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Especialista en Teatro Venezolano

viernes, 20 de septiembre de 2013

Alberto "El Chino" Rodríguez Barrera



TITO QUERÍA SER 
UNA MUJER
DE LA VIDA 
PERO SU MAMÁ ERA ARQUITECTO


A los dramaturgos, directores,
técnicos, actrices y actores del arte
dramático, con quienes pude ser mejor.




“Gep up
Gep on up
Get on the scene
Like a sex machine”

James Brown




Personajes:
TITO
OFELIA
TOMÁS
PABLO
CARMENCITA
ELIZA
ISABEL

(Es la noche del fin de año y de siglo en el estudio de Tito. Hasta un pasado reciente, la computadora –integrada a mueble especial- ocupa el espacio virtual del estudio; sistema avanzado que incluye pantalla, teclado, módem, micrófono, audífonos, teléfonos, cornetas de sonido, otras. Guardado en caja está lo pertinente a equipos de realidad virtual, con máscara facial guindada en parte exterior. El estudio contiene comodidades de joven rico, de buen vivir; muebles, libros, objetos de buen gusto, dentro de un espacio hecho para el desplazamiento de una silla de ruedas. Destacan imágenes (cuadros, afiches, bustos) de representaciones del “Siglo de las Luces” (Voltaire, Kant, Wagner, alguna pintura de Watteau, Boucher, otros) y –por principio de simetría- símbolos del siglo XX (Guernica-Picasso, bomba atómica-Einstein, Kafka, muerte-Biafra, droga, otros); ocupando lugar especial, juntos, Marilyn Monroe y Nietzsche. El estudio se conecta con un hermético cuarto-sauna con banco de madera y láminas alumínicas. Tito, 25 años, está sobre su silla de ruedas cultivando su alocado rencor interior. Haciéndose el parapléjico, también ensaya parálisis agitante en todo el cuerpo; sospechamos de algo serio que él manipula. Sustituye la música clásica de Wagner que oye por la de “Imagine”, de John Lennon).

TITO.- (Irónicamente, repite la letra por micrófono)
Imagina que no hay posesiones,
no sé si podrás;
que no haya necesidad, codicia o hambre,
sino una hermandad de hombres;
imagínate a todo el mundo
compartiendo todo el mundo.

Dirás que soy un soñador,
pero no soy el único;
espero que algún día te unirás,
y el mundo será uno.

(Tito afecta voces masculinas y femeninas para transiciones del texto) Ja. Sin duda alguna: el problema fue de mala madre. Esa canción pudo llamarse “azúcar idealista”. O “engaño a la naturaleza humana”. El siglo imbécil creó tantas falsas expectativas… incumplidas e incumplibles. Ahí estuvo el pistoneo. Hasta en este instante, en la última hora y media de su triste fin, la mierda perfumada aún no sale a flote en toda su maravillosa abundancia… esa canción poco optimista no la escribiste nunca, Johnny boy. Claro, que con todo eso de andar desnudo por ahí sobre las camas de hoteles y demás, en el presente inmediato de los viajes sicodélicos; ido hasta el culito, papaíto. Tampoco escapaste de tu mamita, oh, Yokooo. Pese a todo y sin embargo, mis queridos corazones solitarios, mucha ha sido la dialéctica y la cibernética que ha pasado bajo el puente, con el río sonando y trayendo la piedra que jode… pero a un lado, coquetamente vestidas, las hermanitas siamesas –capitalista la una, comunista la otra, tan lindas ellas- cantaron al unísono: ¡Veremos el advenimiento de una sociedad justa, sin clases y un mundo perfecto, terminado, libre de conflictos y tensiones! Doble ja. Eso es: ja y ja. Aunque a la cosa tampoco le caería mal una buena dosis de ja ja ja. Seamos justos: en cuanto a drogas sintéticas, jamás se fabricaron tantas y tan poderosas; ergo: cerebros dañados tenemos abundantemente, entre otros atrofiamientos… ¿Y qué del hombre Marlboro –oh, Cisco- con su centrada mirada recia?, diciendo métete el excremento tabáquico hasta morir, idiota. Y nosotros –oh, Pancho- lo hacemos. Obviamente, si se piensa seriamente, inteligentemente, como ya no se hace mucho, hay que llegar a la conclusión inequívoca de que el descontrol de la coherencia y de la razón –tema de esta crónica, queridos lectores- comenzó en los locos años veinte; sí, cuando el charleston y con aquel mujerero sin sostén brincando como locas, tan tan, tan tan, pasito alante, tan tan, pasito atrás. Por un lado se desvió la lógica filosófica –cosa que no cuenta- y por otro se desvió la concéntrica cavidad uterina; pasándole esta última un shock eléctrico al clítoris, con lo cual se generó –elemental, mi querido Watson- la conocida envidia del pene en las mujeres. Por supuesto, querida: ¿de qué otra manera explicarías tú que una chica material como Madonna tuviese tal empeño en restregarle a otras chicas sus pelitos del coño…? Ja. Vete con Dios, centuria, y con todos los revividos fieles creyentes del principio racial según el cual la sangre nos llevará a la purificación social… ¿Loco yo? No me jodan. ¿Qué tal los genios que nos dejan tal cantidad de ingenios nucleares, con su destructora capacidad instalada que garantiza la aniquilación total de la vida en el planeta? Una bagatela, mami… ¿Y a quién le importa todo este ramillete de güevonadas, gafo; tú como que eres medio marico o qué? Compórtate como un macho, tanto culo en las calles y tú con esa mariquera… Rodeados de tan sólidos argumentos estamos. Especialmente, en tan aristocráticos predios, aunque usted no lo crea. Qué hacer o qué no hacer, that is the question, ocio de mis tormentos. (Suena el tono telefónico en la computadora y se activa la voz de Ofelia)

VOZ DE OFELIA.- (Alegre, festiva) Tito, es Ofelia, tu joven, bella y amantísima primita, ¿me recuerdas? Ya llegamos; papá, mamá y yo, estamos en la sala. Hoy se acaba el siglo, primo, y la fiesta recién comienza. Todos te queremos ver, especialmente yo, mi amor. Te advierto: si no vienes pronto, la manada amenaza con ir a tu estudio. Piénsalo. (Se oye tono de corte. Tito se acomoda frente a la computadora).

TITO.- (Hala el micrófono, se coloca audífonos y le habla a la máquina) Correo electrónico, a los receptores usuales: atención, atención mis queridos imbéciles… He aquí un nuevo mensaje escrito de su seguro servidor. Me referiré hoy, para beneficio de sus mentes ignorantes, al llamado “Siglo de las Luces”. Porque hubo luces en un siglo, minusválidos míos. Qué tiempos aquellos; con atraso y miseria, con guerra y enfermedades que aún no desaparecían, con una perspectiva de vida o edad promedio que apenas llegaba a los treinta años: el siglo XVIII fue un  siglo iluminado, sin tantos imbéciles faltos de fósforo como ustedes… recuerden que cuando les hablo de luces, minusválidos, aludo a la razón, esa cosa que para ustedes es una especie en extinción. Por ello les pido, marasmo de parapléjicos mentales, que se incrusten lo siguiente en lo que les queda de cerebro: en el fabuloso “Siglo de las Luces” se dio el nacimiento de las preclaras ideas de libertad, igualdad y fraternidad –les suena eso en algo ¿verdad?-. Y entonces el hombre –con digno par de bolas de las de antes- se atrevió a desafiar abiertamente las ubicuas creencias religiosas en nombre –oh, orgasmo- de la razón, esa cosa rara otra vez que para ustedes se traduce como irracional. Y así, toda una pléyade de seres luminosos iniciaron un nuevo culto: el poder de la razón para entender el mundo y la sociedad; y también se liberó una extraordinaria fuerza política en pro de los derechos del hombre. Derechos del hombre; ¿pueden imaginarse algo semejante, órganos de la flacidez? Pero esa no es la pregunta clave con la cual concluye este mensaje. Es la siguiente: ¿qué han hecho ustedes con este siglo, miasma degenerada? Firma, su seguro servidor, el Profeta del Tercer Milenio. (Teclea instrucciones al computador) Si algo bueno tiene toda esta parafernalia tecnológica es que sirve para joder, ¿no es así, mis supercibersurfistas? (Deja de teclear y la máquina continúa a su vez reproduciendo el mensaje) Veamos ahora el menú que nos ofrece InterRed. (Le da a otras teclas. Ve el menú) Las nenas de Brandy, ¿qué será eso? (Teclea y espera)


VOZ DE COMPUTADORA.- (Femenina, susurrada, de presentadora) InterRed, ciberespacio del mundo etéreo de las computadoras, les da la bienvenida a… (Música de “Girls just want to have fun” de Cindy Lauper) ¡Las Nenas de Brandy, el primer ciberburdel del mundo…! Aquí, usted no sólo puede ver y conversar con nuestras nenas, también puede acompañarnos a un rincón muy especial para intercambiar mensajes suciamente privados. Y mientras observa y elige su preferida en nuestra ninfoteca, le recordamos que las Nenas de Brandy es el programa más utilizado en InterRed, el único que le baja sobre un millón de pornoimágenes mensuales para el disfrute de más de siete millones de usuarios. Este es el encanto de las nenas que sólo quieren divertirse… (Pausa).


TITO.- Caramba, otras nuevas maravillas del siglo prodigioso… Madre mía, con tantas y tan bien dotadas ciberputas, ¿a quién no le provocará ser una mujer de la vida?... Estas son las cosas que lo hacen pensar a uno en lo inteligente que es la tecnología, qué bien lo vuelve todo mierda… ¿Será ese su título final, el “Siglo de la Mierda”?... Bien, nenas (Apaga la máquina con control de mano), siento no poder hacer nada por ustedes… (Se le ocurre) Lo que sí podría hacer es enviarles un mensaje, nenitas. Eso es. (Hala el micrófono, se coloca audífonos y le habla a la máquina) Clave InterRed, al programa Las Nenas de Brandy… (Habla como mujer) Queridas nenas y demás supercibersurfistas que navegan ociosos por el aire: les habla una muchacha llamada Raquel; soy del sur y ya ni sé si existo, digo, después de verlas a ustedes las nenas. Sean como quieran, he recordado algo que escribí a mediados de siglo, y que me provoca compartir con ustedes, vamos a ver si recuerdo, dice más o menos así: buenos días. Leo comiquitas de ciencia-ficción. Me gustan los dibujos verdes. Vivo en un desierto. En el Dhammapada he leído: "Allí donde el hombre no halla deleite alguno, halla deleite el hombre sin pasiones, porque no busca placeres”. Yo he vivido veinte y tantos años mirando las arenas, sin encontrar deleite dentro del mundo o fuera de mí; y pienso que si Buda visitara hoy el parque de atracciones de Disneylandia, se reiría como un loco, ya que cuando Buda escribió la susodicha sentencia, en Oriente todas las diversiones consistían en comerse semicrudo a un camello, o en hacerle el amor a una mujer que tampoco se diferenciaba mucho de otro camello. Pienso que Occidente ha sublimado su angustia llevando los juegos de entretenimientos mecánicos a un punto increíble en la historia de la humanidad. Hasta el punto de que estas ferias son lo mejor de nuestra cultura –como lo son también ustedes, nenas-. Yo descubro la profundidad de la vida metiéndome en cualquiera de esas máquinas, mucho más que llegando al espíritu de un hombre superado. Por lo tanto –que no quepa duda-, encuentro mucho más interesante al hombre como monstruo que como ser humano, especialmente ahora, en esta época de transición, cuando vamos a ser animales diferentes, no acuáticos ni terrestres, sino ciberespaciales, y todo lo escrito será inservible, ininteligible o indiferente para el hombre del futuro. Pero quién sabe. Quizás en esta nueva cultura, el hombre dibuje la historia de la tierra y sus poetas en tiras cómicas de diseños verdes. Gracias. Para charlar conmigo en una cibercharla pueden dirigirse (lee por sílabas) Raq. Jodo. Row.sky. (Teclea instrucciones al computador. Pausa) ¿Y en qué encontrarás deleite, Albertito? ¿Quizás en el parecido con la Atenas de Pericles y la Roma de Carcopino? Ahí el esplendor, era una sociedad de ciudadanos felizmente ociosos discutiendo de todo los divino y humano, con el único error de los esclavos trabajando como esclavos. Pero allá se estableció la etimología del trabajo, término que proviene de “tripalium”, horrible instrumento de tortura para obligar y someter a los esclavos. Por allá también apareció la idea de negocio; “nec-octium”, cuyo significado –óigase bien- era, es, negociación del ocio; y esto consistía en que los ciudadanos decidieron aumentar sus rentas vendiendo cosas, comerciando. Y así, pues, una tarde cualquiera, llegan los pueblos del Norte –recientemente civilizados- y acaban imponiendo lo que hoy conocemos como la sociedad de consumo. Ideología de esta cosa: desarrollo y crecimiento sin límites. ¿Logro máximo? Imponer esta otra cosa extraña: la infelicidad en la opulencia. Porque la cosa es así, a mí que no me vengan con cuentos. Fíjese usted no más, manito: la matamentazón de la primera mitad del presente siglo habla por sí sola; la segunda mejora la tecnología, espectaculariza la cibernética, automatiza la industria… ¿Y? Quizás lo más interesante: las máquinas planean el desplazamiento de la esclavitud contemporánea. ¡Muere tripalium! Podríamos hasta volver al humano y divino esplendor de Roma y Atenas, ahora sin esclavos, en la tradición humanista del “otium cum dignitate”. Racionero a su ración dixit. Pero entonces qué es lo que viene y pasa, Nenitas de Brandy. Fracasan los genios aquí presentes y el capital y la economía burocrática quieren cogérselo todo para ellos y como les dé la gana, además. Lo hemos visto y lo vemos en todos lados, bajo la espesa capa del encubrimiento apestoso. Lema de la gran filosofía: “Tanto tienes, tanto vales”. Aquí, que suenen las trompetas de Jericó, aunque nada caiga. Debería haber una musiquita para esta ladilla realmente. En las culturas realmente civilizadas, hermano, la riqueza era un medio para el fin, y el fin es el ocio y la vida confortable, dedicación al goce personal de la felicidad; cosa más grande, tú. Ah, pero ni siquiera la felicidad trae la felicidad. Y el sistema degenera en la ley del más fuerte aplicada al mercado; he ahí los cabros culeados conche-sumadres. Y encima de toda la vaina y como si fuera poco, viene la maldita cigüeña y me clava en el útero bien acomodado y fuerte de mi madre. Sea la metáfora como fuese: la cosa es coño de madre. Confirmamos así que un sistema bárbaro, lo bueno funciona bárbaramente. (Habla al micrófono, se coloca audífonos y habla) Correo electrónico, receptores usuales… Atención, “Homo economicus”. Te habla el Profeta del Tercer Milenio. En esta ocasión no quiero ser tan duro contigo, oh, imbécil. Pregúntote: ¿sabes por qué eres un “homo economicus” imbécil? Te diré: porque produces objetos inútiles, sin calidad ni estética y dañinos, con el solo propósito de ganar más dinero; porque eres un miserable, individualista, egoísta, agresivo y competitivo, en vez de ser desinteresado, apacible y cooperativo; porque eres un idiota que toma el hombre como medio en vez de como fin; porque sacrificas la satisfacción en el trabajo por la compensación monetaria; porque eres un decadente que persigue el enriquecimiento, acumulando éxitos, poder, prestigio y posesiones materiales, como si fuesen dignos objetivos de la felicidad; y porque, además, formas parte de la raza más peligrosa que ha aparecido o hincado sus pezuñas sobre la tierra. Por ello, pregúntome: ¿se podrá aún civilizarte antes de que provoques males mayores? Por todo ello, hazle un favor al mundo, “homo economicus”: detente y piensa en utilizar tu riqueza acumulada para mejorar la calidad de vida de todos; no sigas como los países ricos, obsesionado con seguir creciendo sin sentido. Vivir como vómito no es; dale un sentido a tu vida. He dicho. (Teclea instrucciones y computador continúa tecleando solo). Bueno, basta ya de esto; hay que volverse loco paulatinamente, de un tirón no sirve… (Con control de mano activa sonido: “Ideale”, de Francesco Tosti, versión Plácido Domingo. Entra Ofelia en un momento dado; 16 años, fina y educada; vestido blanco, liviano, corto y de escote generoso; baila pícara y fantasiosamente como la “novella aurora”, girando en torno a Tito, románticamente sensual, hasta enlazarse sobre él, besándolo tiernamente en los labios al extinguirse las notas de la canción. Tito, como ido, se deja hacer).



OFELIA.- (Alegre, dinámica, vital; conocedora de la situación real de Tito) Torno a ti, Tito; siempre, caro mío. Sigo tu amor por los caminos del cielo y vuelvo a ti como una nueva aurora; qué bello. (Tito gira hacia otro lado) Regresa tú, no te alejes más. ¿Tan mal estamos hoy? Ya está toda la familia en la sala, primo, los pocos que nos quedamos en la ciudad. ¡Es el último día del año, Tito, el último día del siglo veinte, imagínate! No es como para que te quedes aquí encerrado… Hay champaña, de todo; vendrán invitados (se ilumina) y estoy yo. ¿Cómo me veo… (gira oferente) no te gusto? Niégalo y veré crecer tu nariz como una escoba. Te rodaré y estaré cerca de ti todo el tiempo; nadie te molestará ni tendrás que compartir con la gente más de la cuenta. Y me comportaré, te lo juro, seré discreta; no me desparramaré sobre ti, como lo hago desde que estaba pequeña. Hasta puedes venir como estás, qué importa… (Él sigue decaído. Se sienta a su lado y coloca su mejilla en punto óptimo de su regazo. Amorosa) Está bien, como quieras, pero entonces me quedaré aquí contigo cerca de ti… Siempre me gustó estar cerca de ti; desde que cuando te divertías conmigo en la piscina, ¿recuerdas? Yo sí, ni creo que me olvidaré. Tú creías que mis abrazos y mis besos eran sólo cosas de niña, pero, ya ves que no; ahora todo es mejor, con tus abrazos y tus besos. Y desde que lo hicimos la primera vez, no hago más que esperar la próxima, y la próxima y la próxima… Hay noches en que me provoca gritar, como no puedo verte. (Lo besa ahí, como aprovechándose de él) Ni siquiera me importa ya cuando tu mamá actúa como sospechando, como la tía dominante que es, hasta celosa parece a veces. (Tito reacciona) Tu padrastro tampoco deja de comerme con los ojos cuando estoy cerca de ti. Papá también se pone ridículo a veces. Mamá es la única, dice que tienen celos, hasta exagera pidiéndome que los quiera igual. Y créeme, funciona; ambos disfrutan con mis amapucheos querendones. Excepto tu madre, por supuesto; si por ella fuera, nadie más que ella debería siquiera tocarte. A ellos los come el reconcomio contigo, a cada rato recuerdan alguna de tus “rebeldías de clase”; creo que agradecen al cielo que estés e silla de ruedas. (Coqueta) Yo también; puedo hacerte lo que quiera –qué rico- sin que puedas hacer nada. Pero a veces pienso que, en el fondo, eres igual a ellos… (Tito gira como disgustado) Sí, sé que eso te disgusta. Te cuesta aceptar lo que somos, lo que tenemos, lo que hacemos. Pero la cosa es así, no hay nada que puedas hacer, como dice mi papá, acéptalo. Sabes muy bien que tu “accidente” -¿allá en la selva guayanesa fue?- no fue casual. Por lo menos tus viajes de realidad virtual con Yvonne eran más interesantes. Por cierto, ¿por qué guardaste esos equipos, te cansaste de Yvonne? Sabes que a mí no me importa. Te amo a ti, a tu cuerpo, a tu mente, con todo. Y que tu mamá y el resto de la familia crean lo que ellos quieran, allá ellos. Hasta donde ellos pueden ver, es sólo el cariño sentido de una muchacha sensible por su primo incapacitado; lo normal para quien fue su tutor y su favorito desde niña. Hasta ahí pueden llegar, eso es todo. Además, Tito: ellos viven del poder, están en todas: empresas, política, medios de comunicación, justicia, iglesia y cuanta cosa exista; todo eso para ellos son partes de un solo traje, hecho a la medida para más vaina. Piensan primero en lo que más les conviene; y en este caso es callar y asimilarlo normalmente. El tiempo ni les da para ir más lejos. Tu padrastro, por ejemplo, más que acercarse a mí, busca vengarse de ti. Él se me acerca, me pasa el brazo por la cintura y me da palmaditas en las nalgas diciéndome “Cuánto has crecido, Ofelia”; y yo me sonrío emocionada como si me gustara. Muerto al hoyo, primo; controlado. (Tito se disgusta) No es para que te enojes y te pongas moralista, Tito; cada día te da más por ahí, no sé por qué. Papá y mamá me educaron para ser exactamente como soy: niña de sociedad, gancho de los negocios y viva de buena cuna. Por eso, Tito, es que sé merecerme en cualquier situación sin complejos. Ay, mi amor, pero todo eso ya lo sabes tú, no sé por qué te lo repito. Preferiría hablar de otra cosa, mi cielo; como de cuando yo era más pequeñita y tú eras más grandote, ¿recuerdas? Ya es tarde para ponernos malcriados y echarnos para atrás, ¿no crees? Menos ahora que tú mamá casi que me acepta alrededor tuyo… (Entra Tomás; cincuentón, con esmoquin y trago en mano).

TOMÁS.- (Presta atención mínima a Tito) Ofelia, aquí estás. (La abraza y besa) Saliste tan rápido de la sala que apenas tuve tiempo de saludarte como es debido. Estás preciosa, déjame verte. ¿Cómo estás?

OFELIA.- Bien, tío Tomás, estoy como me ves… ¿cómo me encontraste?

TOMÁS.- Muy sencillo, pequeña, no tuve más que seguir el aroma de tu perfume hasta llegar aquí, al centro de la flor.

OFELIA.- Gracias, tío, qué lindo, qué romántico.

TOMÁS.- No puede ser de otra manera contigo, Ofelia. Además, han llegado algunos invitados; todos quieren verte.

OFELIA.- ¿Todos, tío? ¿Apenas llegan y ya “todos” quieren verme? ¿No habrá alguna mentirilla en lo que dices?

TOMÁS.- Si así fuera, tu atractivo lo justificaría, Ofelia. Cuentas con todo para romper corazones. Aunque aquí no creo que logres mucho…

OFELIA.- (Mira a Tito, ahora absolutamente ido e inmovilizado) ¿Qué quieres decir con eso, Tomás?

TOMÁS.- Lo obvio, pequeña, ¿qué más? (Toma silla y ubica a Tito mirando hacia otro lado) Ahora que has cumplido qué, ¿15, 16 años?, te has convertido en toda una mujer. Uno se siente, caramba –qué diré-, más que admirativo. Nada más que al verte uno siente tu vitalidad, tus deseos de abrirte a la vida y – ¿por qué no?- un despertar de la propia vitalidad; tal es el ánimo que inspiras, que uno está para la idea de ayudarte, impulsarte en lo que requieras.

OFELIA.- (Cohibida pero perspicaz) No sabes cuánto agradezco lo que dices, tío; gracias. Muchos creen y me dicen que soy muy desenvuelta y segura de mí misma, pero, si supieran… (Da la espalda y unos pasos, calculadamente) Hay momentos en que me confundo, no sé qué hacer y…

TOMÁS.- (Llega tras de ella y la embraza “cariñosamente”) Te comprendo, hija, es normal, a tu edad…

OFELIA.- Antes contaba con Tito, me orientaba, pero desde el accidente…

TOMÁS.- (Uniéndola más, la mece) Pequeña, pequeña; orientación necesitaba él. Fíjate, el accidente se lo buscó él, nadie más.

OFELIA.- Sin duda, nadie más. (Embraza los brazos de él, ayuda a mecerla)

TOMÁS.- Hay que tener experiencia, adquirirla, para después orientar. Al menos, así siento yo que es la cosa.

OFELIA.- Yo la siento igual, tío, de verdad que sí. (Presiona más sus brazos alrededor de ella) Me haces sentir más segura, Tomás, y te lo agradezco.

TOMÁS.- (Ignora quién maneja a quién) No faltaba más, Ofelia. Y créeme, estoy dispuesto a darte lo que necesites, lo que quieras. Una niña tan encantadora como tú lo merece todo, y más.

OFELIA.- ¿Seguro, tío? Mira que a lo mejor te arrepientes.

TOMÁS.- Pruébame.

OFELIA.- Trato hecho entonces. (Voltea y besa levemente sus labios; levanta el índice) No lo olvidaré. (Va hacia Tito y él se sienta rápidamente en el sofá) Para empezar puedes ayudarme a convencer a Tito para que vaya a la sala con nosotros. (Voltea a Tito hacia Tomás)

TOMÁS.- ¿Convencerlo; cómo, por señas? Cuando era normal hacía lo que le daba la gana, ahora imagínate. Empuja la silla y ya, no hay nada de qué convencerlo.

OFELIA.- Vamos, Tomás; él debe oír por lo menos; y por los ojos se sabe…

TOMÁS.- No, no me atrae mucho la idea, Ofelia. Su mamá es la que se encarga, ella lo mima, lo baña, lo viste y todo eso. Él ha sido siempre su hijito querido. Tanto así, que me hizo comprar todos esos equipos –bueno, no los compré, hice que me los donaran, todo legal, por supuesto- y para qué, ahí están desperdiciándose.

OFELIA.- Pero eso fue antes del accidente, no seas injusto. Pasaba horas ahí, me enseñó todo lo que sé de computación además.

TOMÁS.- Podrías llevarte todo eso, ya él no lo necesita. ¿O prefieres algo nuevo, más compacto? La gobernación nos va a comprar unos equipos en estos días, podría facturarles algo para ti.

OFELIA.- (Se sienta y cruza piernas descuidadamente) ¿Sí, tío? Me encantaría, déjame pensar qué puede ser. Dime algo, Tomás: ¿por qué nunca llamas a Tito por su nombre? Siempre lo llamas él.

TOMÁS.- (Caso omiso) O quizás un automóvil, pequeña. Te imagino perfectamente sobre uno de esos deportivos nuevos que están saliendo, rojo preferiblemente. Lo puedo incluir en la venta que estamos haciéndole a…

OFELIA.- (Interrumpe coqueta) Ay, pero tío, me tendré que volver loca para agradecer tantas atenciones… Por cierto, eso me recuerda que Tito siempre estaba en contra de que se cambiaran los modelos de automóvil cada año, le parecía un despilfarro. También decía que en tu periódico ya no había periodistas profesionales, puro pasantes y noticias procesadas por los servicios internacionales…

TOMÁS.- Él siempre habló muchas tonterías, Ofelia. Su… su… su cociente intelectual fue siempre muy parecido al que tiene ahora. A Dios gracias que nada ha cambiado en ese aspecto…

OFELIA.- Qué cruel eres, tío. Está bien, no te hablo más de él. Sólo… una cosita más que me tiene muy curiosa y termino, ¿prometes contestarme? (Él asiente) ¿Es cierto que en las elecciones pasadas para la alcaldía, hiciste un arreglo con el alcalde electo, según el cual tú no lo criticarías y exaltarías sólo bondades en tus televisoras, radios y demás, a cambio de que él incluyera dos o tres concejales de tu elección?

TOMÁS.- Supongo que eso también te lo soplaría él, ¿no? Nuestro pequeño traidor. No todo el mundo tiene la ventaja de tener el enemigo en casa. (Se entretiene con la computadora)

OFELIA.- No me respondes, Tomás. Ay tiíto, dale un gusto a mi curiosidad.

TOMÁS.- ¿Quieres la verdad, pequeña? Pero entiéndelo: la verdad compromete, y más conmigo.

OFELIA.- Lo que tú quieras, tío, lo prometo. (Se ubica al lado de Tito)

TOMÁS.- (Levanta el índice) No lo olvidaré. Muy bien, no fueron dos ni tres, fueron cuatro los candidatos que le impuse. Todos electos además y míos. Mantener el poder no es fácil, pequeña. Hay que tener quienes levanten la mano y aprueben los contratos que reciben nuestras empresas. Se requieren servidores no tan públicos, más privados realmente. Todavía la gente cree que funcionamos más eficientemente. Y así es: cuidamos de nuestros intereses. (Pasa el brazo sobre el hombro de ella, en confidencia) Te diré, Ofelia, para que conozcas más de los mecanismos y puedas ayudarnos. No sólo es lo que yo logro a través de los medios de comunicación, también tu padre juega un papel importante con el sistema bancario; muchas son las necesidades políticas y judiciales que cubrimos con el dinero. (Tito observa cómo en su cara él acaricia sus nalgas) Tenemos un pueblo muy ignorante, pequeña, y una dirigencia muy mediocre y corrupta. Don dinero tiene una mano larga y poderosa. (Ella deja viajar su mano sobre la que la acaricia)

OFELIA.- ¿Y me lo dices a mí, tío? Si supieras cuánto me costó este vestido.

TOMÁS.- Pero tenemos los recursos, pequeña; somos los más llamados para manejarlos, sabemos hacerlo. Y debemos ser generosos, es la única manera de mantener el sistema, nuestro sistema. Yo lo soy más que nadie. Personalmente hablando, mi nómina es la más “democrática”  que existe: jueces, burócratas, toda la coloratura dirigencial, escritores de cualquier extremo, periodistas, músicos, publicistas, tecnólogos, sindicalistas, artistas de farándula y serios, hasta unos curas se cuelan por ahí. En los medios está todo, Ofelia; y esa es mi especialidad. 

OFELIA.- Ay, tío, me asustas. (Se aleja de la computadora) Me aterroriza que tú y papá terminen como todo ese gentío fugado al exterior, a los placeres de Miami, como dicen.

TOMÁS.- Sólo caen los bobos, pequeña; los que no tienen conexión con la producción de bienes, el comercio, etcétera. Y la tecnología, Ofelia. (Toca la máquina) El común de los mortales jamás llegará a tener una idea clara de lo que pueden hacer estas máquinas para nuestro bien. Aquí, virtualmente, lo podemos esconder todo; y quizás algún día –si te portas bien- te lo deje descubrir “todo”. No en estas maquinitas, ni en los juguetes que se distribuyen para que las masas se diviertan…

OFELIA.- Me fascina la tecnología nueva, Tomás; aunque es tan difícil. Tito, al principio, también disfrutaba con estos equipos. Gozaba con el correo electrónico, InterRed…

TOMÁS.- Ese es el defecto: cualquiera puede entrar dentro de los sistemas cibernéticos, cualquiera se mete en las redes a escrudiñar; estúpidos con mensajes idiotas. De eso quería hablar con tu padre. No pasa un día en que a mí no me lleguen mensajes de un loco que se hace llamar el Profeta del Tercer Milenio… (Ofelia sonríe) Puedes reír, pero no es un chiste, Ofelia. Mira… (Saca papel del bolsillo) Este es el último… (Entra Pablo; sesentón, esmoquin, trago en mano)

PABLO.- Buenas, buenas, ¿qué hacen por aquí? ¿Y ese papel, Tomás; no será un contrato para llevarte a mi niña a la televisión, no? (Ignora a Tito)

TOMÁS.- No, nada de eso, Pablo. En todo caso, tu hija estaría más lucida como asistente ejecutiva, cerca de la presidencia, conmigo.

PABLO.- Llegas tarde, Tomás, ya ese cargo lo tiene, pero conmigo. (Ofelia se deja embrazar al igual que con Tomás) Ya se estrenó en el cargo; además, me ayudó a amarrar el negocio de la representación con los norteamericanos. No hizo más que llegar, y todo giró alrededor de ella. Al final, la firma fue sólo un detalle. De ahora en adelante, te coseré a mi lado, hija.

OFELIA.- Con gusto, papi. Claro, siempre y cuando me aumentes la comisión.

PABLO.- ¿Escuchaste, Tomás? Ja, ja, ja. Le falta un poco de pulitura, pero es una joya; ya la iremos mejorando, ¿eh, Tomás? (Mueve la cosa de Tito a un lado para sentarse) Ah, parece que viene el secretario de la presidencia… ¿Y eso, Tomás?

TOMÁS.- Lo que hablamos esta tarde, el correo electrónico.

PABLO.- Nuestro amigo el Profeta. Me tiene atiborrado también, pobre diablo. (Saca papel del bolsillo) A ver… (Tomás le da su papel. Ofelia toma el de su papá y oye y lee aparte. Pablo lee)… Aquí empieza la “poesía”: “Escúchame, tú, imbécil infectado; tú, que has elevado la irracionalidad al rango de principio operativo de la mente; tú, que expones el cuerpo político-social a ser invadido, afectado, dominado y corrompido por doctrinas conservadoras, retrógradas, reaccionarias y oscurantistas; tú, imbéciles de imbéciles…

TOMÁS.- ¡Se refiere a mí, ¿entiendes?!

PABLO.- “… que en el alborear del siglo XXI sólo produces medios, ideas y creencias aberrantes y absurdas, además de corruptivas; tú, tecnólogo de cloaca, destructor de la razón, que elevas lo intuitivo, lo sensorial y lo irracional a un pedestal de orientación cultural y que –como poco hombre que eres- renuncias a un sistema inmunológico civilizatorio para volver a la animalidad de las fuerzas oscuras del espíritu; a ti –oh, presa fácil para infecciones ebolasidosas- te digo sencillamente: ¡eres una cagada! Ergo: prepárate, ya que próximamente enviaré por el mundo etéreo del ciberespacio todos tus chanchullos y los nexos de tu sociedad de cómplices. ¡Sufre, imbécil! Firma tu seguro servidor, el Profeta del Tercer Milenio”.

TOMÁS.- ¡Por Dios, tamaño idiota! (Ofelia acaricia la oreja de Tito)

PABLO.- (Reflexivo) ¿Crees que lo haga?

TOMÁS.- ¡Qué va a decir, qué información podrá tener, de dónde! No sé, Pablo.

PABLO.- Quizás alguno de los otros grupos económicos. Son tiempos caóticos, todos contra todos. ¿O será dinero que anda buscando? Mucho novato con hambre en el Gobierno…

TOMÁS.- Y atreverse a llamarme poco hombre, ¡a mí! No puede ser alguien que me conozca, dalo por descontado. (Ofelia ríe leyendo) ¿Por qué ríe, Ofelia?

PABLO.- Es el decreto. A ti te manda un insulto, una amenaza. Yo recibí el decreto. Nuestro profeta maneja muchos discursos, Tomás, todos a la vez. Es como un compendio de lecturas variadas. Léelo en voz alta, hija. Me llegó en la madrugada, esta mañana…

OFELIA.- (Lee) “Considerando que ustedes, capitanes del excremento del siglo XX, desconfiaron de la razón y se volvieron irracionales, llevando al inconsciente a la categoría del conocimiento de la conducta humana, individual y colectiva; considerando, oh, imbéciles, que ustedes los inconscientes han gratificado al siglo XX con genocidios, guerras, peligros nucleares, destrucción y contaminación de la naturaleza, el hueco de la capa de ozono, desertificación de la superficie terráquea, entre otras lindezas, sustituyendo las ideas por sensaciones –ruidos, alucinaciones psicotrópicas, destellos de pantallas televisivas y realidades virtuales de cibersexo- para así ocupar el lugar de los pensamientos; considerando, oh, vómitos de la imbecilidad, que después de los años veinte el conocimiento dejó de ser dirigido por la razón –otra vez- y de que se reemplazó la concepción lógica por unos seres metafísicos descabellados, contradictorios y creyentes de que todo se vale, y que, por lo tanto, nada vale; considerando que ustedes, susodichos imbéciles, al eliminar la lógica y razón dizque por no tener alcance universal, permitieron una mayor confusión y la entropía descomponedora del pensamiento, aprobando así –implícitamente- la extirpación del clítoris y de los labios mayores de las mujeres de África y el Medio Oriente, negándoles la posibilidad de sentir placer…”
 
TOMÁS.- (Interrumpe, exasperado) ¡Coño, cómo es la cosa; pero caramba; este desquiciado delirante! Tú me quieres explicar, Pablo, qué carrizo tengo que ver yo con extirpaciones de clítoris, ¿yo? Además: cuándo he sido yo partidario de negarles el placer a las mujeres…

PABLO.- Cálmate, Tomás; se refiere a ustedes, nosotros, varios. Todos sabemos que tú eres incapaz de algo semejante.

OFELIA.- Hasta mamá lo dice, tío; que uno de tus ganchos es todo lo contrario…

PABLO.- Continúa, hija.

OFELIA.- “… considerando, oh, oh, imbéciles, que mientras se han desarrollado computadoras de decimoquinta generación, aún hay pueblos que siguen contando con ábacos y con los dedos; considerando, devotos imbéciles, que en la próxima visita del Papa será necesario manifestarle, por todos los medios posibles, que oponerse al dogmático control mundial de la natalidad es condenar a muerte a tantos infelices; considerando que hay otra sarta de infelices refugiándose irracionalmente tras adivinos, brujos, quirománticos, horóscopos, cartas astrales, destino, tarot y otras supercherías similares; considerando, por último, oh, imbéciles, que el florecimiento religioso fundamentalista santero irrumpirá en el tercer milenio con su carga aluvional de fanatismo disparatado e irracional, pasando por el mismo rasero a todo producto humano; decreto: que se haga pública y notoria mi aparición como Profeta del Tercer Milenio, ya que la ocasión es ahora más propicia que nunca para que insurja, anuncie y venda cualquier forma de salvación universal que paralice para siempre a la satrapía gaznápira representada por ustedes, oh, imbéciles. Firma su seguro servidor”…

TOMÁS.- ¿Acabó? ¡No lo puedo creer! Lo dudo, semejantes desquiciados no acaban nunca. Me lo imagino enclaustrado en algún sótano marginal y hediondo, sudando y fumando como un degenerado, moviéndose hiperkinéticamente como un loco…

PABLO.- Pero te digo algo, Tomás: una persona que recurre a tal cantidad de argumentaciones, incoherencias o como quieras, para enviarlas por correo electrónico a las tres de la madrugada, además de estar fuera de sus cabales…

TOMÁS.- Por decir lo mínimo.

PABLO.-… es de cuidado. No sé, pero hay algo que me hace presentirlo, es algo extraño; como cuando te hablan de un virus de computación…

TOMÁS.- ¿Un virus, Pablo? Lo que me temo es que este desquiciado puede anegar el ciberespacio entero con toda su carga de contaminación letal.

OFELIA.- Bueno, tío, debes tomar en cuenta que la libertad de expresión aún existe.

TOMÁS.- Tenemos que detener esto, Pablo, hay que descubrirlo. A veces me pregunto si será uno de los escritores de telenovelas del canal…

OFELIA.- Ay, no, pobrecitos, Tomás; suficiente tienen con tener que escribir tanta estupidez, ni Shakespeare cubrió tantas horas de boberías…

TOMÁS.- O alguno de los periodistas que tenemos bozaleados, en venganza…

PABLO.- El caso es que este loco nos está prácticamente acusando de dejar a la humanidad indefensa. Y la libertad de expresión tiene sus límites, como bien sabemos.

OFELIA.- Pregunto: ¿no hay algo de verdad en lo que el Profeta dice?

TOMÁS.- Qué Profeta, qué verdad ni qué nada, Ofelia; no te contagies.

PABLO.- La civilización está algo desenfrenada, indudablemente. Aquí, Nueva York, París, donde quieran, con fenómenos monstruosos: crimen, drogadicción, corrupción, desequilibrios económicos, políticos, ecológicos… Tal es el caos, que por algo será que el poder ha venido pasando cada vez más a nuestras manos. Manos seguras, conservadoras, que exigen mayor represión, inclusive reinstalar la pena de muerte e implantarla donde no exista.

OFELIA.- Si Tito hablara diría que esas ideas eran clásicas del totalitarismo, para defenderse de sus males… ¿Sería verdad, papi?

PABLO.- Eso es tan absurdo como pensar que la aparición de tantos radicales tremendistas y terroristas de todo signo sea motivada por nuestras posiciones. Tal como dice tu esposa, Tomás: perdieron los blandengues y ganamos los fuertes, así es que impongámonos sobre todos. Mi hermanita es muy sabia. (Entra Carmencita, esposa de Pablo, cincuentona, con traje largo de escote muy abierto y trago en mano).


CARMENCITA.- (Pasante de todas las batallas con voz engoladísima) Y si se puede saber, háganme el favor, qué hacen los hombres de la casa encuevados en esta buhardilla. Puedo con uno, con dos hombres a la vez, pero no con todos los que está lidiando Isabel en este momento. Vamos, afuera todos, la reunión es en la sala. Marido mío, tú primero… (Indica la puerta) No, ni una palabra, a la sala. (Sale Pablo) ¿Hija? (Ídem) ¿Llevarás al inválido?

OFELIA.- No, mami, creo que él hará acto de presencia en el tercer milenio. (Sale)

CARMENCITA.- (Matadora) Tomás: exijo tu opinión sobre mi vestido. Me lo mandé a hacer especialmente para ti; como siempre dices que mi busto aún tiene que ofrecer. Es todo tuyo, cariño. (Tomás señala hacia Tito como escudo defensivo) Ni te preocupes, ya él es pasto de la catatonia, está más allá del bien y del mal. (Abre brazos).

TOMÁS.- (Va y abre el escote para besarle los senos, en rito rutinario) No tienes remedio, Carmencita.

CARMENCITA.- (Éxtasis) Cuidado con las perlas, Tomás. (Tito nota la situación y saca con cuidado el control de mano, tecleando con sigilo para activar el sonido: “Sex machine”, de James Brown; esconde el control. Tomás se sorprende. La muerde, ella grita, se cubre, mira hacia los lados y terminan por salir apresuradamente)

TITO.- (Corta música; busca una explicación) ¿No habrás sido tú, negrito, quien precipitó todo esto? El perfil del Profeta se hace difícil, con androides sobreviviendo… Lo cierto es que a los ricachones les va mal en el ocio, Racionero; les entra una piquiña en el culo o algo así, degeneran. La autocomplacencia, además de la codicia, fomenta la lujuria. Algo sabía el que dijo que este mundo no era nuestra verdadera patria y que por eso estábamos destinados a la infelicidad. Al exiliarnos del paraíso, nos hacemos moradores de ciudades de cartón, con insuficiencia de extintores para las inminentes quemazones. Exiliarse, he ahí la cosa, Profeta. Nos exiliamos de todo; primero del útero y de los pezones de la madre, siempre fantasiando con volver, y a veces… (Se frena evidentemente) nos exiliamos de la infancia, de la juventud, de la madurez, de la felicidad, de la paz, de la familia… cuando nos damos cuenta de que nos exiliamos entre quienes no entienden nuestro sentimiento y pensamiento, optamos por exiliarnos interiormente. Y cruel es el exilio voluntario, porque ya no es por nostalgia sino por ruptura, por desalojo. Dígalo ahí, Profeta: ¿no será este el primer paso para el exilio definitivo? ¿Por qué no? (Juega con una botellita de color fosforescente; la mira atentamente) Como siempre, lo bueno viene en envase pequeño, ¿no es así, Sarin-san? (Entra Eliza, muchacha de servicio pizpireta y juguetona, como su uniforme; trae una bandeja con botella de champaña y dos copas).

ELIZA.- (En su ruina oferente con alguien ausente) ¿Y cómo está mi amado esta noche? (Ríe montunamente) Qué atrevida soy, dirá usted, don Tito. (Se inclina para poner la bandeja y dejarse ver el pecho) Estas cosas no las hacía Eliza cuando usted estaba sano, y mírela ahora. Aquí le envía la señorita Ofelia. Le serviré… (Pasa el brazo sobre la cabeza de Tito para tomarle la barbilla y darle de beber, junto a su pecho) Beba, beba… ¿Cómo es el chiste?: Toma tu té, tita. ¿Acabó? ¿Otra? (Sirve) Tome. (Tito acaba, sirve otra y le da hasta la mitad). Hasta aquí, no me vayan a acusar después de emborracharlo, y se me vuelva todo manos como el señor Tomás; no lo culpo, sabe, una muchacha tan atractiva como yo; no seré como la señorita Ofelia pero tengo lo mío… Caray, con todas las cosas que hay en esta casa la gente viviría por años, la sencilla, por lo menos, yo, por ejemplo… Y este aparataje, de la compañía del señor Pablo, seguro, todo para complacer al… Pobre, ya ni los usará. (Descubre la escoba) Ah, ahí estabas, picarona… cómo lo quiere la señorita Ofelia, don Tito; sólo la supera su madre, doña Isabel; cómo manda; el señor Tomás merece algo mejor… ¿Le gusta mi delantal nuevo, don Tito? Eso le pregunté al señor Tomás, me puso a dar vueltas, así, la falta está muy larga dijo; qué querrá, un poquito más (La sube) y se vería todo, ¿o no, don Tito?... ¿Y quién fumará tanto aquí? La señorita, seguro… (Le da de tomar a Tito, toma ella, sirve otra, limpia) La máscara, ¿para qué guardarían esto? Antes se la ponía y le hablaba a la Yvonne esa, varias veces lo vi, moviéndose raro como estuviera… Sexo por todas partes en esta casa. (Lo mira lastimera) Pero ahora… Y tan buenmozo que es usted, don Tito; provoca; lástima que ahora no podrá hacer lo que quería, don Tito. Pero su mamá… (Recuerda algo y lo mira sospechosa, picarona) Por cierto que la otra noche escuché discutir a su padrastro con su mamá; qué de cosas le dijo él; como cualquier marido celoso. Ella le gritaba que sí estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio por usted, don Tito, lo que le diera la gana, gritó. Yo sé, yo sé por qué respondía él. Y ella contestó que por lo menos usted no estaba todo el día por ahí persiguiendo mujeres. Y entonces él –qué horror, don Tito- la acusó de que era una enferma, que disfrutaba de sus partes –las suyas, don Tito- y la abofeteó.

TITO.- (Voltea hacia ella) ¡¿Cómo?!

ELIZA.- (Se le cae la escoba, retrocede asustada y grita) ¡Aaahhh! Don Tito habló…

TITO.- ¡Eso dijo el imbécil ese!

ELIZA.- Milagro, esto es un milagro, María de San José.

TITO.- (Mueve la silla preocupado) Qué milagro ni qué nada, Eliza. Así es que el imbécil ya… (Ve a Eliza boquiabierta, se frena)

ELIZA.- Y mueve los brazos como si…

TITO.- Eliza… no has escuchado ni visto nada, ¿oíste?

ELIZA.- Cómo que no, si lo escuché y lo estoy viendo…

TITO.- Está bien, pero quiero que hagas como si nada.

ELIZA.- Sí, claro, como diga, pero… caray, quiere decir que usted escuchaba todo lo que yo…

TITO.- Claro que sí, no estoy muerto aún, Eliza.

ELIZA.- Entonces… lo que dije… lo que… y lo que… qué vergüenza, don Tito.

TITO.- Ninguna vergüenza, Eliza. Olvídalo.

ELIZA.- (Cubriendo bache) Ay, don Tito, no sabe lo bueno que es volverlo oír hablar, como antes… y la mirada, ya no la tiene perdida… y…

TITO.- Quiero que no digas nada a nadie, Eliza. Ni que hablé ni nada; ni a mi mamá ni a Tomás, a nadie. Promételo.

ELIZA.- Lo prometo, don Tito, lo juro por lo más sagrado… haré lo que usted diga… (Tito piensa) Dígame algo, don Tito, cómo es que, cómo pudo volver a, no entiendo…


TITO.-Después, Eliza, después te explico todo. Por ahora… (Por señas sale Eliza sin dejar de ver el milagro. Tito muy pensativo se acerca a tomar el micrófono para hablarse a sí mismo). Por motivo de seguridad contra ladrones cerramos nuestra propiedad con llave y baldón en cajas fuertes. Esto, entre propietarios, es de sentido común. Pero viene un ladrón prepotente, arrea con caja y todo, la pone sobre sus espaldas y su única preocupación es que no salte el cerrojo ni se rompa el baldón. De modo que lo que el mundo llama previsión es sólo una manera de reunir, encajar y asegurar el botín para ladrones más audaces. ¿Quién, de entre los llamados habilidosos, no está gastando su vida en amasar una fortuna para un ladrón mayor que él? Aquel que tiene una ley interior vive sosegadamente. Sus actos no son influenciados por la aprobación ni la crítica. Aquel cuya ley está fuera de él, dirige su voluntad a lo que está fuera de su control, intentando extender su poder sobre objetos exteriores. Aquel que vive con sosiega tiene luz para guiarse en sus actos. Quien desea extender su control en un operario: mientras él cree superar a los demás, los otros le ven esforzándose, estirándose, poniéndose de puntillas. Cuando intenta extender su poder sobre objetos, los objetos lo controlan a él. Quien es controlado por objetos pierde la posesión de sí mismo: si no se valora a sí mismo, ¿cómo podrá apreciar a los demás? Está abandonado, no le queda nada: no hay arma más mortal que la voluntad (Chuang-Zzu). (Aleja el micrófono, se aparta) Y ahora, ¿qué me va quedando a mí de la voluntad, ladrones de sombras? (Pausa. Entra Isabel, madre de Tito, cincuentona, vestido largo con apertura frontal; trae esmoquin, camisa, corbatín y una bata de baño).


ISABEL.- (Apacigua su ser dominante ante la debilidad que es Tito para ella) Ay, hijo, perdóname el atraso; son poco más de las once y recién en este momento es que logro desembarazarme de todos. (Se desprende de las cosas) ¿Cómo estás, mi amor? (Besa a Tito en los labios. Yendo a pasarle el seguro a la puerta, controla su ansia) Ahora sí estamos listos. (Se desabrocha y quita el vestido) Tomás hace todo lo posible por quitarme el tiempo contigo, está cada vez más… insoportable. Se le olvida quién tiene la verdadera fortuna en este matrimonio, que conservaré, si al caso vamos, además de la mitad de la de él. (Se sienta, quita los zapatos, calza zapatillas de Tito) ¿El enema ya te lo hice? Sí, esta mañana. (Poniéndose bata de baño) Bien, vamos a asearte, amor. (Lo rueda al cuarto-sauna, enciende luz tenue, despliega bajo la ducha la silla metálica playera con orificio en el asiento y coloca el recipiente de lavado con la esponja para llenarlo de agua) Si tu papá cree que a estas alturas de la vida voy a dejarte de lado… no me conoce. Desde que nos casamos está buscando la manera de entrometerse. Siempre, desde que tú y yo empezamos a viajar solos a Europa, se ponía quisquilloso; sobre todo porque no podía acompañarnos. No sabe lo que me costaba averiguar las fechas de sus compromisos ineludibles; justo ahí -¡toma!- programaba mis viajes contigo. (Coloca a Tito de espaldas, junto a la otra silla, y lo desnuda) Dígame si supiera desde cuándo hacemos esto juntos; ni que fuera algo de ahora, desde el accidente. Hay cosas que mejor quedan en la intimidad, como bien decía mi papá. ¿Cómo fue que dijo Anais Nin del suyo?: “Me torturaba la complejidad de mis sentimientos… nos besamos, y aquel beso desató una oleada de deseo”. (Besa a Tito) Llámese como sea, pero así es; hay cosas que son irreprimibles. (Coloca el brazo de Tito sobre ella, lo levanta y arrima hacia la silla metálica, sentándolo, arregla sus piernas y saca la silla de ruedas del sauna. Le advierte) Voy a mojarte… (Abre y cierra la llave de la ducha; enjabona cuello, axilas, pecho, entrenalgas y sexo) ¿Por qué lo tienes que llevar siempre, y reservas sólo una habitación?, preguntaba. Porque quiero que conozca la arquitectura del Viejo Mundo, Tomás; y además, por más dinero que se tenga, una habitación es más económica. Y así lo tengo más cerca, agregaba yo, nada más que por maldad y hecha la tonta. ¿Recuerdas, Tito: Roma, Atenas, Florencia? Cuántas ciudades, cuántos hoteles, cuántos días felices, descubriéndonos y redescubriendo el mundo. No queda más que suspirar; no todo el mundo puede hacerlo. Si me animo, podemos volver en febrero, marzo; Tomás tiene una convención para entonces. Pero eso sí, mi amor: antes consultaremos con otro especialista; no confío en el diagnóstico de ese doctorcito adonde te llevó Ofelia cuando te trajeron de Guayana; es muy joven. (Termina de espumarlo) Eh, eh, jovencito, hasta aquí; hay que unirse a todos antes de las doce. Te dejaré aquí bajo la ducha para quitarte el jabón y para que te refresques un rato. (Abre la llave de ducha) Mientras tanto, voy a retocarme un momento a mi cuarto. (Se cerciora de que está bien acomodado en la silla) Regreso en tres o cuatro minutos. (Cierra la puerta del sauna, cruza y sale. Presa de la culpabilidad de sus acciones, Tito se levanta y estira; arrima la silla metálica a un lado, abre la llave del vapor a toda máquina y se baña. Entra Ofelia; se asoma por la ventanita en la puerta del sauna; se le ocurre idea: se quita y coloca vestido, pantaletas, zapatos sobre la silla de ruedas; descubre el control de mano oculto en la silla y activa música: “Mamma”, de C.A. Bisto, versión Beniamino Gigli. Entra al sauna).

OFELIA.- Sorpresa… (Se abraza a él)

TITO.- ¡Ofelia, estás loca; mamá…!

OFELIA.- ¡Qué mamá ni qué nada, Tito: bésame! (Lo besa apasionada)

TITO.- (Resiste poco) Pero Ofelia… no entiendes…

OFELIA.- ¿Qué no entiendo?... Tú estás loco, mi amor. (Dan contra puerta y cierra)

TITO.- Es mamá…

OFELIA.- Sí, lo sé: mamma son tanto felice… (Besa apasionada. Tito cede ante la oleada de deseo, desapareciendo entre la bruma del vapor. Tito va recuperando el sentido)

TITO.- Hay que… buscar… afuera… las toallas… mamá… (Ofelia vuelve a cantar, Tito reaparece) Toallas, ya regreso… (Al unísono, Tito sale del sauna y entra Isabel)

ISABEL.- ¡Tito!

TITO.- ¡Mamá! (Entra Ofelia tras él)

OFELIA.- Mi amor… (Se congela también. Pausa. Fría e inmediatamente, Isabel va asimilando la situación. Tito abriendo y levantando los brazos, a ritmo de “e per la vita non ti lascio mai piu”, para explicarse, es reprimido por un gesto de Isabel).


ISABEL.- Ssst. (Ofelia baja la cabeza. Tito la sube. Isabel la frontaliza a medida que su verdadero carácter dominante surge lentamente. Pensativa, se quita zapatillas y sube a tacones. Se va quitando la bata al escudriñarlos, rodeándolos. Entra Eliza, ve todo, la ven y ante gesto manual de Isabel, sale. Isabel toma toalla, seca un poco a Tito y se la deja. Repite igual con Ofelia. Toma control y elimina la música. Poniéndose vestido) Debí imaginármelo, qué tonta… Guayana… Ofelia… El médico amigo… Todo un invento, Tito, los felicito. (Pasa el seguro a la puerta).

TITO.- (Secándose) Hay una explicación, mamá.

ISABEL.- Me imagino que la hay, Tito, me imagino que la hay. De lo que no estoy muy segura es de querer escucharla… (Tito va a hablar, ella levanta la mano). No, no, Tito, no. Supongo, Ofelia, que se han divertido mucho a mis espaldas.

OFELIA.- (A diferencia de Tito, más asustada) Tía, juro que yo…

ISABEL.- Ofelia, por favor, silencio. (A Tito) Cuando pienso en lo que he… en lo que hemos… (Se frena por Ofelia) No creo que yo merezca esto, Tito. (A Ofelia) Tampoco sé qué dirá Carmencita o mi hermano Pablo de esto, Ofelia. No entiendo por qué, no le veo sentido.

TITO.- Mamá, Ofelia no ha sido más que testigo de lo que yo…

ISABEL.- Testigo de excepción, sin duda. (Le acomoda bien las pantaleticas sobre las nalgas y le ayuda a ponerse el vestido) Habrás presenciado y captado todo lo que había que presenciar y captar, ¿no es así, Ofelia?

TITO.- (Incisivo) Igual que tú, mamá. (Isabel lo mira, él se aquieta)

ISABEL.- (Ayuda a vestir a Tito) Lo que está a la vista no necesita anteojos, ¿es eso? Bueno, Ofelia, como que ambas hemos llegado al punto del no retorno con Tito. ¿Qué haremos ahora? La gran pregunta.

OFELIA.- (Finalmente presintiendo más a la mujer que a la tía) Como que… qué haremos… No sé.

ISABEL.- Yo sí sé, siempre lo sé. ¿Y tú también lo sabes, Tito? (Arregla escote de Ofelia, moldeándole los senos) Se hará como siempre: lo que yo diga. (Ayuda con el corbatín de Tito) No hay más camino: ahora somos tres andando en la cuerda floja. (Los pone a los dos juntos) Pero los secretos se deben terminar. Dime algo, Ofelia; la verdad: ¿Tito te ha obligado en algo y… esto no es una diversión súbita o algo así?

OFELIA.- (Se sincera con la mujer) Eso, quizás, era antes, Isabel. Pero ahora no, yo sé que lo quiero.

ISABEL.- ¿Y lo quieres contra viento y marea?

OFELIA.- Sí, lo quiero. No puedo evitarlo, es así. Es algo que tengo en la mente todo el tiempo, día y noche, no sé si me comprendes.

ISABEL.- Si no yo, ¿quién? No digas tonterías, niña. (Tito sigue vistiéndose) Tienes que aprender, deberías saber que esta historia es muy antigua.

OFELIA.- ¿Antigua, cómo así?

ISABEL.- Quiero decir, la discreción, por ejemplo. Somos una familia y…

OFELIA.- Hasta ahora nadie…

ISABEL.-… existen ciertas reglas que hay que seguir, un comportamiento. No es fácil…

OFELIA.- Me comportaré como tú digas, Isabel, como ustedes digan…

ISABEL.- Muy bien. Y en cuanto a ti, Tito…

TITO.- Ah, qué honor: quepo dentro de sus disertaciones. Agradezco que yo también pueda elucubrar con ustedes, si es que no les quito su tiempo, claro… ¡Discreción, familia, reglas, como tú digas! ¡Es un arreglo tan perfecto que no sé por qué parece uno de los típicos arreglos sucios de Tomás y tío Pablo! ¡¿Es que tú no entiendes nada de por qué yo invento toda esta farsa, mamá?! (Sigue bajando champaña)

ISABEL.- (Más por aptitud que contenido) Realmente, Tito, no sé qué pensar. No prestes mucha atención a lo que diga ahora, Ofelia, le sucede a menudo.

TITO.- ¡Madre!

ISABEL.- ¡Tito! ¿Qué quieres que te diga; que por qué inventas tu comedia; acaso crees que lo ignoro? ¿No andas siempre, desde que recuerdo, a la caza de alguna forma de venganza o algo así? Que ahora te hayas impuesto una rigurosísima regla cartuja, monasterial, con todo y voto de silencio… Hay cosas que son como son, Tito, que no tienen remedio, y punto. Cuando pienso en los cuidados que he tenido, contigo y con todo…

TITO.- ¡¿Cuidados dices, mamá, cuidados los llamas?! Oscar Wilde por lo menos dijo que no osaba llamarlo por su nombre.

ISABEL.- ¿A qué viene todo esto, Tito; de qué sirve volver a repetirnos las mismas cosas de antes? Además, Si has logrado tan bien hacerte pasar por muerto, sólo en el cerebro, no creo que ahora sea tan difícil comportarte como es debido.

TITO.- Mamá… has pasado toda tu vida “construyéndome” a tu real gana y saber. (Difícilmente irónico) Pensé que te causaría más placer…

ISABEL.- Entonces el placer ha sido por mí, ¿solamente por mí y tú nada que ver, Tito? No te lo crees ni tú mismo.

OFELIA.- Tía, quizás sea mejor si yo los dejara solos…

ISABEL.- Ya eres parte de esto, Ofelia; quédate tranquila. (Ofelia sigue peinándose) Tito… ¿es que tú no has sido partícipe de nada? ¿No pretenderás que yo también asuma tanta inocencia? Me sorprendes.

TITO.- Qué otra cosa puede hacer uno siendo muchacho, a esa edad…

ISABEL.- No creo que ahora seas un muchacho, Tito.

TITO.- Precisamente, mamá, precisamente; de ahora es que se trata. Es como Ofelia y… (Se frena)

OFELIA.- (Capta) Tú. Entiendo. Pero para mí no es algo tan grave, Tito.

TITO.- Tampoco lo era para mí entonces, por el contrario… (Pausa. Toma champaña. Isabel asume control)

ISABEL.- Olvidemos eso. Por ahora creo que lo más importante sería cómo enfrentarnos a Tomás, Pablo, Carmencita, a todos; no podemos decirles que simplemente te divertías en la silla de ruedas, Tito, y que de repente hablas y caminas…

TITO.- (Exaspera rebeldía) Pero mamá, ¿aún crees que eso es lo más importante? Si tal es su máxima preocupación: podrías decirles toda la verdad, y acabamos de una vez, todos juntos; en la misma cama si quieres.

ISABEL.- No seas absurdo, Tito; no hay necesidad de insolencias. Esto no es un juego.

TITO.- ¡Claro que no, es peor que eso; es una tragicomedia, una farsa trágica! ¡Y tú eres la arquitecto de todo, mamá, la gran manipuladora!

ISABEL.- No hay necesidad de gritar.

TITO.- ¡Ni de hacerse el mudo tampoco! Ni de nada de nada de toda esta decadencia prematura! ¡Esto está bien para la aristocracia del Viejo Mundo que no halla cómo podrirse, de lo gastada que está! Mamá, acabaste con la decencia de papá, te casaste luego con el imbécil de Tomás por interés materialista de tu hermano Pablo; te olvidaste de que unirse con algo vil, envilece; ¿no te has envilecido aún más conmigo? Y si Tomás y Pablo aún están libres y no se han fugado al exterior, es porque no los han descubierto todavía. ¿Qué esperabas de mí, que colaborara y no me marginara?

ISABEL.- Tito, no hay ninguna necesidad de…

TITO.- Lo has querido todo siempre, insaciablemente, como ellos; crecer, acumular, atropellar, todo. ¿Para qué? ¡Nos echamos a perder, mamá; todo, todos! Y no oyes, no entiendes; disfrutas de todo el tinglado. ¡Qué importa que los ricos bobos nos cojamos cuanto caiga en nuestro entorno holgazán! (Pausa. Toma champaña y se pone las zapatillas de tenis)

ISABEL.- Acabaste ya; podemos seguir hablando como la gente, decentemente.

TITO.- Sabes muy bien que no sé acabar decentemente, mamá.

ISABEL.- Tampoco la falta de respeto nos llevará a ninguna parte.

TITO.- Ya llegamos ahí, mamá, aunque lo ignores. (Termina de ponerse las zapatillas)

ISABEL.- ¿Vas a usar esas gomas con el esmoquin? Hay invitados. (Tito la mira inútil) No quiero que te alteres más, Tito; hablaremos de esto en otra ocasión. ¿Crees poder controlar tu temperamento ante los demás?

TITO.- (Toma y mira la botellita fosforescente) Claro, mamá; aún no es tiempo de incitar al suicidio colectivo. (Embolsilla botellita)

ISABEL.- ¿Y eso, qué es?

TITO.- (Como en burla) Una desodorante de ambiente, mamá, utilizado por primera vez en el metro japonés en 1995. Una tontería.

ISABEL.- Bien, esto es lo que haremos. (Ayuda a Tito con la chaqueta del esmoquin) Será conveniente, por los invitados también, que vayamos paulatinamente, digo: que sigas en tu silla de ruedas, y que sólo hables quizás… (Tito la mira) Total: una noche más. (Todos cruzan miradas. Ofelia rueda silla. Tito se sienta poniéndose cachucha de beisbol) Encantador tu vestido, Ofelia, definitivamente. (Toma a Ofelia por la cintura, a Tito) Debilidades tenemos todos, Tito, pero te queremos. (Quita seguro de puerta, como saliendo) ¿No pasarás la vida odiándome, no? (Entra Tomás seguido por Pablo)

TOMÁS.- (Como buscón) Isabel, ¿qué es lo que pasa aquí…? (Ambas miran hacia Tito, perplejas)

ISABEL.- Qué tal cariño. (Vuelve mirada a Tito)

TOMÁS.- Eliza me ha dicho que…

ISABEL.- Nos demoramos porque…

TOMÁS.- Porque Eliza me ha…

PABLO.- (Enseguida, lo corta) Te lo dije, Tomás, no podía ser.

ISABEL.- Pablo, Tomás, escúchenme… quería decirles que… ha sucedido algo extraordinario…

OFELIA.- Sí, algo maravilloso.

ISABEL.- (Demostrativa) Le estaba poniendo la chaqueta del esmoquin y, sin darme cuenta, al girar, lo golpeé con el codo, así, y…

OFELIA.- Un golpe muy fuerte, y…

PABLO.- ¿Y?

TITO.- Reaccioné… (Inseguro, mano en cabeza, parece atontado por el golpe)

ISABEL.- Fue hace unos instantes, no más; le pedí perdón y súbitamente contestó, empezó a hablar, aún no lo puedo creer…

PABLO.- (Crédulo inmediato) No puede ser… ¿Cómo te sientes, Tito?

TITO.- (Entre en engaño y la incredulidad) No sé, todo es tan… es como si de repente se encendieran las luces…

ISABEL.- (Sentida ella, lo besa) Hijo, hijo, qué alegría…

TOMÁS.- Pero, no es posible.

OFELIA.- (Se le pega a Tomás y apurruña) Lo es, tío, míralo, ¿no es maravilloso? (Desde que se ven, la animadversión entre Tito y Tomás es evidente)

ISABEL.- Aún debe estar mareado… Tengamos cuidado, o vaya a ser que…

PABLO.- ¿Te molesta algo, te duele la cabeza, Tito? (Tito se lleva la mano a la cabeza)

ISABEL.- Ahí le pegué…

TOMÁS.- (Busca confirmación) Tito… ¿puedes oírme, puedes hablar?

TITO.- (Como alucinado) Sí… (Mira a Ofelia extrañamente) Siempre, todo el tiempo… He podido ver y oír… Recuerdo todo…

OFELIA.- (Capta intención de Tito) ¿Cómo… quieres decir que, desde antes, puedes ver y oír todo lo que pasa a tu alrededor, es eso?

TITO.- (Ahora armado, va mirándolos) Sí… igual que hace un rato… a ti, Ofelia; tú, Tomás; tía Carmencita… Pablo, mamá… Aunque no podía moverme ni decirlo, siempre he podido ver y oír todo…

ISABEL.- ¿No te parece increíble, Tomás?

TOMÁS.- (Incómodo) Caramba, no sé qué decir.

OFELIA.- Entonces no digamos nada, tío, que hable él…

PABLO.- (Admirativo) Extraordinario realmente… que hayas estado presente mientras nosotros creíamos que… Hace sólo un momento que estábamos Tomás y yo hablando, aquí mismo…

TITO.- Lo sé, tío, yo los oía… (Mirada cae estratégicamente sobre Tomás) Primero Ofelia con Tomás, luego entraste tú, tío… Hablaron sobre el correo electrónico que reciben, de un Profeta del Tercer Milenio… Pero antes, Tomás hizo un trato con Ofelia…

OFELIA.- (Haciéndose la emocionada) Es verdad, es verdad…

TITO.- Luego entró tía Carmencita y los sacó a todos, y entonces Tomás y ella…

TOMÁS.- (Conciliador infructuoso) Caramba, es sorprendente. Pero quizás no deberías esforzarte más de la cuenta, Tito… Queremos que te recuperes del todo, no que recaigas hablando tonterías, como solías…

TITO.- Pero es que lo que sucedió  me viene como si fuera la primera vez que lo veo…

TOMÁS.- Calla, Tito, lo digo por tu bien; no te vaya a suceder como en aquella vieja película, ¿”Despertares” se llamaba, Pablo?

TITO.- Nada cambia conmigo, ¿verdad, Tomás? Ni siquiera “despertando” y recordando cosas que suceden…

ISABEL.- ¡Por favor, no empiecen otra vez; es el colmo!

OFELIA.- Es verdad, Tito. Tío, recuerda tu promesa. (Corrige en seguida) Recuerden las promesas de Año Nuevo, papi.

TOMÁS.- Está bien, me dejé llevar, lo siento. Aunque siempre fuimos antagónicos, Tito, quizás ahora podamos dejar de serlo. No sé, tratar de entendernos…

PABLO.- Ese es el espíritu. Y diría más: si tu mejoría se mantiene o sostiene, Tito, pudiéramos pensar en, qué sé yo, asociarte en alguna cosa… No todo tiene que ser como el agua y el aceite. Tú siempre has sido un muchacho muy talentoso, despierto.

TITO.- Sí, parecido al Profeta, ¿no? (Pausa corta; Pablo y Tomás se miran. Tito olvida parálisis y por gesto pide a Ofelia llenar la copa; ella complace)

ISABEL.- ¿De qué Profeta es el que tanto hablan ustedes?

TITO.- De uno que dice verdades, mamá.

TOMÁS.- No es que me exasperes, cara… Tito, pero: habría que encontrar alguna forma de convivencia. Lo que propones, Pablo, no es buena idea; el agua y el aceite no se mezclan. Cortar por lo sano podría ser mejor. No sé, pero pienso que Tito ya es suficientemente adulto como para vivir solo.

TITO.- ¡Con gusto; no te quepa la menor duda de que será un placer vivir lejos de ti!

ISABEL.- ¿Qué es lo que les pasa a ustedes dos? ¡Parecen niños! Deberíamos estar contentos por lo de Tito; es noche de Año Nuevo, tenemos una reunión con invitados…

TOMÁS.- Podría irse a vivir con ustedes, Pablo. La casa es lo suficientemente grande…

ISABEL.- ¡Basta ya, Tomás; qué es lo que te propones insinuando!...

TITO.- ¡También tú podrías mudarte para allá, Tomás, imagínate la buena compañía!

TOMÁS.- Mira, carajito, si tú crees que vas a poder chantajearme y…

TITO.- ¡Quién te ha dicho que vale la pena chantajearte, imbécil!

TOMÁS.- ¡¿Cómo te atreves a llamarme imbécil?!...

ISABEL.- ¡Suficiente he dicho!

TOMÁS.- ¡Sí, ya es suficiente, esa es la pura verdad, Isabel! ¡Todo tiene un límite, y en mi caso ya se colmó la capacidad de resistencia; no tengo ninguna necesidad de estar escuchando a este imberbe, suficientes años he pasado ya aguantando la… malsana malcriadez con tu hijo querido; prodigándolo con cuanto capricho se le ocurra! ¡¿Qué es lo que ustedes dos se han creído, que pueden pasar por encima de mí, que soy un idiota y que la verdad no existe?!

ISABEL.- ¡Tomás, contrólate, está Pablo…!

TITO.- ¡La verdad sí existe, Tomás, esa y otras si quieres, como tus negocios puercos! (Levanta índice y emula) “No lo olvidaré”; además de un viejo par de tetas a las cuales pegarse como un chivito, ¡imbécil! (Tomás lanza a un lado el vaso y se abalanza sobre Tito, a la vez que Tito se levanta desafiante)

PABLO.- ¡Deténganse! ¿Qué es esto, por Dios; quién los entiende? Hablan como locos. (Pausa).

ISABEL.- (Mueca de alegría) Tito, te has levantado…

OFELIA.- (A Tomás, que da la espalda) Tío, por favor, cálmate…

(Tito se sienta. Pausa corta. Entra Carmencita en su regalía).

CARMENCITA.- (Trago en mano y con escote particularmente abierto) Y quieren decirme, háganme el favor, si esto es alguna nueva moda de la cual no he sido informada, de que tenga que estar viniendo acá para arrearlos a cada instante –no soy una pastora de ovejas descarriadas-, o es que se les olvidó que tenemos una casa llena de distinguidos invitados… Tomás, como dueño de casa debo decirte que sobreestimas mi capacidad para atender a tal cantidad de hombres, son muchos para mí… Lo mismo te digo, Isabel, así es que… (Señala puerta, invitadora) Camelot nos espera… (Ante silencio) ¿Me perdí de algo?

PABLO.- Es Tito, Carmencita… Habla.

ISABEL.- (Falta de ánimo) ¿No te parece increíble, Carmencita?

CARMENCITA.- ¿Tito habla? Bueno, en eso siempre fue increíble. ¿Y la catatonia? A ver: habla, Tito.

TITO.- Se me pasó, tía.

CARMENCITA.- ¿Se te pasó…? ¿Y esas cosas son así, que van y vienen? Qué maravilla. Y después de tanto tiempo sin escucharte, Tito… Supongo que eso es lo que tiene a todo el mundo aquí en jaque de silencio, porque esto parece una de esas horrendas películas suecas… Por favor, alguien hable, no soy una estatua griega… ¿Tomás?

TOMÁS.- (Se decide) Hablábamos de pacientes alterados desde la infancia, Carmencita. Tú sabes, cosas que contienen recuerdos de represiones traumáticas y horribles formas de abuso sexual, generalmente de origen in…

ISABEL.- (Interrumpe antes de pronunciar “incestuoso”) ¡Tomás! Te agradecería que continuáramos esta conversación en otra ocasión…

TITO.- No, tía Carmencita, de lo que en realidad hablábamos era de…

ISABEL.- ¡Tito!

TITO.- De extraterrestres, de eso hablábamos.

CARMENCITA.- Qué interesante. Ese sí es un tema que me interesa, Tito.

TITO.- Claro, éstos eran unos extraterrestres que chupaban las glándulas mamarias hasta que las desprendían de los pechos de las mujeres.

CARMENCITA.- ¡Ay, qué horror! (Mira a Tomás) ¿A quién se le ocurriría semejante cosa? (Se cubre el pecho)

PABLO.- No hagas caso, Carmencita. Ya esta conversación nadie la entiende.

CARMENCITA.- Muy bien, los invitados esperan… (Nuevamente invita a la salida) Háganme el favor… (Nadie se mueve) No creo que quedaría muy elegante traerlos acá a la buhardilla. Ya van a ser las doce. Tito, puedes ayudarnos a recibir, ahora que hablas… (Pablo va a decir algo pero sale. Tomás se desprende de Ofelia, va hacia Tito, se interpone Isabel, Carmencita toma por el brazo a Tomás y se lo lleva, salen. Isabel decide seguirlos).

ISABEL.- Trataré de calmar a Tomás. Ofelia, lleva a Tito. Tito…

TITO.- Vete tranquila, mamá. (Isabel se acerca a él; él voltea hacia otro lado. Sale Isabel. Tito se levanta, va hacia un lado. Ofelia va hacia él y lo abraza desde la espalda, amorosa)

OFELIA.- No sé por qué lo haces, Tito. Lo hurgas todo. Y engañas a todos. Siempre lo has hecho. ¿Recuerdas a la mariquita aquella, Cascabel se llamaba? Sólo a ti se te ocurre ponerte un televisor sobre el sexo y aterrorizar a una pobre loquita haciéndole creer que habías nacido con eso así. Y yo que te ayudé. Pero me enloqueces, Tito, me fascina ver cómo lo desprecias todo. Vives para provocar y cambiar las cosas…

TITO.- Ja. No se cambia nada. Se transfigura por unos instantes, como varía la luz al pasar; pero nada se modifica.

OFELIA.- Vives entre el conflicto y el deseo; con lo que quieres, con lo que haces con tu mamá, conmigo, con todos…

TITO.- (Toma la botella, deambula con ella, sintiendo más sus efectos) ¿Sufriendo entre sombras y luces, Ofelia, con la bella apariencia del sueño apolíneo… o quizás embriagado de crueldad, entregándome a la voluptuosa dionisíaca? ¿Dos opuestos en uno? Ja. Qué son estos juegos estúpidos… (La abraza, la besa y luego la lanza al sofá con cierta rudeza. Ella disfruta)

OFELIA.- (Excitándose como gata fullera) ¿Y qué otra cosa podemos hacer, Tito? Hacemos de acuerdo con lo que sabemos. Y tú lo sabes todo, ¿no es así?

TITO.- No me hagas reír. Saberlo todo, ja. Sabemos lo que vivimos, pequeña… Y vivimos la porquería… ¡Cuánto alardeamos sobre la virtud moral, la honradez intelectual…! ¡Y míranos, Profeta! ¡Qué hermoso charco podrido el de la mentira y la hipocresía! ¡Nos traicionamos y vendemos a todo nivel, a cada vuelta, en cada rincón y en cada hueco adonde reptamos! ¡Y todo por el poder, por tener, por valer! ¡Pero qué, coño, qué! Lo que hacemos es inflar lo tenebroso y… ¡cuánto no daría yo realmente por romper, destrozar, tronchar y después seguir rompiendo, desgarrando, reventando, triturando, aplastando, reventando, descarranchando y machacando hasta que todo se desmenuce y vuelva trizas!

OFELIA.- ¿Más palabras, Tito; palabras, palabras, palabras? ¿Nada más, mi amor?

TITO.- (Reacciona contra ella, maltratándola con sensualidad) ¿No es eso lo que te fascina también, Ofelia? ¿O es que no estoy diciendo las palabras apropiadas para ti? Prefieres algunas más sucias, ¿no es así? ¿Quieres que te rebaje más, pequeña asquerosa? Las palabras son nada más que valores, ¿sabías? No todos las entienden igual, puta de mierda. Pero hacen del lenguaje un orden que crea, ¿oíste inmunda? ¡Por lo menos nos permite crear, vivir, cambiar, morir y renacer! ¡Nos permite también el sentido de la culpa que nos une al resentimiento! ¿Y no te agrada que el resentimiento sea fuente de la angustia, putica corrompida? (La pone bocabajo sobre el brazo o el respaldo del mueble y se ubica detrás de ella) ¿No crees tú, perrita caliente, que necesitamos un rompimiento? No dudes, pequeña, que la humillación produce resentimiento, y lo produce irreversiblemente. No lo olvides: cada humillado humilla a otros.

OFELIA.- (Centrada sensualmente) Ay, Tito… por qué me dices todo eso, me pones entre la espada y la pared…

TITO.- ¿Qué dice la pequeña vulva, metaforitas? ¿No decías que era rico despreciarlo todo? Pues bien, ¡qué bueno es brincar de una esfera a otra, saltar de un ser a otro; metamorfosis! ¡Mírame, Profeta, mira cómo la verdad son metáforas en movimiento, cómo bailan y se mueven; así gozó Zarathustra en la soledad, entre máscaras y disfraces! ¡Este es el poder de puta madre, denunciémoslo, pasémosle por encima! (Se aleja, toma control de mano, activa Oda a la alegría, Novena de Beethoven) ¡Alegría, alegría para dialogar con el sol!

OFELIA.- No me dejes, Tito, ven a mí…

TITO.- ¡Regresemos, retornemos, repitamos lo mismo una y mil veces igual! ¡Para recuperar la libertad no hay otra manera distinta de desafiar y combatir entre demoliciones, ruinas y trastornos! ¿No es así, Profeta; no es así, mi puta encantadora? ¡La alegría sólo sale de entre los escombros, no es al revés, sale de la porquería!

OFELIA.- ¡Tito, ven, no me dejes así, te deseo!

TITO.- ¡Ah, el deseo, se nos olvidaba el deseo! (Toma la botella fosforescente) Cómo se me ha podido olvidar. ¡Sarín; la muerte siempre viene en envases pequeños como la vagina! ¿No sabías que el deseo devora y brutaliza, pequeña? Se gusta y se goza sin ninguna consideración. ¡Se destroza entre resplandores y en la locura del goce! Pero hay algo más, mi pequeña vulva ansiosa: el deseo es sobrehumano, se consume con violencia. ¡Ah, pero se supera y trasciende el arte de vivir!... ¿Y de morir también?

OFELIA.- ¡Te juro que nada me importa un carajo, Tito, ven, devórame, brutalízame, destrózame, enloquéceme, consúmeme, violéntame, trasciéndeme, víveme y muéreme!

TITO.- ¿Lo ves, Profeta? ¡Ella lo quiere! (Coloca la botellita en un punto especial, iluminada. Tito se ubica entre la botellita y Ofelia) ¡si prolongamos el pasado dentro de una realidad miserable, sin futuro, sin pensamiento, sin perspectivas y sin imaginación, podríamos afrontar la muerte tranquilamente! ¡Trascender dualidades y suplicidades y acabar con este macabro siglo de las tinieblas! (Revientan los cohetes de fin de año sobre la música. Oscurece totalmente en torno a Tito, la botellita y Ofelia) ¡Acabar con lo que no pudimos ser y afrontar la muerte con lucidez! ¡Enfrentarla sin temor ni sufrimiento, rotundamente! ¡Aceptarla placenteramente con un canto de alegría! ¡¿Qué más puede uno querer, madre mía?!

(Tito, entre el deseo y la muerte, queda en el medio mientras va oscureciendo sobre él y Ofelia. Queda el sarín fosforeciendo con luz negra. Se oye el ruido de la botella que cae y rueda).


Fin



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