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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 16 de abril de 2012

Gennys Pérez


EL SECRETO
DE LA
FELICIDAD


Dramaturga, directora, productora y docente de teatro. Nació en Barquisimeto en el año 1969. Dialoguista de televisión. Licenciada en Teatro del Instituto Universitario de Teatro (IUDET). Ha recibido los premios por sus obras: “Yo soy Carlos Marx” Premio Nacional de Dramaturgia Innovadora en 2006; Premio Monte Ávila Editores de Autores Inéditos 2005 por la pieza “El secreto de la felicidad”; Mención de Honor por el poemario “Lunas marginales” de Fundarte; Premio del Concurso Dramaturgia Actors of the World, dedicado a la promoción del teatro latinoamericano en el Reino Unido con la obra “El fantasma de Hiroshima”. Otras de sus obras teatrales son: “El clan Butterfly (2004); “Tócame” (2001) Bodas de sangre musical (1995).




A mi padre, Juan Antonio Torres,
por sostenernos con tanta paciencia
sobre sus hombros, en una sociedad
que nunca deja de golpear.


A mi amigo Roberto Santana.
Él sabe por qué…


PERSONAJES:
RODOLFO ÁLVAREZ: Profesor de filosofía recién jubilado, siempre con un cigarrillo en la boca, fumador compulsivo. Viste extraño, nada que ver con la moda, desagradable.

SONIA DE ÁLVAREZ: Esposa de Rodolfo, es anoréxica tiene unos treinta años, viste a la moda fashion.

DAVID ÁLVAREZ: Joven de unos 16 años, viste alocado, con franela de gran estampa de carreras de Fórmula Uno, siempre con su celular pantalla full color.

MARÍA PÉREZ: Cocinera de la familia Álvarez, viste sencillo, lleva un gran rosario a su cuello de manera visible.

SARTRE: El perro de la familia Álvarez, una marioneta que carga David.


(Único paisaje geográfico: gran salón de funeraria impecablemente decorado, donde resalta un estupendo banquete funerario. Hermoso cerdo asado en el centro del mesón, vino, platería, frutas. Un mesón elegante donde se sientan los invitados [el público] junto a los personajes. Cocina encendida donde María prepara el chocolate pronto a servir. A la vista, siempre el celular de David)


Única Escena
(Una música de fuerza funeraria ocupa el lugar. Rodolfo sentado, como en una especie de pedestal más alto que el gran mesón, apaga un cigarrillo que se acaba de fumar y automáticamente enciende otro, mira a su alrededor, sólo hay una notable cantidad de libros, lotes de periódicos y enciclopedias, todo muy regado a su alrededor. Respira profundo, mira como buscando algo o a alguien, con elocuente solemnidad se levanta y se dispone a abrir una caja de herramientas, de donde saca martillo, cincel y un taladro, mientras los invitados [el público] se van sentando en el gran mesón, conducidos por María. Rodolfo camina sobre los periódicos, agrupa una cantidad de libros gruesos, se sube sobre ellos y se acomoda para abrir un hueco en una supuesta pared que sólo él ve… María avanza hacia la cocina, comienza a revolver el chocolate. Rodolfo la observa con un dejo de resignación, luego mira a David, quien está sentado en el centro del mesón, con un tazón en la mano y una cucharilla, hostil con la mirada hacia su padre. La música desaparece. Rodolfo, con cincel y martillo en la mano, comienza a abrir el hueco en la pared. David sonríe con menosprecio, mira su celular y sonríe, lo guarda)

RODOLFO.- Todos en mi familia piensan que yo soy un pesimista.

MARÍA.- Pesimista… y de los buenos, señor Rodolfo…

RODOLFO.- No es verdad. Dicen que estoy enfermo. Y tampoco es verdad.

MARÍA.- ¿Enfermo? Bueno… quién sabe lo que es enfermedad hoy en día, y lo que no es… (Rodolfo la reprende con la mirada) Es un decir… señor Rodolfo, no es mi problema… yo sigo aquí con el chocolate que se me empelota…

RODOLFO.- Dicen que soy una nube negra llena de energía negativa y que necesito urgentemente ayuda médica. Que soy de mente cerrada. Y tampoco es verdad.

MARÍA.- Tampoco es verdad que la tenga muy abierta, la mente digo… (Rodolfo la mira) El chocolate, se empelota…

RODOLFO.- (Abriendo el hueco) La única verdad es que yo no soy un pesimista. (Martillando) Estoy harto de ser <El Padre>, el soporte, el pilar de la familia, el ejemplo, el protector, la fuente donde todos los miembros de mi familia se alimentan. (Silencio) Por eso, cuando recibí mi carta de jubilación de la universidad, me encerré en mi cuarto y juré no salir nunca más a la asquerosa realidad. (Silencio. Deja las herramientas. Enciende otro cigarrillo) ¡No abriré jamás esa puerta! (Se sienta en el lote de libros) ¡No leeré más libros de filosofía! ¡No conversaré con nadie, no saldré los domingos a pasear a Sartre! ¿Me oyes Sartre?: no habrá más paseos. (Se escuchan los ladridos de Sartre) ¿Sabes qué me alegra Sartre?:que no visitaré más a mis detestables suegros, no dormiré al lado de mi esposa a quien sólo le importan las calorías, y no llevaré a mi hijo al liceo.

(David comienza a golpear la taza de aluminio con la cucharilla, lo hace con odio profundo hacia Rodolfo. Luego remata el sonido. María, nerviosa, sirve algunas tazas de chocolate. David se calma.)

RODOLFO.- (Con David) ¡No tendré que pasar más vergüenza por sus bajas calificaciones! (Pensativo) No asistiré más a las reuniones de padres y representantes… No atenderé más el teléfono. No daré nunca más una conferencia sobre filosofía. (Feliz) ¡Nunca más! (Apaga el cigarrillo. Mueve de sitio el montón de periódicos y el montón de libros y los coloca frente a él, como si tratara de tapiar una supuesta puerta) ¡No abriré más esta puerta! ¡No viviré más! (Respira profundo) ¡Ay! Ya siento el delicioso placer de estar solo, solo con mi ocio, solo con la nada. Yo y <El ser y la nada>. ¿Qué sería de mí sin mi amigo Sartre? (Desequilibrado) <Para que una conciencia pueda imaginar, es menester que se escape del mundo…> ¿Recuerdas eso Sartre? Sí… (Ríe) Así cerré mi discurso en la última conferencia sobre el <Existencialismo pesimista>. Estuvo genial, ¿verdad, Sartre? ¡Estuvo genial…!

(David se ríe de Rodolfo. Rodolfo lo mira. David se burla)

MARÍA.- ¿Genial? ¡Estuvo aburridísimo! Esa es la verdad, señor Rodolfo… ¡Todo el mundo bostezaba y salía del salón a cada rato! La señora Sofía y el niño David se salieron veinticinco veces en media hora que duró la conferencia…

RODOLFO.- (Mirando a María con rabia. Apagando un cigarrillo y sacando otro que María rápidamente le enciende) ¡Es una lástima que la gente no aprecie la filosofía! (Cambiando) ¡Es por eso que lo único que deseo en este momento es huir de mi pobre mundo! ¡Dejar que el tiempo se muera pausadamente mientras me rasco las bolas! (Ríe a carcajadas) ¡Que el tiempo se muera mientras me cuento los pelos de la nariz! ¡Que muera, mientras clasifico las ovejas para dormir! ¡Esto es Sartre! ¡La nada! ¡Eso soy yo! (Silencio)

(David golpea nuevamente la taza. María lo detiene)

MARÍA.- Eso era lo que tenía que decir en esa conferencia. ¿Se imagina la cara del rector? El profesor Rodolfo rascándose las bolas… ése sí era un espectáculo. (Se ríe) Pero no tuvo el valor… Nunca tuvo el valor para nada señor Rodolfo… Perdón, el chocolate, se empelota… (María vuelve a su cocina)

RODOLFO.- ¡No daré más clases de filosofía, María! ¡Trabajaré arduamente y abriré un hueco en esta pared! (Se arremanga la camisa, se sube el ruedo de los pantalones) Un hueco del tamaño preciso, de las medidas exactas, para que me pasen lo necesario, lo indispensable para alimentarme y si no quieren pasarme comida, mejor. (Gritando hacia el exterior) ¿Qué te parece mi idea, Sartre? ¿Genial, verdad?

(Escuchamos ladridos de Sartre. David saca una pequeña marioneta de un perro muy coqueto, con aspecto sifrino, y comienza a moverla. David ladra como si él fuera Sartre. Rodolfo mira la pequeña marioneta.)

MARÍA.- ¡Estúpida! ¡Es una idea estúpida! Ya lo veré llamándome por el huequito, <María pásame un poco de comida, pero no le diga nada a Sofía…!> ¡Ya lo veré…! Déjese de esas cosas señor Rodolfo…

RODOLFO.- (Apagando un cigarrillo. Saca otro, que María vuelve a encender) Así muero más rápido, María. (Silencio) Solo quiero eso. Morirme tranquilo. Morir en paz. Sin tantos sermones de moralidad, sin tanto drama. (Silencio) Quisiera saber qué tiene que ver todo esto que siento con el pesimismo.

MARÍA.- Nada, tranquilo… ¿Qué relación puede tener las ganas de morirse con ser una persona pesimista? Ninguna… yo no veo ninguna relación… Tranquilícese, señor Rodolfo…

RODOLFO.- ¿Por qué culpar a la filosofía? ¿Qué tiene que ver Sartre con lo que siento? Sartre es Sartre y yo soy yo. (Ladridos de David) ¿Sabes algo Sartre, perro pícaro y burlón?... yo no acepto que confundan mi visión del mundo con esa simple definición: <Eres un pesimista>. Pesimista Heidegger, Schopenhauer, el mismo Jean Paul Sartre. (Con el perro) ¿No te parece? (Ladridos) Esos sí eran unos pesimistas. Un orgullo de pesimistas… Pero, ¿yo? Yo soy un piche profesor de filosofía jubilado, a quien el único que le para bolas es un perro… (No se escuchan ladridos)

MARÍA.- ¿El perro? ¿Y yo, que soporto todos sus sermones mañaneros, cargados de pura energía negativa, que de bromita me deja hacer los oficios…? Ah, no… pero ahora los laureles se los lleva el perro… ¡Bendito sea el señor!

RODOLFO.- ¿Negativo yo? ¿Yo soy un hombre negativo?

MARÍA.- ¡No! ¿Quién dijo?... Una nube negra estacionada las 24 horas del día, los 365 días del año, pero negativo, negativo… ¡No, qué va!

RODOLFO.- (Replicándole) Negativo el escritor Henry Miller, o Charles Bukovski, que escribieron pura literatura sórdida. Yo no. Yo soy un simple profesor de Filosofía… que jamás pudo escribir nada. (Silencio) ¿Negativo? (Molesto) Sí, acepto que soy un poco cruel, sincero, honesto… a veces me deprimo un poco, sólo un poco…

MARÍA.- ¿Depresivo usted señor Rodolfo? ¡No qué va! ¡Esas son puras exageraciones!

RODOLFO.- (Respira) ¡Depresivo Sergei Esenin, María!

MARÍA.- ¿Y ese señor quién es? ¿Amigo suyo del combo alegrón de la universidad? Porque ése sí que no me lo había nombrado…

RODOLFO.- Sergei… María… (Ladridos) El poeta ruso, que se casó con la bailarina, con la Isadora Duncan, y terminó colgándose, ¿a quién se le ocurre enamorarse de una bailarina? Ahí está, perdimos uno de los mejores poetas de la historia, y todo por andar detrás de unas faldas…

MARÍA.- Eso es lo que usted debería hacer, andar detrás de alguna falda… Y no detrás del pobre panadero, atormentándolo con esos nombres tan pomposos de gente que uno ni conoce… ¿No se da cuenta que la gente se fastidia señor Rodolfo? Y usted se empeña en andar dando clases todo el tiempo, en el mercado, con el mecánico, en el quiosco de periódicos… ¡Bendito, quién puede con eso! ¡Caramba, discúlpeme usted, pero no se moleste cuando  le llaman <Rodolfo el conflictivo>…! Porque usted me dirá, señor Rodolfo, usted me dirá… ¿quién le puede seguir la mecha…? 

RODOLFO.- ¿Rodolfo el conflictivo? (Respira. David ladra) Conflictivo Kafka que nunca pudo resolver la relación con su padre…

MARÍA.- Ahí vamos otra vez… y dale con los nombres pomposos…

RODOLFO.- Kafka, apenas veía la sombra de su padre, tartamudeaba, sintiéndose culpable hasta de respirar…

MARÍA.- (Poniendo el chocolate en las tazas) Es lo mismo que le pasa a David cuando lo escucha a usted, sólo que a él le da por ladrar, porque como usted le presta más atención al perro que a su hijo… (Silencio) Mejor cierro el pico. ¡Bendito! ¡Qué neurosis! ¡Qué manía esa de hablar de gente que ya se murió! ¡Todos los días la misma cantaleta! 

RODOLFO.- ¿Neurótico? ¿Fastidioso? (Respira. Ladridos de David, quien mueve las marionetas con destreza. Rodolfo lo fulmina con la mirada) Neurótico…

MARÍA.- ¡El Marqués de Sade! ¡Ya lo sé! Lo repite todos los días, a la misma hora…

RODOLFO.- ¡Sí, el Marqués de Sade! Él supo muy bien lo que era vivir en el desenfreno y la exageración…

MARÍA.- (Burlándose) Desenfrenado está David… Pero como a usted no le interesa lo que el niño haga…

(Silencio incómodo)

RODOLFO.- (Respira profundamente para calmarse. Ladridos de Sartre y luego ladridos de David) Yo soy un cobarde que nunca pudo escaparse de mis autores preferidos… Muchas veces me dije a mí mismo: <escápate Rodolfo>, escápate de ellos> y escribe tu propia obra… pero nunca fui más allá de una conferencia. (Gritando hacia afuera) Ya lo sé, soy la imagen perfecta del fracaso. ¿Y qué?

(María en automático le acerca un vaso con agua y un potecito con pastillas)

RODOLFO.- (Apagando el cigarrillo. Le aparta la mano) ¡No voy a tomar ni una sola pastilla más! ¡Nunca! (Colérico) ¿Me oyen bien? ¡No más antidepresivos! No quiero ser falsamente feliz. No quiero estar motivado. No quiero ser <un ser positivo>

MARÍA.- (Con paciencia y ternura le abre la boca, le zampa las pastillas y le da el agua) ¡Sí se las va a tomar…! ¡una!, ¡dos!, ¡tres!... ¡Y listo!

RODOLFO.- (Terminando de tragar) Siempre odié a Augusto Comte  su teoría del positivismo.

(María acercándole una ración de lechuga)

MARÍA.- Yo no conocí a ese señor, pero créame que también lo odio. (Silencio) A todos esos que usted nombra, los odio, por lo que le han hecho a usted…

RODOLFO.- (María metiéndole la lechuga en la boca) ¡Y no quiero comer más lechuga! (María obligándolo a masticar) ¡No voy a beber más té de cayena! (María le da el té de cayena) No más tilos para los nervios. ¿Me oyen? Esas son mis últimas palabras para ustedes. ¡Mi familia! ¡Mi maravillosa familia!

(Rodolfo ahoga el llanto. Lanza el plato de lechuga. Silencio. Rodolfo busca otra vez su caja de herramientas, la abre y saca el taladro, lo enciende, como si comenzara a abrir el hueco)


MARÍA.- (Sacando unos panecillos para servirlos) ¡Y dale otra vez con la manía del hueco! ¡Que no hay ninguna pared, señor Rodolfo! ¡Que se va a venir haciendo daño con ese bendito taladro! ¡Apague ese perol señor Rodolfo!

(Rodolfo taladra con fuerza el hueco imaginario. María avanza y desconecta el cable)

MARÍA.- Lo siento, cortaron la luz… Nadie se acordó que todos los treinta de cada mes se tiene que cancelar el recibo de luz, porque si no la cortan.

(Silencio. Rodolfo deja el taladro. Enciende otro cigarrillo)

RODOLFO.- Mejor un hueco pequeño, y no uno demasiado grande, después van a querer estar viendo para acá dentro, curioseando lo que estoy haciendo, preguntándome cómo estoy, qué hago, qué me hace falta. (Saca una cinta métrica, mide el hueco. Remarcando un círculo imaginario varias veces, hasta hacerlo muy pequeño) Tiene que ser un huequito bien pequeño, un agujero por donde sólo quepan el plato y el vaso. Nada más. (Silencio) No me importa lo que diga la gente. ¿Oíste querida esposa? La gente siempre llama locura, lo que no puede comprender. Loco le dijeron a Spinoza, por ir en contra de la religión oficial. (Silencio) Yo soy un hombre normal, Sartre. (Ladridos de Sartre) ¡Por supuesto que estoy cuerdo! ¡Ustedes son los que no están bien, los que desean seguir viviendo allá afuera en esa porquería de mundo! ¡Y sé que tú, Sartre, piensas igual que yo! Eres el único que piensa en esa familia. (Ladridos).

MARÍA.- ¡En eso sí le concedo razón! Sartre es el único que piensa en esta casa. Porque aquí todo el mundo perdió la cordura… Menos Sartre y yo…

RODOLFO.- ¡Sartre! ¿Me oyes? (Fuera de sí) ¿¡Por qué siempre me contradices!? Debí llamarte Spinoza y no Sartre. Siempre quieres contrariarme. (Silencio largo. Toma el cincel y el martillo y comienza a martillar furioso) Después de un rato se detiene. Mira a su alrededor. Deja de martillar) No oigo ruido, qué raro. (Grita hacia el exterior) ¿Hay alguien allá afuera? ¡María…! Sofi… David… (Silencio) No contestan. Al fin creo que lo entendieron. Al menos no andan por ahí molestándome más con el asunto de la depresión. ¿Habrán salido? Pero, ¿todos? ¿Para dónde? ¿Y Sartre? ¿Por qué no ladra? (Silencio) ¿Y si me han dejado solo? ¿Completamente abandonado? (Abriendo el hueco) En todo el día no me han ofrecido un bocado de comida. ¿María, piensas dejarme morir de hambre…? ¿Me habrán tomado en serio lo de no verlos más? (Silencio) ¿Y si es así…? Mejor, mejor, mejor. ¡Que entiendan de una buena vez que lo único que quiero es morirme y estar solo! (Dejando de abrir el hueco) Pero, María… ella siempre me pasa un poco de comida… (Gritando hacia fuera) María, ¿hay alguien allá afuera? (Silencio) Nada. Ni un solo ruido. Mejor no llamo más, es humillante, quieren que les ruegue, pues se quedarán con las ganas. Prefiero morir de hambre. (Silencio) ¿Qué  me reclaman? ¿Qué soy amargado? Sí, soy amargado. No me gusta andar por ahí haciendo alardes de felicidad que no siento  y que nunca he sentido, porque desde que estaba en el vientre de mi madre quería morirme, y si nací, fue porque mi pobre madre se empeñó en tener un hijo. ¡Qué flojera! ¡Qué fastidio! ¡Qué lucha! Tener que nadar y nadar en ese líquido amniótico durante nueve largos y aburridos meses y, después, empujar y empujar para salir a la vida… ¡Y qué vida!  

MARÍA.- (Sirviéndole un plato de lechuga y una taza de chocolate, se lo coloca cerca) Coma algo, señor Rodolfo, para agarre fuerzas, porque ahora comienza con la cantaleta sobre el tal Henry Miller…

(Rodolfo apaga el cigarrillo. Saca otro y se lo mete en la boca sin encender, agarra el plato de lechuga, con cierta vergüenza, y comienza a masticar disimuladamente)

RODOLFO.- Sólo como por no dejar… Por consideración a ti María…

MARÍA.- Ummjú… No se preocupe… Yo no veo nada. No veo ni oigo nada en esta casa…

(Rodolfo come rápido y hambriento su plato de lechuga, y bebe el chocolate. Termina. María pone un poco más. Rodolfo se devora la lechuga. Saca un pañuelo y se limpia la boca. Enciende otro cigarrillo)

RODOLFO.- Henry Miller tenía razón, el mundo es una colosal farsa y nada ni nadie lo va a cambiar, porque nadie ni nada cambia el corazón del hombre, y el hombre es un ser egoísta, ególatra, ambicioso, corrupto, traicionero, malagente por naturaleza.

MARÍA.- ¡Lo sabía! ¡Es la hora del señor Miller! (Engolando la voz) <Yo no soy americano, ni neoyorquino, y menos todavía europeo, ni parisino. Ya no debo lealtad a ningún país; ni tengo responsabilidades, ni odios, ni preocupaciones, ni prejuicios, ni pasión. No estoy a favor ni en contra. Soy neutral…> Pura echonería intelectual.

RODOLFO.- ¡Cállate María!, no seas tan insolente, que nunca has leído a Miller… Eres como los loros, sólo repites lo que yo digo… Miller es un gran escritor… Miller es igual a Hegel: <Lo que es sensato es lo que tiene posibilidad de sobrevivir>. No lo olvides nunca… Y Miller sobrevivió a la censura, ¿sabes por qué?, porque amó la libertad, el sexo, y lo plasmó en su obra, a pesar de vivir en una sociedad pacata. ¿Entiendes eso, María?

MARÍA.- Yo lo único que entiendo señor Rodolfo, es que yo siendo usted, hubiera leído menos al Miller ese y lo hubiera puesto más en práctica, porque sexo es lo que le hace falta en su vida… sexo es lo que hace falta en esta casa, para acabar con esta neurósis… ¡Mucho sexo, sí señor!

(largo silencio incómodo)

RODOLFO.- Déjate de decir tantas estupideces, María… Yo ya he sobrevivido bastante. (Martillea con rabia la pared imaginaria) Yo siempre he sido así, en mayor o menor grado, nunca he creído en esas palabras cursis y melodramáticas como…

MARÍA.- ¡Esperanza!

RODOLFO.- ¡Luz!

MARÍA.- ¡Fe!

RODOLFO.- ¡Dios!

MARÍA.- ¡Alma!

RODOLFO.- ¡Espíritu! ¡Energía! ¡Ser positivo!

MARÍA.- ¡Sonreír! ¡Felicidad! ¡Carcajada!

RODOLFO.- ¡Relajación! ¡Motivación! ¡Estímulos!

MARÍA.- ¡Metas, objetivos, proyectos…! ¡La vida comienza después de los cincuenta años, señor Rodolfo!

RODOLFO.- Después de los cincuenta años… Después de los cincuenta años… ¡No hay nada! ¡Nada!, si no, pregúntaselo a Nietzsche…

MARÍA.- No, qué va… con usted es imposible…

RODOLFO.- Nietzsche sabía muy bien que todas estas palabras <positivas> carecen de contenidos… (Silencio) Además, yo me parezco a Nietzsche, a los dos nos cansa reírnos, nos duele la mandíbula cuando soltamos una carcajada. Somos hombres serios. Y para ser sinceros, siempre que me tocaba dar en clase <El existencialismo optimista de Marcel> me lo saltaba y repetía la clase sobre Nietzsche… (Respira) Está bien, lo confieso: odio toda la filosofía que refiera el discurso de la felicidad. ¡Odio a Gabriel Marcel! ¡Y amo a Jean Paul Sartre, a Schopenhauer y a Nietzsche!; digo como decían ellos: < el mundo es un infierno>. (Respira profundo) Nunca pude pararme frente a mis estudiantes y explicarles esa filosofía de Marcel, donde había que hablar de <misterios místicos>, <auras>, <transferencias cósmicas>. ¡Por Dios! un hombre serio no piensa en esas estafas espirituales. Un hombre responsable piensa como pensaba Nietzsche: <el mundo anda a la deriva… Dios por lo tanto es inútil… Y aunque exista, no merece existir… Dios ha muerto>. Tal vez Nietzsche y yo somos demasiados humanos…

MARÍA.- ¡Ya! ¡Basta de tanto jarabe de lengua! Acuéstese un rato, dese un baño, vea un poco de televisión… Mire el partido de fútbol, haga algo normal, cepíllese los dientes, sáquese las espinillas, no sé, vaya al barbero… ¡Bendito! Hay cosas normales que hacer en esta vida. ¿No le parece señor Rodolfo?

RODOLFO.- Lo peor María, lo más intolerable, es que a pesar de ser un hombre absolutamente serio y escéptico, siempre mis alumnos y mis ex alumnos me han considerado un <hombre espiritual>.

MARÍA.- ¡¿Espiritual?! ¡¿Por dónde?! Sus alumnos están peor que usted, se lo aseguro…

(Rodolfo va a encender el cigarrillo pero no puede; en eso María, rápida, se lo quita, lo enciende y comienza a fumar ella. Rodolfo, molesto, se lo arrebata)

RODOLFO.- Siempre me consideraron <Un hombre… de un alma amable, agradable, caballeroso…>.

MARÍA.- ¡¿Caballero?! ¡Ja, no me haga reír! Caballero hasta que una le agarra un cigarrillo… hasta ahí le dura la caballerosidad...

RODOLFO.- Soy un hombre transparente, María…

MARÍA.- ¿Transparente? Si es más oscuro que un zamuro acabo de nacer…

RODOLFO.- Y, ¿a quién le importa eso, María? En mi trabajo, hasta una medalla de honor me dieron junto a mi carta de jubilación. ¡Una medalla! ¡Un diploma! ¡Una placa que dice: <Por su alto sentido espiritual y humano>! ¡Qué desgracia tan grande! ¡Una placa por todos mis años de servicio y compañerismo…! Ah, pero la liquidación, y el sueldo de jubilado: ¡una miseria, un bochorno, una humillación! Y después me vienen con el cuento de la palabra esa tan detestable: <compañerismo>, cuando sabemos que en realidad todos queremos aniquilarnos unos con otros, pisotearnos, acribillarnos, pasar por encima de quien sea, sólo para obtener un cargo, un puesto, un ascenso, un mejor salario, cinco minutos de gloria. Por eso me jubilaron, siendo aún un hombre joven y productivo…

MARÍA.- ¡Pues cinco minutos de gloria que a nadie le viene mal! Y lo jubilaron por loco, porque en la universidad nadie se lo aguantaba ya… Al menos lo jubilaron y no lo echaron…

RODOLFO.- (Respira) Somos capaces de las más viles acciones por cinco minutos de fama y de gloria. ¿Eso es compañerismo? (Silencio. Deja de martillar) Ah, pero yo debo poner cara de felicidad y sonreír y decir <gracias por esta jubilación que no esperaba>.

MARÍA.- Pues lo cortés no quita lo valiente, y la educación primero ante todo… Además le dejaron el sueldo y todavía se queja…

RODOLFO.- (Fuera de sí) ¡No! Me rehúso firmemente a seguir usando la máscara de la felicidad.

MARÍA.- ¿Cuál máscara de la felicidad? ¿Cuándo se ha visto reírse de algo? ¿De qué habla?

RODOLFO.- (Enajenado) Quiero que todos vean en mi rostro la huella de la amargura, el sabor de la hiel, la marca imborrable de la frustración. Sí, lo grito a todo pulmón. (De una sola respiración) ¡Soy un fracasado profesor de filosofía en un país tercermundista subdesarrollado que no le importa un carajo la filosofía! (Silencio)

MARÍA.- ¡Eso sí es verdad, a la gente le importa un carajo la filosofía! A usted, señor Rodolfo, lo que le hace falta es un poco de pasión por algo, aunque sea pasión por sacar a Sartre a hacer sus necesidades en la calle, hacer algo cotidiano, algo doméstico…

RODOLFO.- ¿Pasión? Esa es la palabra preferida de Sofía, ella se la pasa diciéndome…

MARÍA.- (Remedando) <Hay que tener pasión en la vida por algo, por alguien>, pero a usted le entra por un oído y le sale quién sabe por dónde.

RODOLFO.- (Silencio) ¿Para qué tener pasión? (Cierra la caja de las herramientas) ¡Y no abro ningún hueco! ¿Para qué? ¿Por qué?  ¡Qué trabajo es esto de estar martillando para abrir un hueco que nadie ve!

MARÍA.- Al menos ya se dio cuenta que ahí no hay ninguna pared, que no está abriendo ningún hueco… Hemos avanzado en el día de hoy…

RODOLFO.- ¡Pasión! (Silencio) Andar por la vida todo agitado, todo comprometido por algo o alguien, hacer promesas, tener responsabilidades, tener un horario para todo… ¡No! Yo nunca he sentido pasión ni ganas de luchar por nada ni nadie. Eso le quedaba bien a Carlos Marx, a quien siempre le afectó la calidad de vida de los excluidos.

MARÍA.- ¡Ya se había tardado con el señor Marx! ¡Ya se le había pasado la hora! ¡Ay, Dios santo, esta es la peor cantaleta!

RODOLFO.- (Respira profundo. Mira fijamente a María) Eso de luchar por otros es muy estúpido, María. Los excluidos no quieren ser incluidos, y los que excluyen, no quieren incluir. ¿Por qué tengo yo que andar por ahí defendiendo a los demás? ¡Haciendo justicia social! ¡Jamás habrá justicia!

MARÍA.- Ahí sí estamos de acuerdo, si yo no trabajo no como, por eso ni me siento incluida ni excluida… Trabajo y punto.

RODOLFO.- (Respira profundo) Yo digo como dijo Heráclito, <mejor tener el alma seca>. Nunca he deseado nada ni a nadie ardientemente. Jamás se quedó en mi mente una imagen más allá de un minuto, ni un pensamiento, ni nada. Me estresa mucho que esperen cosas de mí, que me presionen… En el fondo, todos soñamos con ser unos perfectos errantes… en no tener responsabilidades con nadie ni con nada… Lo que pasa es que nos da vergüenza aceptarlo públicamente, porque socialmente tenemos que vendernos como seres apasionados, emprendedores, luchadores, responsables, defensores, productivos… Me fastidian las protestas civiles, las marchas para defender derechos <humanos>. Me aburren los comicios electorales. Me agotan las conversaciones sobre temas políticos, religiosos, sociales, humanos, amorosos. Me aburren los chistes, las leyendas folklóricas, hasta los chismes. Toda esa basura humanista me produce aturdimiento… No me gusta recoger firmas para cambiar al mundo, ni recoger firmas para hacer constituyentes nuevas… Me encolerizan sobremanera las manifestaciones para proteger a las mujeres maltratadas, me desesperan las cruzadas para colaborar con la infancia abandonada… puras mentiras... puros pañitos tibios… ¿Para qué toda esa vaina, María? Si todos sabemos que nada va a cambiar. Que el mundo desde que es mundo es y será un enorme hueco donde se deposita toda la porquería del hombre.

MARÍA.- ¡Y después no quiere que lo llamen <negativo>!

RODOLFO.- (Silencio. Apaga el cigarrillo) Yo, sinceramente no lo creo. (Silencio) ¡Qué cambio, María! ¿Cuál cambio? Desde Marx, estamos esperando el cambio… Ya hemos esperado bastante, ¿no te parece? ¡Puras mentiras! ¡Puras burlas! ¡Estamos en un mundo arruinado, corrupto! (Respiración) Está bien: soy un amargado, soy un resentido… ¿Y cuál es el problema?, ¿y qué? ¿A quién le importa que tus sueños se te hagan mierda? ¿Todos guardamos un pequeño tirano encerrado en nuestra mente! ¡Todos! Hasta Marx lo guardaba… ¿Sabes qué le hacía el pequeño Marx a sus hermanas? ¿Lo sabes?

MARÍA.- No, ¿qué le hacía a las pobres niñas?

RODOLFO.- A ese terrible tirano de Marx le encantaba dominarlas, las conducía como si fueran unas yeguas, se montaba sobre sus espaldas y las hacía correr a toda velocidad por la casa hasta hacerlas llorar… Ese pequeño tirano de Marx se metía en la cocina y con sus manos asquerosas, llenas de mugre, agarraba la pasta y hacía unos asquerosos bollos y luego se los hacía comer… Y las pobres resistían todo eso sin rechistar, sólo por oírle al sabelotodo algunas historias, cualquier cuento que él mismo inventaba…

MARÍA.- ¡Qué ternura de hermano, le gustaba jugar!

RODOLFO.- ¿Lo ves? ¡Deseamos que nos tiranicen…! ¡Lo necesitamos…! ¡Siempre necesitamos a un tirano en nuestra vida! Bien lo dice el dicho: cada quien tiene lo que se merece… (Silencio) Yo mejor me tranquilizo, me estoy apasionando demasiado con este tema, y no es bueno darle demasiada importancia al mundo; después de todo, ¿qué es el mundo?

MARÍA.- ¡Una poceta! ¡Eso es lo que dice la señora Sofía, que el mundo es una poceta!


(Rodolfo saca una cajetilla de cigarrillos, pero está vacía. La arruga y la tira. Se busca en los bolsillos, pero no encuentra cigarros. Busca entre los libros y nada. Se desespera, busca por todos lados. María, serena, busca en su delantal y le entrega una caja nueva de cigarrillos. Él la recibe de mala gana, odiando depender de ella. Saca un cigarro y lo coloca en su boca; ella, pacientemente, se lo enciende.)



RODOLFO.- ¡Mejor termino de abrir el hueco! (Se pone a abrir el hueco otra vez) Y no abro este hueco porque desee estar comunicado, no. Tampoco me interesa saber qué está pasando allá afuera. No me interesa en absoluto. Es más, ni siquiera tengo hambre…



MARÍA.- ¿Y qué hambre va a tener, si se ha pasado todo el día comiendo?


RODOLFO.- (Respira, controlándose) Abro este hueco para que después no digan que soy un loco suicida y bla, bla, bla, bla. (Silencio. Martillando) No soy un loco. Lo que pasa es que a mí me gusta hablar solo, siempre me ha gustado. No hay nada más satisfactorio que caminar solo, dormir solo, comer solo. La gente molesta mucho…

MARÍA.- Ya sabía… ya me toca lo mío, una se mata en atender a su jefe, ¿y con qué le pagan? ¡Fastidiosa!

RODOLFO.- Tú no María… La gente. Es que uno debería ser totalmente independiente, libre, no tener horario, no tener reglas, no tener familia. La familia es un estorbo.

MARÍA.- Claro, la familia es un estorbo…

RODOLFO.- ¿Te confieso algo María?

MARÍA.- ¿Más? Bueno, si quiere seguir dándole a la lengua… Diga… Escucho, igualito me paga, ¿no?

RODOLFO.- María, yo nunca he sentido necesidad de nadie. Ni siquiera de Sofía… Tampoco de David…

MARÍA.- Eso no me lo tiene que contar, se nota claramente señor Rodolfo.

RODOLFO.- No creas que no siento un poco de vergüenza… pero es la verdad, cuando era un bebé no me gustaba estar chupándome esos senos redondos y pesados de mi madre… Me aplastaban y me asfixiaban, a mí me gustaba estar solo en mi cuna, sin ese olor a piel sudada del trajín del día, me gustaba mi cuna limpia, todo más tranquilo…

MARÍA.- Entiendo… Por eso es que no duerme en la misma cama de la señora Sofía… ¿Cierto?

RODOLFO.- ¿Y cómo sabes eso…?

MARÍA.- No soy ciega… Me hago la tonta, señor Rodolfo, pero…

RODOLFO.- (Silencio) Es cierto, María: no me gusta la vida. No me gusta la gente. No me gustan los animales. No me gustan las plantas. No me gustan los centros comerciales, no me gustan los cines, no me gustan las reuniones y mucho menos las celebraciones, ni los cumpleaños, ni las navidades.

MARÍA.- ¡Ni le gusta el sexo!

RODOLFO.- El sexo. Todo eso me pone de muy mal humor.

MARÍA.- Pobrecita mi señora Sofía…

RODOLFO.- ¿Y eso es ser pesimista?

MARÍA.- No, quién dijo… Exageraciones de la gente. Usted es el hombre más feliz que yo he conocido. Su optimismo es francamente bárbaro.

RODOLFO.- Yo creo que soy un hombre racional. (Silencio) ¡Y no creo que la función de un hombre en la vida sea trabajar, ser productivo y encima tener sexo!

MARÍA.- ¿Y para qué se casó…? Se hubiera quedado solo con Sartre, que él sí se lo aguanta…

RODOLFO.- ¿Trabajar para dejarle algo a los hijos? Otro acto inútil. ¡Que trabajen ellos para ellos!

MARÍA.- Si el pobre David tiene apenas dieciséis añitos… ¿De qué va a trabajar?

RODOLFO.- ¡Trabajar para honrar a la patria! ¿Qué patria? (Respira) ¡Trabajar para dejar una huella en la historia! ¿Qué historia? La historia se hace y se rehace cada vez que hay elecciones. (Respira) Y la verdad es que nunca he conocido una persona feliz.

MARÍA.- Si no sale nunca, si no va nunca a una fiesta, si siempre anda con esa cara de perro apaleado, ¿quién se le va a acercar? Me le acerco yo porque me paga, porque es mi jefe, si no…

RODOLFO.- (Conectando el taladro) Mi única alegría es que el hombre, por muy poderoso que sea, nunca llega a ser verdaderamente feliz. (Se detiene. Respira profundo) Claro, he conocido personas hipócritas, personas que actúan su felicidad, como mi esposa, por ejemplo…

(Rodolfo enciende el taladro lleno de rabia. María voltea, agarra un control remoto y rápida enciende el equipo de sonido, de donde surge un tango apasionado. Sofía, vestida de traje ceñido al cuerpo, trae un peso portátil en sus manos. Comienza a bailar el tango con gran fogosidad, provocadora, insinuante, atrevida, para hacer sacar de sus cacillas a Rodolfo. Rodolfo hale el cable del taladro y resignado va hacia ella, dominado por ella comienza a bailar con absoluta flojera y resignación. Ambos en el baile, suben al gran mesón y se desplazan bailando entre los platos ya servidos, las tazas de chocolate, el vino, las copas… Hay destreza en el baile… Luego, Sofía lo abandona y culmina su baile con gran pose de estrellita del show. María sonríe casi obligada y le ofrece unos obligados aplausos)

SOFÍA.- ¡Bienvenidos a este sentidísimo homenaje! Estimado Rector… Profesores amigos… Colegas de mi esposo… María, sirve la cena por favor…

(María se desplaza hacia la cocina. Comienza a servir una cena discreta)

SOFÍA.- Bienvenidas esposas de los colegas de mi esposo, alumnos, ex alumnos, en fin, estimados amigos… Bienvenidos. (Cambiando) Primero que nada, quiero aclararles que mi querido esposo, el distinguido profesor de filosofía Rodolfo Álvarez, a quien ustedes tan amablemente están acompañando en su última noche, no murió de un infarto, como se les ha hecho creer. (Cambiando) No quiero engañarlos. MI esposo… mi honorable esposo se suicidó. Sí, así es. Rodolfo se suicidó.

MARÍA.- ¡Se armó la grande! ¡Pobre David!

(David gruñe… Mueve la marioneta. Mira a Rodolfo, éste baja la mirada, abre un libro y se pone a leer.)

SOFÍA.- En realidad, fue lo mejor. No se escandalicen. Rodolfo no era un hombre feliz. Era un amargado. De verdad, era un resentido con la vida… Él siempre quiso morirse, hasta que por fin lo logró.

MARÍA.- (Bajito) Con ayuda, eso sí, con ayuda…

SOFÍA.- (Fijando su mirada hacia el rector) ¡Por supuesto que lo amaba, señor rector! Era mi marido, el padre de mi David. (Silencio) También quiero decirles que no soy <una gran mujer>. Nada de eso. No soy, no fui nunca la esposa ejemplar de su queridísimo profesor de filosofía. Claro que me hubiera gustado serlo. Rodolfo se lo merecía… ¿Verdad María?

MARÍA.- A mí no me metan en sus problemas, que yo ni oigo ni veo nada en esta casa…

SOFÍA.- Rodolfo no era un mal hombre: era sólo filósofo frustrado. Yo creo que nunca lo comprendí… ¿Verdad María?

MARÍA.- Ni idea… Yo sólo sé que matrimonio que se comprende es un matrimonio que se aburre rápido…

SOFÍA.- (Con otro invitado) ¿Aburridos nosotros? Nunca. (Ríe) Vivimos quince años juntos y jamás supe de lo que hablaba. (Se vuelve a reír) Rodolfo siempre fue un hombre intenso. Claro, debo reconocer que él siempre procuró que yo tuviera una buena educación, que fuera una <intelectual>; es que cuando me casé con Rodolfo, yo era su alumna… (Risitas) Me llevaba veinte años… y entré a estudiar filosofía, porque el promedio no me daba para otra carrera… (Risitas) Ya saben, cuando una no es buena para ninguna carrera, la gente te dice <pero estudia aunque sea Educación, Letras o Filosofía… Eso es tan “fácil”>. (Risitas) A mí nunca me pareció tan fácil… De hecho no me gradué. No fue culpa de Rodolfo, él me ayudaba con los trabajos que me mandaban… Pero la filosofía no era cosa mía… Es que aunque yo me esforcé y me esforcé, la verdad es que nunca pude leer más de tres páginas de un libro. Bostezaba. Me dormía. Me aburrían todas esas conferencias que mi marido daba sobre filósofos y escritores. ¡Jamás quise ser una intelectual! ¿Cómo iba a serlo? ¡No tengo paciencia para leer tanto!, ¿verdad María?

MARÍA.- Si usted se duerme hasta cuando lee el horóscopo… pobrecita, cómo iba a poder con esos libros tan gordos del señor Rodolfo…

SOFÍA.- (Con otra invitada) Me gustan más las revistas de modas, las revistas de farándula y las páginas sociales de la prensa… Bueno, tampoco es que me las leo todas…

MARÍA.- Sólo las hojea y se detiene cuando ve alguna fotografía que le guste, sobre todo si es una publicidad de algún laxante…

(Sofía voltea y se la come con la mirada. María disimula apenada, sigue repartiendo la cena)

MARÍA.- (Disimulando) ¿Sirvo el vino, señora Sofía?

SOFÍA.- Sirve el vino, María. (Cambia) Lo que sí me gusta mucho es la <la vida social de los intelectuales>. Ya saben, los brindis en el teatro, en el cine, en los bautizos de libros… eso me embruja. A Rodolfo le irritaba asistir a las fiestas. ¡Yo las adoro! Es que la verdad, nunca congeniamos. Siempre anduvimos cada uno por su lado. Así que no sé por qué ustedes piensan que fui una <esposa ejemplar>, como dice la placa que me han regalado. Yo sólo estoy acompañando a Rodolfo en su última noche, para gritarle… (Mira hacia el lugar donde está Rodolfo) ¡Que me siento muy feliz de estar aquí con ustedes, recordando lo desgraciada que fue mi vida al lado del excelente profesor de filosofía Rodolfo Álvarez!

(Sofía agarra un enorme cuchillo de la mesa y de un golpe, corta por la mitad una patilla que ha estado de adorno frutal… María toca la campanilla. David le quita el cuchillo a su madre. Ella recobra su compostura. Se ríe simpáticamente. David pone la misma música que ocupara la sala al principio. Sofía y Rodolfo se miran.)

RODOLFO.- Ese es mi único consuelo. ¡Saber que siempre he sido un desgraciado! (Respira) Mejor ser un infeliz y no andar por ahí disimulando mi frustración, inventándome posturas alegres, conversaciones interesantes para ser aceptado, adquiriendo ropas, zapatos, autos, tarjetas bancarias, asistiendo a fiestas, reuniones, eventos sociales, todo eso para sentirme feliz. ¡Qué desperdicio de vida!

SOFÍA.- Mejor andar desperdiciando la vida en un centro comercial que morirse reventado encerrado en un cuarto abriendo un hueco en una pared que no existe. ¡A mí me gusta como soy!

RODOLFO.- ¡A mí también me gusta como soy! Soy un hombre insoportable y escéptico, porque a muy temprana edad dejé de ser un ingenuo, un soñador, siempre supe que Dios no existe, que ni él me necesita a mí, ni yo lo necesito a él…

SOFÍA.- Hasta el más brillante de todos los hombres sobre la tierra ha necesitado de Dios… Te veré implorando su misericordia, implorando por tu alma…

RODOLFO.- El <alma>… el alma es la peor estafa de las <ciencias esotéricas> y de toda la filosofía idealista…

SOFÍA.- Te veré llorando sobre la Biblia…

RODOLFO.- La Biblia es un buen libro de literatura fantástica.

SOFÍA.- Suplicarás para que algún amigo venga a tu entierro…

RODOLFO.- Los amigos están cuando uno tiene plata…

SOFÍA.- Le pedirás perdón a tu único hijo…

RODOLFO.- Los hijos son unos aprovechados.

SOFÍA.- Eres un enfermo Rodolfo…

RODOLFO.- Soy un hombre realista. Tengo los pies sobre la tierra. Así es el mundo, así lo veo, así lo siento. Nunca he sido como tú, patéticamente feliz, imaginando que habrá un mundo mejor…

SOFÍA.- Habrá un mundo mejor…

RODOLFO.- ¡Qué estupidez Sofi…! Pobre Sofi. Imaginando la paz del mundo…

SOFÍA.- Un día habrá tanta paz en el mundo…

RODOLFO.- ¡Qué inmadurez, Sofi…!

SOFÍA.- (Remedándolo) ¡Qué perdida de energía, Rodolfo…! ¡Qué falta de fe Rodolfo…! ¡Qué falta de imaginación…!

RODOLFO.- ¿Imaginación? ¿Sabes lo que veo en la imaginación, Sofi? Yo veo en la imaginación, en las ilusiones, una trampa, una trampa que te ponen para aniquilarte, una trampa que te hipnotiza mientras esperas como un mismo idiota que <algo mágico> va a sucederte en la vida. Ser un soñador, es sentir una pasión inútil por algo que nunca alcanzarás. ¡Nunca va a sucedernos nada mágico! (Respiración)

SOFÍA.- A mí me sucedió un milagro: ¡Tu muerte…!

RODOLFO.- Yo digo, como Jenófanes <Soy el hombre sin Dios> y tu milagro es también el mío…

MARÍA.- Calma señora Sofía… Esto es efecto del vino… El vino siempre acalora los corazones… Sirvo algo refrescante, y todo en orden… Mire que es la última noche del señor…

(María agitada, comienza a servir un aperitivo refrescante, mientras recoge las botellas de vino. Sofía se saca el escapulario que lleva entre los senos) 

SOFÍA.- ¡Qué Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar! (María suena la campañilla, alegre) Mis queridos invitados… Les aseguro que por momentos me agradó la idea de ser la <esposa de un intelectual>.

MARÍA.- (Con su rosario) Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- A veces llegaba al extremo de leer alguna de sus conferencias… Escuchaba con atención algunas de sus apasionadas peroratas sobre Dios…

(David se pone de pie y saca un folleto de carreras de la Fórmula Uno, lo hojea…)

DAVID.- El Señor es mi rey… el Señor es juez del mundo…

SOFÍA.- Amén. (Cambiando) En verdad, tuve deseos de ser como él quería que yo fuera, pero el deseo de cambiar no basta.

MARÍA.- (Rezando) Cuando es tiempo de arar, la perezosa no ara…

DAVID.- (Hojeando el folleto) Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- Para ser lo que Rodolfo me exigía tenía que hacer muchos sacrificios, tenía que tener talento,  leer hasta altas horas de la noche, ir los fines de semana a bibliotecas… ¡Era cambiar el gimnasio por la biblioteca! ¡Eso era pedirme demasiado!

MARÍA.- (Rezando) Más vale vivir al borde de la azotea, que en una amplia mansión con una mujer pendenciera.

DAVID.- (Pasando la página del folleto) Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- Amén. (Se ríe) ¿Qué iba a ser yo leyendo todas esas cosas que ni entendía? Rodolfo criticaba mi ignorancia y yo su mal aspecto. Porque él era brillante, no lo puedo negar… Pero se vestía fatal… Su apariencia era desagradable y encima decía que yo estaba gorda. ¡Imagínense! ¿Yo gorda?

MARÍA.- (Rezando) La necedad es parte de la ideas juveniles, pero se quita cuando se corrige a golpes…

DAVID.- ¡Amén…!

SOFÍA.- Admito que sea bruta, pero gorda, gorda… No… No creo… ¡Gorda no soy! (Cambiando) ¿O ustedes me ven muy gorda? (Se sube al peso y mira la aguja) ¡Ayyyy!!!! ¡No! ¡500 gramos! ¡No lo puedo creer!!! ¡Qué desgracia! ¡Aumenté 500 gramos! (Grita) ¡Noooo!

MARÍA.- (Rezando) ¡Dichoso aquel que no pierde la esperanza…

DAVID.- ¡Amén…!

SOFÍA.- Lo único que me interesa es verme esbelta, delgada… y quiero que todos sepan que a mí me importa un pito la filosofía.

MARÍA.- (Rezando) Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- Tuve que hacer muchos sacrificios para ser flaca, muchos más de los que tuvo que hacer Rodolfo para llegar a ser un filósofo… Dejar de comer es más difícil que dejar de leer… ¡Se los aseguro!

MARÍA.- (Rezando) Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

DAVID.- El Señor me creó, en Él espero y confío…

SOFÍA.- Para lo único que sirvo es para controlar mi peso. No me juzguen mal, no quisiera que me dieran méritos que no tengo; en realidad, no soy una buena madre ni tampoco fui una esposa ejemplar, sólo he sido una mujer que ha luchado tenazmente por conservar su estética corporal. Ése es mi mérito. ¿Saben cuánto pesaba cuando me casé? Yo se los diré: pesaba 80 kilos. ¡Ochenta asquerosos kilos! ¡Ochenta kilos con esta carita de ángel! ¿No les parece un crimen? Si no hubiera sido por mi voluntad, hoy día sería una gorda que nadie quisiera voltear a ver… Miren lo que soy ahora: una esbelta viuda de treinta años que aparenta veinticinco… y que todos voltean a ver…

(Escuchamos el sonido fuerte de un motor de Fórmula Uno. Sofía cae de rodillas. David se sube a la mesa, se coloca detrás de ella, dominándola, la agarra por la cabeza como si se tratara del volante de un Fórmula Uno, hace sonido con su boca que se mezclan con el sonido de un motor de carro que suena estridentemente.)

DAVID.- ¡¡Veinticinco millones para comprarme mi Fórmula Uno!! ¿Qué te parece, bicho? ¡Mierda, qué cara de gallo! Verga, estoy flacuchento y lo demás es cuento… ¿Por qué tenía que sacar el cabello de papá? Y para colmo, me salió un barro en la nariz. Ay, coño, se me está haciendo tardísimo. (Respira) Claro que tengo que ir, bichito. ¿Qué pasó? ¿Tú crees que soy una mano quebrada? (Mirándose el sexo) No, qué va. Yo soy un varón. De bolas que me gusta la chamita y no la pienso embarcar. Además, todavía no te he dicho si voy a ir a <lo otro>. Verga, es que yo no entiendo a mi mamá: <vete a la reunión con el director, que él va a hablar contigo>. (Para sí mismo) Sí, señor… <hablar>. Y la tipa es tan ingenua que no se da cuenta… (Remedándola) <Apúrate, no lo hagas esperar>, <Ese señor es alguien muy importante>, <Fue amigo de tu padre>, <Él me dijo que nos iba a ayudar>. No, qué va bicho… ese tipo anda en otra cosa… y mi mamá que si pacatín, que si pacatán… y… ¡Pukitín! (Hablando con su sexo) Tú ya sabes… digo, eso, lo del garaje, después que mamá entró a la casa… vale… vale, qué vaina… 


SOFÍA.- ¡Oh, Dios, Salvador nuestro, ayúdanos, líbranos, perdónanos!



MARÍA.- Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…


RODOLFO.- ¡Mejor tener el alma seca!

SOFÍA.- ¡Amén…!

DAVID.- ¿Qué le digo a mamá, bichito?, con todos los peos de plata que hay en la casa… Lástima la del viejo, burda de quedao para el billete… Es que todos los intelectuales son así, muy sabihondos pero muy pelabolas… Coño, bichito… lo peor es irse a vivir al Sur… ¿Yo? ¿El hijo de un profesor universitario viviendo en el Sur con los tierrúos? No, qué va… qué chimbo… y la chamita ésta que me trae loco es burda de sifrina… No, qué tal, esa cuando sepa que voy a vivir en el Sur, me manda de paseo… Uff… y después que logré agarrarle los senitos…

SOFÍA.- ¡Atiende nuestras quejas Señor! ¡Míranos con tus ojos y estaremos a salvo!

RODOLFO.- ¡El mundo anda a la deriva, amigo Nietzsche!

MARÍA.- Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

DAVID.- Ay, bichito, tú sentiste esos senitos… suavecitos… Vale, vale, no me quiero mudar. Y lo peor es dejar el liceo porque plata, plata, no hay para seguir pagando liceo privado, tendré que estudiar en uno público… Uff… Quién sabe con quiénes voy a terminar el bachillerato… Full negros… Full indios… Full monos…

RODOLFO.- ¡Oigan! ¿Hay alguien allá afuera? ¡Oigan!, ¿es que no piensan responderme? Yo, el jefe de esta familia. La cabeza. El sostén del hogar. La máxima autoridad.

SOFÍA.- ¡No saldré nunca del baño Rodolfo! Todos los días, apenas te ibas a la universidad, me encerraba con mi mejor amiga, la única que ha comprendido mi desgracia: ¡mi poceta! Ella ha sido mi compañera inseparable en todos estos años de matrimonio y gracias a ella soy lo que siempre soñé ser: una mujer delgada.

MARÍA.- ¡Tuyos son el día y la noche, tuyo es el límite, Señor, sálvanos! ¡Ten piedad de nosotros!

DAVID.- (Agarrándose fuerte el sexo) ¡Hoy es el día bichito! ¡Hoy es la cosa! ¡Estás viendo bichito, cómo sufro! ¿Qué pasa? ¿Vas a arrugar? Verga… Son trescientos mil bolos cada vez que… Así de una, dando y dando… Y de paso me monta en un Fórmula Uno… Y la rata ayer me los dio, así de una… y que un préstamo… (Remedando) <Tranquilo chamín, ya me los pagarás>… ¡Qué ratón! Yo sólo dije que la vieja necesitaba unos, algo para hacer un mercadito y el baboso caifá me los puso en las manos. Claro, pero ahí mismo me lanza la punta (Remedando) <Bueno, chamín nos vemos esta noche>. Verga… Me puse azul, verde, morado… Y tenía que ser justo esta semana, que la chamita me presiona para ir a rumbear, mi papá muerto y la vieja en crisis, y sin plata… Encima nos tenemos que mudar… Porque mi mamá va a vender este apartamento que vale sus melones y <comprar uno más sencillo, que podamos mantener>. ¿Qué te parece, bichito?

RODOLFO.- ¡Yo salgo de mi cuarto cuando quiero…! ¡Y me encierro cuando quiero…! ¡Y si dije que no necesito de ustedes, es verdad… y no siento culpa! ¡No pido perdón!

SOFÍA.- (Ladrando como perro) ¡¡¡Guao!!! ¡¡¡Guao!!! (Con otro invitado) Así ladraba de rabia, cada vez que me quedaba sola en la casa, ladrando como ladra Sartre… Ladrando con todas las fuerzas de mi ser, para soportar mi matrimonio.

MARÍA.- ¡Levántate señor! ¡Defiende tu casa!

DAVID.- Imagínate bicho, después que le tuve que jalar durante todo el año para que saliera conmigo, la muy pretenciosa me mira y me dice: <Sí, sí, chico, acepto. Sólo para que dejes el fastidio>. Vale, vale… estoy que me muero, bichito… Yo le pregunto… ¿Mañana? (Remedando) <Ya te dije que sí>. (Cambiando) ¡Coño! Y me mira con esos ojazos azules. (Remedando) <Mañana le damos> (Cambiando), remata y se muerde los labios. Qué va, bichito, esto no me lo puedo pelar. Bueno, y el baboso, ¿qué me dice? (Remedando) <Ve que yo te presto el carro…>. ¡Qué tal! Y después me lanza esta perlita… (Remedando) <Si tú quieres en quince días tienes tu Fórmula Uno, propio, cuando tú me digas>. ¿Qué me dices chamín?

RODOLFO.- ¡Necesito las pastillas, María! ¡Necesito comer lechuga! (Respira) No hay ninguna pared… ¿Y el hueco? ¿Dónde está el hueco, María? Sólo siento el viento… ¿Y mi casa? ¡No hay nada, María! Nunca hubo nada… ¡Sartre! Vamos, perro del carajo… ladra… ladra…

(Sofía, fuera de sí, ladra fuerte. Se desplaza por el mesón como un perro hambriento. Se detiene delante del cerdo asado que está en el centro de la mesa, lo huele, lo lame…)

SOFÍA.- ¿Alguno de ustedes se preguntó cuánto sacrificio tuve que hacer para ser flaca? ¿Se lo preguntaron? Tuve que dejar de hacer sexo con mi marido, porque él tenía la costumbre que después de hacerlo tenía que devorarse una ración de cerdo… Sí, él se ponía a tragar su cerdo ahí, frente a mí…

RODOLFO.- Ven gorda, vamos a comernos este cerdito asado…

MARÍA.- Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- dejé de asistir a los eventos sociales, a las conferencias que ofrecía Rodolfo, a todo lugar que significara <una tentación diabólica> para consumir alimentos, pero él no se daba cuenta de nada…

RODOLFO.- ¿Sofía, y por qué tú no visitas más a mis padres? Ellos no tienen la culpa de que nuestro matrimonio vaya tan mal…

SOFÍA.- (Grita) Porque a mis suegros les encanta hacer parrilla los domingos…

RODOLFO.- Sofi… ¿por qué no te vas unos días donde tu mamá? Es que no estamos bien, un día de estos nos vamos a matar…

SOFÍA.- No visitaré más a mi mamá, porque a mi mamá le encanta tener torta de chocolate en la nevera…

RODOLFO.- Sofi… sal con tus amigas… sal de ese baño…

SOFÍA.- No, mis amigas no. Ellas siempre me hacen beber cerveza. ¡Dios mío!... El mundo sólo piensa en comida…

MARÍA.- Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

DAVID.- ¡Si no me pego a ese viejo nunca voy a tener mi Fórmula Uno! ¿Entiendes bichito? (Dándose palmaditas en su sexo) Imagínate, bicho, a esa chamita en <mi carro>, ¿ah? No, en el carro de papá. En mi Fórmula Uno… Y el muy sucio ése, ése sí es malo… El muy sucio me describe el carro… Que si los asientos… Que si el equipo de sonido… que si de qué color lo prefiero… Y me soba la pierna… (Silencio) Vale… Qué sucio es el tipo… Pero yo ¡como un varón!... ¡No le como mucha cotorra…! Y el tipo sigue… Que si yo no voy a aguantar un liceo público… Que si él me puede becar en el liceo… Que si él es el director… Que si quiero, esta misma semana me compra el carro… Y me agarra fuerte el muslo… Pero yo, bichito… La verdad es que no le paro muchas bolas, pero la vaina, tú sabes, ¿no?... Tú sabes, y yo… yo lo único que pienso es en el carro… en los asientos reclinables… Y el tipo se me reclina a mí… pero yo me concentro en el volante… En la música full volumen… Y el tipo soba que te soba… Y yo full concentrado en el color de la máquina, en los rines de aluminio y el spoiler trasero… En el motor cuatro cilindros… en mi chamita al lado, gritando, cantando, los dos vacilándonos una… Tú sabes, full enamorados… Agarrados de la mano y su pelo largo, que de vez en cuando me lo bate en la cara… Y el viejo mete que mete mano… Y yo imaginando a mi chamita full contenta en ese carro conmigo comiéndonos la autopista… Y de repente… ¡Epa, caballero, qué pasó, pues! Y el viejo se asusta con mi grito, saca las manos y le da un coñazo a la corneta que se queda apagada… Y en eso sale mi vieja… <Qué pasa bebito>, <Nada, vieja, nada>. Y el viejo se pone colorado, <Ayudándome, aquí revisando la corneta que de repente se queda apagada…>, <Ah…>, dice mi mamá, con una cara de boba… Coño, bichito… qué susto. (Respiración) ¿Qué voy a hacer con este ofertón?

MARÍA.- ¡Mis ojos están puestos en ti, dice el Señor! Abrázate a su palabra… amén.

SOFÍA.- Ya no salgo, no tengo amigos, porque siempre estoy pensando que se darán cuenta que vomito mucho. Y siempre la misma pregunta, la misma pregunta… (Remedando) <¿Y tú como que estás más gorda?>.

MARÍA.- ¡No serán castigados los que en el Señor confían!

RODOLFO.- Me siento flotar… ¡Estoy flotando! ¿Estoy muerto? (Silencio. Oímos ladridos de Sartre) ¿Estás viendo Sartre?, uno pasa toda la vida pensando en la muerte y cuando llega, aparece tan rápido…

DAVID.- ¡Yo quiero ese Fórmula Uno! Y ese viejo es capaz de mantenernos a mi mamá y a mí… pero coño… hay que ser de acero… hay que tener estómago de piedra…

SOFÍA.- Todo lo que hice fue para verme más delgada… Pero nunca me veo más delgada… No puedo darme el lujo de fracasar. (Comiendo más cerdo) Desde hoy le daré dinero a David para que coma afuera, para no tener que cocinarle más. Prometo no ver más libros de cocina. Prometo aprender de memoria recetas de guisos hasta vomitarlas, hasta repudiarlas…

DAVID.- No voy a fracasar como mis padres. Mi pasión son las ruedas… desde chamito lo mío es la velocidad. (Hablando concentrado con su sexo) Mira bichito, yo agarro ese Fórmula Uno que me está ofreciendo el viejo y le doy durísimo, yo nací en un volante, bichito. Yo sé que puedo llegar a ser un campeón mundial. Es que yo llevo un Fórmula Uno en la sangre… y… y eso es lo único que importa… ¿no es así?, ser lo que uno quiere ser, superarse… tener éxito… tener billete… Esa es mi filosofía… si no tienes fama y dinero, no eres nadie…

RODOLFO.- ¡¡No apaguen la luz!! María, tengo algo importante que decir… Prometo no fastidiarlos más… Sólo quiero decirles…

SOFÍA.- ¡Gorda! ¡Gorda! ¡Gorda ven a comer! Palabra que retumbaba en mi cerebro y me enfurecía. <Ya voy, gordo>, le contestaba, respirando profundo y aguantando mi gula. <Es que ahorita no tengo hambre Rodolfo>. ¡No tengo hambre!

DAVID.- Yo quiero ser un Peter Gethin y ganarme el premio Monza. ¿Es mucho pedirle a la vida un Fórmula Uno y querer ser como Peter Gethin? Y mi chamita es otra cosa… Ella es el amor… ah, bichito… ella es lo otro, y lo mismo, y todo, ¿entiendes? Y a esa chamita la matan los carros, la otra vez fui al colegio con el carro del baboso, con el Ferrari del viejo, ¡qué tal!, la chamita en lo que me vio en el carro me dijo: <Chamo échame un empujón>. Uff… y después que se montó, yo bla, bla, bla y el empujón fue para El Mirador… Al principio estaba batiéndose una de Leidi Di, no jó, cuando le puse la musiquita… >Bueno, si quieres compramos unas light>, y que para no engordar… Al rato ya estábamos con nuestras laticas de cervezas, hablando paja, sentados en nuestro Ferrari color rojo… y la verdad bicho, la verdad es una sola: mira, uno abre los ojos, bien abiertos, y se da cuenta que existe un cielo… ¡Qué cielo!... ¡Arrecho!... ¡Cómo se ve de bonito el cielo desde el parabrisas de un Ferrari color rojo!... (Se arregla el cabello) ¡Arrecho! No, qué va bichito, una vaina es ver el cielo a patica y otra muy distinta es verlo en un Ferrari.

MARÍA.- ¡Confiamos en ti Señor! ¡Tú nos guías y nos proteges!

DAVID.- ¡Y después vino lo mejor, bichito! La lluvia, el frío, el mareo de las cervecitas… y esa sonrisa de mi chamita, que me mata… porque el amor es eso, bichito… Una sonrisa que te mata mientras manejas un Ferrari.

SOFÍA.- ¡Sólo he querido ser una mujer delgada!

MARÍA.- En ti espero y confío Señor…

RODOLFO.- ¡Mejor tener el alma seca!

DAVID.- Si mi chamita pudiera quedarse ahí, en ese primer plano, con esos ojos llenos de ternura y esos labios esponjaditos… Pero qué va, después vinieron las preguntas burda de exigentes… (Remedando) <¿Tu apellido es de origen extranjero?>. <¿Y tu papá qué hace?>. <¿Tú vives por aquí en el Este?> <¿Esa marca de zapatos es la nueva?>. <¿Y ese celu es el último que salió al mercado?>. (Manejando con rabia) ¿Ves, bicho?

RODOLFO.- Un poco de luz, necesito un poco de luz…

DAVID.- Uno es lo que tiene. Hay que darse durísimo para no quedarse atrás, como mi papá… Mucho estudio, pero pocos euros… (Como si pisara la chancleta de la velocidad) Y bueno, bicho, vamos a estar claros, tú sabes, la vaina no está para… Y eso… Hay que darle, porque también es que tú sabes, ¿no?, ¿tú me entiendes?

MARÍA.- Que Dios lo saque de pena y lo lleve a descansar…

SOFÍA.- ¡Déjenme gritarles algo que siempre quise gritarles!

DAVID.- ¡Y pa’ lante es pa’ allá! (Maneja enajenado su Fórmula Uno imaginario) Y pa’ atrás ni pa’ coger impulso, el estatus, la clase, el estilo, la buena onda… La gente ni siquiera se pregunta de dónde saca uno las vainas… y…

MARÍA.- ¡Qué grande es tu bondad Señor! ¡Qué grande tu piedad!

SOFÍA.- Sólo quiero gritar que el mundo es…

DAVID.- Y el tiempo dirá… después que me vean manejando mi Fórmula Uno por la televisión, y full flash, y full entrevistas, y mi chamita al lado, y la vieja viviendo bien, como está acostumbrada, full flaca, full fashion, coño, ¿quién se va a preguntar cómo llegué a la fama…? ¿Quién se va a recordar del baboso? ¡Un campeón mundial de Fórmula Uno es un campeón…!

MARÍA.- Sólo hay un Dios que todo lo ve. En ti espero y confío, Señor…

RODOLFO.- Ya lo dijo el poeta… <¿Y si me durmiera?> ¿Y si soñara que iba al cielo y allí recogía una extraña y hermosa flor? ¿Y si cuando despertara tuviera la flor en mi mano? ¿Entonces qué?>…

(Suena un celular. Rodolfo y Sofía se miran. María va a sujetar a David, pero David corre, salta por encima y agarra el celular. Todos se miran.)

DAVID.- (Mirando la pantalla del celular) ¡Lo reventé! ¡Es el viejo! (Atiende) Ajá…, ok, ok. Vale, bien, ok. (Mirándose el sexo. Mira a sus padres, mira a María) ¡Qué arrecho!... Ya llegó al hotel… (Mirando su sexo) Bueno, full gelatina sin alcohol… (Respira) ¡Ah, bichito!, como decía el filósofo de mi papá: El tiempo David… ¡El tiempo lo cura todo…!

(Se oyen ladridos desesperados de Sartre. Oscuridad total)


Fin


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