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Especialista en Teatro Venezolano

lunes, 16 de abril de 2012

Orlando Ascanio

 http://luiscolfra.blogspot.com/2008/03/reconociendo-los-valores-locales.html

BAJO LA MIRADA
DE GARDEL

Esta obra surgió después de largas conversaciones, improvisaciones y un proceso de investigación con el Taller de Formación Teatral del teatro de Villa de Cura. Cada uno de los actores y actrices fueron aportando información, pequeños textos e ideas, y es así como se llevó a escena esta obra.


Estrenada el 27 de marzo de 1992
en la sede de Danzas ‘Caribai’,
con el siguiente elenco:

JAVIER ----------------------------------- José Ángel Meléndez
JORGE ----------------------------------- Adolfo Tosta
JOVEN ------------------------------------ Andrés Montevideo
GRUPO DE ANCIANAS ------------ Taller de Formación Teatral Niveles I y II

Escenografía, vestuario, iluminación y sonido: Orlando Ascanio.
Maquillaje: Félix González
Asistente de Dirección: Andrés Montevideo

Puesta en escena y dirección general: Orlando Ascanio


A mi madre, Rosa.

A Luís Enrique Torres,
A José Ángel Meléndez.
A la memoria de Adolfo Tosta.



PERSONAJES:
JAVIER: Hombre delgado, de unos 65 años.
JORGE: Hombre de unos 60 años.
JOVEN: De unos 20 años.
GRUPO DE ANCIANAS: De diferentes edades.

Época actual.


Escenografía:
Sala de una casa de los años ’30, con el mobiliario de la misma época. Cortinajes gastados.
A los laterales, puertas hacia la calle e interior.
En la pared del fondo: una fotografía grande de Carlos Gardel en el marco ovalado.
Flores secas en los jarrones denotan lo descuidado de la casa.



PRIMER TIEMPO
(Javier viene de la calle, cansado. Camina por el espacio. Se sienta en un banco que está al lado de una mesa en el centro de la escena. Coloca el maletín sobre ella. Se queda pensativo. Se quita la corbata. Revisa la maleta, sacando algunas cosas. Lee para sí como si recitara un texto. Luego reacciona).

JAVIER.- ¡Jorge! (Pausa) ¡Jorge! (Pausa) ¡Jorge!

(Entra Jorge rápidamente, con una bomba de flix para alejar las moscas. Se detiene y mira con desagrado el reguero que dejó el profesor en la mesa. Lo recoge junto con el maletín, colocándolo en algún sitio).

JORGE.- ¿Mucho trabajo, profesor?

JAVIER.- Bastante. Lo suficiente como para no salir de casa en varios días; sino fuera porque necesito la miseria de sueldo que me pagan, las mandaría al diablo.

JORGE.- No hable así de ellas. Son unas viejecitas adorables.

JAVIER.- ¿Adorables? Dices eso porque no las conoces.

JORGE.- Las conozco a través de usted. Sé de ellas por todas esas historias fantásticas que usted me cuenta, y eso nos ha mantenido juntos durante mucho tiempo.

JAVIER.- Ya, ya. (Se quita los lentes y los limpia con el aliento y un pañuelo que saca de su bolsillo).

JORGE.- Profesor.

JAVIER.- ¿Sí?

JORGE.- Tenemos un nuevo huésped.

JAVIER.- (Sorprendido) ¿Cómo?

JORGE.- Es que me dio lástima el pobre muchacho… Tan triste… Tan solo…

JAVIER.- ¿Es que no te conformas con los perros, los gatos, los loros, los canarios, el mono y el morrocoy?

JORGE.- Ellos no molestan a nadie en el patio.

JAVIER.- Sí, pero comen como un ejército.

JORGE.- Cuando usted me pague los años que llevo a su lado, le prometo que no tocarán su comida.

JAVIER.- Está bien, está bien. (Pausa corta)

JORGE.- Profesor.

JAVIER.- ¿Qué nuevo acontecimiento ha surgido en el día de hoy?

JORGE.- Bueno, las mujeres que ocupan el apartamento del séptimo piso, del edificio azul que está cerca del patio, lanzaron por la ventana un montón de periódicos viejos. Me atrevo a decir, más de un camión.

JAVIER.- Esas mujeres están locas.

JORGE.- ¿Ah y usted no sabe?

JAVIER.- ¿Qué es lo que no sé?

JORGE.- Hace como tres horas pasó un avión del Ministerio de Educación, dejando un rancio olor a pescado.

JAVIER.- ¿Y cómo sabes que era el Ministerio de Educación?

JORGE.- Es que en la calle había una turba de maestros, lanzando y gritando consignas, y cuando el avión pasó, todos cayeron al suelo. Además, los niños vecinos no fueron hoy a clase.

JAVIER.- NO sé qué va a pasar con este país. (El profesor camina lento a un extremo. Jorge se queda mirándolo. Luego reacciona y le lleva el banco y lo sienta suavemente). ¿Cómo es él?

JORGE.- ¿Quién?

JAVIER.- El muchacho que trajiste.

JORGE.- Ah, bueno… es muy joven… de unos veinte años… un poco tonto… Yo creo que es el hambre que lo tiene así. Me dijo que no tiene familia, como nosotros; dice que duerme donde lo agarra la noche y que no consigue trabajo en ninguna parte.

JAVIER.- (Sin prestarle atención a Jorge, camina un poco triste por el espacio) No quiero seguir dando clases de teatro particular. Una escuela o un instituto sería lo mejor para mí. Es triste, es grotesco, aquella cantidad de viejas adineradas montando una obra de teatro por la paz del mundo. Lo peor que ninguna tiene madera de actriz.

JORGE.- No se ponga así, profesor.

JAVIER.- No me compadezcas. Sabes muy bien que me molesta.
JORGE.- Como usted diga, profesor.

JAVIER.- ¿Me prometes portarte bien?

JORGE.- Sí, profesor.

JAVIER.- Así me gustas, que me obedezcas.

(Jorge toma el maletín para llevárselo. Javier desabrocha su camisa sin mirar a Jorge)

JORGE.- Por el peso de esta maleta, debe estar llena de piedras.

JAVIER.- Fueron ellas. Me regalaron un montón de cosas que no necesitaban.

JORGE.- Yo no sé dónde piensa meter tantos peroles. (Saliendo de la escena)

JAVIER.- ¿Sabes? Entre aquel montón de señoras hay una ancianita muy linda, por lo que valdría la pena volver. (Sonríe) Hoy en un breve descanso me leyó varios cuentos, escritos por ella. Me llamó la atención uno en especial, donde relata la vida de un hombre que le desagrada el olor a pescado.

JORGE.- Por favor, profesor, me desagrada el olor a pescado porque mi madre, cuando era niño, me obligaba a tomar aceite de hígado de bacalao.

JAVIER.- Ven, aquí, Jorge. Sabes que no me gusta hablar contigo desde lejos.

JORGE.- Voy, voy.

JAVIER.- No me refería a ti, sino a uno de los cuentos de la ancianita.

JORGE.- (Entrando con dos sillas) Disculpe entonces.

JAVIER.- ¿Y esas sillas?

JORGE.- Es por si acaso viene alguna visita, y es bueno estar preparado.

JAVIER.- Ya nadie nos visita.

JORGE.- Es extraño.

JAVIER.- ¿Qué es lo extraño?

JORGE.- Usted se la pasa todo el día en la calle, salvo los domingos, y no se entera de lo que sucede a su alrededor. En cambio yo, llevo años metido aquí y me entero de todo lo que sucede allá afuera.

JAVIER.- Suelta el chisme que tienes en el buche.

JORGE.- No, no, no, un momento, no me insulte.

JAVIER.- Deja el dramatismo y habla de una vez.

JORGE.- Ahora no le digo nada por falta de respeto. Primero me grita y después quiere…

JAVIER.- ¿Vas a hablar o no?

JORGE.- Sí, sí, está bien, está bien. (Se sienta en una de las sillas y se toma un tiempo concentrándose en lo que va a decir)

JAVIER.- ¿Cuándo vas a empezar?

JORGE.- Me estoy preparando.

JAVIER.- Deja el misterio y empieza.

JORGE.- Anoche tuve un sueño revelador.

JAVIER.- No me gustan tus sueños. (Sale de escena)

JORGE.- Pues va a tener que oírlos. (Pausa) Anoche soñé que era un árbol, y cada rama me decía: yo crezco como quiero. Y me quedé mirándolas y dejándolas ser. Después desperté y empecé a sentir el desorden y me di cuenta que he puesto todo mi peso sobre una rama. Por eso tiemblo con cualquier brisa o con el ruido de las hojas que no me dejan en paz.

JAVIER.- (Entrando) Suena muy poético tu sueño.

JORGE.- Venía buscando un eje donde colgar las experiencias. Bajé las escaleras del sueño y le encontré a usted, profesor. Escribiendo un poema o una canción, no sé para quién; pensé por un momento que era para mí, después desistí de la idea. Seguimos siendo dos desconocidos.

JAVIER.- Hace días atrás tuve un sueño.

JORGE.- Todos los días sueña al lado de las ancianas.

JAVIER.- Soñé que contaba mentiras y así me fui confundiendo en ellas. Llegó a ser difícil precisar linderos, saber dónde terminaba la mentira y dónde empezaba la verdad.

JORGE.- A veces nuestras vidas se hacen escurridizas porque tenemos miedo.

JAVIER.- (Cambiando el tema) ¿Cuándo me llevas al patio a conocer a tus animales y al nuevo huésped?

JORGE.- Cuando usted me lleve a conocer su grupo de actrices.

JAVIER.- Un día de estos.

JORGE.- Entonces será un día de estos, que yo lo lleve al patio.

JAVIER.- Esta es mi casa, Jorge.

JORGE.- Y ellos son mis pertenencias.

JAVIER.- Son seres vivos.

JORGE.- ¡Cállese! (Entre los dos se produce un gran silencio. Javier camina hacia la salida. Jorge se sienta de nuevo)

JAVIER.- Todo esto es como vivir inmerso en medio de un atiborrado mundo de espejos. He llegado a tener miedo a la noche, a la oscuridad, y sólo podía dormir cuando en la repisa de los santos había una vela encendida. Hemos crecido juntos con nuestros juegos de y mentiras. ¿Qué pasa ahora con la vida que transcurre bajo este techo?

JORGE.- Bajo este techo tiene lo que le gusta.

JAVIER.- Eres una alimaña, que debí sacar hace tiempo. (lo persigue)

JORGE.- Vamos, profesor, no se engañe. Usted no es capaz de matar una mosca.

JAVIER.- Respétame, Jorge.

JORGE.- Bien. Como usted ordene.

JAVIER.- En la vida, sólo me quedan mis ancianas y tú. Un día de estos las flores se quedarán dormidas. La muerte irremediablemente me dejará solo. La telaraña herida abrirá sus fauces de tiempo cuando también quiera dormir. Los teatros han tenido sus telones, mientras las salas vacías duermen y no puedo gritar porque hay mucha lluvia. (Pausa) No te quedes callado, Jorge. Te estoy hablando.

JORGE.- Las alimañas no hablan.

JAVIER.- Lo estás haciendo.

JORGE.- ¡Ay! Profesor, usted cansa. (Pausa. Javier camina a un extremo)

JAVIER.- Jorge…

JORGE.- Sí, ya sé: acto seguido, me siento en el piso, me quedo quietecito, pensativo, y usted vuelve a contar otra historia.

JAVIER.- No hay más historias que contar.

JORGE.- Ah, no, así no puede ser, no funciona. Se pierde la tensión dramática que se ha ido creando. Se disloca el juego.

JAVIER.- Tengo una reflexión.

JORGE.- ¿Una reflexión?

JAVIER.- Sí.

JORGE.- ¡Al fin, hay un cambio en nuestras aburridas vidas! (Se sienta en una silla) Lo escucho.

(El profesor se arregla un poco el traje. Se aclara la garganta como si fuera a cantar)

JORGE.- Eso no está permitido. Está dañando sus cuerdas vocales.

JAVIER.- Tienes razón. (Continúa arreglando su traje)

JORGE.- (Fastidiado:) ¿Qué espera para empezar?

JAVIER.- No interrumpas mi estado de pre-trabajo.

(Jorge ríe bajito, burlándose. Javier baja del escenario y camina hacia la salida del teatro)

JAVIER.- Todo este tiempo en el arte me ha hecho creer que la vida es como la poesía. Creer en el hombre. Siempre partir. Estar de paso, aunque una vez se parta, se sienten unas irreprimibles ganas de llorar. Eso es la vida: un montón de hechos borrosos en el existir. No podría hablarte de felicidad, después de mi retiro del teatro. Los artistas a veces estamos lejos de la naturaleza, a pesar de que el arte se alimenta de ella. Tal vez ahora pueda apreciar mi mundo.  Hay un montón de tragedias y comedias vividas, sí, pero en este momento todo se torna más real.  Hay que detener el pequeño barco de estacatos y bemoles, para guardarlos en la memoria.

JORGE.- (Desde el escenario. Se levanta de la silla, bastante fastidiado) ¿Debo aplaudir, llorar o reír?

JAVIER.- (Molesto, sube al escenario) ¡Haz lo que te venga en ganas!

JORGE.- ¡Usted me ha cambiado el rumbo del discurso!

JAVIER.- ¡Eres libre

JORGE.- ¡No sé a qué libertad se refiere!

JAVIER.- ¡No me subas la voz porque te puede pesar!

JORGE.- ¡Grito las veces que me da la gana!

JAVIER.- (Amenazante) ¡Jorge!

JORGE.- (Irónico y muy suave:) Las cartas sobre la mesa, profesor.

JAVIER.- (Sube al escenario) ¡Te voy a…!

JORGE.- (Baja del escenario y se introduce en el público) ¡Exactamente allí! Sobre el escenario. Porque estamos en un teatro, profesor. ¿No es así?

JAVIER.- ¿A dónde quieres llegar?

JORGE.- Aquí están todos. Amigos y enemigos. Sobre el escenario el gran actor, el único, el inigualable. Dueño de una gran respiración y una prodigiosa técnica. Brillante y creador. Él está allí con su pequeña comedia, un poco triste por momentos. Lo acompaña la gran orquesta sinfónica de aduladores.

JAVIER.- ¡Basta de juegos! Aquí no hay nadie. Sólo nosotros dos.

JORGE.- No, mi querido, profesor. (Ordena:) ¡Enciendan la luz de la sala! (Se enciende la luz de todo el teatro. Es una luz muy fuerte) ¿Se da cuenta? Esta no es su casa y nada de lo que allí está, sobre el escenario, es suyo. Todo es prestado. Es una escenografía prestada.

JAVIER.- ¡Esto es una trampa!

JORGE.- ¡No hay trampas!

JAVIER.- ¡Claro que es una trampa urdida por ti!

JORGE.- No hay trampas. Sólo espejos, miles de espejos. Fantasía o realidad: estamos aquí: frente a ese público que nos mira, que ha pagado un boleto con la intención de divertirse, o también la ilusión de que pueda pasar algo.

JAVIER.- (Ríe fuerte, a carcajadas, casi hasta ahogarse:) ¡Ay, Jorge! Te han hecho daño los libros. Lo que acabas de decir es una vulgar copia de una obra de teatro muy conocida. No tienes remedio, querido amigo. Por un momento pensé que, mi contendor de todos los días, se había superado. Pero no, sigue asimilando todo lo que encuentra para esgrimirlo en situaciones que no vienen al caso. Vamos, querido Jorge, despierta. Aquí no va pasar nada. Creo que la soledad te está haciendo daño.

JORGE.- (Camina entre el público hacia el escenario, derrotado, llorando) ¡Apaguen la luz de la sala!

JAVIER.- (Burlón:) No hay luz que apagar.

JORGE.- (Grita, desesperado:) ¡Apaguen esa luz, por Dios!

(Se paga la luz de la sala y todo vuelve a su intimidad escénica)

JAVIER.- Mañana voy a plantearle tu caso a la doctora Antúnez, a ver qué te puede medicar. Es una de mis ancianas, ¿sabes? Una excelente psiquiatra.

(Jorge termina de subir al escenario. Javier se sienta en una de las sillas. Jorge camina hacia una de las salidas de la casa)

JAVIER.- ¿A dónde vas?

JORGE.- Al patio. A tomar un poco de aire. Hace demasiado calor aquí dentro. (Sale)

JAVIER.- (Burlón:) Cuidado te enredas con tantos trajes, pelucas y máscaras en el camerino.

JORGE.- (Muy triste, desde afuera:) No se preocupe, profesor. Tendré mucho cuidado al hacerlo. Hay que mantener en estricto orden los trajes de la comparsa de este montón de viejas que usted prepara para el teatro. En especial el de la doctora Antúnez. ¡Ah! Y el de la ancianita linda de los cuentos.

JAVIER.- (En el mismo tono de burla:) No olvides darle comida a tus animales y a tu nuevo amigo. No quiero que la gente ande por allí diciendo que aquí se pasa hambre.

JORGE.- Se hará como usted diga, profesor.

(Jorge sigue llorando desconsolado. El profesor Javier inicia el canto de un bolero muy viejo. Se interrumpe. Vuelve de nuevo a cantar. La sonata en La mayor, de César Frank, se deja oír mientras va cayendo la luz)

(Fin del Primer Tiempo)


SEGUNDO TIEMPO
(Jorge, sentado en una de las sillas en el centro del escenario, le da unos últimos retoques con hilo y aguja a un traje de payaso. Aún se oye la melodía del tiempo anterior)

JORGE.- Dostoievky dijo: “Se mataron a sí mismos por falta de un ideal supremo”. Alrededor hay un horrible vacío, digo yo ahora. A los veinte años yo era un buen muchacho y de pronto noté que la gente que se me acercaba mentía a cada paso. No quería creerlo, pero mentían. Eran como si les hubiesen dado cuerda. Me hartó tanta falsedad. Me perdí. Los niños se pierden así, entre tanta multitud, en las fiestas. Llegué a ser un buen actor, en aquel inmenso teatro, pero todo se daña. Se contaminan las aguas, se extinguen los animales, desaparecen las hierbas, se despersonaliza el hombre, empobrecen los bosques… ¿Y el amor? El amor abandona de prisa el mundo. (Javier, entrando y dando una nota musical, con un libro en las manos) Una vez me dije: No hay que postergar la alegría porque, de lo contrario, uno despierta a la mañana siguiente y no está. Se acabó todo. (Sonríe)

JAVIER.- Todo es recuerdo, Jorge. El tiempo es el gran enemigo. Hay que correr los riesgos; pero la verdad te hace abrir los ojos. (Da otra nota más alta) hay que experimentar nuevas sensaciones, como sea posible, para tratar de escapar. (Da otra nota aguda) Aunque fatídicamente se sepa que no hay escape. (Pausa) Te invito a salir de farra esta noche.

JORGE.- Nos queda poco tiempo.

JAVIER.- ¡Qué importa! Todavía queda algo en el banco… Saldremos a emborracharnos. Ser felices.

JORGE.- ¿Qué es ser feliz?

JAVIER.- No sabría definirlo. Pero… vamos, hombre, tú me entiendes. Nadie se ocupa de nosotros… A lo mejor tenemos suerte.

JORGE.- ¿La ultima suerte fatal?

JAVIER.- No digas sandeces. Hemos superado una serie de tonterías. Ya no hay más juegos, ni mentiras.

JORGE.- Ha bebido demasiado hoy.

JAVIER.- Es curioso. Cuando el hombre por fin dice la verdad, todos consideran que está borracho.

JORGE.- En la vida sólo notas lo que confirman tus ideas.

JAVIER.- No se puede contigo.

JORGE.- Hay incertidumbre al estar aquí.

JAVIER.- Afuera también.

JORGE.- Para usted.

JAVIER.- También para esa otra gente que camina, que vive, que lucha. Aquí dentro todo se agotó. Hasta esa vieja foto de Gardel que nos mira y esas puertas inservibles que no abren ni cierran, porque una pared obstaculiza toda posibilidad. Seguir hurgando nuestros sueños, juegos y mentiras, es una obsesión absurda. Salgamos a la calle… a correr… a emborracharnos. Para luego venir a dormir. Mañana será otro día.

JORGE.- Excelente discurso, profesor.

JAVIER.- Basta, Jorge. No sigas con la rutina. No quiero. Me niego a seguir en el juego de antes.

JORGE.- Se ha vuelto usted impersonal. Es como si se negase a seguir formando parte del espectáculo que usted mismo ha armado durante mucho tiempo. Nosotros una vez llegamos a un acuerdo, convencidos de haber vivido todo allá afuera, y decepcionados de la experiencia optamos por todas estas mentiras.

JAVIER.- Lo tiempos cambian.

JORGE.- Está bien. Entonces quite esa fotografía y esas puertas de las que usted habla y guárdelas en el sótano con todo el mobiliario, y busquemos cosas nuevas. Un nuevo ídolo puede ser. Muebles más modernos, y hasta eliminar todo ese cortinaje y pintar las paredes de un color más claro, más alegre… Pero, ¿y lo que llevamos por dentro? ¿Qué hacemos con ello? ¿Qué se puede hacer con nuestro pasado?

JAVIER.- ¡Borracho!

JORGE.- El pasado pesa. Es un dolor penetrante.

JAVIER.- ¡Me voy para el coño!

JORGE.- ¡Excelente sitio! Allí van a parar todos los desesperados. Es una especie de refugio para tanta especie.

JAVIER.- (Gritando:) ¿Qué es lo que tienes en mi contra? ¿Qué coño te he hecho? ¡Dime!

JORGE.- No hable tan alto, profesor. Pueden despertarse nuestras mentiras.

JAVIER.- Que se despierten de una maldita vez. Que se desaten los fantasmas. Que suenen los disparos. Desde este paredón esperamos nosotros. Aquí está mi pecho corroído. (Llora) ¡Maldita sea! Debería mantener alerta la mirada, pero no puedo. Hay alguien que escarba siempre la retina y sólo nos permite ver el pasado. (Llanto agudo)

JORGE.- (Lo toma por los hombros hasta abrazarlo. Con mucha ternura le acaricia el cabello) Ya, Javier. El cielo llora sin una razón, sin algo que lo conmueva.

JAVIER.- Qué solo me siento, coño, qué solo. Callen esas voces. Ustedes están muertos. Yo estoy vivo.

JORGE.- Javier, Javier. La alegría abre también los ojos en la oscuridad. ¿Dónde está tu camino? Descubre que aún es posible el día. Hasta ahora te has buscado en el fondo del espejo. Siempre con los mismos ojos.

JAVIER.- Tengo miedo.

JORGE.- (Saca un pañuelo de su bolsillo y seca las lágrimas de Jorge. De pronto se levanta y comienza un juego para darle ánimo) Una de estas madrugadas me pondré mis viejos guantes blancos, que ya son amarillentos. Mi frac negro y mi sombrero de copa alta. Iré al teatro. Solos. El teatro y yo. Frente a frente, retándonos siempre. La ponzoña y la gloria. El exilio y el reino. Tal vez nos hagamos una larga reverencia y arrojemos por la borda ese glorioso oficio de los pulmones y las muecas.

JAVIER.- Y los tiempos de un mundo mejor, vividos, sin comprender melancolías, agarrados a las paredes.

JORGE.- O tal vez vista aquel traje miserable y raído de bufón que a nadie hizo reír. También podría ser la vestimenta de corsario negro. Vendrán los aplausos. Aplausos robados. La fama bien ganada.

JAVIER.- (Entre risa y llanto:) Querrás decir la mala fama.

JORGE.- Sí, pero fama al fin.

JAVIER.- (Entrando en el juego:) Sería bueno que, cuando subas al escenario, camines sin edades y sin memoria emotiva.

JORGE.- A lo mejor el maestro Ruso no me lo perdona.

JAVIER.- Recurres al Alemán para que te defienda.

JORGE.- Tiene razón. Un distanciamiento siempre. Evaluando en todo momento los hechos.

(Javier se levanta y camina hacia el traje de payaso y se lo coloca sobre el cuerpo)

JAVIER.- ¿Qué tal me queda este traje?

JORGE.- Lo hice a su medida para su próxima obra.

JAVIER.- (Se pincha uno de los alfileres que tiene el traje) Toda rosa tiene debajo sus espinas.

JORGE.- Sí, como este traje. Está sin terminar. Lleva escondido muchos alfileres y agujas, hilos sueltos. Si las agujas y los alfileres no se clavan en la carne, los hilos pueden dejarnos desnudos en el momento menos pensado. Está sin terminar.

JAVIER.-  Cuando lo termines me avisas. Me lo pondré un día de estos, a pleno mediodía, y salir a la calle y llegar hasta el teatro. (Ríe) Puede resultar muy gracioso. La cara que pondrán las viejas. La doctora Antúnez es capaz de encerrarme en un manicomio y hasta tal vez sea motivo de un cuento para la viejecita que te conté.

JORGE.- Ya, profesor, ya.

JAVIER.- Tienes razón. Ya. (Se levanta, entrega el traje a Jorge y camina hacia la salida. Sale de escena. Se oye un violín lejano)

JORGE.- Yo no sé si los viejos regresarán un día por el sitio en que uno los perdió cuando niños. ¡Ay, Jorge! Sigue cosiendo este traje, aunque ya no sepas si eres ya el mismo. Sólo sé que hoy pareces un álbum amarillento para ser destruido por los indiferentes.

JAVIER.- (Desde afuera:) Deja el teatro para mañana y vente a dormir.

JORGE.- (Sin prestarle atención) Bebe sorbo a sorbo tu vino, Jorge. Sueña con la pipa encendida del poeta. Total, los poetas abren y cierran sus poemas como si fuesen trampas. Como dormir y despertar. Todo es como un sueño. La vida es un sueño.

JAVIER.- Ven a dormir, Jorge, ven. Se hace tarde.

(El violín sube mientras va bajando la luz)

(Fin del segundo Tiempo)


TERCER TIEMPO
(Llueve fuerte. Truenos y relámpagos. A medida que avanza la obra, la lluvia va desapareciendo. Entra a escena Javier; está vestido como el comienzo de la obra. Jorge entra y se queda de pie en una de las puertas)

JORGE.- ¿Vas a salir?

(Pausa)

JAVIER.- Sí.

JORGE.- Aún es temprano.

JAVIER.- Sí. Quiero pasar por la librería.

JORGE.- Aún es temprano, profesor.

JAVIER.- Ya lo sé. No es necesario que me lo repitas.

(Pausa)

JORGE.- Está lloviendo muy fuerte.

(Pausa)

JAVIER.- No va a ser buen día hoy. (Inicia la salida)

JORGE.- ¿Cómo son los amaneceres en la calle?

JAVIER.- Depende de tu estado de ánimo. Deberías abrir las ventanas y mirarlo tú mismo. Hace tiempo que ni siquiera sales al patio.

JORGE.- Dejémoslo así.

JAVIER.- No está bien que te encierres tanto. Lees demasiado.

JORGE.- Ya no leo. Ahora estoy escribiendo mis propias obras.

JAVIER.- Has cambiado mucho, Jorge.

JORGE.- Usted también. Desde que se acabaron los juegos y las mentiras, todo ha quedado tan vacío.

JAVIER.- Fuimos demasiado lejos. Ahora ni siquiera nos miramos a la cara. Tratamos de no encontrarnos en la misma casa.

JORGE.- ¿Cómo le va con su grupo de señoras?

JAVIER.- Bien. Se nota bastante progreso.

JORGE.- Yo no puedo decir lo mismo. Mis animales, tuve que darles su libertad; y mi protegido, ya usted sabe, resultó ser un vulgar ladrón, que terminó llevándose todo lo que encontró.

JAVIER.- Es muy triste este final.

JORGE.- A mí me parece cómico, y hasta grotesco. Es como si los espejos se hubieses roto, o tal vez como si el paso de los años los hubiera deteriorado.

JAVIER.- Ya no hay dónde mirarse.

JORGE.- Ahora nos miramos cada uno por su lado.

JAVIER.- Bueno, me voy. Quiero llegar a tiempo.

JORGE.- Aún es temprano.

JAVIER.- Basta de repetir.

JORGE.- Anoche sentí que la muerte visitaba esta casa. Todo, revisando todo lo que aquí quedaba. Un inventario. Lo más triste es que nosotros no figurábamos en esa auditoría. Se llevó todo. Los cuentos, los sueños, las mentiras… Y nos dejó solos, con este gran vacío. Hasta las pastillas para dormir. Por eso estuve escribiendo toda la noche.

JAVIER.- No te preocupes. Mañana cuando me paguen compraremos nuevas cosas. Además, no es bueno vivir de recuerdos.

JORGE.- Eso decía mamá, poco antes de morir, y yo pensé que estaba enloqueciendo. Ahora la entiendo perfectamente.

JAVIER.- Debo irme.

JORGE.- Aún es temprano.

JAVIER.- ¿Temprano para qué?

JORGE.- Si usted se marcha ahora, no volverá.

JAVIER.- No seas tonto, regresaré.

JORGE.- ¿Recuerda cómo nos conocimos?

JAVIER.- ¿A qué viene eso ahora? Necesito salir.

JORGE.- Usted estaba frente a la vidriera de una tienda para damas. Mirando aquellos maniquíes: fríos y estáticos. Lloraba.

JAVIER.- Me haces daño, Jorge.

JORGE.- Venía de enterrar a su esposa. A mí me habían botado del teatro donde trabajaba, por alcohólico. Los dos llorando frente a esa vidriera, y aquella canción de Gardel desde un bar cercano, acompañando nuestro dolor.

JAVIER.- (Canta para sí el tango “Uno”)

JORGE.- Cruzamos pocas palabras y terminamos en aquel bar, contándonos nuestras penas, como si fuéramos viejos amigos. Con la borrachera, vinimos a parar a esta casa. Que decidimos convertir en nuestro pequeño teatro.

JAVIER.- Un mediocre director de teatro y un actor de…

JORGE.- ¡Por favor, no lo diga!

JAVIER.- Nunca serví para nada. Todo lo poco que hice, me lo copiaba de los demás.

JORGE.- Tenía decidido irme a Méjico, a estudiar con aquel maestro japonés. La situación en este país estaba demasiado peligrosa, por lo de los alzamientos militares. Adiós, Méjico. Adiós, teatro.

JAVIER.- Aquí protegimos a tantos perseguidos políticos. Unos están muertos, otros gozan del progreso de la lucha. Si es que puede llamarse así.

JORGE.- Gardel ha sido testigo de tanta historia.

JAVIER.- Dejé la foto allí, por mi esposa. Fue su ídolo. Bajo la mirada de Gardel hemos vivido.

JORGE.- Más tarde voy a bajarla para hacerle unos retoques. Se ha puesto amarillenta. Parece un cadáver.

JAVIER.- Es mejor que la quietes y la guardes.

JORGE.- ¿Qué podemos poner en su lugar?

JAVIER.- No sé… lo que se te ocurra… O no pongas nada.

JORGE.- Puede ser una fotografía de los dos.

JAVIER.- ¿Para vivir bajo la mirada de nosotros mismos?

JORGE.- ¿Por qué no?

JAVIER.- Es ridículo, Jorge. Intentemos algo nuevo.

JORGE.- Otro juego no, profesor. No tenemos salida.

JAVIER.- Vamos a intentarlo.

JORGE.- (Con miedo:) Es mejor que se vaya a la calle; yo me iré a mi cuarto a escribir.

(Jorge intenta salir hacia su cuarto. El grito desgarrador del profesor lo detiene)

JAVIER.- ¡Jorge! (Delirante:) Tengo miedo, ayúdame. Todo esto es perverso. Quita esa fotografía de una vez.

JORGE.- ¡Vaya con sus ancianas!

JAVIER.- No existen. Tú sabes que no existen. Todo es una mentira, como tus animales y tus huéspedes.

JORGE.- ¡Cállese!

JAVIER.- tengo miedo a la vida, a la locura, a la muerte.

JORGE.- Llamaré a la doctora Antúnez.

JAVIER.- No existe. No hay a quien llamar. No ha calmante. (Tocan a la puerta)

JORGE.- Tocan a la puerta. Quiero abrir…

JAVIER.- No, no, no abras. Tal vez sea la pesadilla que quiere entrar. (Tocan a la puerta)

JORGE.- No se pueden detener los relojes. Tengo miedo. Tengo miedo.

JAVIER.- No abras. Nos quedaremos en silencio.

JORGE.- Estamos al descubierto. Desnudos ante nuestra propia verdad. ¿Qué podemos hacer?

JAVIER.- Sí, sí. Son las ancianas, que vienen a buscarme, porque ayer no fui a dar clase.

JORGE.- Tal vez sea mi amigo. El muchacho que traje una vez de la calle.

JAVIER. - No. No.

(Los dos quedan acurrucados y escondidos debajo de la mesa. Se abren todas las puertas y entra un joven medio desnudo, con una venda en los ojos y una vela encendida en la mano. Entra un grupo de ancianas recitando varios textos teatrales y vestidas con trajes de diferentes obras. La foto de Gardel cae al suelo. Estalla la tormenta. Truenos y relámpagos mientras va cayendo la luz)

(Fin del Tercer Tiempo y de la Obra)



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