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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 16 de abril de 2012

Mariela Romero


EL REGRESO
DEL
REY LEAR

“¿Por qué no puedo tener derecho a representarme a mí misma… Dímelo tú, Amalia… acaso no tengo derecho?”- Esta pregunta la hace Carlos Guzmán en una dolorosa reflexión de sí mismo y de lo que ha sido su vida como actor; hace mucho tiempo comencé a hacerme esa pregunta. ¿Por qué no representarnos a nosotros… los teatreros o teatristas o cómicos o saltimbanquis… o como se nos quiera llamar a todos aquellos que hemos pasado la vida representando personajes sobre un escenario? El regreso del rey Lear es eso. Una reflexión sobre nuestro hermoso oficio. Las dos caras del teatro. La tragedia y la comedia. Al menos eso pretendí yo… y me tomé el atrevimiento de hacerla, con la tranquilidad que me da el hecho de saber que desde hace muchísimo tiempo, cualquier otra reflexión sobre el teatro nacional desapareció junto con el Círculo de Críticos de Venezuela. Afortunadamente, los teatreros no. Aquí seguimos “apenas hemos nacido cuando ya lloramos por el desconsuelo que sentimos de haber entrado en este vasto teatro de locos”. A todos ellos: actores, dramaturgos, directores, tramoyistas… “aún queda una parte de mi corazón que sufre por ti”.

Mariela Romero




Esta obra se estrenó el 25 de enero de 1996, en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas por Gente de Teatro, con el siguiente reparto:

JOAQUÍN, conserje del teatro -------------------- Omar Gonzálo
AMALIA, actriz ---------------------------------------- Carlota Sosa
OMAR, ejecutivo de televisión -------------------- Rafael Romero
CARLOS, actor ----------------------------------------- Héctor Myerston
Dirección general ------------------------------------- Armando Gota


PRIMER ACTO
La acción se desarrolla en un teatro. El telón está cerrado. Lentamente comienza a abrirse hasta que descubrimos la figura de un hombre mayor, como de sesenta años. Viste braga de obrero y lleva una boina en la cabeza. Cruza el escenario hasta llegar a un extremo y enciende las luces de ensayo. Toma una escoba y comienza a barrer mientras silba alguna tonada. Al fondo del escenario hay algunos elementos de utilería y decorados amontonados sin orden específico. Un baúl y un panel que representa el decorado de una torre, el cual repentinamente cae al piso. Joaquín se agacha a recogerlo y lo acomoda como puede. Se lo queda viendo. De pronto suelta la escoba y se lanza al piso extendiendo los brazos, como si estuviera colgando de unas argollas.

JOAQUÍN.- (Actuando)    ¡Ay mísero de mí, ay infelice!
                                        Apurar, cielos, pretendo,
                                        ya que me tratáis así,
                                        qué delito cometí
                                        contra vosotros naciendo;
                                        aunque, si nací, ya entiendo
                                        qué delito he cometido:
                                        bastante causa ha tenido
                                        vuestra justicia y rigor,
                                        pues el delito mayor
                                        del hombre es haber nacido.
                                        Sólo quisiera saber,
                                        para apurar mis desvelos
                                        dejando a una parte, cielos,
                                        el delito de nacer,
                                        qué más os puede ofender,
                                        para castigarme más.
                                        ¿No nacieron los demás?
                                        pues si los demás nacieron,
                                        ¿qué privilegios tuvieron
                                        que yo no gocé jamás?
                                        Nace el ave, y, con las galas
                                        que le dan belleza suma,
                                        apenas es flor de pluma,
                                        o ramillete con alas,
                                        cuando las etéreas salas
                                        corta con velocidad
                                        negándose a la piedad
                                        del nido que deja en calma;
                                        y teniendo yo más alma,
                                        ¿tengo menos libertad?

(Un aplauso solitario se escucha por el pasillo central del escenario. Joaquín, desconcertado, se levanta del piso rápidamente y trata de enfocar a la persona que produce el aplauso. Se trata de Amalia Rivero, actriz retirada, que viene acercándose por el pasillo central hacia el escenario).

AMALIA.-                         Con asombro de mirarte,
                                        con admiración de oírte,
                                        ni sé qué pueda decirte,
                                        ni qué pueda preguntarte.

JOAQUÍN.- (Tratando de enfocarla) ¡No puede ser! ¡No puede ser! Pero es usted, ¿verdad? ¡Es su voz! ¡Tiene que ser usted! Señorita Rivero… señorita Rivero.

AMALIA.- (Llegando al borde del escenario) ¡No es sino un triste, ay de mí! que en estas bóvedas frías ¡oyó tus melancolías!

JOAQUÍN.- ¡Señorita Rivero! (Y le extiende la mano para ayudarla a subir por las escaleras que conducen al escenario)

AMALIA.- ¡Qué buena memoria tienes, Joaquín!

JOAQUÍN.- Esa voz no podía ser de nadie más. Aunque me quedara sordo por completo, que ya casi lo estoy, todavía podría reconocerla… su tono, sus inflexiones, sus matices. (Y ella llega al escenario) ¡No se imagina usted el inmenso honor que me produce volver a verla en este teatro, señorita Rivero!
(Y respetuosamente le besa la mano. Amalia Rivero, de cuarenta y pico de años conserva mucho de su belleza de su juventud. Es muy alta, muy delgada y viste un traje sastre elegante que recuerda un poco la moda de finales de los cuarenta o principios de los cincuenta. Lleva lentes oscuros y un foulard alrededor del cuello. Se detiene en el centro del escenario, como si evocara el pasado).

JOAQUÍN.- ¿Pero qué está haciendo aquí? ¡No me diga que va a volver a trabajar en el teatro! Nadie me dijo nada… nadie me avisó.

AMALIA.- ¡Cuántos años sin pisar estas tablas! ¡Cuántos años!

JOAQUÍN.- La última vez que usted actuó en este teatro fue cuando lo cerraron por primera vez. Lo recuerdo clarito porque nos quedamos todos sin trabajo casi durante un año completo… sin trabajo y sin subsidio. Bueno, al menos yo me quedé sin trabajo. Usted estaba haciendo Doña Rosita la Soltera.

AMALIA.- (Asiente con una sonrisa evocativa)
                                Abierta estaba la rosa,
                                Pero la tarde llegaba,
(Y a medida que recita el texto, Joaquín va alejándose como para admirarla, con un profundo respeto. Los ojos cerrados. Recordando).
                                y un rumor de nieve triste
                                le fue pesando las ramas;
                                cuando la sombra volvía,
                                cuando el ruiseñor cantaba,
                                como una muerta de pena
                                se puso transida y blanca;
                                y cuando la noche, grande
                                cuerno de metal sonaba
                                y los vientos enlazados
                                dormían en la montaña,
                                se deshojó suspirando
                                por los cristales del alba.

(Y se hace un silencio profundo. Acaso sólo se oye un suspiro emocionado de Joaquín. Los dos están como en un trance)

JOAQUÍN.- Las luces empezaban a bajar y usted quedaba solita, bajo un cenital azul celeste y aquella lluvia de aplausos. (Tras pausa) Después… bueno, después vino la televisión… a usted la contrataron para hacer una telenovela y ¡nunca más! (Y suspira con cierta nostalgia) La televisión no ganó nada… ¡pero este teatro perdió su gran estrella!

AMALIA.- Creo intuir cierto tono de reproche en eso, Joaquín.

JOAQUÍN.- Si a usted le parece… Pero déjeme verla, señorita Rivero… mejor dicho, déjeme admirarla porque es que hace tanto… ¡pero tantísimo que no la veía, señorita Rivero!

AMALIA.- Joaquín… Joaquín… han pasado muchos años. Ya no soy la señorita Rivero.

JOAQUÍN.- Para mí usted siempre será la señorita Rivero.

AMALIA.- (Acercándose más) Es increíble, Joaquín, pero tú no has cambiado nada.

JOAQUÍN.- (Quitándose la gorra) Menos pelo…

AMALIA.- Lo menos que me imaginé, después de tanto tiempo, era que iba a encontrarte aquí.

JOAQUÍN.- ¿Y dónde mejor podía yo estar, señorita Rivero? Aquí he estado siempre… Este teatro lo abren, lo cierran, lo vuelven a abrir, lo vuelven a cerrar… cambia el gobierno, cambian las autoridades… pero yo sigo aquí. Soy parte de él. ¿Se enteró de las remodelaciones?

AMALIA.- Sí, claro… lo leí en la prensa.

JOAQUÍN.- ¡Pura paja! Cada cinco años, el gobierno de turno anuncia la definitiva y total remodelación del teatro para justificar los reales que se roban, porque a la larga lo dejan igualito… ¡ni siquiera han cambiado las alfombras! Yo no digo nada… ¿para qué? A mí ni siquiera me toman en cuenta para pedirme una opinión… y no es por nada, señorita Rivero, pero si alguien en este país conoce este teatro centímetro a centímetro… recoveco a recoveco… ¡soy yo! Pero no me toman en cuenta. Fíjese que han puesto  una niña… una tal no sé qué… y que de encargada del teatro. Una empleadita… Una funcionaria que de teatro sabe lo que yo de trigonometría… ¡pero yo no digo nada! Yo sigo aquí, al pie del cañón, viendo pasar los funcionarios cada cinco años… testigo mudo de la ineficacia, la nulidad y la brutalidad del gobierno.

AMALIA.- No has cambiado, Joaquín… aún sigues refunfuñando contra el gobierno.

JOAQUÍN.- ¡Y como si fuera poco ahora pretenden re-inaugurarlo! ¿Pero sabe cuál es el apuro? (Furioso) ¡Que se lo han alquilado a un canal de televisión! ¿Había visto usted mayor profanación? Van a hacer un gran espectáculo a beneficio de no sé qué diablos, para darse bomba con la gente de la prensa, con el Congreso, con el Presidente…

AMALIA.- ¿Así que para eso me llamaron?

JOAQUÍN.- ¿Perdón?

AMALIA.- ¡Para un espectáculo de beneficencia! ¡Qué riñones tiene mi representante!

JOAQUÍN.- ¿Su representante?

OMAR.- (Entrando) Doña Amalia… ¿cuándo llegó? ¿Por qué no me avisó?
(Amalia y Joaquín se vuelven hacia un extremo del escenario por donde viene entrando Omar. Es un hombre como de treinta años, que viste al estilo de ejecutivo informal. Viene acercándose a ella con una gran sonrisa)
OMAR.-Yo estaba pendiente de su llamada para recibirla en la puerta del teatro… hasta cancelé una reunión de comité que tenía… ¡pero no importa! ¡Me alegro mucho de que ya esté aquí!

JOAQUÍN.- ¿Y éste quién es?

AMALIA.- Escúchame bien, Omar. Desde que empezaste a salir con mi hija, hace cinco años, y me metiste en la cabeza de que tú podías ser mi representante artístico… que tenías contactos importantísimos en el ambiente... que mi reaparición iba a ser algo sobrenatural… y te estoy hablando de hace cinco años… estoy esperando que me consigas un buen contrato, un buen papel, un buen texto para regresar a las tablas ¿y qué hacer tú? ¡Conseguirme una presentación en un acto de beneficencia! ¡Un acto de beneficencia! ¿Esos eran tus contactos? Pues lo siento mucho… conmigo no cuentes para eso. Y mejor me regreso por donde vine.

OMAR.- (Deteniéndola por el brazo) Doña Amalia, por favor… (Amalia mira la mano de él en su brazo, luego clava la vista en su rostro. Omar, apenado, la suelta) Perdón, señora. Le suplico que no se vaya. No se trata de un acto de beneficencia. Se lo juro. ¿Cómo cree usted que yo…?

AMALIA.- ¿Entonces de qué se trata?

OMAR.- Cuando el canal supo la relación que yo tenía con usted me pidió… me suplicó que la convenciera de asistir a la celebración de los treinta años del canal. Y yo me puse a pensarlo y entonces fue cuando se me ocurrió una idea brillante. Yo me dije y les dije a los ejecutivos del canal… <¡Asistir solamente no!  Vamos a hacer un gran espectáculo con la reaparición de Amalia Rivero. Un espectáculo para llevarnos el rating por los cachos>. Después de todo, usted fue su gran estrella… Usted es una figura importante…

AMALIA.- ¿Importante para quién?

OMAR.- ¿Perdón?

AMALIA.- ¿Importante para quién? ¿Para el canal? ¿Para el teatro? ¿Para ti? ¿Para quién soy importante?

OMAR.- Para el público, señora.

AMALIA.- ¿Público? ¿Qué público? No, no, no… yo mejor me voy.

OMAR.- Pero señora Rivero, por favor… Usted no puede hacerme eso. ¡Imagínese, toda la producción ya está casi lista! Además, cuando nosotros hablamos de su reaparición…

AMALIA.- Mira Omar, no me sigas hablando de reaparición. Yo estaba muy tranquila en Valencia y tú llegaste de lo más eufórico y me aseguraste que se trataba de mi regreso al teatro. ¡Al teatro!

JOAQUÍN.- Algo así como Regreso al hogar pues, que también se estrenó aquí en el ochenta y dos, si no me equivoco.

AMALIA.- Únicamente por eso vine y ahora resulta que me entero que se trata de un show de televisión.

OMAR.- Si usted me permite que le explique…

AMALIA.- ¿Qué me vas a explicar?

OMAR.- No se trata de un show, como usted dice así… tan peyorativamente… ¡no! Es verdad que es un espectáculo de televisión… pero será algo grandioso, señora Rivero. Es más, desde el momento que yo empecé la planificación de este espectáculo los ejecutivos del canal me aseguraron, porque así se los exigí, que usted sería la figura principal. Por eso acepté convencerla. Y además, porque bueno… hay posibilidad de que después de su reaparición… (Se corta). Perdón, de su actuación pues… pudiéramos llegar a un arreglo futuro con el canal, que creo que es lo que más le interesa a usted, ¿no es así? Todo esto lo inventé yo justamente por eso. Tiene que entenderlo, señora Rivero. La idea es que ellos vuelvan a verla porque después de todo, usted se retiró hace mucho tiempo y…

AMALIA.- ¿O sea… que esto va a ser una especie de audición? ¡Con permiso! (E inicia su salida hacia la puerta)

OMAR.- ¡No! ¡No lo tome así, por favor! ¡Ya le expliqué que es la celebración de los treinta años del canal! Para ellos, su participación es la más importante y van a hacerle una promoción especial. ¡Usted va a gozar de los mismos privilegios que exigió el señor Guzmán!

AMALIA.- (Se frena inmediatamente) ¿Carlos Guzmán? ¿Tú te refieres al actor Carlos Guzmán? (Omar asiente sonriente con la cabeza. Amalia suelta una carcajada)

OMAR.- Hasta ese detalle tomé yo en cuenta, señora Rivero…

AMALIA.- ¡No puede ser! Hubiera jurado que estaba enterrado a veinte metros bajo tierra. Pero como dice el refrán, bicho malo no se muere.

JOAQUÍN.- ¡Mira por dónde viene a aparecer el fantasma del padre de Hamlet! (Y suelta una carcajada)

OMAR.- ¿Y usted quién es? ¿El encargado del teatro?

JOAQUÍN.- ¿Yo? ¡Qué va! Si lo fuera, otro gallo cantaría.

OMAR.- ¿Es empleado del canal?

JOAQUÍN.- Tampoco, jovencito. A mucha honra soy un simple empleado de la coordinación de teatros de la Dirección Seccional de Artes Escénicas del Ministerio de la Cultura.

OMAR.- Suena muy rimbombante.

JOAQUÍN.- A punto de jubilarme, por si sirve de algo la información.

AMALIA.- Bueno, ya se presentaron. Ahora y volviendo a lo anterior… ¿me quiere aclarar qué tiene que ver el señor Carlos Guzmán conmigo y con el supuesto espectáculo que tú o el canal está organizando?

OMAR.- (A Joaquín) Yo pensé que usted estaba aquí porque se iba a encargar de coordinar los ensayos entre la señorita Rivero y el señor Guzmán.

AMALIA.- ¿Qué ensayos?

OMAR.- Los ensayos del espectáculo, señora.

AMALIA.- ¿Y eso hay que ensayarlo?

OMAR.- Por supuesto, doña Amalia. Hay que ensayar el texto, porque usted va a intervenir en una escena con el señor Carlos Guzmán. (Amalia suelta otra carcajada. Omar la mira extrañado)

AMALIA.- Perdóname, querido, pero eso no va a ser posible, porque no pienso intervenir en nada que tenga que ver con ese señor…

OMAR.- Pero Doña Amalia… ¿por qué?

AMALIA.- Porque no me gusta tu brillante idea de este espectáculo y mucho menos si tengo que trabajar con el señor Guzmán. Así que me voy.

OMAR.- Señora Rivero… no me haga esto, por favor, mire que me va a ser quedar mal ante el canal. Voy a perder mi credibilidad… ellos confiaron en mí y yo dí mi palabra de que usted trabajaría en este espectáculo.

AMALIA.- ¿A quién le diste tu palabra?

OMAR.- Al presidente del canal en persona. Es más, él me pidió que le avisara en cuanto usted llegara para hablar personalmente con usted.

AMALIA.- ¿Ricardo va a hablar personalmente conmigo? ¿Y entonces dónde está?

OMAR.- Está en una reunión de comando con todos los ejecutivos del canal.

JOAQUÍN.- Reuniones de comando… reuniones de comité… parecen más bien del Politburó del Partido Comunista.

OMAR.- ¿Me quiere dejar hablar en paz con la señora? (A ella) Don Ricardo está en una reunión muy importante relacionada justamente con toda esta celebración, pero me dijo que iba a esperar mi llamada para venirse inmediatamente para acá. Imagínese qué va a pensar de mí si tengo que decirle que usted…

AMALIA.- ¿Y qué estás esperando?

OMAR.- ¿Perdón?

AMALIA.- ¿Qué estás esperando para llamarlo?

OMAR.- Nada… nada… solamente que usted llegara.

AMALIA.- Pues yo ya estoy aquí.

OMAR.- Sí, sí… enseguida lo voy a llamar. (Y saca un celular y marca un número) ¿Aló? Buenas tardes, señorita… ¿me comunica con presidencia, por favor? ¿Aló? Presiden… aló… aló… (Mira a Amalia) Debe de ser que no entra la señal. A veces en sitios cerrados, no sé qué pasa con estos aparatos. (A Joaquín) Aquí debe haber alguna oficina con teléfono, ¿verdad?

JOAQUÍN.- La oficina está cerrada, porque la encargada del teatro no ha llegado… ella siempre llega tarde. (Señalando un punto) Pero al final de ese pasillo hay un teléfono público.

OMAR.- Regreso en un segundo, señora Rivero… un segundito nada más… (Y empieza a cruzar el escenario)

AMALIA.- Date prisa. Me sofoca el calor…

OMAR.- Con su permiso. (Y va saliendo)

JOAQUÍN.- ¿Así que ese joven es su representante? Antes eso no se usaba, ¿verdad? Los representantes, digo. (Amalia asiente. Se acerca a un baúl y lo abre como por no dejar) Voy a mostrarle algo, señorita Rivero. (Se acerca también al baúl) esto estaba en los sótanos. La encargada, que nunca recuerdo cómo se llama, me dijo que botara todo esto, pero yo me dije… ¡no, qué va! Aquí está la historia de este teatro. Ella, la pobre, qué va a saber de la historia de este teatro… ¡ni de ninguno! Pero yo sí. ¡Yo formo parte de esta historia y me duele! Entonces metí todo en el baúl para levármelo a casa. Si nadie lo quiere, yo sí… y mire, mire usted qué maravillas… Programas, afiches, fotos… como para hacer un museo, ¡vamos! Suyas hay por montones… escogí las mejores… usted en Electra… usted en Desdémona… usted en El espíritu burlón… usted en El tranvía llamado deseo… (Amalia ve las fotos que él le muestra con un dejo de nostalgia) Esa es la que más me gusta a mí… ¡si yo hubiera nacido mujer y hubiera sido actriz, me encantaría hacer el papel de Blanche Dubois!

AMALIA.- (Toma una foto en particular) ¿Dónde dijiste que habías encontrado estas fotos?

JOAQUÍN.- Bueno, en el sótano del teatro… cuando empezaron las remodelaciones sacaron todo lo que había en los camerinos y lo dejaron ahí botado. Entre la utilería había un baúl lleno de fotos y yo…

AMALIA.- Ésta. Esta foto específicamente. Quiero saber dónde la encontraste.

JOAQUÍN.- Ya le expliqué… en unos baúles que…

AMALIA.- Eso es imposible. Recuerdo perfectamente esta fotografía. Me la tomaron en el estreno de Hamlet. Si no estuviera enmarcada, verías que por detrás hay una dedicatoria mía… se la dediqué a Tomás, el taquillero, ¿recuerdas? (Y Joaquín asiente con tristeza) ¡Mi viejo y noble admirador! Toda la vida estuvo enamorado de mí, ¿sabes?

JOAQUÍN.- Todos estábamos enamorados de usted, señorita Rivero.

AMALIA.- Él mismo me la tomó y me suplicó que se la dedicara. Desde ese mismo instante la guardó en una gaveta de la taquilla donde estaba la boletería. Decía que así, cada vez que abriera la gaveta para vender un boleto, podría contemplar mi rostro. Estoy segura que ni muerto se hubiera dejado quitar esa foto… mucho menos permitir que la echaran al fondo de ningún baúl.

JOAQUÍN.- Muerto está, señorita. (Ella lo mira extrañada. Sorprendida) Hace ocho años. Fue terrible. Lo atropelló un carro cuando venía cruzando la calle en dirección a la taquilla del teatro. (Amalia hace un gesto de consternación. Como si se enjuagara una lágrima) Lo siento mucho.

AMALIA.- Era un hombre encantador. No se perdió un asola función desde el día que yo pisé este teatro por primera vez… tenía diez y siete años. No él… yo tenía diez y siete años y ya él era un hombre mayor. Durante la temporada de Hamlet…

JOAQUÍN.- Bueno, si es que se le podía llamar temporada a quince erráticas funciones con menos gente en la platea que en el escenario…

AMALIA.- Él cerraba la taquilla y se sentaba en una butaca… en la esquina del pasillo de patio, hacia la derecha, y musitaba al unísono conmigo… <Blancos paños le vestían como la nieve del monte, y al sepulcro le conducen cubierto de bellas flores, que en tierno llanto de amor se humedecieron entonces>. (Durante este parlamento a hecho entrada Carlos Guzmán. Un hombre como de cincuenta y pico de años que intenta aparentar mucho menos. Se detiene en la puerta observándola y sonriendo)

CARLOS.- ¿Cómo estás, graciosa Ofelia? (Amalia inmediatamente se da vuelta hacia la puerta y se queda mirando a Carlos que continúa sonriéndole. Él avanza unos pasos hacia ella) ¿Eres honesta? ¿Eres hermosa?

AMALIA.- Entraste en la escena equivocada, como de costumbre.

CARLOS.- Y tú tan… encantadora… como de costumbre.

JOAQUÍN.- Señor Guzmán… ¿cómo está? ¿Se acuerda de mí? Soy Joaquín… el conserje del teatro… ¿no se acuerda?

CARLOS.- (Sin tomarlo en cuenta) ¡Cuántos años, Amalia… tantos! ¿Y…? ¿Qué tal la vida?

AMALIA.- Me trata bien…

JOAQUÍN.- La señorita Rivero estaba recordando cuando ustedes hicieron Hamlet en este mismo teatro.

AMALIA.- En realidad no estaba recordando precisamente eso, Joaquín. Es bueno aclararlo, no sea cosa que este señor se le ocurra pensar que tengo nostalgia del pasado.

CARLOS.- ¡Pues yo sí! Sabrás que apenas entré al patio de butacas a mí sí me dio una ráfaga de nostalgia. Así como si hubiera entrado al túnel del tiempo. Después de todo fueron muchos años trabajando en este escenario. ¡Y muchos aplausos! Bien… bien… bien… ya estamos aquí, pero no veo nada dispuesto para el ensayo.

JOAQUÍN.- Lo que pasa es que…

AMALIA.- ¡No habrá ensayo!

CARLOS.- ¿Cómo que no habrá ensayo? Querida, no pensarás que después de tantos años vamos a subirnos al escenario a improvisar cualquier cosa. Lo siento mucho… yo soy un profesional y exijo ensayar el espectáculo.

AMALIA.- Tampoco habrá espectáculo. Al menos no conmigo.

CARLOS.- (Mirando a Joaquín) ¿Qué quiere decir esto?

AMALIA.- (Lo remeda) ¿Qué quiere decir esto? Por Dios, Carlos… No hace falta que seas tan engolado. Y déjame decirte algo más… si yo hubiera sabido que la idea de estos genios era reunirnos en un espectáculo, ni siquiera me habría tomado la molestia de salir de Valencia.

CARLOS.- ¿Vives en Valencia? ¡No me digas! Pero cuando te retiraste de la profesión gritaste a los cuatro vientos que te ibas a residenciar en Miami, donde te habían ofrecido un contrato para trabajar en una serie de televisión americana. Todavía conservo los recortes de prensa con tus declaraciones… <Ya no tengo nada que hacer en este país… el teatro ya no es lo que era antes… la televisión se ha dedicado a producir bodrios y no estoy dispuesta a malgastar el resto de mi carrera, actuando en esas insulsas y estúpidas telenovelas>.

AMALIA.- Eran estúpidas. Eran insulsas. ¡Eran bodrios!

CARLOS.- Lo que pasa es que ya no te podían dar papeles de protagonista, querida… sino de mamá de la protagonista y eso no lo podía soportar tu vanidad. ¿Por qué no lo reconoces?

AMALIA.- No me angustia mi edad, si eso es lo que quieres decir porque todavía me considero una mujer joven… pero lo suficientemente madura como para no repetir la experiencia de trabajar contigo otra vez, porque sigues siendo el mismo pedante, insoportable y petulante de siempre… sólo que mucho más viejo, aunque te pintes las canas con champú de Hena, <querido>. (A Joaquín) Joaquín, hazme el favor de decirle a Omar, cuando regrese, que se olvide del espectáculo. Yo me voy ahora mismo para mi casa.

JOAQUÍN.- Dígaselo usted misma, porque ahí viene llegando.

OMAR.- ¡Listo! Ya hablé con don Ricardo y me dijo que inmediatamente salía para acá. Está de lo más emocionado porque… (Percatándose de la presencia de Carlos) ¡Señor Guzmán! Porque usted es el señor Carlos Guzmán, ¿verdad?

CARLOS.- ¿Y usted quién es?

AMALIA.- Pues vuélvelo a llamar y dile que no se moleste.

OMAR.- Pero no entiendo… pensé que habíamos llegado a un arreglo, entonces ¿qué es lo que pasa?

JOAQUÍN.- La señorita Rivero se niega a trabajar con su antiguo partenaire. Asuntos relacionados con viejos rencores.

AMALIA.- Yo sola me puedo explicar, Joaquín. (A Omar) Pero es tal cual. Me voy. (Pretende salir pero Omar la retiene)

CARLOS.- ¿No será más bien que tienes miedo escénico? Porque francamente no entiendo tu negativa. Además, ¿qué es eso de viejos rencores? ¿Alguna vez te dí motivos para que me odiaras? Más bien, si no hubiera sido por mí… por el apoyo que siempre te dí en tu carrera…

AMALIA.- Permíteme recordarte que cuando tú actuaste e este teatro por primera vez, venías de hacer una obrita de provincia donde salías disfrazado de esqueleto…

JOAQUÍN.- (Riendo) ¡Me acuerdo perfectamente! Hicieron una única función y esa noche usted durmió en uno de los camerinos porque no tenía con qué pagar el pasaje de regreso a Barinas.

AMALIA.- ¡Y ya yo era una estrella! Jamás necesité de ti, ni de nadie para apuntalar mi carrera.

CARLOS.- ¡Qué mezquina eres, Amalia! Si no hubiera sido porque yo te exigí como protagonista en una telenovela, jamás habrías pisado un estudio de televisión.

AMALIA.- ¿Que tú me exigiste? ¡No seas ridículo! Fui yo quien te recomendó al director, porque te estabas muriendo de hambre y ya estaba harta de tus súplicas para que te ayudara. Así que si no hubiera sido por mi generosidad…

CARLOS.- Jamás he tenido que suplicarle nada a nadie y si hubiera tenido que hacerlo, tú habrías sido la última persona a quien hubiera recurrido. Y en cuanto a tu generosidad, todos la conocemos.

OMAR.- Por favor, señor Guzmán… señora Rivero. En realidad… no entiendo lo que está pasando… pensé que ustedes eran amigos… es decir, trabajaron juntos durante tanto tiempo… hicieron tantas obras de teatro… tantas telenovelas… ustedes eran la gran pareja de televisión… yo recuerdo cuando era pequeño que… (Ante una mirada de ella, él se corta. Carlos no puede evitar una sonrisa de cinismo) Bueno, lo que quiero decir es que hay tanta expectativa por verlos a ustedes juntos otra vez… aunque sea haciendo una pequeña escena… y que sea precisamente aquí, en este teatro donde ambos crecieron como actores… mire señora Rivero, usted no se imagina el honor y el orgullo que significa para el canal presentarlos a ustedes ante las nuevas generaciones… Incluso si me lo permitieran, yo sugeriría cambiar el libreto…

AMALIA.- ¿Qué libreto?

OMAR.- … Y ustedes hicieran una especie de recorrido del gran teatro universal, interpretando escenas del teatro griego, del teatro inglés. Por ejemplo, un pedacito de Electra… una escenita de Hamlet o de Otelo… ¿ustedes también hicieron Otelo, verdad? Así hasta llegar al teatro contemporáneo y…

CARLOS.- ¿Pero a éste qué le pasa? ¿Se volvió loco?

OMAR.- Y después pasaríamos al hecho específico de la telenovela. Yo podría marcarles los movimientos… Nunca he dirigido a nivel profesional, pero he sido asistente de dirección de varias obras. Mire, yo he trabajado en la Compañía Nacional… en el grupo…

AMALIA.- ¿De qué estás hablando tú, Omar?

JOAQUÍN.- De una especie de popurrí teatral que, si mal no recuerdo, ya se hizo una vez y se llamaba De Sófocles a Chalbaud. ¡Era horroroso!

CARLOS.- Mire jovencito, yo no tengo muy claro quién es usted, pero si lo que quiere es experimentar… si usted quiere hacerse un curriculum… ¿por qué no se pone a dirigir teatro infantil? A nosotros nos contrataron para hacer un espectáculo de televisión…

AMALIA.- ¿A ti te contrataron? ¿Tú estás seguro que no se trata de Cuánto vale el show?

CARLOS.- Querida… yo no sé si en el pueblito donde vives llega alguna señal de televisión… pero por si no lo sabes… yo sigo siendo un actor muy cotizado. Ahora mismo mi representante está gestionándome un contrato, en dólares, para hacer una telenovela en Argentina.

AMALIA.- ¿Qué vas a hacer? ¿El abuelito de Grecia Colmenares? (A Omar) Como habrás podido darte cuenta, Omar… fue una torpeza, una idea descabellada y una soberana estupidez, tratar de juntarnos a este señor y a mí en el mismo espectáculo. Joaquín, por favor, afuera hay un taxi esperándome. Avísale al chofer que voy saliendo.

OMAR.- Señora Rivero, con todo el aprecio que le tengo, con todo el respeto que usted me merece y como su representante que soy, me siento en la obligación de advertirle que está cometiendo un gran error.

CARLOS.- ¡No me digas que este señor es tu representante!

AMALIA.- ¡El error fue haber venido hasta aquí! ¡No estoy dispuesta a seguir soportando las impertinencias de este señor!

OMAR.- Esto lo podemos discutir serena y maduramente. ¡Si no lo quiere discutir conmigo, espere al menos que llegue Ricardo!

CARLOS.- ¡El propio Ricardo Anselmi, en persona, va a venir! ¡Querida, no me perdería este encuentro de ustedes dos por nada del mundo! (Y se instala burlón en una silla)

OMAR.- Él dijo que no tardaría… cuando él llegue con el libreto…

AMALIA.- ¿Cuál libreto?

CARLOS.- (Aclarándole) El que escribió Félix Osuna para el espectáculo.

AMALIA.- ¿Félix Osuna? ¿Félix Osuna? ¿Pero tú estás seguro? Félix Osuna está muerto, chico.

CARLOS.- ¡No señor! Vivito y coleando. La semana pasada lo contrataron para escribir la próxima telenovela del mediodía… lo leí en Farándula hoy.

AMALIA.- ¡Pues deberían estar muertos los dos! Tú y él. Mira Omar… si Ricardo… o tú… o quien sea pretenden que yo diga aunque sea una sola línea escrita por ese carcamal… ¡olvídense de mí! ¿Pero están locos? Ese hombre es el peor escritor de todo el hemisferio… ¡por dios! (A Carlos) ¿Te acuerdas de aquella novela horrenda que nos escribió donde tú eras un náufrago amnésico que llegaba a una isla salvaje en el océano Índico y yo era una indiecita waraní?

JOAQUÍN.- Yo la vía a usted en esa telenovela, señorita Rivero. Lo que nunca entendí es qué hacía una indiecita waraní en una isla del océano Índico.

CARLOS.- Me acuerdo del decorado que era peor. Un ciclorama azul con unas olas blancas y espumantes… ¡unas chifleras que debían ser la maleza de la selva índica y tres extras disfrazados de indios sioux que te cargaban el parihuela! (Y los dos se echan a reír) ¡Yo era el contralmirante Leonardo Del Álamo! (A Omar como explicándole) Un personaje sensacional, lleno de matices. Era una especie de Ulises que…

AMALIA.- ¡Ulises! ¡Qué pedantería… aquello era un bodrio sin pies ni cabeza! (A Omar) Imagínate a una princesa waraní en una isla del océano Índico. ¡Hábrase visto mayor estupidez!

OMAR.- ¿Pero por qué waraní?

CARLOS.- El escritor es paraguayo… (A ella) ¿No te acueras?

AMALIA.- ¡Paraguayo! ¡Es verdad! (Y se ríe más)

 CARLOS.- (Explicándole a Omar) No importa lo que ella diga. Era una gran telenovela y Félix Osuna era y sigue siendo un gran escritor. Tenía un gran sentido del drama, del suspenso, sabía hilvanar situaciones como nadie.

AMALIA.- ¡Cuánta admiración! (A Omar) Eso es porque era el único escritor que soportaba sus aires de Valentino redivivo… el único que lo ponía a protagonizar… Eran como uñas y sucio… compañeros de barra… y de farra. Tanta era la intimidad que incluso se llegó a comentar que eran algo más que amigos.

CARLOS.- ¡Chismes baratos! De mí se podía decir cualquier cosa por envidia… menos que fuera del otro lado, querida. Tú lo sabes muy bien. (A Omar) Todavía recuerdo el primer capítulo de Amor náufrago. Así se llamaba esa telenovela porque yo llegaba arrastrándome a la orilla de la playa después del naufragio de mi barco…

AMALIA.- (A Omar) ¡Que era nada más y nada menos que el Titanic… así que te podrás imaginar!

CARLOS.- Y como decía… llegaba yo… muerto de sed, completamente quemado por el sol y entonces surgía ella, de entre la supuesta maleza…

AMALIA.- (Riéndose) ¡Que de verdad eran unas chifleritas repartidas por aquí y por allá!

CARLOS.- Y a Amalia la traían cargada, así como en parihuela, unos extras nada fornidos, porque no más entrar al set dieron un traspiés y he aquí que la orgullosa princesa cae de bruces en la supuesta arena de la playa y de pronto toda la nobleza de su personaje quedó reducida a un vulgar coño. Menos mal que ya existía el video tape. ¿Te acuerdas Amalia?

AMALIA.- No dije eso. Nunca en mi vida he dicho vulgaridades.

CARLOS.- No, claro… si tú siempre has tenido una boca muy limpia.

AMALIA.- A diferencia de la tuya, que siempre olía a caña.

CARLOS.- Nunca pareció disgustarte. Es más… no habían escenas de amor más creíbles que las que nosotros hacíamos. Y el esfuerzo era todo mío, reconócelo, porque siempre fuiste más fría que un témpano. Mucha escuela, mucha técnica, mucho porte… pero de aquí (Se señala el corazón) ¡nada! Yo no. Yo siempre fui un actor temperamental… yo me entregaba de lleno a mi personaje.

AMALIA.- Y a la caña. Por eso fue que empezaron a relegarte… por borracho.

OMAR.- Bueno, pero eso es historia pasada… Era otra época. Yo creo que ahora…

AMALIA.- ¡Ni ahora, ni más nunca! No pienso volver a subirme a ningún escenario a hacer el ridículo con este señor.

OMAR.- Señora Rivero… espere al menos que llegue don Ricardo.

CARLOS.- Sí, me encantaría presenciar ese encuentro. (Ella le clava una mirada furibunda) Ese hombre tuvo una carrera meteórica en el canal. Y pensar que cuando lo conocimos era un simple productor de espacios dramáticos. Hizo carrera a costa nuestra, ¿verdad?

OMAR.- ¿Qué le cuesta esperar un poquito más, señora Rivero? Hágalo por mí.

CARLOS.- Verdad, Amalia. ¿Cómo vas a hacer queda mal a tu representante? Además, no puedes negar que esta es una oportunidad estupenda para los dos.

AMALIA.- Eres tú quien está interesado en figurar, así sea haciendo el ridículo. Yo no. Yo estoy muy bien como estoy. 

CARLOS.- ¿Entonces para qué te buscaste un representante? (Suena el celular de Omar)

OMAR.- ¡Aló! Sí, soy yo. No… en este momento no puedo. Atiéndelo tú. Pero es que ahorita… está bien. Ya voy para allá. (Cuelga) Señora Rivero… señor Guzmán… parece que hay un asunto urgente en mi oficina que mi asistente no puede resolver. Yo voy regreso rapidito… por favor, señora Rivero… no se vaya a ir. Se lo ruego.

(Omar hace un gesto de resignación y sale. Durante unos segundos Carlos y Amalia no se hablan. Casi ni se miran).

JOAQUÍN.- Ha pasado un ángel. (Ellos lo miran) Bueno, así dicen cuando se hace un silencio. Antes de que llegaran preparé café… ¿quieren que les traiga? (Ellos hacen gesto vago) Sí, les voy a traer café… (Cuando va saliendo se inclina un poco hacia Carlos) El suyo se lo puedo acomodar con un poquito de ron…

CARLOS.- Viéndolo bien, no me caería mal un cafecito, Joaquín.

JOAQUÍN.- ¿Entonces sí se acuerda de mí, verdad?

CARLOS.- Por supuesto que me acuerdo, Joaquín. Nos hacemos viejos… pero la memoria sigue incólume.

JOAQUÍN.- ¡Eso sí es verdad! Yo recuerdo la última vez que usted hizo el Don Juan aquí. ¡Fue una función memorable! Nunca, nunca ningún actor hizo de don Juan, como lo hacía usted… con aquel porte y aquel acento español  que era lo que más me gustaba a mí… sobretodo en aquella escena del sepulcro cuando decía…
                        Sí, sí, sus bustos oscilan.
                        ¡Su vago contorno medra!
                        Pero don Juan no se arredra;
                        alzaos, fantasmas vanos,
                        y os volveré con mis manos
                        ¡ a vuestros lechos de piedra!

AMALIA.- Te sabes la escena de memoria, Joaquín, que es mucho más de lo que se puede decir de él.

CARLOS.- Jamás olvidé un parlamento, querida. Y mucho menos del Don Juan.

AMALIA.- Debe ser porque te sentías muy identificado con el personaje… seguramente estabas viviendo un romance con la Inés de turno.

CARLOS.-                No; no me causan pavor
                                vuestros semblantes esquivos;
                                jamás, ni muertos ni vivos,
                                humillaréis mi valor.
                                Yo soy vuestro matador,
                                como al mundo es bien notorio;
                                si en vuestro alcázar mortuorio
                                me aprestáis venganza fiera,
                                daos prisa, que aquí os espera
                                otra vez don Juan Tenorio.

JOAQUÍN.- (Aplaude frenético) Nunca… nunca pisó este teatro otro Don Juan mejor que usted, don Carlos… ¡y pensar que ahora ni lo montan!

CARLOS.- Gracias, Joaquín… muchas gracias. Pero… ¿qué pasó con el cafecito?

JOAQUÍN.- Sí, claro… el cafecito… ya se los voy a traer. (Y sale de lo más emocionado a buscar el café)

AMALIA.- Es un actor frustrado… quién sabe qué habría sido de él si alguien le hubiera dado una oportunidad.

CARLOS.- ¡Hubiera sido un Ciutti magnífico! (Tras pausa) ¿Entonces Amalia?

AMALIA.- ¿Entonces qué?

CARLOS.- El espectáculo. ¿Lo hacemos o no?

AMALIA.- ¿A ti te interesa?

CARLOS.- Bueno… no me desagradaría… creo que es una buena oportunidad.

AMALIA.- ¿Para ti o para mí?

CARLOS.- Para los dos, Amalia. Esto lo llevamos en la sangre y aunque asumas esa actitud despectiva, yo sé que te morirías por volver a aparecer en la pantalla…

AMALIA.- No precisamente en una escena de Félix Osuna. Eso puedes jurarlo.

CARLOS.- Además, nos van a pagar muy bien. (Se hace una pausa. Él camina un poco por el escenario) Es mentira.

AMALIA.- ¿Qué?

CARLOS.- Lo de Argentina.

AMALIA.- Me lo imaginé.

CARLOS.- Es increíble, ¿verdad? Uno trabaja toda la vida… se hace famoso… teatro, radio, televisión… hasta doblajes… para que luego te releguen al olvido. ¡Nunca pensé que el olvido doliera tanto! Antes, cuando yo entraba a un canal de televisión, tenía que pasar media hora firmando autógrafos antes de traspasar la puerta… ¡ahora me piden la cédula!

AMALIA.- ¡Menos mal que yo nunca regresé!

CARLOS.- ¡Ay, no seas hipócrita, Amalia! No regresaste para no enfrentarte a la vergüenza de que te preguntaran quién era el padre de tu hija. ¡Tamaña estupidez! Toda la vida fuiste madre soltera en las telenovelas y eras la heroína… entonces no entiendo por qué no pudiste seguirlo siendo en la vida real.

AMALIA.- No quiero hablar de eso, Carlos.

CARLOS.- Yo te propuse que dijeras que era mía. ¡Al público le hubiera encantado! Hubiera sido como la prolongación realista de nuestras telenovelas, pero tú te negaste.

AMALIA.- ¡Eres un cínico de marca mayor! ¡Lo que tú me propusiste fue que me hiciera un aborto!

CARLOS.- ¡Primero! Y eso para no perder la oportunidad de protagonizar una telenovela que nos habían propuesto en Méjico, ¿te acuerdas? Si no hubiera sido por ese inoportuno embarazo, nuestra fama hubiera traspasado las fronteras patrias. Pero acuérdate que después, cuando tú decidiste que tendrías a tu hija contra viento y marea…

AMALIA.- ¡Y fue cuando empezaste a serrucharme el trabajo!

CARLOS.- Que no fue así, chica. Que no fue así. Yo te propuse reconocerla como mía, ¿de eso no te acuerdas? Y creo que yo hubiera sido un gran padre para Natalia…

AMALIA.- ¡Sí, claro!

CARLOS.- ¡Aunque tú lo dudes! La hubiera querido mucho… tanto como te quise a ti.

AMALIA.- ¿Joaquín no dijo que el café ya estaba hecho? ¿Entonces por qué tarda tanto?

CARLOS.- Porque te quise mucho, Amalia… tú lo sabes. Y yo no te desagradaba… (Ella se ríe) Aunque te rías, yo sé que te gustaba. Pero claro, yo no era el presidente del canal.

AMALIA.- ¡Ese comentario está de más! Yo no vine aquí a hacer un recuento de mi pasado.

CARLOS.- (Engolado) <El pasado es para comprenderlo, no para recordarlo>. ¿Qué más seguía?

AMALIA.- <Nunca pensé que tu amor te transformaría en un mal recuerdo de mi vida, del cual solo queda este hijo que no tienes derecho a conocer>.

CARLOS.- (Se le acerca y la toma teatral por la cintura) <Pero lleva mi sangre y tú llevas en tus labios el recuerdo de cada uno de mis besos>. (Viene llegando Joaquín con los cafecitos y se los queda viendo).

AMALIA.- <¡Yo ahogaré ese recuerdo en mi rencor porque eres un canalla, un cínico, eres cruel… eres ruin, eres egoísta y malvado!>.

CARLOS.- <¿Qué quieres decir con eso?> (Amalia suelta una carcajada) Era así, no te rías… era así… y entonces tú me contestabas…

AMALIA.- <Algún día entenderás el significado de mis palabras y entonces… ya será tarde para ti. En cambio yo…>. (Amalia se suelta de él riéndose) No, no, no… era demasiado… ¡demasiado cursi! ¿Cómo podíamos decir todas esas cosas… por el amor de dios?

CARLOS.- ¡Y de memoria, querida… sin apuntador!

JOAQUÍN.- ¿Qué? ¿Ya se han reconciliado? Aquí está el café… calientito… y el suyo, don Carlos con un puntito de anís El Mono porque no tenía ron.

AMALIA.- ¿no ha regresado mi representante?

JOAQUÍN.- No, pero les dejó esto. (Y muestra un libreto)

CARLOS.- ¡El libreto!

AMALIA.- Ya te dije que sí es de Félix Osuna, no pienso hacerlo.

CARLOS.- No pierdes nada con leerlo. Félix ha cambiado mucho su estilo… ahora está más acorde con la realidad… con la actualidad.

JOAQUÍN.- ¿Y por qué mejor no hacen una escena de teatro?

AMALIA.- Déjame ver eso. (Carlos le pasa el libreto. Ella se pone sus lentes. Se aleja un poco de ellos y empieza a leer)

JOAQUÍN.- Don Carlos… mientras servía el café lo estuve pensando. ¿Usted recuerda El rey Lear?

CARLOS.- ¡Eso fue hace siglos!

JOAQUÍN.- Por supuesto que fue hace siglos, pero a Shakespeare lo siguen montando… ¡no faltaba más!

CARLOS.- ¿Y?

JOAQUÍN.- Pues que de pronto se me ocurrió… ya que está usted aquí… está la señorita Rivero… que en vez de hacer un trozo de telenovela, pues… podríamos hacer El rey Lear.

CARLOS.- ¿Podríamos?

JOAQUÍN.- El vestuario también está… y como cosa extraña, conservadísimo. Podríamos tomar una escena… por ejemplo…

CARLOS.- ¿Podríamos?

JOAQUÍN.- ¡Toda la vida soñé con ser actor!

CARLOS.- ¿Tú? ¿Amalia, estás oyendo?

AMALIA.- ¡Estoy leyendo este bodrio!

CARLOS.- ¡Tú tenías razón!

AMALIA.- Siempre la tuve… siempre dije que este cretino de Félix Osuna…

CARLOS.- No. Me refiero a Joaquín. Dice que siempre quiso ser actor.
(Amalia se le acerca)

JOAQUÍN.- ¿Por qué no? He visto tanto disfraz montado en este escenario…

CARLOS.- ¡Quiere hacer El rey Lear! (Se ríe)

JOAQUÍN.- No… no… yo haría el Bufón… me sé todos los parlamentos de memoria… me los aprendí de tanto verlos a ustedes, señorita Rivero.

AMALIA.- ¿No te parece que estoy demasiado vieja para hacer Gonerila?

JOAQUÍN.- ¿Vieja usted, señorita Rivero? ¿Cómo va a decir eso? ¡Las actrices como usted no tienen edad!

CARLOS.- ¿Pero entonces aceptas trabajar en el espectáculo?

JOAQUÍN.- Si quieren me prueban…

AMALIA.- Voy a hacerlo por ti.

JOAQUÍN.- ¿Les recito una escena? ¿Una cortita?

CARLOS.- Pero bueno Joaquín, ¿qué te pasa? ¿Te volviste loco?

JOAQUÍN.- <Nunca han estado los locos en menos gracia que este año, porque los cuerdos se han convertido en estúpidos y no saben ya cómo llevar su ingenio, tan simiescos  son sus modales>.

CARLOS.- (Mirándolo extrañado) <Desde cuándo tenéis por costumbre andar tan lleno de canciones, belitre>.

JOAQUÍN.- <Las tengo desde que hiciste de tus hijas tu madre. Pues el día en que les diste tu cetro y te bajaste los calzones… lloraron entonces repentinamente de alegría y yo canté de pena, al ver a tal Rey jugar al escondite, y andar entre los locos>.

AMALIA.- Pues mira… de verdad que se lo sabe.

OMAR.- (Entrando) Ya estoy de regreso, señora Rivero.

CARLOS.- Qué bueno, porque hemos decidido hacer el espectáculo.

OMAR.- ¿De verdad? ¿Es en serio señora Rivero? ¿Entonces podemos comenzar a ensayar?

AMALIA.- Antes tienes que arreglar ciertos detalles con Ricardo.

OMAR.- Si usted se refiere a su contrato…

AMALIA.- Eso lo discutimos tú y yo en privado En primer lugar, quiero… mejor dicho, exijo que se cambie este libreto.

CARLOS.- ¡Eso no le va a gustar nada a Félix!

AMALIA.- Ya estoy demasiado mayorcita para repetir esas ridiculeces… o se cambia el libreto o no hago nada.

OMAR.- No se preocupe, señora Rivero. Eso se puede arreglar. Yo puedo hablar con el señor Osuna y explicarle que tiene que cambiar algunos diálogos… no creo que haya inconveniente.

AMALIA.- Y hay otro detalle muy importante.

OMAR.- ¿Cuál será?

AMALIA.- Se trata de los créditos.

CARLOS.- ¡No pensarás ponerte primero que yo!

AMALIA.- ¿Por qué no? Siempre fue así… Amalia Rivero en… título y después Carlos Guzmán en…

CARLOS.- Eso era cuando la gente sabía quién era Amalia Rivero, querida.

AMALIA.- Bueno, a fin de cuentas eso no tengo por qué discutirlo contigo.

CARLOS.- O vamos juntos en los créditos o no hacemos nada.

AMALIA.- (A Omar) ¡O voy yo de primera… o me voy!

OMAR.- Por favor, señores… no creo que no podamos llegar a un arreglo satisfactorio para los dos.

CARLOS.- No pienso transigir en eso. No voy a permitirte que vayas por encima de mí. ¡Eso que quede bien claro!

AMALIA.- ¡Perfecto! ¡Entonces olvídense de mí… olvídense de ningún espectáculo! (E inicia su salida con Omar detrás de ella).

CARLOS.- Eso no va a ser ningún problema, querida, porque olvidada estás desde hace mucho tiempo, Amalia Rivero.

OMAR.- (Detrás de Amalia) Por favor, señora Rivero… recapacite… estamos perdiendo una gran oportunidad. Además, me va a hacer quedar mal… yo dí mi palabra… por favor, señora Rivero… (Y terminan de salir. Carlos y Joaquín quedan solos en el escenario)

JOAQUÍN.- ¿Entonces no habrá espectáculo?

CARLOS.- (Se le acerca y le pone la mano en el hombro) Ella volverá, Joaquín.

JOAQUÍN.- No lo creo, don Carlos. Se fue muy furiosa. No entiendo por qué no pudieron ponerse de acuerdo.

CARLOS.- ¡Volverá!

JOAQUÍN.- ¿Qué lo hace estar tan seguro?

CARLOS.- <Apenas hemos nacido cuando ya lloramos por el desconsuelo que sentimos de haber entrado en este vasto teatro de locos>. Vente, vamos a tomarnos otro cafecito con anís… mientras la esperamos.

JOAQUÍN.- (Saliendo con él) <El gorrioncillo alimentó tanto tiempo al cuco, que le comieron la cabeza las crías. (Suspira) A esto dieron un soplón a la candela y nos quedamos a oscuras>.
(Y las luces se apagan a medida que ellos van saliendo).

Fin del primer acto.




SEGUNDO ACTO
(El mismo decorado. Unos días después. Amalia está paseándose por el escenario tratando de memorizar el libreto que tiene en la mano. Repite unos parlamentos que de momento no entendemos. En el patio de butacas está Omar, sentado en medio de la platea. Joaquín le está entregando un café).

JOAQUÍN.- (Sotto voce) Está recién coladito… (Y se sienta al lado de Omar viendo a Amalia)

OMAR.- (Idem) Gracias.

JOAQUÍN.- (Tras sorber un poquito de su café) ¡Todavía me parece mentira estarla viendo en el escenario! Ahora va a bajar el libreto y lo va a apretar contra su estómago. (Amalia lo hace) Ahora va a levantar la cabeza como si buscara algo en la parrilla… pero en realidad no puede ver nada porque tiene los ojos cerrados. (Amalia lo hace) ¡Ahí está! ¿Qué le dije yo? Siempre hacía lo mismo cuando trataba de memorizar algo complicado y hoy, desde que llegó esta mañanita, ha estado haciéndolo.

OMAR.- ¡Qué bueno! Porque el ensayo general es esta tarde. Necesito que los dos se aprendan ese libreto antes de que llegue el director. ¿Qué hora es?

JOAQUÍN.- No tengo reloj.

OMAR.- ¿Está seguro que el señor Guzmán no ha llamado? A lo mejor llamó a la oficina de administración pero como está cerrada…

JOAQUÍN.- Imposible oír el teléfono desde aquí. Pero no se angustie, en cualquier momento llega la encargada del teatro y la abre…

OMAR.- Ya debería estar aquí.

JOAQUÍN.- Ella siempre llega tarde, cuando viene…

OMAR.- No me refiero a la encargada, sino al señor Guzmán. Hace rato que debería estar aquí.

JOAQUÍN.- Ese también siempre llega tarde a los ensayos. ¡Pero llegaba! (Tras pausita) ¿Así que usted se piensa casar con la hija de la señorita Rivero?

OMAR.- (Molesto por la impertinencia) Bueno… no hemos hablado de matrimonio todavía…

AMALIA.- (En voz alta desde el escenario) No… esto no puede ser… ¡no puede ser!

OMAR.- (Levantándose) ¿Qué pasa, señora Rivero?

AMALIA.- ¡Este texto es imposible de memorizar! Es espantoso… cómo se puede decir, de alguna manera más o menos natural… (Lee) <el rumbo de nuestros destinos quedó marcado en la huella hiriente que vilmente trazaste en mi pasado cuando aún mi presente no llegaba a despuntar> ¡Es que ni una coma!  Yo te dije que había que cambiar el libreto, Omar.

OMAR.- Se cambió, señora Rivero. Se lo juro. ¡Yo mismo hablé con el señor Osuna y no me le despegué de al lado hasta que lo rehízo!

AMALIA.- ¡Pues sigue siendo infame! Yo me niego a decir esto, Te advierto que les guste a o no, lo voy a cambiar. No voy a partirme el cráneo tratando de memorizar esa frase cuando es más fácil decir <tú me cambiaste la vida cuando yo era una jovencita>, por ejemplo…

OMAR.- Bueno, si el contenido es el mismo…

AMALIA.- Por favor, no hablemos de contenido. ¡No entremos en ese tema! Y otra cosa… ¿dónde está Carlos? Hace casi una hora que debió haber llegado.

OMAR.- Justamente eso le estaba comentando yo al señor Joaquín. ¿Le habrá pasado algo?

AMALIA.- Por lo visto no ha perdido su mala costumbre de llegar tarde.

JOAQUÍN.- Señorita Rivero… ¿le subo un cafecito? Está recién colado.

AMALIA.- Sí, gracias Joaquín. Uno se imagina que con el tiempo la gente madura, se hace más responsable… ¡pero qué va! ¡Genio y figura hasta la sepultura!

JOAQUÍN.- (Llegando hasta ella) Seguramente no debe tardar, señorita Rivero… a lo mejor el tráfico…

AMALIA.- ¡Ningún tráfico! ¡No lo justifiques, Joaquín! (Prueba el café) Está divino, gracias. (A Omar) Además, es muy difícil ensayar así… sin vestuario… sin utilería… ¡sin nada!

JOAQUÍN.- Si necesitan algo de utilería, yo podría buscarles…

AMALIA.- (A Omar) Tú me aseguraste que todo estaría listo para el ensayo general.

OMAR.- Y estará, señora Rivero. El ensayo general es esta tarde…

AMALIA.- Si es que Carlos aparece…

CARLOS.- (Entrando) ¿Me buscabais?

JOAQUÍN.- ¡Ya llegó!

AMALIA.- ¡A buena hora te presentas! Llevo años esperándote para empezar el ensayo.

CARLOS.- ¡Alcánzame una silla, Joaquín, donde pueda reposar estos mallugados y cansados huesos y darle un poco de alivio a mi noble humanidad!

JOAQUÍN.- (Se apresura a buscársela) ¿Se siente mal, don Carlos? ¿Está enfermo?

AMALIA.- No me extrañaría en absoluto que estuviera borracho.

CARLOS.- Amalia… Amalia… ¿por qué siempre, tratándose de mí… siempre piensas lo peor… lo más bajo… lo más abyecto?

AMALIA.- Tal vez porque te conozco demasiado.

CARLOS.- Sí, nos conocemos tanto que nos sabemos de memoria todas las preguntas y todas las respuestas. Un vaso de agua, Joaquín.

JOAQUÍN.- En seguida se lo traigo. (Y sale a buscarlo)

CARLOS.- Pues no, querida… estás equivocada… ¡la gente mal pensada siempre se equivoca conmigo! No estoy borracho. Soy simplemente un hombre algo mayor… algo vivido… que tuvo que caminar quince cuadras para llegar hasta aquí por culpa de una maldita huelga de transporte…

OMAR.- ¿Hay huelga de transporte? Debe ser por eso que no ha llegado el camión con la escenografía, señora Rivero.

CARLOS.- Hice un alto en el camino… a tres cuadras de aquí… y me encontré a ese joven… ¿cómo es que se llama? Últimamente no retengo los nombres de nadie… ah sí, ya me acuerdo… (Y saca de su chaqueta unos papeles doblados. Se cala los lentes y lee) Adolfo Caminos… ¡Mal nombre para alguien que pretende ser dramaturgo!

JOAQUÍN.- Aquí está el agua, don Carlos. (Se la da)

CARLOS.- Gracias, Joaquín. (Bebe un poco) Adolfo Caminos… Si al menos fuera Gustavo Adolfo… y me dio a leer este monólogo que, según él, escribió para mí. Me sentí muy orgulloso de que un joven dramaturgo pensara en mí para su obra. (Bebe otro poco de agua) Yo le expliqué que los monólogos son aburridísimos… que me sentí insoportablemente hastiado de mí mismo cuando tuve que hacer El diario de un loco… ¿te acuerdas, Joaquín?

JOAQUÍN.- ¿Cómo no me voy a acordar? Usted hasta se ganó el premio de la crítica ese año.

CARLOS.- Pero él insistió en que lo leyera. ¿Cómo podía negarme? Tiene talento. Mucho talento.

AMALIA.- Bueno, tómate un respiro y empezamos a ensayar. ¿Te aprendiste la escena, no?

CARLOS.- Le hablé de ti. No lo vayas a tomar como un insulto, pero no te recuerda. Claro, no es su culpa. Es la ignorancia de su juventud… y le propuse que nos escribiera una obra… hasta le dí la idea para la trama y a él le encantó. Nunca nadie escribió una obra para nosotros dos y no entiendo por qué. Puras telenovelas, pero teatro… ¡jamás!

JOAQUÍN.- ¡Ni falta que les hizo! Ustedes dos interpretaron lo mejor del teatro universal. Yo todavía recuerdo cuando montaron Tío Vania. Usted interpretaba a Sonia, señorita Rivero y el señor Guzmán era Astrov

AMALIA.- (Con nostalgia) Yo también lo recuerdo. Hicimos un hermoso trabajo.

JOAQUÍN.- ¡Usted estaba divina! Y dígame aquella escena cuando él decía… <Mi tiempo pasó. Ya es tarde. He envejecido, trabajo con exceso, me he vuelto cínico, tengo atrofiado los sentimientos y se me figura que ya no podría ligarme por el afecto a otra persona>.

CARLOS.- (Repite como autómata) <Ni quiero, ni querré a nadie… ¿por qué, entonces, ejerce todavía la belleza tanto poder sobre mí?>.

AMALIA.- Eso sí era un gran texto… no esta porquería que pretenden que hagamos.

OMAR.- Perdón… yo no quisiera interrumpirles este momento de nostalgia… me imagino que todos estos recuerdos son valiosos para ustedes, pero debo recordarles que el director va a llegar en cualquier momento, así que no sería mala idea si se pusieran a pasar la letra. Por cierto, don Carlos… en cuanto al texto, creo que la señora Rivero tiene algunas sugerencias que hacer.

AMALIA.- Algunas, no. Muchas. Prácticamente hay que cambiar toda la escena… reescribirla por completo… y eso nos va a tomar un tiempito.

OMAR.- Pero señora Rivero… comprenda que no disponemos de ese tiempito. Si el espectáculo fuera la semana que viene… incluso mañana, podría ser… pero es esta noche. ¡El ensayo general es dentro de una hora!

AMALIA.- Yo te advertí muy claro, Omar, que no me gustaban los textos de Félix Osuna. ¿No lo dije desde el principio, Carlos? Sin embargo accedí a hacer la escena porque tú aseguraste que la cambiarían…

OMAR.- Y se cambió… se lo juro.

AMALIA.- El estilo sigue siendo igual de malo y yo me niego, escúchame bien, me niego a decir la escena tal como está, así que te guste o no… yo la voy a cambiar.

OMAR.- Yo no digo que usted no tenga razón, señora Rivero… pero si ya el señor Carlos se la memorizó, me temo que cualquier cambio en el texto pueda ocasionarnos un retraso.

JOAQUÍN.- ¿Puedo dar una opinión? Señor Omar… yo no sé nada de espectáculos de televisión, pero se me ocurre que sería mucho mejor que ellos hicieran la escena final de Casa de muñecas, que es más o menos como una telenovela, pero con un texto más bonito.

CARLOS.- (Levantándose)
Callad, callad, suspéndase el acento
que sonoro se esparce por el viento.
Hermosa Marlene,
a quien el orbe de zafir previene
ya soberano asiento
como estrella añadida al firmamento
no con tanta tristeza
turbes el rosicler de tu belleza.
¿Qué deseas? ¿Qué quieres?
¿Qué envidias? ¿Qué te falta?

AMALIA.- Sí, tú te bebiste algo… ¡tú estás borracho!

OMAR.- Por favor, por favor señores… ¿por qué no empiezan a pasar la letra? Yo voy a llamar por teléfono a ver qué pasó con el camión. ¡Empiecen a ensayar, por favor! (Y sale)

AMALIA.- ¡Sí es mejor que salgamos de esto de una buena vez! Toma Joaquín, ayúdanos a pasar la letra. (Y le da el libreto. A Carlos) ¿Ya te sientes… recuperado?

CARLOS.- (Levantándose) <¿Aurora… qué sucede? Hay algo en tu expresión que me inquieta… algo que nunca antes había percibido y que me hace presentir lo peor>.

AMALIA.- <Debe ser porque es la primera vez que realmente me percibes. Nunca, en todos estos años, te has molestado en mirar en mi interior. Tanto es tu egoísmo que nunca te has detenido a pensar en mis sentimientos. Hasta hoy… ¿Qué fui yo para ti? ¡Contéstame, Javier! ¿Qué fui yo para ti?>.

CARLOS.- <¿Qué quieres decir con eso?>.

AMALIA.- Eso se lo vamos a quitar. Es obvio lo que ella quiere decir. Así que mejor tú me dices algo así como <¡Por qué me preguntas eso ahora?>. Y yo salto hasta donde dice… (Busca en el libreto) <Porque la verdad… yo sólo fui un objeto en tu vida… tú cambiaste mi destino cuando yo era apenas una jovencita>.

CARLOS.- ¿Dónde dice eso?

AMALIA.- En ninguna parte. O mejor dicho… aquí donde dice <el rumbo de nuestros destinos quedó marcado vilmente en la huella hiriente que…> etc., etc., etc.

CARLOS.- ¿Y te vas a saltar la mitad de la escena? ¡Perdóname, querida, pero no! En primer lugar tú no tienes ningún derecho a estarle cambiando la escena al autor y en segundo lugar, yo ya me la aprendí así.

JOAQUÍN.- Yo estoy convencido que sería mucho mejor que ustedes hicieran la última escena de Casa de muñecas.

AMALIA.- No le estoy cambiando la escena. Estoy tratando de simplificar el texto para que sea más creíble.

CARLOS.- Pues cambia <tú> texto, si te da la gana… pero yo voy a decir mis parlamentos tal como me los aprendí. Y si no me das el pie correctamente, ¡no digo nada! (Y vuelve a sentarse con gesto obstinado)

AMALIA.- Está bien… ya que te empeñas… entonces… <el rumbo de nuestros destinos quedó marcado en la huella hiriente que vilmente trazaste en mi pasado cuando aún mi presente no llegaba a despuntar>.

CARLOS.- <No hablemos de tu pasado, Aurora… ¿Qué crees que pensarían nuestros hijos si yo les confesara toda la verdad de tu pasado?>

AMALIA.- <¿Serías capaz?>.

CARLOS.- <Para ellos tú no eres su madre… eres una ex presidiaria a quien, por caridad, por compasión… por lástima… acepté criada en la casa. Si ahora les confesaras la verdad… se sentirían avergonzados y te odiarían, Aurora>.

AMALIA.- <Puede que se avergüencen… ¡pero odiarme jamás! Porque a pesar de este uniforme de criada…>. Espera un momento… ¿voy a salir con un uniforme de criada? Quiero decir, ¿de negro con delantal blanco y cofia?

JOAQUÍN.- Hablando de vestuario, señorita Rivero…

AMALIA.- ¡Me niego, me niego, me niego a ponerme un uniforme de criada! ¡Eso sí que no! ¡Omar! ¡Omar! ¿Dónde carrizos se metió Omar?

JOAQUÍN.- Fue a llamar por teléfono.

AMALIA.- Esto es humillante, Carlos… te lo digo francamente.

CARLOS.- Te recuerdo el texto, querida… <para ellos tú no eres su madre… eres una…>

AMALIA.- Claro, tú no dices nada porque a ti lo único que te interesa es que te vean por televisión a ver si sales de la miseria en que vives… pero yo no estoy dispuesta a tolerarlo. Encima de tener que decir este texto infame, ¿vestirme de criada? Pues no, me entiendes… en esas condiciones no trabajo.

CARLOS.- El texto lo dice clarito, querida… <para ellos tú no eres su madre… eres una…>

AMALIA.- <Ex presidiaria> y toda esa cursilería que sigue <a quien por compasión… por lástima… acepté como ama de llaves en esta casa…>

CARLOS.- ¿Ama de llaves? ¿Ama de llaves? ¿Pero te das cuenta de lo que estás diciendo? En este país ser ama de llaves es más cursi que ser sirvienta, Elvira, ¡por favor!

AMALIA.- ¡O soy el ama de llaves o la escena no va! ¡Punto y se acabó!

CARLOS.- Está bien… está bien… <Para ellos tú no eres su madre… eres una ex presidiaria a quien por lástima, por compasión…>

JOAQUÍN.- Y por caridad… ¡que es algo muy cristiano!

CARLOS.- ¡Por la vaina que fuera!… <acepté como amas de llaves> ¿Podemos seguir ensayando?

AMALIA.- ¡Seguimos!

CARLOS.- <Si ahora les confesaras la verdad… se sentirían avergonzados y te odiarían, Aurora>. ¿Te parece bien así?

AMALIA.- <Puede que se avergüencen… pero odiarme jamás... porque yo supe ganarme el amor de mis hijos. Su respeto. Su admiración… en cambio tú…>

CARLOS.- <A mi lado nunca les faltó nada>

AMALIA.- <¿Eso crees? Les diste una vida llena de lujos y placeres… ¡pero nunca les diste ni siquiera una migaja de tu amor! ¿Y sabes por qué? Porque tú no sabes lo que es el amor> Ay, por dios, esto es igualito a la letra de un bolero.

JOAQUÍN.- (Tras pausa de Carlos. Sotto voce) ¿Qué quieres decir con eso?

CARLOS.- A lo mejor es verdad. ¡Debe ser porque siempre me lo estás echando en cara!

JOAQUÍN.- No. Ahora usted vuelve a repetir… <¿qué quieres decir con eso?>

CARLOS.- ¡Siempre… siempre! Me lo restriegan continuamente en la cara porque descubrieron que esa es la manera de hacerme sentir culpable. O porque tal vez así se sienten libres de cualquier responsabilidad con respecto a mí. (Joaquín y Amalia buscan en las páginas del libreto) Quizás no fui un padre perfecto… de esos que llevan  a los niños al colegio… y todas esas nimiedades, pero de ahí a hacerme querer ver como un monstruo… ¡no, qué va!

JOAQUÍN.- ¿En qué página está eso?

CARLOS.- ¿Pero qué me pueden reprochar? ¿Qué nunca fui a verlos en un partido de beisbol? Yo no nací para eso. Yo detesto los estadios… detesto las multitudes… a menos que estén sentadas en la platea. Es más, yo no nací para ser padre… nunca quise tener hijos… y sin embargo los tuve… ¡cuatro… cuatro hijos!

JOAQUÍN.- Don Carlos…

CARLOS.- Me pueden reprochar cualquier cosa, menos que no los amé.

AMALIA.- ¡Ese no es mi pie! (Busca la mirada de Joaquín) ¿Qué digo yo ahora?

CARLOS.- No dices nada… que quedas callada y me escuchas… ¿Es tan difícil… es tan complicado escuchar por un momento apenas? Hacer una pausa… un silencio en el diálogo… ¡y oír! Tú me conoces, Amalia… quizás no soy lo que la gente espera de mí… ¿pero qué esperan de mí? Yo soy… esto que ven… esto que soy… una imagen… una fantasía… una representación… nunca pretendí ser algo más… entonces ¿por qué quieren que sea algo que nunca fui? ¿Qué me reprochan a esta edad de mi vida? ¿Por qué les resulta tan difícil aceptarme tal como soy? A lo mejor es mi culpa. Tantos personajes… todos tan creíbles… ¿y por qué no puedo ser ahora yo mismo? ¿No tengo derecho a interpretarme a mí mismo? Dime tú, Amalia… ¿no tengo derecho?

AMALIA.- ¿Tienes problemas con tus hijos, Carlos?

CARLOS.- Tengo problemas de vivienda, que es mucho peor. (Tras pausita) Me tengo que mudar esta misma semana. ¿Para dónde? ¡He allí el dilema! ¡That is the question!

AMALIA.- Bueno… ¿pero qué tienen que ver tus hijos con eso?

CARLOS.- Pues que alguno tendrá que darme albergue… al menos mientras me salga en contrato con el canal… y parece que la idea no les gusta mucho. Les estorbo. Cuando eran pequeños se enorgullecían de mí porque yo era la estrella y sus amigos venían a la casa a pedirme autógrafos que si para la hermanita, que si para la abuelita… ¡ahora no! Ahora soy un viejo desempleado que no sirve para nada… ¡que ni siquiera se puede pagar el alquiler de su vivienda, como tuvo las bolas de decirme Augusto esta mañana!

AMALIA.- Lo siento.

CARLOS.- Más lo siento yo. Ellos son los monstruos. O a lo mejor no. A lo mejor es que así es la vida real. <Los hijos crecen y dejan la casa>,,, y en la casa lo dejan a uno… ahí… como una cosa… como quien olvida el programa de mano cuando termina la función. Lo dejan a uno ahí con pasado lleno de recuerdos que a la larga no sirven para nada, de éxitos que no aseguran nada… ellos no, ellos tienen futuro… y en ese futuro no quepo yo. ¿Para qué tantos éxitos y tantos aplausos? Al final uno no tiene nada. Y entonces uno se pregunta, ¿valió la pena? Pero en fin… ¿dónde estamos, Joaquín?

JOAQUÍN.- (Muy sentido) Estamos en el teatro donde usted sigue siendo el gran actor que siempre fue. Aquí no hay pasado, ni futuro, don Carlos… aquí nadie le va estar exigiendo que represente una verdad que usted no es… Aquí usted es don Juan, aquí usted es Hamlet… y nadie espera que Hamlet esté llevando niños al colegio… Su grandeza está muy por encima de eso, don Carlos… y no me gusta que reniegue de sus recuerdos y de sus éxitos… porque entonces, ¿qué han significado todos estos años? Yo, que me he estremecido de emoción al final de cada representación, yo que he subido mil telones para que usted recibiera los aplausos, proclamo a los cuatro vientos que sí valió la pena lo vivido, aunque ahora lo estén botando del apartamento. Y mire don Carlos, si es necesario, yo le acondiciono un camerino con sus fotos, con sus afiches, con todo… ¡para que usted se sienta como en su casa!

CARLOS.- Joaquín… Joaquín…

JOAQUÍN.- (Secándose las lágrimas) Valió la pena y nadie, ni siquiera usted mismo, tiene derecho a decir que esos recuerdos no sirven para nada… porque yo llevo años viviendo de ellos, don Carlos. Son lo único que tengo… mi único bien… mi única fortuna. ¡Mil recuerdos!

CARLOS.- Eres un amigo noble y fiel, Joaquín… pero no hace falta que acondiciones ningún camerino. La situación no es tan grave todavía. Además, ¿no estoy aquí bregando un contrato? ¿No estamos aquí, listos para entrar por la puerta grande otra vez? ¡Entonces sigamos ensayando! ¿Dónde estábamos?

JOAQUÍN.- Estábamos en la parte en que usted volvía a decir… <¿qué quieres decir con eso?>

AMALIA.- ¿Y tú crees que de verdad el canal nos contrate?

CARLOS.- ¿Y tú crees que no?

AMALIA.- No lo sé. La verdad es que yo necesito ese contrato tanto como tú.

CARLOS.- Tu situación es muy distinta… tú tienes a Natalia… ella te quiere… eres feliz viviendo con ella en su casita de Valencia, con aire acondicionado.

AMALIA.- ¡Sí, y bien claro que pago el alquiler!

CARLOS.- ¿Qué quieres decir con eso?

AMALIA.- ¡Ay, por dios… deja el cliché! Tú no eres el único que tienes problemas, Carlos. ¿Qué crees que hago yo en Valencia todos los días desde hace miles de días? Cuidar a mi nieto, cuidar la casa, cuidar que mi hija pueda vivir la vida que ella supone que ya yo no necesito vivir. Aferrada a mis recuerdos… a lo que fui… recuerdos que ella no comparte… recuerdos que ella no puede recordar. Y siento que me desvanezco, que me desaparezco en el tiempo… que ya no sé lo que soy. A medida que nos hacemos mayores, el temor a perder lo que tuvimos… lo que fuimos… se va convirtiendo en pánico y eso no lo entienden los hijos. Ellos piensan que la vejez es conformarse con un pequeño espacio en el mundo… un cuarto, una cocina, una salita con aire acondicionado y los recuerdos y entonces cuando vienes a darte cuenta, ese pequeño espacio te ahoga. Te asfixia. Y sientes que quieres salir… escapar, huir. Cuando ahora miro hacia atrás… Cuando ahora miro hacia atrás… no, no… eso lo decía Nora en Casa de muñecas… cuando ahora miro hacia atrás… y no quiero, ¿sabes? ¡Ya no quiero seguir mirando hacia atrás porque me aterra lo que veo!

CARLOS.- (Tras pausa) ¿Seguimos ensayando? Pero eso sí… sin cambiarle una coma al libreto. Demasiado me costó aprendérmelo como estaba.

AMALIA.- Seguimos, Joaquín…

JOAQUÍN.- Quedamos donde ella decía… <nunca les diste ni una migaja de tu amor> y usted contestaba…
CARLOS.- <¿Qué quieres decir con eso?>

AMALIA.- <Lo que escuchaste. Tú, ni con todos tus millones podrás arrebatarme el cariño de mis hijos. ¿Lo oyes? Si tengo que salir de esta casa, lo haré con la frente en alto… pero ten por seguro que no saldré sola… no…> Y entonces tú me agarras… tú me detienes…

CARLOS.- ¿A dónde irías? ¿Qué harías?

JOAQUÍN.- No don Carlos, usted vuelve a repetir… <¿qué quieres decir con eso?>

AMALIA.- No sé. Nunca me lo he planteado. Mentira. Alguna vez lo pensé… pero fue hace tanto tiempo que ya no lo recuerdo… Después, después vino el miedo.

CARLOS.- ¿A la vejez?

AMALIA.- No sé… ¡tal vez al ridículo! O el miedo a fracasar… ¡o a pasar desapercibida, como una más del montón!

CARLOS.- Y entonces decidiste que era más cómodo quedarte en tu casita de Valencia con aire acondicionado, ¿no? ¡Eso se llama cobardía!

AMALIA.- No seas ridículo… eso es ser realista.

JOAQUÍN.- ¡Ay, por favor… no vayan a pelearse otra vez!

CARLOS.- Allá tú si quieres seguir regodeándote en tu vejez. ¡Yo no, Amalia! Y no solamente por el contrato que sí nos van a dar…

AMALIA.- ¿Dónde está el contrato? ¿Dónde está Ricardo? Se supone que reaparecemos esta noche y no ha venido nadie del canal. ¿Dónde está el director del espectáculo… los luminitos… la maquilladora… el vestuario? Nada, Carlos… ¡no hay nada!

CARLOS.- Tu representante fue a averiguar qué pasó con la escenografía. ¡Claro que van a venir! Además, no entiendo Amalia… ¿por qué de pronto tanto pesimismo? ¿No decías que te ahoga la casa? ¿No querías huir… escapar? Pues bien, Amalia… ¡esta es tu oportunidad! Tú verás que en cinco minutos llega todo el mundo y empiezan a montar las luces y… (A Joaquín) Tengo que ir al baño… ¿está abierto? (Joaquín asiente. A Amalia) Tú sabes… la próstata… (Y comienza a salir)

AMALIA.- No es la próstata. Está nervioso. Está asustado porque sabe que yo tengo razón.

JOAQUÍN.- Pero todo va a salir muy bien, señora Rivero… ustedes van a hacer su escena de telenovela y los van a contratar y…

AMALIA.- Si tuviéramos veinte años…

JOAQUÍN.- Si usted tuviera veinte años, no tendría que estar pasando por esto. A los veinte años ya usted era una gran estrella… fue justamente cuando hizo Gonerila… ¡se veía tan bella! El vestuario la hacía lucir como una verdadera princesa. Mire, mire… (Va hacia el baúl y saca el vestido de Gonerila) ¿No le dije yo que estaba conservadísimo?

AMALIA.- (Se acerca. Palpa el vestido) Veinte años… ¡yo tenía entonces veinte años!

JOAQUÍN.- Y todas las noches, cuando llegaba al teatro yo le llevaba una rosa a su camerino… y me ocupaba de tenerlo todo a punto… su té con limón… su frasquito de miel…Le organizaba su vestuario… cuando usted entraba como una reina saludando a todo el mundo… riendo con aquella risa…

AMALIA.- Con aquella risa argentina… así es como me decías… señorita Rivero, ¡usted tiene una risa argentina!

JOAQUÍN.- ¡Qué de recuerdos! ¿Cómo me van a venir a decir a mí que no sirven para nada?

AMALIA.- Sirven, Joaquín… para eso, para recordarlos… no para vivir de ellos. Por eso ahora tengo tanto miedo, tú sí me entiendes, ¿verdad Joaquín? (Joaquín hace un gesto vago) Ya no tengo veinte años… no es que sea cobarde… es que estoy convencida que no nos van a contratar…

JOAQUÍN.- Claro que sí, señorita Rivero… después de esta noche…

AMALIA.- ¡Voy a hacer el ridículo! Yo de ama de llaves… yo, que fui la dulce Ofelia, la enamorada Julieta, la romántica Rosita, la trastornada Blanche Dubois… ¡venir a reaparecer ahora disfrazada de ama de llaves! Dios mío, no sé cómo me dejé convencer para hacer esto.

JOAQUÍN.- Pero cuando la contraten…

AMALIA.- Se van a burlar de mí… estoy segura… ya casi puedo oír los comentarios… mira qué vieja ésta… cómo se le ocurre salir en televisión… hubiera sido mejor que se quedara en su casa.

JOAQUÍN.- No, señorita Rivero… nadie va a decir eso de usted.

AMALIA.- Es lo que he debido hacer… quedarme en casa… esto no tiene sentido… esto es una locura… No, no… yo mejor me voy. ¿Dónde está Omar? ¿Por qué no regresa?

CARLOS.- (Entrando) <¿Dónde estuve? ¿Dónde estoy?> (Joaquín y Amalia se vuelven. Carlos viene entrando vestido como el rey Lear. Ambos se echan a reír) <Os ruego que no os burléis de mí. Soy un pobre, débil anciano, que tiene los ochenta años, ni una hora más ni menos, y que para hablaros con franqueza, teme haber perdido el juicio>

AMALIA.- ¿De dónde sacaste eso?

CARLOS.- <Me parece que os conozco y que conozco a este hombre, pero estoy confuso pues ignoro en absoluto en qué lugar estoy y por más que recorro mi memoria, no recuerdo haber traído puesto estos vestidos, ni dónde he pasado la última noche>

JOAQUÍN.- ¡El rey Lear!

AMALIA.- Quítate ese trapo… ¡si llega Omar va a pensar que estás borracho o que te volviste loco!

JOAQUÍN.- <Loco es el que confía en la mansedumbre de un lobo, en la salud de un caballo, en la amistad de un mancebo y en el juramento de una puta!> (Él y Carlos se echan a reír)

CARLOS.- ¡Entonces es verdad que te aprendiste todos los parlamentos de memoria, Joaquín! ¿Qué te parece, Amalia?

AMALIA.- No voy a hacer la escena, Carlos.

CARLOS.- Tienes razón. Yo tampoco pienso hacerla… mientras estuve en el baño reflexioné pausadamente sobre todo lo que dijiste. Y tienes razón, Amalia. Olvídate de la telenovela… voy a darme el lujo de reaparecer pero no como el malvado padre de los protagonistas, ¡sino como el rey Lear!

 AMALIA.- (Riéndose) ¿Y tú crees que eso dé rating?

CARLOS.- Y tú serás… todas mis hijas… todas mis princesas… ¡todas! Gonerila, Regania, Cordelia… (Viéndole el traje en la mano) Ah, ¡pero veo que no fui el primero en tener la ocurrencia!... ¿Y tú, Joaquín? ¡Ve inmediatamente a buscar tu jubón!

JOAQUÍN.- ¡Ipsofacto! (Y va al baúl a ver qué encuentra)

AMALIA.- Por dios, Carlos… quítate eso de encima antes de que llegue la gente del canal.

CARLOS.- <¡Oh cielos! Si de verdad amáis a los ancianos; si vuestra dulce soberanía aprueba la obediencia; si vosotros mismos sois viejos, haced vuestra mi causa; descended aquí abajo y poneos de mi parte>

JOAQUÍN.- ¡Aquí está. Ya lo encontré! (Y comienza a ponerse el traje de bufón)

AMALIA.- Por dios, Joaquín… no lo secundes en esta locura…

CARLOS.- <Debéis ser indulgente conmigo. Olvidad y perdonad, os lo ruego ahora; soy viejo y estoy loco>. Vamos Joaquín… es más que evidente que no podemos contar con ella para el espectáculo… así que actuaremos tú y yo solos… ¡haremos la escena de la tempestad!

AMALIA.- ¡Chico, ¿pero qué necesidad tienes tú de exponerte al ridículo, por favor?

CARLOS.- <No hay que razonar sobre la necesidad. NO concedáis a la naturaleza más de lo que ella exige y la vida del hombre será de tan bajo valor como la de las bestias>.

JOAQUÍN.- Señorita Rivero… ¿por qué no? ¿A usted no le parece que esto es mejor que la escenita esa de telenovela? Además, quién quita que cuando me vean, también me contraten. Y aunque no fuera así, me hace tanta ilusión. Es el sueño de mi vida… ¡actuar… actuar en el rey Lear! ¡Mire… mire como me veo… Dios mío, si alguien pudiera tomarme una foto para el recuerdo! Y aunque no pudiera verme nadie… no importa… mi mayor orgullo… mi más lindo recuerdo será este… ¡el de haber compartido con ustedes una escena de El rey Lear!

AMALIA.- Pero Joaquín, es que…

JOAQUÍN.- Yo me sé todos los parlamentos, señorita Rivero… todos… les juro que no los voy a hacer quedar mal… usted verá, señorita Rivero, nunca tuve la oportunidad de subirme a un escenario más que para barrerlo… cerrar el telón… apagar las luces… y siempre, siempre soñando que algún día… quizás algún día… podría tener el honor de compartir aunque fuera una pequeñita escena con usted… con don Carlos… yo que los escuchaba cada noche repitiendo sus parlamentos, yo que era el único que sabía cuándo estaban de mal humor o de buen humor porque me conocía de memoria cada una de sus inflexiones… tuve que conformarme con la soledad de este escenario, cuando se iban todos y yo me quedaba solo para apagar las luces y entonces soñaba en lo más recóndito de mi alma en convertirme en actor (Pausa) Yo le juro que no la voy a hacer quedar mal, señorita Rivero.

CARLOS.- No le supliques, Joaquín… ¡ya te dije que tú y yo haremos la escena de la tempestad! (A ella) <Oh Regania, como un buitre se ha cebado aquí el pico acerado de la ingratitud>

AMALIA.- Está bien… está bien… ¡que no se diga que le frustré la carrera a nadie! Me pondré el trapo… aunque ni siquiera creo que me entre… (Y va saliendo hacia un camerino a vestirse)

JOAQUÍN.- Ay don Carlos… no lo puedo creer… yo actuando al lado de ustedes dos…

CARLOS.- Y frente a un gentío, Joaquín… porque ese programa se va a transmitir en el horario estelar y todo el país te va a ver… ¡todo el país!

JOAQUÍN.- Pero sobre todo lo van a ver a usted, don Carlos… y a la señorita Rivero… (Se ríe) Nos costó un poquito convencerla, ¿verdad?

CARLOS.- Aquí entre nos, Joaquín, ¿tú cómo crees que me veo?

JOAQUÍN.- ¿Perdón?

CARLOS.- ¡El físico, Joaquín… el físico!

JOAQUÍN.- No lo entiendo, don Carlos…

CARLOS.- Ahorita cuando estaba en el baño me miré al espejo… y pensé… ¿cómo me verá la gente después de tanto tiempo? Porque uno… uno con uno mismo… se va acostumbrando a las canas… a las arrugas… a la barriga… y hasta se acostumbra uno tanto, chico, que se llega a creer que uno en realidad no está tan mal. Pero claro… una cosa es uno y otra es la televisión. Es que en la televisión la imagen es muy importante, Joaquín… y no sé… hasta he pensado que no me vendría nada mal hacerme otro refrescamiento… sobre todo para quitarme esto… (Se toca la papada) Claro que de frente no se me nota mucho, pero así de perfil (Y se pone de perfil) sí se me nota, ¿verdad?

JOAQUÍN.- ¡Usted está en la edad perfecta para hacer el rey Lear!

CARLOS.- ¡O sea, viejo!

JOAQUÍN.- Pero luce muy bien, don Carlos… nadie diría la edad que tiene.

CARLOS.- Y espero que tú tampoco, Joaquín. <Vedme aquí, vosotros, dioses, un pobre viejo, tan lleno de pesares como de años, desgraciado por ambas cosas>

JOAQUÍN.- <Y llenos de frustraciones y de soledades mal disimuladas los sábados por la tarde… de eso también estamos llenos>.

CARLOS.- (Extrañado) ¿En qué escena dice eso el bufón?

JOAQUÍN.- No… eso es de otra obra, don Carlos… pero no sé… me pareció que el parlamento encajaba bien ahí.

CARLOS.- No te empates en cambiarme el texto, como Amalia…

AMALIA.- (Entrando con el traje de Gonerila) <¡Señor!> (Carlos y Joaquín se vuelven a verla con una sonrisa)

CARLOS.- <¡Gonerila… primogénita nuestra… habla!>

AMALIA.- <Señor… os amo más que cuanto puedan expresar las palabras; más que a la luz de mis ojos, que al espacio y que a la libertad… tanto como ningún hijo amó nunca a su padre, ni padre fue amado. Es un amor el mío que deja pobre el aliento e insuficiente el discurso. Os amo por sobre todo cuanto admite ponderación>

JOAQUÍN.- Es increíble, señorita Rivero… es como si el tiempo se hubiera detenido… Mírela don Carlos… ¡mire qué hermosa se ve!

AMALIA.- Gracias, Joaquín… te confieso que no pensé que el traje me entraría… o sea, que de cuerpo no he cambiado mucho, ¿verdad?

JOAQUÍN.- ¡Usted siempre tuvo un cuerpo precioso!

CARLOS.- Bueno… bueno… ¡menos alabanzas y vayamos al grano! Joaquín… ¡luces! Vamos a comenzar el ensayo general… ¡luz de tormenta, Joaquín!

AMALIA.- Un momentico, Carlos… si mal no recuerdo en esa escena no aparece ninguna de las hijas de Lear…

CARLOS.- ¿Qué estás esperando, Joaquín? Acto Tercero. Escena II.

AMALIA.- ¿Para qué me hiciste poner este trapo si en esa escena no aparezco yo?

CARLOS.- Apareces después… ¿qué te importa por donde empezamos? <Bufad, vientos, y haced que estallen vuestras mejillas. ¡Rugid de rabia! ¡Bufad!>

AMALIA.- Claro… escogiste esa escena porque es donde puedes lucirte tú solo.

CARLOS.- <Vosotras, cataratas y trompas, diluviad hasta que hayáis sumergido nuestros campanarios y anegado los gallos de sus veletas. Y tú, trueno, que todo lo consumes, aplasta la espesa redondez del mundo. ¡Rompe los moldes de la naturaleza y destruye en un instante todos los gérmenes que producen al hombre ingrato!> (Mientras esto sucede viene entrando Omar. Celular en mano)

JOAQUÍN.- <¡Oh, tío! Agua bendita de lisonja en casa seca, es preferible a esta agua de lluvia a cielo raso. Entra, buen tío, e implora la bendición de tus hijas. He aquí una noche que no se apiada ni de los cuerdos, ni de los locos (Y se oye el timbre del teléfono celular de Omar. Todos se paralizan y se vuelven a él)

OMAR.- (Asombrado) ¿Qué están haciendo?

JOAQUÍN.- <¡Pardiez! Una majestad y una bragueta; es decir, un cuerdo y un loco>.

OMAR.- ¿Eso de loco es conmigo?

AMALIA.- (Apenada) Omar… es que… bueno… como no llegabas… mejor dicho, como no llegaba nadie del canal…

OMAR.- (Llegando al escenario) ¿Y esos disfraces?

AMALIA.- No seas ignorante, Omar. Para tu información, estos no son disfraces… son el vestuario de El rey Lear. En vista de que no llegaba nadie del canal decidimos ponernos esto… tú sabes… para divertirnos un rato recordando…

OMAR.- (La interrumpe) Hablando de eso, señora Rivero…

CARLOS.- En realidad, no vamos a hacer la escena de Osuna.

OMAR.- ¿Cómo que no van a hacer la escena? Pero si ya todo está listo… yo vine a buscarlos precisamente para…

CARLOS.- Mire Omar… durante su ausencia… decidimos que es mucho mejor, tomando en cuenta que se trata de nuestra reaparición en pantalla, hacer una escena de El rey Lear, de William Shakespeare… No sé si usted sabe que yo me gané varios premios haciendo esa obra…

OMAR.- No sabía… pero de todos modos, eso no puede ser.

CARLOS.- Entiendo… entiendo… el canal tenía previsto otra cosa. Pero estoy seguro que comprenderán que…

OMAR.- ¡Son ustedes los que no entienden! (Pausita) La idea es que ustedes hagan esa escena… esa y no otra. Así que si ya la ensayaron será mejor que vayamos saliendo de una vez, porque hubo cambios en la estructura del espectáculo.

AMALIA.- ¿Cómo?

OMAR.- No se va a grabar aquí, sino en la locación donde se va a celebrar el matrimonio.

CARLOS.- ¿Pero de qué matrimonio habla usted?

AMALIA.- ¿Omar… qué significa eso? ¿A qué cambios te refieres tú?

OMAR.- Créame que para mí fue un disgusto terrible, señora Rivero… yo les expliqué que ya ustedes estaban aquí… que estaban esperando las cámaras para grabar… que ya se sabían la escena y todo eso… pero no se preocupen, la escena va… claro, con ciertos cambios… a medida que se desarrolle el matrimonio iremos insertando pedacitos de ustedes, como para que el público tenga una idea de cómo se hacían antes las telenovelas y pueda comparar…

AMALIA.- (A Carlos) ¿Pedacitos? ¿Yo oí bien? ¿Dijo pedacitos?

OMAR.- De la escena de Osuna… no de Shakespeare porque eso no da rating.

CARLOS.- No entiendo nada. ¿Qué es lo que pasa, Omar?

OMAR.- Es sólo un pequeño ajuste. El presidente del canal piensa que sería un poco… fuera de lugar… que ustedes aparezcan solos… ¿cómo les explico? Hay todo un espectáculo montado, ¿no es cierto?... y bueno… él piensa que es mucho mejor para el rating y mucho más atractivo para el público… que ustedes aparezcan sólo en pequeños flashes, durante el matrimonio de la protagonista de la telenovela que se casa hoy con el rey del merengue.


AMALIA.- No, no, no… esto debe ser una broma de mal gusto. Dime que se trata de una broma.

CARLOS.- Yo sigo sin entender nada.

AMALIA.- ¿No lo entiendes? ¿No lo entiendes? Nos quieren utilizar de relleno en el espectáculo. ¡De relleno!

OMAR.- No, no, señora Rivero…. ¡no lo tome así!

AMALIA.- ¿Y cómo quieres que lo tome? ¿Tú no me dijiste que para el canal era muy importante mi reaparición… que me iban a dar crédito de estrella? ¿No y que era un honor y un orgullo para ellos presentarnos? Entonces, ¿cómo me sales ahora con que vamos de relleno en la transmisión del matrimonio de un merenguero? Pero chico… ¿quién te crees tú que soy yo?

OMAR.- Señora Rivero… señor Guzmán… créanme que yo entiendo cómo se sienten ustedes… pero vean el lado positivo del asunto, por favor. Ese programa es el de mayor rating del canal… a ustedes les conviene aparecer en él aunque sea haciendo una pequeña…

AMALIA.- ¡No me digas qué es lo que me conviene! ¿Qué te dije yo, Carlos? ¿Qué te dije? (A Omar) Pues ve y dile a tus ejecutivos que se olviden… Amalia Rivero no es relleno de nadie.

CARLOS.- ¿Y el contrato? ¿Entonces tampoco nos van a contratar?

OMAR.- Bueno… de momento…

AMALIA.- Ni de momento, ni nunca Carlos… ¿cómo se te ocurre preguntar semejante estupidez? Ya me parecía a mí que había algo muy raro en todo esto… ni escenografía… ni maquillador… ni director… ¡Esto ha sido una burla! ¡Tú te burlaste de mí, Omar!

OMAR.- No señora Rivero… ¡una burla no! ¿Cómo cree usted que…?

AMALIA.- ¡Una burla! ¡Tú, ellos… todos se burlaron de mí… pero sobre todo tú… tú, que te llenaste la boca con todas las exigencias que supuestamente les hiciste… yo les dije esto… yo les exigí aquello! ¡Tú, que me aseguraste que yo sería la figura principal y hasta me hiciste memorizarme esta porquería de Félix Osuna! (Y comienza a romper el libreto conteniendo los sollozos) Se han burlado de mí, se han burlado de mi dignidad…

CARLOS.- <¡Que los potentes dioses, que hacen estallar tan pavoroso cataclismo sobre vuestras cabezas, señalen ahora a sus adversarios!>

OMAR.- ¿Perdón? ¿Qué dice?

CARLOS.- <¡Estremécete tú, miserable, tiembla hasta romperte en pedazos, infame, que bajo la capa de una horrenda apariencia, atentaste contra la vida del hombre!> (Y se deja caer agotado sobre el baúl, jadeando como si le faltara el aire)

OMAR.- ¿Pero de qué me habla? Yo era el más interesado en presentarlos a ustedes… a usted le consta, señora Rivero… y por favor, no se sienta burlada… son cosas del rating, usted es una mujer de televisión… usted debería comprenderlo.

AMALIA.- ¡Esto me lo tengo bien merecido por idiota! ¡Por ilusa! ¡Por necia! ¡Y tú, Carlos… tú que creías que íbamos a regresar por la puerta grande… sí, una puerta enorme!

JOAQUÍN.- Don Carlos… don Carlos… ¿se siente mal? ¡Señorita Rivero… venga, está pálido… está helado… me parece que está asfixiado!

AMALIA.- Carlos… Carlos… respira con calma… trata de respirar con calma…

OMAR.- ¿De verdad está ahogado? ¿Llamo a un médico?

AMALIA.- ¡Lárgate de aquí, inútil! ¿Carlos… te sientes mejor? Respira tranquilo… chico, por el amor de dios, no me asustes. (A Omar) Me parece que es un infarto. ¡Busca un médico… rápido! (Omar sale a buscar un médico) ¿Carlos… qué sientes? ¿Te duele el pecho? ¿Sientes dolor en el pecho?

CARLOS.- <Allí donde un gran dolor ha tomado asiento, no ha lugar a sentir otro menor>

JOAQUÍN.- No se debe sentir tan mal, porque eso lo dice el rey Lear en la escena de la tempestad… <la tempestad de mi alma acalla en mis sentidos toda otra sensación salvo la que golpea aquí. ¡Ingratitud!>

AMALIA.- Carlos… levántate de ahí, chico…

CARLOS.- (Levantándose) <Llueve a cántaros sobre mí… todo lo aguantaré>

AMALIA.- ¡Ay dios mío!... yo creo que del disgusto hasta le dio fiebre y está empezando a delirar. No vale la pena que te enfermes por esos cretinos, chico… no vale la pena… (Y no puede contener una lágrima de dolor)

CARLOS.- (Secándole las lágrimas) <Oh, Gonerila! Vuestro padre, viejo y benévolo, cuyo corazón franco todo os lo entregó… oh, este camino conduce a la demencia. ¡Basta ya!>

JOAQUÍN.- Eso es lo que yo digo, don Carlos… ¡ya basta, mire que voy a pensar que la señorita Rivero tiene razón y que el disgusto lo trastornó!

CARLOS.- Tú decías que íbamos a hacer el ridículo, Amalia… pero fíjate… no hicimos nada. Pero esto no se va a quedar así… ¡yo a esos imbéciles los voy a demandar!

AMALIA.- Demándalos, si quieres. (Y empieza a quitarse de encima el traje de Gonerila) He debido seguir mis instinto de regresarme a Valencia y no esperar hasta la última hora para sufrir esta humillación.

CARLOS.- ¿Qué haces?

AMALIA.- ¿No estás viendo? ¡Me quito el disfraz! ¡Y me regreso a Valencia… a mi casita con aire acondicionado… eso hago!

CARLOS.- (También empieza a quitarse el traje de rey Lear) <¡Pobres y miserables desnudos, dondequiera que os halléis, que aguantáis la descarga de esta despiadada tempestad! ¿Cómo os defendéis de un temporal semejante, con vuestras cabezas sin abrigo, vuestros estómagos sin alimentos y vuestros andrajos llenos de agujeros y aberturas?>

AMALIA.- ¡No seas dramático, chico! Digas lo que digas, estoy segura de que tus hijos no te van a dejar en la calle.

CARLOS.- No te vayas, Amalia… no te regreses a Valencia…

AMALIA.- ¡Pretender ponerme a mí de relleno! ¡Pero qué riñones! ¡Qué riñones!

CARLOS.- Mira Amalia… viéndolo bien… si el relleno es en un programa de tanto rating… a nosotros nos hubiera convenido. Es más, todavía estamos a tiempo de llegar a un acuerdo con tu representante.

AMALIA.- ¿Tú me estás diciendo eso en serio?

CARLOS.- Bueno… ya te expliqué mi situación…

AMALIA.- ¡No puedo creer que no te importe rebajarte tanto, chico! ¡No lo puedo creer!

CARLOS.- Bueno está bien… está bien… yo te entiendo. Pero mira Amalia, esa no es razón para que regreses a Valencia, chica. Nosotros dos podríamos hacer un maravilloso espectáculo. Yo puedo hablar con el chico este… ¿cómo es que se llama? El dramaturgo que me dio su monólogo… A él le gustó la idea que le dí para una obra. Si nos la escribe, podríamos irnos de gira y ganarnos una plata haciendo lo que nos gusta y…

AMALIA.- No Carlos… pon los pies en la tierra, chico. ¿Quién va a contratarnos? ¿A quién le importa lo que hagamos o no? Nuestro momento ya pasó.

CARLOS.- Lo que pasa es que tienes miedo y prefieres seguir haciendo Corazón de madre, pero en tu casa. ¡Yo no! Yo toda la vida he sido un actor y moriré siendo un actor. ¡He pasado momentos peores, pero no me rindo! ¡Yo no me voy a rendir! ¡Yo nací para esto… yo no sé hacer nada más!

AMALIA.- ¡Fue lindo verte, Carlos!

CARLOS.- No te vayas, Amalia…

AMALIA.- Fue lindo verte a ti también, Joaquín.

JOAQUÍN.- Sí, después de tantos años…

AMALIA.- Cuídate y cuídalo a él, que lo vea el médico…

CARLOS.- A mí no me hacen falta tus consejos de abuelita de telenovela. Yo me sé cuidar solo. (Ella comienza a salir) ¿Pero de verdad prefieres ir a encerrarte en Valencia?

AMALIA.- A lo mejor un día enciendo el televisor y te veo en alguna telenovela haciendo de abuelito de Grecia Colmenares. (Y termina de salir. Joaquín y Carlos quedan solos. Se hace una pausa. Joaquín comienza a recoger la ropa del escenario)

JOAQUÍN.- ¡Qué lástima, don Carlos… digo, que la señorita Rivero se haya ido… porque yo también pienso que ustedes hubieran podido hacer un gran espectáculo juntos!

CARLOS.- ¿Qué hora será?

JOAQUÍN.- Tarde. Afuera debe ser casi de noche. Pero no se preocupe, don Carlos… el ofrecimiento que le hice sigue en pie. Es más, ahora mismo voy a ir acomodando el camerino principal para instalarlo como dios manda… Lo voy a dejar que ni la suite del mejor hotel, don Carlos, pero usted en la calle no se queda… qué va… yo no voy a permitir que a usted le falte nada… y mientras tanto, vaya ensayando el monólogo del joven dramaturgo ese… ¡porque usted tiene que regresar al teatro por la puerta grande, don Carlos! (Lo mira) ¿Me está oyendo, verdad? Yo sé que a usted le fastidian los monólogos… ¡pero acuérdese el montón de premios que se ganó cuando hizo El diario de un loco! (Pausita) ¿Don Carlos… Don Carlos… usted me está oyendo? (Carlos asiente con la cabeza) Como no me contesta nada… como no me dice nada…

CARLOS.- <Mi razón comienza a extraviarse… Ven aquí, hijo mío>. (Joaquín se le acerca y Carlos le pasa el brazo sobre los hombros) <¿Cómo estás, muchacho? ¿Tienes frío? Yo también lo tengo>.

JOAQUÍN.- En el camerino se va a sentir más calentito, don Carlos… porque como allí no llega el aire acondicionado de la sala…

CARLOS.- (Emprendiendo la salida) <¿Dónde está esa choza, compañero? ¡Arte extraño el de nuestras necesidades, que truca en preciosas las cosas más viles! ¡Vamos a nuestra cabaña! ¡Pobre loco mío! Pobre pillín. ¡Aún queda una parte en mi corazón que sufre por ti!>



Fin




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