Datos personales

Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 16 de abril de 2012

Ibsen Martínez




http://ibsenmartinez.com/biografia

HUMBOLDT
&
BONPLAND
TAXIDERMISTAS
(TRAGICOMEDIA CON NATURALISTAS, EN DOS ACTOS)



Con la burla en un ojo
y el candor en el otro
veo decirse las acciones
de los  hombres.
Ambos ojos me engañan.
Meng-Hao-Hang



A José Ignacio Cabrujas
astuto cazador
furtivo en sus propios dominios.
Invicto y atrapado.
Caracas-New Haven-Caracas
1979


FICHA TÉCNICA:

BARÓN ALEXANDER VON HUMBOLDT ---------------- Juan Carlos Gené
AIMÉ BONPLAND -------------------------------------------- Norberto Vieira
SEIFERT ------------------------------------------------------- José León
CALIBÁN ------------------------------------------------------- Alberto Acevedo

Escenografía e iluminación --------------------------------- Carlos Gómez Fra
Vestuario ------------------------------------------------------ Carlos de Luca
Producción ---------------------------------------------------- Esther Bustamante
Asistente a la Dirección ------------------------------------ Carolina Puig
Dirección ------------------------------------------------------ Enrique Porte

“Humboldt & Bonpland, taxidermistas”, se estrenó en la Sala Juana Sujo del hoy desaparecido Nuevo Grupo de Caracas, en febrero de 1981.



ACTO PRIMERO
Bajo las palmeras borrachas de sol.

(Descampado en el llamado Nuevo Mundo. Corre el año 1799. Ruidos silvestres. Bonpland, sudoroso y jadeante, hace su entrada. Aparta alguna maleza y mira a lo alto.)

BONPLAND.-
Bueno, creo que desde aquí podrás verlo mejor. ¿Cuánto crees que mida?

HUMBOLDT.-
(Fuera de escena) ¿De alto o de ancho?

(Bonpland mueve la cabeza, desalentado)

HUMBOLDT.-
(Siempre fuera de escena) En realidad es difícil hacerse una idea. Es un macizo alto, no hay duda. Digamos seiscientos… setecientos pies… (Pausa) Tal vez más.

BONPLAND.-
La Sociedad Real de Londres querrá datos en metros. ¿No podrías ser… más preciso?

HUMBOLDT.-
(Tenazmente fuera de escena) Multiplica por dos treinta o algo así, te da la cifra en metros.

BONPLAND.-
¡Alex, por favor!

(EntraHumboldt ajustando los botones de su bragueta. Porta un telescopio retráctil en la mano)

HUMBOLDT.-
(Displicente y sudoroso) La cifra aproximada, claro…

BONPLAND.-
Alex, ¿qué clase de naturalistas crees que somos?

HUMBOLDT.-
Bastante aproximados. Ya sé que no quieren aproximaciones pero hacemos lo que podemos. Nos aproximamos lo más posible al macizo calcáreo, y calculamos cuánto mide. Eso debería bastarles, eso debería tranquilizarlos durante los próximos cien años, cuando la próxima expedición venga a corregirnos la plana, ¿por qué quieren saberlo todo, demás?: es prometeico, es absurdo, es indecente…

BONPLAND.-
Antes eras más puntilloso con las mediciones…

(Humboldt lo mira con ultrajado asombro)

HUMBOLDT.-
Por supuesto que puedo trastear un rato con las tangentes y el goniómetro, pero, en verdad, cher Bonpland, no tiene la menor importancia si el error es de unos cuantos centenares de metros. 

BONPLAND.-
¿Ah, no?

HUMBOLDT.-
Nunca vendrán a verificarlo. Lleva tú un rato el telescopio, ¿quieres?: deja un insoportable olor a cobre.

(Humboldt le alarga el telescopio a su colaborador. Se sienta sobre una piedra rugosa. Se seca el sudor. Se da a la tarea de quitarse las botas)

BONPLAND.-
Si pusieras algo de tu parte ya habríamos terminado por hoy.

HUMBOLDT.-
¿Te queda algo de esa bazofia del Mosela, como tú la llamas? Quisiera refrescarme.

BONPLAND.-
Una sesión de mediciones completa y podríamos irnos a casa.

HUMBOLDT.-
(Tras una larga pausa exasperada) Okey. Un poco de ese Mosela y te prometo que volveré a hacer el número del teodolito. Tal vez haga algunas lecturas sobre la bóveda.

BONPLAND.-
¿La bóveda? Todavía no oscurece.

HUMBOLDT.-
Tienes razón, suprimiré el sextante. Mediciones, Bonpland, me muero por hacer las mediciones…

BONPLAND.-
(Con pueril entusiasmo) ¿Con todo y termómetro de superficie?

HUMBOLDT.-
(Condescendiente) En cuanto acabe con esta garrapata… está enquistada entre el segundo y tercer dedo…

BONPLAND.-
¿Y también la humedad ambiente?

HUMBOLDT.-
No sé qué obsesión tienes con la humedad ambiente. Todo es bastante húmedo, ¿no es cierto? Eso debería ser suficiente. (Remeda un memorándum): “Señores del Círculo Geognósico: por la presente me complazco en comunicarles que las riberas del Orinoco son, en su mayoría, proclives a ser más húmedas que secas”. Y ya está. Pero no. Ellos insisten en las cifras.

BONPLAND.-
Alex, prometiste hacerlo…

HUMBOLDT.-
(Calzándose de nuevo las botas) Dije unas cuantas mediciones. Dije altitud. Dije longitud. Dije tal vez intensidad lumínica. Tal vez temperatura… sí, puede ser hasta interesante que midamos la temperatura. Pero, ¿la humedad?... ¿qué empeño tuyo ése con la humedad?

BONPLAND.-
Porque no es constante en todas partes. Por eso debes medirla.

HUMBOLDT.-
Pásame la cantimplora con el Mosela.
BONPLAND.-
Alex, prometiste…

HUMBOLDT.-
Yo no quería salir hoy: tengo la correspondencia atrasada.

BONPLAND.-
¿Atrasada? Si nadie nos escribe…

HUMBOLDT.-
Nadie te escribe a ti, estúpido masón, querrás decir. No soy hombre que descuida sus deberes.

BONPLAND.-
Entonces, mide la humedad ambiente. Prometiste hacerlo.

HUMBOLDT.-
Sólo de vez en cuando. (Pausa) Además, el higrómetro está dañado. Sólo a un suizo se le ocurre confiar la precisión a un cabello de mujer. Tu humedad acabó por enchumbar y romper el cabello del higrómetro. No sirve. No se mide la humedad hoy. Pásame el Mosela.

(Bonpland corre hasta el previsible bulto con los instrumentos. Extrae un higrómetro. Lo muestra triunfal.)

BONPLAND.-
Ayer me las apañé para conseguir un cabello de mujer. Es un poco lacio, es verdad, un poco demasiado Maquiritare. Pero servirá.

HUMBOLDT.-
(Resopla desalentado) No lo creo. Déjame verlo de todos modos.

(Bonpland le alcanza el higrómetro. Humboldt lo examina con atención)

HUMBOLDT.-
Siempre te sales con la tuya, Jean Claude. Tendré que medir también la humedad ambiente. ¿Cómo haces para preverlo todo? ¿Cómo haces para dormir en hamaca sin caerte?

BONPLAND.-
(Todo modestia) Uno termina acostumbrándose.

(Bonpland le muestra, tentador, la cantimplora con el vino)

BONPLAND.-
¿Qué? ¿Voy colocando el dispositivo instrumental?

HUMBOLDT.-
Adelante, caro Jean Claude. ¡Y venga acá la cantimplora!

(Bonpland se ajetrea disponiendo extractores de muestras geológicas, veletas que miden la velocidad media del viento, termómetros de superficie, herbarios, redes atrapa mariposas… Humboldt lo observa todo mientras bebe)

HUMBOLDT.-
¿Cuánto hace que salimos de La Coruña, Jean Claude?

BONPLAND.-
(Sin cesar en su ajetreo) Unos meses. No me llames Jean Claude…

HUMBOLDT.-
(Ponzoñoso) Unos meses, ¿eh? Mes más, mes menos…

BONPLAND.-
(Se detiene y enuncia, mirando a lo alto) Cuatro meses, diecisiete días…

HUMBOLDT.-
Un verdadero hombre de tu época, Jean Claude. La exactitud, el rigor… (Pausa) Me pregunto cómo les estará yendo a los muchachos del Directorio Revolucionario. ¿Logrará el éxito echar a perder a Gay-Lussac? ¿Invadirán de nuevo los austriacos?

BONPLAND.-
(Que estado mostrándose indeciso) ¿Abro también los herbarios? Durante el ascenso observé unas gimnospermas nada familiares…

HUMBOLDT.-
(Con una risotada) El herbario, claro… colócalo. ¿Qué más da?

(Bonpland abre con sumo cuidado el herbario)

HUMBOLDT.-
¿Dónde guardas la llave de la bodega?

BONPLAND.-
No es más que un baúl con botellas.

(Bonpland continúa instalando el instrumental. Se afana mientras evita tropezar con los pies del yacente y relajado Humboldt)

HUMBOLDT.-
Te lo pregunto porque nunca se sabe lo que puede ocurrir. Todo es tan equinoccial por estos lados…

HUMBOLDT.- (Alza la voz) ¡Dije que cualquier cosa puede pasar…!

BONPLAND.-
¿Hein?

HUMBOLDT.-
Por ejemplo, supón que un buen día decides…

BONPLAND.-
(Mirando en torno suyo, consigo mismo) ¿Dónde habré puesto el registrador magnético?

HUMBOLDT.-
… de una vez por todas “ir y ver”. ¿No es ese tu lema? “Ir y ver” ese absurdo brazo de río que corre en verano hacia el Orinoco y el resto del año fluye hacia el Amazonas…

BONPLAND.-
(Exasperado) Casiquiare… se llama Casiquiare. Y es al revés.

HUMBOLDT.-
¿Al revés? ¿Qué es al revés?

BONPLAND.-
Corre para el Amazonas en invierno… el resto del año se devuelve…

HUMBOLDT.-
(Despectivo) Muy edificante… muy equilibrado de su parte… bueno, entonces vas y ves el brazo del Casiquiare… y qué sé yo… te caes de repente de la curiara… no es probable que pase porque siempre te atas a la proa de la curiara… pero, ¿qué tal si pasa una noche?: te caes al agua limosa del río sin que ninguno de los yanomamis que bogan en silencio, a la luz de las estrellas, lo advierta. Y así, sin más, vas y te ahogas…

BONPLAND.-
Ya ocurrió una vez. Nadé hasta la orilla. No veo cuál es el punto…

HUMBOLDT.-
(Estallando, desecha la objeción) Te ahogas. Vas y te ahogas.

BONPLAND.-
Okey, Alex, me ahogo. Vamos a trabajar. Te toca tu parte. Haz las mediciones.

(Humboldt se dispone a hacer las mediciones. Toma una especie de bitácora y se acerca a uno de los instrumentos)

HUMBOLDT.-
Te ahogas… y del rigor de la ciencia pasas al rigor mortis y yo me quedo sin la llave de la bodega.

BONPLAND.-
Todavía hay luz, pero date prisa…

HUMBOLDT.-
O mejor… quise decir… peor: te comen las pirañas que tanto te obsesionan… y yo me quedo sin la llave del baúl lleno de botellas de Riesling, de Orvietto…

(Bonpland se apodera ahora de la cantimplora. Le da un largo beso. Se tiende en el piso, reclinando la cabeza en el herbario abierto. Humboldt copia las lecturas con infinita desidia. Murmura por lo bajo las mediciones. Bonpland produce ahora un estuche semejante a los demás estuches del instrumental.)

HUMBOLDT.-
(Intrigado) ¿Qué traes ahí?

BONPLAND.-
Mi flauta (Pausa), date prisa. La luna sale a las 21:56 y todavía tenemos que desmontar este tinglado y armar el instrumental nocturno…

(Bonpland ataca torpemente una escala cromática: al equivocarse vuelve a empezar. Humboldt verifica las mediciones)

HUMBOLDT.-
(Musitando) Diecisiete grados Reamur …¡absurdo! Creo que tu termómetro vuelve a las andadas, Jean Claude.

BONPLAND.-
Es tu termómetro. Y no me llames Jean Claude.

HUMBOLDT.-
Bueno, diré que se trata de una paradójica irregularidad climática… para asombro de las Academias.

(Anota cuidadosamente) Diecisiete grados Reamur. Recordar trasladar a centígrados…

BONPLAND.-
Me exasperas con tu desaprensión. ¿De verdad piensas hacer eso?

HUMBOLDT.-
¿Y por qué no?  Es el Nuevo Mundo. La gente querrá escuchar paradojas, hechos inconsistentes con la teoría… No puedo hablar de amazonas ni de sirenas… pero sí puedo, ¿cómo decirlo?, encubrir una que otra imperfección del instrumental… después de todo, ¿qué somos?: cazadores de inconsistencias… buscadores de irregularidades… como ese idiota brazo de río que tanto te interesa…

BONPLAND.-
Casiquiare. Se llama Casiquiare.

HUMBOLDT.-
Corre hacia el Amazonas en verano…

BONPLAND.-
(Corrigiéndolo) hacia el Orinoco en la estación seca…

HUMBOLDT.-
¿Cuál estación seca? Y hacia el Orinoco en la estación lluviosa…

BONPLAND.-
No, no… es al revés…

HUMBOLDT.-
(Exasperado) Corre para allá la mitad del tiempo y para acá el resto del año. ¿Te gusta más así?

BONPLAND.-
No es muy preciso…

HUMBOLDT.-
Tan preciso como tu río. (Pausa) Estaríamos mejor en Egipto, viejito. Allí no hay más que una estación y la única irregularidad son los fusileros del buen Napoleón.

(Durante lo anterior, Humboldt no ha cesado de hacer mediciones. Termina ahora y se queda mirando fijamente al herbario, sobre el que reclina la cabeza Bonpland. Chopos, helechos y mimosas asoman por sobre el borde de madera)

HUMBOLDT.-
¿Qué está haciendo esa víbora en nuestro herbario, Jean Claude? ¿No te habrás estado confundiendo de recipiente, eh? Odiaría encontrarme con una Bothrops Atrox, vulgo mapanare entre mi colección de gimnospermas…

(Bonpland palidece del susto: el herbario está justo junto a su cuello)

BONPLAND.-
(Aterrado) Sabes que detesto la ofidiología. Esa fue una de mis condiciones, ¿recuerdas?: nada de coleccionar serpientes: soy botánico… no un morboso manoseador de culebras.

(Humboldt pasa junto al herbario con exagerada cautela)

HUMBOLDT.-
Pues allí hay una serpiente… entre tus gimnospermas… a un palmo de tu cuello…

BONPLAND.-
(Paralizado de terror) ¿Cómo es? ¿Tiene la cabeza lanceolada?

(Humboldt anota algo en su bitácora. Murmura la anotación)

HUMBOLDT.-
Cayó seis puntos respecto de la media del día anterior… treinta y cinco sobre seis posibles…

BONPLAND.-
¡Aleeex! ¿Es bífida?

HUMBOLDT.-
¿Qué?

BONPLAND.-
Estoy tratando de averiguar si es venenosa…

HUMBOLDT.-
Hay un método infalible. ¿Qué cosa es eso de la cabeza en forma de lanza?

BONPLAND.-
Si la tiene en forma de lanza… y si la lengua se le parte en dos… y tiene escamas detrás de los ojos… entonces… es venenosa…

(Humboldt ha asentido a cada una de las características citadas por Bonpland. Se asoma al herbario con cautela)

HUMBOLDT.-
Tiene una cabeza horrible… ¿por qué no cierras de una patada el herbario y lo quemas? En fin… haz algo…

BONPLAND.-
Ahí están todas mis bouganvilias… he tardado años…

(Humboldt le dedica una mirada reprobatoria)

BONPLAND.-
(Corrigiéndose) Bueno… meses…

HUMBOLDT.-
Por favor, Jean Claude, estamos rodeados de bouganvilias… es todo un océano de bounganvilias… siempre podrás empezar de nuevo, ¿por qué no agarras una piedra y la matas?

(Con gesto resuelto Humboldt empieza a desmontar el instrumental)

HUMBOLDT.-
Bueno, basta por hoy, muchacho… demasiadas emociones por un día…

BONPLAND.-
(Siempre aterrado) ¿Qué estás haciendo?

HUMBOLDT.-
Es un sitio demasiado insalubre. Últimamente hasta se ven serpientes rondando… humedad… y todo eso. Nos mudamos a un lugar más sano, es todo.

BONPLAND.-
¿Y piensas dejarme solo? ¿Con eso a diez centímetros de mi cuello?

HUMBOLDT.-
(Repentinamente severo) Hicimos un trato. Cada cual cuida de lo suyo. No tengo la culpa si las culebras duermen entre tus mimosas.

(Humboldt se inclina sobre el herbario)

HUMBOLDT.-
Además, no creo que sea venenosa.

BONPLAND.-
(Con súbita esperanza) ¿No tiene escamas en los arcos superciliares?

HUMBOLDT.-
Escamas en las cejas, quieres decir… No, no parece tener escamas… espera un segundo: ¿Qué entiendes tú por escamas…? ¿Te refieres a escamas? ¿Cómo la de los peces? No luce muy fiera en todo caso.

(Humboldt ha terminado de recoger el instrumental. Se aleja ahora lentamente, mientras se coloca el enorme macuto sobre el hombro)

HUMBOLDT.-
Se hace tarde… alguien debe ir a preparar la cena… te espero en el campamento.

BONPLAND.-
¡Alex…! No pensarás dejarme solo… sabes que las culebras me paralizan… no es justo.

HUMBOLDT.-
Todavía queda algo de ragout. Con un poco de casabe y un vaso de Oporto no sabe del todo mal…

BONPLAND.-
No puedes irte así…

HUMBOLDT.-
Quién te ha visto, Jean Claude… intimidado por un reptil. Tú, un espíritu de la época, un naturalista… hasta pronto: mantendré tibio tu ragout.

(Humboldt desaparece en la espesura portando torpemente el instrumental, al tiempo que comienza a oscurecerse)

BONPLAND.-
¡Alex! ¡Alex!... ¡No te vayas, espera…!

HUMBOLDT.-
(Fuera de escena) Es sólo una serpiente, Jean Claude. Algo habrá que sepas hacer.

BONPLAND.-
Al menos dime si estaba enardecida.

HUMBOLDT.-
¿Y cómo diablos es una serpiente enardecida?

BONPLAND.-
(Frenético) ¿Es bífida?

HUMBOLDT.-
Date prisa… La luna sale a las 21:56.

BONPLAND.-
Aleeex… regresa… ¡Ayúdame…!

HUMBOLDT.-
Tengo una idea.

BONPLAND.-
(Desolado) Tiene una idea. Alex von Humboldt acaba de tener una idea.

HUMBOLDT.-
La flauta. Bonpland, usa tu flauta.

(Tras una aterrorizada pausa, Bonpland ataca con indecisión un remedo melódico de la clásica tonada para encantar serpientes de los cartones de la “Warner Brothers”. Se incorpora lentamente, se acerca al herbario, los ojos desorbitados. Oscurece lentamente y el ruido de los grillos aumenta en Pith y domina la escena)

(Oscuro.)


(Sede del campamento de la expedición Humboldt & Bonpland. Hamacas que conviven con sofisticadísimos instrumentales y mascotas selváticas y, casi siempre, prensoras. Humboldt escribe a la luz de un candil de mesa. Se escucha su voz, al paso que escribe, a través del sistema de sonido).



HUMBOLDT.-

“¡En qué ignorancia vivimos, mi querido Barón de Forrel! Todavía vuestra esquela no llegaba a La Habana por causa de la guerra y ya yo había enviado a V.E. más de un memorial  desde Tenerife, desde Cumaná. He aquí una carta muy mal escrita, en verdad, y muy estéril. Pero no os pediré excusas: sé que estimáis mi persona lo bastante como para que agrade la sola noticia de mi existencia y buena salud. Esta irá hasta Madrid mediando la buena fortuna del correo de La Habana. La enviaré desde la cercana misión de frailes capuchinos. Servíos dar noticias de mí  en alguna carta para Sajonia, a todos mis amigos de Dresden y Fryberg. ¡Cómo echo de menos Dresden, la Florencia del Elba! Aquí sólo se hablaba, en las ciudades, de la terrible tempestad que sufrió la armada española frente a Cartagena…”.



(Durante lo anterior, Bonpland ha descubierto, previsiblemente, la ausencia de serpientes en su herbario. Regresa desde la espesura. Jadea de furor. Lanza el herbario a la cabeza de Humboldt, quien acierta a esquivarlo.)



HUMBOLDT.-

¿Qué mierda te pasa?



(Bonpland se echa sobre él y aferra la garganta del Barón.)



BONPLAND.- 

(Echando espumarajos) ¿Una Bothrops Atrox no es eso? Una mapanare con una cabeza horrible, bífida… ¿eh?

HUMBOLDT.-
Arf… agh… Ugh… Tranquilízate… ¡Quita tus manos de mi chaqueta…!

(Forcejean)

BONPLAND.-
(En pleno forcejeo) Otra broma como esa y conectaré tu hamaca a una botella de Leyden. Un poco de tu propio chocolate electrostático…

(Bonpland tiene un recrudecido arranque de violencia. Echa mano a un enorme machete de monte. Humboldt logra zafarse. Esgrime un pistolete. Bonpland se detiene frente a él, acesante.)

BONPLAND.-
(Sardónico) El estudiante berlinés… el huérfano acaudalado  noble… el duelista… ¡Ja! Anda: tira del gatillo.

(Tras una larga pausa, Humboldt baja la mano armada)

HUMBOLDT.-
Okey. Se me pasó la mano. Tampoco nos vamos a pegar un tiro por eso, ¿no? Se me fue la mano. Fue una broma pesada. Okey: pido perdón. No lo hago más.

BONPLAND.-
(Con rara entereza) Voy a irme un día, petimetre. Con todo y herbolarios. Con todas las mediciones que haces sólo porque te hago la vida imposible. Mejor: un día dejaré toda la pasta de acuarela en el río: será sublime y pavoroso, a la vez, ver cómo no tendré que dibujar cuanto pajarraco te llama la atención. Ni siquiera curare. Nada de balazos en la nuca cuando te vayas a dormir. Desinterés, no más. Golondrinas en las ingles, ladillas en el pubis, miasmas, fiebres… y yo puro desinterés…

HUMBOLDT.-
Yo… ¿qué quieres que te diga? Me pareció ver una serpiente… son tan miméticas… y todo es tan confuso en tu herbario…

(Bonpland le dedica una incrédula mirada)

HUMBOLDT.-
Yo mismo no sé por qué hago cosas así. Pensé que sería divertido. Está bien. Jean Claude…

BONPLAND.-
(Furibundo) No me llames Jean Claude.

HUMBOLDT.-
Mañana salimos por ahí, si tú quieres… y hacemos las mediciones… y recolectamos los helechos… como al principio… y cronometramos la salida de la luna y las costelaciones del Hemisferio y el nivel de mar… Lo hemos hecho antes y ha resultado hasta entretenido… y tú siempre has quedado contento. Después venimos y comemos algo y… no sé… hablamos… o tú tocas la flauta… o trabajamos en el glosario maquiritare. Yo no lo hago más. Te lo prometo.

(Bonpland ha tomado la carta a medio escribir)

BONPLAND.-
Otra carta. ¿Cuántas has escrito desde que andamos por aquí, Alex? (Pausa) Al Barón de Forrel. Un bienpensante acantonado en Heidelberg.

HUMBOLDT.-
(Corrigiendo) En Madrid.

BONPLAND.-
En Madrid.

(Bonpland se sienta, desolado, en la hamaca)

BONPLAND.-
¿Y mi ragout?

HUMBOLDT.-
Cené con casabe y morcilla. El ragout se puso rancio. El mestizo lo botó al río.
BONPLAND.-
Quedará queso parmesano.

HUMBOLDT.-
También se echó a perder.

BONPLAND.-
Creí que el queso de Parma era incorruptible.

(Bonpland no ha dejado de leer lo escrito por Humboldt)

BONPLAND.-
¿De qué misión de capuchinos hablas en esta carta? No hay misión de capuchinos en leguas a la redonda. ¿Por qué le escribes todo eso al Barón de Forrel? Ay, Alex… bien dicen que la mujer del pianista…

HUMBOLDT.-
¿La mujer del pianista?

BONPLAND.-
Es la primera en enterarse que el pianista no práctica… que no está en forma… que es un mentiroso…

HUMBOLDT.-
Y yo soy un pianista…

BONPLAND.-
No sé. Lo que sí sé a punto fijo es que no hay misiones en leguas a la redonda. La última la dejamos atrás hace dos semanas.

HUMBOLDT.-
¿Cómo puedes saberlo?

BONPLAND.-
Ni dominicos, ni franciscanos, ni capuchinos… rien à faire, mon cher: no hay misiones.

HUMBOLDT.-
¿Y cómo puedes saberlo?

BONPLAND.-
Esa ha sido siempre tu coartada de acero. Un día fuiste a Berlín, estábamos en Venecia, ¿recuerdas? De paso por Zurich escribiste. Me escribiste.

HUMBOLDT.-
¿Quieres que te fría una salchicha? Puedo freírte una salchicha.

BONPLAND.-
Y escribías: “cuando los trescientos relojes de Zurich den las nueve ya yo estaré al otro lado del lago”. Yo pregunté: ¿Cómo sabes que son trescientos?

HUMBOLDT.-
¿Salchichas y casabe y un poco de café?

BONPLAND.-
Y a vuelta de correo respondías. (Severo) ¿Qué respondías?

HUMBOLDT.-
(Avergonzado) ¿Cómo sabes que no son trescientos?

BONPLAND.-
Ajá. Voilá: tu coartada de acero. (Escéptico) Capuchinos, misiones…

(Bonpland se pone de pie. Saca una pipa del bolsillo de su chaleco. Comienza a llenarla.)

HUMBOLDT.-
¿Y bien? ¿Qué me dices? ¿Caliento la salchicha? ¿El Café?

BONPLAND.-
No. No te molestes. ¿Dónde pusiste a refrescar el Oporto?

HUMBOLDT.-
Junto al embarcadero de las curiaras. Dejé una vara de bambú señalando el sitio, como de costumbre. Hay luna. No te puedes perder.

(Bonpland se apresta a salir)

HUMBOLDT.-
Aimé, si, quieres dedicamos toda la mañana de mañana a los helechos. Como al principio.

BONPLAND.-
(Abstarído. Mirando hacia la noche) Puede haber serpientes en mi caja de hierbas. ¿No te da miedo?

HUMBOLDT.-
Okey. Ya te dije que se me pasó la mano. Te pedí disculpas. (Sin transición) Despúes de todo no había serpientes en tu herbario. Pudo haber sido peor. Pudo haber sido verdad.

BONPLAND.-
Tampoco había trescientos relojes en Zurich.

HUMBOLDT.-
Yo iré por la botella… anda… toca algo.

BONPLAND.-
Prefiero mi Oporto. Solo… junto al río.

(Bonpland toma su flauta. Un sacacorchos y una copa. Sale hacia la espesura sin más ceremonias. Humboldt desalentado, vuelve a su carta inconclusa. Escuchamos de nuevo su voz por el sistema de sonido.)

HUMBOLDT.-
“No tiene usted idea de los peligros que arrastramos, Barón. Víboras venenosas, crecidas fluviales y la maligna hostilidad de las tribus nativas en su mayoría tenidas por antropófagas, si bien no doy crédito a esas consejas. El Padre Junípero, de la vecina misión franciscana, confirmó la extraña conducta del brazo Casiquiare, afluente del Orinoco la mitad del año y del Amazonas el resto del tiempo…”.

(Comienza a escucharse un tristísimo aire de flauta, torpemente ejecutado. Humboldt detiene su pluma al escucharlo. Mira a lo alto. Aspira profundamente.)

(Oscuro.)


(Sutilísimo cambio en la iluminación. Advertimos ahora el perfil de una planta, inequívocamente tropical, torturada en un atril de disección. Una figura insolente y desfachatada, de pie, junto a la planta, continúa la lectura de la carta. Es París, es el Hotel D’Anjou, circa 1812. La figura es Seifert, criado de Humboldt, expreceptor de Párvulos Nobles, excoracero del ejército austríaco.)



SEIFERT.-

(Leyendo, maligno) “El Padre Junípero, de la vecina misión franciscana, confirmó la extraña conducta fluvial del llamado Brazo Casiquiare, afluente del Orinoco la mitad del año y del Amazonas el resto del tiempo…”. (Pausa) Se llama Junípero y vive en una misión franciscana… ¿dónde he leído algo parecido?



(Humboldt se remueve en su butaca, en gesto de reconvención)



HUMBOLDT.-

Se toma muchas libertades al comentar mi correspondencia, Seifert.



(Seifert se adelanta en la semipenumbra del estudio del Barón von Humboldt)


SEIFERT.-
Me ordenó elaborar un índice temático de su correspondencia. ¿Siempre guarda las copias junto a la sosa cáustica?

HUMBOLDT.-
Es un habito que adquirí en América. Había que espolvorearlo todo con sustancias preservativas. También la correspondencia se echa a perder con la humedad.

(Seifert huele la carta con un mohín de desagrado)

SEIFERT.-
Convendrá en que no es obligación frecuente de un criado elaborar índices temáticos. ¿Pasó la noche en el estudio? (Sardónico) ¿Cómo va esa obra inmortal?

HUMBOLDT.-
(Abrumado por una tarea superior a sus fuerzas) Tengo que trabajar horas extras si quiero terminar a tiempo para la imprenta: debo terminar la tercera parte del sexto tomo  del libro  sobre el viaje de América. ¿No ha llegado correspondencia de Berlín? ¿Los dineros de la Academia Francesa?

(Seifert se ha sentado, indolente, en una esquina del mesón de trabajo)

SEIFERT.-
No. De eso precisamente quería hablarle. Está visto que nuestro amigo, el ciudadano Emperador, siente algo más que adversión por los naturalistas alemanes. Tampoco esta quincena ha llegado la subvención de la Academia de Ciencias.

HUMBOLDT.-
(Alarmado) ¿Qué estará pasando? ¿Tampoco hoy…?

SEIFERT.-
Imagino que tanto sextante y tanta retorta y tanto telescopio lo ponen nervioso. Al Emperador, quiero decir. Me temo que la luna de miel con el “estamento liberal”, como usted lo llama, toca a su fin. En cuanto al Rey de Prusia… parece habernos olvidado.

(Humboldt, de pie, abre ahora las ventanas. Entra un chorro de luz matutina. Maquinal, Seifert apaga el candil de mesa.)

HUMBOLDT.-
(De espaldas, desde la ventana) Pierda cuidado, Seifert. Le pagaré.

SEIFERT.-
(De nuevo a la carga) En cuanto al rey de Prusia, el buen Federico está tan alarmado con los preparativos de invasión que ha olvidado firmar la remesa diplomática. Creo saber lo que piensa de usted, además.

(Infinito fastidio de Humboldt: han hablado mil veces de lo mismo antes del desayuno.)

HUMBOLDT.-
¿Y qué piensa el Rey Federico de mí?

SEIFERT.-
Seguramente se le ocurre pensar que un súbdito suyo, que vive aquí, en París, que es miembro extranjero de la Academia de Ciencias Francesa y que se expresa mejor en castellano que en alemán… no merece una subvención. Menos en víspera de una ruptura diplomática.
  
HUMBOLDT.-
Le he dicho que pagaré, Seifert. He tenido crisis peores. Saldré adelante una vez más.

SEIFERT.-
¿Y qué importo yo, Caro Barón? Me importa el destino de su proyecto, ¿lo llamaré científico?, sí, lo llamaré científico. Me inquieta también el patrón del hotel: tampoco hoy habrá agua caliente para su afeitado.
  
HUMBOLDT.-
Me afeitaré en casa de Gay-Lussac.

SEIFERT.-
Como quiera. Pero antes de irse me permitirá hacerle una sugerencia de tipo… uh… er, e digamos… eh… financiero.

(Humboldt se desploma con un suspiro en su silla)

HUMBOLDT.-
Le escucho, Seifert.

SEIFERT.-
(Con rara y repentina elocuencia) Esas propiedades de los von Humboldt en Ruritania. Están en territorio ocupado por Francia. El pequeño Principado de Fridonia conserva, a título de protectorado, la administración de Ruritania. Hay vides, minas de grafito; hay tréboles, caléndulas y un castillo. Por supuesto, Fridonia drena toda la renta del lugar. Gastos militares, se entiende.

(Humboldt se da una palmada en la frente)

HUMBOLDT.-
El castillo de Ruritania. ¡Es cierto! Lo había olvidado. (Pausa) ¿Y bien?

SEIFERT.-
Una intervención suya por ante la Cancillería francesa bien podría lograr la restauración de ese territorio  a manos del blasón von Humboldt. A cambio de la neutralidad de Fridonia, cuando Napo invada a Rusia.

HUMBOLDT.-
Vuelve con eso otra vez, Seifert. Sabe lo que pienso del asunto.

SEIFERT.-
Sabe de sobra que Fridonia lo ha propuesto varias veces a usted como mediador. Francia aceptaría: necesita el ejército de ocupación… para invadir Rusia. (Pausa) Calculo que la venta de esas propiedades, una vez recuperadas para el blasón von Humboldt, nos proporcionaría unos… eh… cuarenticinco mil táleros. (Al público) Que referidos al los índices de precios de 1980 significaban para la época una mediana fortuna.

HUMBOLDT.-
¿Nos proporcionaría? Es muy liberal con sus plurales, Seifert.

(Humboldt desecha la idea poniéndose de pie y acercándose al perchero. Se dipone a salir.)

SEIFERT.-
No me explico sus escrúpulos. Ya antes lo hemos hecho. A favor de Sajonia. Vuestro hermano es Ministro allá, usted es una figura aquí… ¿cuál es la diferencia ahora? Son cuarenticinco mil táleros.

HUMBOLDT.-
Olvídelo, Seifert. No lo haré.

SEIFERT.-
Sufiencientes para pagar la cuenta del hotel, la edición de su Geografía Botánica, el ensayo sobre la Nueva España, la cuarta parte del tercer tomo sobre su viaje a América… y todos mis salarios caídos.

HUMBOLDT.-
Tengo demasiados compromisos con la comunidad liberal como para permitirme ser mediador de una monarquía absolutista y anacrónica como Fridonia.

SEIFERT.-
Ruritania, mein herr… Ruritania-Fridonia.

HUMBOLDT.-
Como quiera… estoy harto de ocupaciones y mapas que se deshacen.

SEIFERT.-
Antes lo hemos hecho. Y la comunidad liberal no ha dejado de invitar al té. Además, ¿quién es la comunidad liberal? Cortigiani: vil razza dannata.

HUMBOLDT.-
Soy un súbdito extranjero, Seifert. Interesado en terminar su investigación sobre el geomagnetismo, el origen de los volcanes. Quiero ir a Rusia… Comaparar los perfiles volcánicos andinos con  los de los Montes Altai. Contribuir en algo al conocimiento ecuménico del planeta. (Sin transición) Y no puedo contribuir al conocimiento ecuménico del planeta si me malquisto  con las autoridades francesas. No es momento para veleidades diplomáticas. Quiero seguir aquí. No se está tan mal, después de todo.

SEIFERT.-
El señor Bonaparte está tan ocupado con sus preparativos de invasión… como para lamentar cualquier retraso en sus investigaciones. Un receso diplomático, Barón… por unos días. Cuarenticinco mil táleros. Bonaparte quiere ir a Rusia… tal vez si lo ayudáramos…

HUMBOLDT.-
¡Rusia! Me he preguntado siempre quién llegará primero: si Bonaparte o yo. Hace diez años arruinó mi viaje a Egipto.

SEIFERT.-
No se aflija demasiado, Barón. Él tenía unas cuantas divisiones de infantería de ventaja sobre usted. En cuanto ese asunto de Fridonia, la embajada le hará formal ofrecimiento de un momento a otro.

(Humboldt sostiene su capa)

SEIFERT.-
Me tranquilizará mucho saber que ha adptado una posición proclive a, tendendiente hacia y compadecida con el objetivo de superar esta penuria ilustrada que nos aqueja.

HUMBOLDT.-
Pasaré la tarde en el Observatorio. Ponme la capa.


(Seifert le coloca la capa sobre los hombros)

HUMBOLDT.-
(Pensativo) ¿Cómo estás tan enterado de los secretos de Estado de Fridonia?

SEIFERT.-
 Lo leí en la prensa de ayer. Pero como el señor es liberal y no gusta de leer la prensa bonapartista.

HUMBOLDT.-
(Asombrado) ¿Y hablaban de mí?

SEIFERT.-
Al parecer Fridonia está dispuesta a darle al Barón Plenos Poderes.

HUMBOLDT.-
Entonces… habrá que informarse, Seifert.

SEIFERT.-
Cuarenticinco mil táleros… sin contar con las recompensas vitalicias que se estilan cuando se lleva a feliz término una misión de este tipo…

(Humboldt se detiene, sumido en sus cálculos, junto a la puerta)

HUMBOLDT.-
No eches tanto azul de metileno en las laminillas, ¿quieres? He perdido tres chalecos en lo que va de año.

(Se escucha un súbito estruendo de camiones de asalto y tanques pesados poniéndose en marcha. Aviones caza “Jet Prop” silban por sobre sus cabezas. Un polvillo blanco se desprende del techo y la porcelana trepida en las vitrinas…)

HUMBOLDT.-
(Alarmado) ¿Qué demonios es eso…?

SEIFERT.-
Es Napoleón, señor… rumbo a Rusia, con su ejército.

HUMBOLDT.-
He oído hablar de la guerra moderna… ¡pero esto es ridículo!

(El estruendo disminuye y se escucha una insistente campanilla)

HUMBOLDT.-
Es la puerta cancel… anda a ver quién llama a estas horas.

SEIFERT.-
(Yendo hacia la puerta cancel) ¡Va…!  ¡…Va…!

(Humboldt aguarda impaciente. Seifert regresa)

SEIFERT.-
Tal como lo pensé: es el señor Bonpland. Dice que quiere verlo.

HUMBOLDT.-
(Irritado) Tal como lo pensaste. Será mejor que vayas a cargar mis botellas de Leyden: mañana querré jugar con mi electricidad y mis ancas de rana, como todos los jueves. Cuando salgas dile que pase.

(Seifert se dispone a salir)

HUMBOLDT.-
Espera. Reténlo un par de minutos.

(Seifert asiente y sale. Humboldt se despoja, presuroso, de la capa. Se pone una bata de trabajo. Enciende el candil de la mesa de trabajo. Se instala detrás del microscópio. Atrae hacia él un cuaderno de notas y enarbola una pluma tras mojarla en el tintero. Posa de esta guisa por unos segundos… y acciona una campanilla de llamada. Avenjentado y lúgubre hace su entrada Aimé Bonpland. Humboldt finge alzar la vista desde sus abstraídas notas. Se atusa las gafas.)

HUMBOLDT.-
Mi querido Jean Claude. ¡Ven, pasa. Siéntate!

(Oscuro)


(Luz cenital sobre Bonpland)



BONPLAND.-

Yo, Aimé Bonpland, naturalista y masón y que en sazón desconcertada he dibujado trozos, siempre trozos incompletos pero sugerentes, de la anatomía del pecarí, llamado también chigüire; esbozos que siempre se me van deshilachando hacia los bordes hasta convertirse en escenario, en telón de fondo rosado o azulenco; siempre bajo el sol los especímenes, siempre procurando imprimirle a la fisonomía del pecarí una cierta sosegada sonrisa, un aire de galana postura, allí, junto a las flores y las hierbas altas. Yo, que ante cualquier impertinencia del instrumental, pospongo el juicio y confiero el beneficio de la duda a la par e inefable Madre Natura y me digo, perplejo: “ella sabrá”.

Porque yo, Aimé Bonpland, no hago más que abismarme. Me abismo incluso, del talante escudriñador y metódico con que he declarado el sinuoso curso del Orinoco, y sus meandros y sus afluentes. Notablemente el Casiquiare tan pendular y raro el Casiquiare.

He acorralado los hábitos nocturnos del guácharo (curioso animalito).

He presenciado el mar, limoso y precámbrico, allí donde los hombres hoy cuelgan sus hamacas y aman y se agitan yo he visto, en cambio, el mar, esmaltado, brumoso, en medio de la selva.

He adelantado, en fin, con mi gesto el saber científico de mi época: no lo he hecho solo, a fe mía: me acompaña y ayuda mi fiel y bienintencionado colaborador Alex von Humboldt: un poco demasiado alemán él, un poco tozudo, un poco ampuloso, pero un buen tipo, en fin.

En fin, yo, Aimé Bonpland, ancal del Espíritu, Centinela de la Ilustración, no debería quejarme. ¿No? es decir, no tengo ninguna razón para quejarme. Pero pasa… y me da rubor confesarlo… que me he extraviado.


(Dilatadísima pausa en la que los ruidos silvestres dominan. En viento, enardecido, aúlla sin cesar. Fin de la pausa.)

BONPLAND.-
Quise decir: me he extraviado en la selva. Esto es horrible. Nunca me había pasado. Mi brújula no funciona. Lo que son las cosas: ¡yo, Aimé Bonplan, estoy perdido!

HUMBOLDT.-
(Fuera de escena, imponiéndose al clamor de araguatos y cacatúas) ¡Jean Claude! ¿Dónde estás?

BONPLAND.-
(Hace bocina con las manos) Por aquí, eh. ¡¡¡Por aquí!!!

(Un tiempo y Humboldt se topa con Bonpland. Advierte la presencia de Bonpland y repite el gesto del capitán adelantado que, estupefacto, tiene a sus hombres, como Balboa, y se hace dueño de la situación.)

HUMBOLDT.-
Jean Claude. ¡Creí que nunca más volvería a verte!

(Se abrazan, emocionados)

BONPLAND.-
Por un momento pensé que estaba en peligro.

HUMBOLDT.-
Fue una suerte que el guía fuera de esta misma región.

BONPLAND.-
Sí… (Pausa) Fue una suerte.

HUMBOLDT.-
¿Qué te pasa? Dirías que hubieras preferido extraviarte en la selva.

(Se escuchan truenos apagados y distantes)

HUMBOLDT.-
Se está nublando el cielo, Jean Claude. Volvamos a casa antes de que sea  tarde.

(Bonpland, irritado por la idea, bate la brújula contra el piso)

BONPLAND.-
¡A estos cobertizos de hoja de banano lo llamas casa! ¡Ya no los soporto!

HUMBOLDT.-
(Presintiendo otro estallido maricón e histérico) No… no otra vez… no otro ataque de histeria… no precisamente ahora… no…

BONPLAND.-
Estamos cerca, Alex. No voy a volver a casa ahora que andamos cerca. ¿No has visto cómo la selva muestra absolutamente…? ¿cómo decirlo?

HUMBOLDT.-
(Con aplomo académico) Todo se mezcla. Ya lo he notado, los helechos y los líquenes, los árboles de sombra y las hierbas altas de sabana y las epífitas. Un conglomerado notable, no hay duda. Es el bosque tropical de lluvia, Jean Claude. No hay estratificación: los patrones de población se interpenetran.

BONPLAND.-
(Impaciente) Sí, sí, sí…; pero hay algo más: es… como una suspensión de las convenciones. Hay ratos, después del almuerzo sobre todo, en que todo es silencio. Y hacia el anochecer, no aúllan los monos como en otros parajes. Ni siquiera los jaguares rugen al acecho. Es raro.

HUMBOLDT.-
Muy raro. Pero va a llover. Vámonos.

BONPLAND.-
(En pleno trance) El fraile franciscano tenía razón: el brazo que une al Orinoco con el… ¿cómo se llama?

HUMBOLDT.-
Amazonas.

BONPLAND.-
Con el Amazonas… no sólo existe. Alex… sino que, además, fluye indistintamente de allá para acá. O de aquí para allá, según la temporada.

HUMBOLDT.-
¿Cómo puedes saberlo? Todavía no lo encontramos.

BONPLAND.-
¿No? Y ese cauce. ¿Qué es entonces ese cauce?

(Bonpland señala en cualquier dirección)

HUMBOLDT.-
No es un cauce. Es una laguna, un bache auspiciado por el terreno y la lluvia. No va a dar a ninguna parte.

(Nuevos truenos)

HUMBOLDT.-
Vámonos, ya están cayendo goterones.

BONPLAND.-
(Beatífico) Te equivocas: ese es el brazo Casiquiare. El Río Negro.

HUMBOLDT.-
Necesitas una comida caliente, Jean Claude.

BONPLAND.-
¡No! (Pausa) Y no me llames Jean Claude. (Pausa) No sé qué pudo pasarme esta vez. He venido otras veces sin extraviar la ruta de retorno. Pero el brazo del río está allí, ondula cada vez que adivina mis pensamientos. Sabe de nosotros, Alex, se contrae y hace esfuerzos para guardar una absoluta inmovilidad cada vez que rondamos cerca.

HUMBOLDT.-
(Persuasivo) Jean Claude…

BONPLAND.-
¡Te he dicho que no me llames Jean Claude…!

HUMBOLDT.-
Aimé… va a llover… siempre podemos volver… otro día…

BONPLAND.-
(Exaltándose) Siempre supo que vendríamos. Siempre supo que no iba a pudrirme extirpando verrugas en un barco francés. Siempre estuvo prevenido… (Pausa) Ayer bajé hasta la ribera con el termómetro de superficie, Alex… Y lo sorprendí, al amanecer, cuando todavía pervivía su agitación nocturna… se agitaba, furtivo, como un gordinflón sorprendido en medio de una broma…

(Los truenos, cada vez más cercanos. Se oye el siseo de la lluvia, barriendo la copa de los árboles.)

BONPLAND.-
(Apostrofa al pobre Casiquiare) Pero yo sé que te mueves, hijo de puta. Yo sé que corres de noche rumbo al Amazonas. ¡No puedes ocultar esa franja de agua negra, orinoqueña que divide tu cauce…!

HUMBOLDT.-
Viejo… necesitamos la poca luz que queda para regresar…

BONPLAND.-
Y me vi, Alex… reflejado en ese caldo de renacuajos… un agua limosa que iba del sepia al negro pasando por la tierra de siena… un agua que debe ser ruidosa, furibunda a veces… y me vi hincando el termómetro ahí… me sentí un imbécil… imaginando su curso de aquí al Amazonas.

HUMBOLDT.-
Aimé… tranquilízate… has estado extraviado casi dos días…

(Le palpa la frente.)

HUMBOLDT.-
Has tenido fiebre… luego será la ceguera nocturna, como de costumbre…

BONPLAND.-
(Mordiendo las palabras) Vete a la mierda…

(Humboldt se va a la mierda lentamente, sumiéndose en la esperanza. Se desentiende, exasperado. La penumbra avanza.)

BONPLAND.-
Yo… yo voy a quedarme aquí, ¿lo oyes?... hasta que se ponga en marcha. Hoy es solsticio de verano y tendrá que hacerlo, a pesar suyo… tendrá que dejar de rebullir en silencio. No estoy seguro de en cuál dirección… pero se va a mover… y yo voy a estar aquí para entonces… no puede evadir todo el tiempo su horario de trenes… Alex ¿qué ocurre?... ¿por qué todo se oscurece…? Alex… ¿no será de nuevo la ceguera, eh?... Alex. ¿Qué hora es…? ¿Qué hora es?...

(Los últimos parlamentos son proferidos por Bonpland mientras la selva se oscurece entre el chasquido de la lluvia. Bonpland se lleva, en fantasmal gesto, las manos a la cara.)

(Oscuro)

(Hotel D’Anjou. París, circa 1812.
Humboldt, tras su mesón de trabajo, consulta su reloj de bolsillo.)

HUMBOLDT.-
Las siete y treinta y siete. Es temprano para tenerte por aquí. Te hacía en el Jardín Botánico de Josefina.

(Bonpland, en el mismo sitio en que apareció en su entrada al estudio)

BONPLAND.-
Vine por mis lentes de Fresnel.

HUMBOLDT.-
¿Tus lentes de Fresnel?

BONPLAND.-
Sí… (Pausa) Y también por mi magnetómetro de Saussure y mi péndulo invariable.

HUMBOLDT.-
¡Qué antojo! ¿Cómo puedo saber dónde diáblo anda el instrumental? Hace casi ocho años que regresamos de América.

(Bonpland revisa la estantería)

BONPLAND.-
Y quiero también el cianómetro.

HUMBOLDT.-
Debe andar por ahí. Habrá que buscarlo…

BONPLAND.-
Y también quiero el reloj de longuitudes y el anteojo cromático de Dolland… para la observación de los satélites de Júpiter. Sé que tú lo tienes…

HUMBOLDT.-
Dije que debe andar por ahí… embalado. Lo que no entiendo es para qué quieres todo el instrumental.

BONPLAND.-
(haciendo esfuerzos por recordar) Y también había un anteojo de pruebas… con un mirómetro grabado en vidrio… por el señor Kohler… de la casa Kohler-Murnau, de Dresden. (Pausa) Lo tenías todo muy a la vista…

HUMBOLDT.-
Seifert me pidió permiso para almacenar el instrumental en la bodega del hotel.

BONPLAND.-
¿Estorbaban?

HUMBOLDT.-
Oye, pero ¿qué te pasa? Es mi instrumental… después de todo. Si lo quieres ver, santo y bueno, pero deja de fastidiar…

(Humboldt va hacia la puerta, irritado)

HUMBOLDT.-
Le diré a Seifert que te abra la bodega mañana a primera hora.

BONPLAND.-
Tiene que ser ya…

HUMBOLDT.-
Ah… ¿también tiene que ser ya?

BONPLAND.-
¿Y el teodolito de Hurter?

HUMBOLDT.-
El guahíbo inútil lo utilizó como canalete al atracar al Puerto Nutrias. Todavía recuerdo la rabieta que me agarré. Me emborraché abrazando en teodolito roto. (Pausa) Hablas de embalar todo. ¿Qué tienes en mente?

BONPLAND.-
(Levemente) Voy a volver allá.

HUMBOLDT.-
¿Estás tratando de decirme que vas a volver allá? ¿A América? ¿En plena guerra de Independencia? Debes haberto vuelto loco.

BONPLAND.-
¿Guerra de Independencia? Creí que sólo aquí había guerras. En esta época del año, quiero decir.

HUMBOLDT.-
Pues, muchacho, no eres muy perspicaz para haber sido cirujano de la marina de guerra. Este aire mefítico de primevera destrozada que aquí se respira… se está haciendo popular en otras latitudes…

BONPLAND.-
Pensé que sólo Napoleón urdía guerras. De modo que conspiraban…

HUMBOLDT.-
Conspiraban. Bebían chocolate y café… y conspiraban, no te dabas cuenta porque andabas pendiente del teodolito.

BONPLAND.-
Se independizan, entonces. Yo hubiera dicho que eran buenas gentes… (Pausa) ¿Quieres decir… guerra?

HUMBOLDT.-
Tierra arrasada, movilizaciones, cañones clavados y cosas así… (Pausa) Guerra. Será mejor que vuelvas a tus acuarelas del guanaguanare… allá no están para salvoconductos. Si pueden van a fundir tu teodolito para hacer balas. No andan muy boyantes que digamos.

(Bonpland se desploma en un sillón, anonadado)

BONPLAND.-
Y yo que venía a pedirte una carta de recomendación para Schiller.

HUMBOLDT.-
¿Schiller?

BONPLAND.-
No. Schiller, el agente aduanal de la casa Schiller-Klopstock, de Hamburgo. Quería que se encargara del flete… y el embalaje y los detalles. Y nuevas cartas de recomendación para nuestros amigos de Caracas y La Habana. (Recordando) Ese tipo… Vicente Emparan… ¿Dónde andará?


HUMBOLDT.-

Lo ignoro.



BONPLAND.-

¿Y Bolívar? Nos visitó hará un par de años, acá en París.



HUMBOLDT.-

¿Te refieres al petimetre engreído que bebía café  y hablaba interminablemente de Montecuculli? Dejé caer la correspondencia con ese snob: pretendía cierto interés en la ciencia pero se negó a subir al Ávila pretextando un malestar estomacal.

BONPLAND.-
Tenía recursos, relaciones… Pensé que guardabas las señas de todos ellos. Siempre te esmerabas en anotar los nombres, las calles…

HUMBOLDT.-
Lo eché todo al mar, frente a Marsella, al regreso.

BONPLAND.-
¿Por qué? ¿No pensabas volver?

HUMBOLDT.-
En realidad nunca quise ir. (Pausa) Mi idea era llegarnos hasta Egipto, recoger algunas muestras bajo la protección de Napoleón y sus fusileros… Fuiste tú el que insistió. (Lo remeda) “La América Española, Alex, las especies no clasificadas, Alex, las regiones equinocciales, Alex… (Pausa). Bien. Ya fuimos ¿no? Y aquí estamos. Lo mejor que podemos hacer es ordenar todo ese fárrago de patos disecados que apestan a líquenes en mi laboratorio. (Pausa) No estoy muy contento con tu trabajo, de paso… además… ¿Ah, pero por qué toda esa tontería de volver a América?

BONPLAND.-
(Solemne) He sido invitado por el excelentísimo señor Don Bernardino Rivadavia a formar parte del equipo de asesores científicos de la novísima República Argentina.

(Humboldt suelta una carcajada)

HUMBOLDT.-
¿Bernardino qué cosa?

BONPLAND.-
Ri-va-da-via. (Pausa) Impuesto el señor Rivadavia de mi desafortunado despido del Jardín de Plantas de París y considerando que siendo yo un liberal y ante el hecho inocultable de que Napoleón ha defraudado todas las expectativas republicanas en Europa, tuvo a bien invitarme a vivir  en esa joven y pujante nación equinoccial. Considerando yo, a mi vez, que no es mucho lo que he sabido aportar a tu peculiar concepción del trabajo y hallándome, en suma, muy aburrido y abrumado por mis desgracias de tipo económico y ante la ausencia de incentivos en la Francia postconsular, he aceptado. Me ofrecen un Jardín Botánico para mí solo, no esa mezquindad de Malmaison donde almorzaba con los palafreneros… el clima es bueno… la paga debería ser mejor… todo es más barato… pronto habrá repúblicas… podré continuar mi modesto estudio sobre las mimosas… además, me caso.

HUMBOLDT.-
Ah, vamos, Jean Claude… ¿No estarás tratando de…? Siempre te advertí sobre ellas. Barnizadas de palabras. Sólo aman al público. ¿Qué vas a hacer con una actriz en América?

BONPLAND.-
Quiero irme. Aquí no tengo más títulos para la vida que el de cirujano naval. Y nadie quiere ya a un botánico autodidácta. Allá todo comienza. No serán tan quisquillosos como en el Jardín Botánico. Quiero irme, es todo. Que te busques un buen botánico, un buen dibujante, que me des una mano con los detalles. Si puedes, si quieres…

HUMBOLDT.-
No quiero. No te irás. No es eso lo que esperan de nosotros.

BONPLAND.-
¿Quiénes?

HUMBOLDT.-
Todos ellos. La Academia Francesa. La Real Sociedad de Londres. El Negociado Científico de Sajonia.

BONPLAND.-
¿Esperan algo de nosotros?

(Humboldt rodea los brazos de su compagnon de voyage et collaborateur.)

HUMBOLDT.-
Pasa que se nos pasó la mano y nos jodimos, viejito. No se puede andar por ahí, galanamente, recogiendo mimosas y nombrando cocodrilos. Sobre todo para tranquilidad de quienes ignoran que el caimán del Orinoco no es estrictamente hablando un cocodrilo.

BONPLAND.-
Lo ignoran.

HUMBOLDT.-
¡Por supuesto que lo ignoran! Pero les tranquiliza que alguien lo sepa. Que tú y yo lo sepamos. Estamos listos, flaco. Sólo a nosotros se nos ocurre descubrir que el curare es digestivo, que la ceiba es autóctona, que el llantén es cicatrizador.

BONPLAND.-
No lo descubrimos nosotros… el chamán ya lo sabía cuando llegamos.

HUMBOLDT.-
Sí. Pero los chamanes yanomami no viajan por cuenta de la Real Sociedad de Londres. Esa es la diferencia. Piénsalo bien. ¿Qué vas a hacer ahora que sabes que el Casiquiare corre hacia el Amazonas en invierno y para el Orinoco en verano?

BONPLAND.-
Es al revés… para allá en verano… para acá en invierno.

HUMBOLDT.-
¿Ves? Ni yo mismo lo tengo claro. ¿No te das cuenta? El Casiquiare es una irregularidad. Y el único… ¿cómo frasearlo?... el único valor de cambio de esa irregularidad se realiza aquí, en Europa, en universidades y academias… ¿Es que no te enardecía la naturalidad con que se lo tamaban todos los guahíbos? (Los remeda) “Ah, sí… el Orinoco… siempre ha estado allí”. ¿A quién vas a venderle lo que sabes? ¿A Berbardino Rivadavia? Probablemente ya ande comprando fusiles en Holanda para inaugurar una guerra civil. ¿A los indios yekuanas? Te jodiste. Tienes que quedarte. No te puedes ir. Y menos ahora que Napoleón va a Rusia… y nosotros con él.

(Bonpland se vuelve, despacioso, a mirarlo. Humboldt baja la cara.)

HUMBOLDT.-
Digo, si lo logra. Si logra quedarse allá entonces es más que probable que podamos ir a la Rusia asiática, a la región de los Urales, a los Montes Altai… la región del Caspio. Es lo que hemos esperado durante años; la posibilidad de completar el trabajo sobre el origen volcánico de los terremotos. Compraremos cartas, instrumentos. ¿Qué es eso de ir a América? ¡Nadie vuelve a América!

BONPLAND.-
(Perplejo) ¿Monte Altai?

HUMBOLDT.-
(Entusiasta) Además, está ese asunto de los cuarenticinco mil táleros. No puedes irte: necesitaré un buen instrumentista cuando vayamos a Rusia…

BONPLAND.-
¿Cuarenticinco mil táleros? ¿Rusia?

HUMBOLDT.-
(Secamente) Tengo años hablándore de ese viaje, Jean Claude.

BONPLAND.-
No me llames Jean Claude.

HUMBOLDT.-
Y si ese enano de Napoleón tiene suerte y logro que, antes de irse, le devuelvan el protectorado al Rey de Fridonia-Ruritania podremos ir a Rusia y hacer las mediciones de geomagnetismo. Es muy fácil: con Napoleón y los cuareticinco mil táleros de la Embajada las millas que nos separan de Rusia nunca han sido más cortas.

BONPLAND.-
¿Te das cuenta que ese tipo ha estado complicando las cosas desde que estamos en este negocio?

HUMBOLDT.-
¿Qué tipo?



BONPLAND.-

Napoleón, por supuesto. El 1799 esperábamos una expedición organizada por el Directorio Revolucionario para darle la vuelta al mundo en misión científica. ¿Quién lo arruinó todo?



HUMBOLDT.-

El cónsul Bonaparte. Pero era un poco novato, hay que admitirlo.



BONPLAND.-
Al final tuvo que transarse por Egipto. Y no pudimos ni siquiera llegar a Túnez porque ese idiota tenía que declararle la guerra a España.

HUMBOLDT.-
La idea de América no fue de Napoleón. Debimos haber esperado. Chapolión esperó y tuvo su piedra.

BONPLAND.-
“Vuele a Rusia con el Embajador”. ¡Quién te h visto, Alex…!

HUMBOLDT.-
¿Y qué hay de malo en ir a Rusia? Hablan francés. No reducen cabezas como en el Perú.

(Bonpland se dispone a partir)

BONPLAND.-
Bueno, pues echará a perder tu viaje a Rusia.

HUMBOLDT.-
¿Cómo estás tan seguro?

BONPLAND.-
No puede ganar siempre. Y ya lo dice el adagio…

HUMBOLDT & BONPLAND.- (Al unísono) …”¡¡¡el invierno es el mejor amigo de los rusos!!!”.

BONPLAND.-
(Desahuciante) No sabes lo que es mesura. Nunca has formulado un proyecto sensato. Nombrar cada piedra del planeta, ¿eh? Pues date prisa. Ya estás viejo para expediciones. No has terminado aún con las muestras de América… ¡y quieres ir a Rusia! ¿Qué hay de malo en que yo regrese, eh?

HUMBOLDT.-
No entienden, nunca entienden… me pasaré la vida explicando evidencias. (Alza la voz) Alguien tiene que ir y ponerle nombre a las cosas y no lo hará nadie si no voy yo. En cuanto a mis relaciones con Napoleón…

BONPLAND.-
No tienes ningura, aparte de la subvención de la Academia. Ni buenas ni malas. Te trató de coleccionista, ¿recuerdas? Ni siquiera de espía. Ni siquiera estrechó tu mano. Sólo dijo: “Ah, Humboldt… he oído decir que coleciona plantas”.

HUMBOLDT.-
Y luego añadió que su esposa, Josefina, también. Y yo digo: ¡qué importa! Está visto que tendremos que apañarnos con ese enano por un tiempo y el progreso no puede esperar la aurora de la libertad y el parlamentarismo. Bonaparte es la mejor agencia de viajes que conozco.

BONPLAND.-
¡El progreso… la libertad…! Un buen par de razones para querer volver a América, por cierto que no del todo mías, me apresuro a decir.

HUMBOLDT.-
¿No crees en el progreso?

BONPLAND.-
Como cree un asceta en los demonios. (Repentinamente persuasivo) Alex… sólo te pido en préstamo el instrumental… quisiera irme de aquí… estoy harto de invasiones… monedas de ocupación…

HUMBOLDT.-
Eso es exactamente lo que está ocurriendo allá.

BONPLAND.-
Quisiera… poder dedicarme a un solo aspecto… durante todo el tiempo que sea necesario. Cierto que he sido desidioso… pero es que me abrumas con tu ritmo: saltas de una carta volcánica a… a un esbozo de no sé qué raquítica anguila de los Andes… (Pausa) Y no quiero verte envejecer y escuchar tu cháchara liberal mientras sirves en la corte de Federico Guillermo.

HUMBOLDT.-
El rey de Prusia no quiere saber nada de mí.

BONPLAND.-
Querrá saber de ti, dalo por hecho. Te ofrecerán, qué sé yo… la Academia de Berlín… Claro, primero tendrían que agavillarse rusos y autriácos e ingleses y arrollar a Napoleón y sus batallones de pantalones bombachos. La pregunta es… ¿cuánto tardarán? ¿No viajarás otra vez?  Alex… no habrá repúblicas ni prensa libre ni  gremios organizados… eso es un sueño americano: préstame tu instrumental.

HUMBOLDT.-
Okey… te daré esas cartas mañana… y le diré a Seifert  que te ayude a embalar el equipo.

(Humboldt acciona la campanilla de llamada al tiempo que se pone la capa, en gesto de partida.)

BONPLAND.-
Eso… debería ser una despedida… un poco más lacrimosa…

HUMBOLDT.-
Voy a afeitarme casa de Gay-Lussac. Y no es una despedida, es una cesión de instrumental.

BONPLAND.-
¿No me dices nada más? Como están las cosas allá, tal vez no nos veamos nunca más.

HUMBOLDT.-
(Secamente) Acuérdate de dejar diez por ciento de propina. Ahora son más susceptibles con los europeos. Vuelve mañana y habla con Seifert.

(Bonpland se retira, abrumado y en silencio. Humboldt lo detiene justo antes de salir.)

HUMBOLDT.-
¡Espera!

Humboldt va hasta el mesón. Toma un pequeño objeto retángular. Se lo alarga a Bonpland.)

HUMBOLDT.-
Puede hacerte falta…

BONPLAND.-
No gracias… no huelo rapé. Me parece un vicio inmundo.

HUMBOLDT.-
No es una caja de rapé. Es un compás de posiciones. Se puede consultar sin desmontar del caballo… y sin detener la piragua… yo ya no la uso… apenas como pisapapeles…

(Bonpland lo toma. Se despide conmovido.
Al quedar solo, Humboldt da rienda suelta a su ira.
Desenfunda objetos de la escenografía.)

HUMBOLDT.-
¡Ya vas a ver, Bonpland… te vas a joder conmigo..!

(Casi inmediatamente se escucha de nuevo el fragor de los Phantoms F-105 y los Mig-21. Bombarderos en picado y tableteo de ametralladoras calibre 50. Al estruendo de las bombas incendiarias sigue el trepidar de la escenografía.)

HUMBOLDT.-
Seifert… ¡Seifert…! ¿Qué demonios pasa ahora?

(Seifert se asoma con mal disimulado júbilo)

SEIFERT.-
Rusos y austriácos, señor… ¡Corretean a Napoleón por toda Europa…  parece que el enano ha vuelto a casa…!

HUMBOLDT.-
(Se lleva las manos a la cabeza) ¡Esto es el principio del fin…!

SEIFERT.-
(Al público) ¡De la era napoleónica, se entiende…!

(Mientras el estruendo de la Blitzkrieg, se confunde con los acordes de la Obertura “1812” de Tchaikovski, cae el Telón.)



ACTO SEGUNDO
En el país del doctor Francia



(Bonpland inicia su periplo: irá de París a Buenos Aires con la suficiente prestancia y conciencia de sí mismo como para permitirnos  conservar hasta la fecha un carrusel de slides  diapositivas que reseñan su viaje. El sepia y las reproducciones de época alternan con instantáneas de ocasión: Bonpland, melancólico, la cabeza reclinada contra un obenque; Bonpland, en la escalerilla; Bonpland, perplejo ante el sol del estuario…)



(Seifert, discreto, declama)



SEIFERT.-

Aimé Jacques Alexandre Goujaud, alias “Bonpland”, arribó a Buenos Aires, sumido en una fiera batalla interior: entrevió (y fue una intuición fruto de un dilatado cultivo de infortunios) que Monsieur Rivadavia no hallaría tiempo para recibirle y mucho menos para ayudarle.

(Bonpland entra a escena. Viste a la usanza de Daniel Boone.)

SEIFERT.-
Sucedía que América trepidaba en la emoción de verse a sí misma transida de nuevas naciones.

(Bonpland limpia el caño de una, para la época, moderna y anacrónica escopeta de dos caños.)

SEIFERT.-
Proteccionistas, librecambistas, iluministas y bárbaros, eurocéntricos y telúricos, azules y amarillos, ignoraron, pues, a este masón de La Rochelle, sumiéndolo en una angustiosa penuria que lo condujo a ejercer los más bajos oficios: mercarder de su propio instrumental, médico y científico en cualquier cambalache, cirujano de pendencias de taberna en los muelles del puerto, destilador clandestino de lineamientos y brebajes…
¿El paraje?: margen occidental del río Paraguay, en territorio argentino. El entorno es rústico y pasajero.

SEIFERT.-
Un día quiso ver en la lejana provincia de Misiones (nombre que rememora una ilustre pasantía jesuita) algo así como un nuevo Malmaison; tan nostálgico se hallaba al recordar el Jardín de Plantas de Josefina Bonaparte.

(Un negro, taciturno y sumiso, surge desde el fondo. Olfatea el ambiente preñado de peligros.)

SEIFERT.-
Los accidentes del siglo quisieron que Bonpland se asentara en una derruida misión de la que, andando el tiempo, sería eje, ánima y motor: trescientos indios cultivaban para él la estimulante yerba del Paraguay, llamada también mate, y Bonpland la comercializaba por toda la región en carretas de bueyes, tan pintorescas, tan primigenias las carretas de bueyes…

(Bonpland le lanza la escopeta al negro. El negro la ataja.)

SEIFERT.-
La cercanía de un ocurrente dictador, aislacionista, doctor apellidado Francia y aquejado de una paranoia chauvinista, hacía más estimulantes las pesadas tardes de estío.

(Exit Seifert)

BONPLAND.-
Con que eso cree el hombrecito, ¿eh? Sólo porque ese tiranuelo se cree el ombligo del mundo no voy a dejar que me intimide. Además, estoy en territorio argentino: es un sitio relativamente seguro. De cualquier modo no voy a rendirme sin pelear.

(Bonpland le arrebata la escopeta al taciturno Calibán)

BONPLAND.-
No la limpies… la trilita corroe el metal…

(Le devuelve la escopeta)

BONPLAND.-
Acaba de limpiarla, ¿quieres? Voy a echarle un vistazo a las carretas…

(Calibán lo ataja emitiendo un gruñido ininteligible)

BONPLAND.-
¿Trescientos jinetes? ¿Al otro lado del río? (Pausa) ¿A qué distancia está el vado más próximo?

(Calibán alza, perplejo, la cabeza)

BONPLAND.-
Olvídalo. No debe andar lejos. Si no fuera porque se trata de diecisiete carretas… y esos estúpidos indios tenían que desertar… (Crispado) Cuando llegue el momento pondremos los carros en círculo, Calibán (Pausa) ¿No tienes ningún plan?

(Calibán se acuclilla. Con un palito traza un croquis sobre la tierra. Gruñe ampuloso y discursivo. Bonpland se ve paulatinamente fascinado por el croquis y los borborigmos de Calibán)

BONPLAND.-
Pues no es mala idea… si logramos conducir la caravana hasta el borde de la ciénaga… tendrán que esperar hasta mañana para vadear el río… nunca nos alcazarán…, entre tanto, tú podrías correr a la avanzada argentina más próxima… Y dar la alarma…

(Calibán gruñe, compungido)

BONPLAND.-
Tienes razón… nada como hacer negocios en zonas limítrofes… (Alza la voz) Okey, doctor Francia. Si quiere pelea va a tener pelea. ¡No voy a dejar que ningún tiranuelo mestizo se apodere de mi cargamento de yerba mate!

(Calibán gruñe una impertinencia.
Bonpland produce una moderna pistola automática)

BONPLAND.-
¿Sabes manejar una pistola?

(Perplejidad de Calibán. Bonpland intenta explicarle sumariamente el uso de la pistola)

BONPLAND.-
Las balas salen por aquí… es de doble acción… No. Olvídalo. Mejor pégales con un garrote.

(Bonpland guarda la pistola al tiempo que se escucha una corneta de caballería llamando a la agrupación)

BONPLAND.-
(Alarmado) ¿Qué fue eso?

(Calibán gruñe, explicativo)

BONPLAND.-
Ya sé que es una trompeta, idiota. Quiero saber de qué se trata.

(Calibán gruñe de nuevo, abundando en detalles)

BONPLAND.-
¿Toque de reagrupación…? Van a cruzar el río… (Alza la voz) No pueden hacer eso, ¿lo oyen? Esto es territorio argentino, ¿qué tratan de hacer? ¿Provocar un incidente internacional?

(Calibán sugiere una idea salvadora)

BONPLAND.-
¿Negociar? ¿Entregarles mi yerba mate?

(Calibán gruñe, exasperado y urgido)

BONPLAND.-
Eres un cobarde, Calibán… ¿qué puede pasarnos, bien vista la cosa? Sólo quieren la yerba… no nos harán nada si no nos resistimos… Pero voy a resistir, ¿lo oyes? Tendrán caballería pero estamos bien armados… Cierto que sólo somos dos, pero… ésta es un arma de repetición…

(Calibán llora desconsolado)

BONPLAND.-
Vamos, por favor… no te pongas así… ¿Qué puede pasarnos? Son sólo cuatrocientos cortagargantas al servicio del Supremo Dictador del Paraguay…

(Calibán llora imaginando su cercano fin)

BONPLAND.-
¿Sabes qué? Estás logrando ponerme nervioso…

(Tropel de caballos)

BONPLAND.-
¡Son ellos! ¡Vienen por nosotros! ¡Pronto! ¡Cúbrete! Tú toma la escopeta… yo dispararé con mi revólver…

(Calibán preso de llanto, se deshace, resignado, de la escopeta)

BONPLAND.-
Oye… tranquilízate… todavía no estamos en peligro. Sólo vienen por la yerba.

UNA VOZ.-
(Fuera de escena) De acuerdo, Bonpland… está rodeado. Será mejor que se rinda.

BONPLAND.-
(Tanquilizando a Calibán) ¿Ves? Sólo estamos rodeados.
(Alza la voz) Ya tienen la yerba. ¿Qué quieren de nosotros?

LA MISMA VOZ.-
¿Quién habla de la yerba? El Supremo Dictador del Paraguay lo requiere. Quiere hablar con usted.

BONPLAND.-
(Dando un silbido de alivio) Sólo era eso. El Presidente quiere hablarme. Por un momento pensé que estaba en peligro…

(Bonpland sonríe forzadamente. Calibán redobla su llanto)

Oscuro.



(Hotel D’Anjou.

Seifert deja caer sales en una retorta. Humboldt despierta sobresaltado)



HUMBOLDT.-

Tuve un sueño extraño…

SEIFERT.-
Sus sales, Barón. No se diluyen. Creo que fallamos otra vez.

HUMBOLDT.-
Prueba con el antimonio.

(Seifert suspira. Abre un envase. Deja caer antimonio granulado en la retorta)

HUMBOLDT.-
¿Y bien?

SEIFERT.-
Parece refresco de granadina.

HUMBOLDT.-
Estaba en Sagunto.

SEIFERT.-
¿Qué cosa?

HUMBOLDT.-
En mi sueño. Estaba en Sagunto. Con Bonpland.

SEIFERT.-
Me pregunto qué habrá sido de él. (Pausa) ¿Qué cosa es Sagunto?

HUMBOLDT.-
Son unas ruinas. En España.

SEIFERT.-
¿Y qué hacia usted allí mientras yo trataba de disolver las sales de su esquisto?

HUMBOLDT.-
Era una aliada de Roma. Aníbal la saqueó tras ocho meses de asedio. Allí comenzó la segunda guerra púnica.

SEIFERT.-
Pues parece que su antimonio va a dar resultado. Está empezando a burbujear.

(Humboldt se acerca a la retorta. La observa con cuidado. Al cabo, desiste del experimento)

HUMBOLDT.-
No. Comencemos de nuevo.

(Seifert se desploma)

SEIFERT.-
Son las tres de la mañana, Barón… ¿No podríamos esperar?

HUMBOLDT.-
Como quieras… ya empiezo a imaginar de qué se trata.

SEIFERT.-
Se equivocó de nuevo con esas muestras, ¿no es eso?

HUMBOLDT.-
Y Aimé insistió en ir a ver el anfiteatro. Toda la tarde he estado preguntándome por qué lo dejé ir.

SEIFERT.-
¿Anfiteatros? ¿En España?

HUMBOLDT.-
Escenificamos el drama de Diotima. Para los notables valencianos.

(Seifert se sirve una taza de cualquier infusión)

SEIFERT.-
Bueno… me encanta saberlo tan hablador. Yo me retiro. Mantenga encendido el mechero.

(Seifert se arrebuja en cualquier sitio hasta convertirse en una sombra más)

HUMBOLDT.-
En realidad NO había ningún drama. Platón habla de ella en El Banquete.

SEIFERT.-
Creí que el que almorzaba era Sócrates.

HUMBOLDT.-
Sócrates, es cierto…

SEIFERT.-
¿Y esa chica? Diotima, ¿qué tal?

HUMBOLDT.-
Era la diosa del amor y la belleza. Pero parece probada su existencia.

SEIFERT.-
¿Qué tal de tetas?

HUMBOLDT.-
¿Uhm…?

SEIFERT.-
(Al borde del sueño) La diosa… las tetas de la diosa…

HUMBOLDT.-
Llegó a Atenas a comienzos del siglo III. Purificó la ciudad. Purificación que retardó en diez años la peste que arrasaría el Peloponeso.

SEIFERT.-
Ese tipo… Hölderlin… ¿no habla de ella?

HUMBOLDT.-
Sólo habla de ella…

(Seifert ronca)

HUMBOLDT.-
Diotima…

(Sopla el viento en el anfiteatro. Seifert ronca)

HUMBOLDT.-
Diotima… e Hiperión.

(Bonpland penetra en el estudio)

BONPLAND.-
(Declamatorio) “Querías un mundo y no tenías nada…”

HUMBOLDT.-
“… y nombrabas… como si al nombrar los árboles, al paso, los talaras…

BONPLAND.-
“Querías ordenar… nombrar para ordenar. Pues amabas ese mundo que se te escapaba…”

HUMBOLDT.-
“… pero el orden, en tus palabras, era una injuria intolerable… injuria o mentira…”

BONPLAND.-
¿De dónde el orden y el amor? ¿De quién lo recibiste? ¿De quién? ¿Y para qué te sirve?

HUMBOLDT.-
“Y había una misión. O al menos creías que había una misión. Pero Cirio, indiferente, giraba en la bóveda celeste”.

BONPLAND.-
“Cirio… indiferente… al cruzar el Ecuador…”

(Bonpland mueve la cabeza. Desalentado)

BONPLAND.-
No van a entender.

HUMBOLDT.-
¿Y quién quiere que entiendan…? Todo lo que quiero es decirlo, aquí… completo… en las ruinas de Sagunto.

BONPLAND.-
Creo que fue una torpeza invitar a los notables valencianos. No hablamos tan bien el castellano… y era como un sueño privado, ¿no? Nuestro drama sobre Diotima e Hiperión.

(Mira a lo alto)

BONPLAND.-
Con Cirio como único testigo (Suspira como una quinceañera) Así que esto es Sagunto. Yo la hacía más visigoda. Pero no… es romana… Emblemáticamente romana.

HUMBOLDT.-
Es la primera ciudad no italiana que recibió ciudadanía (Pausa) ¿Sabes? Tengo una sorpresa.

(Humboldt produce una botella de buen vino del Mosela)

BONPLAND.-
(En chanza) ¡Mosela!  ¿Quién dice que los alemanes…

HUMBOLDT.-
 sabemos de vino?

(Gustosos descorchan la botella y se sientan en el piso. Beben alternadamente del pico de la botella. Bonpland se tiende sobre sus espaldas. Humboldt lo mira, satisfecho.)

HUMBOLDT.-
Siempre podemo excusarnos. Con este ensayo me basta.

BONPLAND.-
¿Viste las cabras? A la entrada del anfiteatro había un macho cabrío. Nos miró desde lo alto del terraplén. Los ojos púrpura.

HUMBOLDT.-
Los sestercios… los procónsules… el salario de las legiones… y todo lo que queda es un macho cabrío… en celo… bajo la luna…

BONPLAND.-
La bóveda en América será distinta. Cirio siempre está en los bordes. Y la Cruz del Sur domina el horizonte desde Mayo a Octubre. Yo también guardo una botella… para cuando crucemos la línea del Ecuador.

HUMBOLDT.-
Recibí carta del Gobernador de Tenerife. Nos ayudará a subir al Teide, Las Canarias son una buena escala. Para aclimatarse y demás. ¿Por qué no allí? Digo, el vino…

(Ahora Humboldt se tiende a su lado)

BONPLAND.-
Alex… no va a ser un error… ¿verdad?

HUMBOLDT.-
Tú tomas las decisiones sobre dónde ir. No puede ser un error.

BONPLAND.-
Pero un viaje… a América.

HUMBOLDT.-
No es más que otro viaje.

BONPLAND.-
Otro…

HUMBOLDT.-
Los viajes me gustan por la fruición que producen. Como cuando uno prevé un viaje en lancha. ¿Qué puede ocurrir? Un naufragio. Pero… no sé por qué… imagino siempre el naufragio en el lago de un parque: todos gritan, todos se agitan, pero al final el agua sólo nos llega hasta la cintura… y siempre podemos vadear hasta la orilla llena de viandantes que se burlan… (Pausa) Una vez hice un viaje… un verdadero viaje, Jean Claude… Estaba enamorado. Se lamaba Reinhardt y estaba en plana luna de miel… quiero decir, él estaba en su luna de miel… Habíamos ido a Venecia… y una vez, antes de su boda… imaginé una fuga que casi era un secuestro. Pero era sólo un lago. En un parque.

BONPLAND.-
¿Cómo era?

HUMBOLDT.-
No era como tú. Era oficial del ejército austriáco. Nos separamos en Dresden. Su novia se hartó de mi persecución… murió hará un par de años… ya no me arredran los viajes…

(Pausa)

BONPLAND.-
(Intenso, maricón) Alex… Abrázame.

(Humboldt mira en torno suyo, despacioso. Oscila sobre el cuerpo de Bonpland. Algo lo detiene)

HUMBOLDT.-
Vienen los pastores… por sus cabras… mejor volvamos al pueblo.

(Humboldt se pone de pie y extiende la mano para ayudar a incorporarse al cirujano Bonpland)

HUMBOLDT.-
No va a ser un error. La semana próxima estaremos en La Coruña. En cinco días o algo así… Tenerife, treinta y dos días más y será Cumaná. América, pantera. ¿Te imaginas la costa?

BONPLAND.-
Debe lucir como ensalada de achicorias… achicorias… y acelgas…

(Humboldt no lo suelta. Lo mira a los ojos)

HUMBOLDT.-
Achicoria… Já… es tu único chiste en los últimos tres años…

(Humboldt se deshace de Bonpland. Desaparece en la noche de Sagunto. Bonpland permanece sonriente y aniñado en escena. Se escuchan dos disparos seguidos. Luego una pausa y tres disparos más en rápida sucesión. Un tiroteo se generaliza)

Oscuro. 



(Los disparos ralean en la noche de Versalles. Humboldt y Seifert  hacen antesala en espera de Federico Guillermo Tercero de Sajonia. Se hallan sentados en dos enormes sillones estilo consulado tirando a restauración, junto a una enorme puerta. Sus ropas lucen raídas y precariamente dignas. Seifert lleva barba de dos días.)



HUMBOLDT.-
(Visiblemente molesto, casi cascarrabias) No me siento a gusto en las calles con tanta agitación. ¿Por qué tienen que arrancar los adoquines de las calles? ¿Por qué se apostan en los techos para disparar? No creí que los obreros de París se lo tomaran tan en serio. ¿Es que piensan que tienen alguna posibilidad contrala caballería austriáca?

SEIFERT.-
Estoy al tanto.Todo culminará con una gran revolución en 1848.

HUMBOLDT.-
(Exasperado) ¡Bah, calla! ¿Cómo puedes saberlo?

(Risita sabihonda de Seifert)

SEIFERT.-
Suerte que logramos ganar las puertas del palacio antes que la turba enardecida. Alcancé a ver un piquete del gremio de carteros… me pareció ver una carabina brillando sobre sus cabezas…

(Humboldt suelta un prolongado suspiro)

HUMBOLDT.-
Bueno… aquí vamos otra vez… Otra sala de audiencias… ¿Viniste preparado para la larga espera?

(Seifert muestra dos loncheras hasta ahora ocultas bajo los sillones)

SEIFERT.-
No más desmayos en medio de una audiencia, Barón. No volverá a ocurrir lo que en la corte de Catalina.

HUMBOLDT.-
De modo que Bonpland tuvo razón. Se agavillaron contra Napoleón y helos aquí: dos reyes y un zar instalados en París.

SEIFERT.-
A propósito: hoy llegó la carta semanal de Bonpland pidiendo a usted interceda por ante el Dictador de Paraguay. Esta vez fue muy breve.

HUMBOLDT.-
¿Ahm, sí? ¿Qué decía?

SEIFERT.-
Sáqueme de aquí.

HUMBOLDT.-
Ya he hecho todo lo que he podido. Hasta le escribí a Bolívar.

SEIFERT.-
Bolívar habló de montar una operación tipo Entebbe.

HUMBOLDT.-
Bravatas. (Pausa) De cualquier modo me parece cargante de parte de Jean Claude. Sobre todo esa última carta: era realmente ofensiva.

SEIFERT.-
Siete años de cautiverio en manos de un tiranuelo loco… no debería ser tan severo con él.

HUMBOLDT.-
Y no sé de dónde saca que yo pueda tener alguna influencia sobre esa gente… son unos energúmenos… ilustrados pero energúmenos.

(Un adoquín estalla en una ventana cercana. Estrépido de vidrios. El adoquín rueda a los pies de ambos. Trae un mensaje atado. Seifert deshace el atado y lee el mensaje.)

SEIFERT.-
“Abajo la tiranía de la Triple Alianza. Fuera los extranjeros. Muerte a los conciliadores. Viva la Francia…”

(Humboldt consulta su reloj de bolsillo)

HUMBOLDT.-
Rara vez he sido tan humillado… Tres cuartos de hora. ¿Estás seguro de que es aquí?

SEIFERT.-
Esto es Versalles, ¿no?

HUMBOLDT.-
Sí.

SEIFERT.-
Entonces es aquí.

HUMBOLDT.-
No me explico qué puede estar pasando.

SEIFERT.-
Debe estar dando cuerda a sus relojes…

HUMBOLDT.-
¿Qué dices?

SEIFERT.-
El Rey Federico… dicen que está encantado con los relojes de Versalles. No se ocupará más que de ellos…

HUMBOLDT.-
Pues entonces Napoleón tenía razón. No es muy solícito con sus súbditos. Me alarma la idea de que sea tan tacaño como dicen.

SEIFERT.-
El populacho dice que debería ser sastre.

HUMBOLDT.-
¿Por qué?

SEIFERT.-
Porque sabe cuántas varas de tela hacen falta para un uniforme prusiano. (Sin transición) ¿Qué le hace pensar que aprobarán su proyecto?

HUMBOLDT.-
Es sensato. Es un proyecto sensato.

SEIFERT.-
¿Sensato? Ir a México y rastrear de nuevo la Sierra Madre Oriental en busca de esquistos bituminosos, fundar el Instituto Mexicano Europeo de Vulcanología, recorrer toda la América Central… ¡Sensato!

HUMBOLDT.-
¿Qué tiene de malo, a ver?

SEIFERT.-
¿Por qué va a interesarles? Deberíamos proponer algo más asequible. Ya no nos quedan muchas cortes en Europa por visitar.

HUMBOLDT.-
Si el Rey no se interesa iré a Inglaterra. Les propondré… cualquier cosa. Siempre que sea en México.

SEIFERT.-
¿Por qué en México?

HUMBOLDT.-
Me gusta México.

SEIFERT.-
¿Y qué pasa si los mexicanos no quieren que vayamos?

HUMBOLDT.-
Se mueren porque vayamos…

SEIFERT.-
También se morían por usted en Rusia… y no pudo ni siquiera hacer una medición de importancia. Lo pusieron a trabajar para la Intendencia de Minas. Los topógrafos más caros del mundo, eso éramos.
 
HUMBOLDT.-
Prusia… y si no hay resultados… Inglaterra. Quiero irme a México.

SEIFERT.-
¿Qué tal si…?

(Seifert desecha la idea)

HUMBOLDT.-
¿Y bien?

SEIFERT.-
Olvídelo. ¿Hasta cuándo vamos a esperar?

HUMBOLDT.-
Hasta que nos entiendan. Tengo hambre. A ver qué trajiste.

(Hurgan en las loncheras. Seifert come con visible apetito. Humboldt hace un mohín de disgusto. Obviamente no le agrada su sandwich.)

HUMBOLDT.-
¿Salami? ¿No encontraste nada mejor?

SEIFERT.-
Pruebe el vino…

HUMBOLDT.-
(Tras darle un beso a la botellita) ¡Mosela! No sé por qué pero lo aborrezco. (Pausa)

(Humboldt  se conforma y da un amargado mordisco a su sandwich. Seifert termina el suyo con prontitud. Ofrece una manzana a Humboldt quien rechaza con rictus. Seifert se decide por una banana. La descacara concienzudamente. Va a dar un suculento mordisco a la fruta cuando  advierte la mirada de Humboldt. Deciste.)

SEIFERT.-
¡Ah, vamos! ¿Qué caso tiene todo esto? ¡Habría que irse a casa! ¿A qué esperar? El salami está rancio.

HUMBOLDT.-
A languidecer entre helechos… Irse para eso, ¿no?

SEIFERT.-
No hablo por usted. Tiene para entretenerse el resto de su vida. Ese libraco que está escribiendo…

HUMBOLDT.-
Es mi obra capital, Seifert.

SEIFERT.-
¿Ah, sí? ¿De qué trata?

HUMBOLDT.-
(Muy severo) Se titula Kosmos. Es una… explicación del universo.

SEIFERT.-
¡Ja! Es absurdo, es prometeico… es indecente.

HUMBOLDT.-
He oído decir eso en otra parte.

(Seifert, poniéndose de pie, siempre enarbolando su sandwich)

SEIFERT.-
No pensaba decírselo en un trance así pero es que ya no lo soporto. Acabo de demandarlo por ante el Tribunal del Trabajo.

HUMBOLDT.-
¿Te has vuelto loco?

SEIFERT.-
(Perdiendo los estribos) Lleva siete años sin pagarme. Pude haberme muerto en Rusia… nunca veo a mi familia… tengo manchas en los pulmones de tanto mezclar tintas y ácidos y emulciones…

HUMBOLDT.-
Seifert, ¡por favor! No aquí. No en este momento.

SEIFERT.-
No logro imaginarme mejor momento. Dentro de un rato nos atenderá Federico Guillermo. Él es Rey allá. Vuestro hermano es Primer Ministro allá. Pídale cualquier cosa y le será concedida. Pero, ¡por Dios! nada de ir a México. Interceda por Bonpland. Exija una cinecura… consiga para mí una pensión. Pero olvídese de México.

HUMBOLDT.-
Seifert… compórtese.

(Seifert extrae un arrugado papel de entre sus ropas)

HUMBOLDT.-
¿Cuánto puedo deberle?

SEIFERT.-
Siete mil quinientos setenta y dos táleros.

HUMBOLDT.-
¿Tanto así?

SEIFERT.-
Son siete años, recuerda.

HUMBOLDT.-
¿Y me ha demandado? ¡Qué dasatino! ¿Cómo voy a pagarle?

(Se produce una ominosa pausa)

SEIFERT.-
Sé de un taxidermista.

(Estupor de Humboldt, trozos de sandwich caen de su mandíbula.)

SEIFERT.-
En Berlín. Está dispuesto a comprar toda la colección de anatomía animal americana… por unos tres mil táleros…

HUMBOLDT.-
Así me pagas. Te he hecho heredero universal y así me pagas.

SEIFERT.-
Tres mil… tres mil y una pensión.

HUMBOLDT.-
¿Y para eso te has quedado a mi lado?

SEIFERT.-
Era el lugar más seguro. Otros languidecen en las selvas de Paraguay.

HUMBOLDT.-
Yo no envié a ese estúpido a Paraguay. No van a darte un centavo por mis tucanes disecados.

SEIFERT.-
Como quiera. Ya lo visitará un alguacil…

(Humboldt lo toma por la solapa en un arranque de ira)

HUMBOLDT.-
¿Te atreverás?

SEIFERT.-
Siete años… cada vez que hablo con usted y veo ese alfiler de brillantes en su corbata me pregunto cuánto me darán  por él en la casa de empeño.

(Humboldt lo aparta de sí)

HUMBOLDT.-
Esto es un chiste. Tiene que ser un chiste. Ayer me enteré de que Goethe había descubierto el hueso intermaxilar en los humanos y me dije: “debo apurarme; el maestro de Weimar puede alcanzarme”. Y aquí estoy, discutiendo salarios en una antesala.

SEIFERT.-
Tanto que… mejor juego sobre seguro. Total, bien sé que hablará con el Rey.

(Seifert arrebata el alfiler. Perplejidad de Humboldt)

SEIFERT.-
Ande. Ahora puede ir y hablar con Freddy sobre las nutrias del Amazonas. Yo mequedaré con él hasta que me pague.

HUMBOLDT.-
Seifert… no sea niño… ¡Devuélvamelo…!

SEIFERT.-
También pienso vender las acuarelas… al cabo no son suyas. Y a Bonpland no le sirven en su calabozo.

(Humboldt y Seifert forcejean por la posesión del alfiler)

SEIFERT.-
(En medio del forcejeo) ¿Recuerda el libro que ordenó sacar de la imprenta porque el índice no le satisfacía? Vendí los pliegos de papel en el mercado de mayoristas.¡Una pensión Barón!... una pensión y una carta al doctor Francia… una vida modesta mientras llega el cangrejo de acero… y déjese de majaderías… ¡Nadie irá a México!

HUMBOLDT.-
Es un regalo… un presente… devuélvamelo…

(En el forcejeo, Humboldt cae al suelo. Justo en ese instante s abre la puerta. Un valet de librea los sorprende. Estupefacto, Humboldt tarda en recuperar la compostura. Seifert re-enciende su colilla. Al cabo Humboldt se incorpora, se atusa la solapa. Arrebata a Seifert el alfiler y éste lo deja hacer. Se  coloca el alfiler en la corbata y, ante la mirada impertérrita del valet, ingresa en la Sala de Audiencias, luminosa y deslumbrante. Seifert lo sigue. El valet cierra la puerta tras ellos. Para abrirla un segundo después y, con gusto imperioso, indicarle un cenicero a Seifert. Seifert apaga, presuroso, la colilla. Reingresa a la Sala de Audiencias.)

Oscuro.

(Calabozo bajo el nivel del río Paraguay.
Bonpland despierta y hurga en una escudilla llena de bazofia carcelaria. Al cabo, la estrella contra la pared. Se tiende luego cuan largo es. Coloca la nariz contra la endija de la puerta, esa que separa el tablón del piso y que es frecuentada  por insectos rastreros.)

BONPLAND.-
Hay un condado de Humboldt en el Estado de Iowa… una Bahía Humboldt en Canadá. Un pueblo de mineros llamado Humboldt en Nebraska y otra Bahía Humboldt en Nueva Guinea. También hay una corriente con su nombre… y un pico Humboldt en Venezuela… y un río con ese nombre en el condado de Pershingam estado de Nevada. Ah… y por supuesto… un Parque Nacional Humboldt en California.

(Se da vuelta)

BONPLAND.-
El mundo, en cambio, para mí… tiene el lenguaje de la muerte. No me habló Dios de entre la zarza ardiente… Nunca fui poseído por el Otro. No se multiplicaron los espejos. Pero miento: un día el tiempo se rompió como una jarcia y fui doble, fui el otro. ¿Dónde estuve? ¿Dónde diablos estuve?
(Pausa)
Porrompí en los bosques como una fruta que cae de su árbol, sin estrépito. Por eso hoy agrando el desvelo en este calabozo, para nunca evadirme, pues en verdad, aquí se está muy bien: no hay montañas que medir ni orugas que bautizar. (Pausa)
Tan sólo en los sueños, “esa borrosa patria de los muertos”, admito que esperaba, que esperaba yo un mundo.

(Humboldt con atuendo de viaje, surge en la borda del barco, fondeado en La Coruña. Arriba, en un ángulo, grita a los estibadores sobre el muelle)

HUMBOLDT.-
Oigan… cuidado con la soda caústica. No la pongan sobre el baúl de los instrumentos. No está mal este velero, ¿eh, Jean Claude?

(Humboldt, entusiasta, mastica una manzana)

BONPLAND.-
Esperaba un mundo. Nombrabas todo y no tenías nada. Mirabas el mundo, aniquilándolo con tus nombres; bautizándo los árboles como si de paso plantaras cargas de dinamita. Querías un mundo y lo clasificabas… como un castigo minucioso. Pero el orden en tus palabras era una injuria intolerable como el caos. Abominable, como esa manzana que tirabas al agua nauseabunda de la rada, en La Coruña.

(Humboldt, despreocupado, deja caer la manzana por la borda. ¿Chapoteo?)

BONPLAND.-
La desechabas. ¿Por qué siempre mordías y desechabas?

HUMBOLDT.-
(Enciende su pipa) Nada como una pipa para el mareo de la navegación, ¿eh, Jean Claude?

BONPLAND.-
Y en el plan general… estaba Cirio… arriba, brillando, en la bóveda que, a su vez, giraba…

(Humboldt mira a lo alto)

HUMBOLDT.-
¡La bóveda! ¡Cambia! Debemos estar cerca del Ecuador.

(De pronto hay un sextante en las manos de Humboldt)

BONPLAND.-
Cirio… que se desplazaba… escéptico… sobre el horizonte. Creías que había una misión y Cirio, en cambio se movía en el horizonte. (Pausa) Y luego una mañana esa bruma, en la costa, como si fueran nubes…

(Humboldt advierte la costa de Cumaná. Telescopios. Alborozado, habla a Bonpland, por encima del hombro.)

HUMBOLDT.-
Ven a ver la costa de Cumaná, Jean Claude. Sube a cubierta. Ven a mirar tu ensalada de achicorias…

BONPLAND.-
(Entregado, moribundo) Era el continente… el país…

HUMBOLDT.-
Así que eso es América… Jean Claude… La Región Equinoccial… (Pausa apreciativa) Apuesto lo que quieras a que fríen iguanas en las plazas…

BONPLAND.-
(Gravemente) No te prometí nada mejor… es un país a la intemperie… no me llames Jean Claude…

(Lentamente cae el telón mientras los ruidos de la selva virgen ganan vigor y dominan la escena.)


Fin



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