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Especialista en Teatro Venezolano

domingo, 17 de junio de 2012

Tomás Jurado Zabala




               Cantata del negro Miguel






Rodolfo Quintero

ERA NEGRO
Y
REBELBE
(COMEDIA EN TRES ACTOS)


ACTO PRIMERO

(La escena se desarrolla en las Minas de Buria en el siglo XVI. Varios negros descansan después de una dura jornada de trabajo).

NEGRO Nº 1.-
Ay mama, ay abuela, tengo el cuerpo cansaíto de escarbá la tierra pá no encontrá naíta… o pá que lo que encuentre sea de otro… ¡Sería que mi taita era muy malo Santo Dios!... Y al hijo del negro malo le está tocando sudá más de la cuenta pá pagá lo que hizo el negro malo… Ay mama, ay abuela…

NEGRO VIEJO.-
Si se quejan los negritos jóvenes, qué quedará pá este negro viejo, que ya no pué con las piernas, ni con los brazos, ni con la vida… Que ya no pué con ná…

NEGRO Nº 2.-
Viejo Nicolás, ahora que se queja de los años que lleva encima, díganos cuántos lleva viviendo y cuéntenos algo de los negros viejos; de cómo vinimos a caé en estas Minas que es como caé en el Infierno, que son cuevas pá matá negros como dice el Negro Miguel.

NEGRO Nº 1.-
(Averiguando) ¿Y Miguel? ¿Dónde está el Negro Miguel?

NEGRO Nº 2.-
Yo qué voi y sabé. Sólo Dios pué sabé donde está metió ese negro conversador.

NEGRO VIEJO.-
(Sentencioso) Miguel es negro conversador que conversa verdades… Y como la verdad en veces es negra como el cuero de nojotros, en veces no le gusta a los blancos, y en veces también, tampoco le gusta a los negros… Por eso Miguel no le gusta a los blancos y en veces tampoco le gusta a ciertos negros. Pero a otros nos gustan las conversaciones del Negro Miguel… Ahora está allá abajo en las Minas, reclamando la muerte de otro negro que murió aplastado ayer, cuando trabajaba en horas prohibidas por Real Mandato… El Negro Miguel no va a llegá a esta edad que tengo yo… cualquier día le van a dar “garrote” y van a dejar a Guiomar sin marío…

NEGRO Nº 3.-
(Interviniendo) Y esa negra Guiomar que está güena de verdá., verdá, como pá volvé a conseguí marío ligerito… si es que matan al Negro Miguel…

NEGRO Nº 2.- Y marío del color que quiera… Hay que vé como se ponen los blancos cuando les pasa cerca la negra Guiomar, con sus carnes calientes como el fondo de la Mina… ¡Ay Dios Santo, ay mi abuela negra…!

NEGRO VIEJO.-
Pero ahí no consiguen naíta los blancos; ahí no consigue ni don Pedro de los Barrios… La negra Guiomar sabe que gusta como hembra y se cuida… y se burla de los blancos que la persiguen. Menos mal que hay mujeres negras que ponen mansitos a los blancos. Menos mal… ¡Ay qué suerte tan negra la de los negros… Ay mama, ay abuela…!

TODOS LOS NEGROS.-
¡Qué suerte tan negra la de los negros. Ay mi mama, ay mi abuela!!

(Silencio)

NEGRO Nº 2.-
Y qué hay del cuentecito viejo Nicolás… del cuentecito de cómo nos trajeron a las Minas y de cómo vivían los negros de antes… Siempre es güeno sabé a quien le debemos esto, siempre es güeno sabé…

NEGRO VIEJO.-
Negro cansado y con hambre no pué echar cuentos, y mucho menos cuentos de negros que siempre son tristes, que siempre dan ganas de ponerse a llorá. Esperemos la comía y después veremos si queda tiempo pá cuentos. Y después veremos.

NEGRO Nº 1.-
(Inquiriendo) ¿Y por qué han de ser siempre tristes nuestros cuentos, viejo Nicolás? ¡Si los negros también tenemos ratos alegres, y gozamos… Igual que los blancos…!

NEGRO Nº 4.-
(Interviniendo) ¡Yo por lo menos siempre estoy alegre y contento…!

NEGRO VIEJO.-
(Filosofando) Nuestra alegría siempre tiene algo de triste; siempre está rodeada de reservas y misterios. Es como una fiesta en una noche sin luna; es como una isla en un mar de color. Nosotros nos reímos de puros sinvergüenzas que somos, o quizá pa enseñá los dientes que es lo único blanco que tenemos. Suerte negra la de los negros, que siempre están tristes, aun cuando estén alegres…

NEGRO N º 4.-
(Confundido) Yó no entiendo viejo Nicolás…

(Silencio)

NEGRO Nº 1.-
Y qué les habrá sucedío a las negras que no traen la comía. Sin comía si es verdaíta que se pone triste la vida de los negros.

NEGRO VIEJO.-
Se pone más triste… porque ella siempre es triste… ¡Ay mama, ay abuela…!

TODOS LOS NEGROS.-
¡Ay mama, ay abuela… suerte negra la de los negros!!

(Entran mujeres negras trayendo la comida de los negros. Todas hablan, todas protestan).

GUIOMAR.-
Ya no encuentran que inventá esos blancos pá hacé más dura la vida de los negros. Y eso son los que quieren obligarnos a que nos bauticemos y nos metamos a la religión de Jesucristo que dicen y que tenía un corazón grandotote…

UNA NEGRA.-
¡Pué que tuviera el corazón grandotote, pero Jesucristo era blanco…!

NEGRO VIEJO.-
¿Qué les ha pasao a las negras que vien tan bravas?

GUIOMAR.-
(Explicando) Ay, viejo Nicolás, las cosas se están poniendo que no vá a podese aguantá, ni aun cuando los negros quieran aguantarlas. Estuvimos paradas ajuera más de una hora y no nos dejaban entrá a traé la comía de los negros. Todas las negras bajo el sol oyendo palabras feas de los mineros blancos y aguantando los maltratos de esos blancos corrompíos… (Levantando la voz) Y mi cuerpo sólo pué tocarlo el Negro Miguel… ¿Y dónde está Miguel, dónde está mi Negro Miguel…?

(Las negras sin dejar de manifestar su disgusto se unen a los negros y empiezan a comer)

NEGRO VIEJO.-
(Dirigiéndose a Guiomar) El negro Miguel está peleando con los blancos allá abajo; el pleito es por un negro que se murió aplastao, cuando trabajaban en horas prohibidas por Real Mandato. Pero ya no debe tardá en llegá… ya no debe tardá.

GUIOMAR.- Siempre mi Negro Miguel peleando con los blancos, y peleando pa ná. En cualquier día van a matalo… y van a dejá una negra sin marío y un negrito sin padre. En cualquier día me lo van a matá…

NEGRO VIEJO.-
¿Y el negrito qué se hizo hoy, por qué no vino?

GUIOMAR.-
Se quedó cargando agua pa los blancos que viven en El Fuerte… Desde chiquito el negro carga pa los blancos.

NEGRO VIEJO.-
(A media voz) Suerte negra la de los negros…

GUIOMAR.-
Ay mama, ay abuela… Caramba, y ¿por qué no viene mi Negro Miguel?

NEGRO VIEJO.-
Es que pleito entre negro y blanco siempre es largo, porque el blanco está acostumbrado a que el negro pierda… Y el negro ya está cansao de tanto perdé…

GUIOMAR.-
Anda comiendo Negro Nicolás, mientras llega el negro Miguel. Estás viejo y van a vení los blancos a búscate y vas a tené que bajá a la Mina sin habé comío. Anda comiendo viejo Nicolás.

NEGRO VIEJO.-
El Negro Miguel no debe tardá en llegá y yo voi a esperarlo…

NEGRO Nº 2.- (Sin dejar de comer) ¿Qué le pasa a la Negra Guiomar, como que la dejó botá el Negro Miguel?

GUIOMAR.- (Disgustada) Ocúpate de tu comía y de tu mujé, y deja a los otros negros tranquilos.

NEGRO Nº 2.-
(Agresivo) Ese mal carácter debias tenelo con los blancos que son los que nos tratan mal, y son los que en cualquier día te van a dejá sin marío y van a dejá a tu negrito sin padre. Pero así son las cosas, se contesta mal a los negros… y con los blancos se es complaciente… Ay mama, ay abuela… suerte negra de los negros…

GUIOMAR.-
(Llena de furia) Cierra esa boca negro mal hablao. Complaciente con los blancos es tu abuela… Tu mujer que se reía en antes cuando los blancos le hacían cosquillas…

LA MUJER DEL NEGRO Nº 2.-
Complaciente es la negra que te echó al mundo… Por algo te buscan tanto los blancos y son tan güenos contigo… ¡Ya te veré acostá con un minero blanco cuando el “garrote” mande pa' mejor vida al pobre Negro Miguel!! 

GUIOMAR.-
(Excitada) Te debia rompé la boca negra sucia, te debía saca la lengua mal hablá, pa que aprendieras a respetá a los otros negros… ¡Negra sucia!!

NEGRO VIEJO.-
(Interviniendo) ¿Qué es eso, qué es lo que está pasando? Mujeres quédense tranquilas, no olviden que cuando los negros pelean ganan los blancos…

LA MUJER DEL NEGRO Nº 2.-
Es que la negra Guiomar se cree mejor que las otras negras, y quiere tratarnos como si tuviera la carne blanca y los ojos como el cielo. ¡Ella es una negra igualita a nojotras, que tiene el cuerpo del mismo color que nojotras, y es esclava lo mismo que nojotras…!

OTRA NEGRA.-
Tiene razón la negra Isabel. La negra Guiomar se cree blanca porque la buscan los blancos… Ella quiere valé más que las otras negras… y las negras toitas valemos lo mismito.

GUIOMAR.-
(Afectada y dirigiéndose al Negro Viejo) Es mentira lo que dicen la negra Isabel y la otra negra. Yo mejor que nadie sé que tengo la carne de noche y que soi esclava de los malditos blancos… Y sé ocupá mi puesto de negra y esclava… Odio a los blancos como negra y como mujé; como negra no pueo haceles mal, pero como mujé los desprecio a toitos… Cuando beso al Negro Miguel delante de los blancos, y en sus ojos veo la envidia y el deseo, gozo, porque me siento vengá en mi condición de negra. Mis carnes oscuras son del Negro Miguel solamente, y serán del negro que me guste, si es que llegan a matame al Negro Miguel. Pero mis carnes oscuras no serán nunca de los blancos. Estos con too su oro, con toa su juerza, ná conseguirán de Guiomar la mujé. La negra Guiomar es esclava de los blancos, pero Guiomar la mujé, sólo es esclava del negro Miguel… ¡Así es la negra Guiomar…!!

(Silencio)

NEGRO VIEJO.-
(Sentencioso) Cuando los negros pelean, siempre ganan los blancos…

(Silencio)

(Aparece el Negro Miguel)

MIGUEL.-
(Entrando) Caray si ya toos los negros están terminando de comé y yo ahora es que voi a comenzá…

TODOS LOS NEGROS.-
Ajá, ya el Negro Miguel llegó… Ya el Negro Miguel llegóóóóóó…!

GUIOMAR.-
Ya estaba asustá mi Negro Miguel… Tenía mieo de que los blancos te hubieran hecho algo, de que te hubieran golpeao…

MIGUEL.-
(Abrazando a Guiomar) Mi negra querida y güena que tanto lele su negro… ¿Y el negrito? ¿Y la comía?... ¿Ya comió el negro Nicolás?

GUIOMAR.-
El negrito está güeno… hasta donde puén esta güenos los hijos de los negros; lo dejé cargando agua pa los blancos de El Fuerte… El viejo Nicolás no ha querío comé por espérate… Ven a comé Negro Miguel, ven a comé viejo Nicolás…

(Los dos negros se preparan para comer, Guiomar empieza a servirles mientras canturrea esta canción de los esclavos):
Pobe negrito que triste ta
Su mimo amo Pesta roba,
Pobe negrito que triste ta,
Trabaja mucho y no gana ná.

Sibiri coronai guan guan
sibiri quiriquilei
sibiri quiriquilei
le blanqui ti está endiablá

Mama que me querrá ese hombre
que dulce está la buena guana,
que me tira de la saya
que dulce está la buena guana,
a la guana dulce y asucará
que chupa, rechupa y chupa
rechupa y chupa y no saca ná.

MIGUEL.-
(Dirigiéndose al Viejo Nicolás) A cosa dura es quitarle a los blancos cualquier ventajita pa los negros. Ellos lo que quieren es tenernos too el día doblaos, buscando oro pa ellos… Pero si un negro se muere que se pudra, y la mujé negra y los hijos negros que aguanten la pudrición.

NEGRO VIEJO.-
¿Y en qué quedó la cosa, negro Miguel? ¿Los blancos van a mirá a los negritos del negro Cruz, que murió trabajando pa los blancos…?

VARIOS NEGROS.-
(Interviniendo) ¡Que murió trabajando pa los blancos…!

MIGUEL.-
(Mientras come) Negro es negro según parece pa toa la vida. Cuando le dije a los blancos que los negritos del Negro Cruz estaban muertos de hambre y necesitaban que los blancos miraran de ellos… porque los otros negros estábamos pa que miraran por nosotros… Cuando les dije eso, me preguntaron qué edad tenían los negritos del Negro Cruz. Y cuando les dije que los negritos tenían el varón cuatro años y la hembra dos, me costestaron que ná podían hacé porque el varón no aguantaba el trabajo en la Mina y la hembra toavía no servía pa mujé.

GUIOMAR.-
(Indignada) ¡Blancos sucios…!

NEGRO VIEJO.-
Por eso lo peor que pué pasale a los negros es no morirse. Después de muertos somos igualitos a los blancos porque nosotros nos volvemos pudrición… y los blancos también. Y entre dos pudriciones nadie sabe cuál es la blanca y cuál es la negra. Y toos nos confundimos, porque los huesos de los negros son blancos. Pero cuando estamos vivos no nos confunden ni de casualidá, y a los negros nos toca aguantá too lo que quieran los blancos. Ya el Negro Cruz se volvió pudrición y descansó, pero sus negritos que están empezando a sé negros, que es empezá a sé esclavo, son los que tienen que aguantá… ¡Suerte negra la de los negros…!

NEGRO Nº 1.-
(Preguntando) ¿Viejo Nicolás, qué tienen los negros más negro la suerte o la carne…?

NEGRO VIEJO.-
La suerte, la suerte. La carne de nosotros es negra y la suerte es negriiiiiiita…?

MIGUEL.-
(Con decisión) Es verdá nuestra suerte es negrita, pero nosotros mismos tenemos la culpa. Desde chiquitos nos dicen que la suerte es más negra que el cuero, y nos conformamos con el color de la suerte y del cuero.

NEGRO Nº 2.-
Y que vamos a hacé Negro Miguel, si el cuero mientras más agua se le echa se pone más negro, y la suerte mientras uno más se queja también se pone más negra.

(Los negros ríen)

MIGUEL.-
Ná podemos hacé pa que nuestro cuero se ponga menos negro. Si lo lavamos se queda negro, si lo cortamos retoña negro… Lo del cuero no tiene remedio y eso no debe preocuparnos, porque si la suerte cambia de color, nadie se va a fijá en el color del cuero… Pero con la suerte sí podemos hacé algo; yo creo que si lavamos bien la suerte, esta se blanquea. Y si cortamos la suerte, a lo mejor retoña menos negra… Lo del cuero no tiene remedio, pero lo de la suerte sí tiene… Y el remedio lo tenemos nosotros.

VARIOS NEGROS.-
Ay Dios, ¿y cuál es ese remedio Negro Miguel…?

(Miguel queda serio y pensativo)

NEGRO VIEJO.-
(Comprensivo) El remedio pa blanqueá la suerte parece que no mas lo conoce el Negro Miguel, y él solito ná gana con usalo… Si toos los negros quisieran úsalo… pero seguro que no quieren… Por eso es que la suerte de los negros es negriiiita, por eso es que es más negra que el cuero.

NEGRO Nº 1.-
Pero pa sabé si los negros quieren, hay que empezá por deciles lo que deben queré…

VARIOS NEGROS.-
Pa sabé si los negros, quieren, hay que empezá por deciles lo que deben queré…

(Miguel continúa serio y pensativo)

GUIOMAR.-
(Dirigiéndose al Negro Miguel) Miguel, mi Negro Miguel, ¿por qué te has quedao pensando? Por qué no le dices a los negros lo que los negros quieren sabé. Por qué no dices lo que debemos hacé pa que la suerte se haga menos negra, pa lavala y no dejá que nos la vuelvan a ensuciá… Dale el remedio a tu mujé negra, a tu hijito negro, a tus hermanos toos los negros de la Mina.

MIGUEL.-
(Emocionado) Me gusta oite hablá así negra Guiomar, me gusta bastante… Antes no me hablabas así negra Guiomar, antes me decías que tuviera cuidao con el “garrote” porque en cualquier día te iba a dejá sin marío y al negrito sin padre. Ahora me dices que le dé el remedio a los negros, y me gusta oite hablá así… y me gusta oite hablá así…

GUIOMAR.-
Yo sé que te gusta oime hablá así, y ahora siempre me vas a oí hablá así, porque yo también quiero lavá mi suerte… Esos blancos me tienen ostiná… Yo quiero sé la mujé de un negro rebelde…

MIGUEL.-
Serás la mujé de un negro rebelde, que es sé la mujé de un buen negro. Le diré a los negros como se lava la suerte, diré a mis hermanos, lo de la carne negra como el alma de los blancos, que tenemos manos con que apretar gargantas blanquitas, que tenemos dientes pa mordé al enemigo, que somos hombres igualitos a los dueños de la Mina. ¡Que la suerte de los negros se lava con sangre…!

NEGRO VIEJO.-
Miguel, Negro Miguel, los blancos te van a matá… Te van a volvé pudrición como el negro Cruz. Y too va a seguí igual… Porque la suerte de los negros se lava con sangre, pero con bastante sangre… Y la sangre del Negro Miguel es muy poquita pa lavá la suerte de too los negros.

NEGRO Nº 2.-
Verdá es que la sangre del Negro Miguel es poquita pa lavá tanta suerte negra… pero yo creo que con la sangre de los otros negros sí alcanza, y hasta pué sobrá…

VARIOS NEGROS.-
Con la sangre de los otros negros sí alcanza, y hasta pué sobrá… La sangre de los negros es barata…

MIGUEL.-
Sí, la sangre de los negros es barata. La sangre del Negro Cruz no valía ná, tampoco valía la del Negro Gumersindo, ni la del Negro Alonso, como no vale la del Negro Miguel, ni la del Negro Nicolás… Sí, la sangre de los negros es barata… Pero no podemos permití que se siga derramando en el fondo de las Minas pa que se hagan ricos los blancos, la sangre de los negros es barata, pero hay que ponela cara cuando los blancos la quieran derramá… Ella debe sé barata cuando se gasta pa lavá la suerte de los negros, pero debe costá mucho, debe costá más que esta mina y que toas las Minas juntas, cuando la necesitan los blancos.
¡Habemos mucho con la carne color de noche… y si nos unimos y luchamos, dejaremos de ser esclavos de esos hombres que tienen la carne color del día…!

NEGRO Nº 1.-
Too lo dicho por el Negro Miguel es verdaita. Pero ahora se pregunta este humilde negro cómo vamos a peleá con los blancos si estos tienen armas, y nosotros no más que tenemos dientes, manos y sangre barata… Si nos unimos sin armas nos matarán más fácil porque nos persiguen amontonaos…

VARIOS NEGROS.-
Nos matarán más fácil porque nos persiguen amontonaos… Ay Dios, ay mi abuela, porque nos persiguen amontonaos…

NEGRO VIEJO.-
(Preocupado) Yo no sé pa qué el Negro Miguel se pone a alborotá a los otros negros, pa que a la hora del “garrote”  lo dejen solo y naide salga a ocupase de Guiomar y del negrito. ¡Negra la suerte de los negros y es muy difícil lavarla!!! ¡Ay Dios, ay mi abuela…!

NEGRO Nº 2.-
Yo no comprendo por qué el Negro Nicolás dice que los otros negros dejamos solo al Negro Miguel a la hora del “garrote”. Yo no comprendo…

UNA NEGRA.-
Pa el Negro Nicolás too es negro y es triste, y dice que la suerte de los negros es difícil de lavarla… Con negros como Nicolás, nunca vamos a dejá de sé esclavos…

NEGRO Nº 1.-
¡Con negros como Nicolás, nunca vamos a dejá de sé esclavos!

GUIOMAR.-
Con negros como Nicolás sí dejaremos de sé esclavos… Yo estoi segura que ese viejo negro marchará con nosotros en la hora del “garrote” y en toa hora. Lo que pasa es que Nicolás es negro viejo y sabe más que nosotros… Pero con negros como Nicolás sí dejaremos de sé esclavos…!

NEGRO VIEJO.- (Con calma) Me contenta que la negra Guiomar tenga confianza en este negro viejo pa la hora de lavá la suerte de los negros… Los otros negros parece que no tienen confianza en este negro viejo, pero eso lo vamos a vé a la hora de lavá la suerte, que a mi entendé está cerquita… Cuando los negros comienzan a hablá de estas cosas, es porque las cosas se están poniendo malas pa los blancos. Cuando se empieza a acabá el miedo de los negros, debe empezá a nacé el miedo de los blancos… Y los negros a empezao a hablá sin miedo de estas cosas: las palabras del Negro Miguel han sío bien recibidas por toos los negros. En las caras se les vé la esperanza y las ganas de empezá a lavar la suerte. Pa un blanco la cara de un negro siempre es un misterio y nunca llega a sabé lo que hay por dentro; pa otro negro la cara de un negro dice muchas cosas y siempre sabe lo que hay por dentro…
Yo no quiero seguí siendo esclavo de los blancos, y tengo que no querela mucho más que toitos ustedes, porque cuando yo era negro joven era libre de los blancos. Estaba por debajo de otro hombre llamado Rey, tenía el cuero del mismito color del mío.
Nunca es bueno está por debajo de otro hombre, pero cuando éste tiene el cuero del mismo color de el de uno, la cosa se hace menos dura, porque por más que se llame Rey, siempre es negro… Y negra es la suerte de los negros. ¡Ay mi mama, ay mi abuela…!

VARIOS NEGROS.-
¡Con negros como Nicolás dejaremos de sé esclavos… dejaremos de sé esclavos…!

MIGUEL.-
(Arengado) Los negros dejaremos de sé esclavos, si too decidimos no selo más; si a too nos dan ganas de lavá la suerte en cuanto llegue un momento bueno… Yo no sé cuándo llegará ese momento; el Negro Nicolás cree que ese momento está cerquita, y ese negro sabe mucho, por eso yo lo creo también. Un negro dijo que no podíamos hacé ná porque las armas las tenían los blancos, y yo quiero decile a ese negro que los blancos tienen las armar… y los negros ganas de quitárselas… Y a cosa seria debe sé un negro con arma… ¡a cosa seria Dios mío!!!

TODOS LOS NEGROS.-
¡A cosa seria debe sé un negro con arma… a cosa seria Dios mío…!

GUIOMAR.-
(Llena de emoción) Debemos estar alegres porque el momento de lavá nuestra suerte está cerquita. Así lo cree el viejo Nicolás y ese viejo sabe mucho…
Isabel, mis hermanas, las negras toas, ya no volveremos a peleá entre negros. Ahora marcharemos unías al lado de nuestros negros. ¡Ya no pelearemos más, Isabel, mis hermanas negras…!

LA MUJER DEL NEGRO Nº 2.-
Ya no pelearemos más, negra Guiomar… porque cuando pelean los negros ganan los blancos. Ahora too los negros nos uniremos y formaremos una cosa grandota, que será como una noche larga y oscura que se tragará a los blancos, así como la Mina se traga a los negros… ¡Ya no pelearemos más, negra Guiomar…!

LAS OTRAS NEGRAS.-
¡Ya no pelearemos más, negra Guiomar…!

NEGRO VIEJO.-
(Serenando los ánimos) Bueno, bueno, ya hemos hablao bastante de que vamos a lavá nuestra suerte y hay que sabé esperá el momento… Por ahora recordemos que estamos en la Mina y que no tardan en llegá los blancos pidiendo que bajemos a escarbá la tierra… Mejor es dejá las palabras sobre el lavado de la suerte, porque pueden llegar los blancos a recordarnos que no ha llagao el momento y a darnos “garrote”. Toitos estamos de acuerdo y no hay más que hablá… Ahora recordemos que estamos en la Mina…

MIGUEL.-
(Comprensivo) El Negro Nicolás tiene razón… Toitos estamos de acuerdo y no hay más ná que hablá.

TODOS LOS NEGROS.-
¡Toitos estamos de acuerdo y no hay más ná que hablá. Y no hay más ná que hablá…!

(Los negros se van tranquilizando – Silencio)

(Aparecen mineros blancos armados con sables)

UN MINERO BLANCO.-
Hasta cuando descansan hijos del Diablo. Ya es tiempo de volver a las Minas. Pena debía dar dejarse ver tanto tiempo por el sol… ¡Vamos andando animales de otras tierras, vamos andando…!

(Los negros permanecen tranquilos y en silencio)

OTRO MINERO BLANCO.-
No oyeron lo que les dijo negros sucios. ¡O es que esperan que los saquemos a sable y garrote!

NEGRO VIEJO.-
Los negros no queremos que nos den “garrote” señores blancos… Los negros no queremos y ya vamos a ir andando, señores blancos…

UN MINERO BLANCO.-
(Empujando al Negro Viejo) Dices que vas andando y no te mueves negro asqueroso…

GUIOMAR.-
(Exaltada) ¡No maltraten al Viejo Nicolás porque eso es como maltratá a toos los negros…!

MINERO BLANCO.-
Con que te duele lo que se le haga a este negro asqueroso… Con que la negra más deseada de Tierra Firme ha venido a ser para este viejo sucio… ¡quién iba a pensarlo…!

(Rién los mineros blancos)

TODOS LOS NEGROS.-
Toos queremos al Negro Nicolás como un padre. Y nos duele lo que le hagan a él…

MINERO BLANCO.-
(Golpeando al negro viejo) Pues si les duele a todos, mejor. Eso nos tiene sin cuidado, ¡esclavos puercos…!

MIGUEL.-
(Agarrando al minero blanco) Señor no maltrate al Negro Nicolás que está viejo y enfermo… Él no se ha metío con ustedes. Señor deje tranquilo al Negro Nicolás… se lo pedimos los otros negros…

MINERO BLANCO.-
(Golpeando a Miguel) ¡Suéltame que me ensucias…!

TODOS LOS NEGROS.-
(Lanzándose sobre los blancos) Ellos tienen las armas y nosotros las ganas de quitárselas. ¡Ay mi mama, ay mi abuela…!

(Se entabla la lucha entre negros y blancos hasta que aquellos desarman a estos)

NEGRO VIEJO.-
¡Bien decía yo que estaba cerquita el momento de lavá nuestra suerte…!

TODOS LOS NEGROS.-
Bien lo decía el Viejo Nicolás… ¡Ay mi mama, ay mi abuela…!

MIGUEL.-
¡Ahora a juntarnos con los otros negros, pa formá too juntos una cosa grande y negra, como una noche larga y oscura que se trague a los blancos…!

TODOS LOS NEGROS.-
(Saliendo) ¡Una cosa grande y negra que se trague a los blancos!!! ¡Ay mi mama, ay mi abuela!!


Telón


El Nacional. Papel Literario. Caracas (12 y 19/12/1943) p.13

miércoles, 13 de junio de 2012

Gilberto Pinto


http://dimeo.es/2011/12/08/gilbertopinto/

LOS
FANTASMAS
DE

TULEMÓN



REPARTO


TULEMÓN GONZÁLEZ
FRAC CELESTE
FRAC NEGRO
FRAC ROJO
POLÍTICO A
POLÍTICO B
JACINTO
CAMPESINO A
CAMPESINO B
ESTUDIANTE A
ESTUDIANTE B
ESTUDIANTE C
LA MADRE
CLARA
EL PADRE
BENITO
EL MENDIGO
EL AMANTE
JUEZ
FISCAL
RAMÓN
ROSA
VECINO A
VECINO B



PARRA
SACERDOTE
OFICIAL
CURA
FUNCIONARIO
OBRERO
EFRAÍN
MESONERO
ESBIRRO A
ESBIRRO B
ESBIRRO C
TORTURADO A
TORTURADO B
TORTURADO C
PRESO A
PRESO B
PRESO C
AZCARRAGA
ABOGADO
MUCHACHO
HIJO
SARA
SANTIAGO
EL JEFE
PERIODISTA 1
PERIODISTA 2
PERIODISTA 3
PERIODISTA 4


Un ambiente impreciso, en el cual una zona real aparece mezclada a varias zonas irreales. Atmósferas que serán diferenciadas por hábil empleo de la luz y de los elementos escénicos.
En el espacio real – que domina la zona del centro- vemos un camastro, una silla y una mesa. Los espacios irreales aparecen entarimados alrededor del anterior, como si lo oprimiesen, y son espacios desnudos que se alzan a diferentes niveles. Cualquier elemento escénico que juegue en ellos, será introducido por los mismos intérpretes.
Como podrá observarse, el tiempo y el espacio de la acción han sido dislocados voluntariamente. Será como enterarse de la apariencia general de un inmenso mural, organizándolo a través de sus fragmentos.
Los personajes pertenecientes a la vida pasada de Tulemón lucirán un poco desteñidos, como objetos que hubieran permanecido mucho tiempo sumergidos en el agua; y su indumentaria corresponderá a la época y al momento en que Tulemón entró en contacto con ellos. En lo que respecta a los que forman parte de la vida futura que él se imagina, resultarán más dinámicos, más cercanos; siendo su indumentaria más definida –posiblemente exagerada-, de acuerdo a la intensidad con que ellos se presentan en la mente de Tulemón. Sería conveniente –debido a la forma desordenada en que aparecen y desaparecen en la imaginación del protagonista- que se presenten cada uno vestido de una manera muy particular de principio a fin. Esto con el objeto de ayudar al espectador a identificarlos de inmediato.
En lo que se refiere al juego escénico, Tulemón puede o no mezclarse a los personajes que imagina, de acuerdo a la estructura de las escenas (incluso, en algunos momentos, estos personajes pueden invadir la zona real). Lo que es preciso no olvidar es lo siguiente: Jacinto es el único personaje que verdaderamente está relacionado en forma física y presente con Tulemón.


PRIMERA PARTE

(Cuando el telón se levanta, Tulemón – sentado en el camastro- come cualquier depauperado alimento. Lo hace con la pasiva lentitud de un bovino)
(Tulemón es un hombre de unos cuarenta años, cuya salud ha sido golpeada duramente por el prolongado encierro al que se ha sometido. Luce demacrado. Tose a menudo. Su corazón no es muy firme y sufre desfallecimientos. Sólo sus pupilas conservan aún el brillo y la agresividad de antaño. En su boca, especialmente, se ve reflejada su narcisista soberbia y su congénita malignidad. Su traje, que en un tiempo fue de calidad, hoy se nota ajado, sucio, liquidado… tan liquidado como él)

(Hay una pausa)

(Entran tres hombres vestidos de frac. Uno de negro, otro de rojo y el tercero de azul celeste. Se mueven en la zona entarimada)

FRAC CELESTE.- La vida consiste en lo que un hombre piensa todo el día.

FRAC NEGRO.- Lo dijo Emerson, un filósofo. Pronto hará cien años.

FRAC ROJO.- Así es, así ha sido, así será.
(Hay una pausa)

FRAC CELESTE.- He aquí a Tulemón.

FRAC NEGRO.- Un hombre solo.

FRAC ROJO.- Tal vez a pesar suyo.

FRAC CELESTE.- Como todo hombre aislado, se ha vuelto puro pensamiento.

FRAC NEGRO.- Exacto. Tulemón es un hombre que piensa.

FRAC ROJO.- Lo que de ninguna manera significa que piense bien.

FRAC CELESTE.- O que piense mal.

FRAC NEGRO.- Simplemente piensa en su vida, en lugar de vivirla.

FRAC ROJO.- Mediatizado por la circunstancias.

FRAC CELESTE.- Circunstancias que él ha contribuido a forjar.

FRAC NEGRO.- Porque todo hombre, casi siempre, es responsable de lo que le sucede.

FRAC ROJO.- Aunque por lo general, no admita su responsabilidad.

FRAC CELESTE.- Y busque excusas. Fuera de él. Fuera del ejercicio de su propia libertad.

FRAC NEGRO.- Pero la verdad es que nadie está sujeto a nada.

FRAC ROJO.- A nada que no desee aceptar.

FRAC CELESTE.- Y Tulemón, desde luego, no es una excepción. Aunque algunos de ustedes se le ocurra pensar que sí lo es.
(Hay una pausa)

FRAC NEGRO.- Así que le veremos pensar.

FRAC ROJO.- Repensar.

FRAC NEGRO.- Sobre su vida. Pasada, presente, futura.

FRAC ROJO.- Verdadera o mixtificadamente.

FRAC CELESTE.- Y habrá que tener mucho cuidado, porque de lo contrario nos resultará difícil no confundir su realidad con su irrealidad.

FRAC NEGRO.- Dicho esto, les dejamos.

FRAC ROJO.- Solos con el hombre solo.

FRAC CELESTE.- Para que ustedes lo juzguen… ¡y vean qué hacen con él!

(Los tres fracs salen)
(Hay un silencio)

TULEMÓN.- En esta maldita ratonera terminarán por confundirse el día y la noche. Siempre sombras. Y una hora es igual a la siguiente y a la otra.
(Pausa)
La verdad es que arrastro una existencia muy parecida a la de un topo. ¡Peor que eso! Llegará un momento en que olvidaré el color del cielo. ¡Y con lo que me gustaba verlo! Fuera del cielo no hay nada limpio, esa es la verdad. ¡Y ahora me lo niegan ese montón de cerdos!
(Al fondo aparecen dos hombres. Caminan)

POLÍTICO A.- La verdad es que este asunto de Tulemón me tiene bien cazcorvo. A veces pienso que se lo tragado la tierra.

POLÍTICO B.- Es muy posible. Como dicen que hasta tenía pacto con el diablo.

POLÍTICO A.- Se le ha buscado por todas partes, más que a una aguja en un pajar ¡y nada! ¿Tú crees que se haya largado del país?

POLÍTICO B.- Lo dudo.

POLÍTICO A.- Yo también. En realidad se han tomado todas las precauciones posibles y se mantiene una vigilancia arrechísima. Eso no se puede negar. El gobierno de facto se ha portado a la altura. Cosa que, por otra parte, me parece correcta tratándose de un caso como éste. Tulemón es como el símbolo de todos estos años oscuros, porque –apartándonos de tonterías- hay que convenir en que era el hombre fuerte de ese tremendo engranaje. Como quien dice: su dínamo. Esa es la purísima verdad, y el que no la vea es porque está ciego.

POLÍTICO B.- O porque aún tiene miedo.

POLÍTICO A.- Posiblemente. Todavía hay gente que le teme a los fantasmas. En fin… yo creo que el pueblo se sentiría mucho más tranquilo si lográramos echarle mano. Así que para nosotros sería una estupidez dejarlo escapar.

POLÍTICO B.-  Por supuesto.

POLÍTICO A.- Tulemón tiene muchas cosas a las cuales responder.

POLÍTICO B.- Así es.
(Hacen mutis)

(Hay una pausa)

TULEMÓN.-  ¡Bah! Responsabilizarme sería lo de menos. Además, ¿quién lo va a hacer? Muchos de esos hombres importantes, que hoy se llenan la boca hablando de libertad, fueron mis colaboradores gratuitos. Es más: se atropellaban por servirme. Por eso es que en este país la responsabilidad siempre ha estado de capa caída.  Así que lo que les interesa a los políticos  es el efecto que mi captura  causaría en el pueblo. ¡Demagogos! ¡Los conozco demasiado bien!
(Va a la mesa, abandona su pitanza y bebe agua)
¡Frijoles con arroz! Estos menjurges acabarán con mi estómago, si es que no han acabado ya. Bien sabe el diablo que daría con gusto  mi mano derecha por comerme una langosta fría con mayonesa, o unos buenos mejillones. Todo rociado con Chablis. Con un Chablis a punto.
(Da unos pasos)
Si pudiera al menos abrir la ventana… aunque sólo fuese una ranura. Un minuto apenas, o algo menos. Lo suficiente para darme cuenta de que el mundo no ha cambiado, que sigue ahí, igual a como lo dejé. Salvo la diferencia causada por las pequeñas cosas, naturalmente. Cosas que, a fin de cuentas, significan muy poco.
(Algunas sombras se desplazan por el entarimado, agazapadas, como si cercaran a alguien y se dispusieran al asalto)
Muy poco, sí. Porque todo va y viene. El mal y el bien, el odio y el amor, la miseria y la riqueza… como si anduviesen montadas en un carrusel, yendo y viniendo. Y nosotros de pie, esperando a que retornen. Porque nada se va por completo. En una u otra forma retorna… como el verano, como las nubes. Y así cada cual, tarde o temprano, volverá a lo suyo. Eternamente será lo mismo.
(Las sombras al fondo y a los lados, cambian de posición entrecruzándose)
Podría abrir la ventana. Bastaría para ello un movimiento mínimo, sencillo.
(Alarga el brazo. Las sombras, al fondo, se yerguen como serpientes: elásticamente y sin ruido)
Sí… muy sencillo. 

(Bruscamente aparece Jacinto. Viste unas bragas sucias)

JACINTO.- ¡Tulemón!

TULEMÓN.- (Sin mirarlo) ¿Qué pasa?

JACINTO.- No se te ocurra abrir la ventana.

TULEMÓN.- ¿Por qué?

JACINTO.- Alguien podría verte.

TULEMÓN.- La abriré apenas. Lo suficiente para mirar el cielo.

JACINTO.- ¡Ni un milímetro, dije! Además el cielo no tiene nada que verle.

TULEMÓN.- ¿Qué sabes tú?

JACINTO.- ¿Qué sé yo de qué?

TULEMÓN.- Del cielo. ¿Lo has mirado alguna vez con atención? ¿Sabrías diferenciar sus intensidades de luz? ¿Sabes acaso, en qué lugar se levanta la Cruz del Sur, o qué formas tienen la Osa Mayor y la Constelación de Andrómeda? ¿Has pegado alguna vez tu ojo estrábico a la mira de un telescopio? ¿Lo has hecho?, di.

JACINTO.- Seguro que no. Suelo mirar más a la tierra.

TULEMÓN.- Como los burros de carga.

JACINTO.- Ni más ni menos. Soy un burro de carga, Tuelemón. Un obrero. Y me siento orgulloso de…

TULEMÓN.- ¡No hace falta que lo digas! Todo en ti lo vocifera. Estás saturado de ese promiscuo orgullo. Eres tan ordinario que te conformas con…

JACINTO.- Hazme caso, vale. Sabes que te andan buscando como palito de romero. Cualquier cosa podría delatarte. Y no es sólo que te descubran sino que al mismo tiempo me enzanjonarías a mí por enconcharte. ¿Lo entiendes ahora?

TULEMÓN.- Está bien, Jacinto. No abriré la ventana. Dile a tu negro pellejo que puede marcharse tranquilo.

(Las sombras, al fondo, pierden su actitud agresiva… como monigotes de nieve cuando el sol los toca)

JACINTO.- Comprende que lo hago por tu bien, Tulemón.

TULEMÓN.- (Impaciente) Basta, basta.

(Jacinto sale)

(Hay una pausa)

(Clara cruza de un extremo a otro. Lleva en las manos un jarrón de rosas)

TULEMÓN.- Tal es la situación. Debo permanecer en este agujero herméticamente encerrado… como un cadáver en el interior de su ataúd. Yo, un hombre que ha nacido y vivido a campo descubierto. (Suspira resignado) Todo sea por las pequeñas cosas, Tulemón. (Pausita) Tengo que dar la impresión de que aquí no vive nadie. Nada de luz, nada de ruido, nada de mirar al cielo, porque… ¿cómo fue que dijo ese imbécil?... ¡Ah, sí! Me buscan como palito de romero.
(Las sombras, en la misma actitud de casería, hacen mutis)
¡Qué impresión más ridícula! ¿Pero qué otra cosa puede esperarse de semejante patán? De seguro que no ha visto al cielo más que para saber si amenaza lluvia o no.
(Da unos pasos)
¡Y pensar que aquí tiene hasta el derecho de votar! Es decir: de opinar sobre la forma de conducir la nación. ¡Este iletrado, ese burdo y folklórico fantoche! (Rezongando) ¡Y todavía hay quienes hablan de progreso!

(Aparecen los dos políticos. El primero de pie sobre un taburete; el segundo a su lado, en el piso, comiéndose una tostada)

POLÍTICO A.- (En líder) Y ahora, derrotada al fin la dictadura, la justicia y el progreso vuelven a ustedes como el ave félix que se sacude la cenizas de la ignominia y echa a volar garbosa por los caminos generosos de la patria. Y es por eso que estamos nosotros aquí, duros sobre esta tierra que haremos prosperar, buscando vuestro apoyo para resolver la problemática nacional.

(Al otro lado de la tarima aparece un grupo de campesinos)

CAMPESINO A.- ¡Primero danos pan, y luego coba!

(El político detiene su discurso y mira hacia un lado)
(Entra un agente vestido de civil, agarra al campesino por un brazo y lo saca de escena. Debe notarse claramente que se trata de una detención)

POLÍTICO A.- Así es, compañeros. Buscamos vuestro apoyo. El apoyo de nuestros hermanos del pueblo, para quienes –desde esta tribuna- enviamos un caluroso abrazo. Un abrazo de consanguinidad… ¡porque somos hijos de la misma sangre!
(Chasquea los dedos hacia el Político B. Éste capta rápidamente la seña, se mete la arepa en la boca, sujetándola con los dientes, y aplaude. La multitud lo imita)

TULEMÓN.- “Son ciegos que guían a otros ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo”.

(El líder hace señas de guardar silencio. El ruido cesa)

POLÍTICO A.- Sí, hermanos. Buscamos el apoyo de los hombres que tienen tabaco en la vejiga, de los hombres a quienes no se les arrugan, ¡para votar contra el miedo!

CAMPESINO B.- ¿Por qué no viniste dos años atrás, cuando en verdad sí que teníamos miedo? ¿Estabas debajo de la cama o enchufado con ellos?
(Entra el agente vestido de civil y lo saca)

POLÍTICO A.- Sí… ¡contra el miedo! Porque como dijo nuestro ex-compañero de partido, el glorioso Simón Bolívar: “Los rusos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miseria en nombre de la libertad”. Y ustedes, aunque no lo crean, son americanos. Y como dice el dicho: ¡América para los americanos!

CAMPESINO C.- ¿Para los americanos de Norteamérica, chivato?
(Entra el agente vestido de civil y lo saca)

POLÍTICO A.- Así, compañeros, que adelante con los faroles… ¡el ave félix ha resucitado!

(El Político B aplaude. La multitud lo imita)

POLÍTICO A.- (Inclinándose hacia el otro) ¿Cómo estuve?

POLÍTICO B.- Convincente, compañero, ¡convincente!

(El Político A baja del taburete)

POLÍTICO A.- ¿Te das cuenta? Ganaremos las elecciones. ¡Cada vez tenemos menos oposición!

POLÍTICO B.- Y a los pocos que protestaron los convenciste rápidamente. ¡Eres un dialéctico!

POLÍTICO A.- Gracias, compañero, gracias. Tu Jefatura Civil es un hecho. (Transición) Bueno, esto se terminó. Que suban a los camiones que nos vamos.

POLÍTICO B.- (Gritando) ¡A los camiones, a los camiones! ¡El que no coma avispa se queda!

(Toma el taburete y, junto al otro, sale)
(El grupo de campesinos se dispersa haciendo mutis)

TULEMÓN.- ¡El ave félix!... ¡siempre los mismos cerdos! Parece que estuviésemos condenados a no liberarnos de ellos.
(Va a la silla y se sienta)
En fin… será menester quedarse quieto. Parece que es menos importante el cielo que la vida. Y, sin embargo… ¡qué hermoso era! Por las mañanas: azul, a veces blanco cuando amenazaba la lluvia, blanco como un lienzo; otras moteado, con nubecillas que parecían raciones de algodón de azúcar. ¿Y al atardecer? Gris, anaranjado, lila, rojo, todo mesclado como en una pintura. Sí, era hermoso. Pero, ¿qué pasa? Hablo en pasado, como si el cielo hubiera muerto… ¡o como si yo hubiera muerto!
(Camina preocupado. Se detiene. Saca del bolsillo un calendario – de esos minúsculos que obsequian las farmacias- y enumera los meses, llevando la cuenta con los dedos)
Enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre… ¡once meses! Y me han parecido como siglos. Así habrán transcurridos de lentos.
(Hace picadillo el calendario. Tose. Arroja los trocillos de cartulina al aire. Bebe agua)
Hace calor en esta maldita pocilga. Debo estar viviendo en el intestino de la ciudad.
(Un acceso de tos. Pausa. Camina)
Por la noche, cuando no es invierno, el cielo es azul marino, casi negro… engrapado de luceros. Son como gigantescas luciérnagas. (Sonríe) Quien me oyera hablar no lo creería. Deben tener otra imagen de mí.

(Entran tres estudiantes, saltando, riendo, haciéndose cosquillas y aflautando la voz como mujeres)

ESTUDIANTE A.- a Tulemón le gusta ver el cielo.

ESTUDIANTE B.- No me lo digas porque me desmayo.

ESTUDIANTE A.- Y también le gusta ver el mar.

ESTUDIANTE C.- Ay, no me digas más nada.

ESTUDIANTE A.- Y, además, los versos y las flores.

ESTUDIANTE B.- ¡Jesús con tú!

ESTUDIANTE A.- ¿No será que además de hijo de puta es maricón?

LOS TRES.- ¡Sííííííí´…!

(Salen corriendo)

TULEMÓN.- (Agitado) ¡Imbéciles! ¡Jamás ha comprendido nada! ¡Comunistoides! No hacen más que revolcarse en sus procederes burdos y en su procacidad. ¿No saben acaso que Himmler, ¡sí como lo oyen!,  ¡Himmler!, solía entrar de noche a su casa por la puerta trasera para no despertar a su canario favorito? ¡Sí, a su canario! Lo cual significa que le tenía más aprecio que a ese hatajo de judíos que infectaba toda Europa. Por algo sería ¿no? (Se queda pensativo, luego murmura:) Su canario…

(Entra La Madre, mujer de treinta años, una autentica fémina de pueblo. Trae una jaula en las manos) 

LA MADRE.- Tulemón… ¡Tulemón!...

(El hombre se queda quieto, inmóvil, de espaldas a la mujer: parece querer mimetizarse con las cosas, para que su madre no lo consiga. Pausa. Ella lo busca)
Tulemón… ¿dónde te has escondido? ¡Sé que andas por ahí!
(Él continúa inmóvil, siempre de espaldas a ella, sintiendo que la voz lo asalta por la nuca como el sueño)
¡Sal de donde estés, Tulemón! Eres un niño malo y Dios te va a castigar. ¿Me estás oyendo, Tulemón? ¡Sal de inmediato!

(Tulemón da un paso, resignado. Habla sin mirarla)

TULEMÓN.- ¿Qué quieres, mamá?

LA MADRE.- Dime una cosa, muchacho del demonio: ¿qué has hecho con el canario?

TULEMÓN.- No quería cantar.

LA MADRE.- ¡Embuste! Siempre cantaba.

TULEMÓN.- No cuando yo quería… como anoche.

LA MADRE.- Los pájaros no cantan por la noche.

TULEMÓN.- Porque no quieren. Tenía que obligarlo, madre. Un hombre es un hombre.

LA MADRE.- ¿Y qué con eso?

TULEMÓN.- Papá siempre me repite que el Señor dijo: “Dios y Hombre”, así que ningún animal puede desobedecernos. Por eso le dejé un ala sin plumas.

LA MADRE.- ¡Virgen del Carmen!

TULEMÓN.- Y como no cantaba, le desplumé el otro lado. Y así, de insistencia en insistencia, le dejé sin plumas todo el cuerpo.

LA MADRE.- ¡Eres un salvaje!

TULEMÓN.- luego llevé la jaula al patio y la dejé bajo la lluvia.

LA MADRE.- ¿Era eso lo que hacías mientras yo le rezaba a las ánimas?

TULEMÓN.- Sí.

LA MADRE.- Dios mío, no sé qué voy a hacer contigo para que te enmiendes. ¡Tendré que meterte al cuartel!

TULEMÓN.- Al principio se mostró animoso, saltando de un lado a otro, tratando de esquivar las gotas de agua. Pero eran muchas, así que se fue quedando quieto: primero en el palito, luego abajo. Por un momento me pareció que iba a cantar… pero no. Se fue aplastando contra el piso, como una hoja abatida, hasta quedarse quieto… ¡pero no cantó! ¿Por qué, madre, si era lo que yo quería?

LA MADRE.- Ha muerto de frío. Eres maluco, Tulemón. Maluco y perverso. Y se lo diré a tu padre en cuanto llegue, para que te dé una buena paliza.
(La madre hace mutis llevándose la jaula)

TULEMÓN.- (Con rencor) ¡Mi padre! (Irónico) Un diamante engarzado en platino. (Con ira) Sabes que me zurraba para complacerte… igual que te zurraba a ti para complacerse él. Nunca me pegó por deber, porque me convenía en un momento dado una buena zurra. Jamás me dio un consejo… salvo aquel de que “hay que ser hombre”, y cuyo significado muchas veces no entendía. (Pausa) Mi padre, mi padre…
(Tose. Luego va a tenderse en el camastro. Pausa)
¿Qué hora será? ¿Las cuatro? ¿Las cinco? ¿Las seis? Quizá las seis. Las sombras se han hecho más densas. O las cinco y media…
(Se escucha muy atenuada, la musiquita infantil de una camioneta de helados)
(Se ve a Clara cruzar el escenario, por el fondo)
Dentro de un rato las sombras se volverán más negras y la oscuridad me envolverá… cada vez más espesa… como si del cielo arrojaran una gran cortina de terciopelo. Entonces todo mi cuerpo se disolverá en ella, como una sombra más. Y comenzaré a pensarme como todas las noches: esto que muevo aquí es mi mano, la derecha, no la veo pero sé que está ahí, como una mariposa angustiada por la falta de luz. Sé que tiene cinco dedos y cinco uñas y un lunar en la palma… justo al pie del dedo gordo, del pulgar…

(Aparece Clara sonriendo, sentada en una silla)

CLARA.- (Amorosa) Tulemón, ¿qué es lo que más te gusta de mí?

TULEMÓN.- Tus manos. Son hermosas. ¡Y tan distintas a las mías!

(Él tiende sus manos ante sí y, al otro lado, Clara parece tomarlas. Al hacerlo, es como si le atrajese hacia sí. Tulemón se le acerca)

CLARA.- Las tuyas no son feas.

TULEMÓN.- ¡Claro que lo son! Toscas, callosas, maltratadas por el trabajo en el campo. No me gustan mis manos, Clara.

CLARA.- Son manos de hombre, Tulemón. Fuertes, viriles. Tienen una hermosura distinta, ¿comprendes?

TULEMÓN.- NO, no comprendo… ¡y las detesto! Soy un hombre superior, Clara. ¡No debí trabajar nunca con las manos!

CLARA.- (Sonriendo) Pareces un niño: ¡enojarse así con tus manos!

TULEMÓN.- ¿Te imaginas a estas burdas manos sosteniendo un libro de Rimbaud o de Verlaine? ¿O tomando una flor… o tu barbilla? Es como una profanación.

CLARA.- Querido, eres un poeta. ¡Un poeta tonto! Lo cierto es que me encanta sentir tus manos en mi piel, me encanta cuando acarician mis senos, mis nalgas, todo mi cuerpo. Tienen la consistencia de lo que debe ser un hombre.

TULEMÓN.- Porque ustedes creen que un hombre debe ser un bloque de concreto. Les gusta, no que las acaricien, sino que las agredan. Mientras más delicadas son, más solicitan la torpeza. Eso es todo. (Vuelve a la mesa, irritado)

CLARA.- Tulemón, ¡por Dios!

(Pausa)

TULEMÓN.- Además, me recuerdan el pasado.

(Clara desaparece)

VOZ DEL PADRE.- ¡Tulemón: ande a lavar el chiquero!

VOZ DE LA MADRE.- ¡Tulemón: córtame un poco de leña!

VOZ DEL PADRE.- ¡Tulemón: véngase conmigo que vamos a abrir unos surcos!

VOZ DE LA MADRE.- ¡Tulemón: arranca cinco piñas y se las llevas a don Eusebio!

TULEMÓN.- ¡Basta! ¡Estoy harto de todo eso! ¿No saben que me avergüenzan? ¡Déjenme tranquilo! No los quiero, ¡no los quise nunca! ¿Por qué, entonces, insisten en hacerme compañía?
(Tiene un acceso de tos)
¡Carroña! No tuvieron para mí ni una sola palabra de aliento ¡jamás! No vivieron sino para humillarme. ¡Aun ahora que han pasado tantos años, los siento pegados a mí como una lepra!
(Tose. Se sofoca)
Quiero arrancarlos de mí para siempre… ¡para siempre! Son como una mala yerba… han corrompido mi espíritu…
(Cae en una silla, respirando con dificultad)
Un hombre es lo que quiere ser… ¡Ustedes no lo comprendieron nunca! Se habían habituado en demasía a vivir como animales: sin ver más allá de sus narices, comiendo migajas, revolcándose en su inmundicia, en su promiscuidad. ¡No podía soportar más la vida a vuestro lado! Por eso me largué… quería respirar un aire que no oliese a podredumbre…
(Su respiración se hace más sofocada)

(Aparece Frac Negro, avanzando lentamente, observándolo con atención)
(Tulemón parece desfallecer)

FRAC NEGRO.- (Suave) Tulemón…

TULEMÓN.- ¿Qué quieres?

FRAC NEGRO.- ¿Estás listo?

TULEMÓN.- ¿Listo para qué?

FRAC NEGRO.- Para venir conmigo.

TULEMÓN.- Aún no.

FRAC NEGRO.- ¿Estás seguro?

TULEMÓN.- Completamente. Mi corazón es duro como un yunque.

FRAC NEGRO.- ¿En verdad lo crees?

TULEMÓN.- Estoy seguro. ¿O piensas que te rechazo por miedo?

FRAC NEGRO.- Tal vez. A más valientes que tú los he visto llorar. Tú más que nadie lo sabe.

TULEMÓN.- Pues no te daré ese placer.

FRAC NEGRO.- Eso espero. Por general, las lágrimas me aburren.
(Hace mutis)

TULEMÓN.- (Rezongando y recuperándose) ¡Llorar! ¡Estúpida! ¿No sabes que detesto las lágrimas? ¡Ni con tormento me arrancarían la mitad de una!
(Se incorpora, va a la mesa y enciende un cigarrillo, haciendo pantalla con las manos, aún temblorosas)

(Aparece Benito atado a una silla. El rostro sangrante)

BENITO.- (Lloriqueando) Ten piedad, Tulemón… ¡ten piedad!

(Tulemón se le acerca, furioso)
TULEMÓN.- ¡Piedad, piedad! ¡Eres un cobarde! Sabes muy bien que ni tú ni yo conocemos la piedad, ¿por qué la sacas a relucir ahora? (Pausa) ¿Tienes miedo de morir?

BENITO.- No. Lo que me resulta insoportable es el dolor.

TULEMÓN.- ¡No llores! Cuando te metiste en esto sabías lo que podría ocurrirte si llegabas a caer.

BENITO.- es cierto. Pero era algo lejano para mí… como el que piensa que algún día podría ocurrir un terremoto en su ciudad. Nunca pensé demasiado en ello.

TULEMÓN.- Por eso ahora te sorprende. Hiciste mal, Benito. Es bueno prepararse siempre para lo peor. Forma parte del juego, ¿sabes?

BENITO.- Prefiero que me mates.

TULEMÓN.- Te creo. A todos les pasa igual. Pero no lo haré. Sería demasiado simple, ¿no lo crees? Además: matar no es mi negocio. Por el contrario: cuando alguno de ustedes muere, lo lamento. Pero no por ustedes, entiéndeme bien, sino por mí. Siento como una especie de humillación… ¿cómo te diría?... la humillación del fracaso. Entonces quisiera volver atrás y reiniciar el tratamiento. Pienso que algo no ha estado bien, que trabajé con torpeza. Pero es inútil. Un cadáver es un cadáver, y no queda más camino que meterlo bajo tierra para que no se ponga a apestar.

BENITO.- ¡Eres una mierda, Tulemón!

(Tulemón lo agarra por los cabellos, furioso)
TULEMÓN.- Pero una mierda libre. Tú, en cambio, eres una mierda acorralada, una mierda que llora. (Lo suelta) Voy a dejarte una hora para que pienses bien lo que vas a hacer. Entre tanto veré lo que se me ocurre. ¿Sabes? Uno se aburre de emplear siempre los mismos medios, entonces es preciso usar la imaginación. De lo contrario este oficio resultaría mediocre. En fin… sea lo que sea lo vas a lamentar; te lo prometo.
(Tulemón regresa a la zona del centro)

(Benito desaparece)
(Tulemón camina de un lado a otro, como hombre que no tiene dónde ir)

TULEMÓN.- ¿A qué hora vendrá Jacinto? Necesito hablar con alguien… aunque sea con ese asno. De lo contrario terminaré por volverme loco. (Se pasea) Es penoso para un hombre como yo, el haber descendido hasta esto. Espero que la pesadilla no sea tan larga.
(Va a sentarse en el camastro)
¡Es desesperante! Del camastro a la silla, de la silla a la mesa, de la mesa al camastro y vuelta a la silla… ¡me parece haber girado en esta órbita por toda una eternidad! (Pausa) Si al menos pudiera leer… (Furioso) ¡Ese negro parece torturarme! Ni libros, ni radio, ni mujeres… me condena al aburrimiento, a la soledad, a la angustia. Y estoy seguro que estima que me hace un favor. ¡Pobre energúmeno! Cree que un plato de frijoles y un cigarrillo son suficientes. Ignora que la vida es algo más que el monótono latir del corazón.
(Hay una pausa)
(Lentamente entra El Mendigo. Recoge una colilla de cigarro, la enciende y le da dos chupadas. Se sienta pausadamente al borde de la tarima)

EL MENDIGO.- Tulemón… ¿sabes qué cosa afecta más al hombre? ¡La humillación! Es capaz de soportarlo todo, menos eso. Tarde o temprano la humillación termina por aniquilarlo. (Pausita. Fuma) Por eso es que el hombre odia la miseria… porque la miseria es la más grande humillación. Ser mísero es como privarse de la vida. Es como estar ahí para ver vivir a los demás, ¿me entiendes? Por eso han convertido al mundo en una jungla, en donde luchan como fieras, inhumanamente, destruyéndose los unos a los otros. No quieren caer… porque caer significa vivir míseramente. Significa estar un poco muertos. (Se levanta. Da unos pasos. Pausa) Tulemón: tienes que levantarte de ese banco. Tienes que buscar un camino que lleve hacia otra vida. Bueno o malo, ¡no importa! Lo importante es que lo busques. Eres joven, Tulemón. No te dejes arrastrar hacia abajo. Lucha, trabaja, haz lo que sea… ¡pero sube! (Echa a andar) Ya hablaremos otro día sobre esto. Ahora voy por mi pitanza. Espero conseguirla sin enojo.
(Sale)

(Hay un silencio)

TULEMÓN.- Clara, cuando llegué a la capital pasé mucho trabajo. Dormí en las plazas junto a los mendigos. Sentí hambre. Un hambre que me provocaba náuseas. Tuve frío. A veces, por la noche, bajo un montón de viejos periódicos, deliraba, sentía fiebre…

VOZ DE CLARA.- ¡Pobre amor mío!

TULEMÓN.- ¡Cállate! No te he dado el derecho a consolarme. Si hablo de esto es para que te enteres de que un espíritu superior es capaz de elevarse desde las zonas más oscuras. Mi confesión debe despertar en ti admiración, no lástima. Necesito que me admires, no que me consueles. (Pausa) Quisiera saber dónde diablos andas metida.

(Aparece un diván. Bajo las sábanas, desnudos, Clara y su amante)

EL AMANTE.- ¿Eres feliz?

CLARA.- Mucho.

EL AMANTE.- ¿Estás segura?

CLARA.- Segurísima.

EL AMANTE.- (Después de besarla) ¿Y Tulemón?

CLARA.- ¿Cómo quieres que piense en otro hombre cuando tú dentro de mí me haces dichosa?

(Desaparece el diván. Tulemón se levanta agitado)

TULEMÓN.- ¡Jacinto! ¡Jacinto!

(Aparece Jacinto con premura)
JACINTO.- ¿Qué te pasa, vale? ¿Por qué gritas de esa manera?

TULEMÓN.- ¡Necesito salir de aquí!

JACINTO.- Si quieres que te linchen, hazlo.

TULEMÓN.- Podría disfrazarme.

JACINTO.- ¿Cómo?

TULEMÓN.- Búscame los medios.

JACINTO.- No.

TULEMÓN.- ¿Por qué?

JACINTO.- Podrías comprometerme.

TULEMÓN.- ¡Eres un negro cobarde! ¡Voy a matarte!

JACINTO.- Y después, ¿qué? ¿Cómo harías para salir del paso?

(Pausa. Tulemón camina, excitado)
TULEMÓN.- ¿Has visto a mi mujer?

JACINTO.- Hace tres días.

TULEMÓN.- ¿Cómo está?

JACINTO.- Sufriendo por tu ausencia. Ya te lo puedes imaginar.

TULEMÓN.- No, no me lo imagino. (Pausa) ¡Tráemela! Necesito verla.

JACINTO.- Imposible. Ya tengo yo que cuidarme de que no me vean entrar aquí.

TULEMÓN.- ¿Cuánto quieres?

JACINTO.- Si me interesara el dinero, ya te hubiera entregado. Siempre es posible sacar algo por una delación, tú bien lo sabes. Y más tratándose de ti. Pagarían con gusto.

TULEMÓN.- (Con esfuerzo) Te lo ruego, Jacinto.

JACINTO.- Olvídate de eso, vale, porque no puede ser. Lo mejor es tener paciencia. Pronto la verás. Tú sabes cómo son las cosas en este país: ¡pronto se olvidarán del asunto y podrás pasearte por las calles como si nada hubiera ocurrido!
(Jacinto sale)

TULEMÓN.- (Con ira) Ya lo verás, grandísima puta. Lo último que haré en mi vida será volverte picadillo, te juro que te vas a arrepentir. (Tose. Se sofoca) ¡Ramera!

(Entra Frac Celeste)

FRAC CELESTE.- ¡Vamos, Tulemón! Eres injusto. Sabes que, a pesar de todo, Clara siempre te ha querido.

TULEMÓN.- Lo sé. Pero son tantos días de ausencia. Clara siempre fue una mujer fogosa… ¿habrá podido resistir?

FRAC CELESTE.- ¿Por qué no? ¿No supo resistir el desprecio con que todos la miraban? El desprecio y el odio de tus enemigos. ¿No supo recibirte con los brazos abiertos, cuando regresabas tarde con ese olor a sangre?

TULEMÓN.- (Intenso) ¡Sí, sí!

(Entra Frac Rojo)

FRAC ROJO.- ¡Eso es amor, Tulemón! ¡Amor y nada más!

FRAC CELESTE.- Sólo el amor justifica que haya permanecido tanto tiempo a tu lado.

TULEMÓN.- ¿Y si lo hizo por miedo?

FRAC ROJO.- ¿Qué quieres decir?

TULEMÓN.- Clara me conocía bien. Sabía que hubiera sido capaz de matarla si me abandonaba.

FRAC ROJO.- No creo que haya sido eso.

FRAC CELESTE.- Porque si fuera cierto, Clara aprovecharía ahora que su fiero león ha perdido los colmillos para liberarse de él. Porque esa es la verdad, Tulemón: ya tú no eres fuerte, ya tú no asustas a nadie. No eres más que una débil criatura.

TULEMÓN.- (Con soberbia) ¡Recuperaré mi poder! Volveré a reinar sobre los hombres y las cosas.

FRAC CELESTE.- Es posible.

FRAC ROJO.- Porque el hombre cambia muy lentamente.

FRAC CELESTE.- Por eso tu reinado ha durado tanto tiempo.

FRAC ROJO.- Pero algún día los hombres se cansarán del dolor y de la humillación.

FRAC CELESTE.- Y, cuando eso suceda, los seres como tú carecerán de lugar sobre la tierra.

TULEMÓN.- Eso sucederá, si es que sucede, después que yo haya muerto.

FRAC ROJO.- Tal vez, pero sucederá.

FRAC CELESTE.- Porque al hombre le esperan días luminosos. Días como ese cielo que a ti tanto te encanta ver.

(Salen Frac Rojo y Frac Celeste)
(Hay una pausa. Tulemón está en el centro del escenario. Un cenital sobre él. Todo lo demás a oscuras)

TULEMÓN.- ¡Ilusos! ¡No son más que unos ilusos!

(Oscuro)


SEGUNDA PARTE

VOZ DEL JUEZ.- Queda abierto el juicio del Estado en contra de Tulemón González, por lesiones a la dignidad humana.
(Sube la luz al fondo)
(Vemos al juez, al fiscal y a un testigo. Esta escena debe ser realizada con cierta teatralidad (imitando tal vez, la suntuosidad de alguna corte extranjera, preferiblemente la inglesa), de manera que responda no sólo a la importancia que Tulemón se da a sí mismo dentro de su ilimitada imaginación, sino que también a la idea que éste tiene de los juicios públicos)


FISCAL.- ¿Su nombre?

RAMÓN.- Ramón Urbaneja.

FISCAL.- ¿Profesión?

RAMÓN.- Chofer.
(Tulemón permanece estático, los ojos muy abiertos, fijos en el techo)

FISCAL.- ¿Cuándo fue detenido?

RAMÓN.- El doce de junio del pasado año.

FISCAL.- ¿De qué se le acusaba?

RAMÓN.- Me hacían responsable de haber participado en un conato de atentado en contra del dictador. Querían saber quiénes eran mis cómplices.

FISCAL.- ¿Y era usted, en verdad, responsable?

RAMÓN.- Sí. Responsable conmigo mismo, con mi idea de la libertad y la justicia.

FISCAL.- ¿Cómo se realizó su detención?

RAMÓN.- A medianoche. Cuando dormía al lado de mi mujer. Los esbirros irrumpieron en el apartamento, después de haber derribado la puerta.

(Una luz descubre a Rosa)

ROSA.- Fue un ruido horrible, que despertó a todos los inquilinos del edificio. Mis niños se levantaron asustados y salieron de su cuarto.

RAMÓN.- Preguntaron cosas y lo registraron todo.

ROSA.- Rompieron los muebles, rasgaron los colchones, hicieron trizas las almohadas. Las cosas de valor se las metían en el bolsillo.

RAMÓN.- Viendo que yo guardaba silencio, me golpearon furiosamente con los black-jaks y con los puños.

ROSA.-Los niños lloraban colgados de mi bata, mirando cómo a su padre le entraban a patadas.

RAMÓN.- No dije una palabra. Entonces, pensando que su acción me ablandaría, desnudaron a mi mujer y la torturaron en mi presencia.

ROSA.- Me torcieron los senos, produciéndome un dolor horrible.

RAMÓN.- Con mangueras la golpearon en las nalgas y en el sexo.

ROSA.- Luego, en medio de procacidades, trataron de violarme.

RAMÓN.- Rosa, luchó, gritó con todas sus fuerzas.

ROSA.- Un puño se aplastó contra mi boca, destrozándome los dientes.

RAMÓN.- Mi mujer lloraba de vergüenza, más que de dolor.

(Tulemón se mueve, inquieto)

TULEMÓN.- No tengo nada qué ver con eso. Yo sólo ordené detenerlo. Si la comisión se excedió fue asunto de ellos.

ROSA.- Al fin se fueron, llevándose a Ramón. Corrí a abrazar a mis dos hijos, que gritaban espantados. Aquella escena la han conservado en su memoria, nítida, imborrable, como si se la hubieran grabado con un hierro al rojo vivo.

(Aparecen un hombre y una mujer)

VECINO A.- Yo vivía en el apartamento de enfrente. Lo escuché todo y doy testimonio de que ambos dicen la verdad.

FISCAL.- ¿Por qué no intervino?

VECINO A.- (Avergonzado) Por miedo. Todos en aquella maldita época vivíamos amordazados por el miedo. Se contaban tantas cosas horribles.

FISCAL.- ¿No cree usted que peca de injusto al decir que todos tenían miedo?

VECINO A.- Le ruego me perdone. He debido decir: casi todos. Sé que hubo gente que luchó y murió valientemente.

FISCAL.- (A la mujer) ¿Y usted?

VECINA A.- También lo oí todo. Pero no tenía por qué intervenir. Jamás me han simpatizado los comunistas.

FISCAL.- ¿Sabía usted que Ramón era comunista?

VECINA A.- No. Pero si la policía había venido por él, era porque lo era ¿no?

FISCAL.- NO. Ramón no era comunista.

VECINA A.- Bueno, no me importa si lo era o no lo era. Yo no me meto en política. Así que esperé a que cesaran los ruidos, y entonces volví a acostarme.

FISCAL.- Supongo que dormía usted plácidamente.

VECINA A.- Así es, señor. Quien no se mete en líos tiene derecho a hacerlo.
(Se apaga la luz y desaparecen los dos vecinos)
(Pausa)
(El Fiscal se acerca a Ramón)

FISCAL.- ¿Qué ocurrió después?

RAMÓN.- Me trasladaron a la cárcel, llevándome a empellones. Allí me desnudaron y me hicieron perder el conocimiento a peinillazos. Cuando abrí los ojos, vi ante mí a Tulemón. Sonreía.
(Tulemón se sienta en el camastro)

ROSA.- Pensé llevarme a los niños a casa de mi madre, pero habían dejado a un esbirro para evitar que yo saliera.

RAMÓN.- “Eres guapo, ¿no?”, me dijo Tulemón. “Mejor así. Será agradable doblegarte”. Entonces se dedicó a torturarme con electricidad.

FISCAL.- Explique eso, por favor.

RAMÓN.- Lo hacía con dos cables… aplicándomelos en la ingle, en los testículos, en el ombligo. Al principio con mucha delicadeza, como solazándose en el placer que aquello parecía producirle. Pero como yo no hablaba, poco a poco perdiendo el control. Sufrí varios desmayos. Aquello era como para volverse loco. Sentía que mis nervios estallaban a cada contacto: se encogían, se estiraban, saltaban como cuerdas tensas que alguien corta de improviso con un tijerazo.

ROSA.- Los niños preguntaban por su padre, lloraban, tenían la mirada triste. A mí en llanto me impedía tejer una mentira.

RAMÓN.- Luego me dieron vuelta y me introdujeron los cables en el ano. Solté un alarido salvaje, grité tanto y tan enloquecidamente, que pensé que mi vida se escapaba por mi boca. Nunca me imaginé que el cuerpo humano fuese tan sensible… era como si me torcieran las vísceras una por una… era como ¡no! me imposible describirlo. En un momento dado creo que el cerebro me dio vueltas en el cráneo y perdí el conocimiento.

(Tulemón vuelve a acostarse)

ROSA.- ¡Oh, Dios mío! ¿Qué será de Ramón? Vivía angustiada porque sabía que lo torturaban. Todos, en una forma u otra, estábamos enterados de lo que allí pasaba.

RAMÓN.- Al despertar me encontré tirado en el suelo. Un rayo de sol lamía mi cara haciéndome doler los ojos. Estaba en un calabozo, un hueco sucio y frío. En la nariz sentía un olor de orines rancios. No podía moverme. Todo mi cuerpo estaba lacerado, desmembrado… ¡era como un cuerpo ya entregado a la descomposición posterior a la muerte!

ROSA.- ¿Por qué no hablaste, Ramón? ¿Por qué no hablaste? ¡Todos tus compañeros se habían puesto a buen recaudo!

RAMÓN.- No podía hacerlo. Ya no era cuestión de salvar a mis compañeros, era una cuestión de dignidad. Soy muy pobre, Rosa. La única herencia que dejaré a mis hijos será mi dignidad. Por nada del mundo me hubiese atrevido a mancharla.
(Hay un silencio)

FISCAL.- ¿Se repitieron esos actos?

RAMÓN.- Cinco o seis veces, no recuerdo bien. Sólo sé que añadían a ellos nuevas vejaciones.

ROSA.- No me dejaban verlo. Decían que estaba incomunicado y que era un preso peligroso. El esbirro de guardia ni siquiera me dejaba salir.

RAMÓN.- Cada vez eran más violentos. Una noche comenzaron a empalarme. Pero Tulemón intervino. No le parecía un suplicio de buen gusto. ¡Ese hijo de puta!

ROSA.- Mis hijos lloraban de hambre.

RAMÓN.- Comencé a perder la razón.

ROSA.- Me vigilaban día y noche. No tenía a dónde acudir.

RAMÓN.- Una noche, en medio del tormento, comencé a reírme como un loco. Esto los enfureció hasta el punto de volverlos histéricos. No sé cómo salí vivo aquella noche.

ROSA.- Estuve a punto de tirarme por el balcón, abrazada a mis hijos, para terminar de una buena vez aquella agonía. Pero la esperanza de que Ramón volvería no me dejaba hacerlo.

RAMÓN.- MI cuerpo se había transformado en una masa: una masa triturada, sanguinolenta, en estado de descomposición. Las moscas pululaban por mi cuerpo como pululan en el anca desollada de un caballo.

ROSA.- Pensaba en Ramón, día y noche. Sufría en carne propia su tormento. No podía pegar los ojos.

(Por un costado entra Frac  negro y mira fijamente a Ramón)

RAMÓN.- Un día Tulemón entro en la celda, me miró y dijo: “No hay nada que hacer, mándelo de vacaciones”.

(Entra un policía civil, que se acerca a Rosa. Debe ser el mismo que hizo las detenciones de los campesinos)

PARRA.- A su marido parece que lo mató el miedo. Ha muerto de un infarto.

ROSA.- Quiero su cuerpo.

RAMÓN.- me sacaron en una camilla. Cosa rara: ya no me sentía. Era como si estuviese anestesiado. Me introdujeron en una camioneta y me llevaron.

PARRA.- Lo hemos enterrado.

ROSA.- Reclamo su cuerpo.

RAMÓN.- Era de noche. Nos detuvimos al borde de una carretera. Solo recuerdo el silencio… y el canto de los grillos. Era como inmensa paz.

PARRA.- Señora, le aconsejo que deje las cosas como están.

ROSA.- Reclamo su cuerpo.

RAMÓN.- Comenzaron a cavar. Hasta mí llegaba claramente el sonido de los picos hiriendo el vientre de la tierra.

ROSA.- (Gritando) ¡Asesinos!

PARRA.- No nos juzgue mal, señora. Nuestro deber de ciudadanos es luchar contra la delincuencia.

RAMÓN.- Luego vinieron por mí.

ROSA.- ¿Acaso mi marido era un delincuente?

PARRA.- Sí. Planeaba poner bombas en un sitio público.

RAMÓN.- Entonces me arrojaron en la fosa.

ROSA.- ¡Asesinos!

PARRA.- ¡Cállese! Si continúa protestando lo va a lamentar.

RAMÓN.- Uno dijo: “No seas tan mierda y pégale un tiro, ¿no ves que aún está vivo?”. El otro contestó: “Podrían escucharnos y eso no nos conviene”.

ROSA.- ¡Desalmados! ¡Pagarán caro sus crímenes! ¡Algún día el pueblo se los va a cobrar uno a uno!

PARRA.- ¡Desnúdenla!

RAMÓN.- Entonces comencé a sentir la tierra cayendo sobre mí como un fuerte aguacero.

ROSA.- Con un fósforo me quemaron los vellos del pubis y aplastaron sus cigarrillos en la punta de mis senos.

RAMÓN.- A pesar de esta última tortura… aquello fue como una liberación… como un descanso… ¡era la paz!

ROSA.- Me dijeron: “Si no guardas silencio la emprenderemos con tus hijos, ya lo sabes”.

RAMÓN.- Cuando la tierra empezó a cubrir mi rostro pensé en mis hijos, en Rosa, en todo aquello por lo que luché.

ROSA.- Entonces guardé silencio… hasta el día de hoy, señor Juez. ¡Hasta el día de hoy!

RAMÓN.- Y eso fue todo. He muerto por la justicia, he muerto por la dignidad… ¡he muerto feliz! Creo que ha sido más que suficiente.

ROSA.- (En un grito) ¡Exijo justicia para mi marido!

(Tulemón salta del camastro)
(Se apagan las luces en la zona del tribunal)
(Sólo Frac Negro queda iluminado)

TULEMÓN.- ¡Protesto! Este juicio está viciado. El testimonio de un muerto es un supuesto indemostrable. Ese hombre ha mentido. Su declaración no puede utilizarse como prueba.

FRAC NEGRO.- ¿Qué pasa, Tulemón? ¿Tienes miedo de los muertos?

TULEMÓN.- (Soberbio) ¡No le tengo miedo a nada! Sólo que todo esto me parece injusto.

(Un reflector ilumina a Frac Celeste)

FRAC CELESTE.- ¡Qué endeble resultas cuando hablas de justicia!

TULEMÓN.- ¿Endeble por qué?

FRAC CELESTE.- Porque jamás has creído en ella.

TULEMÓN.- ¡Ese hombre era un delincuente! La Ley contempla un castigo para los que insurgen contra los poderes legalmente establecidos. 

FRAC CELESTE.- ¿Legalmente, dices? Repítelo. Tal vez no escuché bien.

TULEMÓN.- (Aturdido) ¡Oh, basta! ¡Déjenme en paz!

(Frac Negro desaparece)
(Tulemón se pasea de un lado a otro, contrariado)
(Frac Celeste lo observa)

TULEMÓN.- ¡Justicia, justicia! Me molesta esa palabra. La considero vaga, elástica, absurda. ¿Qué diablos significa? Lo que es justo para unos resulta injusto para otros.

FRAC CELESTE.- Justo es aquello que favorece a un hombre sin prejuicio de los demás, o de la mayoría.

TULEMÓN.- Yo tenía un orden de cosas que hacer respetar, ¿no era justo que lo hiciera?

FRAC CELESTE.- Era un orden de cosas que perjudicaba al pueblo.

TULEMÓN.- ¡No me interesa! Yo creía en él ciegamente, porque ese orden me favorecía. En cambio el pueblo no me ha dado sino sinsabores. Mi padre era pueblo. Mi madre era pueblo. Todo lo que me rodeaba era pueblo. Jamás recibí de ellos una palabra de aliento. Por el contrario: siempre me hostigaron, siempre se me colgaron de las piernas para que no abandonara su mundo… su mundo promiscuo y estéril.

FRAC CELESTE.- Nunca hiciste el menor esfuerzo por comprenderlos.

TULEMÓN.- ¡Los odiaba! Es más: los despreciaba. Uno no se detiene a comprender lo que desprecia. Estaban allí, a mi alrededor, y no me gustaban. ¿No era justo que me alejara de ellos?

FRAC CELESTE.- No es eso lo se te reprocha.

TULEMÓN.- Ya lo sé. Lo que se me reprocha es el medio que utilicé para alejarme. El oficio. Lo que les molesta es la tortura.

FRAC CELESTE.- Así es. Consideran que es una práctica que humilla al hombre.

TULEMÓN.- Pues siempre existió y siempre existirá, ¡con Tulemón o sin él! Todas las grandes civilizaciones  la han usado: los aztecas, los griegos, los romanos, los chinos…

FRAC CELESTE.- Me hablas de civilizaciones muertas.

TULEMÓN.- ¿Y los nazis? ¿Y los comunistas? ¿Y los norteamericanos, que presumen de demócratas?

FRAC CELESTE.- Esa no es una razón para que no se la rechace.

TULEMÓN.- Y España, y Francia, y Santo Domingo, y Haití…

FRAC CELESTE.- Su imposición siempre ha sido producto de una minoría.

TULEMÓN.- ¡Una minoría, una minoría! ¿Sabes por qué? Porque los pueblos son como potros indóciles: ¡hay que fustigarlos para que cojan el paso!

FRAC CELESTE.- Cuando el paso que se nos propone es malo, es bueno ser indócil. No podemos dejarnos arrear tan fácilmente.

TULEMÓN.- ¡Ese no es problema mío! No me concierne. Yo no soy masa. Soy un individuo. Hace tiempo que me separé de ellos. Lo demás no me interesa.

(Frac Celeste hace mutis)
(Hay una pausa)
(Luz sobre el Oficial y el Sacerdote)

SACERDOTE.- Yo opino que usted se ha excedido, Tulemón. Y ese exceso nos va a traer dificultades.

TULEMÓN.- ¿Dificultades, monseñor?

SACERDOTE.- Sí. Ya algunos curitas andan insinuando protestas desde sus pulpitos.

TULEMÓN.- (Con sencillez) Hágalos callar.

SACERDOTE.- No es tan simple como usted se lo imagina. De comprender que una presión de parte nuestra significa poner en entredicho la ética de las autoridades eclesiásticas. Se supone que la religión debe estar en contra de la injusticia y del crimen.

TULEMÓN.- Sí. Parece que han evolucionado mucho desde la Edad Media.

SACERDOTE.- No me venga con lugares comunes, Tulemón. Vivimos en el siglo veinte, en donde se necesita astucia para ejercer el poder. Cada vez en más difícil engañar a la gente, así que es necesario usar la inteligencia.

(Hay una pausa)

TULEMÓN.- Dígame una cosa, monseñor: ¿están o no están ustedes en contra del comunismo?

SACERDOTE.- Lo estamos. Pero el asunto no es eso. Lo que rechazo es la forma torpe con que están ustedes operando.

TULEMÓN.- ¿Y qué quiere usted, monseñor? Mi organización no es un convento. Es una organización de matones, de gente de la peor ralea. ¿Espera usted tacto e inteligencia de parte ellos? Sus instintos primitivos y su natural torpeza se escapan de mi control. Es lógico que se presenten excesos.

SACERDOTE.- ¡Pues debe usted controlarlos! Si se continúan filtrando hacia la calle sus procederes, nos veremos obligados a retirarles nuestro apoyo.
(El Sacerdote sale)
(Pausa)

OFICIAL.- Cuidado con esa gente, Tulemón. Es demasiado hábil. Sabe perfectamente hasta dónde pueden ensuciarse las manos.

TULEMÓN.- Lo sé.

OFICIAL.- Y debes saber, además, que su oposición sería terrible para nosotros. El General no vería con buenos ojos que tú le causaras tal problema.

TULEMÓN.- ¿Qué debo hacer, entonces? El gobierno me exige mano dura y ellos me piden control. ¿Cómo se compagina esto?

OFICIAL.- Tu buen juicio debe guiarte, Tulemón. Son cosas que debe resolver uno mismo.

(El Oficial hace mutis)
(Tulemón da unos pasos, preocupado)
(Entra Frac Rojo)

FRAC ROJO.- El poder es agradable, ¿eh, Tulemón?
Lástima que a veces se complique.

TULEMÓN.- No te preocupes, ¡saldré adelante!

FRAC ROJO.- Veremos. Estás enfrentándote a enemigos poderosos.

(Sale Frac Rojo)
(Hay una pausa)
(Luz sobre el Cura. Habla desde el pulpito)

CURA.- Y yo os digo que estamos viviendo una época difícil. La maldad y la injusticia se enseñorean sobre nuestro país y llenan de zozobra a nuestros hogares. La venganza, la delación, la falta de libertad, los procedimientos salvajes, el irrespeto a la vida humana, son cosas que ningún cristiano debe aceptar. Recemos entonces para que la luz divina ilumine el corazón de los autores de semejantes desmanes. Y si nuestros rezos resultaran inútiles, entonces – con todo e respeto que nos merece el Todopoderoso- lo dejaremos momentáneamente a un lado y trataremos de resolver nuestros asuntos sin su ayuda. ¡Dios os bendiga y os acompañe!

TULEMÓN.- ¡Parra! ¡Búsqueme a ese curita que tengo que echar un parrafito con él!

(La luz que bañaba al pulpito se apaga)
(Tulemón, con las manos hundidas en los bolsillos, da unos pasos. Se nota bastante preocupado)
(Un foco ilumina al Funcionario. Tiene una copa de licor en la mano)

FUNCIONARIO.- La verdad es que ha sido un buen festín, Tulemón: ostras, langostas, caviar, queso, bollos anisados… ¡lo que haría falta para rematar sería una buena hembra! Ya hablaré con mi secretario para que me solucione ese problema. (Ríe) ¡Y este kümmel está excelente!
(Le da un sorbo, mientras Tulemón continúa su paseo)
A propósito, Tulemón: ayer hablé con el Ministro, y me sorprendió. Nunca me imaginé que tenía tan buena opinión de ti. Estima que eres un funcionario eficaz, un hombre leal, un partidario sin reservas de la política gubernamental. Opinó que eras el individuo más adecuado para ocupar la jefatura que Antúnez dejó vacante. Por cierto que la labor de Antúnez no fue de las mejores. Te comunico esto para que intensifiques tu trabajo, para que muevas tus palancas, etc., etc. De más está decirte que yo moveré el asunto. ¡Estás llamado a hacer carrera con nosotros!
(El foco que ilumina al funcionario se apaga)

(Al otro lado de la tarima aparece Clara, radiante. Tiene un periódico en las manos)

CLARA.- ¡Amor, qué feliz me siento! Toda la prensa habla de tu nombramiento en la forma más elogiosa. Confían en que tu labor será de primera. ¡No te imaginas lo orgullosa que me siento! Al fin, Tulemón, ¡al fin has entrado en el terreno que anhelabas! ¡Y estoy segura de que seguirás ascendiendo!
(Clara desaparece)

(Un reflector ilumina a los tres estudiantes, sentados en sendas sillas de lona)

ESTUDIANTE A.- Ahora sí es verdad que nos acabamos de fregar.

ESTUDIANTE B.- ¿Qué pasó?

ESTUDIANTE A.- ¡Subieron a Tulemón al puesto de Antúnez!

ESTUDIANTE C.- Lo sospechaba. Tulemón es tan coño de madre, que era imposible conseguir uno mejor.

ESTUDIANTE B.- Bueno… Antúnez tampoco era una joya.

ESTUDIANTE A.- Sí. La verdad es que es el mismo negro con diferente cachimbo.

ESTUDIANTE C.- No lo creo. El ministro sabe muy bien cuál es el lado del bizcocho que tiene manteca. Estaba disgustado con Antúnez. Por eso subió a Tulemón. Éste es más hábil y tiene menos escrúpulos.

(El reflector se apaga)
(Luz sobre los políticos)

POLÍTICO A.- Esta decisión nos favorece.

POLÍTICO B.- ¿Tú crees?

POLÍTICO A.- ¡Pues claro! La represión se intensificará  y será más cruel. Esto significa que el descontento crecerá.

POLÍTICO B.- Como crecerá la lista de los caídos.

POLÍTICO A.- No importa. La patria exige estos sacrificios. Dos años bajo la bota de Tulemón y será suficiente con encender un fósforo para que la rebelión estalle como un barril de pólvora.

(La luz se esfuma)
(Hay una pausa)
(Luz sobre Parra y el Cura)

PARRA.- Aquí está el padre, señor.

TULEMÓN.- Está bien. Puedes retirarte.

(Parra hace mutis)
(Hay un silencio)
(Tulemón y el Cura se observan)

TULEMÓN.- ¿Quiere usted sentarse, padre?

CURA.- Gracias. Estoy bien de pie.

(Tulemón enciende un cigarrillo)

TULEMÓN.- Ayer tuve oportunidad y gusto de escuchar su misa, padre.

CURA.- Y seguramente mi sermón.

TULEMÓN.- Así es.

CURA.- Me lo suponía. De otra manera no se explica el que esté aquí.

TULEMÓN.- Confieso que me sorprendió, padre.

CURA.- ¿En qué sentido?

TULEMÓN.- Bueno… siempre pensé que los asuntos de Dios estaban relacionados con el cielo.

CURA.- Mucho gente piensa eso. Es una falsa apreciación, desde luego. La verdad es que los asuntos de Dios también están relacionados con la tierra. Y en mayor grado, pienso yo. No hay que olvidar que todo esto es asunto de Él.

TULEMÓN.- Comprendo. Usted quiere decir que su misión divina le da el derecho de inmiscuirse en todo, ¿no es así?

CURA.- Efectivamente.

TULEMÓN.- ¿Y si yo le dijera que la razón de Estado no lo considera así?

CURA.- Le respondería que mis deberes son para con Dios… y que Dios está por encima de la razón de Estado.

TULEMÓN.- Sin embargo no debería olvidar que, además de sacerdote, usted es un ciudadano que pertenece a un sistema político cuya legislación está obligado a respetar.

CURA.- Y no lo olvido. Como tampoco olvido que ningún ciudadano está obligado a respetar una legislación amañada y perjudicial, sobre la cual ni siquiera se le ha pedido opinión.

TULEMÓN.- ¡Caramba!... Si no le he entendido mal, eso sería algo así como rebelarse contra el orden establecido, ¿no?
(El cura no responde)
Le he hecho una pregunta, padre.

CURA.- Desde mi punto de vista, me imagino que sí.

(Tulemón da unos pasos)

TULEMÓN.- Asunto bastante delicado, ¿no le parece?

CURA.- Yo no le llamaría delicado, sino justo.

TULEMÓN.- ¡Justo! ¡Justicia! En toda conversación sale a relucir esa palabra. Da la impresión de que no sirve para otra cosa que para justificar la conducta de quien la pronuncia, así esta sea justa o no.

CURA.- Es preciso que aclaremos algo antes de continuar, señor. Yo sólo me justifico ante Dios.

TULEMÓN.- (En un arrechucho) ¿Considera usted que era justo el desorden en que vivía este país? ¿O considera usted que es justo que viniéramos nosotros a terminar con esa anarquía que amenazaba con sumirnos en la ruina? ¡Entre dos cosas hay que elegir como justa la mejor!

CURA.- Yo sólo sé que vivimos bajo un sistema que no se compagina con los mandatos de Dios.

TULEMÓN.- “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Es necesario que usted aprenda a delimitar los campos del Estado y de la Iglesia, padre. De lo contrario se creará dificultades. Usted se guía por los rumores, ignorando que el hombre es un animal inconforme. Los mismos que se oponían al caos anterior son los mismos que hoy se oponen a nosotros, ¿puede usted comprender esto?

CURA.- Es muy sencillo, señor. La solución propuesta por ustedes no resultó la deseada. Suplantar un caos con otro caos carece de sentido.

(Hay un silencio)
(Tulemón da unos pasos)

TULEMÓN.- Padre… ¿ha consultado usted el parecer de sus superiores?

CURA.- Hay cuestiones que no precisan de ser consultadas más que con la propia conciencia.

TULEMÓN.- Sin embargo las autoridades eclesiásticas suelen estar mejor informadas, ya que tienen acceso a terrenos que ustedes no pueden traficar.

CURA.- Es posible. No obstante eso, hay que convenir que las autoridades eclesiásticas a veces se equivocan.

TULEMÓN.- ¿Eso quiere decir que usted se atrevería a rebelarse contra ellas?

CURA.- Si la equivocación pretende o supone ratificar una inmoralidad… sí. Mi voto de obediencia quedaría invalidado en el mismo instante en que yo lo comprendiera así.

TULEMÓN.- ¡Es usted más terco que una mula, padre!

CURA.- ¿Eso es todo lo que tiene que decirme?

TULEMÓN.- Sí.

CURA.- Entonces podré retirarme.

TULEMÓN.- (Gritando) ¡Parra!

(Entra Parra)

PARRA.- Mande, señor.

(Hay una pausa)

(Tulemón mira agresivamente al Cura. Éste le responde con una mirada serena)
(Son segundos de tensión en los cuales debemos preguntarnos qué irá a hacer Tulemón)

TULEMÓN.- Parra… acompañe al señor cura hasta la salida. Y recuerde, padre: la justicia siempre está al lado del más poderoso… ¡y el más poderoso en este momento soy yo!

CURA.- Lo mismo pensó el Imperio Romano cuando se enfrentó al Cristianismo… y ya usted conoce el resultado.

TULEMÓN.- ¡No me venga usted con lugares comunes!

(El sacerdote hace mutis. Parra lo sigue)
(Tulemón se pasea agitado)
(Hay una pausa)

TULEMÓN.- ¡Parra!

(Entra el esbirro)

PARRA.- Mande, señor.

TULEMÓN.- Asunto súper-confidencial.

PARRA.- Bien, señor.

TULEMÓN.- Ordene a Lugo poner una bomba de escaso poder explosivo en la Iglesia del curita. Sólo quiero asustarlo, ¿entendido?

PARRA.- Sí, señor.

TULEMÓN.- Necesito que estalle el domingo durante el sermón. Dígale a Lugo que se encargue de regar panfletos para simular que se trata de una acción subversiva.

PARRA.- ¿Es todo, señor?

TULEMÓN.- Es todo.

(Parra hace mutis)
(Tulemón va a sentarse en el camastro)

TULEMÓN.- Ya conseguiremos un chivo expiatorio para dar por terminado el asunto. Afortunadamente, ¡comunistas es lo que sobran!


Telón




TERCERA PARTE



(Al levantarse el telón, Tulemón tose. Se sofoca. Cae sentado)

(Hay una pausa)

(Bajo un rayo de luz aparece Clara) 


CLARA.- (Cariñosa) Tienes que cuidarte, Tulemón.

TULEMÓN.- Estoy bien. No te preocupes.

CLARA.- No, no estás bien. Trabajas demasiado, duermes poco. Llegas a la medianoche y te vas casi de madrugada.

TULEMÓN.- Se conspira, Clara, se conspira. Hasta los que estaban de nuestro lado se pasan al bando contrario. (Con sorna) De pronto abrieron los ojos y se enteraron de que habían estado colaborando con una dictadura, ¡qué seres más inocentes hemos tenido como aliados! (Con ira) Parecen ratas abandonando un buque que se hunde.

CLARA.- Sabes que no entiendo mucho de estas cosas, pero me pregunto: ¿piensas detenerlos tú solo? ¿Tienes que echar sobre tus hombros toda la responsabilidad? Si algo ocurre, tú serás el más perjudicado.

TULEMÓN.- Lo sé, lo sé. Pero debo velar por la seguridad del régimen. Es una forma de velar por ti y por mí. Gracias a él me he hecho alguien, gracias a él puedo darte todo lo que necesitas.

CLARA.- Todo lo que yo necesito es tu amor. Nada más.

TULEMÓN.- El amor es una gran cosa, Clara, pero no lo es todo. Hay algo más. Y es ese “algo más” lo que no quiero perder. Por eso pienso que mi destino está ligado al destino del régimen, ligado hasta los tuétanos. Es así y no puede ser de otra manera.

CLARA.- Pero yo me siento tan sola, Tulemón. ¡Si al menos tuviésemos un hijo!

TULEMÓN.- (Reconviniéndola suavemente) Clara, por favor…

CLARA.- Perdóname, querido… Yo sé que no debo hablarte de eso.

(Se apaga el reflector que la ilumina)

TULEMÓN.- (Musitando) Un hijo…

(Enciende un cigarrillo. Da unos pasos. A lo lejos se escucha una sirena)
(Pausa. Aparece El Mendigo, sentado en la tarima, comiendo de un perol, con las manos)

EL MENDIGO.- Todo eso es romanticismo, muchacho. Tienes que apartarlo de tu camino como quien aparta una cortina: ¡de un manotazo! Hay que pisotear los sentimientos, endurecerse como un muro. De lo contario no llegarás a nada. 

(Aparece Frac Rojo)

FRAC ROJO.- (Muy natural) La mendicidad suele ser mal consejera, Tulemón.

EL MENDIGO.- Mientras seas un subordinado no serás nadie. Hay que estar arriba, bien parado sobre los demás. Esa es la ley de la jungla… ¡y nuestro mundo es una jungla! (Come) Fíjate en todos los que están por encima de tu cabeza, ¿quién de ellos puede decir que no ha jodido a nadie? ¡Ninguno! Porque todos han subido a fuerza de pisotear a los demás.

FRAC ROJO.- (Muy natural) Yo, como tú, desconfiaría. Te está hablando un pisoteado, un resentido.

EL MENDIGO.- Te aconsejo que te metas a la política en lugar de estar escribiendo versos tirado en ese banco. Es la gran profesión de la época: fácil y bien remunerada. Me dirás que es una porquería, de acuerdo; pero el que es hábil navega bien y se pone de inmediato en un montón de billetes, ¡y el dinero lo es todo, Tulemón! Cuando lo tengas, dedícate entonces a tu Rimbaud y a tu Verlaine. ¡Antes no! A menos que quieras morirte de hambre como un bolsa. No se puede cultivar el espíritu  cuando se tiene el estómago vacío y los pies descalzos, como los tienes tú.

TULEMÓN.- (Con timidez) Pero el mundo podrá ser de otra manera.

EL MENDIGO.- Por supuesto. Pero en este momento no lo es. ¿Qué quieres? ¿Malgastar tu vida esperando a que lo cambien?

FRAC ROJO.- (Muy natural) No. Pero podrías utilizarla luchando por cambiarlo.

EL MENDIGO.- ¡Déjale eso a los románticos, muchacho! Ellos sueñan y se sacrifican por cambiarlo. Y a veces lo consiguen. Entonces uno se pregunta: ¿para qué? Si luego vienen los astutos y se encargan de arreglarlo a su manera, de organizarlo todo para seguir jodiendo.

(Desaparecen Frac Rojo y El Mendigo)

(Un reflector ilumina al Político A sobre su taburete. A su lado el Político B, como fiel cancerbero)

POLÍTICO A.- ¡Pueblo mío! Les habla la voz de la experiencia. Les habla un hombre que ha sido encarcelado, vejado, torturado, por el único delito de defender la causa del pueblo, de este pueblo a quien quiero y que hoy me escucha en esta plaza. Ya es hora de que vuelvan a sus casas, porque la hora de la ira ha pasado y ha de ceder paso a la hora de la cordura. Así que regresen a sus hogares con el orgullo que les da el haber sido baluarte decisivo en el derrocamiento de la dictadura.
(El Político B aplaude. Todos le imitan)
Ahora nos toca a nosotros el arduo trabajo de organizar el país. Organizarlo para que nadie pase hambre, para que todos tengan techo, para que esta patria bañada por el mar Caribe se un emporio de libertad, en la cual los hombres puedan hablar con entera franqueza sin el temor a esa tortura que la dictadura afortunadamente fenecida colgó sobre nuestras cabezas como una “espada de Demócrito”, y que hoy yace enterrada para siempre.

(El Político B aplaude. La multitud lo imita)

(Surge en la tarima un obrero)

OBRERO.- ¡Queremos formar parte del gobierno! ¡Estamos hartos de que nos echen a un lado! ¡Nadie como nosotros para tratar los problemas que nos agobian!

(Entra Parra y lo saca por un brazo)

POLÍTICO A.- Regresen, pues, a sus casas con la seguridad de que aquí quedamos nosotros, presentes como un faro luminoso, para velar por vuestros derechos. Depongan su indignación con la seguridad de que la compartimos y de que la haremos respetar. ¡Salud, compañeros!

(El Político B aplaude. La multitud lo imita)
(El Político A baja del taburete, radiante)

POLÍTICO A.- ¿Cómo estuve?

POLÍTICO B.- ¡Magistral! Creo que ya tienes asegurado tu curul en el Congreso. Pero dime una cosa: ¿cuándo estuviste preso?, ¿cuándo te torturaron y te vejaron?

POLÍTICO A.- Nunca. Pero impresiona decirlo, ¿verdad?

POLÍTICO B.- Eres un lince, compañero. (Se vuelve y grita hacia lo lejos): ¡A los camiones, a los camiones! ¡El que no coma avispa se queda…!

(Se apaga la luz de esa zona)

(Entra Jacinto)

JACINTO.- Buenas noticias, Tulemón: un tribunal superior absolvió al teniente Azcárraga.

TULEMÓN.- ¿Azcárraga?

JACINTO.- Sí. Fue durante un año jefe de un campo de concentración; cuando estaba mandando Antúnez, creo.

TULEMÓN.- ¡Ah, sí! Lo recuerdo.

JACINTO.- Estaba acusado de dar muerte a tres reclusos.

TULEMÓN.- ¿Y?

JACINTO.- Pues que lo absolvieron. El tribunal opinó que no era más que un subordinado que se limitaba a cumplir órdenes superiores. Lo liberaron de culpa, ¿entiendes?

TULEMÓN.- ¿Y?

JACINTO.- Bueno… que a lo mejor a ti te tratan igual.

TULEMÓN.- ¿Igual? ¡Estúpido! ¿Cómo se te ocurre compararme con un subordinado? ¡Yo era un jefe! No pueden darme el mismo trato que a un borrego.

JACINTO.- (Cortado) Perdona, no quise ofenderte.

TULEMÓN.- ¡Lárgate! ¡Lárgate antes de que…!

(Jacinto sale, apresuradamente)

TULEMÓN.- (Rezongando) Azcárraga. ¡Ese vulgar carnicero!
(Se tiende en la cama)
(Pausa)
(La luz sobre la cara de Tulemón, únicamente)

VOZ DEL FISCAL.- ¿Nombre?

VOZ DE EFRAÍN.- Efraín Contreras.

VOZ DEL FISCAL.- ¿Profesión?

VOZ DE EFRAÍN.- Escritor, periodista.

(La luz, lentamente, ilumina la zona del tribunal)

FISCAL.- ¿De qué se le acusaba?

EFRAÍN.- De escribir un panfleto en contra del régimen.

FISCAL.- ¿Era cierta la acusación?

EFRAÍN.- Sí… menos en lo de panfleto. Era un escrito serio sobre la represión política en Latino América.

FISCAL.- Continúe.

EFRAÍN.- Me detuvieron en un café. Como protesté y me resistí, me quebraron los lentes de un puñetazo.

(Un reflector ilumina al mesonero, de uniforme)

MESONERO.- Es cierto. Yo lo vi. No fue el primero, por otra parte. En el café estábamos habituados a estas escenas.

EFRAÍN.- Un trozo de cristal se me encajó en el párpado y comencé a sangrar.

MESONERO.- A mí, particularmente, me indignaban estos hechos; pero como soy extranjero no me atrevía a protestar. ¡Si hubiéramos estado en España…!

EFRAÍN.- Me agarraron por los brazos y a la fuerza me sacaron. Uno de los tipos me dio una patada en la ingle que me hizo rodar por el suelo.

MESONERO.- Los otros clientes, venezolanos casi todos, apartaron la vista; y presas de miedo, hacían esfuerzos porque sus conversaciones resultaran naturales.

EFRAÍN.- Me levantaron, y en un abrir y cerrar de ojos me vi metido en un carro.

MESONERO.- Uno de los esbirros dijo en la puerta: “Yo tengo buena memoria, así que puedo recordar una a una la cara de todos los presentes. De manera que aquí no ha pasado nada, ¿okey?”. Y se largó. Mientras dijo esto, ninguno de los clientes se atrevió a levantar la cabeza. Daba la impresión de que el tipo no hablaba con ellos.
(El reflector que lo ilumina se apaga) 

EFRAÍN.- Parece que a Tulemón le habían avisado por teléfono, porque cuando llegué me estaba esperando.

(La luz sube un poco en la zona real)
(Tulemón se sienta en la cama)

TULEMÓN.- Encantado de verle por acá, mi estimado poeta.

EFRAÍN.- Protesto enérgicamente por el trato que me han dado sus secuaces. No soy ningún delincuente.

TULEMÓN.- Tranquilícese, Contreras. Usted es un hombre inteligente y está en capacidad de comprender. ¿Qué puede esperarse de semejante carroña? ¡Nada absolutamente! Son tipos iletrados, sin la menor idea de lo que es la educación. ¿Usted cree que a mí no me avergüenza estar al frente de una organización compuesta por semejante chusma? ¡Claro que me avergüenza! Pero, ¿qué quiere usted que haga? Con los sueldos de que disponemos no es posible aspirar a algo mejor. Figúrese que hasta tenemos que dejarles robar de vez en cuando para que equilibren su presupuesto. Esa es la verdad, mi querido poeta: estamos obligados a echar mano a cualquier cosa.

EFRAÍN.- Admito la facilidad con que usted justifica el salvajismo de sus subordinados. Pero dejemos eso. ¿Para qué se me ha traído aquí?

(Tulemón se levanta y da unos pasos)

TULEMÓN.- Quería conocerle y echar un parrafito con usted. Admiro mucho a los escritores, ¿sabe? Es más: los envidio. Me gustaría poseer facultades para dedicarme a la literatura, pero desgraciadamente no las tengo. ¡Qué le vamos a hacer! Por eso me he dedicado a la investigación. En la vida uno no puede hacer todo lo que quiere. ¿Qué ocurre con su párpado? Sangra.

EFRAÍN.- Uno de sus hombres me ha roto los anteojos de un golpe. Creo que se me ha encajado una astilla de vidrio.

TULEMÓN.- ¡Esos cerdos! (Transición) Bueno, ya le enviaremos al oculista. Tenemos la costumbre de enmendar nuestros errores. Entretanto, vayamos a nuestro asunto. ¿Fuma?

EFRAÍN.- No, gracias.

(Tulemón enciende un cigarrillo)

TULEMÓN.- Me gustaría dejar de fumar, pero carezco de voluntad para ello. Tal vez no me ayude la tensión de mi oficio. La mía es una carrera dura, ¿sabe? Muy dura. Día y noche velando por la seguridad de los ciudadanos, combatiendo el crimen, arriesgando la vida a cada paso. Pero todo tiene sus satisfacciones. Me siento feliz cuando escucho a alguien decir: “Aquí, en este país, se vive tranquilo, sin zozobras”. Sí. Afortunadamente hemos logrado dar un ¡alto! al delito. Esa es la verdad.
(Hay un silencio) 

EFRAÍN.- ¿Puedo saber a qué se refería usted cuando dijo “nuestro asunto”?

TULEMÓN.- ¡Ah, sí! Me refería a su libro “La represión política en Latinoamérica”. Lo he leído, y me ha parecido bien escrito y sumamente interesante.

EFRAÍN.- me imagino que debo darle las gracias.

TULEMÓN.- No está obligado. (Una pausita) Sí, está muy bien. Pero creo que ha cometido usted un pequeño error, mejor dicho: una omisión. No ha puesto fecha al período de represión que se refiere a nuestro país. Me imagino que se trata de la época del general Gómez, ¿no?

EFRAÍN.- ¿Le parece?

TULEMÓN.- Bueno, es lo que yo discierno. Pero mi parecer no cuenta mucho en este asunto. En realidad, es el régimen quien lo piensa así. Ciertamente el período de Gómez fue terrible y nadie puede negarlo… menos aún los hombres que lucharon contra él.  

EFRAÍN.- ¿Qué es lo que pretenden?

TULEMÓN.- Mis superiores desean convocar una rueda de prensa para que usted aclare esa omisión. De lo contrario se prestaría a malos entendidos, y usted como autor no debe permitir tal cosa.

EFRAÍN.- (Después de una pausita) No pienso hacerlo.

TULEMÓN.- Es lamentable. Pensé que usted era más inteligente. Veo que me equivoqué. Pero no hay que preocuparse, sé esperar. Comprendo que un intelectual necesita tiempo para reflexionar. Yo se lo brindaré. (Hacia un costado) Parra, llévese a nuestro invitado. Y preste atención: se trata de un hombre de letras, de un ciudadano respetable; si me entero de que le han faltado, la van a pasar mal.

PARRA.- (Que había entrado) Descuide, señor.

EFRAÍN.- Respetaron la orden de Tulemón y no me pusieron una mano encima. Me encerraron en una habitación oscura, simplemente. (Pausita) Toda la noche estuve escuchando los gritos agónicos de los torturados, muy cerca de mí, al otro lado de la pared. Un auténtico infierno. Era inútil que me tapara los oídos, los gritos penetraban a través de la palma de mis manos y retumbaban en mi cerebro. Sentí deseos de caerle a cabezazos a la pared a ver si perdía el conocimiento; pero no: algo más fuerte que yo me ataba a mi tortura.

VOZ DE ESBIRRO A.- Pínchale un ojo con la pluma a ver si en verdad se ha desmayado.  

VOZ DE TORTURADO A.- ¡Mátenme, por el amor de Dios!

VOZ DE ESBIRRO B.- Te vamos a machacar las bolas, maricón.

VOZ DE TORTURADO B.- ¡Por mi madre, mátenme de una vez!

VOZ DE ESBIRRO C.- ¡Pásame los cables y ábrele la boca!

VOZ DE TORTURADO C.- ¡No, en la boca n… ayyyyyyyy…!

EFRAÍN.- Y así toda la noche. Tenía los nervios destrozados cuando, a la mañana siguiente, me subieron a hablar con Tulemón.

(Tulemón da unos pasos)

TULEMÓN.- ¿Y bien, mi querido poeta? Me imagino que la quietud de la noche le habrá inspirado una “saludable” respuesta.

EFRAÍN.- ¡Váyase usted al carajo! ¡He dicho que no, y es no!

TULEMÓN.- ¿Cómo? ¿Así trata usted a quien le guarda consideraciones? Mal, muy mal, amigo mío. No hay que ser tan desagradecido.

EFRAÍN.- Ese día me sentaron desnudo sobre unas panelas de hielo. La ira me hacía aceptarlo todo sin resistencia. Nunca tuvieron que amenazarme. Les ponía mi cuerpo ahí, a su disposición, con la misma indiferencia con que se presta una camisa o un bolígrafo. (Pausa) Al principio aquello quemaba. Luego me fui entumeciendo, entumeciendo, hasta el punto de que ya no sentía mi cuerpo.

TULEMÓN.- ¡Basta! Dentro de una hora lo suben a mi oficina.

EFRAÍN.- A la hora me subieron.

(Hay un silencio)

TULEMÓN.- ¿Entonces?

EFRAÍN.- Es inútil. Puede hacer lo que quiera. No pienso enmendar nada.

TULEMÓN.- ¿Así te ponga los cables?

EFRAÍN.- ¡Así me los ponga en el mismísimo cerebro!

TULEMÓN.- Es algo terrible, ¿sabe?

EFRAÍN.- Me lo imagino. En todo caso será menos terrible que su situación.

TULEMÓN.- ¿Mi situación?

EFRAÍN.- Sí… cuando comprenda que a pesar de su poder es impotente para doblegar mi voluntad.

TULEMÓN.- (Lleno de ira) Eso lo veremos. ¡Llévenselo!

EFRAÍN.- Volvieron a bajarme. Esta vez me pararon sobre un ring, un ring de automóvil. Estuve ahí dos días, con los pies desollados y sangrantes. Me bajaron, me hicieron caminar sobre sal y luego me llevaron a la oficina de Tulemón. En ningún momento me quejé, pero no pude contener las lágrimas: brotaban de mis ojos involuntariamente, no podía mantenerlas dentro de mí.

TULEMÓN.- Es usted guapo, Contreras. Créame que lo admiro. Lamentablemente, en este país, los guapos no tienen más cabida que entre los hombres adictos al régimen. (Da unos pasos) Contreras, yo necesito que usted me comprenda. Me molesta humillar a los hombres superiores, y usted para mí lo es; pero yo tengo obligaciones que cumplir y para ello cuanto con “carta blanca”. Es decir: que puedo utilizar todos los medios… hasta llegar a la mismísima muerte, si fuera necesario. Algo que me emparenta un poco con Dios, ¿no cree? (Se pasea) Sí… un poder ilimitado, ciertamente. Un poder que a veces me asusta. Comprenda, Contreras: su vida está en mis manos, y es algo que en este momento me disgusta. Si usted no accede a amañar ese pasaje de su libro, todo el engranaje gubernamental se ensañará contra usted… y yo, desgraciadamente, seré el encargado de realizar físicamente ese ensañamiento. Y yo que lo admiro, tendré que hacerlo. Para mí es algo de vida o muerte, ¿me entiende? (Da unos pasos) Contreras, quiero ser magnánimo. Voy a proponerle algo. Es una simple escogencia: de un lado cincuenta mil bolívares y el exilio, del otro un campo de concentración. Como ve, soy generoso. Creo que la respuesta no amerita pensarla mucho.

EFRAÍN.- Entonces le escupí. La cara de Tulemón se transformó en algo terrible… parecía un hombre a punto de morir de una congestión.

TULEMÓN.- ¡Llévenselo!

EFRAÍN.- Entonces conocí el resto del infierno: las peinillas, los cables, las mangueras, los cigarrillos encendidos, las uñas escarbando con gran habilidad mis heridas aún frescas. He sufrido las más desagradables vejaciones. (Pausa) Nunca más volví a ver a Tulemón. Me trasladaron a un campo de concentración. Estaba enfermo y me sentía muy mal.

(La luz del tribunal ha ido bajando hasta el punto de que únicamente Efraín queda visible)
(Varios reflectores van iluminando, a su respectivo tiempo, al Teniente Azcárraga y a los distintos presos)

PRESO A.- Con su permiso, mi teniente. Con todo respeto quiero decirle algo: Contreras está muy mal, yo quisiera hacer su parte de trabajo para que él pueda descansar.  

AZCÁRRAGA.- ¡Cómo les gusta a ustedes hacer de mártires! Pero creo que van a tener que buscar otro escenario, porque aquí no es posible. Yo tengo órdenes estrictas que cumplir y nadie, por más enfermo que esté, puede ser exonerado de sus obligaciones.

PRESO B.- Teniente, hay que buscarle un médico a ese hombre. Está muy grave.

AZCÁRRAGA.- No se preocupe, mi amigo. Aquí la gente se enferma y se cura como los animales, sin asistencia médica. Esto no es un hospital, sino una cárcel.

(El Preso A se acerca al Preso B)

PRESO A.- Yo creo que Contreras no pasa de esta noche.

PRESO B.- Es una lástima. ¡Era un palo de hombre!

(Hay una pausa)
(Azcárraga, desde el principio, ha estado sentado en una especie de silla rústica)

AZCÁRRAGA.- Usted. Venga acá.

PRESO C.- Ordene, mi teniente.

AZCÁRRAGA.- ¡Búsqueme un pico y una pala que hay que enterrar a un hombre!

PRESO C.- Sí, mi teniente.

(Se acerca a los otros dos presos)

PRESO C.- Lo dejaron morir, camaradas. Lo dejaron morir miserablemente, como se deja morir a un perro en la calle. Y hasta se sienten satisfechos de ello.

AZCÁRRAGA.- ¡A los enemigos hay que ponerlos en sitio seguro! ¿Hay algo mejor que dos metros de tierra encima? ¡Un hombre no es una semilla, no retoña!

PRESO C.- Creen que la rebeldía puede ser aniquilada tan fácilmente.

PRESO A.- ¡Estúpidos! No saben que cada hombre caído engendra nuevos descontentos. ¡El cielo se les va a llenar de nubarrones, ya verán!

(Se apagan los reflectores que iluminan al teniente y a los presos)

TULEMÓN.- ¡Mi abogado, mi abogado! ¿Dónde está mi abogado?

(Luz sobre el tribunal)

ABOGADO.- Señores, Tulemón no es responsable de esa muerte. El único responsable es el teniente Azcárraga, que siempre se excedió en el ejercicio de sus funciones.

TULEMÓN.- ¡Correcto! Azcárraga era un carnicero, y ustedes lo liberaron de culpa.

FISCAL.- ¿Quién dio la orden de trasladar a Contreras a ese campo de concentración? ¿El teniente Azcárraga?

ABOGADO.- No. Fue Tulemón, obedeciendo órdenes superiores. 

FISCAL.- ¿Está usted seguro? ¿No sería porque Contreras le escupió la cara?

ABOGADO.- Es posible que eso influyera. Mi defendido es un hombre extraño. Por tal razón he pedido un examen médico. Quiero demostrar que su condición mental no es muy…

TULEMÓN.- ¡Basta, basta!
(Se apaga la luz del tribunal)
(Indignado) ¿Qué es lo que pretende ese bergante? ¿Hacerme pasar por un tarado? ¿A mí? ¿A Tulemón González? ¿A un hombre que siempre ha sabido dónde está parado? ¡Quiero que lo excluyan del juicio! Me defenderé yo mismo. (Da unos pasos) ¡Tarado… tarado! ¡Ese leguleyo no es más que un estúpido! Y el fiscal tiene razón: lo castigué por haberme escupido. ¡No se puede escupir la cara de un hombre y pretender que éste proceda como si no hubiera pasado nada!
(Se sienta. Luce fatigado)

(Hay una pausa)
(Un reflector ilumina al Padre)

PADRE.- Tulemón, tu padre es un hombre que bebe mucho, pero que nunca pierde la cabeza. Te digo esto para que sepas que recuerdo perfectamente todo lo que ocurrió anoche.

TULEMÓN.- Recordarás entonces que le caíste a patadas a mamá.

PADRE.- Sí. Lo hice porque tu madre es una vieja histérica. Y un hombre es un hombre, Tulemón. No puede permitir que lo ande gritando cualquier mujerzuela.

TULEMÓN.- ¡Mi madre no es una mujerzuela!
(El Padre lanza una carcajada)
¡No te rías!

PADRE.- Tulemón, apenas tienes dieciséis años y ya te me estás alzando. Quiero que sepas que yo no soporto a los alzados, y menos en mi casa. Anoche, durante la trifulca con tu madre, te metiste.

TULEMÓN.- ¡No puedo soportar que le pegues!

PADRE.- Te metiste, Tulemón. Y algo mucho más grave: durante el lío discutimos, y entonces tú me escupiste. Lo recuerdo perfectamente. Hasta creo que siento todavía tu saliva en la cara… y eso es algo que te va a costar muy caro, te lo juro. ¡Muy caro, Tulemón!

(Tulemón se desplaza hacia un lado, inquieto)
(El Padre desaparece)
(Un reflector ilumina a los tres fracs)

FRAC CELESTE.- ¿Qué pasa, Tulemón?

FRAC ROJO.- ¿No quieres pensar en eso?

FRAC NEGRO.- ¿O es que comienza a fallar tu memoria?

FRAC CELESTE.- En ese caso, nosotros podríamos ayudarte.

FRAC ROJO.- Conocemos tu vida paso a paso.

FRAC NEGRO.- Y conoceremos también tu muerte, Tulemón.

(Tulemón se pasea agitado)

FRAC CELESTE.- Tu padre te amarró, ¿no es así?

(Tulemón se detiene)

FRAC ROJO.- Al pie de un palo de aguacate.

FRAC NEGRO.- Y cosa rara: no te zurró.

FRAC CELESTE.- ¿No sería que estaba tramando algo?

(Luz  sobre el Padre)

PADRE.- Le tengo que echar una vaina grande a este muchacho, eso no se puede quedar así. Sí… ¡una vaina que recuerde para toda la vida!

FRAC ROJO.- Desgraciadamente para ti, al perro de la vecina lo había estropeado un carro.

FRAC NEGRO.- Y estaba tirado a la orilla de la carretera.

FRAC CELESTE.- Más muerto que la ceniza.

PADRE.- ¡Ya lo tengo! ¡Tulemón va a lamentar el haberme escupido la cara!

FRAC ROJO.- Sin asco, recogió el perro.

FRAC NEGRO.- Y con una cuerda te lo sujetó al cuello.

FRAC CELESTE.- Las cuatro patas muertas bajo tu quijada.

FRAC ROJO.- ¡Y ahí te lo dejó varios días!

FRAC NEGRO.- ¡Solazándose!

FRAC CELESTE.- ¡Gozando con tu sufrimiento!

FRAC ROJO.- ¡Al igual que has hecho tú con tus víctimas!

(Hay una pausa)

PADRE.- ¡Hola, Tulemón! ¿Cómo anda eso? ¿Huele bien? ¿Da calorcito? ¿No deseas que tu madre te traiga algo de comer?

TULEMÓN.- ¡Cuando me sueltes de aquí, voy a matarte!

(Aparece la madre, bajo una luz)

MADRE.- ¡Muchacho, no digas esas cosas! ¡Dios te va a castigar!

TULEMÓN.- ¡Líbrame de esto, madre!

MADRE.- Has escupido a tu padre y tiene derecho a castigarte.

TULEMÓN.- ¡Lo hice por ti, madre! ¡Por favor…!

MADRE.- No puedo hacer nada, hijo. Tú te lo buscaste.

(El reflector que ilumina a la Madre se extingue)

TULEMÓN.- ¡Te voy a matar, viejo de mierda! ¡Cuando me sueltes te voy a matar!

FRAC NEGRO.- Y trataste de hacerlo.

FRAC CELESTE.- Pero el viejo era más listo que tú.

FRAC ROJO.- Fallaste, y entonces te hizo abandonar la casa.

PADRE.- ¡Lárgate! ¡No quiero volverte a ver nunca más! ¡En esta casa hay un solo macho, y ese soy yo! ¡Fuera, fuera! ¡Y si vuelves por aquí te caeré a planazos!

(El reflector que ilumina al Padre se apaga)

FRAC NEGRO.- Y te separó de tu madre.

FRAC CELESTE.- Y lo que más te dolió fuel el hecho de que ella no se opuso.

FRAC ROJO.- No dijo ni siquiera una palabra.

FRAC NEGRO.- Como siempre, Tulemón… ¡como siempre!

(Los tres fracs desaparecen)
(Tulemón se deja caer en la silla)
(Solloza)
(Luz sobre El Mendigo, que con un clavo y un guaralito está tratando de arreglar una sus alpargatas)

EL MENDIGO.- Yo pienso que todas las madres, de una u otra manera, quieren siempre a sus hijos… pero hay algo que menudo las separa de ellos, Tulemón: ¡el sexo! Una mujer necesita del macho como una esponja del agua, de lo contrario se seca. Y mientras más avanzada sea su edad, más crecerá dentro de sí esta exigencia. Tu madre te quería, sí… pero más quería el guilindajo de tu padre. Es natural y tienes que comprenderlo. Es por eso que te digo que en esta vida uno no puede contar sino consigo mismo. El amor más sólido y más duradero es aquel que uno se tiene a sí mismo. De modo que deja ya de lamentarte.

(Hay una pausa)

VOZ DE LA MADRE.- Miguel…

VOZ DEL PADRE.- ¿Qué pasa?

VOZ DE LA MADRE.- Acércate.

VOZ DEL PADRE.- ¿Para qué?

VOZ DE LA MADRE.- Tengo ganas.

VOZ DEL PADRE.- ¡Déjate de joder! Estoy muerto de sueño.

VOZ DE LA MADRE.- Hace tres días que no me haces el amor.

VOZ DEL PADRE.- ¿Y te parecen muchos? ¡Lo que tú debes tener ahí es un fogón!

(Tulemón se levanta, molesto)
(Luz sobre Frac Celeste)

FRAC CELESTE.- ¿Por qué no escuchaste hasta el final, ya que te habías atrevido a pegar la oreja a la puerta?

TULEMÓN.- ¡Me indignó!

EL MENDIGO.- Es curioso. A todos nos molesta descubrir que nuestra madre procede como todas las demás mujeres.

FRAC CELESTE.- Es absurdo no comprender esto desde el principio.

EL MENDIGO.- Mira, Tulemón: la verdad es que tú piensas demasiado en cosas que no te sirven para nada. Lo pasado, pasado. Aleja de ti todas esas vaciedades y piensa en una sola cosa: subir… ¡subir a como dé lugar!

(Desaparecen El Mendigo y Frac Celeste)

TULEMÓN.- (En tono neutro) ¡Subir…!


Oscuro



CUARTA PARTE





(Sube la luz)
(Tulemón se acerca a la mesa y toma un vaso de agua)

(Pausa)

TULEMÓN.- ¿Qué hora será?

(Mira hacia donde se supone que está la puerta, sitio por donde siempre entra Jacinto)
El sol debe estar declinando. Las sombras se han hecho más densas.

(Pausa. Unas siluetas, en actitud de cacería, comienzan a desplazarse por las tarimas)
¿No me estará mintiendo Jacinto? ¡Son once meses! ¡Nunca tardan tanto en olvidar!

(Pausa. Da unos pasos hacia la puerta. Crece la expectativa y el número de las siluetas)
Me voy a ahogar aquí. Tengo la impresión de estar viviendo en un armario.
(Pausa)
¿Y si probara? Tal vez la cosa no sea tan grave como calcula Jacinto. Estos negros tienden a exagerar las cosas.

(Muy vacilante, tiende una mano hacia donde se supone está la perilla de la puerta. Ahí la detiene, como congelada, sin atreverse a abrir)
(Ahora se inicia una gran pantomima: Hace su entrada una silueta vestida igual que Tulemón y que le personifica. Las figuras agazapadas se lanzan sobre él, lo golpean, lo arrojan al suelo, todo con gestos y actitudes muy exageradas. Alguien trae un bidón de gasolina y baña a Tulemón con él. Otro enciende un fósforo, se lo arroja y vemos surgir una llamarada. Las siluetas se apartan un poco de la hoguera, sin perder sus actitudes agresivas)
(Pausa)
(Un reflector, a un lado, ilumina a Frac Negro)

FRAC NEGRO.- ¿Qué pasa, Tulemón? ¿Vacilas? (Pausa) No temas. Tal vez no haya nadie aguardándote. (Pausa) Sal. ¡Vamos! ¿No? Nunca me imaginé que fueras tan cobarde. (Pausa. Ríe) Te comprendo: ¡estás tan apegado a la vida como todo los que desprecian la de los demás!

TULEMÓN.- (Con un gruñido) ¡Déjame en paz, roñosa!

(Se apaga el reflector que ilumina a Frac Negro)
(Tulemón retira la mano de la imaginaria perilla y camina hacia el centro del escenario)
(Las siluetas hacen mutis cautelosamente)
Por el entarimado, cruza un muchacho vendiendo periódicos)

MUCHACHO.- ¡Extra, extra! ¡Debelado un golpe regresionista! ¡Todos los cabecillas están presos! ¡Extra, extra! ¡Debelado un golpe regresionista…! (Sale)

(Tulemón ha escuchado inmóvil el pregón)
(Pausa. Va sentarse en el camastro)

TULEMÓN.- El lazo se estrecha cada vez más. Parece que todo sucediera cuando debe ser y no cuando uno lo desea.

(Luz sobre El Mendigo)

EL MENDIGO.- La política es un negocio redondo, Tulemón. El chiste consiste en saber hasta dónde llegar. Mientras se pueda, hay que chupar como una chinche; y cuando comienzan a ponerse feas, hay que largarse y ya está. Es muy simple. Todo es cuestión de olfato. En estos menesteres existe una ley muy clara: si el asunto empieza a descomponerse, no hay santo que lo enderece. No vayas a cometer la pendejada de quedarte hasta el final, ¡mira que en estas cosas los bolsas son los que pagan el pato! Este no es un negocio eterno, así que lo importante es aprovechar el rato y después levantar el vuelo con una buena tajada. A París, A Berna, a Roma, a donde te salga del forro. Es lo que hacen casi todos. Así que olvídate de la lealtad y el heroísmo, porque esas vainas no sirven para nada. De modo que ya lo sabes: cuando el barco comience a zozobrar, abandónalo y sanseacabó.

(La luz del Mendigo desaparece)
(Tulemón se detiene en el camastro, los brazos bajo la nuca)
(Foco de luz sobre Clara)  

CLARA.- Tulemón… el rumor se hace cada vez más fuerte: ¡esto se hunde y hay que escapar! Anoche estuve hablando con el comandante Sánchez y me lo dijo bien claro. Ya él y Josefina están preparando sus maletas.

TULEMÓN.- ¡Que escapen los que tienen miedo! ¡Yo estoy resteado!

CLARA.- Pero yo tengo miedo, amor. Mucho miedo.

TULEMÓN.- Te irás a España y me esperarás allá.

CLARA.- ¡No me iré sin ti!

TULEMÓN.- No vayas a comenzar ahora con tonterías. Harás lo que te digo.

CLARA.- ¡No lo haré!

TULEMÓN.- ¡Pero qué terca eres!

CLARA.- Uní mi destino al tuyo  no voy a abandonarte en el momento en que más me necesitas.

TULEMÓN.- Al contrario: en este momento es cuando menos te necesito. Si te quedas me harás las cosas más difíciles. Tendrás que irte. Sin ti aquí, podré huir con más facilidad.

CLARA.- ¡Vámonos ahora, Tulemón! Hazme caso, querido. Presiento que todo esto se vendrá al suelo y que nadie, ni siquiera tú, podrá evitarlo. ¡Todos se están marchando!

TULEMÓN.- No me iré hasta el momento en que resistir sea realmente una estupidez.

CLARA.- ¡Entonces esperaré contigo ese momento!
(El foco se apaga y Clara desaparece)

TULEMÓN.- Y no nos fuimos, Clara. Todo por mi soberbia. Y ahora tú vives angustiada… y yo estoy aquí, con mi querido Rimbaud: siempre hambriento, y siempre caminando de un lado a otro como si me hubiese perdido.
(Se levanta, presa de una honda agitación)
¡Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo!...
¿Pero qué? ¿Qué?... He perdido la perspectiva. Once meses encerrado aquí me han descentrado. Si logro salir, ni siquiera sabré a dónde dirigir mis pasos. ¡Oh, estoy en manos de ese negro! Mis ojos, mis sentidos, mi esperanza, son él. ¡Es desesperante! Soy como un niño indefenso que necesita la mano de un adulto para no perderse. ¡Yo: Tulemón González!

(Aparecen los tres fracs)

FRAC CELESTE.- ¡El pobre Tulemón González!

FRAC ROJO.- Tan fuerte que parecías.

FRAC NEGRO.- Y tan débil que eres.

FRAC CELESTE.- ¡Débil como todo hombre solo!

FRAC ROJO.- Solo, por haberte puesto de espaldas a la vida.

FRAC NEGRO.- Ahora no te queda más camino que tenderte.

FRAC CELESTE.- Cuan largo eres

FRAC ROJO.- Quieto y resignado.

FRAC NEGRO.- ¡Para siempre!

FRAC CELESTE.- Como una roca.

FRAC ROJO.- Como una concha en una playa deshabitada.

FRAC NEGRO.- ¡Hay que saber perder, Tulemón!

TULEMÓN.- (Iracundo) ¡No me dejaré avasallar! ¡Todavía tengo fuerzas y lucharé!

FRAC CELESTE.- La fuerza de tu desesperación no te servirá para nada.

TULEMÓN.- ¿Desesperación? ¡Tonterías! ¡No es tan fácil acabar conmigo!

(Parece ahogarse. Se dobla sobre sí mismo como una viruta. Lentamente va cayendo al suelo)

FRAC ROJO.- ¡Pronto: la digitalina!

FRAC NEGRO.- ¡La digitalina!

FRAC CELESTE.- ¡La digitalina!

FRAC ROJO.- ¡Ya no hay digitalina!

FRAC NEGRO.- ¡Es el fin, Tulemón!

FRAC CELESTE.- ¡Encomiéndate a los mil demonios que han guiado tu vida!

(Tulemón yace en el suelo, temblando como un enfermo de perlesía)

TULEMÓN.- (En un estertor) No… Ahora no me vas a fallar. Clara me espera. No puedo hacerle eso. Ha sufrido mucho… y me quiere. Además no quiero morir en esta ratonera, como un ser anónimo, sin que nadie se entere de mi muerte… porque estoy seguro de que ese negro me enterrará sin decir una palabra, para no comprometerse. No, no quiero desaparecer así… indiferentemente… como desaparece una gota de rocío en el bosque, sin que nadie se percate… ¡No! ¡Prefiero que me linchen!... ¡Vamos, arriba corazón!... Por peores has pasado… ¡Oh, Dios mío, ayúdame!...

FRAC NEGRO.- ¿Dios?

(Los tres fracs ríen)

FRAC CELESTE.- ¿Llamas a Dios?

TULEMÓN.- Sí… ¡tiene que ayudarme! Porque yo no le pedí esta vida… esos padres… aquella miseria…

FRAC ROJO.- Tu sufrimiento no justifica tu conducta, Tulemón.

FRAC NEGRO.- No puede justificarla.

TULEMÓN.- ¡Sí la justifica! Dios mío: yo quería ser alguien, salir de la promiscuidad, de la miseria… ¡y tú no pusiste en mi camino sino malos medios!... ¡Tienes que ayudarme!

(Los tres fracs aguardan)
(Pausa larga)
(Tulemón se recupera. Dificultosamente se pone de pie. Va a la mesa, se sirve agua y la toma. Respira hondo)

TULEMÓN.- ¡Gracias, Dios mío!... Tenía la certeza de que no me abandonarías… Porque todo lo que existe, bueno o malo, es obra tuya… ¡y tú no puedes abandonar a tu creatura!

(Frac Negro mira hacia arriba, como si se dirigiera a Dios)

FRAC NEGRO.- ¡Qué fácil perdonas, carajo!

(Los tres fracs desaparecen)
(Tulemón va a sentarse en el taburete)
(Pausa)
(Entra Jacinto, agitado. Trae una vianda y un paquete envuelto en papel de periódico)

JACINTO.- ¡Tulemón, Tulemón!

TULEMÓN.- ¿Qué pasa?

JACINTO.- El Colorao salió de su concha y lo pescaron. Fue algo horrible. (Pone la vianda y el paquete en la mesa) Lo golpearon salvajemente, luego lo bañaron con gasolina y le pegaron un fósforo. ¡Ardió como una fogata! Sus gritos eran espantosos, Tulemón… y ese olor a carne asada no lo olvidaré mientras viva.

TULEMÓN.- (Para sí) Entonces era eso.

JACINTO.- ¿Era qué?

TULEMÓN.- Tuve una visión.

JACINTO.- ¿Cómo?

TULEMÓN.- Nada, nada.

(Luz sobre los políticos)

POLÍTICO A.- Una pequeña venganza, nada más. Mientras no demos con Tulemón todo será poco.

POLÍTICO B.- Parece que el pueblo ha recibido con desagrado la noticia.

POLÍTICO A.- Porque para la mayoría de ese pueblo la represión no fue más que un malestar, algo que no sufrieron en carne propia. Habrá que recordarle las fechorías de El Colorao. Eso le ayudará a comprender.

(Desaparecen los políticos)

TULEMÓN.- ¿Tú lo viste?

JACINTO.- Sí. Fue algo casual. Andaba por ese barrio buscando a un zapatero, tío mío, a quien tenía que llevar un recado. De pronto vi al bululú de gente y me acerqué.
(Tulemón lo mira fijamente, como si sospechara algo. Jacinto se incomoda)
¿Qué pasa?

TULEMÓN.- Nada, nada.
(Se acerca a la mesa y curiosea en la vianda)
¿No pudiste encontrar algo peor?

JACINTO.- Tú sí te quejas, vale. Cualquiera diría que toda tu vida has comido langosta y tomado champaña.

TULEMÓN.- El día en que estrené mi primer par de zapatos, pensé que me sería difícil volver a calzarme alpargatas.

JACINTO.- ¿Y qué me quieres decir con eso?

TULEMÓN.- Que hay cosas que no puedes comprender. Así que no hablemos más de ello. (Pausa) ¿Viste a Clara?

JACINTO.- No pude. Hoy amaneció muy vigilada la casa. Así que pasé de largo.

(Tulemón da unos pasos. Pausa)

TULEMÓN.- ¿Sabes? Me angustia no tenerla a mi lado.

JACINTO.- Lo comprendo. Yo también amo a mi mujer. Pienso que si no pudiera verla, como usted, sufriría mucho.

TULEMÓN.- (Pensativo) Tu mujer… (Pausa) Háblame de ella.

JACINTO.- ¿De Encarnación?

TULEMÓN.- ¿Así se llama?

JACINTO.- Sí.

TULEMÓN.- ¿Cómo es?

JACINTO.- Bueno… yo la quiero.

TULEMÓN.- Sí. Pero, ¿cómo es? Yo podría hablar de Clara sin parar.

JACINTO.- Es… es dulce, dicharachera… y me comprende muy bien.

TULEMÓN.- ¿Tienen hijos?

JACINTO.- Cinco. Encarnación los adora. Y yo también.

TULEMÓN.- (Para sí) ¡Cinco! (Pausa) ¿Y están orgullosos de ti?

JACINTO.- Por supuesto. El mayor se me parece como una gota de agua a otra. Lo tengo estudiando en la técnica. Se llama Raúl. Quiero que sea alguien.

TULEMÓN.- Y en la cama, ¿cómo es?

JACINTO.- ¿Quién?

TULEMÓN.- Encarnación.

JACINTO.- (Turbado) Bueno… hemos tenido cinco hijos.
(Tulemón lo mira fijamente. Hay una pausa)
Este… tengo que volver a la fábrica.

TULEMÓN.- Está bien. Vete.

(Jacinto sale)
(Tulemón no se mueve)
(Reflector sobre Clara)

CLARA.- He pasado toda la tarde con Miguelito… ¡y hasta le he dado el tetero, imagínate! Si vieras qué hermoso está, ¡es el sobrino más bello del mundo! Y ya dice papá… papá… y mi hermano se muere de orgullo. Y lo abraza, y lo besa fuerte, como si quisiera comérselo. Y de veras que dan ganas, ¡es tan tiernito! Cuando tengamos nuestro hijo, Tulemón, te vas a morir de celos… ¡le daré mil besos diarios y tú tendrás que morderte las uñas, viejo león!

(Clara desaparece)
(Tulemón se acerca a la mesa)

TULEMÓN.- En fin… habrá que ensuciarse el estómago con esta porquería.

(Se pone a comer masticando lentamente. Pausa. Tulemón piensa)
(Luz sobre el hijo. Entra Clara)

CLARA.- ¿Qué sucede, Jorge? ¿Por qué no te has levantado de la mesa?

HIJO.- No lo soporto.

CLARA.- ¿Qué es lo que no soportas?

HIJO.- A mi padre.

CLARA.- ¡Jorge!

HIJO.- Vivo bajo el pecado original de ser su hijo. Mis compañeros me desprecian, me humillan, huyen de mí como quien huye de la peste. De nada me sirve el tratar de ser cordial; me rechazan, me odian. Sí, ¡me odian!

CLARA.- Hijo, ¡por Dios!

HIJO.- Tú no tienes idea, madre. No es nada fácil ser hijo de Tulemón González… ¡el hijo de un asesino! Del chacal, como mis compañeros escriben en las paredes.

CLARA.- Escúchame, Jorge…

HIJO.- ¿Cómo has podido hacerlo, madre? ¿Cómo has podido recibir en tu lecho a un hombre como mi padre? ¿Cómo? ¿No has sentido nunca vergüenza, asco?

CLARA.- Jorge, yo…

HIJO.- Sé que lo amas. Y comprendo tu amor… tu amor ciego por él. Es tu vida y eres libre de hacer con ella lo que quieras. Pero no tenías necesidad de inmiscuirme a mí, ¡no tenías ningún derecho a hacerlo!

CLARA.- ¡Jorge!
(El hijo hace mutis)
¡Oh, Dios mío!

TULEMÓN.- Clara, no es conveniente que tengamos un hijo en estos momentos. La situación es difícil. Esperemos.
(La luz que ilumina a Clara se apaga)
(Tulemón se levanta y da unos pasos. Se mira las manos)
¡Jacinto!

(Entra Jacinto)

JACINTO.- ¿Qué quieres?

(Tulemón saca de su dedo el anillo de matrimonio. Se lo muestra al otro)

TULEMÓN.- ¿Sabes qué es esto?

JACINTO.- Bueno… supongo que un anillo de bodas.

TULEMÓN.- Supones bien. ¿Te gusta?

JACINTO.- Es muy bonito.

TULEMÓN.- ¿Sabes cuánto vale?

JACINTO.- No… pero me imagino que bastante.

TULEMÓN.- Así es. Tuve que pagar dos mil bolívares por él.

JACINTO.- ¿Dos mil bolívares?

TULEMÓN.- Como lo oyes. (Lentamente) Platino y brillante… realmente es hermoso. Cualquier joyero te daría mil quinientos sin pensarlo mucho.

JACINTO.- (Sonriendo) Primeramente tendría que ser mío.

TULEMÓN.- Puede serlo.

JACINTO.- No veo cómo.

TULEMÓN.- Tráeme a Clara esta noche y te lo doy.
(Jacinto guarda silencio)
¿Qué me respondes?

JACINTO.- Sería mucho riesgo.

TULEMÓN.- ¿Y qué? Bien merece la pena.

JACINTO.- Amo demasiado mi libertad.

(Tulemón da unos pasos)

TULEMÓN.- Lo que más me disgusta de ti es esa falta de ambición que tienes. Has nacido para arrastrarte siempre detrás, como la cola de un lagarto; para estar siempre abajo, en la indigencia, en el mundo de las aspiraciones frustradas. Todo porque eres incapaz de arriesgarte.

JACINTO.- Como usted, ¿verdad?

TULEMÓN.- (Soberbio) Sí, ¡como yo!

JACINTO.- es una pena arriesgarse tanto para terminar dependiendo de un hombre como Jacinto Longa; que, según usted, no es más que la cola de un lagarto.

TULEMÓN.- ¡Lárgate! ¡Lárgate, basura!

(Jacinto sale tranquilamente)
(Tulemón vuelve su anillo al dedo)

TULEMÓN.- La verdad es que no acabo de comprender a este negro. No es un cobarde, puesto que arriesga su vida al encubrirme… ¿Por qué diablos lo hará? ¿Será que espera un buen ofrecimiento, algo más sólido?... ¿O es que acaso disfruta teniendo a su merced a un hombre poderoso como yo?... No sé, no sé… La verdad es que el mundo se me encoge como una piel de zapa… ¡cada vez más! (Pausa) Si al menos pudiera ver a Clara…

(Luz sobre Frac Rojo, sentado sobre un taburete de bar)

FRAC ROJO.- De veras que te gustaría, ¿no? ¡Qué bien hace Clara el amor! Bueno… quizá no tan bien como Sara… ¿o era tu cabeza quien así lo imaginaba? Porque, si vamos a ser sinceros, Sara no se entregó realmente. Y fue una lástima, ya que era una buena hembra. (Ríe) ¡Qué bien la hubieras pasado, viejo erótico, si el hueso se hubiese dejado roer!... ¡Sara! Era hermosa, en verdad. Con un cuerpo hecho para el amor. Al verla decidiste hacerla tuya. Y, en cierto modo, la conseguiste… con malos modos, desde luego… ¿te acuerdas?

(Un foco ilumina a Sara y a Santiago)

SARA.- Santiago…

SANTIAGO.- Dime.

SARA.- Desde anoche quiero hablar contigo.

SANTIAGO.- Tú dirás.

SARA.- Se trata de Tulemón.

SANTIAGO.- ¿Qué pasa con él?

SARA.- Anoche se me acercó, en medio de la fiesta.

SANTIAGO.- ¿Y?

SARA.- Todo el mundo nos miraba. Yo quería que me tragara la tierra. Parece que están enterados de sus pretensiones.

SANTIAGO.- ¿Qué te dijo?

SARA.- Que me decidiera de una vez…porque se le estaba agotando la paciencia.

SANTIAGO.- ¿Y qué le contestaste?

SARA.- Lo mismo de siempre: que era una mujer honrada y que te debía respeto. Además le dije que te amaba profundamente.

SANTIAGO.- ¿Ese puerco qué se pensará?

SARA.- Hay algo más

SANTIAGO.- ¿Qué cosa?

SARA.- Me amenazó.

SANTIAGO.- No permitas que te intimide.

SARA.- Me amenazó contigo.

SANTIAGO.- ¿Cómo conmigo?

SARA.- Me dijo textualmente: “Si mañana no se decide usted, su marido va a lamentarlo”.

FRAC ROJO.- ¡Bravo, Tulemón! ¡Tu romanticismo es sólo comparable al de Goethe!

(Tulemón da unos pasos hacia la izquierda)

SANTIAGO.- Escúchame bien, Sara: ¡pase lo que pase, no accedas!

SARA.- Pero tú…

SANTIAGO.- No te preocupes por mí. Lo que deseo es que te metas bien en la cabeza esto: ¡no accedas! ¡pase lo que pase!

(Desaparecen Clara y Santiago)

FRAC ROJO.- Y lo fuiste a buscar, Tulemón. Y lo golpeaste aspirando que te firmara un mensaje persuasivo para Sara, ¿recuerdas?

(Luz sobre Parra)

PARRA.- Jefe, no quiere firmar.

TULEMÓN.- Está bien. Que le saquen una foto.

(Desaparece Parra)
(Foco violento sobre Sara, con una fotografía en las manos)

SARA.- ¡Oh Dios mío! ¡Qué miserable es usted!

TULEMÓN.- ¿No tiene algo qué responderme?

SARA.- Sí ¡que no accedo, ni accederé nunca! ¡Usted me da asco!

(Desaparece Sara)

FRAC ROJO.- Pero tú eres perseverante, Tulemón. Como buen perro no dejas escapar nunca la presa.

(Tulemón da unos pasos. Se detiene)
(Luz violenta sobre Sara. Tiene otra fotografía en las manos)

SARA.- ¡Basta, basta! ¡Déjenlo en paz! ¡Haré lo que usted quiera!

(Sara desaparece)

FRAC ROJO.- Y se entregó a ti como un objeto. En tus manos fue como un violín inútil al cual no pudiste arrancar una sola nota.

TULEMÓN.- ¡Mentira! ¡Hizo el amor como nunca lo había hecho!

FRAC ROJO.- Qué imaginación tienes, Tulemón. Si tuvieras buen corazón serías un gran poeta.

(Pausa. Tulemón va a sentarse)
(Luz sobre Sara y Santiago, éste de espaldas, dando la sensación de un hombre físicamente agotado)

SARA.- Tienes que comprenderme, amor. Era una tortura ver aquellas fotos. ¿O es que pretendías que me volviera loca viendo cómo poco a poco te iban desfigurando? ¡No, no pude resistirlo!

SANTIAGO.- (Lentamente) Te dije que no accedieras, pasara lo que pasara.

SARA.- ¡Tú en mi lugar lo hubieras hecho! (Llora desesperada) ¡Y las cosas que pensaba hacer contigo! Me las decía con una tranquilidad que me impedía dudar. ¿Qué te imaginas que soy? ¿Una mujer de yeso? No podía permitir que continuaran golpeándote, humillándote. Te amo demasiado para ocasionarte tal sufrimiento.

SANTIAGO.- El que me has ocasionado ha sido peor.

SARA.- ¿Tú crees que fue fácil para mí? ¡Es un enfermo! Me obligó a las más bajas abyecciones. ¿Oh, no quiero recordarlo!

SANTIAGO.- Está bien, Sara. Cálmate.

SARA.- ¿Qué piensas hacer?

SANTIAGO.- ¡Voy a matarlo!

(Se apaga la luz violentamente)

FRAC ROJO.- Y lo intentó. Era un palo de hombre, como dicen. Desgraciadamente…

(Luz sobre la rueda de prensa)
(Cuatro periodistas sentados. Frente a ellos, el jefe de Relaciones Públicas)

EL JEFE.- Tulemón González les ruega disculparle, pero un asunto de vital importancia le impide atenderles según lo previsto. Me ha pedido que lo haga yo.

PERIODISTA 1.- ¿De qué se trata?

EL JEFE.- De un atentado político-criminal. Anoche, a eso de las once, un elemento subversivo estuvo a punto de ultimar a Tulemón. Afortunadamente su guardia personal evitó la catástrofe.

PERIODISTA 2.- ¿Cómo sucedió?

EL JEFE.- Parece que el delincuente venía espiando desde hace algún tiempo a Tulemón. Aprovechó su asistencia a un cocktail y, armado con un revólver calibre 38, lo interceptó a la salida. Sin mediar palabra alguna comenzó a dispararle, con tan mala puntería que dio tiempo a la guardia para liquidarlo.

PERIODISTA 3.- ¿Han logrado identificar al individuo?

EL JEFE.- Por completo. Se trata de Santiago Montañés, un sujeto vinculado a las más altas esferas sociales del país que servía de enlace a las organizaciones enemigas del orden público. Su esposa ha sido detenida preventivamente para las averiguaciones pertinentes. Tulemón se siente muy apenado por el hecho, ya que – como ustedes saben- detesta este sistema de lucha política. Mi superior estima que esta debe realizarse en un plano más elevado: en el del intercambio de ideas y de la mutua comprensión. Aquí tienen algunas gráficas del asunto.

(Reparte unas fotografías y hace mutis)

PERIODISTA 4.- Me imagino que ustedes no van  a creerse esta patraña.

PERIODISTA 1.- La verdad es que tengo una información distinta. Parece que Montañés, antes de comenzar a disparar, le gritó a Tulemón unas cuántas cosas. Entiendo que se trata de un asunto de faldas.

PERIODISTA 4.- Así es. Conozco muy bien el caso. Era muy amigo del muerto.

PERIODISTA 2.- En fin, ¿para qué complicarnos la vida con eso? Recuerden que en boca cerrada no entran moscas.

PERIODISTA 3.- Chao, muchachos.

(Salen Periodistas 2 y 3)

PERIODISTA 1.- ¿Qué piensas hacer?

PERIODISTA 4.- Aún no lo sé. De lo que sí estoy seguro es de que ya me estoy cansando de evitar las moscas.

(La luz que ilumina la rueda de prensa se apaga)
(Frac Rojo hace mutis)

TULEMÓN.- ¡Parra!

PARRA.- Mande, señor.

TULEMÓN.- la señora Montañés queda incomunicada. Ubícala en uno de los aposentos de arriba y ordena que la traten bien. Más tarde subiré a verla.

PARRA.- Bien, señor.

(Parra sale)
(Luz violenta sobre Clara. Tiene un recorte de periódico en la mano)

CLARA.- Tulemón, ¿quieres explicarme esto?

TULEMÓN.- ¿Qué cosa?

CLARA.- Alguien me envió este recorte de prensa. En él se dice que Santiago Montañés trató de matarte porque tú habías abusado de su mujer.

TULEMÓN.- ¡Mentira! ¡Falacias de mis enemigos! Montañés y su mujer conspiraban. Lo supe, y él trató de silenciarme.

CLARA.- ¡Quiero hablar con la señora Montañés!

TULEMÓN.- Es un preso político. Está incomunicada y nadie puede hablar con ella.

CLARA.- Por favor, Tulemón…

TULEMÓN.- Basta, Clara. No puedo violar el reglamento. Y, además, no voy a permitir que te pongas en ridículo prestando atención a chismorreos tan burdos como ese. Así que no hablemos más del asunto.
(La luz de Clara desaparece)
¡Parra!
(El esbirro entra)
¿Llegaron a dar con ellos?

PARRA.- No, señor. Ni él ni el linotipista han sido hallados. Pero continuamos en su búsqueda.

TULEMÓN.- Está bien, retírate.
(Parra sale. Tulemón va a echarse en el camastro. Pausa)
Necesito ver a Clara. De lo contrario estallaré.
(Se levanta. Camina agitado)
¡Tengo que salir de aquí! Este encierro terminará por aniquilarme. Debo encontrar algún medio.
(Se sirve agua. En ese momento el periódico que envolvía la vianda llama su atención. Lo toma)
Este mundo de la política es una rosquita. Los mismos que se pegaban a mí como una lepra, pasan ahora por amantes de la libertad. ¡Y ese hatajo de imbéciles se tragan esa píldora!
(Arruga el periódico y lo tira al suelo. Bebe agua)
(Un reloj lejano deja oír diez campanadas)
Las diez. La noche avanza sin sentido. Es la hora en que el placer aguarda en los rincones… ¡y yo aquí encerrado, maniatado, sin posibilidades de compartirlo!
(Tose)
Abriré la ventana, ¡así me quemen hasta los mismos sesos! Ese negro de mierda me atormenta con su miedo. La abriré, sí… Al menos llegará hasta mí el olor del sexo y del alcohol. Ese olor que impregna el aire de la noche. Necesito aunque sea esa migaja.
(Abre una ventana imaginaria. Tose. Luce sofocado)
¡Inúndame noche! ¡Penetra por mis poros! ¡Lame mis huesos secos por la ausencia!
(En la tarima aparece Clara, la Madre, Sara y Rosa)
¡Luna: frota tus rayos de luz sobre mi piel ensombrecida! ¡Restriégate sobre mi cuerpo como una amante buena! ¡Hazme tuyo! ¡Tómame los cabellos y arrástrame por los caminos del amor!
(Tose sofocado. Retrocede)

LA MADRE.- Eres un muchacho malo, Tulemón.

TULEMÓN.- ¡Deseo abrazarte a ti, noche, como antes!

CLARA.- Estás enfermo, Tulemón. Luces fatigado.

TULEMÓN.- ¡Quiero hundirme en tus entrañas, beber tu sangre buena!

(Aparecen los tres fracs)

SARA.- Me has obligado a las más bajas abyecciones, Tulemón.

TULEMÓN.- ¡Aniquílame! Abandóname como siempre: ¡desfallecido bajo la claridad del alba!

(La respiración de Tulemón se hace cada vez más sofocada)
(En la tarima insurgen el Padre, Benito, Ramón, Efraín y Santiago)

ROSA.- Reclamo su cadáver.

TULEMÓN.- ¡Aleja de mí el pensamiento! ¡Toca con suavidad cada una de mis células, para que mi cerebro se adormezca!

BENITO.- ¡Eres una mierda, Tulemón!

TULEMÓN.- ¡No quiero pensar más!

(Entran Jacinto, los políticos y El Mendigo)

CLARA.- me encanta sentir tus manos en mi piel.

SARA.- No accedo, ni accederé nunca.

TULEMÓN.- ¡Clara! ¡Sara! ¿Dónde están?

LA MADRE.- Los pájaros no cantan por la noche, Tulemón.

(Entran los estudiantes, el hijo, el sacerdote, el militar y el cura)

TULEMÓN.- ¡Quiero que me inunden de caricias, de frases sofocadas!

CLARA.- Pobre amor mío.

(El resto de los personajes ha entrado. Todos parecen inclinarse sobre Tulemón, ahogarle con sus presencias. La luz sobre todos ellos debe ser difusa, como personajes de una pesadilla)

TULEMÓN.- Dame tu boca, Clara. Tu lengua, tu saliva…

LA MADRE.- Hace días que no me haces el amor.

TULEMÓN.- Sara, se como mi madre: puro sexo. Déjame hundir mi cara entre tus muslos.

(Tulemón cae de rodillas. Crece su sofoco)

CLARA.- Si al menos tuviéramos un hijo.

EL MENDIGO.- Todo eso es romanticismo, Tulemón.

HIJO.- ¿No has sentido nunca vergüenza, asco?

TULEMÓN.- ¡te voy a volver picadillo, grandísima puta!

FRAC ROJO.- Eso es amor, Tulemón.

TULEMÓN.- ¡Basta! ¡Quiero ver el cielo!

JACINTO.- El cielo no tiene nada que verle.

TULEMÓN.- ¡Abre la ventana, Clara! ¡Ábrela!

JACINTO.- Te buscan como a palito de romero

TULEMÓN.- ¡Sara! ¡Ábrela tú!

JACINTO.- Ese olor a carne asada.

TULEMÓN.- ¡Oh, estoy en manos de ese negro!

POLÍTICO B.- ¡A los camiones, a los camiones!

FISCAL.- ¿Su nombre?

RAMÓN.- Ramón Urbaneja.

ROSA.- ¡Pido justicia para mi marido!

PARRA.- ¡Desnúdenla!

TULEMÓN.- ¡Protesto! ¡Este juicio está viciado!

SACERDOTE.- No me venga con lugares comunes, Tulemón.

EL PADRE.- Tulemón: anda a lavar el chiquero.

EL MENDIGO.- Piensa en una sola cosa: ¡subir a como dé lugar!

CLARA.- Tulemón: ¡esto se hunde y hay que escapar!

POLÍTICO A.- Tulemón tiene muchas cosas a las cuales responder.

TULEMÓN.- Enciende la luz, Clara… ¡enciéndela!

FRAC CELESTE.- ¡Pobre Tulemón González!

EL PADRE.- ¿Cómo anda eso? ¿Huele bien? ¿Da calorcito?

(Tulemón ha ido quedándose quieto. La expectación crece en las tarimas)

TULEMÓN.- Líbrame de esto, madre…

MADRE.- No puedo hacer nada, hijo. ¡Tú te lo buscaste!

(Comienza un coro agitado, pero a la sordina)

FRAC ROJO.- Pronto: la digitalina.

FRAC CELESTE.- ¡La digitalina!

FRAC NEGRO.- ¡La digitalina!

TODOS.- ¡La digitalina! ¡La digitalina!

(El término salta por todos lados, a la sordina, anárquicamente, con el ansia de quien busca algo vital por los rincones)
(Tulemón no se mueve. Ha terminado por adquirir una posición fetal)
(El coro de voces va decreciendo hasta desaparecer: Todos los personajes se han quedado quietos, mirando a Tulemón, inclinados hacia él)
(Hay una pausa)
(Entra Jacinto)

JACINTO.- Tulemón… Tulemón…

TULEMÓN.- (Sin moverse) ¿Qué quieres?
JACINTO.- Tienes visita. Son dos señores que desean hablar contigo.

(Tulemón se incorpora. Durante toda la acción siguiente no se desplazará de su sitio. Los personajes, atrás, comienzan a mostrarse intranquilos, mirándose los unos a los otros, confundidos, dando la idea de que no entienden muy bien lo que sucede)

TULEMÓN.- ¿Conmigo?

(Entran dos políticos)

POLÍTICO A.- Con usted, Tulemón. Trabajo nos dio localizarlo. Pero ya que estamos aquí, seamos breves. No tenemos mucho tiempo para perder.

TULEMÓN.- Ustedes dirán.

POLÍTICO A.- Su situación es difícil, Tulemón. Creo que lo sabe. Una vez descubierto, se arrojará sobre usted todo el peso de la ley.

TULEMÓN.- Ya me había resignado a ello. En el fondo, ha sido lo mejor. Este agujero amenazaba con enloquecerme.

POLÍTICO A.- Sin embargo, hay una posibilidad de evasión. La única. Que usted acceda a trabajar para nosotros.

TULEMÓN.- ¿Y quiénes son ustedes?

POLÍTICO A.- Los nuevos mandatarios. Hemos llegado a la conclusión de que para sostener el sistema se precisa de sus servicios.

TULEMÓN.- Yo creía en el antiguo orden de cosas.

POLÍTICO A.- Este es muy parecido. Le será fácil amoldarse.

(Los personajes de la tarima – con excepción de los tres fracs- comienzan a replegarse, temerosos. Lentamente irán abandonando la escena)

TULEMÓN.- ¿Y si me niego?

POLÍTICO A.- Ya lo sabe: un juicio, el presidio, su aniquilación como hombre político.

TULEMÓN.- ¿No temen, si acepto, a la reacción del pueblo?

POLÍTICO A.- Lo tenemos todo previsto. Al principio, usted actuará secretamente. Aconsejará, organizará. Después ya encontraremos una fórmula. No es difícil hacerles tragar una medicina desagradable. Gruñirán, pero terminarán aceptando lo que se les imponga.

TULEMÓN.- ¡Quién lo sabe!

POLÍTICO A.- En todo caso, ese será nuestro problema.

(Tulemón los mira un momento)

TULEMÓN.-Está bien. Acepto.

POLÍTICO A.- Es usted un hombre inteligente. Adiós. Ya tendrá noticias nuestras.

(Los dos políticos salen)

JACINTO.- ¿No te lo dije? Todo es cuestión de paciencia.

TULEMÓN.- ¡Lárgate!

(Jacinto sale. Tulemón luce muy cansado. Para este momento, sólo tres fracs y él permanecen en escena)
(Mientras habla, Tulemón vuelve lentamente a su posición fetal)

Todo va y viene. El mal y el bien, el, odio y el amor, la riqueza y la miseria… como si anduvieran montadas en un carrusel, yendo y viniendo.  Nosotros de pie, esperando a que retornen. Porque nada se va por completo. En una u otra forma retorna… como el verano, como las nubes. Y así cada cual, tarde o temprano, volverá a lo suyo…

(Tulemón se queda quieto… ¿muerto, tal vez?)

(Los tres fracs lo miran. Pausa. Miran al público. Luego hacen un elocuente gesto con los brazos, como de quien no comprende nada)

Telón Final


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