La profecía de las bestias
Ricardo
García Van Der Dys.
Dramaturgo, actor. Nació en
Caracas, el 16 de diciembre de 1959. Cursó estudios en la Escuela de Artes de
la UCV., faltándole sólo el requisito de la tesis. Miembro fundador de la agrupación teatral Xiomara Moreno Producciones. Guionista de las películas
venezolanas Reflexiones de César
Bolívar; Tosca, la verdadera historia
e Ifigenia, ambas de Iván Feo.
Escritor de televisión. En 1996 se residenció en México para trabajar con el
equipo de escritores de Argos, productora para TV Azteca y Telemundo. Las
telenovelas Kaina, en Venezuela y Nada Personal en México llevan, entre
otras tantas, las marcas de su pluma. Murió en Caracas, el 16 de diciembre de
2005.
Entre sus obras de teatro se
encuentran: Proyecto Manhattan, Niño
Lobo, Harry Dickson, Lobo rojo, La
profecía de las bestias (Sonrisa de
gato) entre otras.
La profecía de las
bestias
(Esta pieza se desprende de la obra
colectiva Sonrisa de gato, en
la que también participan los co-autores Xiomara Moreno, Javier Moreno, Romano
Rodríguez, José Miguel Vivas, Johnny Gavlovski y nuestro autor. Montada por el
Teatro del Contrajuego, bajo la dirección de Orlando Arocha; y publicada por la revista ADE Teatro, Nº
081, España, julio-agosto 2000)
(Escena vacía. El piso está lleno de platos hondos llenos de leche, colocados sin ningún tipo de orden. También, a un lado, hay una maleta abierta y una buena cantidad de ropa que todavía no ha sido empacada. Un instante y aparece Roberto. Lleva dos cajas pequeñas, una con platos hondos otra con litros de leche. Coloca las cajas en el piso, las abre. Saca un plato y un litro de leche. De pronto, siente un ruido como de cajas que caen, al lado izquierdo. Mira hacia allá con miedo. Sostiene la respiración. Espera un instante. Luego, como si algún peligro hubiera pasado, comienza a servir leche y a dejar el plato sobre el suelo, uno tras otro)
Es
bastante difícil. Más que difícil es sumamente complicado. Vengo de bajar todos
los pisos del edificio. Todos. Del último al primero. Decidí hablar con cada
uno de los que viven en el edificio. Con el trabajo que me cuesta preguntarle a
un extranjero cualquier tontería, la hora, por ejemplo, o cuál autobús me lleva
para acá o para allá, en fin, cualquier cosa, lo que sea… Siento como si se
burlaran de mí, como si el simple hecho de ignorar algo me convirtiera en la
persona más estúpida del mundo. (Pausa) Desde que supe que tengo que
dejar esta casa he estado pensando qué hacer. Lo mejor, lo más indicado, lo
lógico, era buscar, preguntar a ver quién podía encargarse de él. No había otra
posibilidad, ninguna otra salida. Mis hermanos lo odian, ni hablar de mis
padres, mis amigos le tienen asco. Luego de siete noches en las que casi no
dormí, decidí hablar con la gente del edificio. (Pausa) Nadie lo quiere. (Pausa)
Y lo digo en serio, no invento, no estoy montando un teatro para que crean que
me esforcé. Sí me esforcé, pero nadie tiene tiempo, nadie tiene espacio,
quieren precisiones de fechas, cómo me las voy a arreglar para hacerles llegar
el cheque de la comida, en fin. (Pausa)
Nadie lo quiere.
(Limpiando los platos)
Hay
un cuartico en la terraza, es ilegal, nada que ver con la construcción
original, quién sabe quien lo construyó, ni cuándo. Lo cierto es que vive allí
un hombre muy extraño, muy pobre, solo, desde hace años. Quien quita, me dije,
quizás le sirva de compañía, como jamás lo había visto con nadie, ni mujer, ni
hijos… No lo quiso. La señora del tercer piso está viejísima. Tiene un hijo que
la viene a visitar muy poco. Pensé que sería una buena idea. Además los hijos
me lo agradecerían. Tanto como si la acompañaba y le daba un poco de alegría,
como si le transmitía una enfermedad mortal que acabara muy pronto con ella…
Pero tampoco. Pensé en todos los niños del edificio. No es que haya muchos, de
paso; estoy seguro de que este edificio, tan viejo y tan húmedo, es funesto
para los organismos frágiles. A los niños les encantan las mascotas. Hablé con
cada uno, con sus padres, más bien… No estaban interesados. Y no eran los
padres los que decían que no, créanme, sino los niños mismos. Hay un muchacho
que hace streap conmigo en el bar, pero aprecia demasiado su cuerpo, es una locura, le da
pánico, y ya saben la fama que tienen los gatos de transmitir toda clase de
enfermedades, las más asquerosas, las más incómodas y degradantes. De las que
no matan, sino que merman poco a poco. Conozco a alguien que se quedó ciego a
causa, escuchen bien, de una toxoplasmosis transmitida por un gato.
Toxoplasmosis en un ojo, ¿pueden creerlo? Lo que uno tiene que escuchar. (Pausa) No soy capaz de decírselo frente
a frente. Dije “decírselo” y no es una manera de hablar. Pueden pensar lo que
quieran de mí, pero éste gato sabe. Sabe que me voy. (Pausa) Lo adiviné hace una semana, el mismo día que me dieron la
licencia de piloto. Era jueves, como hoy, y tenía trabajo en el bar. Cuando
terminé mi turno, fui a desvestirme y a contar las propinas que las clientes
habían dejado en mi tanga. Las manos me temblaban, me sudaban a chorros. Sabía
que tenía que dejarlo y que eso no le iba a gustar. Me permito aclarar algo. (Sube un tono la voz, como para que alguien
escuche) No es usual que me acueste con las descerebradas que van a verme
desnudo. No tengo ninguna buena opinión de ellas, ni de ese trabajo en general.
Algunas tienen las uñas largas y durante el espectáculo me rompen, en serio, me
hieren, a veces hasta sangro. No es por eso. (Piensa, baja la voz) Lo que pasa es que me siento bien haciéndolo.
Curiosamente me siento bien, quiero decir… No me va mal. Me miran, me aplauden.
(Piensa) Aquella noche una mujer
bastante madura, insistió en irse conmigo. No saben lo que puede ser una mujer
que lleva dos horas bebiendo y mirando hombres desnudos, no se van así de fácil
sin lo que quieren, y yo quería también, pero resistí, no voy a hoteles, me da
vergüenza, y si venía a la casa con una clienta del bar podía ser peor. (Baja la voz) Cuando llegué me estaba
esperando frente a la puerta; estaba muy quieto, tenía los ojos fijos sobre los
míos, el hocico entreabierto mostrando los colmillos, como en una amenaza… (Sube la voz)…y no me digas que no fue
así, (Baja la voz)…rígido, con ese
aire entre desesperado y peligroso de quien regresa de un pésimo viaje, como
disecado. Ya lo sabía todo. (Pausa)
Pensé que se me iba a echar encima para despedazarme, no creo haber tenido más
miedo ni más culpa en toda mi vida. (Pausa)
Esa noche se metió en el closet del cuarto de atrás y desde entonces no le he
visto, se rehúsa a salir, a comer, pero qué quiere… (Sube la voz) No pude conseguir con quién dejarlo. Tampoco te puedo
llevar conmigo… No quiero, no debo llevarte conmigo, ¿me estás oyendo? (Se acerca un tanto hacia la puerta del
cuarto) ¿Me estás oyendo…?
(Se escucha el sonido de
objetos de metal que caen. Un escándalo. Alarma. Él corre hacia la puerta de
salida, espantado, pero el ruido cesa. Él se detiene. Distensión. Comienza a
recoger algo de ropa y a meterla en la maleta)
No
voy a entrar allí. (Sube la voz) No
voy a entrar en ese cuarto. (Baja la voz)
¿Cerraste la puerta? Está bien. No voy a asomarme. Te conozco. Desde que te
metiste en ese closet estás pensando en algo, ya lo sé, vas a tratar de
vengarte. ¿Qué culpa tengo yo? ¿Me estoy riendo? ¿Estoy tranquilo? No. ¿Qué
quieres? Tengo mi licencia, me voy a volar, no sé cuanto dure, no sé si
regrese, y si regreso, regreso por un par de días, no más; tengo quien venga a
sacudir el polvo de la casa cada quince días, quien pague mis cuentas, pero no
tengo quien se quiera quedar contigo porque nadie te quiere. (Piensa, reanuda) Ésa es la verdad. No
lo digo en serio. O si, digamos que no lo digo tan en serio. Pero uno se cansa,
eso sí lo digo en serio, porque el primer recuerdo que tengo de mi vida es que
ya estabas allí, mirándome. Y eso es bastante. Es suficiente, digo yo. A veces
tengo la impresión de que vivías antes que yo, desde siempre, que estabas
esperando que naciera. Pero cuando esté volando se acabó. Arriba todo es
distinto. Puedo preguntar la hora, lo que sea. Nadie va a creer que soy un
estúpido. No hay mujeres con uñas largas que te maltraten. Arriba es frío. Es
azul. Arriba hay nubes y agua. Y a los gatos no les gusta el agua.
(Pausa. Piensa. Deja de
llenar la maleta. Se acerca a la izquierda)
Te
grabé la música que te gusta. Eso para que no digas. Programé el aparato para
que lo toque una vez por día. Y tienes leche. Toda la leche que quieras. (Pausa) Me voy… Al terminar de hacer la
maleta, me voy. ¿Tienes hambre? (Pausa)
Me voy.
(Va hacia la salida. Se
detiene. Piensa. Gira, mira hacia el lado izquierdo)
¿Me
estás escuchando? (Pausa) Todavía
tengo unos minutos. (Pausa) ¿Gato? (Pausa) ¿Gato, gato? (Pausa) ¿Gatico? (Pausa) ¿Por qué no escucho ningún ruido? (Pausa) ¿Es una trampa? ¿Te pasa algo?
(Pausa. Se sienta en el
suelo. Se angustia)
Puedo
llegar tarde. Pero de todas formas me voy mañana, eso que quede claro. Estoy
tranquilo. Estoy calmado. Mira lo calmado que estoy. Nunca me había sentido más
calmado en toda mi vida. (Silencio) Acabo
de recordar una película. La vimos juntos. Ella era una cantante muy famosa que
salía de gira. Su esposo la había golpeado salvajemente unos días antes,
todavía no se le quitaban los moretones de la cara. Tenía un ojo completamente
negro que la obligaba a usar lentes oscuros y se había llevado los niños a la
casa de su mamá. Lo iba a abandonar. Fíjate, curiosamente iba a tomar un avión.
Era un día muy frío, de tormenta.
(Un pequeño sonido de lado
izquierdo. Tensión)
Ella
no aguantó las ganas de hablarle así que fue al teléfono público del aeropuerto
y lo llamó. Le preguntó por él, que cómo estaba. La conversación era muy
difícil, muy tensa pero al final accedió a encontrarse con él cuando regresara,
para hablar de los dos, de su matrimonio que se estaba desmoronando y esas
cosas. Total, ella se monta en la avioneta. Había mucha brisa y el tiempo era
francamente pésimo. Pero igual se monta, con su representante, unos músicos… La
avioneta despega y más tarde, cuando estaban metidos en una nube, le falla el
motor.
(Otro ruido muy suave, como
de papeles volando)
La
tensión es enorme. El piloto, que ya no sé si era el representante o quién,
intenta varias veces, sin éxito, encender el aparato de nuevo. Al fin lo logra.
Al mismo tiempo se disipa la neblina y todos miran con horror que van directo a
una montaña, que no hay salvación. Charlie. Eso fue lo que ella dijo. Justo
antes de que la avioneta se estrellara contra la montaña. Incendiándose.
Haciéndose pedazos.
(Pausa. Suena una puerta que
se abre. Que se cierra. Un instante y aparece el gato. Un enorme y bello gato. Irá directamente a uno de los
platos. Se pone a beber tranquilamente)
¿Cómo
haces para ver en la oscuridad? (Silencio)
¿Podemos hablar? (Instante) Me voy. (Pausa) Ya lo sé. Vas a estar aquí.
Cuando abra esa puerta, dentro de un año, dentro de dos años, vas a estar igual
que hace una semana, que siempre, otra vez esperándome, mirándome, feliz de
vomitarme malas noticias.
(Pausa. Se pone de pie)
Lo
leí en estos días. Una mujer se arrancó un brazo con los dientes para salvar la
vida de sus nietos. Lo más difícil, dijo, fue romper el hueso.
(Silencio. El gato sigue
bebiendo)
(Oscuro final)
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