en este momento, dos hombres liman la ventana del comedor para entrar en la casa. Sí señor, dos ladrones. ¿Los criados? Están allí, en el pueblo. Haría una hora que se fueron a misa y sin duda el jardinero, confiado en que nosotras dormíamos, se ha ido también y se ha llevado los perros. En la iglesia. Tienen el automóvil grande. Ocho personas, viniendo dos a pie. Quince, veinte minutos. Eso es. Cinco toques de bocina. Eso es. ¡Por Dios, corra usted! ¿Fue ya su compañero? ¡Le deberé a usted la vida! No señor, ya no tendré miedo. Yo avisaré cuando pueda; me voy, porque la ventana que cortan es la de esta pieza. Tengo tiempo. No hace mucho que han llegado. ¡Dios le oiga a usted! Adiós, hasta luego. Gracias. ¡Muchas gracias! (Colgando la trompeta) ¡Bendita sea tu misericordia, Señor! (Va hacia la izquierda, atenta siempre al ruido de la lima) ¡María, tú que esta noche fuiste madre del redentor del mundo, ten piedad de nosotras! (Al llegar ella a la puerta, se oye un ruido seco, como el de un barrote que salta). ¡Ya están aquí! (Sale por la izquierda).



Escena Segunda
Esteban – Paco

(Vuelve a sonar la lima cortando el hierro durante algunos segundos. Luego el golpe seco de otro barrote. Se oye el ruido de un diamante que corta el cristal; cae este en la alfombra y un brazo descorre el pestillo. Se abren las hojas y aparece la ventana abierta y con dos barrotes cortados divisándose el paisaje nevado y claramente iluminado por la luna.
Esteban y Paco penetran lentamente en el comedor. El primero trae la linterna sorda y ambos utilizan antifaz negro).

ESTEBAN.- (Colocándose en el cinto un revólver que tenía en la diestra) ¡Ya estamos dentro de la pajarera! ¡Aquí se goza de una temperatura tropical! ¡Cómo se cuidan estos capitalistas!

PACO.- (Acercándose a la chimenea que estará encendida) Voy a calentarme un poco los pies. De la cintura arriba no lo necesito; ¡estoy sudando! ¡Parece mentira que con los pies en la nieve sude uno cortando dos varillas de hierro más delgadas que un dedo de chico! Me parece que estoy en mi tierra, en aquella Málaga de mis amores, donde la nieve no cae nunca, donde el cielo es siempre azul, donde cada gachí…

ESTEBAN.- ¡Menos versos, gachó, y más movimiento de manos! Hay que trabajar pronto, cuando han dejado esa lumbre encendida, señal es de que han de regresar para la cena, (viendo el reloj) son las once y cuarenta… no estarán aquí antes de media hora. El pueblo está lejos, ¡pero esos malditos otos caminan demasiado a prisa cuando no deben!

PACO.- (Manoseando la plata) Esto parece una sucursal de Meneses…

ESTEBAN.- ¿De Meneses? ¡Dios nos salve la parte! Esto vale más. (Abre un saco que trae arrollado y al hombro) A ver, venga de ahí…

PACO.- (Admirando una tetera) Trata de no abollar esta cafetera. Es una verdadera obra de arte. ¡Lo menos vale cien duros!

ESTEBAN.- ¡Maldita sea tu estampa y malditas sean tus obras de arte y tus pretensiones! A ver si tiene la marca. Ya lo creo que la tiene… ¡es inglesa! Tres pesetas la onza, lo menos, y pesa sus tres libras. ¡Siga el jaleo! (Paco le va entregando en silencio jarros y otros objetos que deposita con cuidado en el saco). ¿Hay teléfono? ¡Mal negocio! Cortemos ese alambre no vaya a darnos un susto algún guasón llamando para desear felices pascuas a las pollas. (Se abre el gabán, en cuyo forro tiene prendidos varios hierros y saca un corta frío y corta el alambre).

PACO.- No hay más que una…

ESTEBAN.- Es cierto. Seguramente era aquella que iba en el asiento delantero y gastaba capuchón rojo.

PACO.- Por el ruido que metían, más parecían ser criados que gente de copete.

ESTEBAN.- De todo había. Como el oto es grande, se han llevao hasta el gato, y amos y criados fraternizan por ser Noche-Buena. Al jardinero lo ha invitado el Sardina a pasar media hora en el merendero y allá, con un par de botellas y algo de canto y baile, lo tendrá hasta las dos o las tres. Cinco días de trabajo y catorce pesetas nos cuesta esta amistad.

PACO.- ¿Y si se empeña a venir a dar una vuelta por aquí?

ESTEBAN.- ¡Pa eso está allí el Sardina! ¡Es más divertio que un cine! ¡No hay como él para embobar a las gentes!

PACO.- (Entregándole unos vasitos de plata). ¡Mira qué monos! ¡Anda, Esteban, procura que no se abollen a ver si me quedo yo con un par, para echar de cuando en cuando un trago!

ESTEBAN.- ¡Ay Paco! ¡Qué tristeza me da oírte! Cada vez que sales con una niñería de esas, me arrepiento de haberte dao la alternativa! ¡Con un vasito de estos basta para enviá a un caballero a diez años de retiro laico, como dice el Sardina!

PACO.- Estos son lisos y ni siquiera tienen marca de fábrica. Si las cosas siguen como van, mejor dicho, si de esta operación salimos con bien y me tocan siquiera doscientas pesetas, completo las mil que necesito para quedarme con la venta del señor Julián…

ESTEBAN.- ¡Bah! ¡Eso lo dices y no lo harás! Cuando se le toma el gusto a lo ajeno, ¡es mal que no tiene cura! Ya pasaré yo por tu famosa venta a echar un trago y a proponerte algunos negocitos. ¿Te vas a enchiquerá cuando empieza a llové contratas y sin sabé siquiera lo que significa un revolcón pa un caballero de vergüenza? ¡Ni que me lo jures!

PACO.- Pues tan cierto como que esta noche es Noche-Buena, que si salimos con bien, me corto la coleta y me meto a lo que era antes…

ESTEBAN.- (Irónico) ¿A muerto de hambre?

PACO.- ¡A hombre de bien! (Con orgullo)

ESTEBAN.- ¡No me cuentes ná! Ni siquiera me tomaré la molestia de ir buscando otro peón. (Abriendo la caja de cubiertos) Estos son feúchos, pero de planta maciza. Mientras menos laborcitas, mejor.

PACO.- Dos botellas con licor. (Las destapa y huele el contenido) Cognac y anís… ¿Quieres que echemos un trago?

ESTEBAN.- (Alargando un vaso de cristal) No lo acostumbro durante las horas de trabajo, pero esta noche es Noche-Buena y un solo trago no me hará cometer imprudencias. ¡Venga de ahí!

PACO.- ¿Anís o cognac?

ESTEBAN.- Anís… acelera la digestión… (apurando el trago) parece mentira que un dedo de líquido produzca más caló que un leño de a vara. ¿Tú no tomas?

PACO.- (Oyendo) Es que me parece que oigo pasos. Parecen que bajan las escaleras…

ESTEBAN.- No puede ser. No hay nadie en la casa. ¡A tu salud! (Apura el anís).

PACO.- (Acercándose a la puerta de la izquierda) No hay duda. Oigo el ruido de los pasos en la escalera. Vienen sin cuidado… se acercan…

ESTEBAN.- ¡Silencio! (Sacando el revólver del cinto) Detrás de ese cortinaje… (Señalando la gran ventana del fondo y arrastrando hasta allí el saco) pronto… cierra la linterna y escóndete…


Escena Tercera
Esteban – Paco – Luisa

LUISA.- (Siempre en traje de dormir, pero con un chal sobre los hombros, que la cubre el pecho. Entra por la puerta de la izquierda y trae un candelero con bujía encendida) Ya que me he despertado, voy a preparar un vaso de agua de azúcar con unas gotas de cognac y si mi madre se despierta, lo tomará sin llamarme. Se lo dejaré sobre el velador. (Enciende la luz eléctrica) ¡Qué silencio tan imponente! ¡Noche de fiesta para todos y yo tan solita en este caserón con mi enferma! Por acompañar a mamá, me he quedado sin cena y sin baile. Lo último es lo que siento. Me he quedado en casa yo, que me divierto todo el año y en cambio, los pobres criados han ido a pasar unas horas de alegría. He hecho bien… no me pesa… en esta noche no debe hacerse nada malo… todavía hace calor aquí. Dí orden de que no apagaran la chimenea, por si tenía que bajar… ¡qué agradable es el calor!... ¡cómo ruge el viento fuera y qué paz reina aquí dentro! (Viendo el reloj) Se acerca la media noche. Volvamos a la cama; probablemente estaré durmiendo cuando llegue el momento en que el ángel dijo a los pastores: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad! (Va riéndose hacia la mesa y repara sorprendida en el desorden de varias cosas que están sobre ella) ¿Qué es esto? ¿Qué significa este desorden?

ESTEBAN.- (Amenazándola con el revólver) ¡Significa que si das un grito, eres muerta!

LUISA.- No gritaré, señor… Señor ladrón… ¡se lo juro a usted!

ESTEBAN.- Esto se llama tener juicio… y educación. Si te callas y no nos molestas, salvas el pellejo.

LUISA.- Haré lo que usted mande.

ESTEBAN.- No te pediré gran cosa. Que te calles y nada más. En cambio te doy mi palabra de facineroso, que vale más que la de tu padre, que es un comerciante, es decir, un ladrón patentado, de no hacerte daño. ¿Estamos entendidos?

LUISA.- Sí señor, perfectamente. Acepto su proposición y voy a hacerlo yo también la mía.

ESTEBAN.- Diga usted.

LUISA.- ¿Saben ustedes a quién pertenece esta quinta?

ESTEBAN.- A don Joaquín Fernández… un ricachón.

LUISA.- Un millonario…

ESTEBAN.- Eso me habían dicho. Lo he dudado al ver que usa tanto metal blanco y tan poca plata.

LUISA.- (Riendo) Tome usted en cuenta que estamos en una casa de campo…

ESTEBAN.- Vamos al grano, que se hace tarde.

LUISA.- Tienen ustedes mucho tiempo libre…

ESTEBAN.- ¿Qué sabe usted?

LUISA.- Óigame. Soy la hija del señor Fernández y en su ausencia gobierno la casa, pues mi madre, sufre del corazón, está casi siempre en cama, rara vez se levanta…

ESTEBAN.- (Aparte) ¡Ese maldito Sardina no me ha prevenido!

LUISA.- He dado permiso a nuestros criados para asistir en el vecino pueblo a la misa de gallo y me he quedado aquí, sola con mi enferma.

PACO.- ¡Qué imprudencia!

ESTEBAN.- ¡Muy bien hecho! ¿Qué sería de los pobres si los ricos estuvieran siempre a la defensiva?

LUISA.- Los criados regresarán a la una y media o las dos. El jardinero que prometió quedarse en su casita, o se ha marchado con los demás, o duerme a pierna suelta. No tienen ustedes, por lo tanto, nada que temer.

ESTEBAN.- Más vale así.

LUISA.- Y en cuanto a mí, no sólo no me opongo a que ustedes carguen con cuanto les plazca, o les convenga, si no que si me prometen no hacer ruido y llevárselo todo sin que mi madre se despierte, les prometo que no se dará parte a la policía y que no serán perseguidos.

ESTEBAN.- Algo es: no soy yo de los ladrones que se burlan de la policía. Es el único inconveniente con que tropezamos en nuestro oficio. Por más que procuramos huir los unos de los otros, llega un momento que sin poderlo remediar nos encontramos de manos a boca y… ¡cataplúm! ¡A sudar!

LUISA.- Nada hay en esta casa cuya pérdida pueda mortificarnos…

ESTEBAN.- (Irónico) ¡Me quita usted un peso de la conciencia!

LUISA.- Nada de esto representa un gran valor.

ESTEBAN.- Habla usted como un predicador, señorita, cuando aconseja a los fieles el desprecio a las riquezas…

LUISA.- (Riéndose) ¿Olvida que soy una millonaria?

ESTEBAN.- Es verdad. Como la amistad es tan reciente y ha de durar tan poco, no me fijo en sus detalles…

LUISA.- Yo he tenido un gusto de conocer a ustedes. Veo que no son tan intratables como se dice y me encantaría oírles contar sus aventuras. Han tomado posesión de su casa y si vuelven a verme algún día…

ESTEBAN.- Muchas gracias, señorita, pero eso contrariaría reglas establecidas… nuestros predecesores… como quien dice… los clásicos del gremio. Cuando entramos en una casa por la ventana, no repetimos la visita. Resultaría cansado… y peligroso…

LUISA.- En este caso no… dirán ustedes que los amigos de la Noche-Buena quieren ver a la señorita..

PACO.- ¡Qué hermosa es!

LUISA.- Con medio día de renta repondrá mi padre la pérdida de esta noche. Créanlo ustedes, veo partir con agrado la mayor parte de esos mamarrachos. (Riendo) Casi todos son regalos… que nos han parecido feos para nuestras casas de Madrid y San Sebastián…

ESTEBAN.- Pues a nosotros no nos parece mal.

LUISA.- Bastantes son de plata. Algún valor tendrán… vendiéndolos al peso… para hacer cosas más bonitas… probablemente yo misma volveré a ser dueño de una parte de esa plata… ¡cosas raras suceden en la vida!

ESTEBAN.- Bueno, niña, basta ya de jarabe de pico y prosigamos el trabajo.

LUISA.- Por mí no se detengan ustedes. Sigan recogiendo cuanto les parezca de valor, procurando no meter ruido.

ESTEBAN.- Descuide usted. Es condición del oficio tener sordinas en las manos y en los pies. ¡No hay gente más callada que nosotros!

LUISA.- Afortunadamente mi pobre madre tiene el sueño muy pesado y son estas las horas en que duerme mejor. ¡De otro modo, peligraría su vida!

PACO.- De ningún modo, señorita, nunca hemos matado a nadie…

ESTEBAN.- Como no sea en legítima defensa…

LUISA.- (Angustiada) ¡Es que la sola presencia de ustedes la mataría! Está tan delicada, tan impresionable, que con sólo darse cuenta de que han entrado… personas extrañas…

ESTEBAN.- Déjese usted de cumplidos  hable claro. ¡Rateros!

LUISA.- ¡Se moriría del susto! ¡Es muy cobarde!

PACO.- ¿Y usted tan valerosa?

LUISA.- ¿Por qué me cree usted valiente?

PACO.- Por su conducta en esta noche. Todas las mujeres que conozco habrían gritado, se habrían atacado de los nervios… en fin… no habrían hecho lo que usted.

LUISA.- Eso prueba que soy más inteligente que ellas. He comprendido que en el fondo son ustedes dos hombres como los demás… que tras ese feo antifaz, probablemente se ocultan caras que habrían de serme simpáticas…

ESTEBAN.- (Aparte) Esta mujer es demasiado lista…

PACO.- (Halagado) Hace usted muy bien en no dejarse llevar de la primera impresión…

LUISA.- La palabra se hizo para que las gentes pudieran entenderse. En apariencia, entre ustedes y yo no podía haber sino guerra a muerte… hemos hablado y nos hemos entendido…

ESTEBAN.- No del todo… si no vemos a la señora madre… si no visitamos en otro piso de esta casa ¿cómo haremos para posesionarnos del dinero y de las joyas, que son para nosotros de mucho más importancia que toda esta platería? (Señalando el saco con despreciativo ademán)

PACO.- Es cierto… no había pensado en eso.

LUISA.- Óigame usted y le suplico que me crea. No tenemos joyas de valor ni dinero en nuestro poder…

ESTEBAN.- (Amenazante) ¡Millonarios y sin joyas! ¿Nos quiere tomar el pelo?

LUISA.- (Angustiada) No se moleste usted. Óigame con calma. Hemos venido aquí por enfermedad de mi madre, porque respira mal en las alturas y el médico recetó aires de campo y altitud menor que la de Madrid. En esta época del año nadie reside en estos lugares. Mi madre posee medio millón de pesetas en joyas.

ESTEBAN.- ¡Ya lo decía yo!

LUISA.- Están en Madrid, no en nuestra casa… en un banco…

ESTEBAN.- Lo creo posible… pero algo tendrán aquí… unos pendientes… una que otra sortija…

LUISA.- (Angustiada) Se empeña usted en mortificarme… en aparecer como un malvado… Mi madre tiene varios meses en cama y no usa joya alguna; yo tampoco… no es elegante que las solteras gasten joyas… vea usted… mi único adorno… estas perlas (Se quita un pendiente y se lo ofrece) son falsas… la montura es de oro… ¡valdrá diez pesetas!

ESTEBAN.- (Indignado) ¡Ladrona!

PACO.- ¡Hace muy bien; la señorita no necesita adornos con esa cara!

ESTEBAN.- ¡Quita allá, ignorantón! ¿Qué sabes tú de buenas costumbres? ¡Miren al señor vizconde de Uñas Largas, aconsejando elegancias! Créame usted a mí, señorita. Otra noche que resuelva usted quedarse sola con su mamá en este criadero de lechuzas, se adorna con un enderezo de esmeraldas y brillantes… y me manda a llamar…

LUISA.- Hablemos en serio (Aparte) ¡Qué angustia! (Se oye sonar la bocina de un automóvil) ¡Ellos! No puede ser…

ESTEBAN.- ¡Un automóvil! ¿Vendrá hacia acá? ¡Se ha demudado usted! ¡Serán los criados!

LUISA.- (Oyendo curiosamente) No son ellos. No es posible que vengan hasta dentro de media hora. (Aparte) ¡Qué oportunamente habrían llegado!

ESTEBAN.- Terminemos este negocio. Nunca está demás ganar tiempo. Acepto la explicación sobre las joyas, pero vamos a ver cómo nos prueba usted que no tiene dinero. No me importa que se quede usted con sus perlas, pero vengan los cuartos. Aun cuando me diga usted que son duros sevillanos, me los llevo…

LUISA.- ¡Pues tampoco tenemos dinero!

ESTEBAN.- Oiga usted, señorita, toda paciencia tiene sus límites y ya está usted abusando demasiado de la mía. O me da usted esos cuartos…

LUISA.- ¿Cree usted que si tuviese un puñado de monedas, me expondría a un disgusto por no dárselas a usted? Supongamos que tuviera en mi poder diez mil pesetas ¿cree usted que por salvarlas arriesgaría la vida de mi madre?

ESTEBAN.- Ya me carga usted con esa señora madre, cuya enfermedad es muy posible que la haya inventado usted para burlarse de nosotros… ¡ea, vamos arriba!

LUISA.- (Cayendo de rodillas) ¡Por el Dios que ha nacido esta noche le digo a usted que digo la verdad! Atiéndame usted. Los ricos nunca tenemos dinero… no lo necesitamos… tenemos tanto crédito en todas partes… El mayordomo paga todas las cuentas. Todo cuanto a mí se me ocurre lo paga él… Cada vez que salgo de paseo, me entrega una pequeña suma de plata que reparto entre los pobres… por los caminos. Mañana vendrá mi padre, que es quien entrega los fondos al mayordomo… contando con eso, debe haberle dejado poco, pues estuvo aquí hace cuatro  días… le juro a usted que no miento… le juro…

PACO.- (Haciéndola levantar) ¡Por Dios, señorita, no se angustie usted! (A Esteban que se ha quedado pensativo) Es muy posible que no mienta. ¡Estas gentes son muy originales!

LUISA.- (Acercándose a Esteban y poniéndole una mano sobre el hombro) Crea usted en mi palabra. Nunca he sabido engañar a nadie…

ESTEBAN.- (Riéndose) Pero estás bien dispuesta a ello, picarona. ¡En el fondo de toda mujer hay una Dalila! Yo he llegado vivo a los cincuenta porque de todas las historias que me enseñaron en la escuela, esa la del pobre tío Sansón fue la que me quedó más presente… a mí me han tomado el pelo algunas veces… sospecho que lo estás tomando tú… pero ¿cortármelo? ¡quiá! ¡Se lo llevarán con cabeza y todo!

LUISA.- (Sonreída) Ya usted otra vez contento.

ESTEBAN.- No me queda otro recurso. ¡No quiero reñir con mi socio, que se ha enamorado de ti!

PACO.- (Escandalizado) ¡Esteban!

ESTEBAN.- Es un tenorio, señorita. No vaya usted a hacerle caso. ¡Tiene más novias que piojos!

PACO.- No le crea usted, señorita. ¡No tengo ni una ni otra cosa!

LUISA.- Creo lo primero, pero no lo segundo. Usted me parece joven y por lo que deja ver el antifaz, buenmozo, y no le faltará…

ESTEBAN.- No prosiga usted, porque se descubre (Tomando uno de los objetos que están sobre la mesa) ¿Cómo se abre esto? Es de metal blanco y no me lo llevaré, pero tengo curiosidad de ver su contenido.

LUISA.- es una caja de cigarros. (La abre tocando un resorte y caen los puros sobre la mesa) ¿Fuman ustedes?

PACO.- (Tomando un cigarro y cuadrándose con finura) ¡Si usted lo permite! (Al asentir ella, enciende)

ESTEBAN.- (Quitándole el cigarro y fumando él) ¡Ahora me toca a mí enseñarle la buena crianza, la urbaniá! ¡Los galanes no fuman delante de las damas…! ¿Dónde has visto a don Juan con una tagarnina?

PACO.- ¿Ni tú al Comendador con un Bismarck?

LUISA.- Ahora se fuma en todas partes… hasta en los salones…

ESTEBAN.- Todo se relaja. Nosotros éramos otra cosa… las damas antes que todo…

LUISA.- Voy a premiar su cortesía con puros de los que se reserva mi padre para uso particular. Estos son para los amigos gorriones que encienden uno y se guardan dos en el bolsillo…

ESTEBAN.- Un millonario no debería fijarse en esas menudencias…

LUISA.- ¿Qué quiere usted? ¡Caprichos! (Abre un apartamento del aparador y saca una caja de puros, la abre y se la ofrece) Esto es otra cosa. Vienen directamente de la Habana por encargo de mi padre.

PACO.- (Tomando uno y quitándole la envoltura de papel dorado) ¿Cuánto valdrá esta breva? Un duro, al menos…

ESTEBAN.- (Metiéndose algunos en el bolsillo y vaciando los demás en el saco, junto con los ordinarios que están sobre la mesa) ¡Qué desproporción! ¡Perlas de diez pesetas y cigarros de a duro! ¡El mundo al revés!

LUISA.- Al abrir este armario se me ha abierto también el apetito… vean ustedes cuanta cosa buena hay aquí dentro… (Va sacando bandejas con bizcochos, frutas y pasteles) ¡Aquí está la cena de Navidad! No falta más que el pavo… que estará crudo… en la cocina… porque lo hemos mandado a preparar para mañana, cuando esté aquí papá.

ESTEBAN.- Parece mentira que ustedes los millonarios no coman pavo todos los días…

LUISA.- ¡Qué horror! Es una carne muy insípida. ¿Quieren ustedes que cenemos? Los invito con toda confianza…

ESTEBAN.- No tenemos tiempo que perder. Para no despreciarla, si envuelve usted un bocado en una servilleta, nos lo llevaremos… ahora vamos a darle un vistazo de salón.

LUISA.- No merece la pena. Muebles viejos y cuadros de apariencia… ¡ah! Me olvidaba, hay una estatua que ha comprado mi padre a los herederos de un conde que vivía aquí cerca… dio por ella siete mil pesetas…

ESTEBAN.- ¡Voy por ella! ¿Siete mil pesetas? ¡Me la llevo!

LUISA.- (Riendo) Es dos veces más grande que usted y de mármol. Se necesitaron diez hombres para colocarla donde está…

ESTEBAN.- ¡Se ha propuesto usted vengarse del susto que la hemos dado, haciéndonos la boca agua con esas siete mil pesetas inconmovibles!

LUISA.- Lo único de valor y poco peso que había en la casa, ya lo tienen ustedes en su saco.

PACO.- No, señorita, esta casa encierra un gran tesoro (Con tristeza) pero ese no puede ser para nosotros…

ESTEBAN.- (Aparte) Este es un caso perdido…

LUISA.- ¿Qué quiere usted decir?

PACO.- ¡El tesoro más grande que posee su señor padre… es usted!

LUISA.-Muchas gracias… ¡es usted muy fino!

ESTEBAN.- ¡Ya ve usted que no es tan fiero león como lo pintan!

LUISA.- (Aparte) ¡Lo único que me falta es que se enamoren de mí! ¡Ganemos tiempo! (Viendo el reloj) Nada me extraña en ustedes. Ya les he dicho que con antifaz y todo, para mí son hombres como todos los demás… un poco más valerosos quizá. Ejercen ustedes un oficio que no es de esta época…

ESTEBAN.- En eso se equivoca usted. Raffles y Sherlock Holmes están haciendo su agosto en todos los teatros…

LUISA.- (Arreglando la mesa) Eso prueba lo que digo. ¡Son tan escasos hoy en día los verdaderos ladrones, que los autores los inventan para distraer al público!

PACO.- ¡Para robar a los bobos con sus aventuras! ¡Bastante me he reído yo con esos prodigios de mentirijillas!

LUISA.- El telégrafo, el teléfono, los automóviles, la policía perfeccionada, todo contribuye a acabar con ustedes.

ESTEBAN.- ¡Bah! El telégrafo y el teléfono avisan siempre con varias horas de retardo; la policía perfeccionada vería con horror desaparecer los criminales… porque se quedarían sin encontrar quien pagara sus servicios, y en fin, para los automóviles tenemos los bosques, los terrenos accidentados y a veces los automóviles mismos y las motocicletas. (Con orgullo) ¡No todos los ladrones son pelagatos como este chico y yo! Hay algunos que tienen palacios, coches…

LUISA.- (Irónica) En las novelas… en las aventuras de Rocambole… Si ustedes mismos se llaman pelagatos, eso prueba que la profesión no es tan halagadora, que tiene más riesgo que ganancias.

ESTEBAN.- Según los tiempos… la verdad es que cada día crecen los inconvenientes…

PACO.- Jugamos la vida dos o tres veces al mes…

LUISA.- (a Esteban) Usted es un hombre de edad y está pobre. Su compañero, que parece joven, inteligente, apto para trabajar a la luz del día, entre los hombres, con el respeto de todos, no de noche, como una fiera, como una bestia malvada que se oculta por miedo o cobardía…

PACO.- (Herido) Señorita…

LUISA.- (Callándole con un gesto) Expuesto a morir como un perro, a la orilla de un camino, y quedar allí desconocido, sin tener quien llore su muerte o peor aún, a ser sorprendido en una casa ajena, a ser preso, ¡a llenar a los suyos de vergüenza! ¿No sería mejor que ustedes hubieran pasado el año trabajando en unión de sus compañeros, los pobres honrados, los hijos del trabajo? La vida del obrero es dura, pero tiene sus satisfacciones; la mayor de ellas es la tranquilidad. En esta noche, el calor del hogar, sentado junto a la ventana, rodeado de sus hijos y de sus amigos, oye con alegría las canciones de Navidad, prepara sus aguinaldos y a través de los cristales ve levantarse la estrella que enseñó a los pastores el camino de la gruta de Belén. Es pobre, pero vive contento, porque respeta las leyes de Dios. Para él, no son las escopetas, ni los perros, ¡ni la policía! ¿Por qué no queréis vosotros vivir como ellos? ¿Por qué ofendéis al Niño-Dios y exponéis a cada momento una vida que es quizá necesaria a vuestra pobre familia? Sabiendo que habéis salido a arrebatar su propiedad a otros hombres que habrán de defenderla, ¿cómo estarán a estas horas vuestras pobres mujeres… vuestras pobres madres? ¿No estarías mejor y más tranquilos a su lado?

ESTEBAN.- ¿Se imagina usted acaso que robamos por placer, por sport, como dicen ustedes?

LUISA.- Es de creerse. Ni el ser Noche-Buena les ha impedido a ustedes…

ESTEBAN.- (Con gravedad, sin exagerar) ¡Para los pobres diablos, no hay noche buena! Hace cinco días que rondamos esta casa y hoy nos avisaron que esta noche estaba el campo libre. Así hubiese sido Viernes Santo, habríamos venido. El hambre no conoce fechas… Toda la cristiandad no reza ni canta en esta noche, señorita, como usted tan cándidamente lo cree… hay en el mundo muchísimos hogares donde nadie reza, porque la plegaria no sube a los labios cuando hace mucho tiempo que falta un mendrugo de pan para prolongar algunas horas más una vida que ha sido toda de privaciones, de sufrimientos. Usted no sabe lo que es la miseria, señorita. Usted la ha visto en los grandes caminos, en forma de chicos harapientos que corren al sol pidiendo cuartos que usted les arroja desde los mullidos almohadones de su coche, justificando con un puñado de calderilla que regala a la humanidad hambrienta, los caudales que acapara su señor padre…

LUISA.- (Inquieta) ¿Qué culpa tengo yo?

ESTEBAN.- Ninguna. Ahora me toca a mí. No me interrumpa. Las cosas son como son: como las ha hecho ser el Niño-Hombre-Dios, que según ustedes ha nacido para redención de los hombres y sin embargo deja padecer de hambre a media humanidad mientras la otra celebra su nacimiento con indigestiones y fuma puros ¡de a cinco pesetas! (Le quita cuidadosamente la ceniza al suyo) Si yo no me llevara de aquí esos cachivaches que usted encuentra feos y que su padre repondrá con medio día de renta, es muy posible que mi mujer y mis hijos, que nunca han hecho daño a nadie, padecerían hambre y frío, quizá no llegarían vivos al fin de este invierno…

LUISA.- ¡Pobre gente! Sin embargo muchos viven bien con su trabajo…

PACO.- No siempre se obtiene, señorita. ¡Mire usted estas manos, son muy grandes y fuertes! ¿verdad? ¡Toque usted esa piel! ¿Usted no sabía que la mano de un hombre podía ser como la suela de un zapato?... ¿tener callos? Tengo veinticinco años y nunca he sido niño ni joven. He trabajado más que un anciano de sesenta. Muy temprano fui al taller y me acostumbré a la idea de que había nacido para bestia de carga y me sentía feliz y bendecía mi suerte porque había hombres tan buenos que me hacían trabajar todo el día a cambio de un pedazo de pan, unos trapos y un mísero techo para mi madre y para mí. Nunca he conocido la envidia. Cuando ganaba mi jornal, no me importaba que hubiese en el mundo gentes que fuman cigarros de a cinco pesetas y me complacía en ver los carruajes y las bellas damas y los caballos y los perros mejor cuidados y sin duda mejor alimentados que yo. Mi mendrugo me bastaba. Mi cubil era un palacio, porque allí era yo el rey… Pero, de repente, señorita, cuando llegaron los primeros fríos, cuando se hacía indispensable, cuando era para mí cuestión de vida o muerte ganar esa miseria, ha faltado el salario, ha faltado el mendrugo… Para que no echaran a mi madre a la calle, he pasado días enteros pidiendo trabajo como quien pide limosna… he suplicado y me he humillado en vano… no me han pegado… porque no se atreven… porque parezco fuerte… Yo, que puedo matar a un hombre de un puñetazo… Yo, que me he hecho respetar de todos mis compañeros, me he arrodillado ante el casero, un viejo borracho y enclenque… pidiéndole la vida de mi madre… por eso me he conmovido al oírla a usted de la suya… pidiéndole que le permita usar por algunos días del rincón cuyo alquiler hemos pagado durante treinta años mi padre y yo con toda puntualidad. Por eso mismo se ha negado. <No puedo permitir que aprenda usted a tramposo> me ha contestado. Me ha amenazado con la policía… He visto rojo… he querido matar, morir siquiera vengado, sin hambre, al calor de la cárcel. En ese momento me tropecé con este amigo. El trabajo me despreciaba… el crimen me abría los brazos…se trataba de salvar la vida de mi madre… aquí me tiene usted (Se quita lentamente el antifaz y le arroja sobre la mesa) Mañana quizá estaré en presidio ¡y verá usted con horror las facciones del monstruo!

LUISA.- (Tendiéndole la mano) ¡Pobres gentes! Si esa media humanidad que es tan rica os conociese, vuestros males serían remediados. Yo os prometo que haré cuanto pueda por reparar esas injusticias de la suerte. ¡Venid a verme mañana y os juro que mi padre os ayudará y que viviréis tranquilos de ahora en adelante!

PACO.- (Besándola una mano) ¡Bendita sea usted, señorita!

ESTEBAN.- (Preocupado) Éste puede aceptar esa noble oferta, señorita, yo… no. Yo he pisado la senda del crimen que no se expía sino con la vida y tengo que seguir adelante… hasta que caiga. Yo soy una res vieja y la jauría me conoce y me perseguirá siempre. La policía me busca. No me dejaría vivir en paz. Cada vez que otro cometiera una mala acción, vendrían a molestarme en mi retiro. Hay coletas que solo se cortan… con pescuezo y todo… de esas es la mía…

LUISA.- Yo creía que solamente los asesinos eran ejecutados…

ESTEBAN.- (Apenado) Me he visto en el caso de no dejarme matar… conservar mi vida me cuesta la vida de dos hombres… ¡no ha sido culpa mía!

LUISA.- (Acercándose instintivamente a Paco) ¡Santo Dios!

ESTEBAN.- No se asuste usted. No soy por eso más malo… al contrario. ¡No sabe usted cuanto me hace sufrir ese recuerdo! Yo no creo que nadie mate por razón de gusto… voy a contar a usted cómo me sucedió esa desgracia…

PACO.- No vale la pena. Vas a impresionar a esta señorita y tú mismo has de sufrir…

LUISA.- No importa… me agradará oír todo cuanto pueda excusar su conducta…

ESTEBAN.- Oiga usted. Una noche en que mis hijos tenían mucha hambre y lloraban pidiéndome pan, me acordé de un señor que vivía cerca y tenía gran cantidad de aves de corral. Las tapias que rodeaban su casa eran relativamente bajas, insignificante para un hombre como yo. Pensé que una buena gallina se vendería por dos o tres pesetas… ¡la riqueza! Me puse en camino… entré fácilmente en el tapiado… encontré el gallinero… agarré por el pescuezo una hermosísima gallina y lleno de alegría corrí hacia las tapias… cuando me creía en salvo, dos hombres armados hasta los dientes y un enorme mastín se me vinieron encima. No niego que ellos tuvieran razón, pero cuando sentí en mis carnes los colmillos del perro y oí las voces de <Mátale> acompañadas de disparos, enloquecí… me acordé de que yo también tenía un revólver… hice fuego tres veces y cayeron los dos hombres. Salté al camino y cuando llegué a mi casa… aquel pedazo de pan representaba dos vidas y ante los ojos de la justicia era yo un asesino…

LUISA.- Cuenta usted las cosas de un modo…

ESTEBAN.- Como han sucedido. Al hombre que roba a otro su mujer o su hija, y le mata después en un desafío, la sociedad le colma de honores, de atenciones, es un calaverón… un pillín… Al que se roba una gallina para dar de comer a sus hijos y mata casi involuntariamente a dos hombres en lucha desigual, dos contra uno, por salvar el pellejo, a ése, la sociedad lo condena a garrote vil, porque ése es un peligro para la comunidad, ¡un monstruo de maldad que deshonra la especie! Hay una gran diferencia entre el hombre que deshonra a una familia y la enluta después, usando de sus artes de caballero para asesinar en el terreno del honor a un pobre diablo, y el ratero que se atreve con una gallina. Aplausos para el arrojo del primero, garrote vil y vergüenza para el atentado del segundo…

LUISA.- (Casi conmovida) ¡Casi va usted a convencerme de que ustedes los rateros y ladrones son víctimas del resto de la humanidad!

ESTEBAN.- No pretendo tanto, pero alguna excusa tienen nuestros actos…

PACO.- (Mira el reloj) Señorita: ¿no cree que cometemos una imprudencia permaneciendo aquí? ¿Está usted segura de que no corremos peligro alguno?

LUISA.- (Recordando) ¡Cielos! ¡Me había olvidado… ya lo creo que sí… huyan, huyan ustedes pronto!

ESTEBAN.- (Entrando en sospechas) Ese susto, esa angustia… ¿qué tiene usted?

LUISA.- Diré la verdad, aunque me cueste la vida. (Suena en el camino la bocina de un automóvil) El automóvil… pronto, huyan ustedes… es la policía… (Durante estas palabras suena la bocina hasta completar cinco toques).

ESTEBAN.- La policía… ¿se burla usted?

LUISA.- Por la Virgen, créanme ustedes. Yo la he llamado por teléfono…

ESTEBAN.- ¡Lo pagarás muy caro! (Pretende agredirla. Paco se abraza a él, en este momento suena el quinto toque de bocina) ¡Suéltame!

LUISA.- Aún podéis salvaros. Por aquí, atravesando el billar, salís al bosque. (Se quita las perlas) ¡Tomad esos pendientes, valen seis mil pesetas!

ESTEBAN.- ¡Otra burla!...

LUISA.- ¡Por Dios, huid! Dejad aquí ese saco. (a Paco) Vos confiaréis en mí… seremos amigos… Huid por allí. (Señalando la puerta de la izquierda) Yo inventaré algo para entretener y despistar a la policía…

PACO.- Señorita, si nos engañáis de nuevo, causaréis la muerte de dos hombres. No nos cogerán vivos…

LUISA.- ¡Por mi madre os juro que no miento… salvaos y confiad en mí!

PACO.- ¡Os creo! (Le besa la mano y sigue a Esteban que huye por la izquierda) ¡Volveré!

LUISA.- ¡Os espero! ¡Id con Dios! (Se apoya en el respaldo de una silla. Se oye el ruido de pasos por la derecha. Se abre la ventana de la izquierda) ¡Ya están a salvo… no les han visto salir! ¡Aquí llegan!



Escena Cuarta
Luisa – Oficial – Criado

(Tres policías y un oficial entran en el comedor por la derecha, un criado viene con ellos. Otros policías aparecen fuera a través de la ventana de la izquierda)

CRIADO.- Señorita, ¿usted aquí?

OFICIAL.- ¿Los bandidos?

LUISA.- ¡Han huido! Cuando temí que pensaran en subir el piso alto, bajé a distraerlos…

OFICIAL.- ¡Qué imprudencia! ¡Qué desatino!

LUISA.- ¡Estaba loca! ¡No sabía de mí! Al sentir mis pasos, huyeron por esa ventana que estaba abierta… ¡tuvieron miedo!

OFICIAL.- ¡Já…! ¡Já! ¡Rateros de tercera! ¡Seguramente creían la casa sola!

LUISA.- Corrí a la ventana y los vi salir al camino… corrían con desesperación…

OFICIAL.- (Viendo el saco) ¡Y han abandonado el botín!

LUISA.- Sí señor… huyeron desatentados…

OFICIAL.- Estamos perdiendo el tiempo. Por lo visto se trata de principiantes y podemos echarles mano. ¿Permite usted que hagamos uso del automóvil para recorrer cinco o seis kilómetros?

LUISA.- (Con alegría) Con mucho gusto… pueden ustedes disponer de él… carretera arriba, corrían esos miserables.

OFICIAL.- ¡Pues con su permiso! ¡Volveremos mañana temprano! ¡Vamos, muchachos! (Sale por la derecha con los policías)



Escena Quinta
Luisa – Criado

CRIADO.- ¡Qué valerosa es usted, señorita! ¿Quiere usted un poco de agua con cognac?

LUISA.- (Mirando ansiosamente por la ventana) Suben al auto. Cinco… Seis… siete… todos… ya salen… carretera arriba… se han salvado (alto) ¡Se han salvado!

CRIADO.- (Sorprendido, soltando el vaso sobre la mesa) ¿Qué dice usted, señorita?

LUISA.- ¡Ah! ¡Gracias, Dios mío! (Se separa tambaleando de la ventana y viene a caer desmayada en los brazos del Criado)


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El Cojo Ilustrado Nº 415, año XVIII. Caracas (01-04-1909) pp. 186-192.