La cuenta
del hotel
Obra dramática en tres jornadas
Caracas,
1995
Depósito
Legal
ISBN
980-07-3036-2
PERSONAJES:
DELMIRO
ANGÉLICA,
su novia
JOAQUÍN,
hermano de Delmiro
TESALIO,
amigo de Delmiro
EL
GERENTE DEL HOTEL
EL
CAJERO
Un
parque público.
Delmiro,
Angélica, Joaquín
Delmiro.-
Hoy me siento el hombre más feliz del mundo. Están conmigo mi novia Angélica,
la mujer que mas amo, Dios te guarde; (le da un fuerte abrazo y la besa) y
Joaquín, el hermano a quien más quiero (lo abraza). Que tenga salud y larga vida. Para completar el trío, solo hace falta
Tesalio, mi mejor amigo.
Joaquín.-
oír decir que pasaría pronto por aquí al regresar de sus vacaciones.
Delmiro.-
¿Verdad? ojalá fuera hoy mismo para que nos reuniéramos los cuatro.
Joaquín.-
yo estaría también muy contento.
Delmiro.-
(A Angélica, un poco retraída) ¿Y tú,
Angélica? ¿Qué te pasa? Te veo como preocupada. ¿No te sientes feliz también?
Angélica.-
Yo estoy alegre y estoy triste.
Delmiro.-
¿Triste? Uno no puede estar alegre y triste a un mismo tiempo porque la
tristeza aleja a la alegría y la alegría a la tristeza.
Angélica.-
Si se puedes sentir las dos cosas a la vez.
Delmiro.-
Explícame eso.
Angélica.-
Estoy alegre porque te vuelvo a ver después de un mes y triste porque te estás
comportando como un niño.
Delmiro.-
(Riendo) ¿Como un niño? Eso más bien es un elogio para mí. Recuerda lo que dijo
nuestro Señor: “En verdad os digo que hasta que no os parezcáis a estos niños
no entraréis al reino de los cielos”.
Angélica.- No tomes a broma lo que te digo, hablo en
serio.
Delmiro.-
Explicas entonces lo que pasa.
Angélica.-
No es este el momento. Atiende primero a Joaquín que parece tener prisa
mientras yo voy a llamar por teléfono a mi tía Rosa donde estoy hospedada.
(Sale)
Joaquín.-
Dos años sin vernos. Han pasado volando
y fue en este mismo lugar ¿Te acuerdas?
Delmiro.-
Me acuerdo como si fuera ayer. Era un
día nublado, parecido al de hoy, y tú estabas de prisa por que tenías que coger
el autobús de las cinco como hoy.
Joaquín.-
Y tú tenías que pagar una cuenta en un hotel.
Delmiro.
Sí. Como hoy.
Joaquín.-
Y Angélica estaba triste y alegre como hoy.
Delmiro.
Es verdad. Y Tesalio estaba por llegar.
Joaquín.
La única diferencia es que esa vez nos bebimos un jugo de parchita en aquel
kiosko y hoy no.
Delmiro.-
Vamos a bebernos ese jugo para que todo sea igual.
Joaquín.-
Se me va a hacer tarde. Otro día. (Se separa un poco de Delmiro y lo examina de
pies a cabeza). Tú no has cambiado en
nada. No tienes una sola arruga. En cambio, yo estoy ya pintando canas.
Delmiro.-
Has engordado bastante. Tienes que
rebajar algunos kilos. Debieras caminar
para que rebajes. Yo camino una hora
todos los días. Cuando yo llego a una
ciudad, lo primero que busco es un hotel que esté cerca de un parque. Yo creí que tú ya no vendrías. ¿Recibiste mi
carta?
Joaquín.-
Sí. Y vine a verte antes de que terminen mis vacaciones.
Delmiro.-
¿Por qué no te quedas dos día más? Nos iríamos juntos.
Joaquín.-
Imposible. Se me acabo el dinero y debo
llegar mañana a Bella Vista.
Delmiro.-
Yo también gasté mis traveler cheques y ahora no tengo con qué pagar la cuenta
del hotel. Debo desocuparlo pasado
mañana.
Joaquín.-
¿En qué gastaste tus traveler cheques?
Delmiro.-
si te lo digo me vas a regañar. Solo me
queda lo indispensable para comer en los próximos dos días. Para colmo, dejé la
chequera de mi cuenta en Santa Rita.
Solo traje traveler cheques.
Pensé que me bastarían para los gastos de viaje.
Joaquín.- ¿En qué gastaste tu dinero? ¿En mujeres?
Delmiro.-
No, yo le soy fiel a Angélica. Los gasté
en antigüedades y en unas excavaciones arqueológicas que estoy haciendo.
Joaquín.
Las antigüedades son muy costosas. Tú no
puedes darte ese lujo.
Delmiro.-
(Confuso) Lo sé, lo sé, Joaquín. No me
regañes pero soy muy aficionado a ellas.
Son mi único vicio.
Joaquín.-
Hermano, aprende a sentar cabeza. Ya no
eres un niñito. Recuerda que ya vas por
los veintiún años y que no debes gastar más de lo que ganas.
Delmiro.-
Entendámonos. Yo tengo el dinero para
pagar la cuenta del hotel pero no lo tengo a mano. Tendría que irlo a buscar a mi banco de
Santa Rita que queda a unas horas de aquí por autobús. No hay avión para allá. Yo saldría en la mañana, temprano, dormiría
en Santa Rita y regresaría al día siguiente, pienso dejar el equipaje en mi
habitación para que el dueño no se inquiete si nota mi ausencia.
Joaquín.-
¿Cuánto le estás debiendo?
Delmiro.-
(titubeando) Tres mil dólares, más o menos, pago 80 diarios.
Joaquín.-
¿Tanto así? ¿Por qué no llegaste a un hotel mas barato?
Delmiro.-
Porque mi hotel está situado cerca de una tienda naturista y de un parque para
caminar. Yo soy naturista y me gusta
mucho caminar. Lo que me preocupa en
caso de irme por una noche a Santa Rita es que el gerente del hotel note mi
ausencia, me embargue el equipaje y avise a la policía, pensando que yo me
escapé. ¿Crees que él se dará cuenta?
Joaquín.-
Claro que se dará. Se lo dirá la
camarera al darse cuenta de que no dormiste en el hotel. En qué lío te has metido, hermano. Yo no quisiera dejarte solo aquí, pero tengo
que partir a las cinco. Lo que mas
siento es no poder ayudarte a pagar la cuenta. Solo dispongo de unos pocos
dólares para comer y llegar a casa.
Delmiro.-
¿Qué idea se te ocurre para yo salir de este
apuro? Piensa, Hermanito,
piensa. Tú tienes muchos recursos en tu cabeza. ¿Recuerdas que en mi niñez,
cuando yo cometía una travesura y tenía miedo de que papá me castigara, yo
ocurría a ti como a mi tabla de salvación?
Entonces tú me respondías: “No te preocupes. Voy a buscar en mi saco de
artimañas la que más se ajuste a tu situación.” Luego te quedabas pensativo
unos minutos, revolviendo en tu saco de artimañas hasta que al fin me decías,
con los ojos iluminados: “Ya encontré en mi saco la explicación que le daremos
a papá para que no te castigue.” Y
resulta que siempre encontrabas una razón para justificarme ante papá y me
salvabas de una paliza. Tú eras el
preferido de papá por ser el hijo mayor y por tu buen comportamiento. Por eso te pido, hermano, que revuelvas en tu
saco y busques una solución.
Joaquín.-
(Se queda pensativo como antaño dándose golpecitos en la frente). Déjame ver,
déjame ver.
Delmiro.-
(Después de un corto silencio.) ¿Encontraste algo?
Joaquín.-
Hasta ahora nada. Tu situación actual es
muy diferente a la de aquellos tiempos.
A papá yo podía convencerlo de que te perdonara una travesura pero al
gerente no podré convencerlo de que te perdone tu deuda del hotel. Ni siquiera podría pedirle que te diera la cuenta
a crédito. Todo el mundo vende a
crédito, menos los hoteles.
Delmiro.-
Yo no quiero que el gerente me dé al fiado mi hospedaje ni menos que me lo
perdone. Yo lo que quiero es saber cómo
iré a Santa Rita a buscar el dinero del hospedaje sin que el gerente lo
sepa. Este es el problema.
Joaquín.-
Háblale claro al gerente. Dile que te vas a ausentar por uno o dos días y que
le dejas tu equipaje en garantía para conservar la habitación.
Delmiro.-
No aceptará. Me pedirá que le pague
primero la cuenta antes de marcharme. Y yo no tengo con qué pagársela. Piensa en otro recurso.
Joaquín.-
(Piensa y se golpea la frente.) Antes de viajar
¿No te proveíste de una tarjeta de crédito?
Delmiro.-
No. No me gustan esas tarjetas. Cobran
intereses muy altos. Yo pensé que me
bastarían para el viaje mis cheques viajeros.
Joaquín.-
¿No le telefoneaste a tu banco pidiéndole que te enviara el dinero?
Delmiro.- Sí, pero me respondieron que ellos no
tramitaban esas solicitudes por
teléfono.
Joaquín.-
¿Y sí le envías al banco un telegrama?
Delmiro.-
Tampoco. El banco exige que mi petición
lleve firma autógrafa y el telegrama no la lleva.
Joaquín.-
¿Y si le remites un fax? A los diez
minutos lo habrán recibido y a los
veinte te habrán respondido.
Delmiro.-
El fax es un sistema nuevo que todavía no se ha instalado en Santa Rita.
Joaquín.- ¿Por qué no haces la tramitación banco a banco? Los bancos se entienden mejor entre ellos
mismos.
Delmiro.-
Lo intenté. Pero ningún banco de aquí tiene corresponsal en Santa Rita.
Joaquín.- ¿No conoces a alguien aquí que pueda prestarte ese dinero?
Delmiro.-
No conozco a nadie.
Joaquín.-
Bueno, yo te lo prestaré.
Delmiro.-
¿No acabas de decir que se te acabó el dinero?
Joaquín.-
El del viaje sí, pero no el de mi cuenta en el banco de Bella Vista. Mañana a primera hora, tan pronto llegue a
Bella Vista, te haré la transferencia desde allá. Mañana mismo o pasado mañana, a más tardar,
te llegará el dinero. Tendrás tiempo de
irlo a cobrar antes de dejar el hotel.
Reclámalo en el banco internacional de aquí.
Delmiro.-
Eres maravilloso. Yo sabía que encontrarías el recurso. Cuanto te lo agradezco. (Lo abraza). Te pagaré al regresar a Santa Rita.
Joaquín.-
Hemos venido a este mundo para ayudarnos unos a otros, y con más razón siendo
hermanos.
Delmiro.-
Ojalá todos pensaran como tú. El mundo
seria un paraíso.
Joaquín.-
Yo no estoy Haciendo ningún sacrificio.
No olvides que se trata de un préstamo.
Delmiro.-
Yo lo sé, yo lo sé. Pero aún así tiene
méritos. Me sacas de un apuro.
Joaquín.-
De acuerdo entonces. (Mira su reloj). Es
hora de marcharme y estoy algo retrasado.
Pero antes prométeme que al recibir el giro, te iras inmediatamente a Santa Rita.
Delmiro.-
No necesito prometértelo. Yo estoy
obligado a volver. Debo reintegrarme a
mi trabajo. Joaquín, tú eres el hermano
que yo más quiero. Debiéramos vivir en
la misma ciudad. No estar separados.
¿Por qué no te vienes a vivir conmigo en Santa Rita?
Joaquín.-
(Sonríe.) ¿Por qué no te vienes tú a Bella Vista? Soy tu Hermano mayor.
Delmiro.-
Disfrutamos mucho estando juntos pero un día cualquiera viene la muerte y lo
separa a uno para siempre. Entonces
1amentarmos no habernos reunido con más frecuencia.
Joaquín.-
La vida nos separa contra nuestra voluntad.
(Sale. Entra Tesalio.)
Tesalio.-
Al fin te encuentro, viejo. Te estoy buscando desde ayer en todos los hoteles
de la ciudad. ¿Cómo estás? (Lo abraza).
Delmiro.-
¡Tesalio! ¿Tú aquí? qué grata sorpresa.
¿Sabes quién se acaba de ir? Mi
Hermano Joaquín. Sale esta misma tarde
para Bella Vista.
Tesalio.-
Qué lástima. Me habría gustado mucho
verlo.
De1miro.- ¿Cuándo llegaste?
Tesalio.-
Antes de ayer y debo marcharme mañana.
Yo sabía que estabas aquí pero no en qué Hotel. Entonces me puse a buscarte por todos los
hoteles hasta que di con el tuyo.
Delmiro.-
¿Cómo supiste que yo estaba en el parque?
Tesalio.-
Me lo dijeron en el hotel. Delmiro: me
encuentro en un gran apuro. Estoy sin un centavo. Me robaron mis traveler
cheques ayer en la mañana en el Metro.
Me los sacaron de aquí (se da golpecitos en el bolsillo. trasero del.
pantalón) en un santiamén. El condenado malandro era muy hábil. No me dí cuenta
de nada. Fue en el cuarto de mi hotel,
al entrar, donde me di cuenta del robo. Entonces empecé a sudar frío. Ya podrás
imaginarte mi angustia. Solo y sin dinero en una ciudad extranjera y debiendo
la cuenta del hotel. Una verdadera
vaina.
Delmiro.-
El ladrón no podrá cobrar esos traveler cheques. Para cobrarlos tendría que mostrar tu
pasaporte y firmar personalmente los cheques en presencia del cajero.
Tesalio.-
Lo sé, lo sé, y ya notifiqué al banco la pérdida de los cheques pero no puedo
cobrarlos en seguida. Tendré que esperar
unos meses mientras ellos averiguan.
Maldito caco. No tengo dinero ni
siquiera para pagar el autobús. ¿Podrías
prestarme trescientos dólares? Te los
devolveré tan pronto llegue a Santa
Rita.
Delmiro.-
Yo estoy en tu misma situación. No tengo
con qué pagar la cuenta del hotel. Yo podría entregarte ese dinero mañana en
que recibiré un giro que me hará Joaquín. ¿Te sirve?
Tesalio.-
Yo debía partir mañana precisamente.
Delmiro.-
Quédate hasta pasado mañana y nos iremos juntos.
Tesalio.-
¿Es seguro que recibirás mañana ese giro?
Delmiro.-
Seguro. Tú sabes que Joaquín es un hombre responsable.
Tesalio.-
¿A qué hora más o menos lo recibirás?
Delmiro.-
Yo calculo que en las primeras horas de la mañana. Pasa buscándome aquí mismo mañana a las
10. Luego nos iremos al banco. Mientras tanto, arréglate con estos veinte
dólares. Yo me quedo con otros veinte.
Tesalio.-
(Coge los veinte dólares). Me servirán
para comer hasta mañana. Gracias. Muchas
gracias. Eres muy bueno.
Delmiro.-
Yo no soy tan bueno como tú dices.
Tesalio.-
¿Por qué dices eso?
Delmiro.-
(vacilante).- Solo a ti te diré lo que me pasa.
Hay noches en que despierto asustado, con la conciencia mala, como si
hubiera cometido un gran pecado, un gran delito. Como si tuviera una deuda que
debo pagar pronto, a corto plazo. Me
siento culpable pero no sé de qué. Me
hago un examen de conciencia y trato de recordar ese pecado o delito, pero no
lo encuentro, no lo recuerdo. Mi
conciencia no me reprocha nada en concreto, en particular, pero me siento
culpable. Entonces, me pongo a rezar
para tranquilizarme y le pido perdón a Dios por mis pecados. Al fin me duermo, pero al pasar unas pocas
noches me vuelvo a despertar con esa misma conciencia de culpa. Por eso te digo que yo no soy bueno. Si lo fuera, no me sintiera culpable. Uno se siente culpable cuando es malo. ¿No te pasa lo mismo?
Tesalio.-
Yo duermo como un tronco. Solo despierto
una vez en la noche para ir a orinar.
Delmiro.-
Tú tienes el sueño de los justos, yo no.
Tesalio.-
Tú exageras lo que te ocurre. Si te
crees malo, eso ya es una señal de que no lo eres, de que eres bueno.
Delmiro.-
En mi infancia, yo atormentaba a un gallo que había en el corral de la casa. Yo
odiaba a aquel pobre animal sin saber por qué.
Yo entraba al corral, me aseguraba de que no había nadie cerca y
empezaba a perseguir al gallo por todo el corral hasta que él, rendido, se
echaba al suelo, con el plumaje erizado de miedo y gritando para que no lo
atormentara. Yo lo golpeaba con los
puños hasta dejarlo sin sentido. Esto se
repetía al día siguiente, siempre delante de las gallinas ante las que se
pavoneaba cuando no me veía.
Tesalio.-
Yo también atormenté y maté animales pero no me siento culpable. Yo era un niño y no sabía lo que hacía. Hoy sería incapaz de hacerles daño.
Delmiro.-
¿Tú piensas que no eres responsable de tus maldades de niño?
Tesalio.-
No, porque yo no tenía entonces uso de razón.
Delmiro.-
Ahí está tu error. Ese es un criterio de abogado. Un niño es también
responsable de sus maldades, cualquiera que sea su edad. Todos, grandes y
pequeños, llevamos, por dentro, el mal. Lo llevamos en los repliegues más
secretos de nuestra conciencia y nuestra subconsciencia, y tenemos que
responder por él y explicarlo.
Tesalio.-
(escéptico) ¿Algo parecido al pecado original, al pecado de haber nacido? Ese es tema largo para discutir. Ahora no tengo tiempo para eso. Otro día será. Ahora debo ir al consulado donde tengo una
cita y ya es la hora. Hasta mañana. (Sale. Entra Angélica).
Angélica.-
Ahora ya estamos solos. Explícame ese
largo silencio tuyo. No he recibido ni
una sola carta tuya desde hace un mes, desde que saliste de Santa Rita. Yo estaba angustiada creyendo que te había
pasado algo malo.
Delmiro.-
pero yo te escribí varias veces ¿cómo es posible que no las hayas recibido?
Eran unas cartas bellas, apasionadas, como nunca había escrito otras. Me quejaré al correo tan pronto llegue a
casa.
Angélica.-
(Crédulamente) ¿tú crees que fue culpa del correo?
Delmiro.-
¿Y de quién más puede ser? La culpa no
fue mía. Te lo aseguro.
Angélica.-
Perdóname entonces, y yo que había
pensado mal de ti. Estoy avergonzada.
Delmiro.-
¿Qué pensaste?
Angélica.-
(Ruborizándose). Que te habías enamorado
aquí de otra mujer y que me habías olvidado.
Delmiro.-
¡Angélica! ¿Cómo se te ocurrió pensar eso?
¿Olvidarte yo a ti? Jamás. Primero dejará de salir el sol antes de yo
olvidarte. (La abraza). La única mujer que yo he tenido aquí se llama
Arqueología.
Angélica.-
(separándose de él.) ¿Arqueología? ¿Quién es ella? ¿Cuándo la conociste?
Delmiro.-
No te preocupes, querida. Me refiero a
la ciencia de la Arqueología. Ya tú
conoces mi afición por ella.
Angélica.-
Ah! Que tonta soy. No me había dado
cuenta.
Delmiro.-
La Arqueología que es lo que más amo después de ti y con la que espero ganar
fama y dinero que compartiré contigo. Si
vieras las piezas y los cacharros que he encontrado en mis excavaciones. Son un tesoro. Pronto los conocerás.
Angélica.-
Delmiro, yo he venido a buscarte. Ya
debieras estar desde ayer en Santa Rita. Tu patrono llamó para preguntar por
qué no te habías reincorporado al trabajo. Parecía enojado. Que te daba dos días de plazo para que te
reincorporaras. Hasta el jueves.
Delmiro.-
¿Qué le respondiste tú?
Angélica.-
Tuve que mentirle a mi pesar. Tú sabes
que no me gusta mentir. Le dije que
estabas enfermo.
Delmiro.-
No mentiste. Tú creías en verdad que yo
estaba enfermo por que no te había escrito.
Angélica.-
Partamos esta misma noche. Vamos al
hotel para que arregles tu equipaje.
Delmiro.-
¿Esta misma noche? ¿Así tan de
pronto? Déjame pensar eso.
Angélica.-
Esta misma noche, cariño. Viajaremos toda la noche y mañana temprano llegaremos
a Santa Rita y te presentarás en seguida al trabajo.
Delmiro.-
(Mirando su reloj.). Ya son las seis de
la tarde. Es un viaje muy
festinado. A mi no me gusta hacer las
cosas con tanta brusquedad. ¿Por qué no
partimos mejor mañana, después de almuerzo?
Angélica.-
Mañana puedes aplazar de nuevo el viaje.
Es mejor ahora, cariño. Compláceme.
Vamos. (Le torna la mano). Así
estaré yo más tranquila y tú también.
Delmiro.-
Escúchame, Angélica. Yo no soy hombre que toma esas decisiones tan repentinas. Yo
necesito reflexionar cada paso que doy, madurarlo.
Angélica.-
(Con suave reproche). Te hablo así porque te conozco. Te gusta aplazar las
cosas. Ya llevamos tres años de noviazgo siempre estás aplazando el matrimonio.
Delmiro.-
Este año nos casaremos. Sin falta. Créeme, mi amor.
Angélica.-
(Con tono desencantado). Te lo he oído decir tantas veces.
Delmiro.-
Tú sabes muy bien. Por qué no me he
casado antes contigo. Hasta que no ahorre lo suficiente para comprar nuestro
apartamento no podré casarme contigo.
Angélica.-
¿Para qué esperar tanto?: pagando una cuota inicial a un banco se puede
adquirir un apartamento. Casi todo el mundo hace eso.
Delmiro.-
yo no quiero deberle un solo céntimo a un banco. No me gusta tener deudas. Quiero vivir en un
apartamento mío, todo mío. ¿Y si pierdo el empleo después de obtener el
préstamo? ¿Si me despiden del trabajo por “reajustes” internos como ellos dicen
o por mala Situación de la empresa? Si
eso ocurre, no podré seguir pagando las cuotas del apartamento y el banco acabará
por embargarlo y rematarlo. Y habré perdido todo mi dinero. Y tú y yo y
nuestros hijos quedaremos en la calle. En Cambio, si el apartamento es solo nuestro, nadie nos podrá
echar.
Angélica.-
¿Por qué piensas que perderás tu empleo?
Sé más optimista, piensa lo contrario: que serás ascendido en tu
trabajo. Así se comportan los demás.
Delmiro.-
En este país no se puede ser
optimista. Aquí todo está cambiando de
un día para otro, y cambiando para lo peor.
Angélica.-
¿Cuánto tiempo te falta para reunir el precio completo de un apartamento?
Delmiro.-
Unos dos años. Será un apartamento de dos habitaciones y dos baños, situado
frente a un parquecito donde yo pueda caminar y tú llevar a los niños.
Angélica.-
(Compungida) ¿Hay que esperar dos años más para casarnos? ¿No acabas de decir que nos casaríamos este
año? ¿Quién te entiende a ti?
Delmiro.-
Dos años pasan volando. Uno no se da
cuenta.
Angélica.-
Serás tú el que no se da cuenta, pero yo sí me doy cuenta.
Delmiro.-
Vale la pena esperar un poco más. Se trata de nuestra seguridad.
Angélica.-
Dos años más es demasiado. ¿No te das cuenta que envejecemos? Corramos el
riesgo. Si pierdes tu empleo, se busca otro. Hay tanta gente que compra por
cuotas sus apartamentos sin pensar que perderán su empleo.
Delmiro.- La gente no es previsiva.
Angélica.-
El tiempo acaba con el amor. Yo no estoy
segura de que tú me sigas amando dentro de dos años.
Delmiro.-
Te querré más que ahora. Tú eres la
única mujer que yo he amado y no amaré a otra.
Angélica.-
(Persuasiva.) Delmiro, los hijos hay que tenerlos cuando uno es joven. Así
nacen más fuertes y hermosos. Lo dicen los médicos. La edad ideal para tener
hijos es entre los veinte y los treinta y dos. Yo estoy en los treinta y dos y
tú vas para los treinta y siete. No sigamos esperando para comprar ese
apartamento. ¿Por qué no te vienes a vivir en nuestra casa? Nuestra casa es
espaciosa, tú la conoces muy bien, y está bien situada. Tiene todas las
comodidades. Mamá, ya te lo he dicho, estará encantada de cedernos la planta
alta para que vivamos más independientes, y ella se reservará la planta baja. La pobre anhela un nieto. Decídete, querido. Compláceme.
(Lo abraza) Mamá y yo te cuidaremos como a un bebé. Yo quiero tener mi bebé
para este año. Nos casaremos en tres meses y vendrás a vivir en nuestra casa. ¿Verdad querido? Decídete.
Delmiro.-
(Indeciso, rascándose el cuello). La verdad es que no sé qué responderte. Les
agradezco mucho el ofrecimiento pero temo que yo haría un mal papel yéndome a
vivir en casa de ustedes. La gente dirá que estoy arrimado a mi suegra, que
vivo a costillas de ella.
Angélica.-
No te importe lo que diga la gente. Tú nos
vas a vivir arrimado. Tú le vas a pagar a mamá el mismo alquiler que pagas
por tu cuarto en tu pensión. Si quieres pagarlo.
Delmiro.-
Oh no. De mudarme yo para tu casa sería a condición de pagar tu pensión y la
mía.
Angélica.-
Como tú quieras. ¿Te vienes entonces a casa?
De la Iglesia, después del matrimonio, iremos a casa a celebrarlo. Ese mismo día, por la noche, nos escaparemos en
luna de miel por ocho días. Yo tengo escogido un lindo hotel en la playa. Eso es.
No se hable más del asunto.
Delmiro.-
No te apresures. Déjame pensar eso un poco más.
¿Tú no podrías venirte a vivir conmigo a la pensión? No estaremos tan
cómodos como en casa de tu mamá pero al menos yo conservaría mi independencia,
una suegra es una suegra, tú sabes. Yo quiero mucho a tu mamá pero quiero más
mi independencia.
Angélica.-
¿Vivir en una pensión con extraños teniendo a nuestra disposición toda la
planta alta de nuestra casa? ¿El cuarto en que vives tiene capacidad para los
dos?
Delmiro.-
No te preocupes por eso. Yo le pediré a la dueña de la pensión la habitación
más amplia de la casa.
Angélica.-
Como tú quieras. Yo te seguiré adónde tu vayas no solo porque te quiero, sino
porque es también mi deber. ¿Cuándo
hablarás con la dueña?
Delmiro.-
Tan pronto llegue a Santa Rita.
Angélica.-
Recuerda que el año pasado hiciste la misma promesa y no la cumpliste.
Delmiro.-
Porque mi madre enfermó gravemente y murió en esos días.
Angélica.-
(dubitativa) Quiero decirte algo pero no sé cómo empezar.
Delmiro.-
Habla con toda confianza.
Angélica.-
Bueno... La gente empieza a hablar de nuestro noviazgo. Se burlan de mí.
Delmiro.-
¿Qué dicen?
Angélica.-
Que ha durado demasiado y que tú no te vas a casar conmigo.
Delmiro.-
Las malas lenguas siempre están buscando un pretexto para estar activas. No hay que hacerles caso.
Angélica.-
Dicen que nuestro noviazgo es un caso especial.
Que en el pueblo no se había conocido un noviazgo tan largo. Que vamos a llegar a viejitos siendo novios.
Delmiro, en los pueblos no se ven con buenos ojos los noviazgos muy
largos. La gente empieza a hablar mal de
los novios, pero más de ella que de él.
Delmiro.-
(Preocupado). ¿Hablan de ti? ¿Por qué no me lo habías dicho antes? Angélica.-
Por que esperaba que tú mismo te dieras cuenta.
Pero tú no te das cuenta. Además, tú podrías pensar que yo te estaba
presionando para que te casaras conmigo.
Y a mí me disgusta presionarte.
Delmiro.-
Entonces habrá que anticipar la boda.
Angélica.-
Algunas amigas me aconsejan que rompa relaciones contigo.
Delmiro.-
No tú no harás eso. ¿Qué sería de mí si tú me abandonas? Caería en la tristeza y en la soledad más
profunda. Tú no romperás conmigo ¿verdad
que no?
Angélica.-
Yo necesito pensar también en mi misma y en mamá. Yo necesito un bebé (Con voz quebrada, próxima
al llanto) ¿Qué hombre se va a casar
conmigo después de este noviazgo tan largo contigo, conoces a los hombres de
aquí. Son unos machistas. Para casarse
exigen que su futura esposa no haya
tenido novio. Cada uno quiere ser su primer novio. Lo menos que dicen de una mujer que ha tenido
novio es que está muy besuqueada.
Delmiro.-
Es el colmo. ¿Cuándo se civilizará esa gente?
A mí no me habría importado que tú hubieras tenido novio.
Angélica.-
Menos mal que sigo siendo virgen. Porque si no lo fuera, yo no habría podido
casarme en el ambiente machista si lo hubiera hecho, mi marido habría formado
un escándalo horrible. Me habría devuelto a mi familia el mismo día de la boda
como le ha ocurrido a muchas.
Delmiro.-
A mí no me habría importado que tú no hubieras sido virgen. Lo que importa es
el amor y la lealtad.
Delmiro.-
Yo aprecio con toda el alma ese sacrificio que has hecho, pero déjame decirte
que no ha sido unilateral, yo te he correspondido. Yo no he tenido mujer.
Angélica.-
¿Que no has tenido mujer?
Delmiro.-
Así como lo oyes. Y no es porque me
hayan faltado ganas, muchas ganas, pues me considero un hombre completo. Pero lo Hacía por ti. Porque si tú me eras fiel, yo pensé que yo
también debía serte fiel. Desde que nos conocimos en el liceo, cuando éramos
uno adolescentes, yo te amé desde el primer día y juré serte fiel.
Angélica.-
Ahora que lo sé todo, te quiero más. (Lo abraza). Dime: ¿No temías que se burlaran de ti tus
compañeros? Vivimos en un ambiente muy
machista, tú bien lo sabes.
Delmiro.-
Empezaron a burlarse, pero la culpa fue
mía, un día se lo confesé a un amigo a
un compañero de oficina, y él se lo dijo
a los demás. La noticia se regó en poco tiempo. Vinieron hacia mí y empezaron a
gastarme bromas de mal gusto, a reírse de mí como no te imaginas. Yo estaba muy
avergonzado. Le reproché a ese amigo su
indiscreción, y él me dijo que había sido indiscreto por mi propio bien, para
que yo dejara de ser virgen por que un hombre no era hombre de verdad hasta que
no tenía mujer. Entonces se pusieron todos de acuerdo para llevarme a un burdel
esa misma noche y me amenazaron con que si no iba me retirarían su amistad e
iban a pensar que yo era un impotente o un homosexual.
Angélica.-
¿Y tú fuiste al burdel?
Delmiro.-
Tuve que ir. Una vez en el burdel, cuando estuve solo en el cuarto con la
muchacha que me destinaron...
Angélica.-
No me sigas contando, te lo suplico. (Intenta taparse los oídos)
Delmiro.-Oye,
mi amor, oye, para que sepas lo que te quiero. Una vez en el cuarto, yo le dije
a aquella infeliz, muy bonita por cierto, que yo no iba a hacer el amor con
ella porque tenía mi novia y quería serle fiel, pero que yo de todos modos le
pagaría sus servicios, y hasta el doble, si ella le decía a sus compañeros que
lo habíamos hecho. Ella estuvo de acuerdo y cumplió su palabra. Y hasta me
elogió como hombre. Mis amigos me abrazaron y celebraron lo ocurrido con whisky
y champaña.
Angélica.-
(No satisfecha, algo triste). De todas maneras, yo habrá preferido que no
hubieras ido al burdel. No debió importarte que se burlaran de ti. Habría sido
más bello y valiente de tu parte desafiar su opinión. Pero a ti te gusta estar
bien con Dios y con el Diablo.
Delmiro.-
Amor, si no hubiera ido al burdel, me habrían hecho la vida imposible y habría
tenido que abandonar el trabajo.
Entonces no habría podido casarme contigo. Ahora todos son amigos míos. A
veces, en la vida, tenemos que transigir siempre que no traicionemos a nuestra
conciencia.
Angélica.- No hablemos más del asunto. Ahora vamos al hotel para que hagas tus
maletas y nos marchemos esta misma noche.
Delmiro.-
(Embarazado). Había olvidado decirte que en este momento no tengo dinero para
pagar el hotel. Lo tengo en mi banco de
Santa Rita pero no puedo trasladarme allá.
Angélica.-
¿Cuánto le estás debiendo al hotel?
Delmiro.-
Unos tres mil dólares.
Angélica.-
¿Tanto así? De yo tenerlos, te los
prestaría con mil amores. Solo tengo mil. Son tuyos.
Delmiro.-
Eres muy generosa, pero no hace falta. Joaquín me enviará el dinero mañana o
pasado mañana desde Bella vista,
Angélica.-
(Después de una pausa). Está bien, te esperaré hasta pasado mañana.
Delmiro.-
Nos iremos ese día sin falta. Ahora te invito a almorzar.
Angélica.- Acepto, pero deja que yo pague el almuerzo
porque tú estás escaso de fondos. (Salen)
JORNADA
SEGUNDA
En
el mismo parque al día siguiente y a la misma hora
Angélica,
Joaquín.
Angélica.-
Delmiro se va a sorprender mucho de verlo regresar tan pronto.
Joaquín.-
Yo no regresé. Yo me quedé en la ciudad. Porque perdí el último autobús. Lo
siento por Delmiro. Ya no podrá recibir el giro hoy en la mañana. Será pasado
mañana.
Angélica.-
Él está pendiente de ese dinero. Está desesperado por irse de aquí.
Joaquín.-
No creo que lo despidan por que llegue al trabajo con Joaquín un día de
retraso. Mis vacaciones también terminan mañana. Las próximas las pasaré en el
Sur con mi mujer. Este año ella no me acompañó por que le está guardando luto a
una tía. Espero que para el año entrante, tú y Delmiro estén ya casados y nos acompañen.
¿Te gusta la idea?
Angélica.-
(Soñadora.) Viajar juntos los cuatro sería maravilloso. Desde mi niñez he
anhelado conocer esos lugares.
Joaquín.-
Cásense este año. No deben esperar más tiempo.
Cásense y pasen la luna de miel en el Sur.
Angélica.-
Tú sabes que mi matrimonio no depende de mí sino de Delmiro. Si dependiera de
mí, hace tiempo que ya estuviéramos casados.
Joaquín.-
No puedo comprender por qué Delmiro no se ha casado todavía contigo. Eres una
mujer bella, honesta, discreta, bien educada, que conoce todos los oficios del
hogar y que haría feliz al hombre más exigente...
Angélica.-
(Ruborizándose.) Por favor, Joaquín, no siga hablando en esos términos. Usted
es muy bondadoso, usted exagera. Yo no soy lo que usted piensa. Yo tengo muchos
defectos.
Joaquín.-
Más bien me he quedado corto. Muchas estrellas de cine quisieran tener tu
belleza.
Angélica.-
¿Cuá1es fueron los lugares que más le gustaron en su viaje?
Joaquín.-
Te pones colorada y eso te hace más bonita.
Más que si te pintaras porque nunca te he visto pintada. Pero dime un defecto tuyo, uno solo. Tengo
curiosidad por saberlo.
Angélica.-
(Riendo.) Son muchos. Si se los dijera,
usted se horrorizaría y no desearía ser mi cuñado. Pero ya que se empeña en
conocerlos, le confesaré el primero. Yo soy muy egoísta. Pienso demasiado en mi
misma, en mi propio bienestar y no en el de los demás, cuando debe ser lo contrario.
Joaquín.-
No estoy de acuerdo contigo. Yo sé que
tú le dedicas dos horas diarias a un orfelinato sin recibir ninguna
remuneración.
Angélica.-
Cuidar huérfanos no es ningún sacrificio para mí sino un placer. Yo amo a los niños y me divierto mucho
tratándolos. Otro defecto mío es que soy
muy orgullosa. A veces no transijo en las discusiones por orgullo, porque creo
tener siempre la razón.
Joaquín.-
Tampoco es verdad. Yo sé que tú sales a pedir limosnas en la ciudad para el
orfelinato. Una alta dama a quien
acudiste para una contribución, ni siquiera te recibió. Y cuando eras niña le
hurtabas dinero a tu mamá para dárselo a los pobres. Pedir es humillarse, luego no eres orgullosa.
Angélica.-
Pedir limosnas no es ninguna humillación para mí porque yo las pido para otros.
Sería humillación si las pidiera para mí.
Joaquín.-
Aunque lo niegues, eres un ángel. Eres digna del nombre que llevas Angélica.
Angélica.-
¡Ah! Ese nombre. Me habría gustado que
me pusieran otro. Ese nombre es un tremendo compromiso para mí. Y también esa fama de ángel que me han dado.
Joaquín.-
¿Qué? ¿No te gusta tu nombre? A mí me parece muy bonito.
Angélica.-
(Festivamente.) Mi nombre es para mí como una cárcel. Él es el responsable de
que yo me comporte como usted dice.
Joaquín.-
¿Tu nombre? Yo creía que la religión y tu buen hogar eran las causas de tu
angélico comportamiento.
Angélica.-
Nada de eso. Yo soy una prisionera de mi nombre, un producto de mi nombre. A veces quisiera llamarme diabólica para
permitirme alguna travesura.
Joaquín.-
También te gusta bromear ¿Eh?
Angélica.-
Excúseme que lo deje. Tengo que hacer una llamada urgente a Bella Vista. Cuando
llegue Delmiro, con quien tengo cita aquí, dígale por favor que me espere. No tardaré en volver. (Sale. Entra Delmiro.)
Delmiro.-
¡Joaquín! ¿Tú aquí? ¿No fuiste a Bella Vista?
Joaquín.-
No pude ir. Me dejó el autobús. Llegué
al terminal con cinco minutos de retraso por causa del tráfico. Anoche dormí en
un banco en el terminal de pasajeros.
Delmiro.-
Qué contrariedad. Esto no lo esperaba yo. Yo tengo que pagar la cuenta del
hotel.
Joaquín.-
No te preocupes. Hay otro autobús que sale esta tarde temprano. Ya reservé
puesto y dejé depositado mi equipaje en el terminal. Yo llegaré amaneciendo a
Bella Vista y en vez de ir directamente a casa desde el Terminal, me trasladaré
al banco en taxi a ponerte ese giro. Mañana, antes de las doce, lo recibirás,
justamente antes de que desocupes tu habitación.
Delmiro.-
Dios te oiga porque de lo contrario pasaría un rato muy malo. Si tu giro no
llega ¿Qué le responderé al gerente
cuando me presente la cuenta? ¿Que no tengo con qué pagarla? Prefiero que me
trague la tierra. Han tenido tantas atenciones conmigo. Me han tratado a cuerpo
de rey porque creen que soy un personaje muy importante. Se decepcionarán y me echarán a. patadas
cuando yo les diga:
“Señores,
les ruego que me excusen pero en este momento yo no tengo dinero con qué
pagarles.” ¿Te imaginas mi vergüenza? Ponte en mi pellejo. Del hotel saldré para la cárcel y sin
equipaje. A mí me horroriza que me
secuestren el mío. En esas maletas llevo
un tesoro.
Joaquín.-
¿Un tesoro de qué? ¿De joyas, de barras
de oro? Si es así, ¿por qué estás tan
preocupado por dinero? Vende esas joyas
hoy mismo y pagas tu deuda.
Delmiro.-
Yo no hablo de un tesoro material sino cultural. En esas maletas llevo el
producto de mis investigaciones arqueológicas. Estoy a punto de descubrir una
nueva civilización que floreció en América antes de los mayas, los aztecas y
los incas. Son cacharros de barro cocido de los que nunca me separo. Para mí
valen más que el oro y las piedras preciosas, pero nadie los comprará a no ser
un museo o un coleccionista, si acaso. Sigue pues revolviendo en tu saco. ¿Qué se te ocurre? ¿Has perdido la
inspiración? ¿Recuerdas aquella vez en que me salvaste de una tunda que me iba
a dar papá porque yo le levanté a la criada Micaela la falta del vestido?
Micaela te denunció pero tú convenciste a papá de que había sido el viento y no
yo el que levantó aquellas faldas. ¿No
podrías convencer ahora al gerente de que...?
Joaquín.-
(Después de una breve cavilación.) Eso es imposible, Delmiro. El gerente no es
como nuestro padre. Un gerente es un hombre inflexible, implacable. Contra un
hombre así, yo no encuentro ningún recurso sino pagar.
Delmiro.-
Ahí viene el gerente, precisamente.
Joaquín.-
(Con voz rápida, un poco más baja.) Para el caso de que mi giro no te llegue
mañana por una u otra causa, dile ahora mismo al gerente que decidiste aplazar
tu salida y que continuarás ocupando la habitación. Entra el gerente. Es un
hombre cincuentón, calvo, gordo, colorado y con lentes al aire.)
El
gerente.- (respetuosamente.) Buenos días, señores. (Inclinándose ante Delmiro.)
¿Cómo está su salud, don Delmiro?
Delmiro.-
Buenos días, señor gerente. Le presento a mi hermano Joaquín quien está de paso
en la ciudad.
El
gerente.- ¿Por qué no llegó a nuestro hotel, como su hermano?
Joaquín.-
Su hotel es muy caro para mí. Yo acostumbro hospedarme en hoteles de dos
estrellas, no de cuatro.
El
gerente.- Vale la pena pagar dos estrellas más. Se siente usted con más clase.
Joaquín.-
A mí no me importa eso. Yo me siento bien en mi clase.
El
gerente.- Debe importarle porque usted es un hombre de negocios. La jerarquía
social de las personas se conoce por la clase de hotel en que se hospedan. No
lo digo por usted, bien entendido. Venga a nuestro hotel y verá mejorar sus
negocios. Don Delmiro lo conoce y está
muy contento con nuestros servicios. ¿Verdad, don Delmiro?
Delmiro.-
Yo no siento el mismo entusiasmo que usted.
El hotel tiene fallas que deben corregirse para que sea más cómodo a los
huéspedes.
El
gerente.- (Sorprendido, contrariado.) ¿Fallas dice usted? Es la primera vez que
lo oigo decir. Todos los huéspedes se marchan encantados del hotel. Yo no les
oigo sino elogios. Me extraña ese juicio suyo.
Delmiro.-
Yo prefiero ser sincero y decirle lo que anda mal para que mejore el hotel. ¿O
es que usted prefiere oír los elogios a las críticas? Los elogios son muy
gratos de oír, las críticas no. Si usted
no quiere oír mis críticas, me callo. (Breve pausa.)
El
gerente.- Bueno. Diga sus críticas. Si son justas, las oiré.
Delmiro.-
En primer lugar, en la cocina del hotel hay cucarachas, muchas cucarachas. Yo
las he visto de noche correr sobre los platos, en la cocina, ahí, en los mismos
platos donde le sirven a uno la comida. Hay que exterminar cuanto antes a esos
bichos asquerosos con repetidas fumigaciones.
El
gerente.- Señor Delmiro, yo siento un gran respeto por sus juicios, pero
permítame no estar de acuerdo con lo que ha dicho. Esa cocina es fumigada
diariamente e inspeccionada personalmente por mí. Es seguro que usted vio
buñuelos fritos o algo por el estilo parecidos a cucarachas y los confundió con
ellas. ¿Qué otra falla ha observado?
Delmiro.-
He visto también en algunas noches ratas enormes corriendo por el patio. No me
dirá usted que esas ratas sean huéspedes deseables en un hotel de cuatro
estrellas.
El
gerente.- ¿Ratas? Ah ya sé a qué se refiere usted. No son ratas sino ardillas
que vienen del parque vecino en busca de alimento que le arrojan los mismos
huéspedes. Migas de pan, granos. ¿Qué
otra falla ha observado usted?
Delmiro.-
El servicio de las habitaciones es lento. Con frecuencia la camarera tarda en
traerme el desayuno a la habitación.
El
gerente.- Lo que pasa es que usted es algo impaciente, don Delmiro, y perdóneme
la observación. Usted exige que le sirva la camarera el desayuno en tres
minutos, y eso es imposible. Usted no es
el único pasajero del hotel. Aquí hay por término medio 250 huéspedes diarios. ¿Puede
señalar otra falla?
Delmiro.-
¿Para qué si usted no oye o no quiere oír la verdad? Además, es la falla más grave.
El
gerente.- Dígala. Se lo agradezco.
Delmiro.-
En el hotel hay suciedad, basura, malos olores.
Desde hace días hay montones de bolsas de basuras en la parte trasera
del hotel. ¿Qué esperan ustedes para llevárselas de allí? ¿Que estalle una
epidemia?
El
gerente.- Usted tiene razón, don Delmiro, pero el hotel no es culpable de que
haya basura sino el aseo urbano que se declaró en huelga. Toda la ciudad está
sucia, muy sucia, hoteles de cinco estrellas, hoteles de lujo, hospitales,
escuelas, ministerios, bancos, calles. ¿Usted no se había dado cuenta? ¿No ha visto las calles llenas de basura?
Joaquín.-
Excúselo, señor. Mi hermano vive en otro mundo, en las edades primitivas. El
pasa su vida soñando con grandes descubrimientos y otras cosas por el estilo.
Delmiro.-
Señor gerente: voy a pedirle dos cosas. La primera es que le ordene a la
camarera que me traiga mañana, para el desayuno, caviar con champaña fina, la
de la Viuda; salmón ahumado, revoltillo de huevos fritos y un plato de frutas
tropicales. ¿De acuerdo? Y que no se me haga esperar como otras veces.
El
gerente.- Será complacido, don Delmiro. ¿Qué otra cosa?
Delmiro.-
Mi segundo deseo es que no comprometa mi habitación para mañana por que he
decidido prorrogar mi permanencia aquí.
El
gerente.- Imposible, don Delmiro, y lo siento mucho. Su habitación ya está comprometida con otro
cliente. Usted debe desocuparla mañana antes
de las tres de la tarde. Usted mismo me anunció que se iba.
Delmiro.-
Cancele esa reserva, señor gerente, con cualquier excusa.
El
gerente.- Imposible. Su habitación seré ocupada por el ministro de deportes de
Franconia, quien me fue recomendado por nuestro ministro de turismo. Incluso el
nuevo huésped pagó por anticipado el precio de su hospedaje. Yo no puedo ya
volverme atrás. Recuerde que los hoteles viven del turismo.
Delmiro.-
(En tono de reproche.) Usted no debió comprometer mi habitación antes de yo
marcharme. Debió esperar mi salida, al menos por cortesía.
El gerente.-
No esperé hasta el momento de su salida
por que debía dar al ministro de turismo una respuesta inmediata. El me
preguntó que si había una habitación disponible y yo le menciona la suya. El
ministro de deportes de Franconia viene
invitado por su colega, el de turismo, a un congreso sobre esta materia en la
ciudad. Él no debe dormir en la calle.
Delmiro.-
No estoy satisfecho con esa explicación. Insisto en que usted debió esperar a
que yo me marchara. Así habría obrado yo de estar en su puesto. Yo tengo
derecho a exigirle más delicadeza, más cortesía, aunque solo sea por mi largo
hospedaje.
El
gerente.- En condiciones normales sí, señor Delmiro, pero no en una situación
como la presente. Recuerde, por otra parte, que no es la primera vez que usted
fija una fecha para partir, como le dije antes, y sin embargo, al llegar esa
fecha, no ha partido sino que ha fijado otra y nosotros siempre lo hemos
complacido, a veces en nuestro perjuicio. ¿No es cierto? (Silencio de
Delmiro) ¿No le hemos dado siempre plazo
tras plazo? Pero viene un momento en que
no se le pueden dar mas plazos por que tales aplazamientos desvirtúan la
función del hotel que es la de hospedar a personas que permanecerán en él por
poco tiempo, que están de paso. De lo contrario, si la gente se queda por mucho
tiempo, este hotel se convertiría en una pensión o en otra cosa, pero dejaría
de ser un hotel. ¿Comprende usted? Le quedaré pues profundamente agradecido que
desocupe la habitación mañana antes de las 3 de la tarde.
Delmiro.-
¿No podría usted mudarme para una habitación más pequeña del hotel?
El
gerente.- Lo siento mucho, pero no hay ni una sola habitación disponible. Ni
hay esperanzas de que se desocupe pronto alguna. (Alardeando). Es que este hotel, desde que yo
soy gerente, ha multiplicado su clientela.
Delmiro.-
¿Y para el desván? ¿No podría mudarme
para el desván? Yo no tendría ningún
inconveniente en dormir en él. Está
desocupado.
El
gerente.- (Desagradablemente sorprendido). ¿Para el desván? ¿Cómo va usted, un hombre tan importante, a
dormir allí, sin comodidades de ninguna clase? El desván está atestado de
corotos viejos, de polvo, de ratas...
Delmiro.-
No me importa, señor gerente. Páseme para
el desván, se lo ruego, aunque sea por tres o cuatro días. Yo le seguiré pagando
la misma tarifa que por la habitación.
El
gerente.- (Envanecido) Hasta el desván del hotel es solicitado. Válgame Dios. ¿Qué
otro hotel puede decir lo mismo? A los pasajeros les gusta tanto mi hotel que
prefieren dormir en el desván entre las ratas antes que desocuparlo. Viven quejándose del hotel pero ninguno
quiere dejarlo cuando le llega la hora de marcharse. Su caso, señor Delmiro, es
mi mayor éxito como hotelero.
Delmiro.-
¿Me mudo entonces para el desván?
Joaquín.-
Déjelo mudarse, señor gerente. Solo permanecerá allí unos dos o tres días. Yo
le respondo de su conducta y de su solvencia.
El
gerente.- (Dubitativo, confuso.) En qué compromiso me pone usted. Es la primera
vez que se me presenta un caso como el suyo.
Delmiro,-.
No hablemos más entonces del asunto. Voy a comenzar mi mudanza ahora mismo. ¿Quieres
venir conmigo, Joaquín? (Intenta salir).
El
gerente.- Espere, espere, señor Delmiro.
No vaya tan aprisa. Yo no puedo
alquilarle ese desván. No tiene ni siquiera cuarto de baño. ¿Dónde se va usted
a bañar, afeitarse y hacer sus necesidades íntimas? Hay mucha suciedad ahí.
Delmiro.-
En el parque Hay un servicio de aseo para los visitantes. Yo conozco al cuidador
y me entenderé con él. No me importa que el desván sea sucio.
El
gerente.- Pero en el parque no Hay ducha. ¿Dónde se va a bañar usted?
Delmiro.-
En un baño público que está cerca de aquí. Es una sauna a la que voy con
frecuencia.
El
gerente.- (Después de una breve reflexión.) No, no. Lo siento. El hotel se
desacreditaría si la gente llega a saber que le he alquilado el desván a un
pasajero.
Delmiro.-
Yo no le diría a nadie que habito en el desván.
Ni siquiera la camarera lo sabrá porque yo mismo haré la limpieza. El secreto quedará solamente entre usted y
yo.
El
gerente.- A los pocos días de estar usted durmiendo en el desván y de afeitarse
en baños públicos, tendrá el aspecto de un vagabundo. ¡Oh no! Ni pensarlo. Este es un hotel de cuatro
estrellas, no lo olvide. No hablemos más del asunto. Quedamos entonces en que usted se mudará
mañana antes de las doce del día, sin falta.
(Trata de salir. Delmiro lo detiene agarrándolo por un brazo).
Delmiro.-
No se vaya todavía. No hemos terminado
de hablar.
El
gerente.- (Desasiéndose.) Pero ¿Qué le pasa a usted? Suélteme, suélteme. Tengo mucho trabajo que hacer.
Delmiro.-
No lo dejaré ir hasta que no lleguemos a un acuerdo. Sentémonos en este banco. (Le indica el
banco).
El
gerente.- Ya le dije mi última palabra.
Es inútil que siga insistiendo.
Delmiro.-
Si me marcho del hotel no tendré adonde mudarme. No hay una sola habitación desocupada en los
demás hoteles de la ciudad. Si me
marcho, ¿a dónde iré entonces? ¿No comprende? ¿Voy a dormir en el parque, en
la calle, expuesto a que me roben? Sea
más humano, señor gerente.
El
gerente.- Usted sea más comprensivo. ¿No comprende que yo reservé al ministro
su habitación en el entendido de que usted partiría mañana? ¿Por qué no se
marcha a su pueblo? Todos los días salen
transportes para allá. ¿Quiere que yo le haga reservar un pasaje para mañana? En
eso sí puedo complacerlo. ¿Cómo es que se llama su pueblo? ¿Santa... Santa
qué...?
Joaquín.-
Santa Rita.
Delmiro.-
No me reserve ningún pasaje. Se lo prohíbo. Yo sé que tengo que volver a Santa
Rita, pero volveré al llegar el momento.
El
gerente.- ¿Y usted no tiene allá su trabajo? ¿No tiene que volver a su trabajo
al término de sus vacaciones? ¿No le parece que seguir viviendo aquí es poco
responsable de su parte?
Delmiro.-
Ese es un problema mío y no le permito a nadie que me indique lo que debo
hacer.
Joaquín.-
No lo juzgue usted mal. Él no es un irresponsable. Lo que pasa es que esta
ciudad lo retiene por que encierra para él un gran interés arqueológico. Pero
él tendrá que marcharse.
Delmiro.-
Mientras yo esté pagando el hotel usted no tiene derecho e echarme. Sepa de una
vez que yo no me mudaré mañana.
El
gerente.- ¿Así es la cosa? En ese caso,
me obligará usted a llamar a la policía para que lo saque a la fuerza, con gran
pesar mío.
Delmiro.-
Si usted hace eso, la policía me sacará muerto de mi habitación y usted será
responsable de mí muerte. Pero no le daré el gusto de que usted me eche como si
yo fuera un vagabundo.
El
gerente.- (A Joaquín) Que disparates está diciendo su hermano. ¿Está loco? ¿No
podría convencerlo usted de que yo no lo estoy echando sino que...?
Joaquín.-
Él es muy excitable, no se preocupe. Esa excitación le pasará pronto y luego
entrará en razón. Él comprenderá que tendrá que mudarse. ¿Verdad Delmiro que te
mudarás mañana? (Le acaricia la frente Delmiro, pensativo, no responde.)
¿Verdad que te mudarás?
Delmiro.-
No quiero hablar delante de él.
El
gerente.- Está bien. Yo me voy. Sea más razonable, señor Delmiro. (A Joaquín). Señor Joaquín, como yo veo que
él lo quiere mucho a usted, dejo este asunto en sus manos. (Sale).
Joaquín.-
(Con suavidad) ¿Te mudarás? (Delmiro asiente)
Muy bien. Te felicito por tu decisión. No te preocupes que todo saldrá
bien.
Delmiro.-
Tú dices “No te preocupes” como si fuera tan fácil. No preocuparse. Sobre todo en este caso.
Joaquín.-
Deseo hablarte ahora de Angélica es la mujer ideal para ti tanto en lo moral
como en lo económico y pertenece a una buena familia. Como mujer es muy bella y atractiva no solo de
cara sino también de cuerpo. Tiene un candor, una inocencia que son muy raras
en las mujeres de esta época. Mi esposa y yo estaríamos encantados de ser sus
parientes si tú te casaras con ella, yo estoy seguro de que ella te hará feliz.
Delmiro.-
Lo sé, lo sé, y te agradezco los elogios que le haces.
Joaquín.-
¿Tú la amas?
Delmiro.-
Qué pregunta. Más que amarla, la adoro. Ella
es mi luz, mi todo.
Joaquín.-
Entonces, ¿por qué no te casas con ella
sin pensarlo más tiempo? Ya tu noviazgo
va para años. El amor se enfría con el tiempo. ¿Te das cuenta del daño que le
causas a la reputación de esa joven prolongando tanto tiempo tu noviazgo? Colócate en su lugar. Ella espera tu decisión
desde hace tiempo. Está pendiente de ti, de que tú acabes de tomarla. La tienes
en vilo, sujeta a tu voluntad, amarrada. Ella sabe que su suerte y su reputación
dependen de ti, solo de ti, y se esfuerza por serte agradable, por complacerte,
pero parece que tú no acabas de comprender su situación y de honrar tu
palabra. Eres un verdugo con ella, sin
darte cuenta, y perdóname que te hable con esta franqueza.
Delmiro.-
A mí me gusta la sinceridad. No me has
ofendido. Al contrario, te agradezco que
me hables así.
Joaquín.-
¿Esperas que venga un pretendiente más resuelto que tú y se case con ella? Si eso ocurre, y es muy probable que ocurra,
habrás perdido un tesoro y te arrepentirás toda tu vida. Otra mujer como Angélica no la encontrarás.
Delmiro.-
¿Qué has dicho? ¿Tú crees que otro
hombre tratará de quitarme Angélica?
Joaquín.- Claro que lo creo. Lo que me sorprende es que
ese pretendiente no se haya presentado todavía. Quedas pues advertido.
Delmiro.-
Yo mataré al que trate de quitarme el amor de Angélica.
Joaquín.-
No tendrás ninguna razón en matarlo porque tú mismo serias el culpable de que
eso te ocurra.
Delmiro.-
Te confieso que no había pensado que Angélica pudiera enamorarse de otro y dejarme. Eso sería horrible. No lo
resistiría.
Joaquín.-
De ti depende de que eso no ocurra. Cásate lo más pronto posible. Vamos a
ponerle desde ahora mismo una fecha a tu matrimonio. ¿Te parece bien un mes?
Delmiro.-
Me parece bien un mes, muy bien. Tú y tu esposa serán los padrinos de honor de
la boda.
Joaquín.-
Acepto complacido en el nombre de ella y en el
mío. ¿Me das tu palabra de que no cambiarás de decisión?
Delmiro.-
Te la doy y si quieres que jure ahora mismo ante Dios, estoy dispuesto. Te doy
mi mano y dame tú la tuya. (Se dan las manos y se las aprietan.)
Joaquín.-
Si cumples tu palabra, tendrás en mí no sólo a un hermano sino al mejor amigo.
Si necesitas dinero para el matrimonio y para instalarte en un apartamento
propio o alquilado, no dudes en acudir a mí. Yo te la facilitaré con mil
amores. Pero si no cumples tu palabra, ay de ti. Ahora, me marcho.
Delmiro.-
¿Tú me podría conseguir un trabajo en Bella Vista? A mí y Angélica nos gustaría
vivir con ustedes y los demás familiares allá. Qué lindo seria, ¿verdad? Todos
juntos en la misma casa o por lo menos en la misma cuadra toda la vida,
ayudándonos unos a otros y conversando largas horas los sábados y los
domingos. Así no estaríamos separados
unos de otros como ahora. ¿Podrías conseguirme allá ese trabajo?
Joaquín.
Me gusta esa idea. Trataré de conseguírtelo y te avisaré. Pero, ese tipo que viene hacia acá leyendo el
periódico, ¿no es mi amigo Tesalio?
Delmiro.-
Es él mismo.
Joaquín.-
(Apresuradamente.) Me voy antes de que me vea, por mucho que lo sienta, pero no
quiero perder otra vez el autobús.
Delmiro.-
Háblale aunque sea un minuto. Ayer se entristeció mucho por no haberte visto. Si
llega a saber que estuviste de nuevo aquí y no lo esperaste, no te lo
perdonará. (Entra Tesalio).
Tesalio.-
¡Hola! ¿A quién estoy viendo? ¡Joaquín, Joaquín! Qué contento estoy de
verte, hombre. Ayer me dijo Delmiro que te habías ido ese mismo día para Bella
Vista...
Joaquín.-
Es cierto, pero no pude. Ahora estaba
saliendo para volverlo a tomar antes de que lo pierda. De todos modos, me
quedan dos minutos para que charlemos. De todos modos me quedan dos minutos.
Tesalio.-
Otro día hablaremos más largo. Yo también estoy de prisa. Tenía que ir ahora al
Banco con Delmiro antes de que lo cierren.
Joaquín.-
Hoy todos andamos de prisa. Esa maldita prisa no nos deja tiempo para
entretenemos con los amigos y ni siquiera con nuestros hijos.
Delmiro.-
(A Tesalio). Ya no iremos hoy al banco como habíamos convenido sino mañana a
esta misma hora. El dinero que yo iba a cobrar en el Banco, me lo iba a remitir
Joaquín desde Bella Vista, como creo habértelo dicho, pero él no pudo marcharse
ayer. (A Joaquín) Tesalio tiene el mismo problema mío. No tiene con qué pagar la cuenta del hotel por
que le robaron la chequera en el Metro, y se irá también mañana. Del dinero que
tú me girarás, yo le entregaré una parte.
Joaquín.-
Haces muy bien. Dale todo lo que necesite. Adiós hermano, adiós amigo. Nos veremos pronto. (Sale.)
Tesalio.-
¡Otro día más aquí! (Con aire afligido.) No veo el día de llegar a Santa Rita.
Maldito ladrón. Que el diablo se lo lleve.
Delmiro.-
Ten calma. Mañana partiremos juntos y se acabaré esta pesadilla.
Tesalio.-
Si paso otro día aquí, me volveré loco. ¿Tú no?
Delmiro.-
A mí me ocurre algo diferente. Yo no quiero irme, pero comprendo que debo irme.
Esta ciudad me atrae extrañamente.
Tesalio.-
Yo lo sospechaba. Has pasado aquí todas tus vacaciones, y créeme que no comprendo
eso. ¿Qué le has visto a esta ciudad gris y
monótona?
Delmiro.-
Quizás tienes razón. Yo llegué aquí con la intención de quedarme tres días y ya
voy para treinta. Aplazaba siempre el día de partir. Angélica se preocupó mucho
y vino a buscarme. No debe tardar en venir.
Tesalio.-
Me gustará mucho verla. Por cierto que anoche estuve pensando en ella en
relación con esa conciencia de culpa que tu sientes al despertarte sin haberle
hecho mal a nadie.
Delmiro.
¿Y a qué conclusión llegaste?
Tesalio.-
A que la causa de tu culpa se debe a que no te has casado con Angélica.
Delmiro.-
Tonterías. Antes de conocer a Angélica, yo me despertaba también con la
conciencia mala. Yo creo otra cosa, Tesalio, pero no sé si debo decírtela.
Tesalio.-
Habla, viejo. ¿Para qué somos entonces amigos?
Qué carajo.
Delmiro.-
(Después de una pausa) Yo creo que voy a morir pronto.
Tesalio.-
(Sin darle importancia) No digas eso. Con esa salud que tienes durarás sesenta
años más. Primero me moriré yo que tú.
Delmiro.-
Si, Tesalio. Yo creo que mi fin se acerca.
Tesalio.-
¿Vuelves con eso? Desde que te conozco me has repetido muchas veces esa misma
canción.
Delmiro.-
Pero ahora mi culpa es más frecuente, más intensa, hasta el punto de que me
siento asustado.
Tesalio.-
Es que estás muy fatigado. Tú no has tomado verdaderas vacaciones. Las que
pasaste en esta ciudad no son verdaderas vacaciones. Tú sigues trabajando en
tus vacaciones buscando cacharros en vez de descansar. Tú llevas una vida muy
aislada y solitaria. Tú necesitas hacerte miembro de un club social y deportivo
donde hagas más amigos y muchos deportes, como nadar, jugar tenis, golf, montar
a caballo. En fin, hacer cosas que te diviertan y que te saquen de ese estrés
en que estás metido hasta que te rinda la fatiga. Cuando te acuestes rendido
dormirás de un tirón toda la noche y no te sentirás culpable de nada.
Delmiro.-
He hecho todo lo que me aconsejas y de nada me sirvió.
Tesalio.-
Entonces tienes que visitar a un siquiatra para que te examine de cabo a rabo.
Tesalio.-
También he hecho eso. Uno de esos siquiatras me recetaba unas pastillas para
dormir que acabaron por hacerme daño en vez de curarme. Esas pastillas eran tan
fuertes que me dormía en el trabajo. Un
día en que le leía un informe a mi jefe, el se dio cuenta de que yo me estaba
durmiendo por mi voz tartajosa y por los disparates que estaba diciendo, y se
enojó mucho. Me dijo que no entendía mi
informe y que lo volviera a redactar. Tuve que prescindir de las pastillas. El
jefe me decía: “Despierte, Delmiro”.
Tesalio.-
¿No consultaste a otro siquiatra?
Delmiro.-
Sí, a un sicoanalista. Ese me acostaba en un diván y me hacía muchas preguntas
sobre mi infancia y mis relaciones con mis padres y hermanos. Me dijo que
hablara todo lo que quisiera, todo lo que se me ocurriera, sin ocultar nada. Un
día, después de muchas sesiones, me dijo que mi sentimiento de culpa y mis
insomnios se debían a que yo no había superado el complejo de Edipo...
Tesalio.-
¿Qué es eso de complejo de Edipo?
Delmiro.-
Eso significa, según me explicó el doctor, que el niño en sus primeros tres o
cuatro años, ama a su madre con amor sexual, incestuoso. La hace el primer
objeto de su sexualidad y siente celos del padre en quien ve un rival.
Tesalio.-
Ese siquiatra es un degenerado cretino. Los niños son inocentes y puros como
ángeles. Esa es una vil calumnia de ese siquiatra.
Delmiro.-
Déjame seguir. También me dijo que el niño desea la muerte de su padre para no
compartir con él su amor a la madre…
Tesalio.-
Esa calumnia es todavía peor que la otra. Un bebé jamás puede desear la muerte
de su padre. Ese médico es un gran carajo. Es increíble. Debiera estar preso y
no ejerciendo la profesión.
Delmiro.-
Déjame seguir. El siquiatra me dijo que todos los hombres pasan por el complejo de Edipo...
Tesalio.-
Yo no. Qué horror. Yo lo habría matado
si me hubiera dicho eso.
Delmiro.-
Pero que casi todos lo superaban después de los cuatro o cinco años, por evolución, y se reconcilian
con el padre. Pero unos pocos individuos
como yo no superen ese complejo y quedan fijados eróticamente a su madre sin
darse cuenta. De esa fijación venían mis males. El Siquiatra también me dijo
que mi complejo era inconsciente, pero que al traerlo él a mi conciencia, yo
podía considerarme curado. Tesalio.- Pero, no te has curado.
Delmiro.-
No. Sigo sintiéndome culpable de no sé qué, angustiado. En la noche, al despertarme,
oh, mejor es no seguir. Nos veremos mañana en el banco a las diez y media, sin falta,
puntualmente; a esa hora, ya el banco
habrá recibido el giro que me enviará Joaquín.
Tesalio.-
¿Tan rápido? ¿Estás seguro?
Delmiro.-
Si, por que se trata de un giro telegráfico. Después de cobrar el giro y
entregarte lo que necesitas, iremos al hotel y pagaremos mi cuenta. Luego,
Angélica, tú y yo partiremos en el primer autobús que salga para Santa Rita. ¿De
acuerdo?
Tesalio.-
De acuerdo y hasta mañana sin falta. (Sale. Entra Angélica.)
Angélica.-
¿Llego retrasada?
Delmiro.-
No, amor. Llegas puntualmente. No recuerdo que hayas llegado nunca retrasada a
nuestras citas. Yo quisiera tener tu puntualidad.
Angélica.-
No es difícil, querido. Es cuestión de que te lo propongas. Si te propones ser
puntual en las dos primeras citas y lo logras, lo serás también en las
restantes.
Delmiro.-
Ahora deja que te abrace y te bese con todas mis ganas. Te quiero más cada día.
Angélica.-
(Esquivándolo.) Ahora no. Está pasando mucha gente y pueden vernos.
Delmiro.-
Aquí la gente no se fija en los
enamorados. Los ven besarse como algo natural. No es como en Santa Rita donde la
gente se pone a espiarnos con curiosidad cuando nos besamos. (Intenta besarla
otra vez.)
Angélica.-
No me gusta que me beses en público.
Delmiro.-
No te avergüences. La gente de aquí se burlaría de ti si te oyera. Dirían que
eres gazmoña. Fíjate en aquella pareja que está bajo aquel kiosko. Con qué
pasión se besan sin importarles la gente que pasa. Míralas.
Angélica.-
(Sin mirar a la pareja invisible). ¿Para qué voy a mirarlas? Vámonos de aquí, ¿quieres?
Delmiro.-
Está bien. Nos iremos. Pero antes prométeme que nunca amarás a otro y que
siempre me amarás a mí.
Angélica.-
¿Necesito prometértelo? Tú bien sabes que es así.
Delmiro.-
Yo necesito oírlo de tu boca. (Le toma las manos)
Angélica.-
Nunca amaré a otro sino a ti.
Delmiro.-
Júramelo por Dios.
Angélica.-
Jurar en vano es un pecado. Debes creer en mi palabra como yo creo en la tuya.
Yo no podría amar a otro hombre. Yo te amé desde el primer día que te vi y
sentí entonces que ya no podría amar a otro, que tú serías el único hombre en
mi vida. ¿Y tú?
Delmiro.-
Yo también. Perdóname que haya dudado de tu amor un momento. A ti y a mí nadie
nos separará, ¿verdad? ¿Verdad que no?
Angélica.-
Tú lo has dicho. (Delmiro abraza a Angélica por la cintura y salen).
JORNADA
TERCERA
(Sala
de entrada de un banco. Al fondo, una taquilla, y detrás el cajero, afilando
sus uñas. En un rincón, diagonal a la taquilla, está sentada Angélica. Poco
después entra Delmiro.)
Delmiro.-
Querida, te adelantaste media hora a nuestra cita. Hoy fuiste más que puntual.
Angélica.-
Vine a despedirme de ti. Tengo que marcharme a Santa Rita en el primer
transporte que salga.
Delmiro.-
No puede ser que te regreses tan pronto. Llegaste ayer y te vas hoy. Qué decepción. ¿Ha sucedido algo grave?
Angélica.-
Petra, la criada de casa, me llamó esta mañana bien temprano. Para decirme que
a mamá le había dado un desmayo y que la habían trasladado a la clínica.
Delmiro.-
Esos desmayos son frecuentes en las personas de su edad. Quizás tuvo una baja de tensión. No te preocupes. Eso le pasará pronto. No es la primera vez que...
Angélica.-
Ojala tengas razón, pero yo no puedo seguir un minuto más aquí sabiendo que
mamá está hospitalizada. Compréndeme,
Delmiro. Ella debe de estar
esperándome. Ella y yo nunca nos hemos
separado. (Saca un pañuelo de su bolso y se limpia una lágrima.)
Delmiro.-
Comprendo perfectamente tu angustia pero, ¿por qué no retrasas una o dos horas
tu partida y luego nos vamos juntos? Yo cobro ahora la transferencia, voy al
hotel, pago la cuenta y después tomamos el primer transporte que salga para
Santa Rita. ¿Quieres?
Angélica.-
¿Esperar aquí dos horas más? ¿Y si mamá se está muriendo? No puedo, no puedo.
Delmiro.-
Tengo que decirte algo muy importante, algo que te alegrará mucho.
Angélica.-
Nada puede alegrarme con esta angustia que tengo.
Delmiro.-
Te alegrará, te alegrará. Tú misma dijiste ayer que uno puede estar triste y
alegre a un mismo tiempo. Bien, ahí va la noticia. Nos casaremos dentro de un
mes. Anoche, en mi cuarto del hotel, tomé esa decisión.
Angélica.-
¿Dentro de un mes? ¡Ah, oh! Me tomas de
sorpresa. ¿Estás hablando en serio?
Delmiro.-
Nunca he hablado más en serio. Tan pronto yo llegue mañana a Santa Rita nos
ocuparemos de preparar nuestra boda. Nos
casaremos por lo civil en un acto sencillo. Tesalio y un compañero de trabajo
nos servirán de testigos. Cuatro días después nos casaremos por lo religioso en
la iglesia de San Nicolás, la que está cerca del parquecito que tanto nos
gusta. Nos casará el padre Justino que
es un santo hombre. Luego, en tu casa, pondremos la gran fiesta. Invitaremos a
todos nuestros amigos, a los antiguos y a los nuevos, sin reparar en
gastos. Tendremos una boda espléndida. Me
parece y verte entrando a la ig1esia con tu traje blanco de novia, con tu velo
y tu corona de azahares. Esa misma noche nos iremos a pasar la luna de miel en
Margarita. Dime: ¿No estás contenta?
Angélica.-
Oh sí. Mucho. (Su voz se quiebra por la emoción). No puedo hablar por la
emoción. (Lo abraza).
Delmiro.-
Ya ves que uno puede estar alegre y feliz al mismo tiempo.
Angélica.-
¿Vamos a estar entonces siempre juntos?
Delmiro.-
Siempre. Y eso no es todo. Viviremos en casa de tu mamá como tú deseas y no en
la pensión.
Angélica.
¿También eso? Eres un amor. Ahora te quiero más que antes.
Delmiro.-
Vamos ahora a preguntarle al cajero si ya llegó el giro. Ven conmigo. (Van a la taquilla.) Buenos
días, señor.
El
cajero.- Buenos días. A su servicio.
Delmiro.-
¿Podría usted informarme si ya en este banco se recibió una transferencia en
dólares para el señor Delmiro Sacristán que es mi nombre? La transferencia me la envía un hermano
llamado Joaquín Sacristán.
El
cajero.- ¿Qué banco remite la transferencia?
Delmiro.-.
El banco de Bella Vista. Es el único en
la población.
El
cajero.- ¿Dónde queda ese banco? Nunca lo he oído nombrar.
Delmiro.-
En Cardalia, el país vecino.
El
cajero.- ¿Le dijeron que le enviarían el giro en la mañana de hoy?
Delmiro.-
Sí, a primera hora.
El
cajero.- No recuerdo el nombre de Delmiro Sacristán entre los beneficiarios de
transferencias que se han recibido hoy. De todos modos, voy a verificar. Espere
un momento. (Se vuelve hacia su izquierda y revisa un legajo de papeles.) Lo
siento, señor, pero entre las transferencias recibidas hoy no aparece la suya.
El día está empezando. Puede ser que junto a su giro llegue más tarde. (Entra
Tesalio y se sitúa junto a Delmiro y Angélica)
Delmiro.-
Yo necesito urgentemente ese giro para hoy en la mañana.
El
cajero.- Comprendo, pero yo no puedo hacer nada. Yo le aconsejo que dé una
vuelta fuera y vuelva dentro de una o dos horas. ¿De acuerdo?
Delmiro.-
Yo tengo que desocupar el hotel antes de las tres de la tarde de hoy y no tengo
dinero con qué pagar la cuenta. Si el giro no llega la mañana, me echarán del
hotel y hasta puedo ser arrestado por la policía. ¿Usted no podría llamar por
teléfono al Banco de Bella Vista y preguntarles si ya salió esa transferencia
para mí?
El
cajero.- Esa llamada no es necesaria, señor. El giro no debe tardar si su
hermano se lo prometió.
Delmiro.-
Usted podría ayudarme con un poco más de buena voluntad, de colaboración.
El
cajero.- (Irritado) Señor, tenga un poco más de paciencia. Espere su dinero
como hace todo el mundo. ¿O es que se propone que el banco le dé prestado ese
dinero?
Delmiro.-
De ninguna manera. Usted se equivoca.
El
cajero.- El banco no hace esa clase de préstamos sin una garantía.
Delmiro.-
Le repito que se equivoca. Y no se enfade. Debiera tener más paciencia con el
público. Para eso el Banco le está pagando un sueldo jugoso.
El
cajero.- ¿Más, paciencia de la que he tenido? Ya usted me ha hecho perder un
cuarto de hora. Hay otra gente haciendo cola.
Angélica.-
Calma, Delmiro. Calma. (Al cajero) Yo me uno al ruego de Delmiro, señor cajero.
Él se halla en una gran incertidumbre y usted es la única persona que puede
hacerlo salir de ella. Póngase en su lugar. Tesalio. Haga esa llamada, hombre.
No se haga rogar tanto. ¿Qué le cuesta? ¡Mierda!
El
cajero.- En casos como éste, no es costumbre del banco hacer esas llamadas. No
obstante, voy a consultar el punto con el gerente. Si él me autoriza, llamaré a
Bella Vista. (Desaparece de la taquilla.)
Delmiro.-
(agitado, nervioso) Él no necesita
molestar al gerente por esa tontería.
Tesalio.-
Y el gerente le dirá que no. Tú verás.
Angélica.-
No sea pesimista, Tesalio. Hay que
pensar lo mejor.
Tesalio.-
yo conozco al dueño de este banco. Es un usurero. Casi todos los banqueros son unos usureros. ¿Verdad
Angélica?
Angélica.-
Yo no sé nada de eso (Baja la cabeza) No hables así.
Tesalio.-
Tú lo sabes pero finges no saberlo para no hablar mal de ellos.
Delmiro.-
A ella no le gusta que se hable mal de la gente en su presencia.
Tesalio.-
La maldad hay que denunciarla. ¡Qué carajo! De lo contrario nunca se acabará.
Delmiro.-
(Reprochador.) La has puesto colorada con tu palabrota. Cuida tu lenguaje
delante de ella.
Tesalio.-
Perdóname, Angélica. La dije sin darme cuenta.
Angélica.-
No me molestas. Es tu manera de hablar.
Delmiro.-
Si el giro no llega, tú tendrás también que quedarte aquí.
Tesalio.-
Ya no necesito tu préstamo. Precisamente vine a decírtelo y a despedirme de ti.
Ayer, después de nuestra entrevista en el parque, se me ocurrió la idea de ir a
nuestro consulado para hablar con el cónsul. Cuando yo entraba al consulado, venía
saliendo un amigo y vecino, el italiano Juliano, dueño de un automercado muy próspero y de quien soy viejo cliente y
compadre. Nos dimos un gran abrazo y le
hablé de mi problema. Me dijo que no me
preocupara por eso y sin pensarlo dos veces, me prestó el dinero. Lo que me
preocupa es que yo haya arreglado mi asunto y tú no. Toma los veinte, dólares
que me diste ayer.
Delmiro.-
(Distraído, preocupado.) Me alegro por ti. Esa consulta tarda mucho. (Se asoma
a la taquilla).
Tesalio.-
Te veo muy nervioso. Estás como abatido.
Delmiro.-
¿Doy esa impresión?
Tesalio.-
No precisamente abatido sino desconcertado, inseguro. Anímate, hombre. (Le da
unas palmadas en el hombro.)
Delmiro.-
(Apartándose). Por favor. No estoy ahora para que me estén golpeando y
haciéndome reproches.
Tesalio.-
(Picado.) Es que tú no tienes suficiente confianza en ti mismo, y perdóname que
te lo diga. Por esa falta de confianza,
apareces como indeciso.
Delmiro.-
Gracias por tu franqueza pero Angélica me ama como soy. ¿Verdad, Angélica?
Angélica.-
Yo te amo como eres, tal cual. Y quizás no te amaría si fueras diferente a como
eres.
Delmiro.-
¿Ves tú? ¿A qué más puedo aspirar? Lo que pasa es que tú no estás en mi
pellejo. Si lo estuvieras, serías más comprensivo.
Tesalio.-
Porque tú te encierras dentro de ti mismo. No te comunicas con tus amigos.
Delmiro.-
No creas que yo le tengo miedo a los problemas. Lo que pasa es que los
problemas de unos hombres son más grandes que los de otros. No es que el mío
sea inmenso, pero si me afecta mucho. Yo me considero un pequeño hombre con un gran problema encima. (Aparece
el cajero en la taquilla).
El
cajero.- El gerente pregunta ti usted es cliente de este banco. Si es cliente, se hará la llamada; si no es
cliente, no se puede hacer la llamada.
Delmiro.-
Yo no soy cliente del banco, pero puedo serlo.
Se lo prometo.
El
cajero.- Tiene que ser cliente.
Delmiro.-
¿Usted no puede hacer la llamada por su
cuenta sin que lo sepa su jefe?
El
cajero.- No. Yo no saltaré sobre las órdenes de mi jefe. Si él sabe que lo
desobedecí, se enojará.
Angélica.-
(A Delmiro). No lo obligues, querido, a desobedecer a su jefe. (Al cajero). No haga por su cuenta esa llamada,
se lo ruego. (A Delmiro). ¿Por qué no te
haces cliente ahora mismo de este banco
para que te hagan la llamada?
Delmiro.-
¿Con qué dinero? Mi chequera la dejé en Santa Rita como ya te expliqué.
Angélica.-
Te prestaré los mil dólares que me
quedan para que abras esa cuenta. Me quedaré con cien dólares que me
bastan para el viaje. ¿Estás de acuerdo?
Delmiro.-
(Vacilante). ¿No es mucho sacrificio para ti?
Angélica.-
En absoluto. Al contrario. Me alegro de serte útil. Todo lo mío es tuyo.
Delmiro.-
Mil gracias. Pero acepto con una condición. La de devolverte ese dinero mañana
mismo al llegar a Santa Rita.
Angélica.-
Cuando tú quieras. No te pongo ningún plazo.
Hablemos con el cajero. (Al cajero). Señor Cajero, yo voy a abrir una
cuenta a nombre de él con un cheque mío. ¿Qué requisitos debo llenar?
El
cajero.- En primer lugar, el mínimo para abrir una cuenta en este banco son mil
dólares. Si está de acuerdo, llene esta hoja
de depósito y acompañen ambos sus
cédulas de identidad. (Angélica desglosa
de su chequera el cheque, llena la hoja, añade su cédula de identidad y entrega
todo al cajero quien la examina con cuidado.) Muy bien. Tomen su comprobante de
depósito.
Delmiro.-
(Tomándolo). ¿Puede hacer ahora esa llamada?
El
cajero.- La llamada le cuesta veinte dólares.
Delmiro.-
Aquí los tiene (Se los entrega al
cajero).
El
cajero.- Deme el número del teléfono del Banco de Bella Vista.
Delmiro.-
(Con un sobresalto). ¿El número de teléfono? ¡Dios mío! No había pensado en
eso. ¿Dónde lo habré puesto? (Se registra los bolsillos, saca papeles, los
desdobla, los lee.) ¿Dónde estará ese maldito número? ¿Se habrá extraviado?
Angélica.-
Busca bien, querido, busca bien.
Delmiro.-
Lo encontré. Aquí está. (Al cajero). El número es el 03858749. Tenga la bondad
de anotarlo y llamar.
El
cajero.- (Después de discar). Aló, Aló.
¿Hablo con el Banco de Bella Vista?
Voz
del segundo cajero.- Si, señor. ¿Quién es?
El
cajero.- Habla el Banco Internacional de Veranda. Se trata de un cliente, el
señor Delmiro interesado en saber si en ese Banco hay una transferencia de
cinco mil dólares para él. El remitente es su hermano Joaquín Sacristán. ¿Podrían
ustedes darnos esta información?
Voz
del segundo cajero.- No podemos dar esa clase de información por teléfono. El
reglamento del banco lo prohíbe.
El
cajero.- Comprendo, pero se trata de un caso muy especial. Con esa
transferencia, el cliente debe pagar hoy la cuenta del hotel. Es una información de banco a banco ¿Puede?
Voz
del segundo cajero.- La información que usted me pide es de carácter
confidencial. No puedo complacerlo.
El
cajero.- ¿Ni aún a otro banco? Le repito
que le habla el Banco Internacional, conocido por su seriedad en todo el mundo.
Voz.-
Lo conozco de nombre, claro está. Pero, ¿cómo me consta a mí que estoy hablando
con el Banco Internacional? Podría ser
la voz de otra persona que se hace pasar por el banco.
Cajero.-
Le doy mi palabra de honor que hablo en nombre de este banco ¿No le basta?
Voz.-
Quedamos en la misma situación. Solo si su voz estuviera grabada en nuestros
archivos, podría yo aceptar que es la suya, después de compararlas. ¿Está
registrada?
El
cajero.- no, no lo está. Es que yo nunca pensé que algún día tendría que hablar
con usted. ¿Y si le juro que es mi voz? El juramento lo acepta la ley como una
prueba. Usted no puede rechazarla.
Voz.-
Ese punto debe resolverlo el consultor jurídico, quien está de vacaciones.
El
cajero.- El beneficiario del giro está a mi lado. Parece una buena persona. Si
él no paga la cuenta del hotel con el dinero de esa transferencia, le
embargarán el equipaje y lo meterán en la cárcel. ¿No cree usted que hay casos
en los que uno debe apartarse de los reglamentos y mostrarse más.., más
flexible? ¿Más confiado en los demás?
Voz.-
¿Usted daría esa información si se encontrara en mi caso?
El
cajero.- ¿Yo...yo...? Quizás sí. ¿Por qué no?
Voz.- No, no la daría porque si la diera usted
sería muy cándido y arriesgaría su empleo, cosa que no creo. Yo pongo que usted
me pide esa información por compasión a su cliente, y eso habla bien de usted,
pero en un banco hay que apartar a un lado la compasión.
El
cajero.- Usted está equivocado. Yo no estoy obrando por compasión.
Voz.-
¿Por qué obra así entonces? No lo niegue.
Angélica.-
Señor cajero, no se avergüence de ser compasivo. La compasión es tan bella.
Delmiro.-
A mí que nadie me compadezca. No quiero compasión.
Voz.-
Compréndame. Si le doy esa información, cualquier persona, usando el teléfono y
haciéndose pasar por empleado de un banco, podría obtener información
confidencial sobre transferencias, cuentas de ahorro y cuentas corrientes, etc.,
para embargarlas o para cualquier otro fin, causándole así un perjuicio al
cliente y al banco.
El
cajero.- Comprendo y lo siento por el cliente. Me atrevo a hacerle una última
pregunta. ¿Conoce usted al señor Joaquín Sacristán? No creo que usted se comprometa
respondiéndola.
Voz.-
Si, lo conozco. Es una persona bastante
conocida en la ciudad.
El
cajero.- ¿Él no ha ido al banco esta mañana?
Voz.-
No, señor. Yo no lo he visto, al menos
hasta este momento.
El
cajero.- ¿No lo habrá visto algún otro empleado del banco?
Voz.-
Es imposible. Yo soy el único cajero de este banco y veo a todas las personas
que entran. Mi taquilla está frente a la puerta de entrada. Aquí solo habemos
cinco empleados: el gerente, la secretaria, el portero, la limpiadora y yo que
atiendo también al teléfono y a las relaciones públicas.
El
cajero.- ¿Podría usted decirle al señor Joaquín Sacristán si se presenta por
allí que su hermano Delmiro le envía un SOS desde el Banco Internacional de
Veranda?
La
voz.- Se lo diré con mucho gusto. (El cajero cuelga)
El
cajero.- (A Delmiro.) Su hermano Joaquín no se ha presentado esta mañana al
Banco de Bella Vista.
Delmiro.-
Muchas gracias, señor cajero y perdone la molestia. (Se aparta de la taquilla y va, seguido de
Angélica y de Tesalio, al rincón diagonal del local.) Es raro que Joaquín no se
haya presentado todavía al Banco. Ya se acerca la hora de cerrar. Faltan veinte minutos. Él siempre cumple su
palabra. Él siempre me ha sacado de grandes apuros.
Angélica.-
Quizás tuvo algún inconveniente. Espera hasta esta tarde.
Delmiro.-
El giro debe llegar en la mañana. Después será demasiado tarde. Yo tengo que
desocupar la habitación y pagar mi cuenta antes de las tres.
Tesalio.-
Tengo que marcharme para que no me deje el autobús. Es el último que sale. Me
voy muy preocupado por tu situación, muy preocupado, y yo sin poder
ayudarte. De haber sabido lo que iba a
ocurrir le habría pedido a mi amigo italiano esos tres mil dólares. Lo más que
puedo hacer por ti es presentarme mañana bien temprano a tu Banco y pintarle al
gerente tu situación, o hacerte yo mismo ese giro. No veo otra salida.
Delmiro.-
Mañana será tarde. Te lo agradezco de todos modos.
Tesalio.-
Más vale tarde que nunca.
Delmiro.- Yo tengo fe en Joaquín. Él se enojará conmigo
si sabe que acepté otra ayuda aunque venga de ti. Pensará que no tuve bastante fe en su
palabra.
Tesalio.-
Como tú quieras. Con toda mi alma te deseo que salgas bien de este lío. Adiós.
(Lo abraza y sale.)
Angélica.-
Yo también me marcho. Mamá me está esperando en la clínica. Me resignare a
viajar sin ti. Estaba tan ilusionada de que regresaríamos juntos.
Delmiro.-
Acompáñame un poco más. Vayamos al hotel, a mi habitación. (La toma por el
brazo.)
Angélica.-
¿A qué?
Delmiro.-
Quiero abrazarte y besarte allá, sin testigos. Ven. (Suavemente, intenta
llevarla fuera.)
Angélica.-
¿Eso?
Delmiro.-
Sí. No me lo niegues. Me harías tan feliz.
Angélica.-
(Se resiste a ser llevada, luchando entre el deseo y el pudor.) No, estás delirando. No, no.
Delmiro.-
El amor calmará mi angustia. Ven conmigo. Y también la tuya.
Angélica.-
¡Qué locura! Cállate. Debes de tener fiebre. (Le arregla el nudo flojo de la
corbata y le alisa el cabello.)
Delmiro.-
Vamos al paraíso. Ahora o nunca. Vamos.
Angélica.-
El día de nuestro matrimonio. Riega tu paciencia. La paciencia es como una planta. Hay que
regarla para que no muera.
Delmiro.-
A un hombre sediento que te pide agua, ¿le aconsejarías que tuviera
paciencia? ¿Serías tan cruel que no se
la calmarías en seguida?
Angélica.-
Tú piensas solamente en ti. Piensa también en mí. Yo me perdería y tú también.
Delmiro.-
Se lo confesarás al padre José y me echarás a mí toda la culpa. Él te absolverá.
Angélica.-
Yo no podría hacer eso porque yo también sería culpable. Además, la vergüenza
me impediría confesárselo. Él me ama como a una hija. Yo soy para él un modelo
de pureza. ¿Qué pensaría de mí si
supiera que yo...? Oh, no. No podría volverle a ver la cara. Me sentiría siempre manchada.
Delmiro.-
¿No eres capaz de ser más libre? ¿De liberarte del padre José?
Angélica.-
No es el padre José quien lo prohíbe sino Dios.
Delmiro.-
¿Qué importa que lo hagamos ahora si pronto nos casaremos? El matrimonio lavará
la falta. El matrimonio es el jabón del pecado.
Angélica.-
(Asustada). No, déjame, déjame. (Huye y reaparece). Ah, olvidaba decirte que nuestro cónsul me
prometió venir al hotel en tu ayuda.
(Sale. Entra el gerente con un maletín en la mano).
El
gerente.- ¿Usted aquí, señor Sacristán? Me lo imaginaba en el hotel haciendo su
equipaje. Me permito recordarle que su habitación debe estar desocupada para
las tres de la tarde. Falta un cuarto de
hora para las doce. Tiene tiempo de sobra.
Le ruego que no tome a mal que le diga esto, pero usted debe comprender
las circunstancias.
Delmiro.-
Las comprendo perfectamente. Usted no necesita preocuparse. Solo me queda por
hacer una maleta que me quitará unos cinco minutos. ¿Llegó ya el ministro de
Franconia?
El
gerente.- Sí. Trajo ocho maletas grandes
y lo acompaña su esposa. Ahora están en el restaurante esperando que usted se marche.
Ya me han llamado dos veces para preguntarme si usted desocupó el cuarto.
Delmiro.-
Qué impacientes son esos señores. Yo tengo derecho a quedarme hasta las tres.
¿Usted no les dijo eso?
El
gerente.- Eso habría sido una grosería de mi parte. Y con más razón tratándose
de un ministro. Pero supongo que usted no esperará hasta el último minuto para
desocupar. ¿Verdad que no?
Delmiro.-
No se lo prometo. Haré lo que pueda. Yo necesito dormir mi siesta después de
almorzar. Si no la duermo, sentiré un gran dolor de cabeza por el resto del
día.
El
gerente.- Duerma la siesta en un sillón del recibo. Esos sillones son muy
cómodos.
Delmiro.-
En el recibo pasa mucha gente y hay mucho ruido. Yo necesito silencio para dormir.
El
gerente.-Haga una excepción por el día de hoy.
El ministro y su señora esposa están muy fatigados del viaje y necesitan
reposar después del almuerzo.
Delmiro.-
Que duerman ellos en los sillones. ¿Por qué no se los ofrece a ellos?
El
gerente.- Tengo que depositar este dinero antes de que cierren el banco. Espéreme.
No se vaya. (Va a la taquilla. Al cajero) Le traigo un depósito para la cuenta
corriente del hotel. (Abre el maletín, saca un fajo de billetes que entrega al
cajero.) Son diez mil dólares. (El
cajero cuenta y le entrega un recibo al gerente. Delmiro, mientras tanto, ha
salido.) Muchas gracias y hasta luego. (El gerente vuelve en busca de Delmiro y
se sorprende al no encontrarlo) ¿Qué fue
de un señor que estaba hablando aquí conmigo? Le dije que me esperara y ahora
no lo veo. ¿Lo vio usted?
El
cajero. Yo lo vi. Es un cliente de este banco y creo que se aloja en su hotel.
El
gerente.- ¿Estará hablando con el director?
El
cajero.- No, seguro que no. Yo lo vi salir del banco cuando usted vino a
depositar el dinero.
El
gerente.- ¿Habrá huido sin pagarme la cuenta? Oh Dios. Regreso volando al
hotel. (Sale.)
(Breve
oscuridad. Delmiro aparece en su cuarto
del hotel. En medio de éste, hay cajas de cartón que contienen antigüedades
Delmiro está metiendo sus prendas de vestir en una maleta. Entra el gerente precipitadamente.)
El
gerente.- Señor Sacristán, ¿por qué no me esperó en el Banco como habíamos
convenido?
Delmiro.-
Porque pensé que usted iba a tardar mucho haciendo ese depósito. En ese caso,
yo no iba a tener tiempo de hacer maletas y desocupar la habitación como usted
me ha pedido.
El
gerente.- (Mirando a su alrededor.) Pero yo no veo que usted la haya desocupado
todavía. Creí que ya habría sacado todo el equipaje para el pasillo. ¿Qué pasa?
Delmiro.-
Estaba pensando en buscar unas cajas más fuertes para meter mis antigüedades. Las
aquí presentes no me parecen seguras. Las tapas pueden ceder con el peso y
romperse los cacharros. ¿Usted no dispone de algunas cajas en el depósito del
hotel? Me comprometo a devolvérselas.
El
gerente.- No hay tiempo de hacer un nuevo embalaje de sus cacharros. ¿No
comprende que ya le llegó la hora de desocupar la habitación? Pronto vendrá la
camarera a prepararla para el nuevo huésped, y eso lleva tiempo. No perdamos
más tiempo. Yo mismo lo ayudaré a sacar esas cajas. Cuando ellas estén fuera,
buscaremos otras en el depósito que las sustituyan. Lo que interesa en estos
momentos es desocupar. Yo mismo lo ayudaré. Manos a la obra. (Arrastra una caja
hacia la puerta.)
Delmiro.-
Con un gran cuidado, señor gerente, poco a poco. Se trata de un material muy
frágil y muy precioso.
El
gerente.- No se preocupe. No voy a quebrar nada. Las pondremos en el pasillo,
alineadas contra la pared, mientras le traen la cuenta. (Entre los dos sacan
las cajas, saliendo y entrando.) A su cuenta hubo que añadirle los gastos de
ayer. No son muchos.
Delmiro.-
¿No podría usted pasarme la cuenta más tarde, a eso de las cinco? Yo la
esperaré en el recibo.
El
gerente.- ¿Por qué a esa hora? La costumbre es que el pasajero pague la cuenta
al desocupar la habitación.
Delmiro.-
(Turbándose). Lo que pasa es que y recibiré esta tarde una transferencia que me
enviará un hermano desde su banco de Bella Vista.
El
gerente.- (Asombrado, irritado.) ¿Usted no tiene entonces dinero para pagar la
cuenta del hotel?
Delmiro.-
En este momento no, pero lo tendré esta tarde, esta misma tarde a las dos o
mejor dicho, de dos a cuatro y media, cuando abra el banco. Se lo aseguro. Tan
pronto cobre, le traeré el dinero. Deme
esas tres horas que le pido.
El
gerente.- Lo siento pero no depende de mí complacerlo. He recibido órdenes
estrictas del dueño del hotel de exigirle a todo pasajero que pague su cuenta
tan pronto desocupe la habitación. Aquí
no se pasan cuentas para pagarlas a plaza.
Delmiro.-
¿Qué quiere usted entonces que yo haga? ¿Qué atraque antes de las tres un banco
o una joyería para pagarle? ¿Quién más que yo desea pagarle? (Delmiro, más
turbado y sonrojado, empieza a sudar.)
El
gerente.- ¿Por qué se aloja usted en el hotel si no tenía con qué pagar el
hospedaje?
Delmiro.-
Yo tenía suficiente dinero cuando me alojé en el hotel.
El
gerente.- Usted quería darse la gran vida a costa nuestra, ¿verdad? Echándoselas
de gran señor. Pidiendo todos los días caviar con champaña, salmón ahumado,
faisán a la parisina y pare usted de contar.
Delmiro.-
(Más avergonzado.) Todos los días no. Yo solo pedí caviar con champaña dos
veces.
El gerente.-
No mienta. Lo pidió muchas veces. Si lo sabré yo… Nos embaucó a todos con su aire de gran
señor.
Delmiro.-
Se equivoca usted, yo no soy un gorrón. Usted habla así porque no me conoce.
Pida informes en mi pueblo sobre mi persona y le dirán que soy un hombre
honesto. Pídaselos a mi banco, al cura y al jefe civil.
El
gerente.- (Sin oírlo.) Y para colmo, hablando mal del hotel todo el tiempo. Me ha
informado que la champaña está adulterada. Que el caviar estaba rancio. Que el
faisán olía mal. Haciéndole mala publicidad al hotel. Que la habitación era
ruidosa, el televisor una porquería y el servicio del hotel pésimo. Y nosotros,
angustiados por las críticas del gran señor, nos esmerábamos y no reparábamos
en gastos para tenerlo contento. Y no obstante hablar mal del hotel, quiere
seguir viviendo en él aunque sea en el desván, entre las cucarachas y las
ratas. El hotel, entonces, no es tan malo, ¿verdad? Dígame una cosa ¿qué hizo usted con ese presunto
dinero que tenía para pagar el hotel?
Delmiro.-
Lo gasté sin darme cuenta.
El
gerente.- ¿Por qué lo gastó? Nadie gasta el dinero del hotel. Es sagrado.
Delmiro.-
No sé lo que me pasó. Perdí la cabeza. No soy el primer pasajero que se halla
en esta situación ni seré el último.
El gerente.- ¿En qué gastó usted el dinero?
Delmiro.-
Déjeme explicarlo lo que pasó. Yo soy muy aficionado a la arqueología y a
comprar objetos antiguos. Yo compro cacharros de barro cocido, cerámicas, porcelanas,
bronces, hierros, etc. Esos objetos son muy costosos pero me fascinan y yo los
adquiero para mis estudios y mi colección. Cuando veo uno en una tienda no
resisto a la tentación de comprarlo. La pasión de un coleccionista es tan
fuerte como la de un drogadicto con la diferencia de que el drogadicto se hace
daño a si mismo y a los demás en tanto que el coleccionista solo perjudica su
bolsillo. Fue esa pasión la que me hizo gastar poco a poco, sin darme cuenta,
el dinero que había reservado para el hotel.
El
gerente.- Esa misma historia, con variaciones, la he oído mil veces. Invente otra más creíble o llamaré a la
policía.
Delmiro.-
¿Quiere que le dé en prenda mis antigüedades por unas horas?
El
gerente.- No me interesa sus cacharros. Págueme en dinero efectivo.
Delmiro.-
(Como hablando consigo mismo, llevándose las manos a la cabeza y bajándolas.)
¿Qué haré para convencer a este hombre de que le estoy diciendo la verdad?
El
gerente.- Si usted está diciendo la verdad, ¿por qué se sonroja y suda tanto?
Su sudor es la mejor prueba de se siente culpable y de que está mintiendo.
Delmiro.-
Yo estoy sudando porque usted desconfía de mí, porque cree que soy un vividor y
un estafador. A mí me pone nervioso la desconfianza de los demás y ella me hace
sudar. Puedo probarle que yo tenía ese
dinero y lo gasté en antigüedades. Que no estoy, mintiendo. (Saca de uno de sus
bolsillos una estatuita de bronce.) ¿Ve
usted esta estatuita? La compré esta
mañana en una tienda por treinta dólares. La dueña de la tienda no sabía lo que
estaba vendiendo. La compré sin vacilar. Yo si sabía su valor. Vea la factura. Es
una princesa griega del siglo II antes de Cristo. Si yo la vendiera ahora
mismo, pagaría con su valor la cuenta del hotel y me sobraría mucho dinero. Sin
embargo, se la doy en prenda por la cuenta del hotel hasta mañana. ¿Quiere?
Incluso se la doy en pago, no en prenda. Usted ganará un dineral.
El
gerente.- (Ve un instante la estatuita, la coge, la sopesa en las manos, la
rechaza.) Un pedazo de bronce no puede valer tanto. Ni siquiera es de plata. De
todos modos y para que no crea que soy intransigente y desconfiado, llamaré al
cajero del banco para que me informe sobre ese giro a su nombre. A esta hora, ya el banco está abierto. (Va a
la mesita de noche y disca el teléfono.) Señor cajero. Le habla el gerente del
hotel para pedirle una información. Tengo aquí un pasajero, el mismo que
hablaba conmigo esta mañana, que no tiene dinero para pagar la cuenta del
hotel. Él me dice que está esperando una transferencia de un banco de Bella
Vista para esta tarde. El banco que recibirá el dinero es el suyo. ¿Podría
decirme si ya llegó?
El
cajero.- Ya sé de qué giro se trata. Ese dinero no se ha recibido.
El
gerente.- ¿Cree usted que haya posibilidades de que se reciba esta tarde?
El
cajero.- No lo creo. Como la situación del señor Sacristán acabó por
preocuparme, yo llamé esta mañana y acabo de volver a llamar al banco de Bella
Vista donde me dieron la misma respuesta negativa. (El gerente cuelga.)
El
gerente.- ¿Oyó usted, señor Sacristán? No hay tal transferencia. Su hermano
Joaquín no se ha presentado al Banco de Bella Vista. De historias como la suya
yo tengo una colección.
Delmiro.-
Mi hermano Joaquín siempre ha cumplido su palabra. Si no me ha girado el dinero
ha sido por alguna fuerza mayor. El
siempre me ha sacado de apuros.
El
gerente.- Parece que no lo sacará de ellos esta vez. Usted me ha estado mintiendo
pero no se burlará de mí. O paga ahora mismo o irá a un lugar donde no tendrá
la comodidad de este hotel. En cuanto a sus cachivaches, los retendremos en el
hotel. Espere aquí la cuenta del hotel. Se la enviaré en seguida con un
empleado nuestro al que acompañará un comisario de policía. Y no trate de huir por que es inútil. Está
vigilado. (Sale.)
Delmiro.-
No permitiré que se queden con mis cajas. Jamás. Las volveré a meter en la habitación. (Mete
las cajas en ésta y cierra la puerta con
llave. Se pasea agitado unos instantes mientras se limpia el copioso sudor. Se
oyen golpes en la puerta. Delmiro tiene
un aire horrorizado.)
Primera
voz.- Abra, señor. Soy el recepcionista que le trae la cuenta del hotel. Abra rápido.
Delmiro.-
No la abriré hasta que no reciba el dinero. Márchense de aquí.
Primera
voz.- No puede permanecer más tiempo en el hotel. Su plazo se cumplió.
Segunda
voz.- Un hotel es un lugar de paso, no un lugar para quedarse.
Delmiro.-
Yo no quiero irme del hotel. No quiero. No quiero. ¡Angélica! ¡Joaquín! Tesalio! ¡Señor Cónsul!
Venid en mi ayuda. (Va al teléfono y disca.) El teléfono del cónsul no
responde. Angélica y Tesalio están de
viaje. Probemos con Joaquín. (Disca.) ¿Estás ahí Joaquín? Usa tus recursos
infinitos y sácame de este apuro. Revuelve en tu saco de artimañas, como en
nuestra infancia, cuando con ellas convencías a mi padre para que no me
castigara. Ayer me dijiste que tus artimañas eran inútiles contra el gerente de
un hotel, pero yo sigo creyendo en ti. Nadie responde. Estoy solo, íngrimo y
solo. Nadie me ayuda. Nadie puede
ayudarme en este trance. Solo de mí depende salir de él, pero yo tampoco puedo
hacer nada.
Primera
voz.- (Afuera.) ¡Abra! Abra, señor
Sacristán. Vengo a cobrarle la cuenta. Si no abre, echaremos abajo la puerta.
(Breve silencio. Delmiro, paralizado, no aparta sus ojos de la puerta.) Eche abajo la puerta, señor comisario.
TELÓN
MALAQUIAS
1995.
Diciembre.
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COLMENARES, Hernán. "La voz ahogada de Alejandro Lasser".
En: El Nacional. Papel Literario (Caracas 13 de diciembre de 2008)