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Especialista en Teatro Venezolano

domingo, 15 de julio de 2012

Ricardo García


La profecía de las bestias

Ricardo García Van Der Dys.

Dramaturgo, actor. Nació en Caracas, el 16 de diciembre de 1959. Cursó estudios en la Escuela de Artes de la UCV., faltándole sólo el requisito de la tesis. Miembro fundador de la agrupación teatral Xiomara Moreno Producciones. Guionista de las películas venezolanas Reflexiones de César Bolívar; Tosca, la verdadera historia e Ifigenia, ambas de Iván Feo. Escritor de televisión. En 1996 se residenció en México para trabajar con el equipo de escritores de Argos, productora para TV Azteca y Telemundo. Las telenovelas Kaina, en Venezuela y Nada Personal en México llevan, entre otras tantas, las marcas de su pluma. Murió en Caracas, el 16 de diciembre de 2005. 

Entre sus obras de teatro se encuentran: Proyecto Manhattan, Niño Lobo, Harry Dickson, Lobo rojo, La profecía de las bestias (Sonrisa de gato) entre otras.


La profecía de las bestias

(Esta pieza se desprende de la obra colectiva Sonrisa de gato, en la que también participan los co-autores Xiomara Moreno, Javier Moreno, Romano Rodríguez, José Miguel Vivas, Johnny Gavlovski y nuestro autor. Montada por el Teatro del Contrajuego, bajo la dirección de Orlando Arocha;  y publicada por la revista ADE Teatro, Nº 081, España, julio-agosto 2000)



(Escena vacía. El piso está lleno de platos hondos llenos de leche, colocados sin ningún tipo de orden. También, a un lado, hay una maleta abierta y una buena cantidad de ropa que todavía no ha sido empacada. Un instante y aparece Roberto. Lleva dos cajas pequeñas, una con platos hondos otra con litros de leche. Coloca las cajas en el piso, las abre. Saca un plato y un litro de leche. De pronto, siente un ruido como de cajas que caen, al lado izquierdo. Mira hacia allá con miedo. Sostiene la respiración. Espera un instante. Luego, como si algún peligro hubiera pasado, comienza a servir leche y a dejar el plato sobre el suelo, uno tras otro)

Es bastante difícil. Más que difícil es sumamente complicado. Vengo de bajar todos los pisos del edificio. Todos. Del último al primero. Decidí hablar con cada uno de los que viven en el edificio. Con el trabajo que me cuesta preguntarle a un extranjero cualquier tontería, la hora, por ejemplo, o cuál autobús me lleva para acá o para allá, en fin, cualquier cosa, lo que sea… Siento como si se burlaran de mí, como si el simple hecho de ignorar algo me convirtiera en la persona más estúpida del  mundo. (Pausa) Desde que supe que tengo que dejar esta casa he estado pensando qué hacer. Lo mejor, lo más indicado, lo lógico, era buscar, preguntar a ver quién podía encargarse de él. No había otra posibilidad, ninguna otra salida. Mis hermanos lo odian, ni hablar de mis padres, mis amigos le tienen asco. Luego de siete noches en las que casi no dormí, decidí hablar con la gente del edificio. (Pausa) Nadie lo quiere. (Pausa) Y lo digo en serio, no invento, no estoy montando un teatro para que crean que me esforcé. Sí me esforcé, pero nadie tiene tiempo, nadie tiene espacio, quieren precisiones de fechas, cómo me las voy a arreglar para hacerles llegar el cheque de la comida, en fin. (Pausa) Nadie lo quiere.

(Limpiando los platos)   

Hay un cuartico en la terraza, es ilegal, nada que ver con la construcción original, quién sabe quien lo construyó, ni cuándo. Lo cierto es que vive allí un hombre muy extraño, muy pobre, solo, desde hace años. Quien quita, me dije, quizás le sirva de compañía, como jamás lo había visto con nadie, ni mujer, ni hijos… No lo quiso. La señora del tercer piso está viejísima. Tiene un hijo que la viene a visitar muy poco. Pensé que sería una buena idea. Además los hijos me lo agradecerían. Tanto como si la acompañaba y le daba un poco de alegría, como si le transmitía una enfermedad mortal que acabara muy pronto con ella… Pero tampoco. Pensé en todos los niños del edificio. No es que haya muchos, de paso; estoy seguro de que este edificio, tan viejo y tan húmedo, es funesto para los organismos frágiles. A los niños les encantan las mascotas. Hablé con cada uno, con sus padres, más bien… No estaban interesados. Y no eran los padres los que decían que no, créanme, sino los niños mismos. Hay un muchacho que hace streap conmigo en el bar, pero aprecia demasiado su cuerpo, es una locura, le da pánico, y ya saben la fama que tienen los gatos de transmitir toda clase de enfermedades, las más asquerosas, las más incómodas y degradantes. De las que no matan, sino que merman poco a poco. Conozco a alguien que se quedó ciego a causa, escuchen bien, de una toxoplasmosis transmitida por un gato. Toxoplasmosis en un ojo, ¿pueden creerlo? Lo que uno tiene que escuchar. (Pausa) No soy capaz de decírselo frente a frente. Dije “decírselo” y no es una manera de hablar. Pueden pensar lo que quieran de mí, pero éste gato sabe. Sabe que me voy. (Pausa) Lo adiviné hace una semana, el mismo día que me dieron la licencia de piloto. Era jueves, como hoy, y tenía trabajo en el bar. Cuando terminé mi turno, fui a desvestirme y a contar las propinas que las clientes habían dejado en mi tanga. Las manos me temblaban, me sudaban a chorros. Sabía que tenía que dejarlo y que eso no le iba a gustar. Me permito aclarar algo. (Sube un tono la voz, como para que alguien escuche) No es usual que me acueste con las descerebradas que van a verme desnudo. No tengo ninguna buena opinión de ellas, ni de ese trabajo en general. Algunas tienen las uñas largas y durante el espectáculo me rompen, en serio, me hieren, a veces hasta sangro. No es por eso. (Piensa, baja la voz) Lo que pasa es que me siento bien haciéndolo. Curiosamente me siento bien, quiero decir… No me va mal. Me miran, me aplauden. (Piensa) Aquella noche una mujer bastante madura, insistió en irse conmigo. No saben lo que puede ser una mujer que lleva dos horas bebiendo y mirando hombres desnudos, no se van así de fácil sin lo que quieren, y yo quería también, pero resistí, no voy a hoteles, me da vergüenza, y si venía a la casa con una clienta del bar podía ser peor. (Baja la voz) Cuando llegué me estaba esperando frente a la puerta; estaba muy quieto, tenía los ojos fijos sobre los míos, el hocico entreabierto mostrando los colmillos, como en una amenaza… (Sube la voz)…y no me digas que no fue así, (Baja la voz)…rígido, con ese aire entre desesperado y peligroso de quien regresa de un pésimo viaje, como disecado. Ya lo sabía todo. (Pausa) Pensé que se me iba a echar encima para despedazarme, no creo haber tenido más miedo ni más culpa en toda mi vida. (Pausa) Esa noche se metió en el closet del cuarto de atrás y desde entonces no le he visto, se rehúsa a salir, a comer, pero qué quiere… (Sube la voz) No pude conseguir con quién dejarlo. Tampoco te puedo llevar conmigo… No quiero, no debo llevarte conmigo, ¿me estás oyendo? (Se acerca un tanto hacia la puerta del cuarto) ¿Me estás oyendo…?

(Se escucha el sonido de objetos de metal que caen. Un escándalo. Alarma. Él corre hacia la puerta de salida, espantado, pero el ruido cesa. Él se detiene. Distensión. Comienza a recoger algo de ropa y a meterla en la maleta)

No voy a entrar allí. (Sube la voz) No voy a entrar en ese cuarto. (Baja la voz) ¿Cerraste la puerta? Está bien. No voy a asomarme. Te conozco. Desde que te metiste en ese closet estás pensando en algo, ya lo sé, vas a tratar de vengarte. ¿Qué culpa tengo yo? ¿Me estoy riendo? ¿Estoy tranquilo? No. ¿Qué quieres? Tengo mi licencia, me voy a volar, no sé cuanto dure, no sé si regrese, y si regreso, regreso por un par de días, no más; tengo quien venga a sacudir el polvo de la casa cada quince días, quien pague mis cuentas, pero no tengo quien se quiera quedar contigo porque nadie te quiere. (Piensa, reanuda) Ésa es la verdad. No lo digo en serio. O si, digamos que no lo digo tan en serio. Pero uno se cansa, eso sí lo digo en serio, porque el primer recuerdo que tengo de mi vida es que ya estabas allí, mirándome. Y eso es bastante. Es suficiente, digo yo. A veces tengo la impresión de que vivías antes que yo, desde siempre, que estabas esperando que naciera. Pero cuando esté volando se acabó. Arriba todo es distinto. Puedo preguntar la hora, lo que sea. Nadie va a creer que soy un estúpido. No hay mujeres con uñas largas que te maltraten. Arriba es frío. Es azul. Arriba hay nubes y agua. Y a los gatos no les gusta el agua.

(Pausa. Piensa. Deja de llenar la maleta. Se acerca a la izquierda)

Te grabé la música que te gusta. Eso para que no digas. Programé el aparato para que lo toque una vez por día. Y tienes leche. Toda la leche que quieras. (Pausa) Me voy… Al terminar de hacer la maleta, me voy. ¿Tienes hambre? (Pausa) Me voy.

(Va hacia la salida. Se detiene. Piensa. Gira, mira hacia el lado izquierdo)

¿Me estás escuchando? (Pausa) Todavía tengo unos minutos. (Pausa) ¿Gato? (Pausa) ¿Gato, gato? (Pausa) ¿Gatico? (Pausa) ¿Por qué no escucho ningún ruido? (Pausa) ¿Es una trampa? ¿Te pasa algo?

(Pausa. Se sienta en el suelo. Se angustia)

Puedo llegar tarde. Pero de todas formas me voy mañana, eso que quede claro. Estoy tranquilo. Estoy calmado. Mira lo calmado que estoy. Nunca me había sentido más calmado en toda mi vida. (Silencio) Acabo de recordar una película. La vimos juntos. Ella era una cantante muy famosa que salía de gira. Su esposo la había golpeado salvajemente unos días antes, todavía no se le quitaban los moretones de la cara. Tenía un ojo completamente negro que la obligaba a usar lentes oscuros y se había llevado los niños a la casa de su mamá. Lo iba a abandonar. Fíjate, curiosamente iba a tomar un avión. Era un día muy frío, de tormenta.

(Un pequeño sonido de lado izquierdo. Tensión)

Ella no aguantó las ganas de hablarle así que fue al teléfono público del aeropuerto y lo llamó. Le preguntó por él, que cómo estaba. La conversación era muy difícil, muy tensa pero al final accedió a encontrarse con él cuando regresara, para hablar de los dos, de su matrimonio que se estaba desmoronando y esas cosas. Total, ella se monta en la avioneta. Había mucha brisa y el tiempo era francamente pésimo. Pero igual se monta, con su representante, unos músicos… La avioneta despega y más tarde, cuando estaban metidos en una nube, le falla el motor.

(Otro ruido muy suave, como de papeles volando)

La tensión es enorme. El piloto, que ya no sé si era el representante o quién, intenta varias veces, sin éxito, encender el aparato de nuevo. Al fin lo logra. Al mismo tiempo se disipa la neblina y todos miran con horror que van directo a una montaña, que no hay salvación. Charlie. Eso fue lo que ella dijo. Justo antes de que la avioneta se estrellara contra la montaña. Incendiándose. Haciéndose pedazos.

(Pausa. Suena una puerta que se abre. Que se cierra. Un instante y aparece el gato. Un enorme y  bello gato. Irá directamente a uno de los platos. Se pone a beber tranquilamente)

¿Cómo haces para ver en la oscuridad? (Silencio) ¿Podemos hablar? (Instante) Me voy. (Pausa) Ya lo sé. Vas a estar aquí. Cuando abra esa puerta, dentro de un año, dentro de dos años, vas a estar igual que hace una semana, que siempre, otra vez esperándome, mirándome, feliz de vomitarme malas noticias.

(Pausa. Se pone de pie)

Lo leí en estos días. Una mujer se arrancó un brazo con los dientes para salvar la vida de sus nietos. Lo más difícil, dijo, fue romper el hueso.

(Silencio. El gato sigue bebiendo)

(Oscuro final)


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