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Especialista en Teatro Venezolano

miércoles, 22 de febrero de 2012

Ramón Díaz Sánchez



VICTORIA
CONTRA
LAS NUBES

Una de las Tres farsas inéditas.


En su moderno estudio, Leonardo medita. Entra el sol por el ventanal y las cosas se iluminan con una sonrisa. Los muebles son pocos, pero graciosos, con atrevidas tendencias a lo sintético. Cuadros abstraccionistas en las paredes, una que otra escultura, alguna cerámica, una o dos lámparas muy vistosas. En un rincón, en el suelo, unos lienzos acumulados esperan la atención del artista, mientras que en el centro del estudio un caballete muy fino, hecho de metal niquelado, sustenta el cuadro en el que Leonardo trabaja.
Dulcemente se marchita la tarde. Al lado del caballete, en una mesita, están los colores y los pinceles, un paquete de cigarrillos y un encendedor de metal. Leonardo toma un pincel y da dos o tres pinceladas breves y perezosas. Vuelve a mirar. Luego se encoge de hombros y enciende un pitillo. Hecho esto, va a la ventana y se queda mirando la calle.
En este momento, sin ruidos, se abre la puerta y Victoria entra en el estudio, fluida como un arabesco. Viste pantalones ceñidos y sueter de seda amarilla. Sin que Leonardo la advierta, llega hasta el cuadro y se pone a mirarlo en silencio. De pronto, su comentario retorna al pintor a la realidad.
VICTORIA.- No has adelantado gran cosa…

LEONARDO.- (Despertando de su sueño). ¡Ah! ¿Estás ahí? (Se aproxima). No he adelantado, pero he pensado.

VICTORIA.-     Como de costumbre… (Pausa. Luego, como jugando a los abalorios). Pon atención y dime si estoy en lo cierto… ¿Esta pincelada es de hoy?

LEONARDO.-  No es difícil adivinarlo; se ve que está fresca…

VICTORIA.- Esta otra es de ayer…

LEONARDO.-  Esto ya no es tan fácil… (Agradecido por su interés, toma a Victoria de la mano y la atrae hacia su pecho) Dime: ¿por qué reconoces mis pinceladas? ¿Es porque están más o menos frescas?

VICTORIA.-     (Desasiéndose de sus brazos). No; simplemente distingo las nuevas.

LEONARDO.-  ¿Qué quieres decir con eso?

VICTORIA.- (Sin responderle directamente, toma un pincel y con la punta del cabo señala un lugar del lienzo). Me gusta esta solución. (Suena el teléfono. Leonardo se mueve para atenderlo, pero ella se le adelanta en una amplia rúbrica de <ballet>).
(Victoria al teléfono, mientras Leonardo la observa con el ceño fruncido).
¿Hello?... (En monosílabo). Sí… No… Sí, sí… Bueno, veré…
LEONARDO.- ¿Quién era?

VICTORIA.- Carmina…

LEONARDO.- ¿Seguro?

VICTORIA.- No sé por qué lo dudas. ¿Quién supones que sea?

LEONARDO.- No sé… ¿Qué quiere Carmina?

VICTORIA.- Invita para esta noche. ¿Te agradaría salir esta noche?

LEONARDO.- No lo sé todavía.
(Victoria lo mira de reojo y se pone a dar vueltas cual si sembrara margaritas con sus pies de pájaro bailarín. Leonardo está pensativo frente a su cuadro mientras el cristal de la abierta ventana comienza a resbalar el crepúsculo. Victoria se detiene ante el lienzo y tiende un dedo hacia él).

VICTORIA.- ¿Cómo se te ocurrió esta solución?

LEONARDO.- Había un lindo sol; me asomé a la ventana y me puse a mirar el cielo. Una nube gris se detuvo sobre la calle y a su alrededor apareció un fino ribete de oro.

VICTORIA.- (Frunciendo el ceño) ¿Fue entonces el cielo, la nube?

LEONARDO.- Déjame que te explique…

VICTORIA.- (En crescendo de irritación) Unas veces el cielo, otras un niño o un perro que pasan por debajo de la ventana…

LEONARDO.- ¿Me quieres oír?

VICTORIA.- ¿Para qué? Has tratado de explicármelo muchas veces… El hecho es que siempre las ideas te vienen de fuera.

LEONARDO.- (Resignado) Desgraciadamente tienes razón. ¿Por qué me atormentas? Bien sabes que esto me avergüenza y me irrita. (Con desesperación) En eso pensaba cuando llegaste… (Vuélvese a ella con cierta vehemencia cual si buscase su apoyo, mas se contiene y torna a mirar la tela) ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo escapar a esa maldita atracción? Te confieso que hay veces que me siento desalentado.

VICTORIA.- (Implacable). Porque no te concentras. Mira: haz como yo. ¡Abstráete! Domina las cosas que te rodean… (Golpeando el piso recorre la estancia y va enfrentándose a cada mueble en una especie de reto). Tú no existes para mí, estúpida mesa de vidrio…; ni tú, desdichada silla de acero…; ni tú, imbécil jarrón, con estas flores tuberculosas. Ninguno de ustedes, muebles idiotas, representan nada en mi mente… Todos están aquí para los demás. (A Leonardo, de nuevo). ¿Por qué no haces así, como yo?

LEONARDO.- (Con melancólica tolerancia). Veo que estás de mal humor; pero hablemos en serio, Victoria. ¿Sigues creyendo que se puede extraer la belleza de la pura imaginación, de las puras ideas?

VICTORIA.- (Categórica). Lo creo más que nunca… Además ¿qué entiendes tú por belleza? ¿Por qué pronuncias esa palabra como si estuvieras saboreando una fruta? Mientras no aprendas a darle una entonación, seguirás siendo un idiota, algo así como un feto vestido de encajes para el bautizo. Mírame a mí y oye cómo yo la pronuncio; fíjate en mi boca, en mi lengua. (Articula la palabra cual si estuviese rompiendo metales). Be-lle-za… ¿Has oído bien? BE-LLE-ZA… Es una palabra sin sexo, ni masculina ni femenina, ni fea ni bonita, ni blanca ni negra, ni con ribetes… Es solamente BE-LLE-ZA.

LEONARDO.- (Aniquilado). Sí, ya te oigo. Te he oído mil veces lo mismo. Sin embargo, ¿de dónde sacaría la noción del color, del matiz?

VICTORIA.- De tu cerebro. Dentro de él está todo. ¿Por qué tienes que buscarlo en el cielo?

LEONARDO.- Victoria, por favor…

VICTORIA.- (Sarcástica). Por favor… ¿Por qué por favor? ¿Es que la luz se nos da de limosna? ¿Nos han puesto aquí para ser esclavos? No, hijo mío: somos dueños de todo. Poseemos la idea, el pensamiento. Todo lo demás es invención nuestra.

LEONARDO.- (Vencido). Bueno, no diputemos más… Hemos hablado tantas veces de esto…

VICTORIA.- Sin embargo, parece que no hemos hablado bastante.

LEONARDO.- Ya sabes que pienso lo mismo que tú.

VICTORIA.- Me lo has dicho mil veces. Pero no basta que me lo digas; lo importante es que lo hagas. El arte es hacer, no decir.

LEONARDO.- Lo he intentado y sigo intentándolo.

VICTORIA.- ¡Mentira!

LEONARDO.- ¡Victoria!

VICTORIA.- Te irrita que sea sincera, pero no puedo ser de otro modo.

LEONARDO.- Y yo… ¿No debo ser sincero también? Cuando te digo que no puedo lograr… esas cosas que tú pretendes es porque realmente no puedo, por más que lo intento.

VICTORIA.- (Con acerba ironía). ¿Esas cosas que yo pretendo? Es la primera vez que te oigo decir semejante cosa. Pero ¿has olvidado por qué me uní a ti, por qué te entregué mi vida apenas nos conocimos? ¿No recuerdas qué fue lo que nos unió?

LEONARDO.- Nunca podré olvidarlo.

VICTORIA.- Fuiste tú quien me hizo creer en eso. Tú, el apóstol, el mago de esas teorías. (Dramática como una soprano al final de un aria, señala unos cuadros, un diploma, una copa de plata que hay diseminados en el estudio). Mira tus obras, tus trofeos… Eras el genio prometedor de una estética nueva, el creador de un universo de ideas sin relaciones con el drama y la anécdota que hacen llorar a los buenos burgueses. ¿Qué hice yo al enterarme de esa conquista maravillosa? ¡Adorarte! ¡Renunciar a mí misma! Ponerme pequeña como una hormiga, invisible como un pensamiento, incolora como un soplo de brisa. ¡Ah, cómo creciste tú entonces! Dios mismo, a tu lado, se hizo insignificante. Yo creía en él antes de oírte y de ver tus pinturas. ¿Recuerdas aquel primer retrato que me hiciste en este mismo lugar, frente a esa misma ventana? Todo había desaparecido para nosotros: el caballete, la ventana, los muebles, la noción de la anatomía… Sólo quedábamos, yo como una abstracción y tú como el mago que inventaba una forma para mi esperanzada tiniebla… ¿Es que estoy diciendo mentiras? No fui quien pronunció estas palabras que ahora repito: las aprendí de memoria y nunca he podido olvidarlas… Hoy, ya lo ves, me has cambiado por una nube, por un perro que pasa; hoy te asomas a esa ventana igual que te asomabas antes de mí… (Ha una larga pausa durante la cual se adensa la miel del crepúsculo y se relajan los nervios por el cansancio. La calle bosteza por la ventana).

LEONARDO.- (Con voz deprimida). Lo intentaré todavía. Lo intentaré porque te amo.

VICTORIA.- Porque me lo debes, porque eres deudor de mi vida. (Luego, con un tono de transacción conmiserativa). Además, debes hacerlo por ti y por el mundo que te contempla. Yo soy una vela apagada… (Con renovado entusiasmo). ¡Hay tantos que creen en ti todavía! Cuando oigo hablar de tu genio y de tus hallazgos, quiera que todo fuese verdad.

LEONARDO.- (Amargado). Desgraciadamente es mentira.

VICTORIA.- Yo soy la única que lo sabe…

LEONARDO.- ¿Y los demás?

VICTORIA.- (Desdeñosa). ¿Los demás? ¡Puah! Los demás sólo creen lo que les conviene. (Ha oscurecido en la habitación. En la calle se encienden las luces, diademas de la virginidad de la noche. Leonardo se acerca a Victoria y la toma en sus manos como una rosa. Sin dejar de mirar el cuadro, ella se deja abrazar sin mostrar entusiasmo. Besa él sus cabellos y luego busca su boca, sin encontrarla. Entonces la deja libre).

LEONARDO.- Una noche más… ¿Qué haremos ahora? ¡Ah, sí! Iremos a esa tertulia, hablaremos con esos tontos envanecidos y celebraremos sus chistes llenos de mala intención.

VICTORIA.- Estás amargado. Lástima. Por ahí comienza la decadencia.

LEONARDO.- Es posible… Sin embargo, cada vez me aficiono más a la soledad: unos pinceles, un lienzo virgen y una mujer que le quiera a uno de veras: esa es la felicidad.

VICTORIA.- Tonterías. Nadie puede vivir en la soledad…

LEONARDO.- Bueno, tú siempre tienes razón. ¿Para qué seguir discutiendo? (Va al <switch> y enciende la luz del estudio). A propósito: ¿dónde  estuviste esta tarde?

VICTORIA.- (Sorprendida y confusa por la pregunta). ¿Esta tarde? ¡Ah, sí! Me encontré con Carmina que se empeñó en presentarme a unos amigos franceses. De eso quería hablarte…

LEONARDO.- Pudiste darme un telefonazo…

VICTORIA.- Es verdad… Lo olvidé…

LEONARDO.- ¿Lo olvidaste?

(En vez de responderle, disparada por un entusiasmo súbito, Victoria se pone a hacer gestos y a dar saltitos que suenan un poco a ficción).

VICTORIA.- ¡Ah! ¡Ya está! ¡Ya lo tengo!

LEONARDO.- (Sorprendido). ¿Lo tienes? ¿Qué es lo que tienes?

VICTORIA.- La solución. Mejor dicho, el procedimiento.

LEONARDO.- Pero ¿de qué estás hablando? ¿cuál es el procedimiento?

VICTORIA.- (Exaltada). Ya lo veras. Es genial. Sencillo y puro como todo lo genial. Me asombra que no se nos hubiese ocurrido antes.

LEONARDO.- Por Dios, ¡explícate de una vez!

VICTORIA.- Ahora verás. (Mira en torno suyo buscando algo). Tú no te muevas. Prepárate a trabajar. (Febril, excitada). Sí, a trabajar como Dios en el primer día de la creación. (Corre y sale por una puerta que da al interior. Desde adentro se la oye gritar:) < ¡Ya lo tengo! >.
(Reaparece triunfante con una linterna eléctrica que alza en el  aire como la llave del universo). ¡Anda! ¡Siéntate frente al caballete!
(Leonardo obedece, perplejo, mientras ella salta hacia la ventana y corre las cortinas). Toma el pincel, ponte frente al cuadro, muévete, ¡por favor!
(Él continúa obedeciendo maquinalmente). Así… ¡Esto será glorioso, inaudito! (Lo mira por un momento, fiera como una amazona, junto al <switch> de la luz eléctrica, y con un gesto rotundo deja la habitación en tinieblas. En su mano, de pronto, se abre la rosa de la linterna cuya saeta amarilla da en el blanco del lienzo). ¡Bien! ¿Qué esperas? ¿No has comprendido? 

LEONARDO.- (Estupefacto, con un gemido). ¿Qué hago ahora?

VICTORIA.- ¡Pinta! ¡Pinta! No mires siquiera donde están los colores: tómalos al azar. Así hizo Dios el mundo. ¿Listo? Ahora voy a apagar. Un…, dos…, tres… (Apaga también la linterna y en la oscuridad resuena su voz imperiosa). ¿Estás pintando?

LEONARDO.- (Oprimido por la angustia). ¿Sobre la misma tela? ¿Sobre lo que ya había pintado?

VICTORIA.- Sin duda; sobre lo que ya habías pintado. Anda, mueve el pincel a prisa. Pero nada de nubes. Trazos largos y fuertes. Círculos, ángulos, líneas. ¿Se te va el pincel de la tela? ¡Mejor! Pinta el aire también. ¡Ah! ¡Si pudieras pintar el aire! ¡Si pudieras destruir con tus manos esas nubes intrusas!

(Guardan silencio. En medio de las tinieblas, Leonardo pinta a ciegas con el corazón apretado. Al cabo de unos segundos reflorece la luz eléctrica).

LEONARDO.- (Decepcionado). Esto es absurdo.

VICTORIA.- ¿Absurdo? ¡Genial! Ahí están tu genio y el mío confundidos…

LEONARDO.- (Burlón y triste a la vez). Mis nubes y tu tiniebla.

VICTORIA.- ¿Te burlas?

LEONARDO.- No, no me burlo. Es interesante… (Advirtiendo algo extraño en el cuadro). Espera… ¿No ves algo raro en ese trazo?

VICTORIA.- No, no veo más que lo que quiero ver. Es puro, purísimo.

LEONARDO.- Si tú lo dices…

VICTORIA.- ¿Y tú?

LEONARDO.- Quizá esté equivocado, pero míralo bien. ¿No ves algo como un rostro?

VICTORIA.- (Acusadora). ¿Entonces quisiste pintar un rostro?

LEONARDO.- No, te lo juro. No pensé en nada mientras pintaba. Te obedecía simplemente. Sin embargo, vuelve a mirarlo. Ahora parece más definido; yo diría que hasta sonríe.

VICTORIA.- (Sarcástica). Lo que falta es que le pongas un nombre. Anda, dilo. ¿En quién estabas pensando mientras pintabas?

LEONARDO.- ¿Quieres que te lo diga con absoluta franqueza?

VICTORIA.- Sí, eso quiero.

LEONARDO.- En Eduardo. Estaba pensando en Eduardo.

VICTORIA.- (Repentinamente turbada, cambia de tono). Tonto… Ahí no hay nada de fuera. Es simplemente genial. ¿Vamos a celebrarlo? (Lo abraza).

LEONARDO.- (Mohíno). Vamos a celebrarlo.

VICTORIA.- Y a divulgarlo. Es necesario que todos lo sepan… Pero aguarda: voy a cambiarme. ¡Cómo va a morderse las uñas ese idiota de Eduardo! (Sale).

(Solo en la habitación, Leonardo contempla el cuadro sin entusiasmo. Observa luego que ella ha dejado un bolso sobre una silla y lo toma y lo abre. Dentro del bolso halla un billetito plegado que sus ojos devoran con avidez).

LEONARDO.- (Violentamente excitado). ¡Victoria!
(Voz de Victoria desde el interior:) ¿Qué quieres?

LEONARDO.- ¡Ven en seguida! (Ella reaparece, con un traje de noche en las manos). ¡Victoria! ¿es posible?

VICTORIA.- (Suspicaz, fingiendo inocencia). ¿Qué pasa?

LEONARDO.- (Alargándole el billetito). Es de él ¿verdad?

VICTORIA.- (Pálida, pero resuelta). ¿Has registrado mi bolso?

LEONARDO.- Sí, he registrado tu bolso. Y esto, mientras yo aquí me devanaba los sesos buscando tus soluciones.

VICTORIA.- (Con firmeza). Bueno, ya lo sabes. Ahora, ¿quieres oírme?

LEONARDO.- ¡Oírte! ¿Qué es lo que puedes decir después de esto?

VICTORIA.- La verdad. Nos hemos prometido ser sinceros, y voy a serlo como siempre lo he sido.

LEONARDO.- (Dolorido y sarcástico). Mientras yo soñaba contigo y anhelaba tu aprobación… Cuando creía verte en las nubes…

VICTORIA.- (Golpea el piso, irritada). ¡En las nubes! ¡No repitas esa palabra. Es lo único que no podría oírte en estos momentos!

LEONARDO.- ¡Y todavía te atreves a alzar la voz! ¿Es que no tienes vergüenza?

VICTORIA.- No, no tengo vergüenza; no tengo nada de eso. Sólo tengo sinceridad. Y no me hables de traiciones porque aquí no hay más traidor que tú.

LEONARDO.- ¡Cállate! No trates de justificar tu impudicia con el absurdo.

VICTORIA.- (Exasperada). ¡Y dale con la impudicia! ¿No te he dicho que no tengo nada de eso? Mi vida es lo que todos conocen. A él no le he dado sino mi cuerpo. ¿Qué le queda de eso sino un vago recuerdo? A ti te he dado mi espíritu, mi fe, mi confianza en la vida. Dime tú mismo: ¿qué has hecho de todo eso? (Leonardo, abatido, la oye en silencio. Ella se acerca a él y le arranca el billete). ¡Nubes! ¿Dónde está la verdad en tus nubes? ¿En mi espíritu o en mi cuerpo? (Altiva y desdeñosa, rompe el papel en trocitos y se los echa encima). ¡Nubes! ¡Nubes por dondequiera! ¡Mira lo que yo hago con tus nubes! (Se acerca al cuadro, toma un pincel y da unas pinceladas rabiosas al lienzo. Luego torna hacia Leonardo que continúa cabizbajo). ¡Mira lo que hago yo con tus nubes! (Le pinta en cruz el rostro y tira el pincel). ¡Nubes!

martes, 21 de febrero de 2012

Lupe Gehrenbeck



                                  El Ángel de la Guarda
           
                                     Bolívar Coronado            
 
                                De Miracielos a Hospital

                                              Salsa

                                 
                                 www.lupegehrenbeck.com/

Rubén León



                 Por ti sería capaz de matar

Domingo Palma


                                       La línea
                                      
                                    Antropofagia                      

                                Acompáñame a morir


           http://www.domingopalma.com/sec/index.php

           


Javier Moreno


                                                                   



                                      Nueve Huecos


                   
              http://javiermorenoteatroydramaturgia.blogspot.com/



Pablo García Gámez


Textos Durmientes

               
                     En el metro (De Las cosas del amor)

                                      La palabra

                                        

                                   

César Sierra









                              La lechuga





http://teatrodelaluna.org/amigos/autores/cesar_sierra.htm


Carlota Martínez


Investigadora, docente, actriz  y dramaturga.


              Que Dios la tenga en la gloria
           
              Última recta final

Mayling Peña Mejías


http://dramaturgosvenezolanos.blogspot.com/2009/04/dramaturgas-venezolanas-mayling-pena.html

Cucumbaguay


Marzo 2004



Copyright 2004 - SACVEN - Todos los Derechos Reservados.



Esta obra fue estrenada en agosto de 2004, por Garuart Producciones, en el Teatro Rosalía de Castro de la Hermandad Gallega de Venezuela, con el siguiente elenco:


Dramatis Personae:
El joven indígena Cucumbaguay (Anthony Gómez)
La mariposa Laila (Regina González)
La mantis religiosa Orión (José Manuel Castro)
La pantera Ra (Alejandro Palacios)
La joven indígena Yiribay (Jennifer Flores)



Dramatis Personae:
El joven indígena Cucumbaguay
La mariposa Laila
La mantis religiosa Orión
La pantera Ra
La joven indígena Yiribay

La deslumbrante selva amazónica Venezolana. Llena de grandes árboles esplendorosos. Aparecen todos los personajes en escena. Primero Ra merodeando los árboles en la penumbra de la noche, realiza varias acciones y se esconde sigilosamente. Entra el sol alumbrando el camino del joven indígena Cucumbaguay que intenta cazar recorriendo todo el espacio con agilidad, detrás Laila que aún es un gusano, lo acompaña. Orión en lo alto de la colina tan solo piensa. Yiribay torpemente se peina la larga cabellera negra, con sus manos y recorre el proscenio distraída. Ra acechante los observa a todos y se esconde entre los árboles –Todos en escena y todos solos, excepto Laila y Cucumbaguay que interactúan - .Laila inicia su recorrido a lo alto de un árbol, al llegar arriba entra en su capullo y se convierte en mariposa, sólo Cucumbaguay la mira extasiado, ella sale volando por todo el espacio y Cucumbaguay en sueños observa su recorrido, debajo de un árbol se acuesta y duerme una siesta. Llega  volando la hermosa mariposa, Laila, y se posa a su lado. Podremos ver el recorrido de la mariposa siempre presurosa. Todos salen de escena cuando Laila llega al suelo nuevamente. Orión desaparece, Ra huye y Yiribay sale sin saber por qué.

En el momento que entran todos los personajes los árboles irán tomando un tono otoñal distinto al verde del inicio de la obra, solo Laila se percata de la situación. Todos salen quedando Cucumbaguay dormido.  Laila baja de lo alto de un árbol.

LAILA: (tratando de despertarlo) Cu.

LAILA: Cucum.

LAILA: Cucumba.

(Cucumbaguay no despierta)

LAILA: Cucumbagu.

LAILA: (desesperada) ¡Cucumbaguay! Despierta.

CUCUMBAGUAY: (se despierta de golpe) ¿Laila? (se vuelve a acostar ignorándola)

LAILA: Si, yo, ¡levántate!

CUCUMBAGUAY: ¿Qué quieres?

LAILA: (agitada) Algo está pasando en nuestra tierra. Salgo por aquí, entro por allá, doy la vuelta acá, miro hacia atrás y veo...

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

LAILA: veo...

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

LAILA: Huelo...

CUCUMBAGUAY: ¡Habla!

LAILA: Algo está pasando.

CUCUMBAGUAY: Ya lo dijiste.

LAILA: Son los árboles.

CUCUMBAGUAY: ¿Y?

LAILA: ¡Los árboles se están muriendo!

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

LAILA: ¡Se están muriendo los árboles!

CUCUMBAGUAY: ¿Muriendo?

LAILA: Sí, las hojas se ponen pálidas, el tronco se seca, las flores se caen, ellos están muy tristes. Debemos buscar ayuda.

CUCUMBAGUAY: Sí, sí.

LAILA: ¿No te has dado cuenta? Siempre tengo que ser yo la que descubre todo.

CUCUMBAGUAY: Desde lo alto todo se ve mejor, y tú te la pasas de rama en rama.

LAILA: ¡Ay! Cucumbaguay tenemos que buscar una solución.

CUCUMBAGUAY: Y, pronto.

LAILA: Pues sígueme, ya sé quien puede contestar mis preguntas.

CUCUMBAGUAY: ¿Quién?

LAILA: Sígueme.

CUCUMBAGUAY: ¿A dónde?

LAILA: El maestro. ¡Ay! Sígueme y no hagas tantas preguntas que yo no las puedo contestar todas. Ven.

CUCUMBAGUAY: Vamos.

LAILA: Deprisa hombre que no tenemos todo el día.

CUCUMBAGUAY: Ya voy, te sigo. (Laila sale delante y Cucumbaguay observa a los árboles distraído, se retrasa) ¡Mujeres! Siempre quieren llevar la delantera (pausa, observa a los árboles) ¡Qué extraño hay arañazos en todos los troncos! Parece que alguien ha metido su mano, bueno su garra, en este asunto...

(Ambos salen. Se enciende el pedestal en donde está Orión de espaldas mirando una cascada de agua que está frente a él)

ORIÓN: (girando hacia el público) Las hojas caen, el tronco se seca,  las flores no crecen. ¡AHHHHHHH! Pero, la luz del sol cada día alumbra, el agua en la zona abunda, llueve. Están los minerales donde deben estar... Sólo el hombre a todos ayudar Podrá...

(Entra sólo Laila agitada)

LAILA: Mi querido Orión ya he visto...

ORIÓN: Suficiente.

LAILA: Sólo me pregunto...

ORIÓN: ¿Qué podemos hacer?

LAILA: Y no puedo...

ORIÓN: La respuesta hallar.

LAILA: Sí.

ORIÓN: Ni tú ni yo podemos nada hacer.

LAILA: ¿No? Y... ¿entonces quién?

ORIÓN: Para resolver humano debe ser.

LAILA: Yo conozco...

ORIÓN: Ese alguien quizás ayudará. ¡Lo que convenga haz! Yo confiando siempre, aquí te esperaré.

LAILA: Muy bien querido maestro...

ORIÓN: “Orión”

LAILA: Muy bien querido maestro Orión.

ORIÓN: Sólo “Orión”.

LAILA: Muy bien querido maestro Solorión

ORIÓN: (molesto) ¡NO! (se compone), Sólo “Orión”, “Orión” solo ha de ser. El maestro enseña y educa. Yo solo yo soy, y mi saber conmigo está.

(Gira dando la espalda, se apaga la luz, sale Laila volando. Entra música, aparece Yiribay que camina por la selva intentando subsistir,  trata de tumbar un fruto de un árbol con brusquedad sin obtener resultado)
(Yiribay es torpe y esquiva).

YIRIBAY: ¡Ayyyy! (brinca) ¡ahhhhhhh! (Arranca una hoja) auuuuuuu!

LAILA: ¡NO!

YIRIBAY: ¿Ah?

LAILA: ¿Qué haces? No hales sus ramas.

YIRIBAY: (señalando el fruto) No puedo alcanzarlo.

LAILA: (toma el fruto y se lo da muy fácilmente) Ten.

YIRIBAY: ¡Gracias!

LAILA: De nada. (Quitándoselo)  Bueno nada no,  necesito un favor.

YIRIBAY: ¿Cuál?

LAILA: Te lo suplico, por favor, no maltrates a los árboles. ¿Sí?

YIRIBAY: Sí. Está bien.

LAILA: De verdad, no les hagas daño.

YIRIBAY: Bueno. Lo intentaré, lo intentaré. No me apresures, calma. (Le extiende la mano para quitarle el fruto).

LAILA: (le da el fruto) Necesito ayuda. ¿Has visto a Cucumbaguay?

YIRIBAY: (comiendo rápidamente) ¿Cucum...

LAILA: ¡Ay! Un joven, así como tú, caminando por aquí.

YIRIBAY: No he visto a nadie.

LAILA: ¿Y a los árboles?

YIRIBAY: ¡Sí! Están aquí siempre.

LAILA: Ya sé. ¿Pero... No lo has notado?

YIRIBAY: ¿Qué?

LAILA: Que mueren.

YIRIBAY: ¿Sí?

LAILA: ¿No ves?

YIRIBAY: ¿Sí?

LAILA: ¡Ay! No ves nada, ni a nadie. ¡Abre los ojos! Y mira a tu alrededor (ella lo hace sin interés) Ayyyyyy! Me tengo que ir, estoy buscando a mi amigo y tengo muchos asuntos que resolver.

YIRIBAY: ¿A Cucumda...?

LAILA: Sí, Cucumbaguay, adiós.

YIRIBAY: (deteniéndola) ¿Te puedo ayudar?

LAILA: ¿Tú? 

YIRIBAY: Sí. Estoy sola, mi etnia se ha marchado a otro lugar y mi hogar ha desaparecido.

LAILA: ¿Por qué?

YIRIBAY: Ya no hay más frutos y los animales también se han ido.

LAILA: Bueno... Acompáñame, para algo me servirás. Sígueme...

YIRIBAY: (presentándose) ¡Yiribay! Esa soy yo.

LAILA: Sígueme Yiribay, yo soy Laila, recuérdalo ¿sí?

YIRIBAY: (repitiendo) Laila, Lai – la, Laila... Laaaaaaa iiiiiiiiiiiiiiiii laaaaaaaaaaa.

(Ra observa a Laila y a Yiribay que salen agitadas. Cucumbaguay entra por el extremo contrario a RA)

RA: ¡Apesta! Vuela, vuela, vuela (agarra una rama de un árbol y la rompe) Pronto dejarás de volar. (pausa) ¡Apesta! Corre, corre, corre, que ya tus patitas no andarán... (ríe, saca una red y la guinda de uno de los árboles y se esconde nuevamente).
Quizá el camino se haga más largo para muchos... Tal vez el camino no sea fácil de encontrar...

(Cucumbaguay  camina entre los árboles tropieza y cae en la red que ha dejado Ra, intenta salir hasta que por fin lo logra. Ra en escena se ríe y celebra su malvada  hazaña).

CUCUMBAGUAY: ¡Ay! No puede ser. Tengo que salir de aquí y seguir a Laila, (forcejea dentro de la red) me temo que no podré encontrarla. (grita) ¡Laila! ¡Laila! ¡Ayúdame! (forcejea nuevamente) Tengo que lograrlo, lo tengo que hacer, ¡Ay! ¡OH!  ¡Uyyyyyyyyyy! Necesito saber qué le está pasando a los árboles y encontrar la solución. ¡AH! Tengo que salir, lo tengo que lograr. (sale de la red) Lo hice.

RA: (aparte) La próxima vez no será tan fácil escapar.

CUCUMBAGUAY: (Caminando entre los árboles) ¿Qué estará pasando? ¿Pelos? ¡Pelos negros! Vaya, tengo dos pistas y una red: primero las garras y... ahora pelos... Garras y pelos. Garras y pelos. (camina y por su espalda entra Yiribay perdida y torpe)

YIRIBAY: ¿Laila?

CUCUMBAGUAY: (mirando a Yiribay) ¿Laila?

YIRIBAY: ¿Laila? ¿Dónde estás? (pisa una rama de árbol del suelo) ¡Ay!

CUCUMBAGUAY: ¡Cuidado!

YIRIBAY: (asustada, lo ve) ¡AYYYYY!

CUCUMBAGUAY: Trátalos con cuidado.

YIRIBAY: Lo siento, perdón, disculpa es que yo... y.... aaaaa... eee. Yooooo.

CUCUMBAGUAY: Tranquila.

YIRIBAY: Sí, yo, lo siento es que estoy buscando a Laila, una mariposa, que vuela ¿Sabes? Así (lo hace) Y así, (lo hace)  ¿Me entiendes?

CUCUMBAGUAY: Sí, ya sé como vuelan las mariposas. Yo también la estoy buscando.

YIRIBAY: ¿a Laila?

CUCUMBAGUAY: Sí.

YIRIBAY:  ¿Sí?, Uffffff, qué bueno.

CUCUMBAGUAY: ¿Te dijo lo que está pasando con los árboles?

YIRIBAY: Sí, y está buscando a un Cu... gua, cubagu, cucum, guduy...

CUCUMBAGUAY: A mí, Cucumbaguay.

YIRIBAY: ¡AH!, Tú eres... Cucu... guagua

CUCUMBAGUAY: Cucumbaguay

 YIRIBAY: AH, ya sé, eso mismo iba a decir yo. También me dijo que los árboles están muriendo ¿Es verdad?

CUCUMBAGUAY: Sí, no lo has notado.

YIRIBAY: (dudando) Bueno, sí.

CUCUMBAGUAY: (suspirando) Ahh! Tengo que encontrar a Laila, y pronto porque cada vez caen más hojas, mira.

YIRIBAY: (mirando) Siiiiii.

CUCUMBAGUAY: Debemos encontrar la solución.

YIRIBAY: Sí. Yo también la estoy buscando.

CUCUMBAGUAY: ¿La solución?

YIRIBAY: No, a Laila.

CUCUMBAGUAY: Ya lo dijiste.

YIRIBAY: Sí, yo, ¡Quiero ayudar!

CUCUMBAGUAY: (aparte) ¡Mucho ayuda el que no estorba! (A ella) Debemos separarnos, tú ve por allá y yo iré por acá.

YIRIBAY: ¿Separarnos?

CUCUMBAGUAY: Será mejor. Anda, (señalando) tú por allá y yo por acá.

YIRIBAY: (dudando) ¿Por acá?

CUCUMBAGUAY: Sí.

YIRIBAY: ¿Y si la encuentro qué?

CUCUMBAGUAY: Dile que la estoy buscando, ella sabe el resto, o bueno, no le digas nada, yo la encontraré antes.

YIRIBAY: ¿Lailaaaaaaaaaaaaaaaaaa? ¡Lailaaaa!

CUCUMBAGUAY: No tienes que gritar.

YIRIBAY: (susurrando) Bueno. ¡Lailaaaaaaaaaa! ¿Estas volando? No puedo verte... (devolviéndose) Oye, Cucumbaguay. 

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

YIRIBAY: (coqueta) ¿Nos volveremos a ver?

CUCUMBAGUAY: Es posible.

YIRIBAY: Y, ¿eso qué quiere decir? ¡que sí o que no, o que tal vez, o que jamás...

CUCUMBAGUAY: (sonriente, alejándose) Que sí.

YIRIBAY: (celebrando) UUUUUUyyyyyyyyyy ¡Qué bueno! Nos veremos pronto... Adiós, (vuelve en sí) Yo estaba... Estaba... ¡Claro, buscando a Laila! Mariposa. Laiiiiiiiiiiiiiiiilaaaaaaaaaaaaaaa.

(ambos se separan buscando a Laila, Yiribay sale de escena y entra Orión que mira a Cucumbaguay)

ORIÓN: Ayudar tu puedes.

CUCUMBAGUAY: ¿Ah?

ORIÓN: Algo que no es agua, viento, sol o minerales necesitan.

CUCUMBAGUAY: Yo no sé qué es.

ORIÓN: Saberlo podrás.

CUCUMBAGUAY: ¿Cómo?

ORIÓN: Sólo tú podrás solucionar.

CUCUMBAGUAY: Lo intentaré, pero aún no sé por dónde empezar.

ORIÓN: Empezado ya haz. El rumbo que iniciaste sigue. (inicia mutis)

CUCUMBAGUAY: ¿Oiga?

ORIÓN: “Orión”

CUCUMBAGUAY: Yo soy...

ORIÓN: humano.

CUCUMBAGUAY: Sí, pero...

ORIÓN: Cucumbaguay, el rumbo que iniciaste ya sigue. (Sale)

CUCUMBAGUAY: El tiempo se agota.

ORIÓN: (en off) El tiempo suficiente tendrás.

CUCUMBAGUAY: ¡Vaya! Creo que continuaré por aquí.

(Aparece Ra que ha observado la escena y acecha a Cucumbaguay).

RA: (gruñe y se muestra agresivo) GRRRRR!   Raaaaaaaaaaaaa!

(Cucumbaguay se asusta y se detiene).

RA: ¿Tienes prisa?

CUCUMBAGUAY: (asiente con la cabeza)

RA: ¿Buscas algo?

CUCUMBAGUAY: (asiente con la cabeza más rápido)

RA: ¿Algo que se te ha perdido, cachorrito?

(Cucumbaguay intenta huir, pero Ra lo rodea y lo detiene).

RA: RAAAAAAA. ¡Asustado! ¿Tienes miedo cachorrito?

CUCUMBAGUAY: No me digas cachorrito.  

RA: Altanero el hombrecito ¿No? ¡GRRRRRRaaaa!      

CUCUMBAGUAY: ¿Crees que todo el mundo debe tenerte miedo?

RA: No, pero tú si deberías.

CUCUMBAGUAY: No me asustan tus garras.

RA: ¿Y mis dientes?

(Ambos luchan en un juego corporal y Cucumbaguay logra escapar dejando a Ra confundido).

CUCUMBAGUAY: ¡Aléjate de mí! (sale)

RA: ¡Lo he dejado escapar! ¡Apesta! Él sería un gran banquete para esta noche. ¿Por qué huyes mi querido amigo? (gruñe) si apenas comienza el juego. ¡Cobarde! No huyas hombrecito. (Transición.) “Orión”, siempre Orión. ¿Cómo un animal tan asqueroso puede mandar sobre el cerebro de los hombres? Imbéciles apestosos. El instinto es mejor que la razón. ¡Baa! ¡Baaaa! ¡Baaaaaaa! Yo debería gobernar el mundo y comer todo lo que quiera cuando quiera (se come un gusano que va por el suelo y corre veloz al tiempo que entra Yiribay y se encuentran frente a frente)

RA: Ahhhhh! Otra presa, no pensé que llegaría tan pronto. (ataca a Yiribay)

YIRIBAY: (grita) ¡Aayyyyyyy! ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme!

RA: (gruñe y la acorrala para comérsela) Graaaaaaa! ¡Mmmmm! ¡Raaaaaaaa!

YIRIBAY: (grita) ¡Aayyyyyyy! ¡Auxilio! Lailaaaaaaaaaaa, Cucumbaguayyyyyyyyyyyy.

(Entra Laila, observa de lejos la situación y corre a pedir ayuda a Orión, Ra arrastra a Yiribay por el suelo y la saca del escenario. Se enciende la luz de Orión, al igual que al principio de la obra, entra Laila)

LAILA: (gritando) Orioooon.

ORIÓN: Lo que él quiere conseguir no podrá...

LAILA: Yiribay...

ORIÓN: En peligro está.

LAILA: Sí.

ORIÓN: Y es preciso que a salvarla vayan.

LAILA: Sí.

ORIÓN: Cucumbaguay el rescate hará.

LAILA: Lo he estado buscando pero, yo  venía con él, bueno él venía detrás... y, no lo vi...

ORIÓN: Él la ha de encontrar.

LAILA: ¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Los árboles se secan cada vez más y no sabemos la causa, ni la solución, y ahora para empeorarlo todo aparece Ra, se lleva a Yiribay y Cucumbaguay no está por ninguna parte. Yiribay no puede defenderse sola, es muy...

ORIÓN: De la prisa sólo el cansancio queda.

LAILA: Pues iré deprisa porque así me siento mejor, odio la pasividad, no puedo estar tranquila.

ORIÓN: Yiribay a salvo estará.

LAILA: Seguro, pero mientras esté con Ra, yo iré preocupada buscando ayuda por todos lados. Tengo que seguir la marcha, me voy, adiós (sale)

ORIÓN: Laila, apreciada. Mueve al mundo tu energía. Continúa ágil, veloz como el viento.

(Laila vuela. Cucumbaguay va por el bosque mirando los árboles y buscando la causa de su muerte, ve pasar a Ra llevando consigo a Yiribay, en contra de su voluntad. Él va tras ellos escondido. Ra solo le habla a Cucumbaguay, a Yiribay  le gruñe y la acosa).

CUCUMBAGUAY: ¿Qué quieres Ra?

RA: (gruñe) ¡Comer, alimentarme para poder vivir!

CUCUMBAGUAY: Ella viene conmigo.

YIRIBAY: Sí, yo vengo con él.

RA: Yo la encontré primero, es mía y me la voy a comer.

CUCUMBAGUAY: ¿Te la vas a comer?

RA: Sí.

YIRIBAY: NOOOOOOOOO

CUCUMBAGUAY: ¿Seguro que te la quieres comer?

RA: Si, tengo hambre y estoy muy aburrido de todos ustedes, los humanos.

CUCUMBAGUAY: Muy bien, hazlo.

YIRIBAY: ¿Qué?

CUCUMBAGUAY: Hazlo.

YIRIBAY: No.

RA: (sorprendido) ¿No te importa?

CUCUMBAGUAY: En realidad no me importa, ella es una buena para nada, no sabe cazar, es tonta y no pudo escaparse de ti, cosa que yo hago con mucha facilidad.

RA: ¿Ah, sí?

YIRIBAY: ¿Tonta?

CUCUMBAGUAY: Sí (a ella). Sí (a él).

CUCUMBAGUAY: Lo que de verdad me importan son los árboles., sin ellos no podremos vivir.

(Ra Ríe)

CUCUMBAGUAY: No podremos vivir, ni tú, ni ella, ni yo.

RA: ¿Ni yo?

CUCUMBAGUAY: ¡Claro! Los seres vivos necesitamos del oxígeno para respirar.

RA: Respirar...

CUCUMBAGUAY: Y he llegado a la conclusión de que alguien es el causante de este desastre que acabará matándonos a todos.

YIRIBAY: ¿A todos? ¡ayyyy!

CUCUMBAGUAY: Sí, alguien está provocando la muerte de los árboles, no diré quien, solo sé que tiene largas garras, pelo negro y bigotes.

YIRIBAY: ¿Garras, pelo negro y bigotes?

CUCUMBAGUAY: ¡Ajm!

RA: Yo no he hecho nada.

CUCUMBAGUAY: Yo no dije que fueras tú.

YIRIBAY: ¡Ah! Claro, eres tú.

RA: No fui yo quien rasgó los troncos de los árboles, ni tampoco quien corto algunas hojas, y... ¿Por qué tengo que ser yo quien sacó todas las raíces de la tierra?

(Entra Laila y se sorprende al escuchar).

LAILA: ¿Tú?

RA: No, yo no.

CUCUMBAGUAY: Pues nadie había dicho las causas por las que morían los árboles.

LAILA: Sólo tú las sabes.

CUCUMBAGUAY: Conclusión: Tú eres el causante de todo.

YIRIBAY: ¡Tú!

RA: No.

LAILA: ¿Qué quieres ahora Ra?

RA: Nada que a ti te interese o que me puedas dar.

LAILA: A mí todo me interesa.

RA: Quiero comer para poder vivir. Déjenme en paz.

LAILA: (remedándolo) sí, sí, sí.

RA: Quiero darle más trabajo al “sabio” Orión, al viejo, al bicho, al apestoso Orión.

LAILA: ¿Trabajo?

RA: Sí, lo odio cada día más. ¡Apesta!

LAILA: Pero, Orión no puede hacer nada para resolver los problemas, que tú, constantemente causas.

RA: Siempre consigue ayudar, siempre haya la solución, todos le obedecen y le besan las mugrientas patas ¡TODOS! Hasta los hombres.

LAILA: Todos tenemos un lugar en la tierra Ra.

CUCUMBAGUAY: Hasta tú, tienes el tuyo.

RA: Pero no el que merezco. No seguiré las órdenes de un bicho.

LAILA: Tú no tienes remedio, pero los árboles sí, solo te pedimos que dejes de causar desastres.

RA: Yo no causo desastres.

YIRIBAY: ¿Ah, no? ¿Y los árboles?

RA: (Gritando) Yo debería gobernar aquí. (Al público) Gobernarlos a todos ustedes.

YIRIBAY: (asustada) ¡Ay!

LAILA: Para poder gobernar debes hacer el bien a la mayor cantidad de seres posibles.

RA: ¡Cállense todos! Me los comeré uno a uno. ¡Graaaaaaa!  Sin contemplaciones. Haré un guiso espectacular (saca una olla y algunos vegetales) Zanahorias, papas, cebolla ¡No! Da mal aliento, perejil, pimentón, sal al gusto y por supuesto ¡La carne! La parte más deliciosa ¡MMhhhh!

CUCUMBAGUAY: Disculpa que no nos quedemos para el banquete, pero tenemos muchos árboles que sanar antes de que sea demasiado tarde. Adiós.

YIRIBAY: (siguiéndolo) ¡Adiós!

RA: No se irán tan fácilmente. Esta vez no los dejaré ir. ¿Por qué no viene Orión a salvarlos? Me tiene miedo.

CUCUMBAGUAY: ¿Qué harás para detenernos?

LAILA: Porque no pensamos permanecer impávidos ante tus desmanes.

YIRIBAY: Nos iremos, y ya.

RA: Me los comeré a los tres.

LAILA: No lo harás.

RA: No me retes, apestosa. ¡No lo hagas!

YIRIBAY: Creo que ya es hora de irnos, con su permiso que se nos hace muy tarde.

RA: Deténganse, es una orden, ¿A dónde creen que van? Yo puedo llegar a todas partes, no hay escondite posible.

(En un juego corporal Laila, Cucumbaguay y Yiribay enredan a Ra dejándolo dentro de la olla inmóvil. Laila sale volando, todos corren queda solo Ra).

RA: ¡Tendré que cambiarme a vegetariano! (mientras come una zanahoria) No esta tan mal (sin ganas, la escupe) definitivamente no tengo tanta hambre, puedo esperar... esperaré... aquí tranquilito yo esperaré...

(Llegan a la cueva de Orión, Cucumbaguay, Laila y Yiribay).

ORIÓN: La causa encontrado ya han, pero el tiempo se agota, los árboles deprisa mueren. Cucumbaguay, algo pronto, debes hacer.

LAILA: Nos vamos ahora mismo maestro. Tú, Yiribay acompaña al maestro Orión mientras Cucumbaguay y yo vamos a toda velocidad.

YIRIBAY: ¿Puedo acompañarlos?

AMBOS: ¡No!

(Yiribay no entiende)

CUCUMBAGUAY: será mejor que te quedes aquí, es más seguro.

YIRIBAY: Está bien.

ORIÓN: (deteniéndolos) ¡Cucumbaguay!

CUCUMBAGUAY: ¿Sí?

ORIÓN: Nos has salvado a todos. Tu recompensa obtendrás.

CUCUMBAGUAY: Gracias maestro, pero aún tengo mucho que hacer...

(Ambos salen).
(Quedan Yiribay y Orión).

YIRIBAY: Y ¿Qué van a hacer?

ORIÓN: A los árboles rescatar y nuestras vidas salvar.

YIRIBAY: ¿Cómo?

ORIÓN: Nuevamente sus raíces sembrando y agua dándoles.

YIRIBAY: ¿Sembrando sus raíces? Esas que están abajo, ¿No?

ORIÓN: Si cada árbol tiene las raíces, el tronco, las ramas, las hojas, las flores y los frutos.

YIRIBAY: AHHHH, Estás son las flores (sacándose una de la cabellera) y lo que se come, son los frutos.

ORIÓN: Es así.

YIRIBAY: Entonces si Cucumbaguay  siembra nuevamente todas las raíces, los árboles podrán salvarse y darnos... Oxígeno.

ORIÓN: Sí.

YIRIBAY: También darán más frutos ¿No?

ORIÓN: Sí.

YIRIBAY: Flores, frutos y oxígeno. Alimento para el alma y para el cuerpo.

ORIÓN: Sí, rápido aprendes.

YIRIBAY: Gracias por enseñarme querido maestro Orión.

ORIÓN: “Orión”

YIRIBAY: ¿Sólo, Orión?

ORIÓN: Sí, Orión solo ha de ser.

YIRIBAY: Pero si es mi maestro, me acaba de enseñar.

ORIÓN: (sonriendo) Cierto es, Maestro, maestro Orión.

YIRIBAY: “Maestro Orión”

(Escenas simultáneas).
(En la cueva de Orión, Orión y Yiribay. En una esquina de la selva Ra y en la otra esquina Laila Y Cucumbaguay).

(Cucumbaguay y Laila sembrando las raíces de los árboles).

CUCUMBAGUAY: Ayúdame Laila, tenemos mucho trabajo por hacer antes de que vuelva a atravesarse Ra.

LAILA: Haremos todo lo posible.

(Entra música mientras ellos arreglan todos los árboles, todo se empieza a iluminar repentinamente).

LAILA: Lo estamos logrando Cucumbaguay.

(Cucumbaguay y Laila cansados de haber sembrado todos los árboles. Cucumbaguay se tumba en el suelo y por primera vez Laila junto a él).

CUCUMBAGUAY: ¡Ayyyy! Creo que no puedo moverme.

LAILA: Yo tampoco.

CUCUMBAGUAY: Pero lo logramos Laila, ya los árboles no morirán.

LAILA: Y nosotros tampoco. 

(En una esquina donde ha estado Ra tratando de salir de la olla).

RA: Algo nuevo se me ocurrirá... Estaré pensando nuevamente como hallar la forma de (intenta salir) la forma de... (intenta salir) de destruir a ORIÓN.

(En la cueva de Orión).

YIRIBAY: Maestro, ¿Y se puede aprender más de lo que sabemos?

ORIÓN: Menos de lo que imaginamos sabemos. Algo nuevo cada día aprender puedes.

YIRIBAY: ¿Sí? ¿Yo puedo aprender más?

ORIÓN: Sí.

YIRIBAY: ¿Y usted también?

ORIÓN: También yo. Aprender de nosotros mismos podemos y del mundo que nos rodea.

YIRIBAY: Entonces estoy lista para aprender.

ORIÓN: (ríe) Y yo a enseñar dispuesto.

(Cucumbaguay y Laila)

LAILA: ¿Y ahora en qué estás pensando?

CUCUMBAGUAY: Ahora eres tú la que hace muchas preguntas.

LAILA: ¿No me quieres contestar? Algo me huele raro.

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

LAILA: Tú nunca has tenido secretos conmigo.

CUCUMBAGUAY: No tengo ningún secreto.

LAILA: Esa mirada perdida, la cabeza en las nubes, una extraña sonrisa. Yo creo que te pasa eso que enferma a los humanos.

CUCUMBAGUAY: ¿Qué?

LAILA: Estás enamorado.

CUCUMBAGUAY: No.

LAILA: Sí lo estás.

CUCUMBAGUAY: No.

LAILA: Por lógica, dos veces no quiere decir sí.

CUCUMBAGUAY: No diré nada.

LAILA: Te entiendo amigo, has estado mucho tiempo solo y necesitas igual que los árboles crecer, reproducirte y morir. Es hora de traer al mundo otros cucumbaguaycitos.

CUCUMBAGUAY: (apenado) Laila, déjame. Y todavía espero vivir un poco más.

LAILA: Mira, allá viene Yiribay.

CUCUMBAGUAY: ¿Sí? (se levanta y se arregla un poco)

LAILA: (riendo) No es cierto, pero dijiste que no te interesaba.

(En la  esquina de Ra).

RA: algo nuevo se me ocurrirá... ¿Pero, qué será?...  Recuerdo mi niñez, ya Orión era el líder de todo.

 (Flash back. Están Orión y Ra) 
(Ra niño ríe mientras patea a una pequeña lagartija).

ORIÓN: Oye Ra, hacer daño a los otros no debes, porque haciendo daño a ti mismo estarás.

RA: ¿Cómo sabes eso?

ORIÓN: Si algo en la vida aprendido he, es sin mirar a quien el bien hacer.

RA: Yo no soy tú. No quiero ser como tú, quiero ser mejor, quiero ser el Rey y llevar una corona.

ORIÓN: La grandeza por dentro se lleva, no por fuera.

RA: Cállate, no quiero escucharte.

ORIÓN: Todos me escuchan y tú también lo harás.

RA: Nooooooooo. Eres apestoso y eres un bicho.

ORIÓN: (inicia mutis) Algún día la razón me darás.

RA: Todos te la dan, pero yo seré diferente, iré siempre en contra de ti. Siempre.

(Vuelta del flash back).

RA: Mi paciencia se agota. Buscaré la forma de desaparecer del planeta a mi querido amigo Orión.

(Yiribay llega a donde están Cucumbaguay y Laila a punto de regar a los árboles).

LAILA: Hola, Yiribay.

CUCUMBAGUAY: (de espaldas a ella) Sí, ya no te creo Laila.

YIRIBAY: ¿Necesitan ayuda?

CUCUMBAGUAY: Sí.

LAILA: Bueno, con los árboles no, ya todos están muy bien, pero Cucumbaguay sí necesita algo.

YIRIBAY: ¿Qué?

LAILA: Cucumbaguay necesita compañía.

(Yiribay y Cucumbaguay riegan todos los árboles en una danza de la siembra y la cosecha que se convierte en cortejo).        
(Laila toma a Yiribay y la acerca a Cucumbaguay).

LAILA: Los seres de la misma especie deben estar juntos.

YIRIBAY: El maestro Orión me enseño muchas cosas que no sabía. Ahora aprendo de todo lo que me rodea. Es maravilloso ver nuevamente a los árboles y verlos con todo su esplendor, su gracia y su belleza.

LAILA: Se nota que aprendiste del maestro.

YIRIBAY: Ustedes dos lo lograron, nos han salvado a todos.

CUCUMBAGUAY: Pareces otra.

YIRIBAY: Soy diferente porque ahora veo lo que antes no había notado.

CUCUMBAGUAY: ¿Me ves a mí?

YIRIBAY: Sí, Cucumbaguay.

LAILA: Yo creo que debo ir a pasear.

YIRIBAY: Voy contigo. Quiero ver a todos los árboles.

CUCUMBAGUAY: ¿Nos volveremos a ver?

YIRIBAY: Es posible.

CUCUMBAGUAY: Y eso ¿Qué quiere decir?

YIRIBAY: (riendo) Que sí.

(Ambas salen, queda Cucumbaguay junto a los árboles. En otro extremo está Ra  y entra Orión).

ORIÓN: ¿Me buscabas?

RA: Aunque no lo haga te encuentro.

ORIÓN: Conmigo tu problema es, de no perjudicar a los demás trata.

RA: No me des consejos.

ORIÓN: El tiempo  crecer nos hace, seguir haciendo daño no puedes.

RA: Tú eres el que no puede seguir dirigiendo la vida de los otros.

ORIÓN: Tu vida solo tú dirigir puedes y no lo has hecho.

RA: ¡Claro! He tenido que ocuparme de ti.

ORIÓN: Ra, ya Laila lo ha dicho. Cada cual su lugar y su tiempo tiene.

RA: Vete de una vez, no quiero escucharte.

ORIÓN: En peligro a todos has puesto. Nublar tu mente el ansia de poder ha logrado.

RA: ¿Por qué hablas así? Me molesta. Todo lo que haces y dices me molesta.

ORIÓN: Una tregua hagamos.

RA: Eso quiere decir que gane, que te he vencido y vienes a negociar.

ORIÓN: Si tu ego satisface, bien está.

RA: ¡Apestas!!! Y eres un bicho asqueroso.

ORIÓN: Un insecto como otros soy.

RA: No, como otros no, eres un bicho que piensa y al que los demás siguen.

ORIÓN: A esta guerra ponle fin. Tú puedes a tus semejantes ayudar. En contra de la extinción lucha.

RA: Tengo que irme, es hora de comer y me aburres mucho con tu bondad. Yo soy terrenal y salvaje, eso no lo puedes cambiar Orión,  como tampoco cambiará mi odio hacia ti.

ORIÓN: Sin fin está historia queda siempre. (sale)

RA: ¿Extinción? Mi especie jamás morirá, somos los más aptos. (duda) ¿Extinción? Ese bicho apestoso siempre logra preocuparme. ¿Será que podemos desaparecer? Tendré que bañarme más a menudo para que las pulgas, garrapatas, piojos, liendres, sabandijas  y cucarachas salgan de mi cuerpo, afilaré mis garras y limpiaré mis dientes. (suplicando) Diosito prometo que no ensuciaré mi lindo pelaje al estrujarme en la tierra. Dejaré para otro día mi venganza, ahora tengo mucho que hacer.

(En la selva Yiribay encuentra a Cucumbaguay).

YIRIBAY: Por un momento creí que dejarías que Ra me comiera.

CUCUMBAGUAY: Eso nunca lo permitiría, te salvaría de cualquier cosa que quisiera hacerte daño.

YIRIBAY: Después entendí que era un truco para descubrir las intenciones de Ra.

CUCUMBAGUAY: Estaba seguro de que Ra no lo haría, él sí es un cobarde.

YIRIBAY: Gracias por salvarme.

(Entran Laila y Orión).

CUCUMBAGUAY: ¡Maestro! ¡Amiga!

ORIÓN: El cometido logrado ya hemos.

LAILA: (agitada) El futuro aguarda nuevas aventuras. Lugares que visitar, cuentos que contar, cosas por descubrir...

ORIÓN: Laila, querida, nunca cambiarás.

LAILA: Cucumbaguay, creo que tendremos compañía de ahora en adelante.

CUCUMBAGUAY: Si Yiribay decide quedarse con nosotros.

YIRIBAY: Pues claro, no tengo a donde ir.

ORIÓN: Por recorrer todos los caminos están. Inexplorada nuestra selva permanece, cuidarla y protegerla debemos.

CUCUMBAGUAY: Eso haremos maestro.

YIRIBAY: ¡Maestro!

ORIÓN: “Maestro Orión”

(Todos ríen, sale volando Laila hacia el público).

LAILA: (agitada) Algo está pasando en nuestra tierra. Salgo por aquí, entro por allá, doy la vuelta acá, miro hacia atrás y veo...y ¿Saben que estoy viendo? Gente, hay mucha gente que quiere venir a conocernos, son niños, y adultos también. Quieren conocer nuestra selva, que es la más bella del mundo.

(Entra música. Coreografía final con todos los personajes).


Fin


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