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Especialista en Teatro Venezolano

martes, 20 de marzo de 2012

Elizabeth Schön



LO IMPORTANTE
ES QUE NOS
MIRAMOS



A Aquiles Nazoa



Esta obra fue leída por la autora y por Aquiles Nazoa en el programa de televisión de este último, “Las Cosas más Sencillas” que transmitió el canal 5 en 1974.

(Un hombre y una mujer sentados en el banco de una plaza. Es de tarde.)

HOMBRE.- Hermosos árboles.

MUJER.- Sí, muy hermosos.

(Silencio)

HOMBRE.- Mañana será un día más.

MUJER.- ¿Eso le preocupa?  

HOMBRE.- No, pero ¿qué quiere que diga? Estando frente a una mujer como usted, hay que hablar de cualquier cosa, como por ejemplo: mañana será un día más, hermosos árboles.

MUJER.- No se preocupe por mí y retírese hacia el extremo del banco.

HOMBRE.- Con mucho gusto. Debo comprar el periódico. (El hombre se coloca en el extremo del banco. La mujer pone un paquete junto a ella.)

HOMBRE.- La tarde está tan fresca y tan limpia que ¿no le asemeja a una gran tela que ninguna mano ha tocado?

MUJER.- ¿Poeta?

HOMBRE.- No sé.

(Calla. La mujer toca el paquete.)

HOMBRE.- Oiga, ¿no le molestan esos cabellos que le caen sobre el ojo izquierdo?

MUJER.- No sé lo que ocurre; cada vez que me siento en este banco el viento me despeina.

(La Mujer va a quitarse el cabello del ojo)

HOMBRE.- (Cogiéndole la mano) Permítame que se lo arregle.

(La Mujer se pone de pie bruscamente. El Hombre hace lo mismo)

HOMBRE.- No resisto mirarla con el cabello sobre el ojo.

(El Hombre va arreglarle el cabello y la Mujer lanza al Hombre sobre el banco.)

MUJER.- El cabello es mío y me lo arreglo yo. (La Mujer se arregla el cabello y se sienta aún disgustada.)

HOMBRE.- Entonces, y no lo dudo un segundo más, usted es una experta peluquera que se arregla sin necesidad de espejos.

MUJER.- (Asombrada) ¿Cree usted que soy una experta peluquera?

HOMBRE.-Y también una dama a la que el viento despeina a menudo.

MUJER.- Pues no soy ni lo uno ni lo otro.

HOMBRE.- ¡Esto sí es una sorpresa agradable! Luego usted es…

MUJER.- Sencillamente una costurera y con toda su instrumentación propia.

HOMBRE.- Usted, ¡una costurera! ¡Qué casualidad! Yo trabajo, soy sastre.

MUJER.- (Asombrada y contentísima) ¡Sastre!

(Silencio. La Mujer saca unas tijeras del paquete)

HOMBRE.- ¿Siempre las utiliza?

MUJER.- ¡Bah! ¿Quién no? Todo el mundo las usa.

HOMBRE.- Pero sólo nosotros los hombres, y como yo, sabemos manejarlas.

MUJER.- (Riendo) Sólo de vez en cuando.

HOMBRE.- Siempre.

MUJER.- ¿Siempre? Soy costurera y sé muy bien que cuando los filos de las tijeras se deterioran no sirven más o… (Medita) ¿Es que olvidó usted lo que soy?

HOMBRE.- ¿Olvidarlo?

MUJER.- Habla con tal despreocupación.

HOMBRE.- Porque jamás sospeché que a esta hora, en este banco, junto a estos árboles, encontraría a una compañera.

MUJER.- ¿Es viudo?

HOMBRE.- Compréndame, desde niño, mejor dicho, desde el momento en que nací he soñado…

MUJER.- (Interrumpiéndolo) ¿Con este momento?

HOMBRE.- Si usted lo cree.

MUJER.- Sí, lo creo.

HOMBRE.- Pero cuando la comunicación existe ¿no es así?

MUJER.- Y no importa la edad.

HOMBRE.- Ni la tez.

MUJER.- Ni la voz.

HOMBRE.- Ni el cuerpo.

MUJER.- ¡Oh! (Ruborizada y exaltada) ¿Guardo las tijeras?

HOMBRE.- Lo importante es que nos miramos.

MUJER.- Sí.

HOMBRE.- No todos los días sabemos mirar.

MUJER.- ¿Eso le asombra? El amor es lo único que nos queda.

HOMBRE.- No sé. Todos mis hermanos murieron.

MUJER.- Créame, después de esta conversación tan íntima, no pienso abandonarlo.

HOMBRE.- Y para colmo, mis primos también desaparecieron.

MUJER.- ¡Pobrecito! Cuando lo vi desde la esquina nunca sospeché que no tuviera ni siquiera un cuñado, pero ¡ánimo! No está tan solo como se imagina, aquí, a su lado, mirando su frente, descubriendo sus ojos, observando sus sienes que, tóquelas usted mismo, palpitan igual al pecho de los ratoncitos cuando corren mucho, estoy yo.

HOMBRE.- ¿Usted?

MUJER.- Sí, yo, ¿no lo sabe?

HOMBRE.- Por supuesto que sí. (Medita) ¡Ya recuerdo! No había comprendido bien, usted dijo que era (Medita) ¡Una costurera!

MUJER.- ¡Qué gracioso! ¿Una costurera? (Le muestra las manos) ¿Le recuerdan mis dedos a los de una costurera?

HOMBRE.- (Viéndoselos) Tiene razón, son demasiado tiernos para creer que alguna vez han sostenido agujas.

MUJER.- Porque soy… (Reflexiona)

HOMBRE.- ¡Escritora!

MUJER.- Escritora.

HOMBRE.- ¿De cuentos?

MUJER.- No; de noticias.

HOMBRE.- ¿Escribe sobre las muertes que ocurren a diario?

MUJER.- ¡Oh, no! No lo resistiría. Jamás he visto morir a nadie, además las urnas me repugnan, todas huelen a caucho.

HOMBRE.- Luego es escritora de… (Medita) ¿Novelas?

MUJER.- No tanto, no tanto.

HOMBRE.- ¿Quiere decir que muy pronto voy a adivinar lo que escribe?

MUJER.- Así creo.

HOMBRE.- ¿Escribe sobre las historias del mundo?

MUJER.- Pero ¿qué le ocurre a usted? Simplemente soy coleccionista.

HOMBRE.- ¡Coleccionista!

MUJER.- Exactamente.

HOMBRE.- ¡Qué magnífica noticia! Por primera vez me encuentro con alguien que tiene mi misma profesión. Yo también soy coleccionista y muy conocido, pero dígame: ¿le saca provecho a su negocio?

MUJER.- Muchísimo.

HOMBRE.- Lo mismo yo y, ¿colecciona mucho?

MUJER.- Cada vez que me acuesto sueño con un acuario lleno de peces.

HOMBRE.- ¡Estupendo! ¿Y sueña con todas las especies?

MUJER.- Comprenda, eso es muy difícil.

HOMBRE.- Tiene razón, no hay mucha comida, en el fondo de los océanos, para tanta variedad de peces.

MUJER.- Por eso es tan complicado…

HOMBRE.- (Interrumpiéndola) ¿Entendernos?

MUJER.- ¿Se fija? El sol cae, la sombra se levanta, ¡oh, viento vuelve a despeinarme!

(El Hombre va a arreglarle el cabello)

HOMBRE.- Esta vez sí se lo arreglo yo)

MUJER.- (Poniéndose de pie) ¡Ay!

HOMBRE.- (Poniéndose de pie) ¿Qué le ocurre?

MUJER.- No sé, algo me hincó aquí junto a la rodilla.

HOMBRE.- ¿La mordería un pez?

MUJER.- Qué poco romántico es usted pensando en un pez y menos a esta hora tan triste. Sí, ¡mire! Me picó una hormiga y ¡cómo caminan por la hierba! ¡Ah, nunca pensé que encontraría tantas y tan negras!

HOMBRE.- Como le asombran tanto esas pequeñas hormigas, dígame: ¿Acaso es usted de… (Reflexiona) ¿De Londres?

MUJER.- Pero… (Reflexiona) ¿Cómo pudo adivinarlo?

HOMBRE.- Su cultura revela claramente que usted es de Londres y que además es una zoóloga muy importante.

MUJER.- Tiene razón, mi especialidad consiste en observar esos pequeños insectos que siempre llevan, entre sus mandíbulas, una miga de pan.

HOMBRE.- ¡Bravo!

MUJER.- ¿Por qué?

HOMBRE.- Porque si usted vino a esta ciudad a estudiarlas no tengo que espantarlas y menos matarlas.

MUJER.- Fíjese, tienen la cueva allá mismo, junto a aquel banco. Sentémonos a observarlas. Debo mirar sus movimientos.

(Ambos se sientan en el banco)

HOMBRE.- No logro descubrir la cueva. ¿Dónde está?

MUJER.- Debajo de aquel banco.

HOMBRE.- ¿Cuál?

MUJER.- Ese que está allí mismo.

HOMBRE.- ¿Y que lo envuelve la sombra?

MUJER.- Sí, ese mismo, donde a menudo y después de largas jornadas, me peinas. ¿No lo recuerdas?

HOMBRE.- ¡Ah, sí, ahora lo recuerdo! Aquel donde acostumbras a mirar las puestas del sol, pero lo extraño es que te hayas recogido el cabello, siempre lo llevas suelto.

MUJER.- ¿Y qué querías que hiciera? Viniste a buscarme en este coche que los caballos tiran velozmente; por lo tanto, tenía que recogerme los bucles para no despeinarme.

HOMBRE.- ¿Te miraron tus padres cuando subiste al coche?

(La Mujer hace como si resbalara sobre el banco y se fuera a caer. El Hombre la sujeta por el brazo)

HOMBRE.- Si sigues sentada en el borde del asiento, te caerás.

MUJER.- Es que el asiento como es de terciopelo hace que me resbale; además, fíjate, este coche está saltando mucho.

HOMBRE.- (Mirando en contorno) ¿Te gusta?

MUJER.- Sí, me gusta bastante, pero prefiero más el banco aquel donde un día, y tal vez porque me gustaste desde ese momento, te confesé, y sin ninguna vergüenza, que era… (Tímidamente) costurera.

HOMBRE.- Y escritora.

MUJER.- Y coleccionista.

HOMBRE.- Y zoóloga.

MUJER.- ¡Ay, se me desbaratan los bucles! Estos caballos corren demasiado.

HOMBRE.- Déjame arreglarte. Me disgusta verte así, con el cabello sobre los ojos y…

(Le va a arreglar el cabello y la Mujer se lo impide)

MUJER.- Si nunca me has rozado las puntas de las uñas, menos me arreglarás los cabellos.

HOMBRE.- Pero cuando estás en casa, y concluyes tus tareas domésticas, te peino, y es más, te encanta que juegue con tus bucles.

MUJER.- ¡Bah! Eso era antes, cuando estaba joven y no nos habíamos casado y no nos habíamos visto en el banco aquel donde…

HOMBRE.- Donde te dije, y con temor a disgustarte, que era sastre y coleccionista, y… ¿Lo recuerdas? Donde te confesé cuánto te amaba y cuánto te añoraba cada vez que no podía hallarte aquí, allá, junto a los árboles, y a los niños y hombres que pasan, sin ti que eres…

MUJER.- (Interrumpiéndolo) ¡Por Dios, detente, que voy a creer realmente en nuestro amor!

HOMBRE.- Cochero, tenga más cuidado. Estamos saltando demasiado, pero… (A la Mujer) ¿Podrías decirme dónde nos conocimos?

MUJER.- ¿Tan pronto lo has olvidado?

HOMBRE.- Con el ruido de los cascos no puedo recordar.

MUJER.- Pues yo sí recuerdo. Cada vez que miro unas tijeras, un pez, un libro o unas hormigas, siento que ellos sí lo saben. ¡Por Dios, haz algo! No resisto tantos saltos.

HOMBRE.- Cochero, oiga, maneje con más cuidado. Estamos saltando demasiado.

MUJER.- ¡Por Dios, haz algo! El viento entra con mucha fuerza. ¡Ah, se llevó volando mi sombrero! 

HOMBRE.- Cochero, ¡deténgase! El sombrero de la dama se fue volando.

MUJER.- No te oye. Los caballos no dejan oír.

HOMBRE.- ¡Cochero!

MUJER.- ¡Cochero, deténgase! ¡Ay, perderé mi sombrero!

HOMBRE.- ¡Cochero! ¿Qué ocurre? ¿Por qué los caballos corren más?

MUJER.- No pueden detenerse.

HOMBRE.- ¡Se han desbocado!

MUJER.- ¡Ay, si se desbocan, no se detendrán nunca!

HOMBRE.- ¡Cochero, tiene que frenar los caballos! ¡Frénelos! ¡Frénelos ya, inmediatamente, antes de que lleguen junto a aquel muro!

MUJER.- ¡Mira! Nos acercamos al muro.

HOMBRE.- (Gritando) ¡He dicho que los frene! ¡Que nos estrellamos!

(El Hombre y la Mujer quedan inmóviles)

MUJER.- ¿Acaso porque el sol se ocultó tras los árboles, no va a hacer nada para aliviarme el dolor de la picadura?

HOMBRE.- Todos los esfuerzos son inútiles cuando algo se interpone como se han interpuesto esas hormigas en nuestra comunicación.

MUJER.- ¿Quiere decir que se marcha?

HOMBRE.- Es hora de comprar el periódico.

MUJER.- Y yo… tengo que entrar en la fábrica de jabón.

HOMBRE.- ¿Trabaja en la fábrica de jabón?

MUJER.- Sí, allí mismo, donde antiguamente alquilaban los coches de caballos.

HOMBRE.- Bien, dese prisa, antes de que cierren la entrada de la fábrica.

MUJER.- Y le deseo que pueda comprar el periódico.

HOMBRE.- Mañana, ¿la espero aquí?

MUJER.- Si logro entrar a la fábrica y no me encuentro, de repente, con los mismos caballos.

HOMBRE.- Olvide los caballos. Yo busco ahora el periódico.

MUJER.- Pero si yo los encuentro, ¿qué hago?

HOMBRE.- ¿Quiere decir que aún alquilan caballos en la fábrica?

MUJER.- Lo que hay son jabones y así de grandes, pero nadie y menos nosotros podemos olvidar esos coches, esos caballos que… (Suspira)

HOMBRE.- Perdone, pero tiene un rostro tan hermoso que… ¡le regalaré un coche mañana mismo!

MUJER.- Ya es muy tarde. El sol se ha ocultado totalmente. Además, mañana parto de viaje.

HOMBRE.- ¿Lo mismo que yo?

MUJER.- Lo mismo que usted llegué a esta plaza.

HOMBRE.- Y nos sentamos y nos miramos y nos comprendimos.

MUJER.- Con el resultado de que, igual a todos los días, tengo que entrar en la fábrica y contar las panelas una a una.

HOMBRE.- Entonces, hasta mañana y, como siempre, permítame estrecharle la mano y mirarla largamente.

MUJER.- Hasta mañana, si regreso.

HOMBRE.- Tiene que regresar.

MUJER.- Si termino de contar las panelas.

HOMBRE.- Y yo logro comprar el periódico.

(La Mujer se aleja)

HOMBRE.- Oiga, no se marche así, recójase el cabello.

MUJER.- Sabía que eso me dirías antes de que entrara en la fábrica.

(Se marcha)

Telón.



RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS DE AUTOR. Cualquier reproducción o representación parcial o total, por medio literario, audiovisual o teatral sin autorización del autor o sucesorio, queda sometido a las penalidades que estipula la Ley de derecho intelectual.

Ida Gramcko

Nació en Puerto Cabello, el  11 de octubre de 1924
y murió en Caracas, el 2 de mayo de 1994.
Dramaturga, poeta, ensayista , cuentista y periodista.

MARÍA LIONZA


(Farsa dramática en tres actos)


A Mariano Picón Salas



Personajes:

Dioses:
María Lionza
Reina Guillermina
Niña Flora
Niña de la Palma
Jorge Monay
Ezequías
Don Juan de los Retiros
Don Juan del Viento
Don Juan de la Luz
Don Juan del Odio
Don Juan de los Cabrones

Seres Humanos:
María
Froilán
Antonio
Nicanor
Pedro
Facundo
Mensajero
Juana
Ignacia


ACTO PRIMERO

Umbroso lugar de la selva. Tupida red de lianas milenarias y bejucos jóvenes. Destácase, al fondo, un conuco. El verde y las sombras invaden la escena, mientras los gusanos de luz la llenan de presagios. De cuando en cuando, una bandada de guacamayas la cruza espantando los murciélagos.
Como si fuera un chinchorro, aparece en primer plano, un ala de mosca gigante.
Lejos croa un sapo. Y de más lejos todavía, llega un rumor de piedras que caen al lecho del viejo y seco río.
Lo leños calcinados estallan.

En escena, Juana e Ignacia.

JUANA.-
Tuve que hacerlo, Ignacia. No bastan ya ni el rezo ni el presente. La reina ni responde ni se sacia con velas, con perfumes o aguardiente. Perdí mi bienestar con mi ganado, se secaron las siembras, los conucos, y mi hija estaba pálida a mi lado virgen y verde como los bejucos. Después al hijo lo metieron preso, por algo que no sé, por algo injusto, y mi hija oscura, con su pelo espeso, alzaba al aire el pájaro del busto.

IGNACIA.-
¿Y qué hiciste, por Dios?

JUANA.-
Llamé a los cielos con una extraña y loca jerigonza, hice oraciones y besé los suelos clamando, por piedad, a María Lionza.

IGNACIA.-
¿Y no recuperaste lo perdido?

JUANA.-
No lo recuperé. Los charlatanes decían que siguiera sin sentido, y fui a los sacerdotes, los mojanes, y allí me echaron mirra en el oído e incienso y estoraque en los fustanes…

IGNACIA.-
¿Y no te devolvieron lo perdido?

JUANA.-
¡Nada, criatura! El negro sahumerio no respondió a mi sed ni a mis afanes, y entre las peticiones y el misterio soñaba con haciendas y con panes, con hijos libres de su cautiverio, y me quemaban ya los talismanes. Y mi hija estaba allí… virgen, bermeja, el pecho redondeado como un fruto, y entonces me chismearon en la oreja: ¡tu hija será tu último tributo!

IGNACIA.-
¿Y entonces, qué?...

JUANA.-
Me cosquillaba el hambre en la cintura y el coyote y alcé a mi hija, virgen como estaba, y se la di completa al sacerdote. ¡Sí, se la di! ¿Qué quieres? ¡Una barbaridad, una blasfemia!¡Mas cuántas niñas no son ya mujeres porque los suyos se morían de anemia!

IGNACIA.-
Es espantoso lo que me refieres…

JUANA.-
¿Por qué se la entregué? Nadie me premia. El hijo sigue ausente, encarcelado, los otros hijos lloran sin sustento; viéndola a ella, lo que le he quitado me causa horrores y remordimiento. El cuello se me va, se me desgonza, ando arrastrando su percal sangriento, pues nada me devuelve María Lionza. ¡La sangre pura le sirvió de ungüento!

IGNACIA.-
¿Por qué no te quedaste en los conjuros? ¿Por qué tuviste que entregar la niña?

JUANA.-
Se ve que no has pasado por apuros, que nadie te hace mal ni te rapiña… ¡A lo hecho, pecho! Yo no me censuro, censuro a María Lionza, a su campiña; yo le pregunto si no hay bien seguro, si esto es un pacto o una rebatiña.

IGNACIA.-
Quizás la reina duerme entre sus muros, quizás esté muerta y no se recupere… hay dioses malos, débiles y oscuros… Puede que María Lionza degenere.

JUANA.-
¡Y yo gasté mi pólvora en zamuros y mi hija se me pudre y se me muere! Voy a rezar con los dedos duros, con ese dedo varonil que hiere…

IGNACIA.-
¿Insistes todavía en exorcismo?

JUANA.-
¿Me seguirás?

IGNACIA.-
Con gusto, si te ayuda.

JUANA.-
Piensa en el santo día del bautismo, piensa en tu carne trémula y desnuda, piensa en el santo de tu catecismo y en una araña mórbida y peluda. Sí, porque al filo de la media noche cuando te cae un río del sobaco, sin una rebelión, sin un reproche te doblas y te fumas el tabaco.

(Juana saca dos tabacos del bolsillo de su delantal o vestido, entrega uno a Ignacia, enciende los dos y ambas comienzan a fumar.)

JUANA.-
El humo hacia los puntos cardinales pidiéndole al espíritu y al guía que te lleve en sus alas fantasmales a la gran puerta de la cofradía.

IGNACIA.-
Miedo me das…

JUANA.-
Aplácate y escucha: intenta renunciar, adormecerte, vendrá el Poder, te cogerá sin lucha y ha de llevarte como un trapo inerte. Duérmete, Ignacia, y piensa en lo infinito, duerme conmigo y rompe tu medida, duerme que ya aparece Francisquito diciendo que mi vela está prendida. ¿No ves los aposentos, los umbrales?

IGNACIA.-
No veo nada…

JUANA.-
(Exasperada) ¡Nada ocurre, Ignacia! No veo el paredón ni las señales, o yo o la reina estamos en desgracia.

IGNACIA.-
¡Son falsas tus regiones celestiales (Botando el tabaco), falsa tu reina y mísero su influjo!

JUANA.-
Ya no la conmovemos los mortales (Botando el tabaco), ni con los trances ni con el embrujo. Y mi hija está en su tálamo, tendida, sin hombre que la ciña y que la quiera.

IGNACIA.-
Y tú como una vela derretida no hallas altar donde quemar tu cera. Vamos, que el frío arde hasta los huesos… El frío arde como la evidencia. Olvida tu rencor y tus excesos que estás a punto ya de la insolencia.

JUANA.-
Tengo los pies y los retoños tiesos…

IGNACIA.-
Pues que ello signifique penitencia.

JUANA.-
No quiero penitencia ni regresos; quiero romper mi espera y mi creencia. María Lionza, por los hijos presos en cárcel, en dolor o en indigencia, por las hijas negadas a los besos y entregadas al dios y a su violencia, por lo que no devuelves a mis rezos, porque llenas de pulgas la conciencia, sé que no valen brujos ni confesos, que no eres triunfo sino decadencia. (Salen)



(Entra María)





MARÍA.-
Es horrible esperar… (Entra el mensajero) Y usted… ¿qué quiere?

MENSAJERO.-
(Alargándole un papel) Un pliego de Froilán…

MARÍA.-
¿Y qué ha ocurrido?

MENSAJERO.-
Yo nada sé; mejor es que se entere…

MARÍA.-
¿Qué dice aquí, qué dice?

MENSAJERO.-
Que se ha ido…

MARÍA.-
¡Si no se puede ir!

MENSAJERO.-
Pues no lo espere, si dice que se va, ¡cuento concluido!

MARÍA.-
¿Cómo? ¿por qué?

MENSAJERO.-
No se me altere… Froilán es un muchacho presumido.

MARÍA.-
¿Qué gana con mentir, por qué me engaña? Froilán es todo lo que yo he vivido. Froilán es todo lo que me acompaña. Y este papel es un adiós fingido. Por él dejé mi madre, mi cabaña, por él sufrí la fuerza y el vahído, y hoy ¿quién puede creer esta artimaña?

MENSAJERO.-
Anoche la escribió sin un gemido.

MARÍA.-
Anoche… ¿usted lo vio? ¿Por qué se ensaña?

MENSAJERO.-
Lo vi no más… Tranquilo y convencido.

MARÍA.-
¿Y aquí puso su mano, la guadaña con que rasga mi cuerpo poseído, y aquí miró el papel tras la pestaña con aquel ojo de betún pulido? Y usted echó veneno a la cizaña, usted lo vio firmar sin un latido, y se sacó después una lagaña porque tenía el ojo distraído. Usted, ¿quién es? ¿Un hombre, una alimaña?

MENSAJERO.-
Yo no me meto donde no es debido.

MARÍA.-
Usted trae la carta, la montaña de muerte que aniquila mi sentido, usted me hace morir, pero se apaña; yo no me meto donde no es debido. Froilán se metió en mí con su espadaña; Froilán se metió en mí con su estallido, y eso ¿qué fue? ¿una hazaña?...

MENSAJERO.-
Quizá le resultara divertido.

MARÍA.-
¡Jocoso darme con mi piel huraña, de risa verse con el cuerpo herido! Miré la red y no miré la araña y aún miro aquel amor entretejido pues si mi carne le resultara extraña ¡meto mi cuerpo donde está metido! Soy una intrusa, ¡bueno! Y si me daña meterme en el tormento de su olvido, ¡más entro en él sin ver lo que restaña la sangre que emparama mi vestido! Pero hago mal… ¿no es cierto, mensajero? Tú eres un hombre, libre y precavido. Sabes matar al niño y al cordero y te lavas las manos sin descuido. ¡Qué limpia mano de hombre traicionero! ¡Qué uñas de sol decoran al bandido! ¡Vete de aquí… que lloro y me exaspero! ¡Me estoy metiendo donde no he debido! (Sale el mensajero)

(Silbidos, gritos de Pavita, ruidos nocturnos se confunden con los sollozos de María, tendida en la media luna del chinchorro. Luz fantasmagórica ilumina la escena. Entran los dioses, rodeados por un nimbo de azufre.)

EZEQUÍAS.-
Cada cien años, cada cien otoños el pueblo hambriento pide un nuevo credo. Que le crezcan los sueños, los retoños, que un nuevo dios los libre de su miedo.

NIÑA DE LA PALMA.-
Para que la deidad, la reina Mara entre otra vez en rango y en oficio, para que un dios comulgue sobre el ara y limpie el polvo con el maleficio, te pedimos tus párpados, tu cara, tu cuerpo de mujer en sacrificio.

JORGE MONAY.-
En nuestra tierra fresca y melodiosa silencio y sed castígannos de nuevo. Ni el mito que nos limpia y nos remoza sufre temblor, crisálida o renuevo. 

REINA GUILLERMINA.-
Por eso vengo a ti, María hermosa, María perdedora de mancebo, buscándole una reina y una esposa a ese gran pueblo que en mis hombros llevo. Por eso vengo a ti, María moza, cuerpo de potestad y de relevo para que te conviertas en la diosa y saques el gran pájaro del huevo.

(Las tinieblas invaden la escena. El último sollozo de María se convierte en un trino angustiado. Los dioses salen con las sombras. Entran Froilán y el Mensajero)

FROILÁN.-
(Llamando) María… (Al Mensajero) ¿Dónde está?

MENSAJERO.-
Pues allí estaba saliéndosele el diablo por la boca.

FROILÁN.-
Cuéntame… qué te dijo…

MENSAJERO.-
¡Pero acaba! ¡Si ya te lo conté; si estaba loca! Y yo me voy de aquí…

FROILÁN.-
¡Calla! (Llamando en voz baja) ¡María!... (Notando que el mensajero intenta marcharse, lo coge por un brazo) Tu no te vas…

MENSAJERO.-
Y qué, ¿quieres un perro? ¿Para qué necesitas compañía? Ya tuve mucha vela en este entierro.

FROILÁN.-
Explica una vez más lo que decía, qué cosa respondió…

MENSAJERO.-
Pues nada tierno…

FROILÁN.-
¿Qué dijo?

MENSAJERO.-
No decía, maldecía… ¡y que los dos nos fuéramos al cuerno!

FROILÁN.-
Yo creo que está aquí, pero escondida…

MENSAJERO.-
Allá tú y ella.

FROILÁN.-
Quédate un instante… En su chinchorro la hallaré dormida con una huella oscura en el semblante.

MENSAJERO.-
(Con sorna) Despiértala, Froilán, pero enseguida no sea que otro sueño la levante.

FROILÁN.-
¡Pero estará tan llena de despecho; no me recibirá con alegría, de puro miedo se me tranca el pecho!...

MENSAJERO.-
Es imaginación… o tontería. (Empujándolo) Anda, Froilán, y acércate a su lecho…

(Cuando Froilán se aproxima al chinchorro, éste se rodea de una luz intensa, demostrándole que no hay nada en él.)

FROILÁN.-
(Llamando) ¡María!...

(Sombras de nuevo, hasta que una luz dorada y extraña ilumina los árboles. Flores, frutas, yerbajos se ciñen tiernamente a la atmósfera. Vuelan insectos de color. Atezadas astillas se amontonan bajo los troncos.)

(Entran Jorge Monay y Ezequías)

EZEQUÍAS.-
Se cumplen hoy tres años de su ascenso.

JORGE MONAY.-
Se ha convertido en diosa verdadera y se le trajo almíbar con incienso. Que una mujer tan bella y tan austera es cosa singular…

EZEQUÍAS.-
Yo ni lo pienso. Miedo me da mirarla tan severa entre las cabras, el pastor y el pienso.

JORGE MONAY.-
Pues, para mí, ni el huracán la altera.

EZEQUÍAS.-
Yo prefiero esperar en el suspenso. Hay algo de ella que se quedó fuera, algo que ni aquilato ni condenso. No es totalmente nuestra compañera.

JORGE MONAY.-
Cambió su amor por el amor inmenso. Se convirtió en la luz y en la heredera con un sollozo largo e indefenso.

EZEQUÍAS.-
¡Lloraba con la piel con la cadera! Era un sollozo demasiado intenso.

JORGE MONAY.-
Ahora está tranquila…

EZEQUÍAS.-
Dios lo quiera, y Dios me quite el mal y el pensamiento.

JORGE MONAY.-
¿Qué es lo que piensas?

EZEQUÍAS.-
Que por más precoces que seamos en luz y entendimiento ella es mujer aún entre los dioses y está en combate y experimento. Aún tiene labios rojos y veloces, se le salen los muslos del asiento; cuando la miro con sus albornoces metida en su pudor y en su portento, cortando el aire con sus duras hoces le sobresale el pecho suculento. Y siento miedo de escuchar sus voces, de ver su rostro, de sentir su aliento… Yo sé que tú también lo reconoces, pero eres más flemático o más lento.

JORGE MONAY.-
Fuimos a ella pues se requería una mujer lacónica y valiente. Que el mito solo con su jerarquía estaba ya agotado entre la gente.

EZEQUÍAS.-
Pues fue una solución muy femenina, por no decir mejor que fue imprudente. La diosa estaba intacta en su hornacina y hoy se nos quiebra cuando está presente.

JORGE MONAY.-
Cállate que allí viene Guillermina.

EZEQUÍAS.-
Quédate tú y escucha lo que cuente.

(Sale Ezequías. Jorge Monay se esconde tras un árbol. Entran Guillermina y la niña Flora)

GUILLERMINA.-
Anoche florecieron flamboyanes…

FLORA.-
Llenaron de narcóticos la brisa, mordían los perfumes como canes y hoy encuentro la atmósfera imprecisa. Hay un vaho de esteras, de gañanes…

GUILLERMINA.-
Crece, rauda y azul, la yerba Luisa.

FLORA.-
Crecen también los sueños…

GUILLERMINA.-
No devanes la madeja del sueño y analiza.

FLORA.-
¿Qué puedo analizar? Tantos afanes me comen la mirada y la sonrisa.

GUILLERMINA.-
Ayer vinieron veinte servidores…

FLORA.-
Altos y fuertes como encinas.

GUILLERMINA.-
Pagan cumplidamente los favores que les donó la reina…

FLORA.-
Guillermina, la reina, ¿no era una mujer?

GUILLERMINA.-
No azores.

FLORA.-
¿No era una joven de cabeza endrina?

GUILLERMINA.-
Me llenas de recelos y temores… ¿y esa curiosidad tan repentina?... ¿Qué importa lo que fue? No la valores sino en su forma máxima y divina.

FLORA.-
Cierto, pero…

GUILLERMINA.-
No te descubras sin sabores. Vive tu fronda con su clavellina.

FLORA.-
Las raíces parecen estertores, miro una sangre muerta en la resina…

GUILLERMINA.-
No hablas como la diosa de las flores.

FLORA.-
Porque cada botón trae una espina.

GUILLERMINA.-
Pero ¡qué sin razón!...

FLORA.-
Ya no hay razones. Hay un ambiente lleno de neblina.

GUILLERMINA.-
(Acercándose a unas astillas colocadas debajo de un árbol) Ayúdame a cargar estos tablones…

FLORA.-
(Ayudándola) Huelen a cama macerada y fina.

GUILLERMINA.-
¡Huelen a árbol! ¿Quieres más? Tus dones son grandes…

FLORA.-
¡Nunca!

GUILLERMINA.-
Tú eres la mezquina, no te bastan los montes, los alcores, los ríos con su bestia cristalina, los pájaros, los fuegos, los colores…

FLORA.-
El campo es una vívida rutina.

GUILLERMINA.-
Quédate con tus sueños turbadores. Yo voy a trabajar. Quien se domina encuentra paz y encanto en sus labores.
(Sale Guillermina)

FLORA.- Tu puedes dominarte, Guillermina.

(Jorge Monay sale de su escondite)

JORGE MONAY.-
Flora, ¿tengo que hablarle a los rastrojos, tengo que hablarle a lo que no me escucha? Si a mí volvieras tus huraños ojos habría un sol de paz sobre mi lucha.

FLORA.-
Yo no quiero mirar a los dioses. Me fatigan sus cábalas, sus cielos…

JORGE MONAY.-
Y tú, ¿quién eres, quién te ha dado voces sino los mismos que te dan recelos?

FLORA.-
Eso es lo que me cansa y amotina. Que tenga yo que estar entre los hielos, que tenga que acatar mi disciplina, mientras los hombres comen sus anhelos, sus besos, sus mujeres y su harina. No sé a qué sabe el pan, pero lo huelo, ni qué es la carne, pero me alucina… ¿A qué saben los celos?

JORGE MONAY.-
No sé, no entraron nunca en mis doctrinas; dolor sí sé lo que es y desconsuelo pues te amo sin cesar…

FLORA.-
Te lo imaginas, amor que no se para sobre el suelo, pasión de este jaez, de las divinas, no son verdad… Se necesita anzuelo, carnaza fresca y trémula sardina, hombre que pesque sobre el arroyuelo… sangre se necesita y heroína…

JORGE MONAY.-
Yo te amo, Flora.

FLORA.-
Dime: te flagelo y sentirás que tu alma me domina.

JORGE MONAY.-
No quiero herir la fronda de tu velo.

FLORA.-
¿No quieres o no puedes? ¡Determina!

JORGE MONAY.-
Mi amor nació del cántico, del vuelo…

FLORA.-
Pues márchate con tu ala y con tu ruina. ¡Márchate que te extraño y te repelo! Eres una entelequia masculina.



(Sale Jorge Monay. Entra Froilán)



FROILÁN.-
(A Flora) ¡Eh, usted!

FLORA.-
(Volviéndose y viendo a Froilán) ¿Habló conmigo?

FROILÁN.-
(Acercándose, con un saco entre las manos) ¿Qué hago con este fardo? Está lleno de trigo. La dama gorda, la del manto pardo me lo mandó a llenar… Yo me fatigo, lo lleno de cereal y como tardo un minuto en concluir ¡no la consigo!

FLORA.-
La dama gorda es una reina.

FROILÁN.-
¡Bueno! Aquí todos son ángeles o dioses o reinas, y el que menos habla solo y da voces.

FLORA.-
¿Lo dice usted por mí?

FROILÁN.-
Me lo imagino.

FLORA.-
¡También yo soy!

FROILÁN.-
(Con burla) ¿Por qué se altera? Yo soy un adivino y usted es la princesa, la heredera.

FLORA.-
¿Y para qué visita estas regiones?

FROILÁN.-
Pues yo estoy de servicio; la reina Mara oyó mis peticiones y yo vine a pagarle con mi oficio.

FLORA.-
¿Y qué le devolvió la reina Mara?

FROILÁN.-
Me devolvió un retrato.

FLORA.-
¿Qué es un retrato?

FROILÁN.-
Algo como una cara.

FLORA.-
¿Con ojos, con nariz?

FROILÁN.-
¡Con todo el boato!

FLORA.-
¿Y vive?

FROILÁN.-
¡Qué ha de vivir!

FLORA.-
Es una cosa rara, es algo como yo; nunca lo he visto pero si tiene una presencia avara es como yo que soy y no existo.

FROILÁN.-
¡Ah!, pero usted… ¿no existe?

FLORA.-
Claro que no; yo soy una apariencia.

FROILÁN.-
Linda visión.

FLORA.-
¿Cree usted? ¡Pero tan triste!... Me prohíben la carne y la experiencia.

FROILÁN.-
Pero, ¿tampoco siente?

FLORA.-
Siento lo ajeno, siento demasiado… siento la mano de otro en mi simiente, los pies de otros corriendo por el prado, la carne tibia en busca de mi fuente… Siento lo incomprensible, lo vedado, que se acuestan donceles en mi frente, que el labriego atraviesa mi costado y que prosigo inmóvil e inocente.

FROILÁN.-
(Acercándose) ¿Y toco su mano?

FLORA.-
Mi mano es un remedo.

FROILÁN.-
(Cogiéndole una mano) Hay un índice frío, mas lozano… ¿No percibe mi piel?

FLORA.-
Es que no puedo.

FROILÁN.-
Y el brazo es como un pan de fresco grano, y el hombro tiembla como un pez con miedo…

FLORA.-
Si no puedo temblar…

FROILÁN.-
Tiemblas, criatura. Temes al hombre, temes al pecado. ¿Cuál es tu nombre?

FLORA.-
Flora, y mi cintura es esa que se cimbra en el collado.

FROILÁN.-
A ella me voy; le temo a tu figura… Prefiero tu rincón más sosegado.

(Vase Froilán. Entra don Juan de los Retiros)

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Te sedujo el gañán?

FLORA.-
(Volviéndose) Cállate, deslenguado.

(Entra don Juan del Viento)

DON JUAN DEL VIENTO.-
Tiene buena presencia...

FLORA.-
¡Cállate, don Juan!

DON JUAN DEL VIENTO.-
Y él, ¿está enamorado?

FLORA.-
¿Qué sabes tú de amor?

DON JUAN DEL VIENTO.-
Dice el refrán que sé tanto de amor como un letrado.

(Entra don Juan de la Luz)

DON JUAN DE LA LUZ.-
¿Qué te dijo el galán?

FLORA.-
Nada que te interese, mal pensado.

DON JUAN DE LA LUZ.-
Tiene unos bellos ojos de alquitrán y huele a sementeras y a ganado.

FLORA.-
No quiero oírte…

DON JUAN DE LA LUZ.-
Tiene piel de pan y el pecho como un horno iluminado.

FLORA.-
¡Calla!

DON JUAN DE LA LUZ.-
Tiene pestañas de azafrán, bozo de papelón, diente ordenado…

(Entra don Juan del Odio)

DON JUAN DEL ODIO.-
Era un bello rufián. Eras una ternera en el cercado y él como un toro viéndote el afán, mugiendo alegremente su llamado.

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
¡Ay, quién detiene al toro!

DON JUAN DEL VIENTO.-
Toro jamás coleado…

DON JUAN DE LA LUZ.-
Tiene un lunar como una mancha de oro y un cuerno de cristal desenfrenado.

(La niña Flora se tapa los oídos)

DON JUAN DEL ODIO.-
¿Quién protege su trémulo decoro?

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Quién no cuelga en la rama su tocado?

DON JUAN DEL VIENTO.-
¿A quién no le entra por la piel y el poro el tacto como un aire derramado?

(Entra la reina Guillermina)

GUILLERMINA.-
¿Qué hacen con esta niña?

DON JUAN DEL ODIO.-
¿Niña has dicho? ¡Cuidado!...

GUILLERMINA.-
Aquí había una niña.

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
Un dialogo solvente y moderado.

GUILLERMINA.-
Cuéntame, niña Flora, cuenta lo que ha pasado…

DON JUAN DEL VIENTO.-
Lo que pasa es el fuego por la espora.

DON JUAN DE LA LUZ.-
Lo que pasa es el sol por el sembrado.

GUILLERMINA.-
¡Cállense, charlatanes! No la dejan hablar…

DON JUAN DEL ODIO.-
Se quedó muda.

GUILLERMINA.-
He dicho, ¡fuera, fuera a los don Juanes! Ella me explicará…

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
No cabe duda.

DON JUAN DEL VIENTO.-
Tócale los ingrávidos fustanes, no hay nada que explicar… ¡está desnuda!

(Salen los don Juanes)

GUILLERMINA.-
Flora, ¿qué es lo que sufren mis oídos? Flora, mi reina…

FLORA.-
¡Calla! Me pueblan unos ímpetus prohibidos, me arrancan velo, voluntad, valla… Estoy fuera de mí y en mis sentidos.

GUILLERMINA.-
¡Ay reina Mara, ay perdición, ay cielo! La niña Flora presa en la locura… ¡Devuélvanle su pátina, su hielo, cúbranla con pudores de espesura! Ten humildad y temple, niña Flora, yo le hablaré a la reina y con su guía toda la sombra que te cubre ahora saldrá volando y hallarás el día.

(Sale Guillermina. Entra Froilán)

FLORA.-
(Viendo a Froilán) ¡Oh, ven que se hace tarde, ven que quieren robarme mi alegría! Mi espectro quema, mis mejillas arden… Quizá pueda inmolar mi jerarquía.

FROILÁN.-
¿Qué estás diciendo, Flora?

FLORA.-
No puedo definir lo que te digo. Estate cerca, el fuego me devora y tú eres como el leño y el abrigo. ¡Oh ven, cabeza dulce de borrego, belfo de sol, amigo, contigo puedo realizar mi fuego, mis claras llamas levantar contigo! Colócame en tus hombros de labriego como a un fardo pletórico de trigo.

FROILÁN.-
Pero si tú eres diosa…

FLORA.-
Esa es mi gran mentira, ser sombra de una voz o de una cosa, mirar las brasas sin tocar la pira.

FROILÁN.-
¡Qué brava estás, qué hermosa!

FLORA.-
¿Es que descubres mi fisonomía?

FROILÁN.-
Tu frente es una garza que reposa…

FLORA.-
Hazla volar a la región sombría.

FROILÁN.-
Tu pelo es una rama que solloza…

FLORA.-
Cuélgale un nido con su melodía.

FROILÁN.-
¿Qué puedo hacer por ti?

FLORA.-
Tu piel, tu esposa, algo que sea carne y caloría… Sé que soy torpe, sé que soy terrosa, que no me quieres nada…

FROILÁN.-
Desconfía… Mi corazón, midiéndote te goza. Yo también quiero que te sientas mía. Te enseñaré a tumbarte en los vergeles, a ser ceñida por la espiga amante y a morir luego de exprimir las mieles.

FLORA.-
Entonces yo seré tu semejante.

FROILÁN.-
Serás al fin, tu hallazgo.

FLORA.-
Diciéndolo, tu voz me da textura, me surca el rostro un iracundo rasgo y la piel brota, límpida y madura. ¡Mírame bien! Me plasmas… Si dicen que en fantasmas devenimos a fuerza de jugar a los fantasmas, porque he jugado a ser mujer los limos se alejan con sus lastres y sus miasmas. Y soy una mujer como una loba.

FROILÁN.-
Una loba con trémolos, con mimos.

FLORA.-
Una mujer que llevas a tu alcoba para ligarla a un lecho de racimos. Sé que no puedo aún, ¡y hay tanta prisa!... tampoco es natural ser la traidora. Ve con ansia sumisa, ve junto a la magnánima inventora…

FROILÁN.-
¿Quién es?

FLORA.-
Es la que manda, la que hechiza, y pídele que rompa esta demora.

FROILÁN.-
Lo que tú digas, pero ¿quién es ella?

FLORA.-
Es la reina María. Pídele por mí nada, por tu huella, por tu presencia y por mi faz vacía que se proponga convertir mi estrella en una hoguera cárdena y bravía. Dile que nada nos detiene ahora, dile que te amo.

FROILÁN.-
Pero, ¿qué hay que hacer?

FLORA.-
Sigue esa ruta, llámala e implora… ¡Dile que quiero ser mujer!





ACTO SEGUNDO



(Muros encalados, muebles negros, recipiente de barro con espiral de humo azulenco. Cristo salvaje en la pared. –María Lionza, de espaldas, en monacal jamuga. Cornucopia de lianas rodea el aposento del trono con una exuberancia luminosa y procaz. Entra Guillermina)

GUILLERMINA.-
Te digo que trabajas demasiado; no con el corazón, con la cabeza. Le das la espalda plena a tu reinado y eso, a la larga, pesa. Nunca te informas por tus servidores; lees el libro sapiente, el más pesado, mientras la voz está en los labradores. Cierto que tú aquí tienes un dechado; salmos, cánticos, loores… Todo muy proverbial, ¡muy empastado! Pero la yerba instala sus olores y ante su reto dóblase el arado. No quiero criticar, pero soy vieja. Ayer perdimos un terrón de abono, un filón de maíz y una guedeja de pasto porque estaba en abandono. Y si hablo de tu corte la encuentro un poco enardecida… Los don Juanes abusan de su porte, Jorge Monay solloza por su herida, la niña Flora… ¡y no es porque me importe! ¡está como una potra sin la brida! Olfatea en los densos matorrales; no sé si está buscando una guarida, pero destroza todos los rosales… Está posesa de una extraña vida. Ayer la vi tan dura, tan obsesa, tan llena de su negra sacudida que finalmente le hice una promesa y en ella, reina, estás comprometida. Tú tienes que librarla de esa angustia, inventar un  suelo, una salida, ¿o te imaginas la campiña mustia y muerta por no verse socorrida? Además, para exceso uno de los mortales le pidió una entrevista… Si quieres, le hago el mutis de regreso, ¡con una coz lo saco de tu vista! ¿No? Pues andando que allí está el humano con unos aires de protagonista.

MARÍA.-
¿Cómo es?

GUILLERMINA.-
Tiene una facha de villano y una mirada de seminarista.

MARÍA.-
¿Es un viejo?

GUILLERMINA.-
Es galán, no hay hembra terrenal que lo resista, pero aquí sólo es un pelafustán… Salgo y lo llamo… ¡y que el Señor te asista!

(Sale Guillermina. Entra Froilán)

MARÍA.-
(Viendo a Froilán, levantándose) ¡Froilán!...

FROILÁN.- ¡María!... ¡Tú, María!...

MARÍA.-
¿Qué haces aquí?

FROILÁN.-
María, que al final te encuentro y me hallo torpe y optimista. Que un día te dejé en el matorral, pero que luego retorné a tu vista y el chinchorro vacío y fantasmal me hirió como una máscara imprevista. Que te busqué a la luz del manantial, que entre las sombras indagué tu pista, que arranqué los bejucos y el cereal y que hoy te logro en singular conquista.

MARÍA.-
Pero, ¿qué es lo que quieres?

FROILÁN.-
Te quiero sólo a ti.

MARÍA.-
Mira quien soy.

FROILÁN.-
Te miro y sé lo que eres: una mujer que me dirá que sí.

MARÍA.-
Yo ya no soy una mujer.

FROILÁN.-
Mujeres hay muchas, mas tú eres sólo mi mujer…

MARÍA.-
Lo fui.

FROILÁN.-
Comprendo que te niegues por ahora, pero aquel día me marché y volví.

MARÍA.-
¿Acaso ignoras que yo también me despedí?

FROILÁN.-
Sé que no valen trucos, que la hora de volverse a encontrar tiembla en mi almohada; sé que amas sin cesar a quien te adora, sé que te entregas…

MARÍA.-
¡Tú no sabes nada!

FROILÁN.-
Quizá te hablaron de la niña Flora, quizá vinieron con el cuento…

MARÍA.-
Cada sonido de tu boca me acalora como una bochornosa llamarada.

FROILÁN.-
Entre ella y yo no hay más que una aventura.

MARÍA.-
¿Entre quienes? ¿qué dices?

FROILÁN.-
La niña sollozaba en la espesura, yo la compadecí… y hubo deslices…

MARÍA.-
¿Qué blasfemas con tanta caradura? ¿Quién se atreve a escupir en mis raíces?

FROILÁN.-
No hubo noviazgo, sólo conjetura, sólo vagos requiebros…

MARÍA.-
¡Infelices!... Manchar los nombres con saliva oscura, tiznar los rangos con bramidos grises… A eso vienes, Froilán, ¡a echar basura!

FROILÁN.-
No vengo a lo que dices. Vengo a darte mi lecho y su envoltura, vengo a donarte lo que siempre quise…

MARÍA.-
¡La peste, la embriaguez, la calentura!...

FROILÁN.-
Tu pelo suelto en cálidos tapices, la noche negra y llena de ventura, mis besos como frescas cicatrices…

MARÍA.-
¡Carroñas que no alcanzan mi estatura! ¡No me condenes! No me martirices… ¿Qué puede contra mí tu encarnadura? Puede lo que un puñado de perdices. No pienso disfrutar tu cama impura. ¡Compra una perra y lame sus narices! Yo soy la reina Mara, la reina, ¿entiendes? Brava y sin mancilla, tengo una casa blanca con un ara y un tigre custodiando la capilla.

FROILÁN.-
Pero, ¡qué absurdo!

MARÍA.-
Tengo el pan, la tiara, la marca de los dioses en mi silla, mi vieja tremenda que me ampara y un tábano inmortal en mi costilla.

FROILÁN.-
Confieso que jamás te concebía de una sensualidad tan rencorosa.

MARÍA.-
Echa el agravio y echa la herejía…

FROILÁN.-
Sin bromas, ¿te crees diosa?

MARÍA.-
Soy lo que soy.

FROILÁN.-
Pues déjame que ría, nunca vi situación tan deliciosa. Está bien. Entendido.
Tú eres la reina, yo soy tu sirviente. Perdí un objeto, vengo y te lo pido. Sin él, ando extraviado y en pendiente. ¡Tú eres mi único objeto perdido!

MARÍA.-
Cállate, irreverente.

FROILÁN.-
En nada falto a Dios ni a tu mandato.
Pido como cualquiera pediría...
La reina Mara me volvió un retrato…

MARÍA.-
¡Tenías que ser tú quien lo pedía! Aquella voz comiéndome el recato, aquella voz cavándome la estría con un cuchillo negro e insensato.

FROILÁN.-
Tú me quieres, Mara.
Escuchas esa voz y te anonadas…

MARÍA.-
Aquel ladrido de hombre, de perjuro…

FROILÁN.-
Y tú, que te hundes en tus campanadas, ¿qué hacias escuchando mis conjuros?

MARÍA.-
Gritaba con las piernas amarradas, jadeaba ante mi reino prematuro, me pesaban las venas como espadas… Después, hubo un relámpago maduro y no me pesó nada. ¡Y hoy vienes tú a pesarme como un muro!

FROILÁN.-
Súbete a él, humana trepadora.

MARÍA.-
¡Vete de aquí!... ¡Te digo que te vayas!...

FROILÁN.-
Llevando a cuestas tu caliente aurora.

MARÍA.-
Vete que se me rompen las medallas, que mi carne se vuelve soñadora… ¡Esperpentos, fenómenos, metrallas, echen de aquí esta rémora invasora!

(Entran don Juan de los Retiros, don Juan del Viento, don Juan de la Luz, y don Juan del Odio, y con muecas y chufletas se llevan, a rastras a Froilán. VUELVEN.)

DON JUAN DEL ODIO.-
La castidad es una cosa bella.

DON JUAN DEL VIENTO.-
Eso dicen las beatas.

DON JUAN DE LA LUZ.-
Para los santos cose una doncella un lecho de relámpagos de plata.

DON JUAN DEL ODIO.-
La virgen convencida se degüella y su cuerpo sin rostro se desata.

DON JUAN DE LA LUZ.-
La viuda la vistió con la centella.

DON JUAN DEL VIENTO.-
La monja se colgó de la alcayata.

DON JUAN DEL ODIO.-
Todas dejaron una hermosa huella.

DON JUAN DEL VIENTO.-
Se amortajaron con un chal de nata.

DON JUAN DE LA LUZ.-
Se echaron sobre el césped de la estrella y el polvo las mordió como una rata.

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
La soledad es una cosa buena. Uno aprende a ser fiel, a ser profundo.

DON JUAN DEL VIENTO.-
La joven que se pinta se condena.

DON JUAN DE LA LUZ.-
Y en el espejo ve un color inmundo.

DON JUAN DEL ODIO.-
Tiembla llena de brasa, de cayena, siente su talle próximo y fecundo…

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
Luego se va a la calle, se envenena, se prenda de un alegre vagabundo…

DON JUAN DEL VIENTO.-
Juntos se tienden en la yerbabuena…

DON JUAN DEL ODIO.-
Él tiene un pecho ronco y gemebundo…

DON JUAN DE LA LUZ.-
Y ella en los muslos una luna llena.

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
¡Qué cosa tan escuálida es el mundo!

DON JUAN DEL VIENTO.-
Y sin embargo, es tema de vecinas, de chismes, de reyertas…

DON JUAN DE LA LUZ.-
Las hijas de mi estólida madrina, dos corolas apenas entreabiertas, vivieron siempre en férrea disciplina ocultas tras los muros y las puertas. Pero alguien trabajaba en la colina, alguien venía a domeñar sus huertas, y una noche de lluvia y de neblina se quedó a reposar… Se sentían tan vivas, tan despiertas… Después, corrieron algo la cortina ¡y vieron tanto que quedaron tuertas!

MARÍA.-
¡Basta, demonios, basta!

DON JUAN DEL ODIO.-
¡Ay! ¿Quién detiene el próximo huracán?

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
¿Quién frena el cuerpo de la reina casta?

DON JUAN DE LA LUZ.-
¿Quién para el sol?

MARÍA.-
(Corriendo) ¡Aguárdame, Froilán!...

(Entra Guillermina y salen los don Juanes)

GUILLERMINA.-
¿A dónde va la reina?

MARÍA.-
Guillermina…

GUILLERMINA.-
No son horas de andar por la maleza. ¿Qué pasa? La locura contamina… La reina anda muy mal de la cabeza; sale para una cita clandestina y una vieja inferior se le atraviesa. ¿No sabes que tu reino es una ruina? ¿Qué se suelta el caudal de la represa, que los hambrientos llenan la cocina y no hallan sino piojos en la mesa? Que hay boñigas y bichos en la harina, que el toro brama, que la vaca obesa se muere de hinchazón y se amotina pues nadie tira de su leche espesa. ¡Sábelo ahora!

MARÍA.-
Gracias, Guillermina. Recuérdame el deber y la tristeza.

GUILLERMINA.-
Me alegra verse dueña y previsora.

MARÍA.-
Tengo algo que mandar...

GUILLERMINA.-
Soy eficiente.

MARÍA.-
Suelta los perros flacos sin demora, pon en cada macizo una serpiente, y si eres una buena servidora no preguntes por qué…

GUILLERMINA.-
Soy obediente.

MARÍA.-
Tranca el portón, vigila la avenida, toma mi llave, cuélgala en tu frente hasta que mi sosiego te la pida. Cuece mi pan con áspero ingrediente, ponme una yerba amarga en la bebida y manda a ungir los muros de mi ambiente. Es que a veces me levanto dormida y no quiero sufrir un accidente. Despide al servidor que habló conmigo. No lo quiero ver más entre mi gente.

GUILLERMINA.-
Si te ofendió, ¡tú sabes el castigo!

MARÍA.-
¡No es eso!... Es charlatán, es indolente…

GUILLERMINA.-
Si quieres, lo quebranto, lo atosigo…

MARÍA.-
¡Que se vaya no más!

GUILLERMINA.-
Perfectamente.

MARÍA.-
Mas entra un frío azul por el postigo… Se podría enfermar…

GUILLERMINA.-
¡Y que reviente!

MARÍA.-
Se podría extraviar como un mendigo. Échalo con el sol; es más prudente. No debe imaginar que lo persigo. En el amanecer, con el relente, dale con nuestro adiós, un fuerte abrigo, una vasija llena de aguardiente y un pan de un blanco y esponjoso trigo.

GUILLERMINA.-
Excesiva ración para un sirviente tan holgazán…

MARÍA.-
Tú harás lo que te digo y no hay más que mandar.

GUILLERMINA.-
Perfectamente.


(Sale Guillermina. Entra don Juan de los Cabrones)

MARÍA.-
(Viendo a don Juan de los Cabrones) ¿De dónde sales tú?

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
De tus jergones.

MARÍA.-
Sal de mi casa y déjame tranquila.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
¿Tranquila con trescientas tentaciones que te roban el sueño y la pupila?

MARÍA.-
Serena estoy, don Juan de los Cabrones.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Escapas del arpón como una anguila. Estás metida en hondas convulsiones aunque nades en bálsamo y en tila.

MARÍA.-
Soy una leona firme entre los leones.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Eres una mujer que se vigila.

MARÍA.-
¿De quién?

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Del pecho de los garañones del rebaño llamando con su esquila… ¡Así cualquiera libra sus pezones metiéndolos en cepo y en mochila! Tienes un aire púdico y gazmoño…

MARÍA.-
Y tú un aspecto sucio de vasallo.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Quizá, pero ya estás en el otoño y se te pone taciturno el tallo. No seas singular… ¡Suéltate el moño y tiéndete en las ancas del caballo!

MARÍA.-
Otoñal estaré, pero en cordura.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
¡Ay, de ti, de los cuerdos! Se les adhiere una corteza aura, se fermenta la carne con recuerdos y las canas no son levadura.

MARÍA.-
Ya me lo has dicho: ¡vieja!

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Y rezandera.

MARÍA.-
¿Y algo más?

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Y mandona.

MARÍA.-
Envidia el manto quien lo apeteciera.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Tal vez, pero te quedas solterona y una mujer soltera es algo parecido a la Sayona.

MARÍA.-
Cosa que no me va ni me exaspera.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
No te exasperará, pero razona que ese hombre no se va sin compañera.

MARÍA.-
¿Con quién?

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Pues no será con una mona, con Flora que huele a primavera.

MARÍA.-
La niña Flora no es una persona.

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Eso no impide que Froilán la quiera ¡y quién quita después que una borona se te convierta en ávida pantera!

MARÍA.-
Que quieres darme, ¿celos?

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
A ti, que te den luto, paños, velones, duelos, un tallo magro y un pernil enjuto.

MARÍA.-
Pero, ¿qué dices, qué es lo que envileces? ¡Yo nunca he sido una mujer fingida? Que me bebió el amor hasta las heces, que me sorbieron por la piel mordida, llena de sustos y de palideces, y que luego de ser sangre bebida, corriéndome sudores como peces, fui llevada en la ráfaga mullida sobre una blanca sábana de reses. Y si escogí esta norma y esta vida…

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
¡Fue porque te fallaron los arneses! Fue porque el hombre te dejó tendida y no supiste suplicar dos veces, ¡y hoy eres un pendón, reina tullida, la gran zamura de tus feligreses!

MARÍA.-
Perro que me abres una vieja herida, trajo que me destronas y encarneces, si quieres verme muerta y desvalida, ¡repite esas parábolas soeces!

DON JUAN DE LOS CABRONES.-
Ya el cinturón desabrochó su brida, ya está lleno el percal de redondeces…
(Dirigiéndose a la puerta)
Ven, que te abro el portal para la huida.

MARÍA.-
¡Ay, huele a hombre, a sándalo y a mieses!

(María, lentamente, va avanzando hacia la salida mientras cae el telón)





ACTO TERCERO


(Otra vez plena selva. Flora poda la yerba y las violentas flores con un cuchillo que prende entre lo verde su aristado relámpago)

FLORA.-
Froilán, corta el rosal que a mi cuidado dejaron y que hoy dejo a tu descuido. Corta y deja la flor en tu costado y las tijeras sobre mi vestido. Que para ser la carne de tu agrado me despojo de pájaro y de nido; que para ser tu espiga y tu venado espero tu aguijón y mi alarido. Arráncame este légamo sagrado, poda con ganas mi muñón florido; que pueda yo mirar en mi arbolado un hueco de ternura y de marido.
(Cortando una flor)
Una corola por tu rostro amado, un tallo por tu cuerpo enardecido, un olor por tu aliento enamorado…
(Oliendo la flor)
¡Presiento que la reina ha comprendido!...

(Don Juan de los Retiros sale súbitamente de detrás de la fronda)

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
La reina va a lo suyo.

(Don Juan de la Luz aparece también súbitamente en la misma forma)

DON JUAN DE LA LUZ.-
Lo suyo es un gran tálamo fragante.

(Don Juan del Viento aparece, ídem)

DON JUAN DEL VIENTO.-
Entrégale al dolor ese capullo porque la reina tiene ya bastante.

(Don Juan del Odio sale de la fronda, ídem)

DON JUAN DEL ODIO.-
María halló el amor y tú el orgullo, tú tienes hambre y ella tiene amante.

FLORA.-
¡Tú eres un charlatán… y tú un espía! ¡Tú eres un intrigante!...

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
La realidad es mucho más sombría.

DON JUAN DE LA LUZ.-
La reina es una pálida bacante.

FLORA.-
¿Te atreves a manchar su eucaristía?

DON JUAN DEL VIENTO.-
Sus senos son de puños de diamante.

FLORA.-
¿Quién te dio vela en esta letanía?

DON JUAN DEL VIENTO.-
El viejo amor, obispo y nigromante.

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
La reina salve su monotonía.

DON JUAN DEL ODIO.-
Te dice la verdad… ese tunante era en la tierra esposo de María.

FLORA.-
¿Qué estás diciendo?

DON JUAN DE LOS RETIROS.-
Deja que te espante…

DON JUAN DE LA LUZ.-
Déjale que te prenda la bujía…

DON JUAN DEL VIENTO.-
Déjale que te cuente lo restante…

DON JUAN DEL ODIO.-
Ambos están en celo todavía. Ella es un hilo y él un gigante.

FLORA.-
¡Vamos, inquisidor! ¡a mi agonía! Trata de abrir un hoyo penetrante en esta piel que es sólo fantasía… ¡Echarle leña al fuego y adelante! Cierto, soñé con una carne mía, con un hombre que creara mi semblante, con un amor que fuera mi armonía, y si hoy me quitan ese sueño errante, sabuesos de nocturna cofradía, perros que el diablo vele y amamante, ¡sabed que aquí os falló la puntería porque no tengo cuerpo que la aguante!

(Los don Juanes desaparecen detrás de la fronda. Entran Jorge Monay y Ezequías)

JORGE MONAY.-
(Acercándose a Flora) No alces la voz, ¡no grites!

FLORA.-
Estoy ardiendo sobre el negro prado.

JORGE MONAY.-
Los dioses no arden…

FLORA.-
No me debilites con ese corazón tan congelado.

EZEQUÍAS.-
Lo que sólo te pide es que medites que causas no se ven para tu enfado.

JORGE MONAY.-
¿Qué quieres, Flora?

FLORA.-
Que me resucites pues muerta estoy y morirá el sembrado.

(Sale Flora hacia el fondo, hacia la casa)

JORGE MONAY.-
¿Lo ves? Si te lo explico me llamas charlatán y exagerado.

EZEQUÍAS.-
Ella no sabe sino alzar el pico.

JORGE MONAY.-
Sí, pero tiene el pecho desgarrado.

EZEQUÍAS.-
¡Pues que se clave todo el acerico y salga de una vez del desagrado! Sé que es valiente y no me mortifico; tú sí porque tú estás enamorado. Mas si puede ayudar lo que predico…

JORGE MONAY.-
¿Me ayudarás?

EZEQUÍAS.-
Me falta lo fijado.

JORGE MONAY.-
¿Qué es menester?

EZEQUÍAS.-
Agua divina, tres hojas de laurel y la canela…

JORGE MONAY.-
(Sacando las tres cosas) Aquí las tienes…

EZEQUÍAS.-
Malagueta fina, clavos,  incienso y mirra que nos huela… (Jorge Monay saca las otras cosas y se las da) Pues no concluye aquí la medicina; hay que buscar con maña y con cautela un poco de pimienta tan dañina que queme el labio como la candela. (Jorge Monay le da la pimienta) Y ahora, ¡veinticinco tabacos! del largo de tu dedo. Los más rollizos y los más opacos.

JORGE MONAY.-
(Dándole los tabacos) Aquí los tienes…

(Ezequías coloca todos los objetos sobre leño de árbol, hace su mescla y se pone en actitud de orar)

EZEQUÍAS.-
Rezo e intercedo…
Esta oración va ofrecida al Santo Ángel de la Guarda, Por don Juan del Espíritu del Tabaco, por don Juan del Tabaco, por don Juan de los Encantos para que la niña Flora sea encantada, por don Juan de los Pensamientos para que la niña Flora suspire por Jorge Monay, por don Juan de los Cabrones para que la niña Flora quede encabronada, por don Juan de la Calle, por don Juan de los Cuatro Vientos, por don Juan de los Cinco Sentidos para que la niña Flora pierda un sentido, por don Juan de las Lágrimas para que la niña Flora bote lágrimas por Jorge Monay, con el permiso de María Lionza y de todos los mojanes, con el permiso del día de hoy, si tiene pies lo busque, si tiene piernas lo alcance, si tiene manos lo tiente, si tiene boca le hable, si tiene nariz lo huela, si tiene ojos lo vea, si tiene oídos lo oiga, si tiene mala intención que lo devore por don Juan del Humo para que con el Humo del Tabaco la haga vencer y rendirla a sus pies por la Reina Carmelita y Santa Marta del Monte.
Dios te salve María, llena eres de gracia el amor es contigo y bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto que no pare tu vientre, sea cántico o luz, Santa María, hija de Dios, ruega por los otros, por los pecadores, ahora y en la hora de nuestra eternidad, Amén.
Y ahora… ¡el breve signo de una estrella! ¡Vete Jorge Monay tras su figura, vete, vete tras ella y que ella te devuelva su ternura!

(Sale Jorge Monay. Entra María Lionza)

EZEQUÍAS.-
¿Busca la reina un ramo de malojo?

MARÍA.-
(Viéndole sorprendida) Busca una negra víbora, fisgón…

EZEQUÍAS.-
La reina sufre un singular antojo.

MARÍA.-
La reina ha muerto y busca su terrón.

EZEQUÍAS.-
Pues me echaron mal de ojo, ¿quién sino reina turba mi visión?

MARÍA.-
La reina ha renegado del cerrojo, la reina se ha rasgado el camisón. Busca un rabo de gato en el rastrojo, busca un lagarto, busca un sabañón, busca una araña, un piojo… ¿y qué hay?

EZEQUÍAS.-
¡Pues busca su condenación!...

MARÍA.-
(Retándolo) Busca el palo de un cojo que le sirva de cruz; busca un bribón que como tú reclame su despojo ¡y un mono que le sirva de crespón!

EZEQUÍAS.-
Pero la reina puede con su arrojo pasar a manos de la perdición.

MARÍA.-
Paso del verde al rojo cual hoja de almendrón; pongo mi carne al tiempo y al remojo y la huelen el fraile y el capón. ¿Y qué me importa, qué? ¡Si huelo a vida! ¡Si nadie puede contener mi piel, si estoy alegre mientras más perdida, si huelo a sangre, a toro y a clavel! De todas estas muertes fantasmales, de toda esta agonía de laurel, salen de mis dos pechos, catedrales, campanadas elásticas de miel.

EZEQUÍAS.-
Tú tienes que cumplir lo que está escrito.

MARÍA.-
Me río de las frases, del papel, de los prudentes con su requisito y a la culebra pongo el cascabel. Canto mi amor con el reptil y el grito y que otra reina ocupe mi vergel.

EZEQUÍAS.-
Es que no hay muchas como tú, María…

MARÍA.-
¡Razón para tenerme encarcelada!

EZEQUÍAS.-
Razón de reina…

MARÍA.-
Cábala, Ezequías. Yo soy una mujer enamorada.

EZEQUÍAS.-
Líbrate de ello…

MARÍA.-
No me librarían ni tú ni el cielo, ni el amor ni nada.

EZEQUÍAS.-
Tú tienes fuerza, tú eres como un trueno…

MARÍA.-
Prueba es que quiero dar la dentellada, prueba es que quiero ser el desenfreno…

EZEQUÍAS.-
¡Es que te hallas cogida en la emboscada!

MARÍA.-
¡Y que me cojan! Dulce es el veneno, dulce es la fruta cruel y emponzoñada… Ezequías, lo ves, pierdes terreno…

EZEQUÍAS.-
Me asusta el tremedal de tu mirada.

MARÍA.-
Dijiste bien al verme diferente. Si me propongo actuar, ¡todo lo abarco! Siempre miré al miedoso frente a frente… Mi madre andaba con sus pasos parcos, mi padre huyó de su tranquila fuente y ella lo perseguía entre los charcos. Después… ¡a romería de parientes! Todos con sus miserias entre marcos, y ante aquella caterva de incipientes asomó un hombre como un mar con barcos. Yo dije: un mundo nuevo, un mundo con maderas, con vituallas, ¡a este hombre me lo llevo! Y ese hombre fue cogido con mis mallas.

EZEQUÍAS.-
Porque era un pez desprevenido y lacio, ¡y fue una pesca ilícita!

MARÍA.-
¡La mía! Colgué un chinchorro claro del espacio y llamé al hombre y conocí su hombría.

EZEQUÍAS.-
Después el hombre resultó un batracio…

MARÍA.-
Pues cuando el hombre me dejó aquel día, yo dije: ¡soy la reina!

EZEQUÍAS.-
Ve despacio no vayas a manchar la profecía.

MARÍA.-
Y si no tuve hogar, tuve palacio, prodigios, alcahuetes, servidores, un reino y una tórrida sequía. Pero hoy a mí me dieron los favores; ese hombre ha vuelto por mi lozanía, me voy abierta en invencibles flores ¡pésele a quien le pese mi alegría!

(Entra la Niña de la Palma)


NIÑA DE LA PALMA.-
Compórtate, mujer, reina insegura, echas por tierra el santo relicario.

MARÍA.-
La niña de la Palma me asegura que hay un varón en el escapulario.

NIÑA DE LA PALMA.-
¡No blasfemes, por Dios, por tu figura, por ti que eres la diosa y el sagrario!

MARÍA.-
La diosa abandonó su sepultura y busca un cuerpo vivo en el osario.

NIÑA DE LA PALMA.-
¡Ay, no pierdas tu regia compostura, no dejes nuestro reino solitario!

MARÍA.-
Pero, ¿qué es lo que quiere esta criatura? ¿qué rece treinta veces el rosario? Dímelo, pues, pero con cuenta dura, que mi pulgar es bravo e incendiario!

NIÑA DE LA PALMA.-
(Queriendo tocarla con la palma) Paz, pido paz para tu marejada, paz sobre tu cabeza turbulenta, paz para la pasión que te degrada.

MARÍA.-
¿Y qué hago yo con paz si estoy sedienta?

NIÑA DE LA PALMA.-
Río para tu trémula quijada, brisa para el agravio que te alienta, palma para tu médula apestada…

MARÍA.-
¿Y qué hago si la peste me calienta?

NIÑA DE LA PALMA.-
Reflexiona, mujer, y hallarás calma.

MARÍA.-
¡Pero si no la quiero, si ansío que me amarren a la enjalma y me lleven a lomo placentero! No te fatigues, Niña de la Palma, que no hay escampes para mi aguacero.

EZEQUÍAS.-
Déjala profanar; perderá su alma… Ven a rogar conmigo en el estero.

(Salen Ezequías y la Niña de la Palma)

MARÍA.-
(Llamando) ¡Froilán, Froilán!...

(Entra la niña Flora)

FLORA.-
María…

MARÍA.-
(Volviéndose) Llamo a Froilán… Es justo que lo advierta.

FLORA.-
Llámalo entonces si te da alegría.

MARÍA.-
¡Líbreme el diablo de la mosca muerta!

FLORA.-
Te equivocas. Ya ves… Yo lo quería, lo miré como a un ángel en mi huerta y quise darle lo que no tenía.

MARÍA.-
¡Pues yo lo tuve y con memoria cierta!

FLORA.-
Lo sé… No temas… Yo preferiría que no violaras tu sagrada puerta, pero si en ello va tu bizarría ¡me gusta verla nítida y abierta!

MARÍA.-
¡Tú me quieres robar!

FLORA.-
¿Quién robaría amor sin piel y esencia descubierta? De este amor esencial yo ye hablaría, ¡pero me siento aún tan inexperta!... Quiero a Froilán lo mismo que querría al agua, al sol, sin odio ni reyerta.

MARÍA.-
¡Pues yo lo quiero para mí!

FLORA.-
María, tú fuiste una mujer y yo estoy yerta, tú eres un vendaval  y yo estoy fría aunque amor sin pétalos me vierta. Es justo que reclames tu sangría.

MARÍA.-
¡Es natural que un hombre me pervierta!

FLORA.-
Chupa su manantial con energía, por mí no temas… Ya estoy desierta… Jorge Monay me espera todavía con un amor que al hombre desconcierta.

(Sale Flora)

MARÍA.-
(Llamando) ¡Froilán!...

(Entra Froilán)

FROILÁN.-
María, ¿vienes entonces?

MARÍA.-
Voy, pero primero que me muerdan los perros, la jauría con que cerqué mi exilio traicionero.

FROILÁN.-
Me has echado también…

MARÍA.-
Te despedía por miedo a tu calor y a tu lucero.

FROILÁN.-
Y ya no tienes miedo…

MARÍA.-
Te temía como le teme el toro al matadero.

FROILÁN.-
¿Para qué recordar tu cobardía si me das tu temor y tu ternero? Vamos, entonces… Nos espera el día.

MARÍA.-
Yo ya no sé ni lo que espero… Siento una luz tan grande y tan impía…

FROILÁN.-
Impía no ha de ser…

MARÍA.-
Porque te quiero, te quiero tanto que preferiría quedarme un rato más en el lindero, que la sierpe que puse de vigía y el bronco tenebroso cancerbero que eché al zarzal para cerrar mi vía ¡me arrancaran los párpados y el cuero!

FROILÁN.-
Cállate, María, no digas cosas negras…

MARÍA.-
Que el acero con que cerré mi habitación vacía me cerrara tu amor…

FROILÁN.-
Tómalo entero.

MARÍA.-
No te pido perdón sino agonía.

FROILÁN.-
¡Basta de sombras y de mal agüero!

MARÍA.-
Pues llévame, Froilán, y si te hastía mi carne tras el rapto pasajero, come los restos de mi piel sombría y búscame después un agujero.

(Entra la reina Guillermina)

GUILLERMINA.-
¡Párate, reina Mara!

FROILÁN.- ¡Ya no es la reina!

GUILLERMINA.-
Bien, pues, ¡lo que sea! No se puede marchar quien se enmascara, ¡que tenga una razón y quien la crea!

MARÍA.-
La cuenta quedó clara. Me marcho con Froilán y sin pelea.

FROILÁN.-
Aquí ya nadie mete su cuchara.

GUILLERMINA.-
No meto el cucharón sino la idea. La reina tiene que mostrar la cara y declarar por qué se ha vuelto atea.

FROILÁN.-
María no declara por darte el gusto a ti y a tu asamblea.

GUILLERMINA.-
Pues me quedan poderes absolutos para impedir su fuga dela aldea. Tengo terribles y altos atributos…

FROILÁN.-
¡Los de ser vieja, petulante y fea!

GUILLERMINA.-
Mira que puedo condenar tu boca, que tengo mis embrujos… ¡te lo advierto!

FROILÁN.-
Mira que tu insolencia me provoca…

MARÍA.-
Apártate, Froilán, dice lo cierto. Puede dejarte maniatado y mudo, puede colgarte como a un gato muerto… Mejor, Froilán, será romper el nudo y confesar que te amo y me libero.

FROILÁN.-
Tú lo que quieres es dejarme viudo y meterme otra vez en el entuerto.

MARÍA.-
Quiero contarles de tu pecho rudo, de tu hondo cuello, de tu rostro abierto: decirles quién, por su hermosura, pudo volver mi cuerpo a su temblor despierto.  Y dime, Guillermina,  si todo eso lo digo y lo declaro, si explico quién es el sol y me ilumina, si defino mi amor y mi descaro, ¿pedo marcharme luego sin inquina, no me herirán los perros y el disparo?

GUILLERMINA.-
¡Cuenta con ello!

FROILÁN.-
¡Pues ni va ni opina!

GUILLERMINA.-
Hay que escoger: la luz o el desamparo.

FROILÁN.-
A mí esa solución no me interesa.

MARÍA.-
Pues te ha de interesar, ¡juegas lo tuyo!

FROILÁN.-
Lo mío me lo llevo ¡y con firmeza!

MARÍA.-

Pero nos puede condenar tu orgullo.

GUILLERMINA.-
¿No entiendes que te juegas la cabeza? ¿No escuchas los jaguares, su murmullo oliendo carne viva en la maleza? ¿No sabes que si quiero te destruyo?

MARÍA.-
Piensa que matas lo que ahora empieza, piensa en mi amor y en su brutal capullo, piensa en mi carne macilenta y tiesa porque si ahora huyo me echarán a morir en la represa.

FROILÁN.-
No te quiero dejar; ya no me fío…

MARÍA.-
¿No te fías en mi sed, en mi cintura?

FROILÁN.-
Pienso en tus muslos llenos de rocío…

MARÍA.-
Tuyos serán si actúas con cordura. Anda y prepara el barco sobre el río… Espérame, Froilán, no hay impostura… te prometo dormir en tu navío.

FROILÁN.-
Pues marcha a rendir cuentas y apresura porque si no regreso por lo mío.

(Sale Froilán)

MARÍA.-
Concluya, pues, el bochornoso engaño.

GUILLERMINA.-
¿Estás, entonces, ciega y decidida?

MARÍA.-
¿Y no lo sabes?

GUILLERMINA.-
Me resulta extraño verte cambiar la luz por la caída.

MARÍA.-
¿Quieres mi explicación o tu regaño?

GUILLERMINA.-
Quiero que me oigas, mal agradecida…

MARÍA.-
Tanto he oído tu voz, tanto sé tu labia precavida que no te escucho sin hacerme daño, que tienes la oreja carcomida. Sé lo que me dirás: que hay un rebaño que pusiste a mis pies y me invalida, que tengo ahí en tus muros un escaño, una mesa sin pan que me convida, un pan sin hombre, mísero y tacaño, y una gran sed de recobrar la vida.

GUILLERMINA.-
Quiero que recuperes tu tamaño.

MARÍA.-
¡Ya lo recuperé… y estoy crecida! Porque el otro, el glacial, el ermitaño ¡te lo puedes comer en tu guarida! ¿Terminamos por fin? ¿Eso era todo?
 
GUILLERMINA.-
¡Hay mucho más!...

MARÍA.-
Pues vamos con el cuento…

GUILLERMINA.-
Estás llena de tósigo, de lodo…

MARÍA.-
¿Y qué esperabas?

GUILLERMINA.-
Tu remordimiento.

MARÍA.-
Pues no lo esperes ya de ningún modo.

GUILLERMINA.-
Te has amarrado al árbol turbulento, has aprendido a levantar el codo y te has bebido el vino y el fermento.

MARÍA.-
¡Me bebo lo que quiero… y el gollete!

GUILLERMINA.-
Cuando te fui a buscar a la espesura, cuando te fui a auxiliar en tu boquete, pensé encontrar una muchacha pura con qué servir al pueblo en su banquete.

MARÍA.-
Pensaste hallar una cabalgadura; ¡pero jamás pensaste en el jinete! Y me diste la saya y la censura, catorce cristos en el gabinete. ¡Todo te lo devuelvo y sin rotura! ¡Todo me sobra!

GUILLERMINA.-
¡Vete!

(Sale Guillermina. Entran cuatro servidores)

MARÍA.-
¡Antonio, Nicanor, Pedro, Facundo!...

ANTONIO.-
(Volviéndose) ¡Mira… la reina Mara!

NICANOR.-
(Viendo a María) Reina que fortalece al moribundo.

PEDRO.-
Reina que toca con su verde vara y deja el vientre grávido y fecundo.

MARÍA.-
La reina os mira con su propia cara y os reconoce desde el otro mundo. Tú eres Antonio, el conuquero…

ANTONIO.-
A tu mandar estoy…

MARÍA.-
Yo no te mando, miro tus ojos de zagal y obrero, miro tu fruto generoso y blando sé que todo tu calor cerrero es como un árbol que me está mirando. Y tú eres Nicanor, el de los muros, el albañil de cal y de ladrillo, tienes los ojos cóncavos y puros y hueles a madera y a membrillo.

NICANOR.-
¿De qué sirven mis manos a una reina tan fiel y tan construida?

MARÍA.-
¡Pues sirven, Nicanor, son dedos sanos! ¡Tienes un puño que me da la vida!... Y tú eres Pedro, el carpintero, tú eres el que tallaste mis altares…

PEDRO.-
Puse todo mi amor en el madero…

MARÍA.-
Y olió después a sangre y azahares. Tú eres Facundo, el zapatero…

FACUNDO.-
Dispón de mí…

MARÍA.-
Yo no dispongo nada, me calzo tu zapato aventurero y huella de oro deja mi pisada. Ven, Nicanor, y bésame el anillo; ven, Pedro, ven y besa; Facundo, ven y mírate en su brillo; Antonio, ven y cumple tu promesa.

ANTONIO.-
Y sin embargo, reina, yo quería…

NICANOR.-
¡Cállate, pedigüeño!

MARÍA.-
Habla.

ANTONIO.-
Reina, María, hoy no pudimos conciliar el sueño.

NICANOR.-
Ni el más humilde servidor dormía.

PEDRO.-
¡El mundo es tan amargo y tan pequeño!

FACUNDO.-
Y vinimos en son de pleitesía para que nos dirijas en tu empeño.

NICANOR.-
Todas las gentes necesitan guía…

MARÍA.-
¿No es ésa la función que desempeño?

ANTONIO.-
Pero la paz nos falta todavía; la leche sabe a llanto en el ordeño…

MARÍA.-
Di todo aquello que se me pedía; el zapatero se sintió risueño cuando puse en su hogar lo que pedía; al carpintero le devuelto el leño, al albañil su blanca mercancía y al conuquero su cereal trigueño. Mas si algo queda aún que se extravía díganme en dónde puedo hallar al dueño.

NICANOR.-
Lo que se pierde ya no son objetos. Son hombres vivos los que están perdidos.

PEDRO.-
Han perdido la fe y están inquietos.

FACUNDO.-
Perdieron el amor y están vencidos.

ANTONIO.-
Extraviaron tu luz, tus amuletos. Aún quedan diez o veinte convencidos que alzan sus macerados esqueletos entre las sombras y los alaridos.

NICANOR.-
Queremos hombres claros y completos.

PEDRO.-
Queremos hombres duros y atrevidos.

FACUNDO.-
Y si tú no les donas tus secretos ¡todos se perderán por descreídos!

MARÍA.-
Yo sólo soy la diosa, me piden más de lo que yo les pido…

ANTONIO.-
Tú eres la tierra cálida y copiosa…

NICANOR.-
Tú eres el muro virginal y erguido…

PEDRO.-
Tú eres el árbol donde el viento posa…

FACUNDO.-
Tú eres la garra que mató al bandido…

ANTONIO.-
Reina con frutos, reina con mercados, reina que devolviste a mi cabaña el machete, la hoz y los arados, reina que es verde como la montaña.

MARÍA.-
Antonio, vete libre de cuidados que a mí nadie me mueve la pestaña.

NICANOR.-
Reina perfecta, pura, reina por la que sueño y me arrodillo, reina que devolviste a mi cintura, el pan, la sangre y el martillo.

MARÍA.-
Márchate, Nicanor, y ten mesura que yo sé defenderme del novillo.

PEDRO.-
Reina sin polvo, reina de la sierra, reina que devolviste a mi destino la madera, el amor, la luz, la sierra, reina del labrador y el campesino.

MARÍA.-
Márchate, Pedro, sin clarín de guerra, que sé hasta donde llega mi camino.

FACUNDO.-
Reina descalza, con los pies dorados, reina que devolviste a mi vivienda la suela, el sol, la lezna y los sembrados, reina que facilita la encomienda.

MARÍA.-
Facundo, marcha con los pies confiados que sé cuidar los muros de mi hacienda.

(Salen los servidores)

(Entra Froilán)

FROILÁN.-
¿Cuánto debe durar el besamanos? ¿Es un idilio o una despedida?

MARÍA.-
(Volviéndose) ¿Por qué gritas, Froilán, a tus hermanos?

FROILÁN.-
¿Me quieres provocar o estás dormida?

MARÍA.-
Estás lleno de estímulos paganos… Todo se te trastrueca y se te olvida…

FROILÁN.-
Pero, ¿qué tramas descaradamente?

MARÍA.-
La reina nada trama; déjala que platique con su gente, porque si a ti te ama a ellos también y fervorosamente.

FROILÁN.-
Para tanta pasión no queda cama.

MARÍA.-
¡No estás en tus cabales!

FROILÁN.-
¡Insolente!

MARÍA.-
¿Te duele que ame así a mis servidores? Es algo natural…

FROILÁN.-
Y sorprendente, ¡tienes cabida para cien amores!

MARÍA.-
Eso es verdad…

FROILÁN.-
Y si me encuentro ausente por no perder el tiempo con pudores, te buscas un futuro pretendiente

MARÍA.-
Froilán, no te comprendo…

FROILÁN.-
Pues tú estás comprendida… Cuatro hombres te besaban el atuendo…

MARÍA.-
Me encontraron cuando estaba perdida.

FROILÁN.-
Pues hace mucho que te estás perdiendo; desde que eres mujer, y resabida, te gusta el toro cálido y berrendo con tal de que tú ordenes la embestida. Yo no te gusto porque yo te ofendo, te trato como a igual, ¡cuenta perdida! Yo te quiero, te abrazo, te pretendo, te cojo por la crencha sacudida, te beso con los puños, te defiendo… Y tú, mucho antes, te hallas defendida.

MARÍA.-
Froilán, te quiero, pero no te entiendo.

FROILÁN.-
Tú quieres reverencia relamida, quieres un traje negro y reverendo y a cualquier hombre si te da subida.

MARÍA.-
Froilán, los quiero a todos…

FROILÁN.-
¡Y a cualquiera! En cada admirador ves un amante, en cada brazo ves una gorguera y en cada semental un oficiante. ¡Eres una ramera!

MARÍA.-
No me hieras, Froilán… Tengo bastante.

FROILÁN.-
¿Bastante sacristán, bastante credo?

MARÍA.-
Bastante pena sobre mi alegría…

FROILÁN.-
Y sin embargo, renunciar no puedo, y, sin embargo, mírame, María… Te estoy mirando con furor, con miedo, no entiendo nada de tu teología, sé que eres una sombra y un enredo, una intrigante y una loba fría, pero ni soy desleal ni retrocedo, pero te digo aún con valentía que si anhelas un hombre, ¡te lo cedo!¡Que soy ese hombre y que te quiero mía!

MARÍA.-
Gracias, pero me quedo…

FROILÁN.-
Fuiste a mi lado con tu piel baldía, y junto a mí, muriéndote de celo, olvidabas tu altar y tu teoría, sin sombra de temor y de recelo…

MARÍA.-
Mas yo no necesito compañía.

FROILÁN.-
Se te soltaba el látigo del pelo, brotaban los reptiles de tu encía…

MARÍA.-
Froilán, no me desates en mi anhelo, todo es verdad y es cierto todavía. Te miro y pronto se ensombrece el cielo y un lucero infernal me descarría. Pero no colabores con mi duelo, déjame ser lo que dispuse un día, aunque muera sin hombre y sin consuelo, aunque tenga que aullar de soltería.

FROILÁN.-
Pues no esperes de mí que me convierta; me hiede tu espantosa fantasía, me asquea verte aullando tras la puerta y oliendo a cerrazón y a sacristía. ¡Que te prefiero muerta, muerta sobre la tierra sembradía!

MARÍA.-
¿Es muerte, entonces, lo que me sugieres? Quizá tengas razón… ¿Cómo podría una mujer hermana de mujeres cumplir lo que hace poco prometía? Tal vez muriendo pueda ser la diosa. Quizá muriendo me hallaré madura. ¡Es una solución! ¡Qué extraña cosa que seas tú, Froilán, quien la procura!

FROILÁN.-
No sé de qué hablas…

MARÍA.-
Todo es tan sencillo. ¿Crees que no siento ya tu calentura? Te toco y quemas como el tabardillo. ¡Te lo puedo probar!... Quedaré dura, dura sobre la rosa y el tomillo y habrá una reina totalmente pura a quien nadie herirá con su colmillo. Pues sólo hay que buscar en la espesura donde Flora coloca su cuchillo. Sí, déjame, Froilán… Deja…

(María coge el cuchillo de Flora, escama de muerte entre la fronda)

FROILÁN.-
¡María!...

MARÍA.-
Pero, ¿qué pasa? Dímelo… ¡No hiere!...

FROILÁN.-
Lo dije por decir…

MARÍA.-
La punta es fría y está afilada, pero no se adhiere. Mira. ¡Lo clavo aquí… y aquí!...

FROILÁN.-
¡María!...

MARÍA.-
Clávamelo, Froilán, hasta los huesos…

FROILÁN.-
¡Cállate!

MARÍA.-
Por favor…

FROILÁN.-
Cállate, olvida…

MARÍA.-
No me puedo matar, ¡no me atravieso! ¡No hay nada ya que me produzca herida! Froilán, ¿qué es esto? Pierdo piel y peso… Mucho antes de mi arrojo y mi huida, mucho antes de mi fuga tras tu beso, ¡yo era una muerta ya reconocida! Era la diosa negra y sin regreso…

FROILÁN.-
Yo te daré la vida.

MARÍA.-
Mi cuerpo es para el trono y el rezo, para amar a los hombres sin medida, pues amo a Nicanor, y te lo expreso, que ello no me hace mal ni me intimida. Y a Antonio y a Facundo; lo confieso, y a Pedro y al que venga y me lo pida. Froilán, si un pueblo se percibe preso, si un pueblo hecho de sed se consolida y pide a un dios un sueño de progreso ¿no es justo que le dé la bienvenida?

FROILÁN.-
Siempre a los otros les darás exceso y a mí una parte bien comprometida.

MARÍA.-
¿Sabes, Froilán, qué hace tu piel y en dónde? Con toda esa pasión se dilapida. ¿Sabes quién eres? Mírame… ¡Responde! Un hombre solo, pálido y suicida.

FROILÁN.-
Yo sólo sé que existo para medir la luz de tu cintura, y sé que mediré si te conquisto.

MARÍA.-
Miraste nada más que mi envoltura. Hay mucho que mirar… ¡y yo lo he visto! Los cepos negros y la ligadura, el hombre allí colgado como un Cristo y sin promesa de una paz futura.

FROILÁN.-
Pues déjame la paz…

MARÍA.-
No te la niego, tú eres también la sed y la criatura, mas si contigo fui a jugar con fuego hoy todo el mundo es una quemadura.

(Entra don Juan de los Retiros, con su propósito cachondo, machorro, lacerante)

MARÍA.-
¡Don Juan de los Retiros, monaguillo que echaste incienso sobre mi pecado! No te me pongas débil y amarillo que no quiero cobardes a mi lado. Y reza oyendo el goterón y el grillo para que el hombre limpie su pasado.

MARÍA.-

(Entra don Juan de la Luz, ladinamente, centellando)

MARÍA.-
Juan de la Luz que te volviste inquina, es que aquí tengo tu misión marcada. Lanza tu rayo sobre la neblina y llena el hambre con tu dentellada.

(Entra don Juan del Viento con una animosidad de petulante)

MARÍA.-
Don Juan del Viento, límpiate los ojos y con tus manos ya regeneradas azota los encierros, los cerrojos, los cerrojos y arranca el grito de las hondonadas.

(Entra don Juan del Odio, brusco y serpentino, con torvo ceño lúbrico)

MARÍA.-
Don Juan del Odio, guarda tus graznidos y cumple tu propósito iracundo. Odia a los parias y odia a los vendidos. También el odio puede ser fecundo.

(Entra don Juan de los Cabrones, gran torete siniestro)

MARÍA.-
Don Juan de los Cabrones, ejecuta todo lo que defines con tu nombre. Ponle al miedoso una visión enjuta ¡y un cuerno al hombre que traiciona al hombre! Froilán, el hombre existe. El hombre sale cuando el verbo crece. ¡Acepta mis oráculos, resiste, y que te sirva lo que te entristece! Si la patria está triste, triste ha de estar el hijo que la bese y alegre sólo cuando la conquiste porque antes ni le es fiel ni la merece. Yo estoy como esa patria, y en tu espera, aunque ya libre del furor pagano. ¡Quédate aquí, trabaja, considera a qué sabe el sudor cuando en el grano es que la siembra se alza y reverbera movida por tu sueño y por tu mano! No me mueven ni Dios ni la quimera… Me mueve ya un impulso sobrehumano, y sé que un día, cuando el hombre adquiera su cuerpo de creador y de artesano levantará con su alma y su trinchera la paz como un insólito verano.

(Entran Jorge Monay y la niña Flora)

FLORA.-
Froilán, comprende lo que se te aclara. La tierra pide un redentor y un rito.

(Entra Ezequías)

EZEQUÍAS.-
Pide a la reina Mara que haga la reina cruz sobre el delito.

(Entra la Niña de la Palma)

NIÑA DE LA PALMA.-
Pide que ponga palmas sobre el ara y en su fustán un alacrán bendito.

(Entra la reina Guillermina)

GUILLERMINA.-
Y le agradece su visión preclara porque así cumple lo que estaba escrito.