EL
ROMPIMIENTO
Sainete de costumbres caraqueñas
estrenado con éxito en el Teatro Nacional de Caracas,
la noche del 5 de enero de 1917, original de
RAFAEL GUINAND.
PERSONAJES
MISIA RAMONA ----------------------------------------------- Fernanda Rondón
TOMASITA ------------------------------------------------------ Aurora Dubain
CATALINA ------------------------------------------------------- Blanca Navas
MAESTRO HILARIO ------------------------------------------- Rafael Guinand
ESPARRAGOSA ------------------------------------------------ Luís Mendoza
BRAULIO -------------------------------------------------------- Augusto Cristián
La acción en Caracas
Época actual.
Ediciones Parodi.
Imprenta Bolívar, 1918, Caracas
ACTO ÚNICO
La escena representa una sala pobre caraqueña. En el centro, una mesa redonda de madera cubierta por un cobertor o carpeta, en el centro de la mesa una lámpara con un globo y alrededor de esta muchos adornillos de sala. Seis sillas y dos mecedoras, todo de medio uso y de esterilla: en una silla una cesta con labor, en las paredes retratos y cuadros. Foro izquierdo, puerta que da hacia la calle, foro derecho ventana, derecha e izquierda puertas. Al levantarse el telón, aparece Tomasita asomada a la ventana, es un tipo de muchacha pobre caraqueña, como de veinte años, y Ramona, y señora de cuarenta y cinco, terminando de arreglar la lámpara.
Escena I
RAMONA.-
(Sin reparar en Tomasa).-
Déjame arreglar temprano esta lámpara, porque de seguro que hoy se mete Esparragosa aquí en lo que oscurezca. No vaya a pasarme lo del otro día que estaba yo de lo más tranquila en la cocina creyendo que no había venido todavía, y no sabe que hacía más de media hora que él estaba zampado en la sala conversando con Tomasita; y no era nada que conversaran, sino que aquello estaba muy oscuro y... francamente, la oscuridad no es buena, y para los enamorados menos.
TOMASITA.-
(Reparando en Ramona) ¡Qué es, tía! ¿Usted como que está hablando sola?
RAMONA.-
No, que decía que iba a arreglar esta lámpara temprano, no vaya a venir Esparragosa a la noche y encuentre la sala oscura, porque la oscuridad es mala consejera.
TOMASITA.-
(Acercándose) ¡Ah! ¿Usté lo dice por lo del otro día? Lo que es por ese lado tía, puede usté dormir tranquila, porque Esparragosa será todo lo que se quiera, pero como respetuoso es número uno; ¡ah, sí! En dos años que tenemos de amores, nunca ha intentado faltarme el respeto.
RAMONA.-
Bueno, eso será verdá, pero lo que no se hace en dos años, se hace en un día, porque el amor, mijita, es como los muchachos malcriados, que se portan bien mientras tienen esperanza de que les den algo, pero al fin y al cabo se impacientan y le faltan al respeto a cualquiera, queriendo coger entonces por las malas lo que no les han querido dar por las buenas.
TOMASITA.-
Sí, pero usté no tiene por qué pensar que Esparragosa sea así.
RAMONA.-
No; si yo no creo que él sea así: tú sabes que él más bien me es a mí muy simpático, porque me parece un buen muchacho, pero... francamente, a veces tengo mis dudas, porque… qué sé yo, pero esta juventud de hoy por más que digan no es como la de antes: los mozos de hoy están muy corrompidos.
TOMASITA.-
Yo no sé tía; usté sabe de eso más que yo porque usté es ya mayor, pero francamente, a mí me parece que siempre ha habido hombres malos y hombres buenos.
RAMONA.-
¡No, no, no mijita! ¡Cuándo! Los hombres de antes, eran mejores que los de ahora y tenían que ser, no existían mujeres malas, ni el fulano Puente de Hierro; tampoco habían automóviles, que también han contribuido en mucho a la corrupción. Toda la diversión de entonces, era irse en las noches de luna a pie, a tomar un vaso de leche con pan de horno de los que hacía Chepa tan sabrosos, en el Puente de los Suspiros. Pero ahora qué distinto, ahora no se escucha hablar nada más que de la guasa, el macan, la tocoquera, que si el fulano corrió un trueno anoche, que si el Gordo aporreó a uno en el mabí. ¡Dios mío, qué es esto! Y lo mismo sucede en todo. Mira: en mi tiempo no salía una muchacha sola con su novio ni de casualidad, hoy en día eso y andar de manos cogidas es lo más natural. El marido mío, que en paz descanse, antes de casarse conmigo no supo nunca lo que fue ponerme un dedo encima.
TOMASITA.-
Sí; pero después que se casó, usté misma me ha contado que le puso toda la mano. (Haciendo ademán de pegar)
RAMONA.-
Sí; pero esas eran cuestiones de familia.
TOMASITA.-
Yo lo que creo, tía, es que cada uno tiene que acostumbrarse al tiempo en que vive.
RAMONA.-
Ya lo creo, eso me pasó a mí; sin querer me he acostumbrado a estas costumbres de ahora, de tal manera, que muchas veces se me sale una palabra de esas vulgares que a mí me da pena. Bueno, ¿y tú qué hacías en la ventana tan por la mañana?
TOMASITA.-
Pues, pa decirle la verdá: viendo a ver si veía a Esparragosa, tía, porque él me dijo que iba a venir un rato hoy en el día, porque quizá esta noche no iba a poder venir.
RAMONA.-
Hum, en qué mal día se ha antojado de venir; y tú por qué no le quitaste esa idea, tú no sabes que hoy es lunes, que hoy no trabaja Hilario, que es día de pasársela en la casa y que a él no le gusta Esparragosa.
TOMASITA.-
Sí, tía, pero yo creo que si viene, estará aquí nada más que un ratico y se irá antes de que venga mi tío Hilario.
RAMONA.-
Yo no sé, mijita, pero yo los lunes le huyo a Hilario, porque se pone muy fastidioso.
TOMASITA.-
Sí, pero eso es cuando va a la Estrella, que se encuentra con amigos y se pone a jugá metra.
RAMONA.-
¿Cómo? ¿Jugá metra?
TOMASITA.-
Bueno, a beber, tía, es así me ha dicho Esparragosa que le dicen a todos los que beben, porque siempre están palo y palo.
RAMONA.-
Mira, lo que debes hacer es irte para allá dentro, porque va a venir Hilario, te va encontrar en la ventana, tan por la mañana y va a decir, como lo ha dicho otras veces, que yo te alcahueteo tus amores con Esparragosa.
TOMASITA.-
Pero Jesús, tía, qué tiene que yo esté aquí en la sala con usté.
RAMONA.-
Nada, que te vayas pa’ adentro niña, yo sé lo que te digo.
TOMASITA.-
(Disgustada) Caramba, no puede estar una ni en la sala (Mutis izquierda)
Escena II
RAMONA.-
(Viéndola irse) Ay, Dios mío, deseo que Esparragosa se acabe de casar, para quitarme de encima estos calentones de cabeza. Pero el tal Esparragosa como que no piensa en eso. Yo no sé, pero yo tengo mi idea: pa’ mí el hombre que lleva su novia al cinematógrafo del circo, no tiene buenas intenciones, y éste es uno de ellos. Él no invita a Tomasita nunca a otra parte sino al circo, ¡ah! hombrecito pa’ gustarle la oscuridá, parece familia de Aguantacamino. No, pero ya yo he parao el trote a las idas al cinematógrafo, desde que me pasó lo que me pasó una noche, juré no volver más, y lo he cumplido. Usté sabe lo que es que llego yo una noche al circo y me siento de lo más tranquila a ver mis películas y no han hecho más que apagar la luz, cuando ahí mismo siento un curucuteo por detrás de mi silla; me volteo y veo a un hombre parao atrás y le digo: -qué se le ofrece- y me dice: -no es con usté, señora-. No es conmigo y me está agarrando-. Total, que el hombre se cortó todo y no halló otra cosa qué decirme sino que él era acomodador y que quería que yo me levantara pa’ verme el número. – ¡Verme el número!, usté lo que es, es un atrevido y muy grosero-, le dije. -Yo soy una señora, no se equivoque-. Total, que aquello me puso los nervios de tal manera, que me levanté, agarré por un brazo a Tomasita y salí del circo jurando no volver en los días de mi vida al fulano cinematógrafo.
Escena III
HILARIO.-
(Por el foro entra mirando a todos lados de la sala, trae un bollo de pan bajo el brazo, y en la mano un mazo de cebollas y otro de berros)
¿Dónde está Tomasita?
RAMONA.-
Allá dentro, ¿por qué?
HILARIO.-
Porque ahí en la esquina acabo de ver al sinvergüenza ése del Esparragosa y de seguro que tiene intenciones de venirse a meter aquí tan temprano, y hoy estoy yo de ataque, cará. Si se mete aquí, a plan lo voy a sacá pa la calle.
RAMONA.-
No hombre, quién sabe si no vendrá para acá, tú sabes que él siempre se reúne en la esquina Santa Rosa con sus amigos.
HILARIO.-
Yo no sé qué le ha visto Tomasita a ese hombre tan reantipático pa’ enamorarse de él. Algo le ha visto esta muchacha a ese hombre: porque de otro modo yo no me explico que una muchacha de las condiciones de Tomasita, se enamore de un vagabundo como Esparragosa.
RAMONA.-
Mira Hilario, por qué no te acuestas un rato.
HILARIO.-
Sí, si a eso vengo, a acostarme, porque esta es mi casa; pero antes tengo que hablar contigo muy largo, porque a estos amores de Tomasita hay que ponerle término hoy mismo, o si no aquí va habé un muerto, ¡ah, sí!
RAMONA.-
Sí hombre, acuéstate y más tarde hablamos.
HILARIO.-
Porque tú sabes lo que me dijo la difunta antes de morirse: “Hilario, tú haces con Tomasita lo que tú quieras”; sin embargo yo nada, tú que eres mi hermana lo sabes; quiero decí que nunca me he metío en sus asuntos, pero ya las cosas se están poniendo muy feas, porque ese bandido se la pasa en ese botiquín de Santa Rosa alabándose de Tomasita, varios amigos me lo han dicho.
RAMONA.-
Quién sabe si eso no es verdá, Hilario, tú sabes que la gente es muy calumniadora.
HILARIO.-
¿Calumniadora? No, no, no, no. Mira; eso es tan verdá... como que este es un kilo frío (Mostrando el pan) Además, el sábado en la noche, escuché yo en ese botiquín muchas cosas feas referentes a nosotros y a ese hombre.
RAMONA.-
Bueno, pero eso se puede arreglar de otro modo.
HILARIO.-
No, eso del único modo que se arregla es poniéndole yo a él el cuerpo con más nudos que un saco con papas. Yo sé que él tiene fama: sus amigos dicen que por la chirimoya es una enfermedá, bueno, yo le zumbo de plan y si me veo muy comprometido, lo hinco. Lo que es de hoy no pasa. Mire; por la Virgen de Coromoto que hoy le pruebo yo a ese zángano que el cambur verde mancha.
(Hace mutis derecha dejando lo que ha traído en la mesa)
RAMONA.-
Ay, Virgen del Carmen, evítanos una desgracia, que no venga Esparragosa.
Escena IV
ESPARRAGOSA.-
(Por el foro. Es un tipo de veinte y siete años, muy vivo) Buenos días, misia Ramona, ¿cómo le ha ido?
RAMONA.-
(Aparte) ¡Se presentó y dijo! (A Esparragosa) Buenos días, Esparragosa, ¿cómo está?
ESPARRAGOSA.-
Yo estoy como siempre, entre fuerte y durce como el guarapo. ¿Y Tomasita ande está?
RAMONA.-
Pues, por allá dentro debe está.
ESPARRAGOSA.-
¿Y el maestro Hilario?, ¿ta bueno? Ahora rato lo vi pasá por la esquina de Santa Rosa, y como que venía medio metío entre el litro.
RAMONA.-
Sí, usté sabe que él se emparranda to’ los lunes, como buen zapatero; allá dentro debe está acosta’o.
ESPARRAGOSA.-
(Sacando dos tabacos del bolsillo) Hombre, misia Ramona, por aquí le tengo un regalito para usté: dos tabacos muy buenos, los compré ayer en la Rinconada y desde ese instante dije: pa’ mamá Ramona; así es que quiero que se los fume en el nombre de Narciso Esparragosa.
RAMONA.-
Bueno, Esparragosa, muchas gracias.
ESPARRAGOSA.-
(Pasándole el brazo) A vieja pa’ quererla yo ésta, cará. ¿Por qué la querré yo a usté tanto misia Ramona?
RAMONA.-
Quién sabe.
ESPARRAGOSA.-
No, yo sí sé; cómo no voy a quererla, cará, sería yo un malagradecido si no quisiera a esta familia; entre usté y Tomasita me han saca’o a mí de esa vida de bandolero que llevaba yo antes, ¿no es verdá, misia Ramona?
RAMONA.-
Sí, lo hemos aconsejado mucho porque le tenemos cariño.
ESPARRAGOSA.-
Yo era individuo que no salía de esa esquina de La Gorda; pastoreando mi gente de La Gorda a San Pablo y de San Pablo a La Gorda. Que había macan, desde las ocho taba yo pega’o, cará (haciendo como que baila) hasta por la mañana, yo y el Gordo éramos los últimos que salíamos siempre. Sin embargo ya ve usté, otra vida completamente distinta, como del cielo a la tierra; no hago más que vení aquí, hago mi visita, salgo a la diez, me pego dos o tres palilleros en la esquina y me voy a acostá. ¿No es verdá vieja?
RAMONA.-
Sí es verdá. (Como preocupada)
ESPARRAGOSA.-
Pero ¿qué tiene usté hoy misia Ramona? La noto... qué sé yo, to’a cascorba.
RAMONA.-
Usté sabe que yo todos los lunes estoy así, porque a mí no hay cosa que me disguste más que ver a Hilario mareado, yo soy enemiga acérrima del aguardiente.
ESPARRAGOSA.-
Eso es porque usté no lo ha probado, pero mire: yo le doy a usté entre once y doce del día, cuando el estómago no sentido todavía el peso del almuerzo, en un vasito bien limpio, una cañita doble, pero eso sí, de Ibarra legítima y… francamente... no hay ni palo floreado, yo creo que hasta el doctor se zumba.
RAMONA.-
Quien sabe; se zumbará él, lo que soy yo no me zumbo.
ESPARRAGOSA.-
Ah! Misia Ramona, cará. Bueno, y Tomasita dónde está, ¿por qué no sale?
RAMONA.-
De seguro que no sabe que usté está aquí, déjeme irla a llamar. (Aparte) Ay! Dios mío, que no salga Hilario, porque es capaz de formar aquí un alboroto. (Mutis izquierda).
Escena V
ESPARRAGOSA.-
Cará, pobre vieja, a veces me da hasta lástima, ella cree firmemente que yo me voy a casar con Tomasita. Casa’me yo, ni a tiros; lo que es Narciso Esparragosa no se tira ese cacho de agua; pero tengo que aparentá que me lo tiro; por eso desde que yo empecé a enamorá a Tomasita fue con palabra de matrimonio. Mis primeras visitas fueron por la ventana escondido de la vieja y del maestro Hilario, hasta que un día dije que me casaba e inmediatamente me mandaron a pasá adelante. Desde ese día he ido preparando mi terreno como lo he hecho en otras partes, es decir, batiendo el melao hasta darle consistencia, y este melao de aquí ya está en punto de melcocha y esa melcocha… ¡ay! mi amigo. Lo que es la vieja, esa está de mi parte, la tengo comprá a fuerza de tabacos ¡a vieja pa gustarle echá humo! Chupa más que un murciélago. Mire, en dos años que hace que conozco a Tomasita, yo calculo que misia Ramona me ha costa’o más de treinta pesos en tabacos de a dos por puya. Al que sí no he podido catequizá nunca es al maestro Hilario, ese viejo es la malicia andando; en lo único en que le he podido pegá el machete es en dos remontas que me ha hecho y que no se las he paga’o, ni pienso. Después de todo él tiene la culpa de lo que está pasando, o mejor dicho, de lo que va a pasá, porque aquí pa’ nosotros en voz baja: esto lo hago yo por llevarme un punto. El maestro Hilario dijo al principio de mis amores con Tomasita, que lo que era Narciso Esparragosa no entraba en su casa ni entrando, y yo le voy a probá que no solamente entré, sino que voy a salí carga’o.
Escena VI
TOMASITA.-
(Saliendo medio disgustada) ¿Qué hay? ¿Cómo le ha ido?
ESPARRAGOSA.-
Bien, y turiara.
TOMASITA.-
Yo, muy mal.
ESPARRAGOSA.-
Y eso, ¿por cuá?
TOMASITA.-
Sí, hombre, por cuá, hazte ahora el musiú.
ESPARRAGOSA.-
¿El musiú? ¿Qué quieres decir con eso? No te entiendo.
TOMASITA.-
¿De veras? Qué inocente, no salgas a la calle solo porque te van a engañá.
ESPARRAGOSA.-
Pero, bueno, ¿qué es lo que es? Dale contra el suelo.
TOMASITA.-
Contra el suelo. Contra el suelo te diera yo a ti por embustero y sinvergüenza, muy bueno lo que has hecho, ¡ay! la has puesto de oro.
ESPARRAGOSA.-
Pero, la he puesto de oro, ¿con qué?
TOMASITA.-
¿Qué me dijiste tú anoche?
ESPARRAGOSA.-
(Aparte) Una pila de embustes, como siempre (A Tomasa) Yo no me acuerdo.
TOMASITA.-
Pues, yo sí me acuerdo: me dijistes que te ibas a acostar porque te tenía loco el pestón, y el pestón fue que amaneciste bailando cas’e las Pacheco.
ESPARRAGOSA.-
¿Cas’e las Pacheco yo?
TOMASITA.-
Sí, tú, tú. No te hagas ahora el zoquete, yo lo sé todo. Toda la noche te la pasastes bailando con la flacuchenta de Carmelita Soto y por la mañana la fuiste a acompañar hasta su casa y le brindaste arepitas en la esquina de “El Chimborazo”
ESPARRAGOSA.-
En “El Chimborazo”, tú deliras.
TOMASITA.-
(Sollozando) Yo no sé sí deliro, pero yo lo que veo es que tú no haces más que mortificarme a mí, basta que yo te suplique una cosa pa’ que tú no me complazcas, y en cambio yo, siempre complaciente y desviviéndome por ti (Llora).
ESPARRAGOSA.-
Pero, ¿qué te pasa?
TOMASITA.-
Que yo soy muy desgraciada.
ESPARRAGOSA.-
Pero, ¿por qué?
TOMASITA.-
Porque sí. Dos años y medio que hacen que te conozco, dos años y medio de luchas y de martirios para mí; aguantando regaños y maltratos de mi tío Hilario, y ¿para qué?, para nada, porque el premio de tantos sufrimientos no llega nunca.
ESPARRAGOSA.-
Ya llegará, ya llegará. Ten calma que las cosas no pueden ser así de golpe y porrazo, precisamente yo venía hoy con intención de tocarte ese punto.
TOMASITA.-
¿Cuál?
ESPARRAGOSA.-
Ese, sobre el que hablamos el otro día; sobre el depósito.
TOMASITA.-
¡Ah!
ESPARRAGOSA.-
Yo te saco de aquí si tú quieres esta misma noche, te deposito cas’e mi madrina y... lo demás es posterior. Así es que si quieres, no tienes más que decírmelo.
TOMASITA.-
(Pensativa) ¡Ay! no, y si me descubren.
ESPARRAGOSA.-
No, hombre, qué te van a descubrir (Pausa) Mira eso lo podemos arreglá del modo siguiente: nos hacemos los disgustados ahora; yo llamo al maestro Hilario y a misia Ramona, pa’ ponerles en conocimiento que nuestro compromiso a concluido porque tú me impones unas condiciones que yo no puedo aceptar. Que tú me has dicho que: o me caso contigo entre dos meses, o todo se ha acabado entre nosotros, y yo no pudiendo aceptar esa condición he optado por acabar. Yo me hago el serio y el resentido, tú sollozas y lloras, en fin, todo lo que hacen las mujeres en estos casos; misia Ramona se asombra, el maestro Hilario se alegra, y yo aprovechando esta confusión me despego a la francesa, ¿qué te parece?
TOMASITA.-
A mí me parece bien, pero yo como que no tengo valor pa’ representá esa comedia.
ESPARRAGOSA.-
No digas eso hombre, que tú tienes más valor que un brillante. Bueno, ahora falta la segunda parte: esta noche entre dos y tres de la madrugada me dejo yo chorreá por aquí con la guitarra después que hayan cerra’o el botiquín de la esquina; al tú sentí que registran la bicha, ese soy yo. Te preparas. Yo te tendré a Zorrillo, el cochero con sales, nos montamos y como dicen en “El Puñao”: a la felicidá: ¿qué hay?, ¿te decides?
TOMASITA.-
(Con indecisión) Ay, Esparragosa, pero si…
(Quedan hablando en voz baja. Esparragosa en una posición descompuesta)
Escena VII
HILARIO.-
(Desde la puerta, señalando a Esparragosa) Ahí lo tiene usté; vea si es verdá lo que le digo: ¿usté cree que esa posición es pa’ hablá con una niña en la sala de una casa de familia?
(Se aclara el pecho)
TOMASITA.-
(Azorada) Mi tío.
ESPARRAGOSA.-
(A Tomasita) Bueno, sí o no.
TOMASITA.-
Sí.
HILARIO.-
(Acercándose) Buenos días, joven.
ESPARRAGOSA.-
(Sin variar de posición) Hola, maestro, Hilario, ¿cómo le va?
HILARIO.-
(Con mucha sorna) Yo no sé si estaré equivoca’o, pero a mí me parece que no está usté bien sentao.
ESPARRAGOSA.-
(Haciéndose el que no entiende) Cómo no, estoy firme. (Tocando la silla)
HILARIO.-
No, si me refiero a la posicioncita esa que, francamente, no me parece propia pa’ sentarse en una sala, esa es una posición de cinematógrafo.
TOMASITA.-
(Aparte a Esparragosa) No le hagas caso.
ESPARRAGOSA.-
¡Ah! maestro Hilario, cará; es verdá, dispense, una distracción (Sentándose bien)
HILARIO.-
Pues, trate de no distraerse, porque hay distracciones que perjudican.
ESPARRAGOSA.-
Caramba, maestro, yo no sé qué le pasa a usté conmigo, pero siempre lo noto como prepara’o en contra mía; yo quisiera que usté me hablara con franqueza.
HILARIO.-
(Después de una pausa) Pues, ya se llegó el momento y si usté lo desea, se lo voy a decir: Tomasita, váyase pa’ dentro.
ESPARRAGOSA.-
Por qué, déjela maestro; yo creo que ella puede oír lo que nosotros hablemos.
HILARIO.- No, señor; no quiero que ella se imbulla en nuestra hablitud. Además, puedo violentarme, y yo cuando me violento me oceniso, es decir, me pongo osceno y no quiero que ella escuche oscenidades.
ESPARRAGOSA.-
Yo no lo creo a usté capaz.
HILARIO.-
Bueno, bueno, no alarguemos; que se vaya.
TOMASITA.-
(Levantándose) (Aparte a Esparragosa) Ten, paciencia, está jumo. (Mutis izquierda)
Escena VIII
HILARIO.-
(Después de sentarse con mucha calma) Esparragosa yo soy zapatero...
ESPARRAGOSA.-
Ya lo sé (Aparte) ¡Noticia fresca!
HILARIO.-
Y lo mismo le elaboro una bota de angola que de canguerete.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, pero y qué...
HILARIO.-
Óigame: soy calvo, como está a la vista; y no porque me hayan tomado la cerda de la cabeza, ni por el microbio turco; sino por la debilidad del cuero... cabelludo: porque yo soy de los que no se deja arrancar las hebras, ni soplándoselas. Tengo cincuenta y cuatro años y medio, y en los cincuenta y cuatro no he encontra’o a nadie que se burle de mí, pero en el medio, lo he encontra’o a usté.
ESPARRAGOSA.-
Pero bueno maestro, explíquese mejor, porque francamente yo no sé a qué viene esto.
HILARIO.-
Pues esto viene, a demostrarle a usté que yo no tengo cataratas en ninguno de los ojos, y por lo tanto veo aunque sea un jeme más allá de mis narices.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, celebro mucho su largo alcance visual
HILARIO.-
Gracias. Usté, Esparragosa, tiene ya dos años...
ESPARRAGOSA.-
Un momento maestro, yo tengo veinte y siete.
HILARIO.-
Tiene ya dos años de amores con Tomasita, y sin ningún resultado.
ESPARRAGOSA.-
Hombre, no ha sido por falta de ganas, ella bien sabe que hace ya bastante tiempo que deseo tirarme al agua.
HILARIO.-
Mire socio, usté no se tira al agua ni con vejiga, porque no sabe nadar, usté es de los que se van a fondo.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, si me voy a fondo no es culpa mía, maestro.
HILARIO.-
Usté ha venido a este hogar a enamorá a Tomasita con intenciones perversas, usté pretende cometer una fechoría en esta casa, como las ha cometido en otras partes, y eso no, Esparragosa, eso no. (Levantándose) Aquí hay un hombre varón; y le digo a usté una cosa: o se casa con Tomasita cuanto antes, o no pone más una chancleta en esta casa. Ese soy yo.
ESPARRAGOSA.-
(Pausa) Caramba, maestro, ¿qué es esto? Me ha deja’o usté más frío que el guarapo e’ Las Madrices.
HILARIO.-
(Paseándose) Pues caliéntese.
ESPARRAGOSA.-
No señor; es que usté está hoy, maestro, como si se hubiera da’o un pinchazo con la lezna.
HILARIO.-
Es probable.
ESPARRAGOSA.-
Si usté no puede penetrar mis intenciones para con Tomasita.
HILARIO.-
Hay cosas que se adivinan.
ESPARRAGOSA.-
Si yo quiero a Tomasita como no he querido nunca a ninguna mujer. Mire: yo he tenido amores con media parroquia de San José; pues por ninguna he sentido lo que siento por Tomasa.
HILARIO.-
¿Por qué no se casa, pues?
ESPARRAGOSA.-
Hombre, porque las cosas no pueden hacerse así tan de repentón como se quiere.
HILARIO.-
Cómo que no, el matrimonio tiene que hacerse en caliente.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, es verdá, pero siempre hay que pensarlo.
HILARIO.-
Hombre, me parece que en dos años... ni que usté fuera un pensador.
ESPARRAGOSA.-
Pero no es por eso, maestro.
HILARIO.-
(Sentándose) Vamos a ver.
ESPARRAGOSA.-
(Pausa) (Brindándole un cigarro) Fúmese un cigarro, que usté verá que nos vamos a entender.
HILARIO.-
(Tomando el cigarro de mala gana) Quién sabe, pué suceder.
ESPARRAGOSA.-
(Con mucha calma después de brindarle fuego) ¿Por qué está usté tan bravo, maestro? Mire: yo no soy lo que usté piensa, usté tiene un criterio erróneo de mí.
HILARIO.-
¿Erróneo?
ESPARRAGOSA.-
Sí; los hombres hay que conocerlos antes de expresarse en esa forma... más que dura, tiesa en que usté se ha expresado de mí.
HILARIO.-
Pero si es verdá lo que le digo, amigo mío: dos años y pico calentándomele las orejas a Tomasita, diciéndomele... zoquetadas, que es lo que conversan todos los enamorados y nada, el horizonte oscuro y pendiente de que cualquier día o cualquier noche, pare usté el rabo y no se le vea la brújula; no hombre, las cosas no son así.
ESPARRAGOSA.-
(Medio disgustado) Pero... hábleme en otros términos, maestro Hilario; yo le estoy hablando en serio, y... eso de que pare el rabo, francamente no me hace gracia, empezando porque yo no tengo rabo.
HILARIO.-
¡Ah! ¿usté es chucuto? No hombre, no diga eso, aquí todos tenemos rabo.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, dejemos el rabo y vamos a lo que importa: (Aparte) (Audacia) ¿Lo que usté pretende es que yo le fije plazo para casarme con Tomasita?
HILARIO.-
Naturalmente.
ESPARRAGOSA.-
Bueno (Con resolución) Entre seis meses me caso.
HILARIO.-
Ya eso es otra cosa (Levantándose) Déjeme llamar a Ramona para que se entere de esto que a ella también le interesa. (Llama) ¡Ramona!, ¡Ramoncita!, ¡Monchita!, ven acá, hazme el favor. (A Esparragosa) Yo creo que esta es la primera vez en su vida que usté habla en serio.
Escena IX
RAMONA.-
(Desde la puerta) ¿Qué hay? ¿Qué quieres? ¿Todavía conversan ustedes?
ESPARRAGOSA.-
Todavía, doña Ramona, acérquese.
HILARIO.-
Bueno, Esparragosa ofrece casarse con Tomasita entre seis meses; ¿qué te parece?
RAMONA.-
Guá, me parece muy bien; ¡hasta cuándo!
ESPARRAGOSA.-
Si ninguno más que yo hace tiempo lo desea, pero es que ha habido circunstancias poderosas que lo han impedido.
RAMONA.-
Es verdá, todo lo que se quiere no se puede.
ESPARRAGOSA.-
Una de ellas ha sido, que yo no quería casarme sin tener asegurado mi rancho.
HILARIO.-
Muy bien pensado, porque un matrimonio sin rancho se desbarata.
ESPARRAGOSA.-
No, si no me refiero a esa clase de rancho, me refiero a una casa donde meterme con la mujer y los hijos que de seguro se aparecen cuando uno menos lo espera.
HILARIO.-
¡Ah! no se preocupe por eso, usté métase en cualquiera, y la paga cuando pueda y si no puede no la paga, eso lo hace hoy media Caracas.
ESPARRAGOSA.-
Por lo demás, todo lo tengo comprado, cama, mesa, escaparate, y hasta objetos de cocina.
RAMONA.-
(Con alegría) ¡De veras, Esparragosa, y qué callado lo tenía!
ESPARRAGOSA.-
Sí, yo soy muy reservado, usté lo sabe.
RAMONA.-
Sí es verdá, le gusta a usté reservarse para después sorprender,
ESPARRAGOSA.-
Ya lo creo, las sorpresas me seducen.
RAMONA.-
¡Ay! la pobre Tomasita; lo que se va a alegrar cuando lo sepa.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, una idea maestro, mojemos este fausto acontecimiento con algo, ¿no le parece?
HILARIO.-
Usté lo hace; a usté le toca mojarlo y remojarlo porque está duro todavía.
ESPARRAGOSA.-
(Aparte) No lo sabes tú bien.
RAMONA.-
Qué felicidad, Dios mío; voy a darle la noticia a Tomasita.
ESPARRAGOSA.-
Mándese a la esquina doña, por una botella de ron (Dándole dinero)
RAMONA.-
Por fin me oyó San Onofre. (Mutis izquierda)
Escena X
ESPARRAGOSA.-
Ya usté ve, maestro, que fácilmente nos hemos entendido.
HILARIO.-
Ya lo creo, hablando es que se entienden los hombres, y eso es lo que usté no hacía: usté hablaba con Tomasita, pero ni a mí ni a Monchita nos decía una palabra.
ESPARRAGOSA.-
Pero es por lo que le he dicho, don Hilario, no porque yo no pensara casarme con Tomasita, sino que yo quería tener algo que ofrecerle, un modesto porvenir; no hacer lo que han hecho muchos, que se casan y al día siguiente amanecen sin el diario.
HILARIO.-
En eso tiene razón, pero amigo, entonces no enamorarse; porque después que el amor ha llegado a cierto grado, hay que... caerse o arrancar la macoya.
ESPARRAGOSA.-
Es verdá.
HILARIO.-
Por otra parte, las murmuraciones; que la gente es muy perversa; en cuanto ven que un hombre y una mujer tienen dos años de amores, ya empiezan a murmurar: que si lo vieron salir a las cinco de la mañana, que si le lavan la ropa, que si le planchan los cuellos, que vive en la misma casa, pues le han alquilado una pieza con el pretexto de guardar los muebles del matrimonio, y así la mar de calumnias que perjudican el honor de una familia.
Escena XI
(Ramona saliendo con Braulio, sirviente como de treinta años, medio tonto; no es afeminado)
RAMONA.-
(Desde la puerta, a Esparragosa) ¿Ron, fue lo que usté me dijo?
ESPARRAGOSA.-
Sí señora, ron del bueno.
RAMONA.-
Bueno, ande ligero Braulio, al botiquín de la esquina.
BRAULIO.-
Sí señor, en un saltico. (Mutis foro)
RAMONA.-
(Acercándose) Pero qué niña más zoqueta es Tomasita, al darle la noticia, por poco se me desmaya.
ESPARRAGOSA.-
Eso son los nervios; báñela por la mañana.
RAMONA.-
¡Niño! Si esa es un pato pa’ el agua; a las seis ya está en la pipa.
HILARIO.-
Y toma los cinco fluidos.
ESPARRAGOSA.-
Y ¿qué es eso?
HILARIO.-
Kola, Quina, Koca, Nuez vómica y Serpentaria.
ESPARRAGOSA.-
¡Ah! Eso dicen que es muy bueno.
RAMONA.-
Ya lo creo, inmejorable.
ESPARRAGOSA.-
Pues, volviendo a nuestro asunto, yo creo que las calumnias, maestro, lo mejor es despreciarlas.
HILARIO.-
Amigo, pero a veces no se puede. Mire, una de las causas que me han hecho dar este paso con usté, ha sido las calumnias y las murmuraciones que escuché yo en ese botiquín de la esquina el sábado en la noche referentes a Tomasita y a usté.
ESPARRAGOSA.-
¿A nosotros?
RAMONA.-
Sí, señor. Y no se crea que esta es la primera vez, esa cuerdita que se reúne en ese botiquín de la esquina, tiene incendiado el vecindario.
ESPARRAGOSA.-
Pero, bueno ¿qué decían?
HILARIO.-
Jesucristo, una pila de disparates.
ESPARRAGOSA.-
Pero ¿a usté se lo contaron o fue que usté lo escuchó?
HILARIO.-
Me lo contaron, lo oí. (Pausa) Supóngase usté que el sábado, venía yo de entregá casa de Boccardo, por ahí.... a las nueves y media, y al pasar por ese botiquín de la esquina, -cosa rara en mí- me entran ganas de comé dulce; entro y pido un papeloncito, y cuando me lo estoy comiendo, oigo que en el reservado aquel, que está atrás de la armadura, nombraban a Tomasita y a usté; paro la oreja, y escucho que decían un bojote de cosas feas: que si el año pasa’o en las misas de aguinaldo, que si ustedes iban solos al cinematógrafo del circo, que si usté era un sinvergüenza porque comía siempre aquí, que Ramona y Tomasita le lavaban y planchaban, que yo lo calzaba a usté, y por ahí la mar de horrores.
ESPARRAGOSA.-
Pero no serían amigos míos los que me descuartizaban así.
HILARIO.-
Cómo no, amigos suyos, los mismos que se reúnen con usté ahí todas las noches.
ESPARRAGOSA.-
Caramba, se me hace duro.
RAMONA.-
¿Y usté está creyendo en amigos, Esparragosa? La amistad verdadera es ilusión, ella cambia, se aleja y desaparece con los giros que da la situación.
ESPARRAGOSA.-
Es verdá, doña Ramona.
HILARIO.-
No, no, no; no venga aquí con canciones que estamos hablando en serio.
RAMONA.-
Pero, si es verdad, el que nada atesora nada vale.
HILARIO.-
Y ¿vas a seguir?
RAMONA.-
(Yendo hacia el foro) Guá y ese hombre no viene, ¿habrá cogido para otra parte?
ESPARRAGOSA.-
Bueno, y usté, ¿qué hizo, maestro?
HILARIO.-
Yo, venirme pa’ mi casa, porque yo me conozco mi carácter, y si yo entro al reservado, espaturro a cuatro o cinco con la mochila de las hormas.
ESPARRAGOSA.-
Entonces más vale así.
RAMONA.-
Aquí viene el hombre ya.
BRAULIO.-
(Entregando la botella a Ramona) Aquí está, señora Ramona, me dilaté porque no me querían dar mi ñapa.
RAMONA.-
Bueno, dígale a Tomasa que me traiga acá los vasos, y usté friegue aquellos platos.
BRAULIO.-
Sí señor, en un saltico. (Mutis izquierda)
ESPARRAGOSA.-
¿Cómo que tiene sirviente, doña Ramona?
RAMONA.-
Sí, tengo desde ayer a ese hombre, que se presentó por ahí pidiendo servicio.
ESPARRAGOSA.-
Júúú, tenga mucho cuidado.
HILARIO.-
Ya se lo dije yo a ella.
RAMONA.-
No, si yo lo conozco mucho, era marchante de aquí cuando vendía majarete; además ese hombre es tonto. Supóngase que se fue de la casa donde estaba porque como lo vieron así... medio azoquetado, lo iban a poner a cargar a un niñito.
ESPARRAGOSA.-
No embrome, doña Ramona. ¡Entonces no es tonto el hombre!
RAMONA.-
Sí, niño, como lo oye.
Escena XII
TOMASITA.-
(Entrando con cuatro vasos limpios) Aquí están los vasos, tía.
ESPARRAGOSA.-
Bueno, tomemos pues. (Sirviendo en los vasos, alza el suyo y se dirige a Hilario) Por la felicidad de su familia...
HILARIO.-
(Interrumpiéndole) Y de la suya.
ESPARRAGOSA.-
Gracias. A la cual voy pronto a pertenecer, y particularmente por Tomasita, para quién deseo todo género de venturas.
RAMONA.-
(Después de una pausa) Contesta Hilario.
HILARIO.-
Me extraña, tú sabes que yo no soy hombre de eso; que a mí no me gusta contestarle a nadie; y además, yo tomo siempre en silencio, de casualidad se escucha el garganteo.
RAMONA.-
(Levantando su vaso) Porque a todos nos acompañe el ángel de la felicidad (Todos beben)
HILARIO.-
Bueno Tomasita, yo creo que estás en cuenta de que entre seis meses te casas.
TOMASITA.-
Sí, tío. Me lo ha dicho tía Ramona.
HILARIO.-
Yo creo que desde ahora te debes ir acomodando. El paso que vas a dar es un paso serio, no hay que tomarlo como lo toman algunos, como un paso de comedia o un paso-doble.
RAMONA.-
Sí, señor, a ser una buena esposa, a querer mucho a sus hijos.
TOMASITA.-
(Avergonzada) Tía, por Dios.
RAMONA.-
Jesús, niña, qué tonta eres, si eso es lo más natural.
ESPARRAGOSA.-
Ya lo creo.
RAMONA.-
(A Esparragosa) Y a usté también se lo digo: a ser un marido bueno, a querer mucho a Tomasa, a considerarla mucho porque ella es muy delicada.
ESPARRAGOSA.-
Lo que es conmigo vieja, eso está demás; porque usté sabe que yo a la mujer la respeto, y más aún la venero. Eva es para mí lo más grande que tiene la antigüedad.
HILARIO.-
Ya lo creo. Y Adán lo mismo y hasta más. Porque Adán fue como el tronco de donde salió la humanidad.
ESPARRAGOSA.-
Caramba, maestro, eso es bueno, merece que repitamos.
HILARIO.-
Eso lo hace usté.
ESPARRAGOSA.-
Con gusto. (Llenando los vasos)
TOMASITA.-
Yo no quiero, me dá dolor de cabeza.
RAMONA.-
A mí me sirve muy poco.
HILARIO.-
A mí me lo echa completo.
RAMONA.-
(A Tomasita) Hilario la va a empatar.
TOMASITA.-
Eso estoy yo presintiendo.
ESPARRAGOSA.-
Bueno maestro, que se enfría.
RAMONA.-
Hilario, no tomes mucho que el licor es mal amigo.
HILARIO.-
(Después de beber) Tú dices eso, Monchita, porque tú no tienes penas.
TOMASITA.-
¿Y usté tiene penas, tío? Primera vez que lo oigo decir eso.
HILARIO.-
¡Ay, mijita y muy grandes y muy hondas!
RAMONA.-
No seas embustero, Hilario. Si hay algún hombre feliz ese eres tú.
HILARIO.-
¿Feliz yo? Ahí está el error, lo que soy es reservado, que sufro callado de la boca porque no me gusta pregonar a los cuatro vientos mis dolores.
ESPARRAGOSA.-
Quien sabe misia Ramona, puede que tenga sus penas.
RAMONA.-
Penas Hilario, ¿de qué?
ESPARRAGOSA.-
Alguna herida de amor.
RAMONA.-
¿Amores en esa edad? Esos amores tardíos son ridículos.
ESPARRAGOSA.-
Ridículos, pero existen.
RAMONA.-
Y si fue en su juventud, no tuvo una novia nunca.
HILARIO.-
¿Tú qué sabes? (Se queda pensativo)
TOMASITA.-
Eso es tía, usté qué sabe.
RAMONA.-
Cómo no voy a saber, si éste ha sido toda la vida eso mismo; un hombre seco y muy tímido y muy tonto.
TOMASITA.-
Hay tontos que se enamoran.
RAMONA.-
Pero éste no ha sido de esos.
BRAULIO.-
(Desde la puerta) Señora Ramona ya aquello está empalillao: venga pa’ que vea.
RAMONA.-
Bueno, espérame allá fuera.
BRAULIO.-
Sí, señor, en un saltico (Mutis izquierda)
RAMONA.-
Bueno amigo Esparragosa, me retiro a mis quehaceres.
ESPARRAGOSA.-
Tómese el último trago.
RAMONA.-
No, porque me da jaqueca. (A Tomasita) ¿Te quedas, niña?
TOMASITA.-
Sí, tía, dentro de un momento voy.
RAMONA.-
(A Esparragosa) No me le dé más al hombre. (Mutis izquierda)
ESPARRAGOSA.-
No tenga cuidado, vieja.
Escena XIII
TOMASITA.-
Tío, por Dios, no piense tanto.
ESPARRAGOSA.-
Déjalo que piense chica, que sus razones tendrá; quién sabe qué ha recordado.
HILARIO.-
¡Ay! amigo Esparragosa, usté sí que me comprende; son recuerdos del pasado que se vienen a la mente en estos momentos de expansión.
ESPARRAGOSA.-
Peguémonos otro trago que el ron ahuyenta las penas (Sirven y beben)
TOMASITA.-
No seas malo Esparragosa.
ESPARRAGOSA.-
Y esos recuerdos, maestro, de seguro, ¿son de amor?
HILARIO.-
De amor y de muchas cosas.
TOMASITA.-
¡Guá, míralo! Nunca había oído a mi tío hablando de esa manera.
HILARIO.-
Esparragosa, yo lo quiero a usté mucho; y lo quiero, porque usté es un hombre bueno, y se va a casá con mi sobrina entre seis meses, y por eso usté también es sobrino mío.
ESPARRAGOSA.-
Cómo no, y a mucha honra.
HILARIO.-
Honra no, porque yo no soy doctor, general, ni sacerdote; pero sí soy un hombre que conozco mi oficio. Y que gano doce reales muy completos.
TOMASITA.-
Jesús, tío, por Dios, no se ponga impertinente.
HILARIO.-
Esparragosa, yo no he querido en la vida más que a una mujer y a un hombre. La mujer me traicionó, era una mujer muy ruin, y se fue con un cochero (Sollozando) y el hombre... el hombre fue el que me crió desde ocho días de nacido.
ESPARRAGOSA.-
¿Y a usté lo crió un hombre?
HILARIO.-
Es decir, me recogió. Porque yo quedé huérfano de ocho días y con mocezuelo.
ESPARRAGOSA.-
Ja, ja, ja, no me haga reír, maestro.
HILARIO.-
De ahí en fuera, yo no he querido a más nadie, descontando mi familia por supuesto.
ESPARRAGOSA.-
Ya lo creo.
TOMASITA.-
(Disgustada) Me retiro, Esparragosa.
ESPARRAGOSA.-
No, hombre, por qué te vas, tenemos que hablar muy largo.
HILARIO.-
Largo y ancho, como quiera, que el que se ausenta soy yo.
TOMASITA.-
(A Esparragosa) Es que cuando tío las coge lloronas, se pone muy fastidioso.
ESPARRAGOSA.-
Mira, aquello que te dije no va a poder ser esta noche; luego hablaremos.
HILARIO.-
(Aparte) Yo no los dejo aquí solos. Esparragosa, acompáñeme a mi cuarto.
ESPARRAGOSA.-
Cómo no, maestro, con gusto.
HILARIO.-
(Pasándole el brazo a Esparragosa) Esparragosa, yo lo quiero a usté bastante; esa acción que usté ha hecho hoy, es una deuda que yo tengo con usté.
ESPARRAGOSA.-
No hombre, maestro, por Dios, yo soy el que le debe a usté mucho.
HILARIO.-
A mí, dos remontas, pero yo no se las cobro porque sería una indecencia.
ESPARRAGOSA.-
Bueno maestro, muchas gracias.
HILARIO.-
Tomasa, dile a Ramona que me haga café cerrero y que me mande un limón. (Mutis los dos, derecha)
Escena XIV
TOMASITA.-
(Viéndolos irse. Con tristeza) Qué le parece: el respeto de una casa pidiendo café cerrero, demasiado es que Esparragosa no ha abusado conmigo, y así como mi tío hay muchos, que se quieren imponer en sus casas no sé con qué autoridad. (Tocan a la puerta de la calle) ¡Braulio! ¡Braulio! (Llamando)
BRAULIO.-
(Saliendo) Señor.
TOMASITA.-
Vaya a ver quién es.
BRAULIO.-
Sí señor, en un saltico.
TOMASITA.-
Este hombre debe haber sido volatín, todo lo hace en un saltico. ¿Quién será? Con seguridad que es Marcolina que viene a buscar los moldes; por un trís presencia la gran película.
BRAULIO.-
(Saliendo) Es una mujer que pregunta por la señora Ramona.
TOMASITA.-
¿Una mujer? ¿Será una señora?
BRAULIO.-
Señora no me parece, porque viene de andaluza.
TOMASITA.-
Bueno, avísele a mi tía, y dígale que dice mi tío, que le haga café cerrero y que le mande un limón.
BRAULIO.-
Sí, señor, en un saltico. (Mutis izquierda)
TOMASITA.-
Yo voy a estar al cuidado, no vayan Esparragosa y mi tío a cometer una imprudencia (Mutis derecha. Desde dentro) Adelante; pase y siéntese, que ya le van a atendé.
Escena XV
(Catalina, señora como de cuarenta y cinco años, un poco arruinada, lleva andaluza y carriel muy usado; entra y se sienta escudriñándolo todo con la mirada)
CATALINA.-
Guá y tienen su sala muy arregladita; como que no están tan arruinadas como me han dicho... ¡Ah, gente pá hablá, mijito! En lo demás que dicen de ellas sí creo que tengan razón, porque esta gente (Por las de la casa) nunca han sido muy bendita.
Escena XVI
RAMONA.-
(Saliendo izquierda) Buenos días.
CATALINA.-
Buenos días (Levantándose) ¿Cómo que no me conoces?
RAMONA.-
(Pausa) No recuerdo.
CATALINA.-
Niña, ¿no te acuerdas ya de Catalina Mijares?
RAMONA.-
(Abrazándola) ¡Catalina...! Cómo no, niña... ¡Qué iba a conocerte, si estás muy acabada! (Se sientan)
CATALINA.-
Mijita, los sufrimientos.
RAMONA.-
¡Ay! por Dios, de eso no me hables.
CATALINA.-
Pero a ti te encuentro yo lo mismo.
RAMONA.-
Qué va, si yo estoy muy flaca.
CATALINA.-
(Pausa) ¡Cuántos años sin vernos, ah!
RAMONA.-
Como doce.
CATALINA.-
Qué va niña, mucho más. Estaban empezando a hacer la Casa Madre; yo me acuerdo, que ibas tú con Tomasita chiquita por la mañana a pasear. Vivian ustedes entonces en San Enrique y nosotras al voltear.
RAMONA.-
Sí, es verdá, hace ya bastante tiempo.
CATALINA.-
¿Y Tomasita? ¿Y, Hilario?
RAMONA.-
Están bien. Tomasita si la ves no la conoces, está hecha una mujer.
CATALINA.-
¿De veras? Me lo supongo.
RAMONA.-
Y tú, ¿dónde te la has pasado todo este tiempo?
CATALINA.-
Jesús, mijita, danzando; unas veces en Caracas y otras en los alrededores, hemos vivido en todas partes: en Sarría, en El Recreo, en Carapa, en El Rincón, en El Valle, hasta en Los Lechozos, que fue donde nos fue mejor. Ahora estamos aquí mismo en Pueblo Nuevo.
RAMONA.-
¿Y cómo supiste la casa?
CATALINA.-
Guá niña, preguntando: suponte que ayer estuvieron las Urquisa en casa, y hablando de amigas viejas, saliste tú en danza; les pregunté que si te conocían, si vivías todavía en la parroquia San José, me dijeron que sí, me dieron las señas de tu casa y aquí me tienes.
RAMONA.-
¿Las Urquisa? (Recordando) ¡Ah, sí, y ellas hace tiempo que no vienen por aquí!
CATALINA.-
Pobrecitas, esa gente está muy mal, yo creo que ni comen, niña.
RAMONA.-
Válgame Dios, ¿y el hermano?
CATALINA.-
Jesucristo, hecho un perdido; el licor y las mujeres lo han decidido.
RAMONA.-
Pero él era muy formal y muy trabajador.
CATALINA.-
Sí, como no, era chofer, pero desde que estropeó el perro del ministro, se anuló; y como era un pero grande.
RAMONA.-
Ya lo creo, pobre gente. Bueno, y a ti, ¿qué te trae por aquí? Porque esto ha sido un milagro.
CATALINA.-
Pues mijita, verte a ti y a los tuyos lo primero; y lo demás una simpleza, se trata de una limosna.
RAMONA.-
¿Una limosna? ¿Para quién?
CATALINA.-
Para mí. Es una misa, niña, que he prometido a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y que se va a decir el viernes en San José y cuyo importe he ofrecido recogerlo entre mis amistades.
RAMONA.-
Y esa misa, ¿es de salud o de qué?
CATALINA.-
¡Ay! mijita, esa misa es por una necesidad muy grande que hay en casa y que está a punto de remediarse.
RAMONA.-
Bueno niña, cómo no.
CATALINA.-
Gracias mijita, no sabes cuánto te lo agradezco.
RAMONA.-
Hombre, por Dios, no digas eso.
CATALINA.-
(Pausa) Me vas a regalar un poquito de agua, Ramona, porque tengo una sed grande.
RAMONA.-
Sí, hombre, cómo no. (Llamando) Braulio, Braulio.
BRAULIO.-
(Saliendo) Señor.
RAMONA.-
Traiga un poco de agua.
BRAULIO.-
¿Del bernegal o de la pipa?
RAMONA.-
Del bernegal no sea bruto.
BRAULIO.-
Como dice un poco de agua.
RAMONA.-
No señor, un vaso de agua, vaya ligero.
BRAULIO.-
Sí, señor, en un saltico. (Mutis izquierda)
CATALINA.-
Desde que salí de casa esta mañana, me he tomado más de ocho vasos de agua, y es el ajetreo, niña, tanto caminar pa’ arriba y pa’ abajo; y no es nada sino que salí sin desayuno; tú no lo creerás pero no tengo en mi estómago sino una tacita de café y una arepita.
RAMONA.-
Niña, y ¿por qué sales así?
CATALINA.-
Ah, porque yo quería dejar arreglado hoy eso de la misa, y ya está, no me falta sino hablar con el padre, pero voy a esperar un rato, porque de seguro que ahora está desayunándose.
RAMONA.-
Pero despójate, niña, y así reposas un rato.
CATALINA.-
(Quitándose la andaluza) De veras, que hace un calor; y de un momento a otro tiembla, porque el cerro y que se la ha pasa’o roncando todas estas noches.
BRAULIO.-
(Saliendo con un vaso de agua) Aquí está el agua; tómesela sentaíta. (Pausa) Y va a tené que comprá una piedra de destilá, señora Ramona; porque aquí en Caracas en cuanto llueve no se puede beber agua; lo que viene por esos tubos es tierra; abre usté y sale ese chorro de pantano, cará.
RAMONA.-
Sí, hombre, la compraremos. Vea si aquella agua está hirviendo y cuéleme aquel café.
BRAULIO.-
Sí, señor, en un saltico. (Mutis izquierda)
CATALINA.-
Bueno, y ¿dónde está Tomasita? Llámala que quiero verla.
RAMONA.-
(Levantándose y llamando por la derecha) Tomasita, Tomasita.
TOMASITA.-
(Dentro) Ya voy, tía.
RAMONA.-
Ven acá, niña, un momento. Está atendiéndole a Hilario.
CATALINA.-
Y ¿está enfermo?
RAMONA.-
¿Enfermo? No… quebrantado. (Indicándole que ha bebido) Él los lunes se quebranta.
CATALINA.-
No vengas, niña, con eso.
RAMONA.-
¡Ay! Esa es mi cruz, Catalina.
TOMASITA.-
(Saliendo) ¿Qué es tía?
Escena XVII
RAMONA.-
(Aparte a Tomasa) ¿Cómo están?
TOMASITA.-
(A Ramona) Dormidos están los dos.
RAMONA.-
Mira, que aquí está una amiga que te quiere conocer.
CATALINA.-
Niña, si es un mujerón.
TOMASITA.-
(Dándole la mano) Tomasa Mota, una servidora.
CATALINA.-
Catalina Mijares, amiga vieja de ustedes. En Pueblo Nuevo nos tiene.
TOMASITA.-
¿Sí?
RAMONA.-
Sí, niña. Ella te vio a ti chiquita.
CATALINA.-
(Contemplando a Tomasa) Dios mío, cómo pasa el tiempo. ¿De seguro tendrá novio?
RAMONA.-
Tiene y no tiene mijita, porque es muy sin fundamento.
CATALINA.-
Así están hoy todos los hombres; pero hay que tenerles calma y llevarlos con paciencia hasta que entren por el aro.
TOMASITA.-
Ja, ja, ja, si es verdad.
CATALINA.-
Ella se ríe, esa como que es su táctica.
TOMASITA.-
Guá, ya lo creo.
CATALINA.-
Yo sé mucho de eso, mijita, no ve que en casa tenemos un caso igual.
RAMONA.-
¿Sí?
CATALINA.-
Sí, niña, la hermana mía, Pilar.
RAMONA.-
Pero, y ella, ¿no enviudó?
CATALINA.-
Pues por eso, quiere volverse a casar; mucho más que quedó con tres muchachos.
TOMASITA.-
Y que quizás le fue bien en su primer matrimonio.
CATALINA.-
Bien no le fue, regular, pero así somos nosotras.
RAMONA.-
Sí, es verdad
CATALINA.-
Y ¿eso de Tomasita es viejo, o son amores que empiezan?
RAMONA.-
No, niña, más de dos años.
CATALINA.-
¿De dos años?, pues ya es tiempo.
RAMONA.-
Precisamente, hoy lo llamó al orden Hilario, y le pidió que fijara un plazo.
CATALINA.-
¿Y lo fijó?
RAMONA.-
Sí, dijo que dentro de seis meses se casaba.
CATALINA.-
Muy bien hecho, así es que se hace.
BRAULIO.-
(Entrando con una taza de café) Aquí está el café, señora Ramona. No tiene ni pizca de dulce.
RAMONA.-
Así es que se necesita, pero yo no se lo mandé a traer para acá.
BRAULIO.-
(Con risa de idiota) Bueno, pero yo lo traje, no ve que yo se pa’ lo que es.
RAMONA.-
Llévaselo tú, Tomasa, y usté vigíleme aquello.
BRAULIO.-
Sí, señor, en un saltico. (Mutis izquierda)
TOMASITA.-
Con permiso. (Mutis derecha)
CATALINA.-
Sí, mijita, que le asiente.
Escena XVIII
RAMONA.-
De manera que ¿Pilar vuelve a casarse?
CATALINA.-
Dios mediante, creo que sí, porque yo no ando jugando. Él es un mozo muy bueno, pero nunca decía nada.
RAMONA.-
Y tú, ¿le hiciste hablar?
CATALINA.-
Ya lo creo. Le dije que ya era tiempo, que llevaba año y medio de amores, y que por lo mismo que Pilar era una mujer ya viuda, pues se prestaba más a las murmuraciones.
RAMONA.-
Así es.
CATALINA.-
Me dijo que dentro de poco se casaba, que a más tardaría seis meses, que ya él todo lo tenía, cama, sillas, escaparate y hasta objetos de cocina.
RAMONA.-
Y ¿es constante?
CATALINA.-
Muy constante; los martes, jueves y sábado, que son los días señalados para su visita, no ha faltado nunca.
RAMONA.-
¿Tres veces a la semana?
CATALINA.-
Sí, y el domingo en la tarde, que ese se lo ha cogido él por su cuenta.
RAMONA.-
Ese es el mejor sistema, ese gorro es una lidia; así mismo es el de aquí; miércoles, viernes y domingo, porque el lunes es de Hilario; sin embargo, él a veces se hace el tonto se lo coge también.
CATALINA.-
Sí, es que están reabusadores y hay que pelarles el ojo, porque si una se descuida…
RAMONA.-
¿Y tiene algo? (Refiriéndose a dinero)
CATALINA.-
No, niña, es un hombre pobre, creo que no tiene ni oficio, eso sí, muy buscador: supone que en un año y medio de amores no le ha hecho a Pilar ningún regalo que merezca la pena; lo único que lleva todos los domingos en la tarde, son tres dulces de a medio y un real de claveles.
RAMONA.-
Pobrecito.
CATALINA.-
Eso sí, muy amoroso y muy lleno de ilusiones, por eso creo que se case; y ya que se llegó el caso te lo voy a decir: esta es la necesidad tan grande que hay en casa y por la cual he ofrecido la misa a la Virgen del Socorro, porque se case Pilar, mijita, porque ya las calumnias y murmuraciones han llegado a un extremo que no es posible. ¡Ay, Ramona, si yo te contara a ti los horrores que nos han acumulado con los dichosos amores de Pilar!
RAMONA.-
Me lo supongo, mijita.
CATALINA.-
Suponte que han llegado hasta decir que Pilar... (Le habla al oído)
RAMONA.-
(Con asombro) Jesucristo.
CATALINA.-
(Llorando) Dime tú, Ramona, decir eso de nosotras, que habremos tenido de todo, pero hemos sido muy honradas; lo que es la familia Mijares, mijita, muy pobre pero muy digna.
RAMONA.-
Pues hija, aquí nos hallamos en un caso parecido. El novio de Tomasita lleva dos años y medio manguareando y la gente hablando, pero ahora sí creo yo que las cosas tomen otro rumbo, primeramente Dios. Ya Hilario le habló bien claro, le dijo que, o se casaba cuanto antes o se retiraba.
CATALINA.-
(Llorosa) Ninguna necesidad tenía Pilar de eso, niña, una mujer con tres hijos que desde que murió el marido ha vivido de su trabajo; pero eso se lo debemos al fulano cinematógrafo del Circo.
RAMONA.-
Mijita, no me hables de eso, que de ahí saltó el de Tomasa también.
CATALINA.-
Pues mijita, que se avispe, porque esos novios de cine son terribles.
RAMONA.-
Júúú, y si son del circo más.
CATALINA.-
¡Ay! mijita, que ese circo ha da’o qué hacer; ¿por qué no lo cerrarán?
RAMONA.-
Qué va, si van a hacer otro. (Viendo a Tomasa que sale) ¿Se tomó el café?
Escena XIX
TOMASITA.-
No lo quiso, yo se lo dejé en la mesa.
RAMONA.-
Y ¿cómo está?
TOMASITA.-
Jesús, vuelto mantequilla.
CATALINA.-
Qué cosa esa de Hilario, ¿tú no le has hecho remedio?
RAMONA.-
Jesús, hija a ese le he hecho cuanto hay.
CATALINA.-
Dale huevos de lechuza.
RAMONA.-
Se los he dado, mijita, fritos, duros, en tortilla, eso no tiene remedio, si él mismo lo dice: que él dejará de beber el día que lo lleven a enterrar, y que si acaso es en tarima, todavía tiene esperanza.
CATALINA.-
Qué desgracia, eso mismo decía el marido de Pilar.
TOMASITA.-
¿Bebía mucho?
CATALINA.-
Ya lo creo, no veía el sol; y el aguardiente lo mató; murió de cirrosis hepática, una enfermedad que dicen que pone el hígado como una parapara.
RAMONA.-
Pobrecito. Y el novio que tiene ahora, ¿no toma?
CATALINA.-
Yo no le visto mareado, pero tomará sus copas, porque eso está muy generalizado; ya no hay quién no beba, niña. Lo que sí sé yo es que es un poco enamorado; precisamente, en esta cuadra, o en la otra, le dijeron a Pilar que tenía unos amores.
TOMASITA.-
¿En esta cuadra?
CATALINA.-
Sí, en esta, o en la otra. Alguna pobre muchacha que estará perdiendo el tiempo, porque mijita, está loco por Pilar.
RAMONA.-
En esta quizá no sea, porque por aquí son contadas las casas donde reciben visitas, no ve que hay pocas muchachas; creo que son tres las casas, ¿no Tomasita?
TOMASITA.-
Creo que sí, e’ pa’ ve (Acordándose) las Longa, las Morgado y aquí; sí, tres son; y los novios Barroso, el turco y Esparragosa.
CATALINA.-
(Con extrañeza) ¿Esparragosa? ¿qué Esparragosa?
TOMASITA.-
Guá, Narciso Esparragosa, mi novio.
CATALINA.-
(Con asombro) ¿Narciso Esparragosa? No, niña. No puede ser.
TOMASITA.-
¿Qué no puede ser?, ¿por qué?
CATALINA.-
Si es Narciso Esparragosa es el novio de mi hermana.
RAMONA.-
No, hija. Ése será otro.
CATALINA.-
¿Cómo otro? No, Narciso Esparragosa, de los Esparragosa del Sombrero, un mozo alto, no mal parecido.
TOMASITA.-
¡Ay, tía, lo que sospecho!
RAMONA.-
¡Pero, será posible! ¡Dios mío, ése hombre será capaz!
TOMASITA.-
Ya lo vamos a saber.
CATALINA.-
¿Cómo?
TOMASITA.-
(Fuera de sí) Llamándole.
CATALINA.-
Y ¿está aquí? (Con asombro)
TOMASITA.-
Sí, pero déjenme sola con él, quiero verle la intención. Usté y mi tía ocúltense en ese cuarto. (Indicando a la izquierda)
RAMONA.-
Pero, niña, si no se sabe si es él.
TOMASITA.-
Sí es él, me lo dice el corazón.
CATALINA.-
(Haciendo mutis izquierda) ¡Ay, Dios mío, qué golpe para Pilar!
RAMONA.-
(Haciendo mutis izquierda) ¡Señor, esto es fin de mundo!
TOMASITA.-
(Llamando derecha) ¡Esparragosa! ¡Esparragosa!
ESPARRAGOSA.-
(Desde dentro) Voy, mijita.
TOMASITA.-
Hágame el favor un momento. (Viniendo hacia la mesa) ¡Qué bandido! (Se pasa la mano por la frente) ¡Ay, a mí me va a dar algo! (Se sienta, apoya los codos en la mesa y llora con la cara entre las manos) Dios mío, quiera usté un hombre, para esto.
Escena XX
ESPARRAGOSA.-
(Saliendo) ¿Qué hay? ¿Qué quieres Tomasita?
CATALINA.-
(Aparte. Desde la puerta) Él es, Dios mío.
ESPARRAGOSA.-
¿Cómo que te duele la cabeza?
TOMASITA.-
Sí.
ESPARRAGOSA.-
Eso fue el poquito de ron.
TOMASITA.-
(Levantando la cabeza con dignidad) Es probable.
ESPARRAGOSA.-
(Reparando que ha llorado) ¿Qué tienes tú? ¿Por qué lloras?
TOMASITA.-
(Disimulando) No, es del humo, que metí en la cocina y el humo me hizo llorar. Siéntate.
ESPARRAGOSA.-
(Aparte. Sentándose) Júúú, aquí hay gato enmochilado.
TOMASITA.-
(Pausa. Mirándolo fijamente) Dígame una cosa, ¿desde cuándo no va usté por Pueblo Nuevo?
ESPARRAGOSA.-
(Disimulando) ¿Yo?, ¿hablas conmigo?
TOMASITA.-
No sé con quién voy a hablar.
ESPARRAGOSA.-
Pues hablándote con franqueza, no sé ni dónde me queda; sé que eso es por allá abajo; pero nunca voy por ahí.
TOMASITA.-
¿De veras?
ESPARRAGOSA.-
Sí, con franqueza.
TOMASITA.-
Sí, yo sé que usted es muy franco.
ESPARRAGOSA.-
Hombre, contigo lo he sido.
TOMASITA.-
Sí, cómo no (Pausa) Y ahora, dígame otra cosa: ¿qué le gustaría a usté para más para casarse, una soltera o una viuda?
ESPARRAGOSA.-
(Escamado) Y ¿a qué viene esa pregunta?
TOMASITA.-
No haga caso a lo que viene y conteste.
ESPARRAGOSA.-
Pues.... la viuda si está fondeada me agrada, pero si no, la soltera; además, esto no es más que un decir, porque tú debes estar convencida de que para mí en el mundo no existe más que tú.
TOMASITA.-
(Con sorna) Cómo no, convencidísima.
ESPARRAGOSA.-
No, no lo digas así, yo creo que te lo he probado.
TOMASITA.-
Sí, cómo no, muchas veces; si yo estoy muy satisfecha. (Pausa) Y dígame: ¿desde cuándo no ve usté a Pilar Mijares?
ESPARRAGOSA.-
(Cínicamente) ¿Pilar Mijares? No conozco esa señora.
CATALINA.-
(Aparte. Que ha estado oyendo) Esto no me lo aguanto yo.
TOMASITA.-
Esparragosa, no lo creí a usté tan cínico (Llora abatida)
ESPARRAGOSA.-
Cínico. ¿Por qué Tomasa?
Escena XXI
CATALINA.-
(Saliendo) Con que no conoce usté a Pilar, so bandido.
ESPARRAGOSA.-
Se hundió Coro y parte de Paraguaná.
RAMONA.-
(Saliendo) Qué bandido va a ser ése, los bandidos son personas delante de ese condena’o.
ESPARRAGOSA.-
(Aparte) Qué aguacero de improperios.
RAMONA.-
Esparragosa, usté es bien sinvergüenza.
ESPARRAGOSA.-
(Aparte) Audacia. (A ellas) Señoras, no sé por qué se permiten ustedes ese lenguaje conmigo.
CATALINA.-
(Amenazándole) Usté es un bicho, un cualquiera. Pero qué pretendía usté, desgraciado, enamorando a mi hermana y a esta niña: ¿se iba a casar con las dos?
ESPARRAGOSA.-
Hombre a mí me gustaría, pero sé que no me dejan.
RAMONA.-
(Fuera de sí) Usté se burla, cará, porque somos tres mujeres. (Yéndosele a las barbas) ¡Grosero, fresco, atrevido, mal hombre, barriga verde! (En este momento aparece Braulio en el dintel de la puerta)
CATALINA.-
Mírenle el arte, canalla. (Se sienta) ¡Ay, cuando Pilar lo sepa!
ESPARRAGOSA.-
Pero un momento, señoras.
TOMASITA.-
Ya basta, tía. Ya basta, deje ese hombre que se vaya, ése que no es más que un andrajo; usté no es hombre, usté es cosa.
ESPARRAGOSA.-
Qué cosa tiene esta niña.
RAMONA.-
Salga ahora mismo de aquí, desocúpeme mi casa, o llamo a Hilario pa’ que lo eche a empujones para la calle: ¡Hilario! ¡Hilario! (Llamando)
Escena XXII
HILARIO.-
(Saliendo) ¿Qué es esto? ¿Qué pasa aquí?
RAMONA.-
Que este bandido engañaba a Tomasita.
HILARIO.-
Pero, ¿cómo la engañaba?
RAMONA.-
Con una hermana de la pobre Catalina, a quien había dado palabra; como aquí de matrimonio.
HILARIO.-
(A Esparragosa) Es posible, Esparragosa. ¿Con que asando dos conejos?
BRAULIO.-
(Acercándose) Dos conejos no, son tres. Ahora lo estoy conociendo, ése es el novio de mi hermana.
HILARIO.-
¿De tu hermana? ¿Quién es esa?
BRAULIO.-
Una que está de sirvienta en la esquina de Las Peláez.
ESPARRAGOSA.-
Deslices, maestro, deslices.
TOMASITA.-
Qué le parece, Dios mío.
CATALINA.-
Qué canalla.
RAMONA.-
Sinvergüenza.
HILARIO.-
Con que deslices, pues deslícese ahora mismo pa’ la calle.
ESPARRAGOSA.-
Pero, escúcheme, maestro.
HILARIO.-
No me diga una palabra
ESPARRAGOSA.-
(A Catalina) Yo pensé romper aquí y después casarme allá.
HILARIO.-
¡Con que romper, so canalla! ¡Apártese de mi vista! ¡Usté no tiene familia! ¡Malaya sea hasta su estampa!
ESPARRAGOSA.-
(Desde el foro) Bien maestro, muchas gracias. (Aparte) ¡Te salvaste Esparragosa! (Mutis foro).
HILARIO.-
¡Qué hombrecito tan terrible! Si me horroriza pensar que echamos un sueño juntos. Pero él no tiene la culpa; las culpables de todo esto son ustedes.
RAMONA.-
¿Nosotras? La culpa es tuya, por tu maldito aguardiente, que no hay respeto en la casa.
HILARIO.-
También te cabe derecho, no bebo más; pero ustedes háganme la caridad de no volver al maldito cinematógrafo.
Telón