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Especialista en Teatro Venezolano

miércoles, 14 de marzo de 2012

Juan Pablo Sojo





EL ÁRBOL
QUE ANDA
Fantasía en un acto

  
Personajes:
UN ÁRBOL RUGOSO
LA LUNA MENGUANTE
TAITA NICOLÁS
ÑANGO EL HACHADOR
CLARO, EL ESPÍRITU DEL RÍO
ABEDÓN, EL DIABLO
CORO DE LEÑADORES


Escenario
En el centro, un árbol de poderosas ramas, tronco negro y rugoso. A su alrededor, herbaflorecida. Al fondo, vegetación selvática. Un camino se pierde por la izquierda entre árboles menores, en sombra. Tenue luz indirecta de la luna lejana.



ESCENA PRIMERA

LUNA.- (Llega lentamente con su luz y aparece radiante, iluminando a la Ceiba Negra) ¡Ja, ja, ja! Pobre madera inútil empeñada en llegar hasta mí. (Su voz suena pastosa y suave, aunque llena de ironía)

ÁRBOL.- (Moviendo sus ramas) Luna maldita. ¡Fiera celeste color de los muertos! ¡Aléjate, que mi savia me ahoga!... (Exhala un profundo quejido)

LUNA.- Al contrario, te doy vida. ¿No sientes rejuvenecer tus ansias de procrear…? Sin embargo, no eres sino un vil leño verde, en espera del filo del leñador.

ÁRBOL.- ¿Y eso te divierte?

LUNA.- ¡No, no, no!

ÁRBOL.- ¿Qué quieres?

LUNA.- Salvarte. La savia nueva mueve tus raíces y agita tu ramaje. Tus negras raíces son como serpientes torcidas que quisieran arrastrarse… ¿Ves aquellas sombras? (Le señala a la izquierda la vegetación) ¿Quisieras huir conmigo?

ÁRBOL.- ¿Contigo?... ¿Para qué?

LUNA.- Necesito un árbol, necesito tus ramas tendidas para peinar mi cabellera. ¿Entiendes?

ÁRBOL.- Para peinar tu cabellera…

LUNA.- (Poniéndose en actitud de oír rumores lejanos) ¿No oyes voces?

ÁRBOL.- ¡No oigo nada!

LUNA.- ¡Son ellos!... Escucho sus pasos… Oigo sus voces llenas de temor y de sueño… ¡Son ellos! Los hombres malditos, hambrientos de tu carne, dispuestos a derramar tu savia y hacer de ti una lumbre y puertas para sus ranchos… ¡Te echarían abajo, como a los otros! ¿Entiendes?

ÁRBOL.- Como a los otros…

LUNA.- Mas, espera. Yo estaré aquí. ¡Haré reventar sus arterias, derramaré a raudales su sangre y con ella te fertilizarán! ¡Ja, ja, ja!... (Queda quieta al fondo)



ESCENA SEGUNDA

(Las voces se acercan)
LEÑADOR 1º.- (Dentro) ¡Por aquí, Taita Nicolás!...

LEÑADOR 2º.- ¡Hay luna esta noche!

LEÑADOR 1º.- (Dentro) ¡Necesitamos tumbar un buen palo!

(La luna que ha quedado quieta. La Ceiba agita suavemente su ramaje. Entran por la derecha, Ñango el hachador, con su hacha al hombro; le siguen Taita Nicolás, un viejo de barba gris, encorvado, con su macuto y una reliquia al cuello. Tres Leñadores cierran la marcha)

ÑANGO.- (Descubriendo a la Ceiba) ¡Hombre! Estamos de suerte… ¡Miren!

TAITA.- (Haciendo pantalla con las manos) ¡Guá, verdad! Es un buen árbol, tenemos leña ahí para muchos días.

LEÑADORES.- Para muchos días…

ÑANGO.- (Acercándose a la Ceiba) No fuera yo Ñango, el Hachador, si no hubiese encontrado el mejor árbol de la comarca. (Levanta el hacha para golpear el tronco)

TAITA.- ¡Espera, hijo! (Ñango baja el hacha) Mira la luna en menguante, mírala… Aquí hay espíritus que nos acechan…

LEÑADORES.- Hay espíritus que nos acechan…

TAITA.- Esperemos que la luna se levante un poco más en el cielo. Los espíritus se alejarán con ella. Vengan. Sentémonos alrededor del tronco y la espera será corta. (Se sienta sobre la hierba y los demás le imitan. Saca su pipa y mientras la enciende el árbol exhala un gemido vago).

ÑANGO.- (Poniéndose en pie) ¿Oyeron eso? Algo se ha quejado en lo profundo de la tierra…

TAITA.- Calma, Ñango, ten mucha calma… Las sombras siguen a la luna y la luna a las sombras. Sobre este suelo han caído muchos árboles muertos, pero sus espíritus vagan, porque los árboles sienten como nosotros…

LEÑADORES.- Sienten como nosotros…

TAITA.- La luna fue una mujer muy celosa y cruel. Su marido era el Negro Lorongo, a quien ella convirtió en árbol por haberse enamorado de Tatá, la Reina de las Aguas… Vamos a cantar la canción del Negro Lorongo, para aplacarla. Muchachos, cojan sus guitarras y cantemos.

(Los Leñadores afinan sus instrumentos y cantan)



ESCENA TERCERA

(La Luna se ha retirado paulatinamente hacia el fondo)

TAITA.- (Bostezando) ¿Sienten ustedes sueño?

ÑANGO.- Sí. Los ojos se me cierran solos. (Estira los brazos)

LEÑADORES.- Sí… Tenemos sueño.

LUNA.- (Desde lejos) ¡Shiiiiiiisssss!

ÁRBOL.- (Agitando las ramas) Parecen muertos… ¿Qué quieres ahora?

LUNA.- (En un susurro) ¡Ven!... ¡Vámonos!

(El Árbol se arrastra lentamente y sigue a la Luna)



ESCENA CUARTA

(En la sombra, como flotando entre su ropaje blanquecino y sutil, parece Claro, El Espíritu de los Ríos. Hace resonar sordamente –en forma queda- su tambor. Habla moviéndose, parece empujado por el aire, inestable, juguetón y travieso)

CLARO.- ¡Soy el Espíritu del Ríos! ¡Soy el espíritu del Río!
(Apunta con el dedo a cada uno de los durmientes)
¡Tú, tú, y tú, y tú…! ¡Jí, jí, jí! ¡No saben que estoy aquí! La Luna. La Selva. Los Árboles. Los Hombres. ¡Todos duermen!... Sólo la Sombra y yo velamos!
(Da varios saltos sobre los durmientes, haciendo flotar su ropaje liviano)
Será bueno que los despierte. En mi tambor resuena el agua de las crecientes. Los ríos desbordarán sus aguas y arrastrarán a todos los seres.
(Percute el tambor)
La Luna, enemiga de mi hermana los ha envenenado. Pero será bueno que los despierte. El árbol ha huido y las aguas bajarán de sus vertientes…
(Se inclina y musita algo al oído de cada uno, luego da un salto y hace resonar más fuertemente el tambor a medida que se aleja por el foro).



ESCENA QUINTA

(Todos se sientan, distendiendo los músculos, despertando)

TAITA.- Hemos dormido largo…

ÑANGO.- La luna se ha ido…

LEÑADORES.- La luna se ha ido…

TAITA.- ¿Qué ruido es ese? ¿Acaso truena?
(El tambor de Claro se oye sordo)

ÑANGO.- ¡Parece como si todos los espíritus hubieran despertado!

TAITA.- ¡Oh!... ¡El Espíritu de los Ríos! ¡Aquí estuvo Claro, el Espíritu de los Ríos!

ÑANGO.- ¿Claro?... ¿Se llama así el Espíritu de los Ríos?

LEÑADORES.- ¿Se llama así el Espíritu de los Ríos?

TAITA.- ¿Y el árbol, qué se hizo?
(Todos se ponen de pie y miran alrededor)

TODOS.- ¡El árbol se ha ido!
(Se ponen a temblar, menos el Taita Nicolás)

TAITA.- (Cogiendo un puñado de hierba en el sitio donde estaba el árbol) La hierba aquí está, y el hueco… Era un árbol vivo, un árbol que camina…

ÑANGO.- Con la luna se fue, con la luna. (Sigue temblando)

LEÑADORES.- ¡Ayyyy! (Temblando de miedo)

TAITA.- (Descolgando su reliquia) Vengan, mis hijos, conmigo. La luna es cruel y vengativa… Pero mañana, si la furia de las aguas no arrastra toda la selva, echaremos abajo muchos árboles, derribaremos numerosos troncos ¡y tal vez ese maldito árbol que camina caiga también bajo el filo de nuestras hachas!

(Mientras se alejan por la derecha aumenta el retumbo del tambor a medida que el telón baja)


ACTO II

Escenario
Al fondo la luna roja, inmensa, tras las montañas negras. A derecha e izquierda árboles y lianas de una selva. La voz de Abedón, el diablo se oye lejana y potente, tras las moles oscuras que limitan el paisaje.



ESCENA SEXTA

ABEDÓN.- (Adentro) ¿Todavía las mujeres paren?...

LEÑADORES.- (Adentro) ¡Y parirán!

ABEDÓN.- (Haciendo resonar una sola cuerda de su guitarrón) ¿Todavía las mujeres paren?

LEÑADORES.- (Adentro) ¡Y parirán!

ABEDÓN.- ¡Já, já, já, já, já! (Su risa se aleja y calla)


ESCENA SÉPTIMA

LEÑADOR 1º.- (Entra por la derecha, hablando con cansancio) Las aguas están crecidas. Arruinaron todo. Arruinaron todo… (Se sienta sobre un tronco. La cabeza entre las manos) Mi mujer y el hijo que no ha nacido perecieron en ellas… ¡Esto parece obra del mismísimo Mandinga!

ABEDÓN.- (Apareciendo por la izquierda, viste levita, chaleco blanco, pumpá, cachimba gigantesca con mucho humo, chivita negra en punta. Es blanco, con las cejas muy negras) ¡Já, já, já!... Amigo, lo veo muy abatido… ¿Qué pasa?

LEÑADOR 1º.- (Levantando el rostro) Mi casa, mi mujer y el hijo que no ha nacido fueron arrasados por el río… Cosas y animales perecieron… Muchos vecinos se ahogaron… No me queda nada. No me queda más que el hacha…

ABEDÓN.- Te queda precisamente lo que necesitas… Oye: diez leguas de aquí hay una hermosa ceiba negra. Es un árbol que camina, un árbol mágico. El que logre encajarle el hacha encontrará su tronco hueco… ¡lleno de onzas de oro!

LEÑADOR 1º.- ¿De onzas de oro?

ABEDÓN.- ¡Redondas, relucientes, fascinantes!... Sólo yo puedo ayudarte a encontrarlo. Sólo yo poseo el poder para que el árbol no se fugue… pero espera. (Se pone una mano en el oído) Aquí llegan tus compañeros.
(Entran los otros Leñadores)



ESCENA OCTAVA

LEÑADOR 2º.- (Entrando, derecha) ¡Hola!... Al fin te encontramos, compañero.

ÑANGO.- (Dirigiéndose a Abedón) (Despectivo) ¿Qué dice el amigo?

ABEDÓN.- ¡Já, já, já, já!… Los muchachos vienen alegres. Aquí estoy tratando de consolar a éste. ¿Saben lo que le sucede? 

LEÑADOR 2º.- Sí, también a nosotros nos arruinó el río… ¡Esto parece obra de Mandinga!

ABEDÓN.- Precisamente… Ustedes, vengan acá. (Lo rodean) Diez leguas de aquí hay un árbol que camina… ¡Já, já, já! Un árbol viejo como yo… Mágico. Su tronco es hueco, atapusado de onzas de oro…

LEÑADOR 2º.- (Abriendo mucho los ojos) ¿Atapusado de onzas de oro?

ABEDÓN.- Que serán de ustedes… ¡si lo quieren!

LEÑADOR 2º.- ¿Será el Negro Lorongo?

ABEDÓN.- ¡Ah!... ¿Conocen ustedes la historia?... Pues sólo es un tronco hueco, relleno de oro. Yo poseo el “poder”. Todo ese tesoro será de ustedes… Levantarán muchos ranchos, tendrán muchas mujeres, un caballo tragaleguas y ron del fino lo mejor…

ÑANGO.- (Con duda) ¡Un momento! ¡Un momento!... ¿Quién es usted?

LEÑADOR 1º.- Sí. ¿Quién es usted?

LEÑADOR 2º.- ¡Dijo bien!... ¡Dígale quién es!

ABEDÓN.- (Acariciándose la chivita. Sonriendo para sí mismo) La especie no es nueva… ¡La cúndara, cúndara, cúndara guá! (Bailando en la punta de los pies) Yo grito ¡mujeres!!!... ¡Mujeres que paren!... ¡La especie no es nueva! ¡La cúndara, guá!... (Se detiene jadeante) Perdonen… me estoy poniendo viejo…

LEÑADOR 1º.- ¡Queremos saber quién es usted!

ABEDÓN.- ¡Ah! Me olvidaba…. (Habla rápido) Yo soy Abedón, el que no tiene edad porque no ha nacido nunca. Todas las historias, las de hoy y las de siempre, las conozco. Soy Abedón, para servirles, enriquecerles, engrandecerles; venzo a la Luna, Claro el Espíritu de las Aguas crecientes me teme y llora cuando yo hablo…

ÑANGO.- ¿Qué negocios quieres?

ABEDÓN.- (Sacando un papel) Que firmen aquí, simplemente…

LEÑADOR 2º.- No sabemos escribir…

ABEDÓN.- ¡Oh!... ¡Já, já, já!... Simplemente con marcar con sangre la huella de un dedo, me basta. Eso es todo…



ESCENA NOVENA

TAITA.- (Entrando) ¡Un momento, muchachones! (Se acerca) Tú… ¿Qué quieres con ellos?... ¡Te conozco muy bien! ¡Quieres sus almas!

ABEDÓN.- ¡Já, já, já!... ¡Viejito ridículo! ¡El diablo no existe!

ÑANGO.- Levántate la levita para ver…

TAITA.- (Se acerca más y se la levanta. Cae un rabo rojo) ¡Miren! ¡El mismísimo Mandinga! (Saca su escapulario en cuyo extremo pende una cruz) ¡Toma ser de los infiernos!

ABEDÓN.- (Trata de cubrirse con los faldones de la levita, retirándose paso a paso) ¡No! ¡No! ¡No! ¡Retira “eso”! ¡Retira eso! ¡Ayyy! (Da un salto y desaparece en la sombra)

LEÑADORES.- (Temblando, castañeando los dientes) ¡El diablo! ¡Ahhh! ¡El diablo!...

TAITA.- ¡Un momento!... Tengan calma, muchachos. Ya el malhechor se ha ido. Pero quiero saber una cosa: ¿Qué les decía él?

LEÑADOR 2º.- (Mirando a todos lados temeroso) ¡Taita Nicolás! ¡Taita Nicolás! Ampáranos… Nuestra vida es sanguiar palos, jendiendo la madera con el hacha y rejendiendo la montaña… Él nos decía… que el árbol… el árbol que anda, ¡está lleno de puriticas onzas de oro!... Todos somos pobres y queremos el oro… Necesitaremos de oro: ¡poder, mujeres, un caballo tragaleguas y ron del fino lo mejor! ¡Pero quería cargar con nuestras almas!... ¡Ave María Purísima! (Se persigna arrodillándose. Luego extiende los brazos y canta con voz profunda) Malabí, maticú lambí.

TODOS.- A bailá el boroboró.

LEÑADOR 2º.- Malabí como dice el Negro, nuestro padre Sabancó…

TODOS.- ¡Sí señó!

TAITA.- (Extendiendo las manos, mientras los otros se sientan en el suelo) Muchachones, ése árbol será nuestro. Iremos a buscarlo para hacer un tambor. Cuando resuene, ¡temblará la selva! Los árboles sentirán correr la savia por sus fibras. Las aves cantarán alegres. ¿Qué nos importa entonces todas las riquezas del mundo, si tendremos el tesoro sagrado de nuestros abuelos, palpitando como un corazón, el corazón de todo lo creado? ¡Su voz será la voz de Claro, es Espíritu de los Ríos, el canto del Negro Lorongo, el Espíritu de los árboles! Todos los espíritus de nuestro futuro. Mandinga se morderá el rabo y echará candela de azufre, pero los hombres seremos felices, con muchas mujeres que bailen a nuestro alrededor; su voz correrá por las lomas y los vientos, más veloz que un caballo tragaleguas, y beberemos ron, sí, de lo fino lo mejor. ¡Marcharemos cantando a buscar el árbol! ¡Ya es nuestro! ¡Ya es nuestro!

(Toman sus guitarras y se alejan cantando)